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ÁNGEL PETISME: PLACER Y POESÍA
“Soy hedonista pero no escapista”
[Ángel Petisme publicó, casi a la vez, un poemario ‘Fast food for freaks’ y un nuevo disco, ‘El ministerio de la felicidad’. Publiqué una entrevista con él en Heraldo de Aragón; aquí está el diálogo al completo, más del doble.]
-¿Con qué te sientes más identificado con la comida basura o los freaks?
Sin duda con los freaks, criaturas huérfanas, expulsadas de la vida…Tanto en el libro como en el disco aparecen esos engendros: el Ecce Homo, Frankenstein, Polifemo, el faquir, hall 900,el ordenador de la nave de Space Oddity, etc. Todos somos un poco o muy freaks hoy en día, ¿no crees? Mitad humanos, mitad chatarra. No somos nada ya sin nuestras prótesis, móviles, ordenadores…No sabemos multiplicar sin una calculadora, movernos sin un GPS ni aclarar una duda sin Google.
-¿Por ese título? ¿Qué relación existe entre la vida y la poesía y la comida basura?
El título lo tenía pensado desde hace muchos años, es un juego fonético de cuatro efes que hay que pronunciar en estado sobrio porque si no, le ensalivas el alma al amigo de enfrente. Supongo que somos la basura y la merienda de los monstruos que nos gobiernan, esa minoría selecta de un 1% que toma las decisiones económicas y sociales del resto del 99% de la población mundial.
-Todo el poemario es una alegoría. ¿De qué, exactamente, de la identidad, del amor, del combate?
Sí, has dado en el clavo sin amor y sin identidad no hay posibilidad de luchar y cuidar de la vida. Temo que nos estamos convirtiendo en una generación de idiotas y muertos vivos, como decía Albert Einstein, porque la tecnología está sobrepasando nuestra humanidad.
-¿Qué es lo que hay que leer entre líneas? [Aludo a uno de tus versos]
Imagino que casi todo. Todo buen escritor, pintor, cineasta, te está diciendo mil cosas más de las que crees y ofreciendo múltiples lecturas de su obra. El lenguaje es también una criatura misteriosa y mágica que se puede pervertir con total facilidad en estos tiempos. Hay que leer entre líneas a los políticos y los periodistas. Hay que sospechar, desconfiar, estar muy alertas para no caer en el miedo y la confusión.
¿Cuáles son los capullos que más te incomodan?
Con los años nada de la mezquindad y la estupidez humanas me incomoda. No me sorprenden ya los que no te miran a los ojos ni te aprietan la mano con fuerza, los que van de algo, de modernos, de hypster, de rojos o ácratas, payasos de salón, lo confunden todo, no han vivido nada de verdad. No saben, quieren estar a la moda para no parecer trasnochados pero en cuanto rascas un poco, no hay nada debajo. A un fascista se le ve venir, a un fantasma no, hasta que te ha echado la sábana encima.
-¿Qué vínculo hay entre la gastronomía y la pasión?
Uno ama como cocina. No hace falta ser un master chef pero sin imaginación, sin riesgo, sin intuición todas las comidas y los polvos te sabrán igual.
-¿Ya sabes quién es Ángel Petisme? [Te lo preguntas en un poema]
Estoy en ello. Le he puesto detectives porque no me fío nada de él.
-¿Qué es lo que has querido ser desde pequeñito? ¿Lo has logrado?
Quiero ser feliz humildemente. Sé que a la gente le jode mucho la felicidad de los demás, a veces casi hay que pedir perdón por ello. Intento no tomarme demasiado en serio, reír todos los días y no olvidar que soy hijo de una señora de la limpieza y de un campesino que en Zaragoza fue peón de albañil y tornero fresador de tercera.
-En el poemario, hay una segunda parte: ‘Bengalas’. ¿Qué son fogonazos, epigramas, intuiciones, imágenes surrealistas?
Sí, son cositas sueltas que uno va apuntando en libretas pensando que quizás el día de mañana se conviertan en canciones o poemas pero nunca les llega su mañana y al final se quedan en ocurrencias, aforismos, relámpagos sin tormenta.
Dices: “Pavese siempre. Vivir es mi oficio, soñar el beneficio”. ¿Qué le debes al poeta suicida?
Mucho porque yo estudié filología italiana para leerle. Pavese representa la gran tradición de la literatura italiana desde Dante. Sus poemas y relatos huelen a tierra húmeda, se oye el rumor del agua, es luminoso e inconmensurable como Ariosto, Ungaretti, Montale, Quasimodo. Pavese vio en los ojos de la muerte a la poesía; se podía suicidar porque había escrito unas decenas de versos inmortales.
Hablemos del disco. ¿Existe algún vínculo con el poemario? ¿Quizá su tono crítico, de denuncia y de crítica?
No sólo el tono crítico y de denuncia, sino es algo mas. Es poesía y canción limpia. Con los años sobra casi todo, eres mas libre. El vínculo de ambos es que he decidido que se vendan solo en pequeñas librerías, lejos de las grandes superficies y cadenas multinacionales que viven del entretenimiento electrónico. Evitando comisionistas, ambos tienen un PVP asequible y razonable. No me interesa el éxito,quiero como decía Buñuel que la gente no pierda dinero con mis películas.
¿Cómo es ‘El ministerio de la felicidad’? ¿Qué debería ser?
Ministerio viene del latín, minister. Significa siervo, criado. Lo menor por debajo de los magister, los maestros. Es curioso cómo se le ha dado la vuelta a la palabra y los ministros actuales son los que están robando la dignidad y recortando derechos y sueldos a los maestros, a los médicos, a todos los profesionales. El pequeño oficio de la felicidad es de lo que van casi todas las canciones del disco.Felicidad con minúsculas.La felicidad no ha que buscarla, hay que darla a espuertas y sin calculadora a aquellos que la merecen. No somos lo que vendemos como quiere hacernos creer el capital, sino lo que regalamos, como cito en el disco.
¿Qué sonido buscabas?
Verás, creo que cada canción tiene la vestimenta que nos pareció más adecuada y ha sido un trabajo cocinado a fuego lento, donde cada arreglo está meditado para que ni sobre ni falte. El alma del disco está en las composiciones y los textos. Éstos tienen entidad propia y la producción no ha hecho más que intentar potenciarlos y llevarme en volandas para contar ese puñado de historias con naturalidad y arrojo. Hay pura energía de rock en algunas canciones, hay sonoridades de jazz y chanson francesa, guiños a Gainsbourg, Tom Waits, Lou Reed…Hemos grabado con la guitarra original de Mauricio Aznar que nos prestó Gabriel Sopeña, una batería Radio King de 1920, un contrabajo Paztner de 1830, un órgano Hammond B3 y combinado los instrumentos más viejos con la mejor tecnología. Queríamos que el disco respirase, que crujiese, que fuese tan orgánico como los versos que salían de mis labios.
¿Qué ha significado trabajar con un nuevo equipo y con Josu García y Santi Comet, en particular?
El disco lo ha producido Josu García, que lleva tocando conmigo desde 1996, y ha grabado en todos mis discos. Santi Comet forma parte del equipo pero debutó conmigo en 1998 como músico profesional en la gira de Cierzo y ya grabó en Buñuel del desierto hace 15 años. Parte del equipo nuevo han sido el batería Jose Bruno, la contrabajista Laura Gómez Palma y el ingeniero José María Rosillo que tienen un currículum y una excelencia como músicos impresionantes.
Desde un punto de vista musical, hay un cambio muy claro: pareces haber apostado por una música distinta, por un tono entre calmado y melancólico... ¿No?
Puede que la madurez y la paternidad hayan influido en que Mensaje al futuro o Mi gigante preferido, las canciones que dedico a mi hija, tengan un tono más reposado, pero quien escuche Además nos votaréis o Virgen de los peligros verá que no he perdido nada de "mordiente". Obviamente canciones como El mar color de vino, con ese tono homérico y evocador, o Una vela en la oscuridad que es una elegía, no puedes tratarlas como si fuesen la alegría de la huerta.
¿Qué significa el vino en tu vida? Le dedicas dos canciones...
El vino es mi infancia, las sopetas de vino y azúcar que me daba mi abuela, el melocotón con vino, el mostillo. Mi niñez y los largos veranos en Olvés, íbamos al amanecer con mi abuelo o mi padre en la mula a cuidar las viñas. Ahora esos plantaos dan exquisitas cerezas. José Luis Campos y la D.O. Cariñena contactaron conmigo y me propusieron hacer una canción dedicada a El Vino de las Piedras. Yo cogí el guante y compuse varias canciones inspiradas por una caja de caldos riquísimos. Algunas no aparecen en el disco. Les envié la maqueta de la canción, les gustó tanto al consejo de dirección que decidieron hacer de mecenas y cubrirme los gastos de la producción musical del disco. Les estoy muy agradecido.
Hay una canción dedicada al ‘Ecce Homo’, pero el tono diríamos que es más bien contenido. ¿Has querido provocar o hacer un juego entre irónico y literario?
El fenómeno me hizo reflexionar, los verdaderos ecce homos fuimos nosotros, los torrentes, los morbosos que convertimos en trending topic una historia de una restauración inacabada. Sentí una inmensa empatía con Cecilia Giménez. La canción es el diálogo de la criatura con su creador. Ecce le da las gracias. Es una canción de amor. ¿Quién no se ha sentido abandonado y solo como el Ecce Homo original comido por la humedad y el abandono? Me declaro rotundo admirador de Cecilia, estuve hablando por teléfono más de horas con ella y el segundo videoclip del disco lo grabaremos juntos en Borja.
¿Por qué le dedicas una especie de nana a Jean Seberg? ¿Qué ha significado para ti la actriz?
Me fascinó su belleza y su fragilidad desde que la vi de adolescente en Bonjour,tristesse y Á bout de souflee en los cineclubs zaragozanos. Me parece el contrapunto dentro del disco del personaje que no es que no pueda ser feliz sino que no quiere serlo. Su vida, su lado oscuro y atormentado, su pasión, la constatación de que el éxito y la belleza pueden conducir a la locura.
La canción ‘Virgen de los Peligros’ es una canción contra los desahucios. ¿En qué medida está basada en una historia real, próxima a ti? ¿Cuál es tu visión de esa forma de injusticia y de miseria?
Es una vergüenza que el año pasado se produjesen 3500 suicidios de gente a la que los bancos y la justicia habían despojado de sus casas. Es una vergüenza que las palabras de la constitución sean papel mojado. Si nuestros políticos no pueden proteger a sus ciudadanos que se vayan al paro. Cualquier hijo de vecino con dos dedos de frente podría hacerlo mejor que ellos. La canción la compuse este verano cuando me cortaron la luz y el teléfono. Yo, como artista y persona dedicada a la cultura en este país con el IVA cultural más alto de todo el planeta, estoy entrando en esa bolsa del 28% de la población en riesgo de pobreza.
‘Una vela en la oscuridad’ es un homenaje a Félix Romeo Pescador. ¿Qué te dio, qué lloras de su ausencia?
Me dio, nos dio mucho, a mí la libertad de la amistad, la complicidad pero sobre todo la generosidad. No, no lloro su ausencia. Como escribo en Fast food for freaks cuando olvidas a tu gente es cuando se produce la verdadera muerte. Yo no olvido a Félix y por ello no lloro su ausencia. Vive en mi mente y mi corazón.
¿Es, en el fondo, el amor el motor de tu vida, de tus canciones, de tu poesía?
Si por qué no, resulta difícil entender que hacemos en este planeta sin amar. Amo lo que me rodea, amo el vino, las mujeres, los amigos, la lucha, la dignidad, la resistencia...y amo a mi perra y a la buena cerveza...me da miedo no amar y un día levantarme siendo una ameba.
¿En qué ha cambiado Petisme, el poeta, el cantautor, o podríamos decir que sigue siendo un hedonista?
La vida mas que cambio, es evolución. No he cambiado, simplemente mi capacidad de entenderme como ser humano que envejece y crece, me hace sentirme vivo. No soy un ser cambiante, soy un ser que fluye.
Y claro que sigo sintiéndome un poeta, un cantautor y porque no un hedonista porque rechazo el dolor pero mirándolo de frente, no solo el mío sino el del vecino. Soy hedonista pero no escapista.
LA PASIÓN DE BIOY Y ELENA GARRO

[Hoy en mi sección diaria 'A pleno sol', en Heraldo y heraldo.es me acerco a la historia de amor de Elena Garro y Adolfo Bioy Casares, que se prolongó desde 1949 hasta 1969. El enlace este este, aunque aquí falta la historia de amor de Alejandra Pizarnik y Silvina Ocampo.]
http://www.heraldo.es/noticias/ocio_cultura/cultura/2014/08/01/
la_pasion_elena_garro_adolfo_bioy_casares_302679_308.html
A PLENO SOL. El autor de ‘El sueño de los héroes’ o ‘La invención de Morel’ e íntimo amigo de Borges compartió su vida siempre con su esposa Silvina Ocampo. Pese a ello fue un gran mujeriego y vivió una gran historia de amor con la autora de ‘Recuerdos del porvenir’, cuando aún era esposa del Nobel mexicano Octavio Paz.
La pasión de Elena Garro y Adolfo Bioy Casares
La literatura, como la vida, está llena de amores imposibles. Algunos fueron la semilla, el núcleo, la espiral de origen de libros maravillosos, de poemas sentidos o incluso de suicidios más o menos grotescos. Adolfo Bioy Casares (1914-1999) fue un escritor personalísimo, inclasificable, solitario: durante años, algunos decían que no existía y que era una invención de Jorge Luis Borges, el amigo inseparable con quien escribió a cuatro manos en varias ocasiones; un diccionario famoso de literatura de Aguilar lo liquidaba en 1985, antes de que ganase el Premio Cervantes en 1990.
Bioy pertenecía a una familia acomodada, le apasionaban los deportes, sobre todo el tenis, los coches y era un mujeriego. O uno de esos hombres sensuales y con encanto a los que las mujeres buscan, anhelan, protegen y acaban convirtiendo en amante e hijo a la vez. No le gustaba la noche y era más bien noctámbulo, decían que era intrínsecamente fiel y amó a muchas señoras. La mujer de su vida no ha sido Silvina Ocampo (1903-1993), con quien estuvo casado hasta su muerte. Al parecer tenían una pareja abierta, aunque quien peor lo pasó fue la finísima escritora de cuentos que, según diversos testimonios, sufrió ataques de cólera y de celos. En una ocasión, Bioy Casares le declaró su amor y ella le respondió así: “Lo sé. Has tenido una infinidad de mujeres, pero has vuelto siempre a mí. Creo que eso es una prueba de amor”.
Entre esa infinidad de mujeres hay una que destaca por encima de las demás: la escritora y periodista Elena Garro (1916-1998), primera esposa del Premio Nobel Octavio Paz; en 1963 firmaría una espléndida novela, ‘Los recuerdos del porvenir’, de la que muchos dicen que es, con los libros de Juan Rulfo, el anticipo del realismo mágico. Paz y Garro estuvieron casados entre 1937 y 1959 y tuvieron una hija: Helena Paz Garro (1939-2014). La relación entre los dos se deterioraría gravemente y apareció el odio. Elena Poniatowska, Premio Cervantes de 2013, escribió en ‘La jornada laboral’, en 2006, sobre el desencuentro con Paz tras la separación: «A Gabriela Mora le dijo [Elena Garro]: “Yo vivo contra él, estudié contra él, hablé contra él, tuve amantes contra él, escribí contra él y defendí a los indios contra él. Escribí de política contra él, en fin, todo, todo, todo lo que soy es contra él. (...) en la vida no tienes más que un enemigo y con eso basta. Y mi enemigo es Paz”».
¿Qué sucedió entre Adolfo Bioy Casares y Elena Garro? Se conocieron en París en 1949, en el hotel George V, durante una visita de la pareja argentina. En esa primera cita, pasó algo entre el seductor y la joven escritora. Hubo una atracción inmediata, una curiosidad recíproca. Bioy hizo lo posible para concertar un encuentro en un bosque de las afueras (Paz era diplomático y estaba ocupado) y se dice que caminaron, que hablaron, que se besaron y que alquilaron una pensión para pasar unas horas juntos. A partir de entonces, Bioy y Garro iniciaron una intensa correspondencia: la remitida por el autor de ‘El sueño de los héroes’, una novela que es casi un documento sobre su relación clandestina y apasionada, consta de 91 cartas, trece telegramas y tres tarjetas postales y se halla en Princeton. Y se prolongará durante veinte años, hasta 1969.
Elena Garro y Adolfo Bioy Casares solo se vieron dos veces más: en 1951 en París, de nuevo, y en 1956, en Nueva York. Helena Paz Garro supo por las palabras de su madre las claves de la historia de amor y en cierto modo también la vivió. En sus ‘Memorias’ (Océano, 2003) revela que su madre se quedó embarazada de Bioy y que la situación provocó el enojo de su padre, Octavio Paz, que habría obligado a abortar a su esposa. Según Helena, Paz le dijo a su madre: «Ese niño legalmente es mío. Cuando nazca se lo voy a mandar a mi madre. Y si tú te vas con Bioy, no vuelves a ver a Helena, pues el diplomático y el que tiene el poder soy yo. La embajada me apoyará, ¡pobre estúpida!». A pesar de este contratiempo, los amantes siguieron escribiéndose. Algunas de las cartas de Bioy son impresionantes. Esta se ha convertido en una de las más famosas: «Tú sabes que hay muchas cosas que no hicimos y que nos gustaría hacer juntos. Además, recuerda lo bien que nos entendemos cuando estamos juntos... recuerda cómo nos hemos divertido, cómo nos queremos. (...) Me gustaría ser más inteligente o más certero, escribirte cartas maravillosas. Debo resignarme a conjugar el verbo amar, a repetir por milésima vez que nunca quise a nadie como te quiero a ti, que te admiro, que te respeto, que me gustas, que me diviertes, que me emocionas, que te adoro. Que el mundo sin ti, que ahora me toca, me deprime y que sería muy desdichado de no encontrarnos en el futuro. Te beso, mi amor, te pido perdón por mis necedades». Bioy alternaba las cartas literarias con del amante angustiado y halagador; le dice: «tengo tanta necesidad de ti que si no toleras estos monólogos voy a morir de angustia». En 1952 le escribió a Japón en estos términos: «recaigo en la monotonía y en mi amor y te cuento que eres mágica, o que eres la única diosa que he conocido».
Dejaron de escribirse tras la matanza de Tlateloco de 1968 y por una cuestión de felinos. Durante un viaje, Garro le pidió a Bioy que le cuidase los gatos porque tenía que irse de México. Se los mandó por avión a Buenos Aires en una caja. Bioy los tuvo algunos días en su casa y luego los llevó a una quinta. Ella se lo reprochó y experimentó una reacción inesperada: «Se me secó el amor», confesaría. También diría: «Fue un gran amor y creo que fui el amor de su vida». Agregó: «Adolfo fue la más feliz aventura de la creación». ¿Por qué no se irían nunca a vivir juntos?
el anecdotario
Silvina y Alejandra. Adolfo Bioy Casares tuvo infinidad de amoríos y de uno de ellos nació su hijo Fabián, al que reconoció al final de su vida. Pero también su esposa Silvina Ocampo -hermana de Victoria, la directora de la revista ‘Sur’ (que enamoró a Ortega y Gasset y a Tagore)-, vivió alguna relación secreta. Por ejemplo con la poeta Alejandra Pizarnik. Esta le envió numerosas cartas; una de las más efusivas fue de 1972, poco antes de su suicidio: « Te dejo: me muero de fiebre y tengo frío. Quisiera que estuvieras desnuda, a mi lado, leyendo tus poemas en voz viva. Sylvette mon amour, pronto te escribiré. (...) Además la muerte tan cercana a mí (tan lozana!) me oprime. (…) Sylvette, no es una calentura, es un re-conocimiento infinito de que sos maravillosa, genial y adorable. Haceme un lugarcito en vos, no te molestaré. Pero te quiero, oh no imaginás cómo me estremezco al recordar tus manos que jamás volveré a tocar si no te complace puesto que ya lo ves que lo sexual es un “tercero” por añadidura».
*La foto de Bioy Casares puede verse aquí:
https://antoncastro.blogia.com/upload/externo-a5fcef859f5b570bf77b2c45942e5509.jpg
CARMEN ALIAGA: ALGUNOS POEMAS

que consigue el escape
he llegado a la almena.
Delante de la sombra
de una guerra continua,
detrás del porvenir
y su ropaje en llamas.
La nuca despejada de los niños,
la falda de los pétalos abiertos,
el frío que retira
sus labios de mi puerta,
el dibujo rosado de los pómulos firmes.
El cielo como sábana
ya tibia de algún cuerpo,
los soles replegados
en el hombro más joven,
la sandalia trenzando
empeines y vitrinas,
el mundo a mis espaldas
vencedor y soberbio.
Todo,
todo lo he ido guardando
en la cesta del ojo,
el amirez antiguo,
la mezcla que rebosa,
el carbón y la nieve
de los sucesos.
La antorcha de la voz
que recuerda los golpes,
el hombre que camina
tras enterrar al hombre,
las cenizas abajo
mientras emprendo el vuelo.
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Transitar
el más ingrato túnel
con la venda en los ojos
igual que si jugases
a la gallina ciega.
Arrancar
de la propia baldosa
la sílaba oportuna
soltando de paredes
palabras que se agarran como lapas.
Hacer y deshacer
este puzzle complejo
y una vez acabado
anotar sus medidas,
la altura exacta, el peso,
como a un recién nacido
aún amoratado.
Arriesgarse a mostrarlo
mientras ves como empieza
a cobrar movimiento
y se dirige a ellos.
Hacia el primero,
el que lo arrojará a su vertedero
como un simple desecho,
hacia el segundo,
que pasará junto a él
con la más absoluta indeferencia
y hacia el tercero
que quizá lo amará
hasta darle su nombre.
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O let me be awake, my God!
(S.T.Coleridge)
A menudo despierto al borde del espanto.
Tú duermes a mi lado
y sueñas con los peces que se escapan de mí.
Abro la boca como el lobo y el hambre
pero sólo me trago mi propio grito,
tu ropa en la caboa,
mi piel en el perchero,
este dolor que llevo de pijama.
El sueño y sus verdugos me taparán los ojos
mientras el mar se pudra debajo de mi lengua.
Agua.
Agua para el ahogado.
Las olas, al final, me romperán el cuello.
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Todos vosotros conocéis
la profunda melancolía que nos sobrecoge
al recordar los tiempos felices.
(Erns Jünger)
En aquel largo tiempo
de promesas y dudas
aprendí a recostar mi cabeza
sobre los acantilados de mármol.
El libro fue la almohada,
lamparilla encendida,
la extensa prolongación
de mi mejilla.
La obra, como un pájaro,
desplegaba sus alas
y anidaba en mi frente,
antesala del sueño.
El reflejo del sol
sobre la flor de fuego,
el silencio en la ermita y el herbario,
el bárbaro menguando
ante el niño creciente.
La gran sabiduría
dominando el veneno.
Y el mármol recubría mis manos extranjeras,
acantilados que se alzaban
ante los pies descalzos de la palabra.
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En las horas más negras
voy pariendo las letras de mis hijos,
los hijos de mis letras.
Es mi voz ese llanto de madre abandonada,
ese grito primero que asoma la cabeza.
La miseria de fuera
tirará de los hombros
para sacar el resto.
Pero decidme ahora,
mientras que me desangro,
quién coserá mi herida,
quién cerrará mi ombligo,
quién dará la palmada
para que el niño llore,
ya huérfano de mí.

expulsado del árbol de la mirra?
¿Por qué no me deshice
bajo el espeso limo del diluvio?
El desierto ha abrasado
mi argolla y sus tobillos.
¿En qué momento el éxodo?
Los cien ojos de Argos
me vigilan de cerca.
¿Por qué no veo el mar
si está llena mi boca
de sal y de cristales
de botella?
No ha de llegar a oído de los dioses
ni el clamor ni la súplica.
La cruel metamorfosis
no admite retroceso.
Me alejaré del templo sin voces y sin flautas
repitiendo, cual Eco,el último sonido.
Cúmplase la palabra de la pitia.
No volveré a mi forma primitiva.
*
La bestia ha regresado
con su carcaj abierto.
Mi pequeño animal anunció su llegada
y el día fue un aullido
de perros en la muerte.
La bestia ha regresado.
El testamento cuelga
de su hocico imponente.
Los pájaros de Ares
excavan persistentes
la mina descubierta.
La bestia ha regresado.
Mi casa arrastra un río
de frutas que se pudren
mientras se quema
la tierra de mi padre.
La bestia ha regresado.
Sobre mi vientre yace
un niño de ceniza,
los huesos de manzana
que lo atragantan.
*
Hoy amanece lento
sobre el tejido limpio
y los astros confunden
las aguas con la tela.
Mar del este,
mar sujeto a una barra de hierro,
estandarte de estrellas de diez puntas.
Mar del este y del norte
sobre flores de hilo,
donde el destello muestra
el esmerado paso de la aguja.
Hoy amanece lento
y el hermoso animal de la luz
se abalanza
sobre la cara y cruz de aquello cuanto nombra,
sobre el faldón del niño que bautiza.
Nada escapa a sus ojos enormes
a su larga pupila hambrienta de matices,
el acero, el cristal,
la madera,
la nívea porcelana
de la pequeña marioneta durmiente.
Hijo de Adán
despierta de tu noche,
de esa mano engañosa que bate palmas
y oculta la canción de la muerta primavera.
Hijo de Adán,
anciano de los días,
afila la tijera de tus dedos pintados
y rasga tu atavío,
ese paño de sombras,
la tela de fantasma
que te recubre.
*
... y todo en movimiento
las aspas del molino,
la cinta del tocado,
la cámara de aire
sobre la extensa
báscula de pesaje,
la luz parpadeante
del viejo fluorescente,
el velo de la novia
como una catarata
de tiempo venidero
...y todo en movimiento
la flor sobre la urna,
la muerte repitiéndose,
los piececitos limpios
de aquel niño minúsculo
que volvía a la vida
la ceniza en la frente,
la tierra prometida,
la imagen de dos rostros
oscilando en el tiempo
como un único péndulo.
A mi padre, el mejor soldado
No hay mieles suficientes
para la boca amarga,
para la boca barco
y el mar como un zumbido
deshaciendo los cuerpos
de los ahogados,
para la boca hinchada
de peces y venenos,
el aguijón anclado de la reina.
No hay mieles suficientes
para la boca amarga,
para la boca tierra
indigesta de trenes,
de un sol que abre en canal
el vientre de los pájaros.
- Un hombre descarrila en medio de la noche-
y el fruto de la vida estalla en los manteles,
una granada roja
como una bomba.
La guerra ha terminado.
Retrocedan soldados a sus celdas
y arrojen de sus mesas
esa pila perfecta
de jugosas manzanas,
pues siempre hay un momento
en que se acaba el hambre.

*
LOS AMANTES DEL CÍRCULO POLAR
No podremos tocar
las cien manos del álamo
vertiendo lentamente
el oro de sus hojas,
esa joya que labran
para esculpir su nombre.
No podremos sentarnos
frente a la nueva pérgola
esa que reclamamos
y apuntó a nuestro rostro
con sus armas de fuego.
No podremos medir
la distancia en milímetros
entre los dos amantes
que hayemos suplantándonos,
ni la estatura nueva
del ciprés vigilante.
Pero te juro, amor,
que ellos podrán oír
nuestra voz al unísono,
el contrapunto
resonando sublime
sobre los setos recortados,
sobre la catarata helada
de diciembre,
sobre el grito estruendoso
de esas aves exóticas
aquéllas que exhibían
el multiforme,
el infinito
Cántico de la Vida.
HEDY LAMARR, ACTRIZ Y CIENTÍFICA

Hoy, en la sección ’A pleno sol’, publico un texto sobre la actriz y mujer de ciencia Hedy Lamarr (1914-2000]
http://www.heraldo.es/noticias/ocio_cultura/2014/08/02/
hedy_lamarr_actriz_mas_bella_ciencia_302894_1361024.html]
[A PLENO SOL. La intérprete vienesa, que alcanzó la fama con ‘Éxtasis’, donde realizó el primer desnudo integral de la historia del cine, y con ‘Sansón y Dalila’, fue una una gran científica e ingeniera militar. Con el músico George Antheil descubrió un sistema de comunicación que anticipó el GPS, la telefonía móvil o el wi.fi.]
Hedy Lamarr, la actriz
más bella de la ciencia
Si Ava Gardner fue “el animal más bello del mundo”, Hedwig Eva Marie Kessel, que se haría célebre como Hedy Lamarr (Viena, 1914- Orlando, EE. UU., 2000) sería “la mujer más hermosa de la historia del cine”. Y a la vez fue mucho más: uno de esos casos increíbles, extraños y fascinantes, que daría para una asombrosa película. Fue actriz, ingeniera, científica y una precursora de invenciones que nos han cambiado la vida. Su padre, Emil, era un banquero fascinado por el progreso y los avances tecnológicos y su madre era pianista. Los dos eran judíos. Ella estudiaría danza, música e idiomas, y no solo eso: en el colegio pronto demostraría que era muy brillante, superdotada, y que todos la perseguían y la pretendían. En sus memorias denunciaba varias tentativas de violación.
Se matriculó en Ingeniería a los 16 años y antes de que nadie se diese cuenta lo dejó y decidió apostar por el teatro. Fue así como empezó a estudiar con Max Reinhardt; poco después, antes de llegar a la mayoría de edad, fue contratada para una película checa, ‘Éxtasis’ de 1932, de Gustav Machatý, que le exigió un hermoso sacrificio: se desnudaba durante diez minutos, a lo largo de un bosque que desembocaba en un lago, y fingía un orgasmo. La película fue un auténtico escándalo: dicen que es el primer desnudo integral en una película comercial. La obra la vio el empresario Friz Mandl, que se quedó embrujado y espantado a la vez. Aquella mujer, jovencísima y radiante, lo perturbó de tal suerte que pidió su mano y arregló con sus padres, en agosto de 1937, un matrimonio de conveniencia.
Mandl, que se dedicaba a la industria de armas y pertenecía al partido nazi, hizo todo lo posible para conseguir las copias de la película. No lo logró. Fritz obligó a su mujer a dejar el cine y la mantuvo en un régimen de cautividad durante dos años. Heddy aprovechó esa reclusión infame –solo podía desnudarse o ducharse si él estaba delante- para volver a la ingeniería. Siguió estudiando e investigando. Mujer de recursos, al cabo de un tiempo estableció una relación sentimental con su asistenta, y ella le ayudaría a escapar a París. De ahí partió a Londres, a pesar de que los guardaespaldas de su marido le pisaban los talones. En la capital inglesa embarcó en el trasatlántico Normandie para Estados Unidos, con tal fortuna de que en él viajaba Louis B. Mayer. Lo sedujo, y él le sugerirá que se cambie de nombre: pasará a ser Hedy Lamarr, en honor a una ex amante yonqui del productor y director, Barbara La Marr (1896-1926).
Aquella mujer morena, de una belleza inefable, había hecho cinco películas. Hasta su retiro en 1958, participará en alrededor de una treintena, la más famosa será ‘Sanson y Dalila’ (1949), dirigida por Cecil B. DeMille, pero para entonces ya habría dado mucho que decir. En el cine, salvo ese filme, no tuvo suerte: eligió mal los papeles y rechazó películas que fueron un gran éxito como ‘Casablanca’ o ‘Luz de gas’, que haría Ingrid Bergman, con quien tiene otro rasgo en común: las dos enamoraron y amaron al fotoperiodista Robert Capa. También estuvo a punto de ser elegida para ‘Lo que el viento se llevó’.
Hedy Lamarr odiaba al nazismo y a Hitler (que le había besado los dedos de las manos de niña), odiaba al fascismo y a Mussolini, con quien comió alguna en la casa familiar, pero mientras estuvo encerrada –ella habló en sus memorias eróticas ‘Éxtasis y yo’ de “secuestro” y “esclavitud”- intentó aprender todo lo que se podía aprender de los amigos, empresarios y contactos políticos de su marido. Libre ya y lejos de Mandl, tendría una obsesión: combatir a esos dos movimientos que venían a aniquilar el mundo. Por ello, no resulta raro que además de hacer su carrera en la pantalla y en la moda trabajase en sus inventos.
El más importante lo desarrolló con George Antheil (1900-1959), un músico bohemio que componía bandas sonoras para películas y escribía en ‘Esquire’. Juntos concibieron la técnica del salto de frecuencia, “el espectro expandido”, que consistía “en un sistema secreto de comunicaciones entre barcos y aviones que servía para dirigir un torpedo con señales de radio que cambiaban de frecuencia arbitrariamente para evitar ser interceptadas”. Este sistema, ampliado y perfeccionado, dará lugar a inventos modernos como el GPS, el Bluetooh, la telefonía móvil o el wi-fi. Lo patentaron el agosto de 1941, pero no les hicieron mucho caso al principio, a pesar de que estaba pensado para la II Guerra Mundial. Su invento empezaría a usarse en la guerra de Vietnam y en Cuba a partir de 1957.
Heddy Lamarr fue una mujer excepcional. Algunos reclamarían para ella el Premio Nobel de Física cuando se supo su importancia científica. Era de una hermosura impresionante, tenía carisma, personalidad y un gran ‘sex appeal’. Aunque no hizo una carretera deslumbrante en el séptimo arte, trabajó con grandes realizadores como King Vidor o Jacques Tourner. No bebía, no le gustaban las fiestas y amó a hombres y mujeres. Se casó seis veces y siempre se declaró partidaria del placer. Se confesó hipersexual. Tuvo al menos tres hijos. No concedía entrevistas. Eso sí, tenía un vicio no demasiado secreto: se volvió cleptómana y se arriesgaba incluso por un cepillo de dientes.
EL ANECDOTARIO
El arte y el glamur. Quizá no le habría gustado mucho a Hedy Lamarr una consideración de Terenci Moix sobre ella en sus libros de ‘Mis inmortales de cine’. Dice: “Aunque había estudiado arte dramático en la Escuela de Max Reinhard, y aseguran que en Austria pasó por el teatro, esto no se notaba ni llegó a notarse nunca. La máscara de ‘Lamarvelous’ fue la perfección de la inexpresividad”. La frase, cruel, encontró en ella casi una respuesta: “Cualquier chica puede ser glamurosa. Lo único que tienes que hacer es quedarte quieta y parecer estúpida”.
Besos de guerra. Este mismo año, con motivo del centenario de su nacimiento, que se cumple el 9 de noviembre, Telefónica le dedicó una gran exposición a su condición de mujer de ciencia: ‘Hedy Lamarr y el Sistema Secreto de Comunicaciones”. Como Marilyn Monroe o Marlene Dietrich, también se implicó en el apoyo a los soldados de la Segunda Guerra Mundial. Quien comprase boletos por el valor de 25.000 dólares, recibiría un beso de la actriz. Hedy Lamarr vendió siete millones en una sola noche. Es decir, dio 280 besos, lo que no está nada mal.
*La foto, de 1940, es de Goerge Hurrell.
*En el original en Heraldo hay un error: la película 'Sanson y Dalila' es de Cecil B. DeMille, no de Louis B. Mayer. Mil disculpas. Nunca se corrige lo suficiente...
VIDA Y PINTURA DE PABLO GONZALVO

A PLENO SOL. La historia de un artista aragonés del siglo XIX, que se especializó en la pintura de perspectivas y paisaje urbano. Se formó en Zaragoza y se instaló en Madrid. Pintó Toledo, la Alhambra o, entre nosotros, El Pilar, la Torre Nueva y La Seo. Su gran amigo fue el cubano José Martí.
Vida y pintura de Pablo Gonzalvo
El siglo XIX cuenta con dos de los más grandes pintores aragoneses de la historia: Francisco de Goya, que moriría en Burdeos y revolucionó el arte en sus últimos años, especialmente con las ‘pinturas negras’, sus cuadros de guerra y sus grabados, y Francisco Pradilla, a quien llamaron alguna vez «el segundo Goya de Aragón», por su paleta variada y plena de color que le permitía realizar retratos, pintura de historia, cuadros simbolistas, alegóricos y costumbristas. Pero en ese período hubo otras figuras importantes, elogiadas por doquier: un buen ejemplo sería Pablo Gonzalvo Pérez (Zaragoza, 1829-Madrid, 1896), el gran amigo aragonés de José Martí y un artista finísimo, perfeccionista, especializado en lo que se denomina pintura de perspectivas, paisajes arquitectónicos y urbanos, y vistas interiores de catedrales y edificios nobles.
No se saben demasiadas cosas de su vida: nació en Zaragoza en 1828 (a veces se dice que en 1827 o incluso en 1830) y era hijo de hijo de Pedro Gonzalvo y Engracia Pérez. A orillas del Ebro realizó sus primeros estudios; pronto descubrió la pasión por el arte y no tardaría en trasladarse a Madrid. Ingresó en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, al menos durante el curso 1845-1846, y fue alumno y discípulo de Federico de Madrazo (1815-1894), del que se escribió «que era el más sólido retratista del momento», autor de alrededor de 600 obras del género. Gonzalvo asistió a su taller, se especializó en paisaje y parece evidente que el maestro le realizó un cuidadoso retrato ovalado; a veces se dice que no es Gonzalvo, sino otro alumno pintor: José Gonzálvez Martínez.
No es fácil saber cómo evolucionó la carrera del pintor aragonés. Sí se sabe, por ejemplo, que debía ser amigo de Martín Rico, artista que reivindicó hace muy poco el Museo del Prado y del que podemos ver algunos cuadros en el Palacio de Sástago, porque en el verano de 1856 ambos visitaron el santuario de Covadonga y tomaron numerosos apuntes del natural al dibujo y a la acuarela. ¿En qué momento decide Pablo Gonzalvo especializarse en pintura de perspectiva arquitectónica o paisaje urbano? No se sabe con exactitud, pero se convertirá en el gran maestro de un género al que algunos consideraban menor. Era muy exigente, exigía precisión y paciencia, sentido de la composición y dominio del contraluz. Esa disciplina tenía a la arquitectura como protagonista. Gonzalvo alterna el trabajo de creación, las horas en su obrador (lo tuvo en la cuesta de Santo Domingo, 3, muy cerca del Palacio Real, al menos durante años) con la enseñanza. Primero fue profesor de Perspectiva en las Escuelas de Bellas Artes de Cádiz y de Valencia, tal como cuenta Manuel García Guatas en su libro ‘La España de José Martí’ (PUZ, 2014); a partir de 1868 obtuvo un puesto en la de Pintura, Escultura y Grabado de Madrid, donde se jubilará.
Como era frecuente en la época concurrió a las exposiciones nacionales y logró tres primeras medallas en las de 1860, 1862 y 1864, pero también fue galardonado en Bayona, París y Viena. Fue un pintor viajero y al parecer estuvo en ciudades como Roma, Venecia (hace algunos años Cajalón exhibió una vista veneciana suya), Viena y Constantinopla (no parece probable que estuviera en Filadelfia, donde también concursó), experiencia que le permitió ampliar su perspectiva artística. También remitió piezas a certámenes en Londres y Múnich.
Además de estos lugares, quizá por su residencia temporal en Cádiz y su interés por el rico patrimonio andaluz, Pablo Gonzalvo pintó espacios como la Alhambra o la Mezquita de Córdoba, aunque su debilidad siempre se ha dicho que ha sido Toledo, donde solía veranear. Pintó la catedral de Toledo, pero también las catedrales de Burgos y de Ávila, la Lonja de Valencia o la Universidad de Salamanca, entre otros lugares. Por sus numerosos premios fue nombrado comendador de la Orden de Carlos III y de Isabel la Católica y era protegido del Duque de Fernán Núñez y la infanta Isabel de Borbón.
¿Y Zaragoza? A veces no es fácil saber cuándo retorna a la ciudad, pero mantiene el vínculo y se siente atraído por su arquitectura. Especialmente por la Torre Nueva, que sería derribada tres años antes de su muerte, por la Basílica del Pilar y por la catedral de La Seo y, en particular, por la capilla sombría e inquietante del inquisidor Pedro Arbués, que fue asesinado en su interior.
Al parecer, Pablo Gonzalvo era un enamorado de la Torre Nueva y la pintó en varias ocasiones. Le apasionaban, como a su amigo José Martí, los días de bullicio y de feria. De hecho, intentó trasladar a sus lienzos esa actividad. A Pablo Gonzalvo lo han estudiado diversos historiadores del arte: Ana García Loranca y Jesús Ramón García-Rama, Manuel Ossorio, María Luisa García Moreno, Yanelis Abreu, etc. Y entre ellos, el citado García Guatas, que recuerda que «debía ser persona de carácter afable, comunicativo y de convicciones progresistas», que pertenecía a la Sociedad Progreso Espiritista de Zaragoza, cuya lista de socios publicó en dos volúmenes Calixto Ariño, el director del ‘Diario de Avisos de Zaragoza’. Sin embargo, el auténtico divulgador y defensor de la obra de Pablo Gonzalvo Pérez fue José Martí, que lo visitó en Madrid, que lo vio pintar en Zaragoza (en concreto el ‘Interior de la Seo de Zaragoza’, de 1876, que El Prado tiene en depósito en el Museo de Zaragoza) y que le dedicó bellas y cariñosas páginas a ese «buen amigo», el «laborioso, modesto y laureado Gonzalvo: que más que por lo laureado, vale por lo modesto». Y, sobre todo, por su talento plástico indiscutible.
el anecdotario
Belleza y distancia. Tras su estancia en Madrid -donde debió de conocerlo, según Guatas- y sus casi veinte meses en Zaragoza, donde coincidieron de nuevo, José Martí le dedicó páginas muy cariñosas y entusiastas a Pablo Gonzalvo, igual que a Goya, Fortuny o Madrazo. Dijo: «Nadie como Gonzalvo puede medir las distancias con tanta exactitud, ni sabe reproducir la severidad y dureza de una línea recta, o recrear, casi viva, la antigua belleza ornamental. El Museo del Prado tiene un exquisito cuadro de Gonzalvo, ‘El patio de las infantas’». En realidad, la obra se titula: ‘Celebrada casa de la Infanta en Zaragoza, la salida del combate’, y está fechada en 1868.
*Este retrato es de Federico de Madrazo.
INOLVIDABLE FRANÇOISE DORLÉAC

[A PLENO SOL. La historia de una gran intérprete francesa que había seducido a François Truffaut, Jacques Demy o Roman Polanski. Tenía 25 años cuando se estrelló en un coche en dirección a Niza. Era bella, fascinante, de una contagiosa alegría de vivir. Deslumbró en ‘La piel suave’ y coincidió con su hermana en ‘Las señoritas Rochefort’.]
Françoise Dorleác: la inolvidable
hermana de Catherine Deneuve
Hay vidas que son como un centelleo y dejan un fulgor inextinguible. Una memoria poblada de imágenes, sensaciones y personajes: un sueño de cine. Una de esas vidas, una de esas criaturas fue la actriz Françoise Dorléac (París, 1942- Villeneuve-Loubet, 1967), hermana de Catherine Deneuve, dieciocho meses mayor que ella. Al principio, Catherine acompañaba a su hermana a los rodajes y le contagió la ilusión de interpretarse a sí misma y de ser otra.
Quizá por ello, a Catherine le costó casi treinta años hablar de aquella joven rebelde que encarnaba la alegría de vivir y la libertad. Françoise desapareció de un modo horrible un 26 de junio de 1967: había alquilado un coche en Niza y, cuando se dirigía con prisa al aeropuerto a tomar un avión hacia París, sufrió un accidente y salió de la calzada; con el impacto, el vehículo se incendió, se bloquearon las puertas y quedó allí prisionera entre las llamas. Tenía 25 años y era una de las musas del cine francés: había trabajado con René Clair, Jacques Demy, François Truffaut y Roman Polanski, entre otros. La esperaba en Londres Ken Russell para continuar el rodaje de su última película: ‘Un cerebro de un billón de dólares’, en la que participaba Michael Caine.
Catherine Deneuve firmó con el joven novelista Patrick Modiano (1945), que también había perdido a su hermano Rudy en 1957, un volumen de recuerdos: ‘Elle s’apellait Françoise’ (1996), donde decía, entre otras cosas: «Teníamos una intimidad muy grande pero, al mismo tiempo, no nos gustaba la misma gente. No teníamos los mismos amigos ni nos gustaban los mismos hombres. Esto era perfecto ya que evitamos la rivalidad amorosa que habría podido existir entre nosotras, que éramos casi de la misma edad. La verdad es que parecíamos el día y la noche. Parece una locura pero, en el fondo, el hecho de ser muy diferentes nos acercó en lugar de separarnos. La pérdida de Françoise es el drama más importante de mi vida».
Françoise siempre fue especial en una familia muy particular. Sus padres, Maurice Dorléac y Renée Deneuve, eran actores. Y ella hizo su primera aparición en escena con diez años. Muy pronto dejó el liceo, de ahí que casi desde entonces haya tenido fama de díscola, indisciplinada y con arrebatos de genio. Se apuntó a un curso de teatro con Raymond Girard para verificar si aquella era su auténtica vocación y al año siguiente, en 1957, se matriculó en el Conservatorio de Arte Dramático, donde tuvo como profesor a Manuel Rochel. A este le gustó tanto aquella joven decidida, con energía y belleza, dispuesta a comerse el mundo, que le dio el papel de ‘Gigi’, la pieza que había escrito Colette, para un montaje escénico de 1960 en el Teatro Antoine. Apenas tenía 18 años y ahí empezaba su carrera. Casi a la vez dio el salto al cine, en concreto a través de ‘Les loups dans la bergerie’ de Hervé Bromberger (1959). En los años siguientes actuaría en ‘Todo el oro del mundo’ (1960) de René Clair y en ‘Les portes claquent’ (‘El golpe de las puertas’) de Michel Fermaud. Dicen sus biógrafos y amigos que cuando hizo esta película animó a su hermana Catherine para que trabajase en el cine. También actuó en ‘Arsenio Lupin contra Arsenio Lupin’ (1962) de Eduard Molinaro y a la vez se convirtió en modelo de Christian Dior.
Estaba naciendo una estrella. En los 60 Francia daría una generación magnífica de actrices como Bernadette Laffont, Anna Karina y Anne Wiazemsky (ambas serían musas de Godard), la propia Jane Birkin, Marie Laforet y por supuesto las hermanas Dorléac-Deneuve. El año 1964 sería capital para Françoise: hizo dos películas muy conocidas, ‘El hombre de Río’ de Philippe de Broca, donde compartió protagonismo con el galán Jean-Paul Belmondo, y ‘La piel suave’, su colaboración con François Truffaut, donde encarnaba a la azafata Nicole que vivía una historia de amor con un casado hombre de negocios. Para muchos es su mejor trabajo. Truffaut, el realizador que siempre amaba a sus actrices, sacó el mejor partido de ella: era hermosa, soñadora, inquietante, vivaz, dulce y arisca a la vez, de una intensa sensualidad. Vivieron un romance durante una filmación tensa, en la que ni ella ni el cineasta se entendieron con el actor Jean Desailly. Les quedó una gran amistad, se cartearon a menudo y Truffaut le dijo que contaría con ella cada seis años. La retrató así: «Para todos los que la conocimos, Françoise Dorléac era una persona como se encuentran pocas: una joven mujer incomparable a la que su encanto, su feminidad, su inteligencia, su gracia y su increíble fuerza moral le hacían inolvidable para quien hubiera hablado una hora con ella».
Al año siguiente hizo ‘Callejón sin salida’ (1965) de Roman Polanski y dos años después cumplió un sueño: protagonizó con su hermana Catherine (con la que la habían querido enfrentar) una deliciosa película: ‘Las señoritas Rochefort’ (1967), un musical de Jacques Demy, donde ambas estaban inspiradísimas. La pieza, de una puesta en escena un tanto relamida, de tonos pastel, era un homenaje y a la vez una parodia de los musicales norteamericanos, de hecho intervino Gene Kelly. Las dos estaban muy bien: quizá Catherine fuese algo más sofisticada, distante y fría. Hicieron una película sugerente, elegante, llena de complicidad y de ternura sobre la búsqueda del verdadero amor. Parecían gemelas, casi como Pili y Mili. Demy había dirigido a Catherine en ‘Los paraguas de Cherburgo’.
Françoise siguió actuando hasta que produjo el fatal accidente. Realizó veinte películas en apenas siete años. Catherine, célebre y famosa, pareja durante un tiempo de François Truffaut, confiesa en el libro: «No lograba decir adiós a una hermana que era lo que más quería en el mundo». Quizá tampoco lo haya logrado todavía.
el anecdotario
Retrato íntimo. Catherine Deneuve, con Patrick Modiano, la definió así: «No verla nunca más, no poder tocarla, era lo único que me preocupaba. Para mí, Françoise es su cara, su pequeña nariz, sus pecas, su risa, su voz. Sobre todo su voz. Cuando oigo su voz, aparece ante mí inmediatamente. Escuchar la voz de Françoise es como un bálsamo pero, al mismo tiempo, es algo realmente de muy duro, ya que supone la apertura de una herida de nuevo que no se volverá a cerrar nunca completamente».
La joven moralista. Truffaut escribió sobre ella en 1968 en ‘Cahiers du cinéma’, texto que integraría su libro ‘El placer de la mirada’: «Françoise es inflexible, a veces hasta el límite de la tolerancia: una moralista cuyas conversaciones son ricas en aforismos sobre la vida y el amor. Y posee un bello e inteligente rostro y un cuerpo como recién desarrollado, como para durar eternamente».
LIZZIE SIDDAL: LA MUSA ETÉREA
A PLENO SOL. Se llamó Elizabeth Eleanor Siddall (1829-1962) de nacimiento, fue modista de sombrerería y se convirtió en la modelo ideal de los artistas Prerrafaelitas. Fue la amante y la esposa de Dante Gabriel Rossetti y murió a los 33 años, de una dosis excesiva de laúdano.
Lizzie Sidal fue la ‘Ofelia’ de Millais en 1852. Durante el posado contrajo una neumonía.
Tras su muerte en 1862, su marido Rossetti le rindió su mejor homenaje con ‘Beatrix Beata’
LIZZIE SIDDAL: LA MUSA ETÉREA
Antón CASTRO
La historia del arte está llena de locura, muerte y episodios de amor. El relato de la vida y la creación de Dante Gabriel Rossetti (1828-1882) y Elizabeth Eleanor Siddal (1829-1962) tiene de todo; constituye uno de esos admirables capítulos donde la realidad y la imaginación se vuelven imprecisos, donde la enfermedad y la muerte conviven con la obstinación y el delirio hasta hundirse en la sinrazón y la tiniebla. Procedían de familias muy distintas: de origen italiano, aunque londinense, Dante Gabriel era hijo de un emigrado rico e ilustrado que le pudo dar una buena educación. Pronto se apasionó por la pintura y la poesía, y en 1848, con los pintores William Holman Hunt y John Everett Millais fundó la Hermandad Prerrafaelita, que se oponían al nuevo academicismo y reivindicaba un regreso al detallismo, la luz y el color de los pintores italianos y flamencos anteriores a Rafael; en el fondo, era un regreso a una nueva forma de romanticismo vinculado a la época medieval y al renacimiento.
Elizabeth Eleanor Siddall, que pasaría a la historia como Elizabeth o Lizzie Siddal (con una sola ele), había nacido en 1829 en el seno de una familia humilde que tenía seis hijos. No está claro que fuese a la escuela, pero sí que era una criatura sensible que descubrió el embrujo de la poesía al leer, en un viejo diario, un fragmento de un poema de Alfred Tennyson. También debía ser una joven resuelta: trabajaba de modista en una sombrerería y de modelo de artistas, merced a que un día el pintor William Deverell la vio y se quedó fascinado: era alta, de cartílagos airosos, tenía un rostro ideal, los labios carnosos y un pelo rojo, muy rojo, aunque otros utilizan el epíteto cobrizo. Además del porte, poseía un aire más bien lánguido y romántico.
Probablemente fuese Deverell quien la descubrió, pero quien se enamoró de ella fue Dante Gabriel Rossetti. Era la modelo que andaba buscando: la musa etérea, la mujer soñadora y sensual. Sus relaciones fueron más allá de la pintura: ella posó para él y además se convirtió en objeto de veneración. Durante algún tiempo, el pintor y poeta permitió que posase para otros. Lo haría, por ejemplo, para John Everett Millais en 1852 y para Clerk Saunders en 1857. Su colaboración con Millais respira enigma y belleza. Fue su ‘Ofelia’, inspirada en el personaje de ‘Hamlet’ de Shakespeare; la situó en una bañera que el pintor calentaba con velas y en varias ocasiones, de tan obcecado o concentrado que estaba Millais, no se percató de que el agua se había enfriado. A consecuencia de estas sesiones, Lizzie Siddal cogió una neumonía de la que dicen que jamás se recuperó del todo; siempre fue una joven pálida y enfermiza. Algunas fuentes aseguran que su padre denunció al pintor y le pidió una compensación para curar a la joven. Esa ‘Ofelia’ es uno de los cuadros más famosos con el rostro de Lizzie.
A la vez, seguía manteniendo su historia de amor con Dante Gabriel Rossetti. Este no accedía a casarse porque su familia no la aceptaba. Poco a poco, la joven, enferma y desanimada, se fue haciendo adicta al láudano. Por fin, en 1860 se casaron en Hastings, en una ceremonia en la que no hubo invitados. Para entonces, Lizzie Siddal ya conocía bien el carácter de su marido, dado a la bebida y un gran seductor de otras mujeres, que a veces eran sus modelos. Ahí están nombres como Jane Burden (esposa de William Morris), Ruth Herbert, Annie Miller, Alexa Wilding y Fanny Cornforth. A todas las pintaba y concertaba citas con ella. Y a la vez, celoso y agrio, ya no soportaba que su esposa posase para otros. En sigilo, a veces con su colaboración, a veces más o menos en secreto, Lizzie, dotada de una intensa sensibilidad, escribía poemas, sobre todo de amor, dibujaba y pintaba. Pintó algunos autorretratos. Pero esa actividad estaba eclipsada por la fama de su marido y también por su visión pesimista de la vida y quizá de sí misma: solía retratarse triste, espectral, casi tenebrosa.
El 11 de febrero de 1862, al parecer Dante Gabriel Rossetti salió de casa para impartir algunas lecciones a gente humilde, como solía hacer. En realidad, le confesó a un amigo que iba a encontrarse con Fanny Cornford, a la que llamaba “mi querido elefante”: era opulenta, fuerte, alta, pero carecía de la belleza de Lizzie. Cuando regresó casi al alba, se encontró con su esposa yerta. Quizá se había excedido con el láudano y se había muerto. Esos dos años de convivencia habían sido infernales: por las infidelidades del pintor y poeta, por dos embarazos que no llegaron a buen puerto, por la doliente fragilidad de la joven. Apenas tenía 33 años. Los historiadores hablan de suicidio. Dante Gabriel Rossetti se sintió culpable: logró deslizar en su ataúd uno de sus cuadernos manuscritos con sus poemas y no tardaría en rendirle uno de sus mejores homenajes al pintarla en ‘Beata Beatriz’.
Casi siete años después, instigado por su marchante artístico, Charles Augustus Howell, se exhumó el cadáver y se recuperaron los poemas. Rossetti no se atrevió a estar presente, aunque había intentado comunicarse con ella a través del espiritismo. Aceptó cuánto lo contó Howell: le dijo que Lizzie estaba impecable, incorrupta, que el pelo le seguía creciendo, y le devolvió los poemas, que publicarían sus amigos en 1870 con el título de ‘La casa de la vida’ (hay edición en castellano del aragonés Francisco M. López Serrano en Pre-Textos, 1998). Los expertos se escandalizaron: eran poemas de amor y erotismo de alguien que había sufrido mucho.
Rossetti murió en 1882, veinte años después de la muerte de su mujer. En los últimos tiempos, se convirtió en un auténtico anacoreta, víctima de la culpa, de la locura y quizá del olvido. Se hizo acompañar por un marsupial, el wombat, al que le cuesta catorce días hacer la digestión. Fue, con el fantasma de Lizzie, su última compañía.
EL ANECDOTARIO
Amor de película. Esta historia le ha interesado mucho al cine y a la televisión. Al menos se han rodado tres películas: ‘El infierno de Dante’ (1967) de Ken Russell, ‘La Escuela de Amor’ (1975), una serie de televisión, donde Patricia Austin encarnaba a Lizzie, y ‘Románticos desesperados’ (2009), interpretada por Aidan Turner (Rossetti) y Amy Manson (Lizzie), que es una serie de la BBC en seis capítulos de Paul Gay. Puede verse aquí con subtítulos en portugués: http://www.dailymotion.com/video/x1zp50q_romanticos-desesperados-ep-1-6-leg-pt_shortfilms. Lizzie Siddal y Rosseti tienen muchos seguidores en la red. Aquí puede conocerse mejor el mundo de ambos: www.lizziesiddal.com.
Retrato. Dante tenía varios hermanos, entre ellos Christina, poeta, y William Richard, crítico y escritor, que ha dejado este retrato de Lizzie Siddal: “Una de las criaturas más bellas, con un aire entre dignidad y dulzura con algo que excedía la modestia y la autoestima y poseía una desdeñosa reserva; alta, finamente formada con un cuello suave y regular, con algunas características poco comunes, ojos verde-azulados y poco brillantes, grandes y perfectos párpados, una tez brillante y un espléndido, grueso y abundante cabello oro-cobrizo”.
OTRA FIESTA DE LA POESÍA EN SORIA

Los poetas aragoneses protagonistas de la
Séptima Edición de la Feria Expoesía en Soria
Los poetas Miguel Labordeta y Manuel Pinillos serán homenajeados mañana 7 de agosto en la ciudad de Soria. Y Miguel Ángel Yusta presentará su poemario “20 + 1 poemas” el sábado 9 de agosto
Del 5 al 10 de agosto, Soria, la Ciudad de los Poetas, hace honor a su nombre y llena de poesía cada rincón con recitales, talleres para niños, firmas de libros y clases magistrales
[Nota de Luis Ulargui.] La poesía aragonesa se hará un hueco entre las más de 50 actividades de la Séptima Edición de la Feria Literaria Expoesía de Soria. Una de las ferias literarias más importantes dedicada única y exclusivamente al género de la poesía. Los versos de Miguel Labordeta y de Manuel Pinillos junto con la presentación de la edición bilingüe del poemario de Miguel Ángel Yusta “20 + 1 poemas” serán protagonistas de este año en la ciudad de Soria.
El jueves 7 de agosto el escritor y premio de las Letras Aragonesas Ángel Guinda junto a Trinidad Ruiz dedicarán más de dos horas a deleitar con la historia literaria y con los versos de dos grandes poetas zaragozanos: Miguel Labordeta y Manuel Pinillos. Miguel Labordeta, hermano del cantautor, escritor y político José Antonio Labordeta, es posiblemente uno de los poetas más originales que ha dado las letras aragonesas en el siglo XX. Cultivó el surrealismo con un lenguaje barroco y expresivo y de amplios registros. Por su arte Manuel Pinillos fue un autor muy querido en tierras aragonesas y fue uno de los mejores críticos literarios aragoneses.
El 9 de agosto Miguel Ángel Yusta presentará la edición bilingüe, castellano gallego, que se ha realizado de su poemario “20 + 1 poemas” por parte de la editorial Lastura. Le acompañarán la escritora orenseana Montserrat Villar y la madrileña Laura Gómez Recas, quienes también presentarán sus poemarios traducidos a la lengua gallega.
Otros actos de Expoesía 2014
El programa de Expoesía 2014 cuenta con más de 50 actos y, en él, encontraremos actividades para los seguidores incondicionales de versos, rimas y cuartetos (lecturas, recitales, presentaciones de libros, etc.) y cuyo objetivo fundamental es acercar la poesía a todos aquellos que estén interesados en conocerla, disfrutarla y saborearla con los cinco sentidos.
Este año, bajo el lema “Poetas malditos-Malditos Poetas”, la poesía quiere dedicar muchas de sus actividades a esos poetas que fueron defenestrados y olvidados pero que gracias a sus poemarios hicieron más rica y completa, y por qué no, más lúcido un género fundamental de nuestras letras. Leopoldo María Panero, el salmantino Aníbal Sánchez, el granadino Javier Egea o Chico Sánchez Ferlosio serán algunos de los poetas “malditos” que recorrerán los actos de Expoesía 2014.
Además debemos considerar como actos centrales la presencia del último Premio de las Letras de Castilla y León Jesús Hilario Tundidor y del Premio Gil de Biedma, Fermín Herreros, los recitales de poetas entre los que destacan el murciano Alberto Caride, el burgalés Carlos de Frühbeck, la orensana Montserrat Villar o el madrileño Javier Expósito con su poemario “Más alto que el aire”. Una última cita de Expoesía 2014 en la que la música y la palabra se darán la mano en la voz de este poeta polémico a veces, excéntrico y genial a la vez y que muchas veces raya lo infantil.
Este año en el programa de actividades destaca la unión de teatro y poesía de la mano de un conjunto de teatralizaciones y recitales como la que se celebrará el 4 de agosto (como anticipo de toda la semana de poesía) por la compañía Contando Hormigas, un grupo de teatro compuesto dos actrices invidentes que realizarán una curiosa adaptación de la vida de la santa y poeta alemana Hildegard Von Bigen. “Las Visiones de Hildegard” nos traslada al mundo del medievo para conocer la locura de una abadesa adelantada a su tiempo por sus ideas revolucionarias, científicas y filosóficas. Una obra para disfrutarla con todos los sentidos. Pero no será la única obra teatral de Expoesía 2014, el grupo extremeño Guirigai será el encargado de traer “Noche Oscura, Ahora” de San Juan de la Cruz (el 5 de agoto) y la actriz suiza Isabelle Stoffel será la encargada de ponerse en la piel de Santa Teresa de Jesús en su obra “Traspasada” (día 7 de agosto). Uno de los actos que Expoesía quiere dedicar al Año de Santa Teresa de Jesús, siendo Soria una de las ciudades teresianas donde la santa carmelita abrió una de sus moradas.
Una de las curiosidades de Expoesía son las ubicaciones de los actos que también son verdaderos recuerdos de los poetas que marcaron a esta ciudad. El aula y el claustro del Instituto Antonio Machado donde el poeta daba clases de francés y que será el lugar para las actuaciones y recitales nocturno, la Dehesa donde paseaba el poeta de la Generación del 98 con Leonor o los salones del Casino donde aún se guarda el piano que tocaba el poeta Gerardo Diego. Un lugar muy ligado a la vida social y literaria de la ciudad y donde ahora se ubica el Museo Casa de los Poetas.
Para Jesús Bárez, concejal de cultura de Soria, esta edición de Expoesía hace honor a uno de los géneros más interesantes de la literatura. “Soria, la ciudad de la poesía, la musa de poetas como Machado o Gerardo Diego, no puede dar la espalda a este género literario y, como desde hace siete años, nos volcamos en la poesía. Nuestra labor es poner a la poesía en un lugar preferente, donde debe estar, aquí en Soria entre la gente, en la calle, en cada rincón de la ciudad y este año esos poetas que quedaron en el olvido por ser malditos y muy lúcidos a la vez”
Además Soria durante estos días se engalanará con una serie de esculturas de grandes dimensiones inspiradas en los poetas “malditos” como Panero, Haro Ibars, entre otros. Un conjunto de obras donde la poesía se hace imagen y la escultura palabra poética. Las obras serán realizadas por el grupo artístico “Latidos del olvido”
*Miguel Labordeta por Cano.
'SEDUCCIÓN: POESÍA EN CALACEITE

Calaceite celebra su semana cultural. Entre otros actos, se han programado dos presentaciones de poemarios. El jueves 7 siete, Luz Rodríguez presentará su poemario ‘El pez de la despedida’, y estará acompañada por su editor Paco Rallo, por la ilustradora María Maynar y por el pianista y compositor Antonio Gil, que ha trabajado varios poemas. Luz y Antonio ofrecerán un recital con música. Y el viernes, 8, en compañía de Juanjo Blasco Panamá, presentaré ‘Seducción’ y daré un pequeño recital. En ese libro, al menos, hay tres poemas dedicados al Matarraña y algunas de sus gentes: a Laia Vaquer y Hugo Roglán, artistas; a Ángel Crespo y Pilar Gómez Bedate y Gema Noguera, a quien no llegué a conocer, pero sí hablé con su madre, con su familia, con Ersi Samara y vi sus cosas. Publicaré estos días, aquí, los tres poemas. Empiezo con Laia Vaquer, que ahora trabaja en una pequeña galería en Calaceite; durante muchos años lo hizo en La Angeleta, el restaurante de Valderrobres, y su compañero Hugo lo hace de guía del Museo Juan Cabré, de
Calaceite, donde tendrán lugar los dos actos, a las 20.00.

ELOGIO DEL DESNUDO
[A Laia Vaquer y Hugo Roglan, fotógrafos del cuerpo
y del paisaje con árboles, harina y nieve]
Te observo desde el vacío del tiempo.
Desde antes o después de haberte intuido
en la carne trémula de un desnudo.
Te vi, antes de verte a ti, en una foto.
Creo que no había nadie en la sala.
Sonaba una música de violín.
No tardó en desatarse la tormenta.
Afuera, el atardecer de agua y viento
copiaba el resplandor de tus imágenes.
Era un día de otoño castigado
de melancolía desapacible.
Te miré fijamente: aquí las líneas
del cuerpo, la piel más blanca que oscura;
allá las nalgas, los pechos, los hombros
armoniosos como arpa adormecida.
Y en el centro de un árbol, incendiados,
tus ojos de mar, claros, levantiscos,
con un centelleo de picardía.
Hice por conocerte. Por amarte.
Recuerdo aquel día: de sol, de risa,
de plenilunio luego en la verbena.
Alguien me dijo: «Esa será la artista
de tu vida. No dejes que se escape».
Aquí estoy desde entonces. A este lado.
Como un amanuense de tus imágenes.
Como un testigo de las estaciones.
Me muestras los cuadernos de bocetos,
los dibujos, la violencia del sueño,
y sobre el papel, entre la maleza,
surges como una escultura o un paisaje.
Veo lo que anhelas. Gritas. Disfrutas.
Te buscas y te persigues. Arañas
las sombras del espanto, te desvistes.
Actriz de ti misma. Actriz principal
y de reparto en medio de la fronda
y la mansedumbre gris del celaje.
Te contemplo, me someto y navego
tu belleza centímetro a centímetro.
Cuando dices, ya, mírame bien, mírame,
disparo. Y así sales: desnuda, viva,
desde el fondo de la tierra que tiembla.
Ese limo perplejo que fecundas.
Ahí estás para mí, por ti y por todos:
la diosa transfigurada en la nieve.
El cuerpo que acaricio cada noche.

*Las fotos son de Laia Vaquer en colaboración con Hugo Roglan.
El texto pertenece a ’Seducción’. Antón Castro. Olifante, 2014.
EL CANTO DE ANTONIO ARAMBURO

[Este tenor lírico o tenor de fuerza de Erla (Zaragoza) ha sido uno de los grandes cantantes de Aragón del siglo XIX. Dijeron de él que tenía una voz excepcional, la más perfecta de su tiempo, pero a la vez solía tener comportamientos excéntricos: parece que sufrió esquizofrenia.]
El canto arrebatado de Antonio Aramburo
Antón CASTRO
James Joyce es uno de los grandes escritores del siglo XX. Quizá su libro más famoso sea ‘Ulises’, aunque el más sutil, el más irlandés y el más legible es una colección de relatos: ‘Dublineses’; en ‘Los muertos’, que John Huston llevó al cine poco antes de morir, entre una enumeración de cantantes líricos figura un aragonés: Aramburo. El tenor Antonio Aramburu, un intérprete tan excepcional en el canto como informal y extravagante en la vida real; de hecho, como se dice a menudo y como recuerda Javier Barreiro en su libro ‘Voces de Aragón’ (Ibercaja, 2004) fue famoso por sus espantadas. Aramburo quizá padeciese esquizofrenia: podía ser suave y profesional, manso y aplicado, y todo lo contrario: terco, abrupto, inesperado, y dejar de cantar solo porque el público silbaba a su compañera.
Antonio Aramburo nació el 16 de enero de 1840 (a veces se dice también que en 1839), en Erla, en las Cinco Villas zaragozanas. Su familia era acaudalada, pero no se saben demasiadas cosas de su infancia y adolescencia. Estudió ingeniería; cuando había empezado la carrera pensó que se había equivocado: empezó a asistir a clases de canto con el maestro Antonio Cordero y debutó, rebasada la treintena, en 1871 con ‘Sapho’ de Giovanni Pacini en el Teatro Carcano de Milán. Hay otra teoría, que recoge el estudioso Hernán Luis Vigo Suárez, en la que se sostiene que Antonio Aramburo habría debutado ese mismo año, antes, en el Teatro de la Zarzuela de Madrid con la soprano Pilar Bernal.
La carrera de Antonio Aramburo no fue fácil por sus veleidades de genio y por su temperamento cambiante. Al siguiente año de su debut cantó ‘Norma’ de Vincenzo Bellini en Florencia; en 1874 realizó una gira por Buenos Aires y actuó ante el presidente de la República. En la temporada siguiente debutó en el Teatro Liceo de Barcelona y repetiría en 1882. Con ‘La fuerza del destino’ y ‘Rigoletto’, ambas de Verdi, se presentó en La Scala de Milán, en 1879, donde fue silbado en la romanza ‘Celeste Aída’ y aplaudido luego, tan aplaudido que «en la segunda representación cantó con una también celeste voz, de modo que hubo de dar hasta 23 representaciones», según Barreiro. Sin embargo, al año siguiente con ‘Lucía de Lamermoor’, de Donizetti, se produjo una anécdota que define su excentricidad y su perturbación. Y quizá su sentido del compañerismo. La soprano Emma Albani fue reemplazada por Harris Zagurry, a la que el público boicoteó en el tercer acto. Entonces, Aramburo abandonó el teatro y se fue al palacio donde residía. Allí recibió a los empresarios que fueron a pedirle que regresase. Cocinó unas migas, invitó a los recién llegados a comer en la sartén sobre la alfombra, se puso un pañuelo en la cabeza y empezó a cantar jotas. Ante la perplejidad general, anunció que renunciaba a su contrato. Javier Barreiro resume: «Así, en su mejor momento desperdició la oportunidad de volver a ser llamado por el teatro más importante del mundo».
No menos extraña fue su actuación en el Teatro Real con ‘El Trovador’ de Giuseppe Verdi: habían anunciado su asistencia el Rey Alfonso XII y la reina María Cristina; no aparecieron y él, en el tercer acto, se esfumó por la puerta de bomberos, «ataviado de guerrero medieval”, y entonó algunas piezas en la plaza de Oriente. Así podía ser Aramburo. Algo semejante lo repetiría en el Teatro Solís de Montevideo en 1886. Iba a actuar ante el presidente de Gobierno: el empresario quiso comprobar que estaba a punto y que saldría a cantar. Lo encontraron dormido, posiblemente ebrio, entre los decorados y la tramoya.
A pesar de todo, los elogios se multiplicaban. Y se multiplican en manuales, diccionarios e historias de la ópera. Decían que era superior a Julián Gayarre (cuya vida redactaba poco antes de morir el aragonés Mariano Faci, biógrafo de Cavia y Eusebio Blasco) y a Tamberlick, que estaba en su apogeo; él mismo, tras oírlo en París, lo nombró su sucesor. Barreiro apostilla: «Su voz tenía la misma fuerza arrebatadora y la potencia de sus agudos impresionaba profundamente». El antes citado Vigo Suárez dice que tenía «una voz de considerable extensión (más de dos octavas, del do central al do sostenido agudo», y ensalza su condición de «tenor de fuerza». Enrique O’Neill, en su libro ‘La voz humana’ (1923), no deja lugar a dudas: «Fue la voz más perfecta del siglo XIX; en calidad, extensión, timbre y color no llegó ninguna otra a parecerse siquiera”. Y Florentino Hernández Girbal, en ‘Cien cantantes españoles de ópera y zarzuela (siglos XIX y XX)’ (1994), le otorga halagos del tipo: «hermosura increíble», «expresión arrebatadora», «agudos limpios y brillantes como el sol».
Sus mejores años fueron los de la década de los 70 y de los 80. Fue muy querido en Cuba, donde cantó en varias ocasiones, e inició su despedida con ‘Carmen’ de Bizet en Odessa (Rusia; ahora Ucrania), en 1896. De repente se descubrió casi arruinado a pesar de que había ganado mucho dinero, dicen que más de tres millones de pesetas de entonces (18.000 euros); al parecer había sido objeto de varios robos y había dilapidado su fortuna con la prodigalidad de los nuevos ricos. Tras pasar por un hospital de Milán, en estado de indigencia, logró que le dieran un puesto de portero en el Teatro Solís de Montevideo. De ahí pasó a dirigir una escuela de canto con su nombre, y allí murió en noviembre de 1912. Más tarde, se descubrieron algunas de sus grabaciones, con el sello de Compañía de Impresiones Fonográficas Antonio Aramburo, que fundó alrededor de 1900. Algunos dicen que son apócrifas; otros aseguran que confirman su talento, su energía, su honda sensibilidad, su agudo lirismo. El enigma, como el misterio de su comportamiento, continúa.
EL ANECDOTARIO
Aragón. Antonio Aramburo ha tenido escasa relación con su tierra. Aquí no llegó a actuar como cantante, aunque los periódicos aragoneses daban noticia de sus éxitos. La Gran Enciclopedia Aragonesa recoge, de un periódico zaragozano, la siguiente nota: «Nuestro compatriota el célebre tenor Aramburo, hijo de Erla, ha conseguido últimamente entusiastas ovaciones en el Teatro de la Paz, de La Habana, sobre todo con las óperas ‘La forza del destino’, ’Il Guarany’ e ‘Il Trovatore’. En esta última había sido llamado a la escena dieciséis veces». En los cilindros que se han recuperado de él se le oye cantar un fragmento de la zarzuela ‘La Dolores’. Erla, donde cuenta con estudiosos como Vicente García de la Puerta, le ha hecho varios homenajes: desde 2003 tiene un busto de Miguel Cabré en su pueblo.
El amor. Aramburo no debió ser el hombre más feliz del mundo. Se casó con la soprano norteamericana Ada Adini, quince años menor que él. Tuvieron una niña pero no tardaron en separarse. No se le conocen otras relaciones.
*En la edición del papel, en un pie de foto, se alude a ’El Africano’ y es la ópera ’La Africana’ de Mayerbeer, la última que compuso en cinco actos. Y también se habla de ’Guazany’: es ’El guarany’ de Antonio Carlos Gomes.
Ahí puede seguir el cuerpo central del texto.
http://www.heraldo.es/noticias/ocio_cultura/cultura/2014/08/06/el_canto_arrebatado_antonio_arambur_303464_308.html#com
MIGUEL ÁNGEL SANTOLARIA me escribe, muy amablemente, la siguiente nota:
HOY, CON 'SEDUCCIÓN', EN CALACEITE
DOS POEMAS DE 'SEDUCCIÓN' DEDICADOS AL MATARRAÑA
Esta tarde, viernes 8, a las 20.00, en el Museo Juan Cabré se presenta mi libro ‘Seducción’ (Olifante, 2014), un poemario de amor, dividido en cuatro tiempos. Me acompañará el profesor de inglés, melómano y amigo desde hace 27 años Juan José Blasco Adé, más conocido como Juanjo Panamá, que es un gran enamorado desde hace años del Matarraña. Suele ir con su madre siempre a pasar unos días de vacaciones y suele pernoctar entre buenos amigos en La Alquería de Ráfales, que se distingue por el buen trato, una atmósfera ideal de tertulia y una estupenda gastronomía. Juanjo es así de sentimental.
Leeré algunos poemas del libro, entre ellos estos dos: uno dedicado a Ángel Crespo y a Pilar Gómez Bedate ( en las dos úlitmas fotos), a los que vi en su casa de Calaceite casi como se cuenta aquí, y otro dedicado a la pintora, decoradora y galerista Gema Noguera (en las dos primeras fotos).Agradezco desde aquí la amable invitación de Carmen Portolés y de Lola Pintado que dan vida al Museo y al Bajo Aragón con su entusiasmo y su pasión por la cultura.
UNA BRISA NOCTURNA
[A Ángel Crespo y Pilar Gómez Bedate]
Vivían con las palabras precisas.
Con las suyas y con las de los otros:
con las de Fernando Pessoa y Rilke,
con las de Juan Ramón Jiménez,
con las de Stéphane Mallarmé.
Y esas palabras, en forma de versos,
andaban por la casa como pájaros
inquietos, como las notas huidizas
de una ópera o de un río de sílabas.
Vivían entre las piedras y el cielo,
entre los búcaros y el aleteo
de las telas. Siempre había un olor
a madera y a intimidad cercada.
Los libros estaban cerca. Los discos,
los cuadernos y una cesta de frutas.
Al llegar la noche, él se retiraba
a un palomar que era su obrador,
su estudio y el oratorio de la poesía.
Hablaba con Ofelia, con Zenobia,
con Beatriz, el delirio de Dante.
Congregaba a los espectros del verbo.
Había un instante en que ella subía
a sentarse a su lado: temblaba la luna
y encendía la fronda de los olivos.
Una brisa retornaba del campo
y entraba por la ventana para ellos.
GEMA NOGUERA
[A Lola Pintado y Carmen Portolés]
Nada era como me lo había imaginado
y a la vez era idéntico a como quería que fuese.
Primero, el río: avanzaba ante tu taller y tu casa
con sus cascadas y sus espejos de agua verde,
se colaba afanoso bajo el gran puente
que parece temblar en el aire del tiempo.
Luego, la fábrica: antigua, llena de escorchones,
cosida por las cicatrices de la memoria.
Miré un instante la fronda voraginosa,
oí el violín adormecido de las hojas
y pensé que aquel era un paraíso en desorden,
el refugio ideal para los días de lluvia.
Entré. Me encontré con tu bicicleta.
Dime, ¿era más bien morada, granate,
podías pasear en su frágil armazón,
llevar las primeras frutas del verano?
Acudí a tu taller, casi sin querer. Y vi
tus cuadros, esos océanos de rojiza luz,
ese oleaje dormido de la noche en tierra.
Percibí tu mano en todo: en las paredes,
en los diseños, en la atmósfera de creación.
En la salobre humedad de las galerías.
Más tarde, impregnado de ti y de tus fuegos,
vi las demás salas: la cerámica, la obra en papel,
el círculo de amigos, el solanar de la invención.
Poco después conocí a tu madre. Y la biblioteca
donde solías refugiarte. Hojeé tus dibujos,
repasé algunas fotos de familia.
Habría llorado. Por ti y por los otros,
por el río que vierte sus lágrimas,
por la bicicleta ya abandonada.
Tu madre me llevó ante la noguera
donde yaces para siempre con tu padre,
hechos ceniza y limo fecundado.
Cerré los ojos y escuché tu silencio.
El olor de la lavanda se mezcló con tu sonrisa:
va y viene como un ave del jardín.
PLENAS PINTA LOS OFICIOS DE AYER

[A PLENO SOL. La localidad zaragozana del campo de Belchite rinde homenaje a las faenas agrícolas y a un músico como Benito Luño mediante una decena de murales.]
Plenas pinta los oficios del pasado
Plenas es una localidad llana que pertenece al campo de Belchite. Allí nació la heroína de los Sitios Manuela Sancho (Plenas, 1784- Zaragoza, 1863), y aún se conservan restos de un aeródromo de la guerra civil española. Es un pueblo minúsculo, que apenas supera el centenar de habitantes, pero que este verano ha cobrado una vida especial a través de unos murales que recuerdan los oficios del pasado y a algunos personajes del pueblo, como al gaitero y tamborilero Benito Luño y a su hermano Marcelino; ambos vivían de las faenas del campo, en particular del pastoreo, aunque su pasión era la música.
Explica el gaitero y diseñador Ignacio Navarro, coordinador de la revista ‘Gaiteros de Aragón’: «Hace un par de años con el profesor de dibujo y artista Ángel Tomás, cuya madre es de Plenas, decidimos hacer un primer mural en una de las paredes de mi cochera. Esperábamos críticas o reticencias, pero fue exactamente al revés. Por nostalgia o lo que sea, la gente del pueblo visitaba el mural asiduamente y observaba con detenimiento los dibujos que le recordaban oficios desaparecidos». Uno de los oficios extinguidos en Plenas es el de pastor. Recuerda Ignacio que un día se encontraron ante el mural a la viuda del último pastor, fallecido hace algunos años. «Emocionada, nos dio las gracias por recordar a su marido y a este oficio totalmente desaparecido del lugar»
, revela.
Benito Luño fue el último gaitero y tamborilero del pueblo. Cuenta Ignacio que, por sus convicciones de izquierda, fue detenido y llevado a la cárcel al acabarse la contienda del 36. «Su mujer y sus hijos sufrieron mucho, tanto que tuvieron que abandonar el pueblo. Es una de esas terribles historias de la guerra. Antes de su partida tuvieron que oír una de las coplas que solían cantar ante su puerta, mientras su esposo estaba en el calabozo: “Gaiteros y gaitericos, /qué mal lo vais a pasar, /la ‘magra’ que habéis comido /la ‘tendráis’ que ‘gomitar’”». Una copla cruel que ya ha pasado a los libros.
La historia de Benito Luño, alias ‘El Manco’, es conmovedora: tiene algo de ese antiguo relato del candor abatido de golpe, casi antes de que el agredido y humillado se dé cuenta de nada. «A Benito Luño lo apodaban así porque tenía parte de una mano paralizada. Cuando salió en libertad, en la década de los 40, estaba muy deteriorado y murió pronto. Se decía que tocaba muy bien. Nos lo dijo al músico e investigador musical Luis Miguel Bajén y a mí, hace unos 25 años, un gaitero de El Villar de los Navarros llamado Benito Pujala, al que fuimos a visitar a una residencia de ancianos. Se acordaba perfectamente de sus cualidades».
Una de las melodías de Plenas que Benito Luño tocaba era ‘El reinao’, un baile carnavalesco que tuvo muchos problemas durante siglos, «ya que hacía mofa a los reyes o poderes establecidos de la época. La letra, de carácter popular, no era generosa con la monarquía», señala Ignacio Navarro. Benito Luño tocó con su hermano Marcelino en las fiestas del zaragozano barrio de la Magdalena, tal como señalaba ‘La Voz de Aragón’ del 14 y 15 de agosto de 1929; decía que «los dulzaineros de Plenas habían tocado con gran brillantez». Ignacio Navarro rescata otro detalle: «Ese viaje a Zaragoza tuvo algo de excepcional, sin duda. Plenas está a 80 kilómetros de Zaragoza. Al gaitero y tamborilero hizo referencia Luis Miguel Bajén en su libro ‘Músicas de la tierra’, (DPZ. Zaragoza 2010), que maqueté yo mismo».
El efecto del primer mural, en la casa de Ignacio, cuajó en Plenas y desde entonces han varios vecinos («pleneros», los llama Ignacio Navarro) los que han cedido paredes de sus casas, muros o parideras. «Hace unos días regresó a Plenas Ángel Tomás con sus hijas Claudia y Fátima, que también son artistas. En pocos días, con mucho trabajo y entusiasmo, han hecho más de diez murales. Los demás les echamos una mano en lo que podíamos. Esperamos hacer más en cuanto tengamos tiempo libre», dice Navarro, y recuerda que se ha elegido el color negro porque «impacta más. La elección está haciendo efecto». Agrega: «Creemos que esta forma de arte popular es una manera de recordar viejos oficios y darle vistosidad a un pueblo que cuenta con pocos habitantes. También es una bonita forma de que los más pequeños sepan qué es lo que había en tiempos pasados».
¿De qué labores está hablando exactamente? Agrega Ignacio Navarro que «en los diez murales hay representaciones de gaitero y tamborilero, pastor, herradores de caballerías, diversas faenas del campo como segar, acarrear la mies, trillar, aventar, ‘porgar y exporgar’; hay, además, un acordeonista y un cantador de jotas en una bodega, perros, gatos, pájaros, una vaca (porque había vacas en la casa), animales de la zona… Nuestro deseo es seguir haciendo cosas». Por ahora lo están logrando: no hay más que mirar aquí y allá. Plenas cuenta, en forma de pintas, los trabajos y los días de sus antepasados.
EL ANECDOTARIO
El novillero y el pasodoble. Ignacio Navarro ha dado con otro personaje particular de Plenas. Explica: «Un descendiente de aquí fue un afamado novillero en Valencia: Francisco Villanueva. Contó con peña taurina y se retiró de los toros por un accidente en la pierna. Hace 50 años, un maestro musical valenciano le compuso un bonito pasodoble. El pasado año, recibí las partituras de parte del novillero. Estuve en la SGAE e intenté que se recuperase la música. Se la cedí a la Banda de Alagón y, desinteresadamente, pasaron a un sistema informático la extensa partitura que estaba hecha a mano. En noviembre de 2013, la Banda de Alagón interpretó el pasodoble como primicia en la Sala Alaún de Alagón. ¡Una pasada! Grabaron el pasodoble en vídeo y lo metimos al blog de Plenas». Este Francisco Villanueva, que ronda los 80 años, fue hijo de un tal tío Servando que se dedicaba «a comprar azafrán por este territorio».
CARMEN DE LIRIO: PICARDÍA Y FUEGO

[A PLENO SOL. El pasado martes, en Barcelona y los 90 años, fallecía Carmen Forns Aznar, más conocida como Carmen de Lirio: una exuberante mujer de revista, de cine y de teatro que enamoró con su anatomía perfecta a varias generaciones de españoles en los 50 y 60.
Carmen de Lirio:
Picardía y fuego de unos ojos verdes
Antón CASTRO
Enrique Vázquez tenía doce años cuando vio por primera vez a Carmen de Lirio (Zaragoza, 1923-Barcelona, 2014): entró en el despacho de su tío Celestino Moreno, dueño del Oasis, y él se quedó estupefacto. « La palabra exacta es acojonado –dice-. Era el sábado de Gloria de 1948. Nunca había visto una belleza tan impresionante: empezaba por sus ojos verdes y se extendía por todo el cuerpo. Era espectacular». Enrique, que aún sigue siendo a su modo el guardián del santuario del Oasis, no pudo ver la función, aunque de cuando en cuando se iba al tejado, a hurtadillas, pero se quedó perturbado. La vio, más tarde, en el Paralelo y en algunas funciones en el Argensola donde hacía de vedette en la compañía de Joaquín Gasca, con los cómicos Alany y Mari Santpere, y los cantantes Antonio Amaya y Lorenzo González. Recuerda Vázquez: «Apenas hablé con ella». No era necesario. Carmen no debía ser la reina de la elocuencia, como se percibe en una entrevista de casi media hora con su paisano Manuel del Arco para la Cadena Ser: le dice, por ejemplo, que tiene la sensación de que quedará «como una cantante bastante airosa, nada más», y le explica que una vedette «debe ser elegante, fina, saber hablar, cantar un mínimo, bailar un poquito, sin descomponerse, y ser graciosa, sin pasarse a lo cómico, y saber vestirse bien». Carmen de Lirio tampoco necesitaba un verbo brillante: tenía poderes infalibles que no pasaban inadvertidos. Poseía una anatomía perfecta y prodigiosa, manejaba como nadie la picardía y sus tres pecas visibles (tenía cuatro más invisibles) y se sabía un mito erótico de ojos verdes. Fue designada «la mujer más guapa de España»
y era un constante objeto de deseo de la burguesía catalana y de los chavales y padres de media España. No pasaba inadvertida y lo sabía. Era tan bella que dolía mirarla, exuberante, de una carnalidad que producía incendios o volcanes en un país «donde todo era gris, incluso la policía» y donde cualquier atisbo de libertad era una conquista inadvertida. Ella lo resumió con agudeza e ingenio: «Los censores eran todos unos obsesos». Estaban enfermos de hipocresía: prohibían exactamente lo que les estimulaba y lo que querían ver con pura pasión. A los censores y los representantes de la curia, que se quitaban los alzacuellos en sus espectáculos para disfrutar sin ataduras en una oscuridad ideal, Carmen los intentaba burlar de formas distintas: con sus gotas de lujuria y sensualidad, y con pequeños favores domésticos. Les ayudada en algún obstáculo social o les compraba enciclopedias o fascículos si era esa el modo en que ingresaban un segundo sueldo. Y, además, era consciente de su posición: decían que era la enamorada secreta (o no tan secreta) del gobernador civil Eduardo Baeza Alegría, extremo que negó en el libro de recuerdos: ‘Memorias de la mítica vedette que burló la censura’ (ACV, 2009). En cualquier caso, verdad o mentira, a Carmen le cantaron diversas canciones que la vinculaban con el político, como ha recordado Arcadi Espada: «Es belleza con delirio / es guapa con lozanía / se alimenta de Alegría / y es tan pura como el Lirio»; esa fue una de las canciones alusivas que le cantaron cuando un lío entre el gobernador y la Falange fue aprovechado para tirar del hilo, generar una huelga de tranvías y de paso impulsar la dimisión del aragonés.
A Carmen Amaya nunca le faltaron ni aventuras ni pretendientes. Empezó como modistilla en Zaragoza («donde pasamos todo el hambre del mundo», diría) y luego en Barcelona, a donde llegó tras la Guerra Civil. Pronto fue modelo de artistas, de publicidad y quizá de moda; años después luciría muy bien alguna que otra túnica de Manuel Pertegaz. Alternó estos empleos con imitaciones musicales y con los primeros escarceos teatrales: después de las sesiones de cine, animaba un rato más al público con diversos números. Trabajó en el circo con Gaby, Fofó y Milito, y formaría un dúo circense y cómico con Miguel Gila. Tras una actuación musical, en la que había imitado a Concha Piquer, la coplera valenciana la recibió en su camerino y la conminó a cambiarse el apellido Forns (demasiadas consonantes” fue, al parecer, su veredicto) por el artístico ‘De Lirio’. Poco a poco, con su imponente físico y sus cualidades artísticas, marcadas por la versatilidad, se fue convirtiendo en una emperatriz de la revista. En la reina del Paralelo en los 50 y 60. Hizo teatro, music-hall y cine, y actuó en casi sesenta películas: ahí están títulos como ‘La ronda del dinero’ (1955) de Edgar Neville, ‘La pecadora’ (1954) de Ignacio F. Iquino, ‘La vida alrededor’ (1959) de Fernando Fernán Gómez; entre otros directores, trabajaría con José Luis Cuerda, Vicente Aranda, Claudio Guerín, Javier Aguirre o Isabel Coixet. No se sentía especialmente orgullosa de sus películas, «ni salvaría cuatro de las 60 que hice», dijo. Se batió contra la censura con astucia y jamás reveló con quien había engendrado a su hija Carmen Forns Aznar, que se llamaba como ella. Ava Gardner le arrojó un zapato para recordarle que le estaba birlando admiradores: un peculiar modo de elogiar su hermosura animal. Fue amiga, y no se sabe bien qué más, de Walter Chiari, de Jack Palance, de Lex Parker, de Ángel Peralta o de Juan Antonio Samaranch. El que fue ‘el soltero de oro’ de Barcelona la pretendió, como se recuerda en el documental ‘La Casita Blanca’ (La ciudad oculta)’ de Carlos Balaguer y en sus memorias, pero no hubo romance. Era «soso, bajito y cabezón» para una mujer ardiente como ella que era «una pura escultura de fuego», como escribió el periodista teatral y taurino Javier Villán, con motivo de su muerte el pasado martes.
El amor de su vida. Carmen de Lirio fue una mujer deseada. Rafael Castillejo, dueño de una asombrosa colección de fotos y carteles de revista y teatro, dice: «Era un bellezón de joven y lo siguió siendo muchos años después». En sus memorias, en el breve capítulo que titula ‘Mi gran amor’ cuenta la historia de su gran pasión: el cónsul de Islandia en España y marqués de Croce Giacomo Croce, quien, además, tenía conserveras en Santoña. Se conocieron en una gira por Italia; ella se cruzó en el ascensor con este hombre, «brillante y respetado», y surgió el amor. Carmen de Lirio, hermana del jotero Mariano Forns y asidua a la sala Pigalle de Zaragoza de Antonio Amaya, resume: «a lo largo de los años mantuvimos un profundo amor, tan intenso, que puedo llamarlo, sin duda, mi gran amor». Ni convivieron juntos ni se casaron. Al parecer, según Carmen, las artistas no eran el mejor partido para casarse, aunque ella había tenido mucho éxito con una canción: ‘La noche de bodas’. Toda una promesa de felicidad.
*La foto es por cortesía de Rafael Castillejo. Este artículo se publica hoy en Heraldo.es y en papel. La foto es de Amaralico Román Martínez.
BARBASÁN: LUZ, PAISAJE Y EMOCIÓN

A PLENO SOL. Mariano Barbasán Lagueruela (Zaragoza, 1864-1924) es uno de los grandes pintores aragoneses. En 2014 se cumplen 150 años de su nacimiento. Residió más de tres décadas en Italia y siempre tuvo nostalgia de Aragón y sus tradiciones.
El pintor de la luz de los Apeninos
Antón Castro
Mariano Barbasán (Zaragoza, 1864-1924) vivió poco en Aragón pero nunca se olvidó de sus paisajes, de sus pintores, de sus tradiciones. Decían de él que era un hombre irónico y juguetón, al que le gustaba tocar la guitarra y alegrar la vida de los demás: lo hacía con la música, cantando jotas, hablando con las gentes o enviando cartas simpáticas a sus amigos, llenas de dibujos, de guiños, de ingenio y de poesía. Era un sentimental y un romántico: se reía de su sombra y tal vez de su melancolía. Y era un buen narrador de viajes como se percibe en las cartas que les envió a sus dos mejores amigos: Gaudencio Zoppetti, dueño del hotel Europa (sito en el actual edificio del Banco de España), y a su esposa Jesús (no Jesusa o María Jesús) Balaguer, que tal vez fuera una de sus fantasías amorosas o amatorias de su juventud.
Barbasán fue uno de los grandes pintores aragoneses del siglo XIX y buena parte del XX que se movió en dos campos: la pintura de historia, y a veces bíblica, narrativa, y la pintura de paisaje, en la que aspiró a recrear una aldea ideal, al pie de los Apeninos. Era la Arcadia de la realidad y los sueños, intemporal y luminosa, en la que casi siempre se le colaba el matiz aragonés en el traje, en el candor, en los instrumentos musicales o en el parentesco con los Pirineos. Esa Arcadia tenía nombres específicos: Anticoli Corrado, Subiano y Saracinesco, donde sedujo y se dejó enamorar por “una bellísima romana”, Rosa Luciferri. Bromista como era, dijo que él se había convertido un perfecto “marido cazado”. Esos lugares serían, con Cervara di Roma, los escenarios de sus cuadros, la armonía del mundo, la naturaleza idílica y estremecida. Mariano Barbasán era –como otros artistas anteriores: Mariano Fortuny, que le influyó, los aragoneses Pablo Gonzalvo, Bernardino Montañés...- un pintor del natural: salía al campo con su caballete y su pequeño cuadro o con sus cuadernos, y allí captaba lo que veía: hombres y mujeres, sobre todo mujeres, animales, edificios, montañas y vegas, bajo un cielo romántico, tocado de una luz mágica y envolvente. Ese solía ser su proceder como se ve en una pieza entrañable y sutil, de inefable belleza, casi un microlienzo: ‘El pintor’ (1895).
Aquellos cuadros, de diferentes formatos, tenían muchos adeptos y seguidores: Barbasán contó con marchantes en Berlín, Múnich o Londres, pero también tenía seguidores y representantes en Montevideo, por ejemplo. Expuso en la ciudad en 1912 y permaneció tres meses; aprovechó para pintar los suelos pantanosos.
En cierto modo, Mariano Barbasán fue un pintor de vida errante. Nació en Zaragoza en 1864 pero vivió poco tiempo. Su padre debía ser amigo de Marcelino de Unceta, que bautizó al niño como “pintamonas” por su pasión por el dibujo y el color. En 1877, la familia se trasladó a Segovia y allí se murió su progenitor, que tenía empleo como secretario del Gobierno Civil. Mariano era el menor de cuadro hermanos: Eduardo, Adelaida Petra y Casto; este será militar y se preocupará de él. Mariano lo seguirá a todas partes. En el curso 1879-1880 se matriculará en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos, en Valencia, y permanecerá seis cursos. Realizará una pintura historicista, neorromántica y orientalista, en la estela de Fortuny y de Madrazo, y conocerá a los artistas Manuel Abril y Joaquín Sorolla, con quien coincidirá pronto en Roma. En 1887 se instaló con su hermano Casto en Madrid. No se conocen muchos detalles precisos de su aprendizaje ni de los lugares que frecuentaba (es inevitable no pensar en El Prado, dadas algunas tentativas neogoyistas; también hizo copias de Meissonier, viajó a Toledo), pero por entonces se anunciaron las becas del pensionado en Roma de la Diputación de Zaragoza. Y decidió presentarse, tras haber fracasado con un primer proyecto en los premios de Bellas Artes con ‘Noche de Walpurgis de Fausto’, inspirado en Goethe, un cuadro de 2 x 4 metros. Las cinco pruebas empezaron en marzo y concluyeron a principios de julio de 1887. Barbasán ganó con ‘José, hijo de Jacob, en la cárcel’, basada en una fotografía que les hizo a sus hermanos. La pensión suponía tres años en Roma con una renta de 2.500 pesetas anuales. Entre otros cuadros, pintó un boceto de ‘La ejecución de Juan de Lanuza’ y el lienzo histórico ‘Pedro III el Grande en el collado de Panizas’.
En Roma coincidió con muchos pintores españoles: con paisanos como Francisco Pradilla –a quien sustituiría en 1921 en la Real Academia de Bellas Artes de San Luis- y Agustín Salinas o con Sorolla. En 1892 estuvo en Zaragoza, pero regresó de inmediato con el afán de poner estudio en Roma, de salir al campo y de dejarse mecer o engatusar por ese “enjambre de mujeres hermosas” de la ciudad y de los pueblos donde pintaba, como dice su biógrafo Bernardino de Pantorba.
Residió en Italia hasta 1921. Pintó lo que le vino en gana: despacioso, perfeccionista, casi atisbando el impresionismo. Decía: “El mejor maestro es la Naturaleza”. Formalizó una técnica, una percepción de la beldad. Y acusó la crisis de ventas provocada por la I Guerra Mundial. Fijó su residencia definitivamente en Zaragoza en 1922, algo enfermo. Al año siguiente, en el Pilar, presentó una exposición de una cincuentena de obras en el Casino Mercantil. Fue una auténtica conmoción. Y dos años después, en 1925, muerto ya, fue objeto de una doble antológica en el Museo de Arte Moderno y de nuevo en el Casino. Poco antes, Hermenegildo Estevan le había escrito una carta abierta (puede rastrearse en los trabajos para Cajalón que le han dedicado García Guatas, Hernández Latas y Wifredo Rincón, entre otros) en HERALDO: “En Zaragoza eres y serás siempre un hijo legítimo de padre y madre, y en ella, si no fueres honrado como te mereces, serás siempre reconocido y respetado”.
el anecdotario
Método de un paisajista. Bernardino Pantorba, seudónimo del pintor José López Jiménez, sevillano, firmó en 1939 la primera biografía del pintor, que reeditó García Guatas para Ibercaja en 1984. Allí se explica el método de Barbasán: “Va hablando con todos, interesándose por los achaques y los recuerdos de los viejos, y los amores y las faenas de los mozos; compartiendo goces y pesares cotidianos; dando cariñosos coscorrones a los arrapiezos que se encaraman por sus piernas en solicitud de golosinas. Uno por uno, va escudriñando todos los rincones del pueblo, subiendo y bajando calles, trasponiendo puertas, contemplando árboles y piedras, y tejados y nubes, y tierras verdifloridas y azuladas lejanías”. El Gobierno de Aragón adquirió un importante legado del artista que ha depositado en el Museo de Zaragoza.
MATARRAÑA: LA PERLA DE ARAGÓN

Cuentos de domingo / Antón Castro
La perla
de Aragón
Califican en Alemania al Matarraña como “la perla de Aragón”. Es una feliz nomenclatura, pero quizá no sea inexacta. Aragón tiene muchas perlas, sin duda, pero estas tierras de oliveras y almendros, de viñas y cascadas, de fábula y arquitectura, admiten bien la metáfora. Acabo de estar en Calaceite con Juanjo Blasco Panamá, profesor de inglés y melómano que escribió la biografía de Peter Hammill. Vivió entre los dos y los siete años en Valderrobres –donde reside, en contacto con el mundo, el ilustrador Luis Grañena- porque su padre era supervisor de una entidad bancaria. Como si quisiera apaciguar las furiosas nostalgias, suele veranear con su madre en La Alquería de Ráfales y contrata a un taxista de Monroyo, porque no conduce. Desde allí, Juanjo, su madre y el taxista, como si fueran personajes de novela, van y vienen por las tierras del Matarraña contando ríos, peñascos, monumentos, descubriendo el paisanaje. Juanjo se ha encontrado en Calaceite con un sinfín de moradores que buscan solaz y que se labran el porvenir: los artistas de arte corporal Laia Vaquer y Hugo Roglan; los músicos Sofía Asunción y Lars; la poeta y traductora Pilar Gómez Bedate, viuda de Ángel Crespo, que abre de cuando en cuando su palomar y escritorio a todos los vientos; el pintor de suavidades oníricas Romás Vallès; las dos almas del Museo Juan Cabré, Carmen Portolés y Lola Pintado, que hacen inventario de los 5.000 libros del arqueólogo, historiador y fotógrafo y tienen los volúmenes protegidos con un forro blanco. Juanjo conoció a Fernando Navarro, escultor y maestro del collage, que concibió hace años una máquina de hacer sonetos perfectos. Y también se asomó, aunque esta vez no llevaba taxi, a la nueva galería de Calaceite: Arts & Mes, que exhibe una selección de ‘Disparates’ de Fuendetodos. Ese espacio forma parte de un proyecto mayor en el que se integra la Fundación Noesis, que ha adquirido el empresario Antonio David Sabaté con el afán de devolverle a Calaceite, y a todo el Matarraña, el esplendor de antaño cuando fue un faro de cultura y el lugar donde se conspiraba para que el mundo fuera mejor, más excitante y más hermoso.
*Texto de la serie dominical 'Cuentos de domingo'. En la foto, Pilar Gómez Bedate y Ángel Crespo.
ALFONSINA ABRAZÓ EL MAR

A PLENO SOL. Alfonsina Storni (1892-1938) forma parte de esa constelación de poetas suicidas, con Anne Sexton, Sylvia Plath, Alejandra Pizarnik o Virginia Woolf. Visitó España en los años 30 y se carteó con el aragonés Julio Cejador y Frauca. Nórdica publica una antología suya: ‘Las grandes mujeres’. Una canción la ha hecho inmortal.
PIES DE FOTOs / NÓRDICA
Ilustración de Antonia Santolaya para el poema ‘Vida’: “Mis nervios están locos”.
ARCHIVO HERALDO
Uno de los retratos más conocidos de esta mujer inmortalizada por una canción.
Alfonsina, la poeta que abrazó el mar
Antón CASTRO
Durante muchos años la crítica literaria solía considerar a Gabriela Mistral, a Juana de Ibarbourou y a Alfonsina Storni como las tres grandes poetas de Sudamérica. Ahora la lista es mucho es amplia; sin duda, incluiría a Delmira Agustini, Sor Juana Inés de la Cruz, Ida Vitale, Alejandra Pizarnik, Blanca Varela o Gioconda Belli, entre otras. Quizá ninguna de ellas arrastre esa leyenda de energía y vulnerabilidad, de misterio y locura, de fatalidad y pasión que enriquece a Alfonsina Storni (1892-1938). Fue una rebelde, una mujer de armas tomar, capaz de desafiar a quien fuese y fue, también, una criatura frágil, cristalina, que lo daba todo por la amistad, por la tertulia y por el sueño. Hay en ella una cierta bipolaridad: amaba el amor, lo buscaba, se entregaba, exaltaba su condición de mujer que anhela el placer, y a la vez es una mujer herida por el desamor y por esos hombres que no parecían entenderla ni, quizá, saciarla: “Hombre pequeñito, te amé media hora, / no me pidas más”, dijo.
Su muerte resulta tan cruel como literaria. Enferma de cáncer, abatida y acosada por los fantasmas que le dictaba su neurosis, en 1938 se trasladó a Mar de Plata. Al cabo de unos días, escribió un poema: ‘Me voy a dormir’, y lo envió a la redacción de ‘La Nación’, donde había publicado a menudo; tomó la dirección del espigón o escollera de la playa de la Perla y se arrojó al mar. Era el 25 de octubre; su cuerpo aparecería al día siguiente en la playa. “Yo tengo el corazón como la espuma (...) Mar, yo soñaba ser como tú eres”, había escrito. Existe otra versión como más poética para una mujer que cantó una y otra vez el embrujo del mar, su lubricidad, sus destellos y su incesante llamada: Alfonsina Storni habría entrado suavemente en las aguas y se había dejado ir sin ofrecer resistencia hasta que perdió pie. Así lo cuenta también la canción que escribieron Ariel Ramírez y Félix Luna y que han cantado, entre otras, Mercedes Sosa, Chabuca Granda, Soledad Bravo... El sello Nórdica publica una antología suya, ‘Las grandes mujeres’, ilustrada por Antonia Santolaya, con prólogo de Clara Sánchez.
Su existencia está entretejida de leyendas. Aunque nació accidentalmente en Sala Capriasca en Suiza, donde vivió hasta los cuatro años, dicen podría haber nacido en un barco. Instalada en Rosario (Argentina), donde sus padres tenían un bar (antes habían tenido una exitosa fábrica de cervezas), lavó los platos, sirvió las mesas y empezó a escribir a los doce años. Tras concluir sus faenas, redactó un poema que hablaba de los cementerios y se lo dejó a su madre, Paulina. Ella se alarmó y a la mañana siguiente le dijo que en el mundo había cosas bellas que invitaban a la alegría. Paradojas de la vida: pronto se separaría de su marido, un hombre extraño y alcohólico que desaparecía de cuando en cuando y que murió pronto.
Paulina rehízo su vida, tenía tres hijos más, dio clases en su domicilio y vio cómo maduraba su hija Alfonsina. Seguía con su antigua obstinación: escribía versos. Además, se matriculó en la Escuela Normal Mixta de Coronda. Ya había dado muestras de su vocación teatral, trabajó en varias compañías y se atrevía a cantar romanzas de ópera; en la ceremonia de entrega de títulos leyó un poema, ‘Un viaje a la luna’, cantó el brindis de ‘La Traviata’ (su biógrafa Josefina Delgado, en ‘Alfonsina Storni. Una biografía esencial’, De Bolsillo, 2010, dice que fue “ovacionada por su pura vocalización”) y le dedicó una composición a la directora de la Escuela, donde decía: “Maestro que del lodo hasta la cumbre / levantas a la plebe embrutecida”.
Su carrera había empezado a andar. Y su talento estaba a punto de destaparse, igual que su osadía: se enamoró de un hombre casado, tuvo un hijo, Alejandro, y asumió en solitario su condición de madre soltera. En busca de discreción, de empleo y de nuevas amistades literarias, se trasladó a Buenos Aires. Escribió en revistas y periódicos, firmó piezas de teatro y libros de poemas (‘La inquietud del rosal’, 1916; ‘Irremediablemente’, 1919; ‘Ocre’, 1925; ‘Mascarilla y trébol’, 1938...) y logró hacerse con un nombre. Y con un núcleo de amigos.
Habría que citar a muchos: los escritores Amado Nervo, Rubén Darío, que fue generoso y halagador con ella, José Ingenieros, Manuel Gálvez... Y a dos más: Leopoldo Lugones, fotógrafo y escritor que jamás le dedicó ni una línea a sus poemarios que recibía dedicados, y Horacio Quiroga, el autor de ‘Anaconda’ o ‘Cuentos de amor, de locura y de muerte’. Tuvieron una relación amistosa y amorosa entre 1919 y 1922, paseaban, iban al cine, escuchaban a Wagner. Se querían. Poco antes de su suicidio en 1937, por envenenamiento, Quiroga la invitó a que fuese a vivir con él a Misiones. Alfonsina no lo hizo. En 1931 estuvo en España: en Madrid, en Barcelona, en Murcia, en Toledo, en distintos lugares de Andalucía. Habló de poesía y de la citada Delmira Agustini. Poco después, Lorca también fue por Buenos Aires y se conocieron; ella no debió interesarle en exceso, aunque lo recibía en el café Tortoni: en una de sus cartas imitaba su lírica de exaltación femenina.
Quizá para entonces ya se había revelado con toda su crudeza el cáncer de pecho de la poeta. Tuvo más decepciones que triunfos, pero también le faltó autocrítica, a pesar de que podía ser simpática, sarcástica, lúcida, divertida e ingeniosa. Su poesía canta al deseo, a la condición de mujer y a la libertad: luchó por sobrevivir y soñar, por amar y ser amada. En los últimos tiempos, se prendaba de los esbeltos muchachos, entre ellos el titiritero Javier Villafañe, que residió en Zaragoza. Desde muy pronto, Alfonsina tuvo la premonición de que moriría joven. Así ocurrió en un océano de agua esmeralda al que tantas veces había cantado.
EL ANECDOTARIO
La Casa Rosada. En el imponente palacio de la Casa Rosada de Buenos Aires, el viajero entra, reconoce las estancias y en una de ellas se encuentra con próceres, intelectuales y artistas y creadores argentinos, entre ellos está Alfonsina. Tal como era: menuda, vivaz, chatilla. Cuando la conoció en persona, Gabriela Mistral, a quien se la habían definido como feúcha, se quedó admiraba de su encanto y de su fuerza.
Julio Cejador. En sus inicios prácticamente, cuando era actriz de teatro en gira por su país, a partir de 1908, Alfonsina Storni tuvo correspondencia con el filólogo y escritor aragonés, editor de Baltasar Gracián, Julio Cejador (Zaragoza, 1864-Madrid, 1927. José Luis Melero lo retrata en el libro ‘Oscura turba’), al que le contaba: “A los trece años estaba en el teatro. Este salto brusco, hijo de una serie de casualidades, tuvo una gran influencia sobre mi actividad sensorial, pues me puso en contacto con las mejores obras del teatro clásico y contemporáneo”.
VIDA Y FICCIONES DE ÁNGEL FUENTES

A PLENO SOL. Licenciado en Filología Hispánica y uno de los grandes maestros europeos de la restauración y de la conservación de patrimonio fotográfico, fallecía el pasado mes de junio. Ahora se publican los textos de uno de sus blogs más creativos: ‘Las pupilas del espejo’.
Ángel Fuentes, vida y ficciones
del protector de la foto antigua
Antón CASTRO
Ángel Fuentes de Cía (Pamplona, 1955-Zaragoza, 2014) ha sido un personaje un tanto inabarcable. Tenía alma de enciclopedista y en él se mezclaban a la perfección las palabras conocimiento, cultura, pasión y entrega. Fallecía el pasado ocho de junio en Zaragoza, la ciudad que lo había acogido desde 1973, cuando vino a estudiar Filología Hispánica. No tardaría en descubrir la fotografía, que ha sido una de las razones de su vida, con Gonzalo Bullón de maestro e incitador y con Ángel Carrera, entre otros, como compañero de viaje, al que se sumarían de diversos modos otros profesionales de Aragón como Julio Álvarez, Enrique Carbó o su esposa Cuca Pueyo.
Con ellos trabajó en la recuperación y exhibición de fotógrafos aragoneses como Ricardo Compairé, Ramón y Cajal, Jalón Ángel, Juan Mora Insa, los hermanos Faci, etc. Algunos de ellos fueron los primeros nombres de un aprendizaje que lo convertirían en una figura indiscutible de la restauración y conservación de fotos antiguas. El fotógrafo Ángel Carrera recordaba hace poco: “Los grandes maestros relacionados con la conservación y restauración fotográfica los tuvo en Rochester, Nueva York, cuando fue becado por la Diputación de Zaragoza para ampliar estudios, especialmente Grant Romer, conservador de la Eastman House, que fue también quien le introdujo en la masonería. Ángel Fuentes ha sido el mejor restaurador fotográfico en España y me atrevería a decir que uno de los mejores de Europa. Ha formado prácticamente a todos los conservadores y restauradores que actualmente hay en activo en España e Hispanoamérica”.
Al cabo de unos cuantos años, tras su estancia en Nueva York y Canadá, Ángel Fuentes se convertiría en un profesional reconocido, admirado y elogiado por doquier. Ha coordinado seminarios, ha dirigidos múltiples proyectos públicos y privados y ha impartido 300 cursillos. Era divertido, sabio, ingenioso, iconoclasta, de verbo fácil y envolvente; en cada una de sus charlas o talleres se acumulaban las anécdotas, las historias de fotógrafos y de fotografía, o los instantes de una existencia apasionada y tumultuosa. Ángel, entusiasta del rocanrol y de la poesía, recordaba que se pasó varias horas con su ídolo Leonard Cohen hablando de todo y de nada y fumando cigarrillos sin parar. Admiraba a Bob Dylan, a Lou Reed, a Janis Joplin, a King Crimson, uno de los grandes del rock sinfónico (llega a sugerir un cambio de letra en su canción ‘Epitafio’), a Van Morrison o al poeta Arthur Rimbaud, que era uno de sus dioses particulares.
Hace unos días, uno de sus mejores amigos, el médico, fotógrafo y masón Ricardo Falcón anunciaba otra faceta de Fuentes: su pasión por la literatura y, muy especialmente, por la escritura de ficción. Fuentes mantenía varios blogs, y de uno de ellos, ‘Las pupilas del espejo’, ha salido un libro del mismo título, que publica R. L. Santiago Ramón y Cajal nª 35 de Zaragoza, la logia masónica a la que pertenecía desde principios de los 90. Ese blog es un diario que comenzó en 2008 y que continuó hasta 2014. La selección de textos, que ha llevado a cabo Antonio Lacueva, se cierra con un artículo que publicó en HERALDO el pasado febrero, centrado en ‘El origen de la fotografía y la masonería’.
En el libro hay un poco de todo: diálogos nocturnos con el silencio y las estrellas, cuentos más o menos alegóricos, pensamientos, aforismos, confesiones, declaraciones de amor a la amada y poemas, a los que a menudo titula ‘haikus’, aunque no lo sean en un sentido estricto: “Pieles que se encuentran, / el roce nos comprime / y nos dilata”, escribe. O “Cambio de año; / por el amor al árbol, /podo sus ramas”. Todo ello ilustrado con arte oriental, fotos antiguas, dibujos y objetos simbólicos. Glosa un poema de Paul Éluard, el primer marido de Gala, y anota: “No imagino un cielo con una sola estrella; aprendí de los desiertos del norte de África que el viento une y separa los granos de arena, que por ello el desierto no cambia en su esencia, ni se duele. Todas las vidas están en mí”. El cielo también le subyuga en una noche íntima de Valparaíso.
Quizá uno de los momentos más emotivos sea esta texto autobiográfico: “Mi adolescencia, tenía 13 en el 68, fue mecida por Hesse y por Vian, por Whitman y Felipe, por Ucello y Van Gogh, por Hölderlin, De Quincey, Borges y Welles, por la mano izquierda de Hendrix, las hortensias de Casadios, los 113 gramos de las latas de Twinnings y por la rotunda imposibilidad de habitar las certezas. Así ha sido desde entonces; vivir para esquejar la duda y cultivarla. Saber que no podré saberte, excede a mi nihilismo”, anota.
El propio autor, que firma como Bartolomeo Malahora, se define a sí mismo como “conservador-restaurador de patrimonio, epicúreo, hedonista y perseguidor de la ataraxia”. Es decir, buscaba la serenidad del alma, de la razón y las emociones. Ricardo Falcón dice: “Ángel Fuentes practicaba el lado salvaje de la vida en relación con el pensamiento. Era transgresor, auténtico, de ideas claras. Y a la vez tímido. Creía en los valores de la fraternidad universal y era un hombre que esencialmente te acogía. Al pensar en su muerte, tan inesperada, tengo una doble sensación de pérdida: le echo de menos, desde luego, y me arrepiento de no haber hablado más con él”.
El ANECDOTARIO
Verano del 71. Lector incansable, incluso de clásicos como Dante Alighieri, Ángel Fuentes de Cía recuerda su intenso ‘Verano del 71’. Dice así: “Hay algo en los internados que recuerda a la cárcel; no poder decidir a dónde vas, es estar preso. En junio del 71 alcancé las cotas más altas de la excelencia académica, bacarrá, me suspendieron todas, nótese el hecho de que no fui yo quien suspendiera, sino que mis dudosos profesores del Redín de Pamplona decidieron que un prudente escarmiento podría corregir mi decidido apetito de ir por libre. Mis padres, preocupados por el rumbo de mi eclíptica, me internaron en Izarra, colegio especializado en casos que prometían ser perdidos...”
FERRER LERÍN EN JACA Y CANFRANC

El próximo miércoles 13 de agosto, a las 20:30 horas, y dentro de las actividades de la XV Feria del Libro de Jaca, tendrá lugar, en el Salón de Ciento del Ayuntamiento, la conferencia «Memoria de los sueños en Mansa chatarra de Francisco Ferrer Lerín». Junto al autor intervendrán Antonio Armisén (Universidad de Zaragoza) y José Luis Falcó (Universidad de Valencia).
Un día después, el jueves, 14 de agosto, de 12:00 a 14:00 horas, Francisco Ferrer Lerín firmará ejemplares del libro Mansa chatarra en la caseta de la Biblioteca (XV Feria del Libro de Jaca).
Y el sábado 16, a las 18:00 horas, presentación de Mansa chatarra en la Biblioteca Pública Municipal de Canfranc. El autor estará acompañado por José Luis Falcó, responsable de la selección y prólogo del libro, y por la editorial Jekyll & Jill.
MORRISON O LA REBELIÓN DEL ROCK
A PLENO SOL. La vida y la muerte del Rey Lagarto, el líder de Los Doors, es un misterio. Hace poco, en el mensual londinense ‘Mojo’, la cantante Marianne Faithfull revelaba que su novio Jean Breteuil le había servido la heroína que acabó con su existencia. Quizá sea una revelación ociosa y a destiempo acerca de un mito irreductible.
Puede verse aquí:
http://www.heraldo.es/noticias/ocio_cultura/2014/08/13/jim_morrison_rebelion_del_rock_304537_1361024.html
Jim Morrison o la rebelión del rock
Jim Morrison, el Rey Lagarto, uno de los grandes mitos del rock del siglo XX en 1927. JOEL BRODSKY
“Soy el hombre de la libertad. Esa es toda la fortuna que tengo”. James Douglas Morrison (Melbourne, Estados Unidos, 1943- París, 1971) fue un hombre ingenioso, de frases inspiradas, que llegó al rock para cambiarlo y para hacer una doble revolución: la suya propia y la de las masas. Y en ese proceso, breve, de poco más de seis años y un buen puñado de canciones, descubrió el laberinto de la autodestrucción. Fue muchas cosas: un cantante, un conquistador, un provocador de la política y el sexo, un poeta y un líder de la juventud, y fue el Rey Lagarto. James Douglas Morrison fue muy aficionado a los mitos, a la fantasía, a los símbolos: le apasionaban poetas como Charles Baudelaire y Arthur Rimbaud, a quienes rindió homenaje en sus temas, admiraba a los indios y se sintió un chamán.
Su existencia es un paseo por la brillantez, la excentricidad y el desgarro. Y su muerte sigue dando que hablar: es la culminación de un destino anunciado y quizá de una desesperación creciente. Fue, como los grandes divos del rock, hosco, seductor, provocador, rebelde y genial. Lo encontraron en la bañera de su apartamento; dicen que fue víctima de un infarto tras haber consumido alcohol; otros dicen que murió por sobredosis de heroína y otros sospechan que desapareció -en una de sus múltiples metamorfosis- y que andará por ahí. Estos días Marianne Faithfull ha dicho que seguramente sería su novio de entonces, Jean de Breteuil, un ‘camello’ aristócrata, quien le habría vendido una dosis mortal de heroína y por lo tanto habría provocado, accidentalmente, su fin.
Su padre era almirante de la marina y por eso tuvo una infancia nómada. Pintaba, dibujaba y pasaba muy buenos momentos en la biblioteca de su abuela. Era muy brillante. Estudió en la Universidad de Florida y se matriculó en cine en la UCLA, Los Ángeles, donde coincidió con Francis Ford Coppola. Cuando se licenció, según ha contado su padre, no pidió un coche como la mayoría de sus compañeros, sino las obras completas de Nietzsche. Se instaló en Venice Beach porque quería dedicarse a la escritura y quizá quería probarse en el amor, en el sexo y en las drogas. Él mismo contó que en un verano inolvidable y decisivo descubrió el poder de la música. Escuchó muchos temas, intentó aprendérselos de memoria y luego, en un país dominado por el country y el blues, se aficionó a Elvis Presley, que sería su auténtico dios, y también a Frank Sinatra. Un día, su amigo Ray Mandarek, que había estudiado con él y era teclista, le oyó recitar uno de sus poemas, ‘Moonlight Drive’. “Nunca había oído versos de una canción de rock como esta antes. Hablamos un poco antes de decidir tener un grupo juntos y hacer millones de dólares”, recordaría Manzarek, que falleció el pasado año. En 1965, con Ray y con Jim, que apenas había cantado en su vida, nació The Doors. Tomaban el nombre de un poema de William Blake. Se les unieron Robby Krieger, guitarrista, y John Densmore, a la batería.
Al principio tocaron en bares, en pequeñas salas, pero los éxitos no tardarían en llegar. Los Doors, sobre todo a través de su líder tan carismático, eran conscientes de que los tiempos estaban cambiando: se desarrollaban las culturas hippie y underground (Jim adoró a Kerouac), empezaban a sonar figuras como Jimi Hendrix y Janis Joplin y una formación como Pink Floyd, Los Beatles y Los Rollings conquistaban a los jóvenes y el mundo se debatía en numerosos conflictos. Nacían los grandes festivales de música. Los Doors publicaron su primer disco el cuatro de enero de 1967, con el título del grupo, y el mundo empezó a estremecerse. Morrison, bello y seductor, procaz y maldito, rompía corazones, animaba orgasmos y agitaba conciencias. Ahí estaban canciones como ‘Light my Fire’ o ‘The End’, que sufrió alguna censura y fue un pieza mítica, como lo serían ‘Riders on the Storm’, para muchos su mejor canción.
Por cierto, John Densmore tituló así sus memorias, ‘Jinetes en la tormenta’ (Grijalbo, 1991) y confiesa: “A mí me encantaba su forma de cantar”. El locutor de la Cadena Ser Pedro Elías dice a HERALDO: “Siempre me ha parecido exagerada la veneración hacia su persona, desmesurada tras su muerte. La única canción de Los Doors que me sigue alucinando como el primer día es esa, quizá una de las más atípicas de su repertorio”. La evolución de Morrison es realmente compleja: coqueteó siempre con algunas drogas (el peyote, la marihuana, el LSD), bebía mucho (por necesidad y por estética vital) y su puesta en escena se complicó. Fue arrestado en algunas ocasiones, acusado de obscenidad y de promover la revolución. Su “amor cósmico” y tortuoso fue Pamela Courson.
“Cuando se dio cuenta de que se había convertido en un Dionisos adorado y que sus esfuerzos por ser considerado artista (y poeta) serio se limitaban al morbo que provocaban sus descomunales borracheras y las vergonzosas tanganas que surgían en sus conciertos para horror de sus (excelentes) compañeros, decidió destruirse físicamente. Engordó hasta la obesidad mórbida, grabó uno de los mejores discos de la época, ‘L. A. Woman’ y se marchó a París decidido a no volver jamás con Los Doors y escribir poesía”, explica el crítico musical Juanjo Blasco, y agrega: “Lo cumplió”. Un día, Morrison había escrito: “El futuro es incierto y el final siempre está más cerca”.
EL ANECDOTARIO
El poeta. Dice Juanjo Blasco Panamá: «Tengo la sospecha de que a Morrison, al igual que a Jimi Hendrix, se le ha escuchado menos de lo que se dice. Se conoce la figura, los escándalos, la estética, pero yo creo que una de las claves radica en su poesía. Posee una poética espesa, visionaria, llena de imágenes y sensaciones, propia de la época pero rompedora. Una celebración de la pasión, de la vida y de la muerte. Un brujo. Siempre quiso eso: el espectáculo total, la unión con el cosmos, de ahí su famoso grito en las actuaciones: “¡Queremos el mundo y lo queremos ahora!”». Jim Morrison publicó dos poemarios en vida y luego se editó su lírica completa.
La bestia. “Me sentía como un animal enorme. Una bestia grande. Cuando caminaba por los pasillos, sentía que podía derribar a cualquiera que se me cruzase. Es terrible ser delgado y frágil porque hasta el viento te puede echar abajo. Lo gordo es hermoso”. Lo decía alguien que se había preguntado en una entrevista para ‘Rolling Stone’: “¿Hay algo peor que una mala foto?”.
DONOSO, WACQUEZ, AYÉN Y EL BOOM
[A PLENO SOL. Xavi Ayén (Barcelona, 1969) ha publicado uno de los libros del verano: ‘Aquellos años del boom’ (RBA. Pemio Gaziel, 2013), donde narra las conexiones de autores como García Márquez, Cortázar, Vargas Llosa con Barcelona, pero también con la localidad turolense, donde vivió y creó José Donoso.]
Donoso en la ONU de Calaceite
Sergio Vila-Sanjuán, escritor y crítico especializado en novela negra y best-seller, asegura que ‘Aquellos años del boom. García Márquez, Vargas Llosa y el grupo de amigos que lo cambiaron todo’ (RBA, 2014) de Xavi Ayén (Barcelona, 1969) es “el mejor libro de periodismo cultural que se ha escrito en España”. Sabe bien de lo que habla el premio Nadal-2012 y director de ‘Culturas’ de ‘La Vanguardia’: entre otras cosas fue alumno de aquellos talleres literarios, muy creativos y de mucho debate, que impartía José Donoso en Sitges en los años 70, poco después de haber vivido en Calaceite. A los años de Calaceite dedica Xavi Ayén un intenso capítulo sobre las ramificaciones del Boom –eso que se conoce como la explosión universal de las letras latinoamericanas y del realismo mágico a través de figuras como Borges, Rulfo, Cortázar, Sábato, García Márquez, Vargas Llosa...- en la localidad del Matarraña: allí vivió y escribió casi cuatro años, entre 1971y 1975, el autor de ‘Tres novelitas burguesas’, ‘Casa de campo’ y ‘El obsceno pájaro de la noche’ con su mujer María Pilar Serrano y allí viviría años después, y moriría de sida, el escritor y traductor Mauricio Wacquez, todo un personaje, como se ve en el capítulo ‘José Donoso y el jardín de la neurosis’.
De Vargas Llosa, “su gran amigo barcelonés”, es una frase antológica: “Donoso cultivaba su neurosis como otros cultivaban su jardín. Diría, asimismo, que su mujer también se dedicaba a abonar las neurosis de su marido”. Ayén, entre otros datos, dice que el novelista es “ciclotímico abrupto” y los Donoso son “enfermos pero también hipocondríacos (...) El punto débil de José era el estómago y el de María Pilar era el útero (...) La úlcera del escritor ha venido martirizándolo desde finales de los años cincuenta”. Ella intentará apoyarse en Mercedes Barcha, la esposa de García Márquez, para acudir a los médicos; él se alía con la agente literaria Carmen Balcells, de la que siempre recelaba. Quizá aquí conviene recordar una frase de Rosa Regàs: “Donoso era torturado, como sus novelas”.
Si algo queda claro en este libro minucioso, lleno de detalles, de personajes, de títulos y de incidencias humanas y literarias, es que José Donoso (1924-1996), que había dado clases en Estados Unidos, es uno de sus personajes más complejos: complejo, atormentado, acaso postergado, invadido de demonios, y uno de ellos era, sin duda, su homosexualidad. De esa pulsión, que se había revelado en varias ocasiones, derivada una sensación de dolor, de desgarro y de clandestinidad; en sus diarios habla de ello y Ayén dice que le contó a su esposa sus inclinaciones antes de casarse.
Escribe el periodista y crítico: “Un día de 1971 Donoso se desplazó por primera vez al ignoto pueblo de Calaceite, en la comarca aragonesa del Matarraña, fronteriza entre Teruel y Tarragona. Iba a visitar a su traductor al francés, el elegante y acaudalado Didier Coste, quien trabajaba para Gallimard”. Donoso quería comentarle algunas dudas de su novela ‘El obsceno pájaro de la noche’ (1970); el novelista iría varias veces a la localidad, “entre viñas y olivares, “de casas de piedra, congelado en el siglo XVII”. Y, junto a Didier Coste, que lleva una cuidada barba de pocos días y luce pajarita, acabará enamorándose del pueblo”.
Donoso y su mujer compraron tres casas por 100.000 pesetas (600 euros), “ruinosas y contiguas”, y se instalaron allí, donde vivirían entre 1972 y 1976 porque reducían sus gastos a “una décima parte”. Dice Ayén: “El jefe de obras es el alemán afincado en el pueblo Klaus Wagner, que también reconstruirá más tarde las casas de la periodista Elsa Arana y del escritor Mauricio Wacquez”. Ayén cuenta otros detalles como algunos recelos “entre carpetovetónicos y xenófobos” que padeció Donoso. Lo eligieron un año pregonero de las fieras de Santa Espina y fue insultado por algunos paisanos: tuvo que oír “comunista”, “rojo” y “lárgate”, entre otras lindezas, y se hablaba de que era enemigo de Pinochet. Entre sus amigos se hizo famosa su casa, y especialmente su jardín. Donoso atrajo a los medios de comunicación al lugar que se convertiría muy pronto en “el Cadaqués de secano” y otros intelectuales y artistas empezaron a comprar casas allí. En sus diversas hornadas, Ayén recuerda al grafista suizo Yves Zimmermann y su esposa Vigna Kuoni, a Luis Buñuel, que iba mucho e intentó adaptar la novela de Donoso ‘El lugar sin límites’, al poeta y editor Antoni Marí, a los pintores Ràfols-Casamada y María Girona, a la historiadora del arte Natacha Seseña, al editor Gustavo Gili y por supuesto a los poetas y profesores Ángel Crespo y Pilar Gómez Bedate. El “bullicio cosmopolita” acentuaba los rumores: Calaceite parecía la ONU, como dijo un vecino. “Se recuerda –dice Xavi Ayén- el paso por el pueblo del actor Pablo Rabal y de Carlos Fuentes, Juan Benet, Luis Goytisolo, Carlos Barral (su prima, la pianista Isabel Rocha Barral, también cuenta con casa allí), Gabriel García Márquez, Jorge Edwards, Luis Rosales, Ana María Moix, Colita...” No figura en esta enumeración Vargas Llosa, pero sus hijos también iban y María Pilar Donoso jugaban con ellos y “hasta bromeaba con casarse, de mayor, con algunos de ellos”.
En la pareja Donoso-Serrano y Pilarcita había demasiadas sombras, como contó la joven en su novela ‘Correr el tupido velo’ (Alfaguara, 2010), donde desveló muchos secretos de familia y la tensión entre sus padres. El libro le costó el divorcio y finalmente el suicidio. Al parecer, José Donoso regresó a Calaceite en 1996 a casa de Mauricio Wacquez, de quien había estado enamorado al menos platónicamente. Ayén dice que “le recuerdan andando despacito, arrastrando los pies, con la cara blanca como la cera y su figura de extrema delgadez”. Poco después moriría “el personaje más trágico del boom”.
EL ANECDOTARIO
Memoria de Wacquez. Para Xavi Ayén, el escritor y traductor Mauricio Wacquez (1939-2000) fue la otra gran figura de Calaceite. Un hombre histriónico, vitalista, arrollador, que vivía con su compañero Francesc, químico, que murió mientras enterraban al autor chileno. Ambos fallecieron de sida, como recuerda Ayén en su excepcional trabajo de 876 páginas. Natacha Seseña dice que gesticulaba como Dalí, que era muy aparatoso. Y el Premio Cervantes Jorge Edwards, que frecuentó la localidad, dice: “Frente a la austeridad donosiana, a su mueca de duda, a su sentido de los límites, Wacquez representaba el sentido de la alegría, la euforia contagiosa, una risa que estallaba y que parecía que se desgranaba escaleras abajo por gradas de piedra redondeadas en inviernos interminables”.
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-La foto 3: https://antoncastro.blogia.com/upload/externo-4d7e49fd913b386cc11319e4bd6ef60f.jpg
EL NIÑO QUE QUISO VOLAR

[A PLENO SOL. ‘El Principito’ es uno de los libros más singulares de la literatura. Su autor lo redactó en Nueva York en 1943; apenas un año después, en Marsella, era derribado por la aviación alemana. Han pasado 70 años. Peter Sís le dedica un libro ilustrado magistral al piloto y escritor.]
Saint-Exupéry
El niño que quiso volar
Antón CASTRO
Érase una vez un niño que nació en 1900, en Lyon, Francia, en un tiempo en que el hombre soñaba con volar y empezaba a hacer sus primeros aviones. Se llamaba Antoine, tenía tres hermanos y se quedó huérfano de padre a los cuatro años. Era tan soñador como aventurero. Le gustaba leer, viajar con la imaginación, escuchar historias y adentrarse en los castillos. Quería ser piloto. Tenía el pelo rubio y su familia –que pertenecía a la nobleza: sus padres eran condes- lo llamaba el Rey del Sol. Adquirió un hábito infrecuente: despertaba a los suyos para leerles sus últimos poemas.
Muy pronto quiso fabricar su propia nave; como había hecho Clement Ader, que había construido un avión a vapor en 1890, se alzó del suelo pero no voló; como harían Orville y Wilbur Wright en Carolina del Norte en 1903. O Louis Blérito en 1909, que «fue el primero en volar de Francia a Inglaterra». Le gustaba mucho la bicicleta; con doce años, le añadió unas sábanas sujetas con varas de mimbre para que se elevase, sin fortuna. No le importó: tarde o temprano sería piloto. Casi todos los días iba pedaleando hasta el aeródromo donde se probaban los aparatos. Un día un joven piloto lo dejó ir en su aeroplano. Se dio cuenta de que le encantaba el cielo, sería un coleccionista de estrellas, y que le gustaba mucho mirar abajo. Dicen que Antoine no pensaba más que en volar.
Se matriculó en Arquitectura, pidió que lo mandasen a aviación en el servicio militar, pero no lo logró. Su madre acabó pagándole clases particulares con instructores de vuelo para aprender a pilotar (surcará el aire en un Farman F-40 y en un Soptwith), y antes de conseguir su primer trabajo de mecánico en una empresa de correo aéreo, viviría diversas peripecias: se estrellaría en mayo de 1923 con un compañero, y saldría ileso, y llevaría pasajeros que querían gozar de una vista panorámica e inolvidable de París. Era feliz. Y lo sería más cuando un editor oyó sus aventuras y le pidió que las escribiera: así nacería su primer libro, ‘El aviador’ (1925), al que seguirían otros como ‘Correo del Sur’, ‘Vuelo nocturno’, ‘Piloto de guerra’, ‘Ciudadela’, etc., por los que recibió importantes galardones.
Después de trabajar de mecánico asumiría un hermoso cometido: transportar, en solitario, el correo de Francia a España. Luego también lo haría por casi toda Europa y por parte de África Occidental. Sus sueños empezaban a cumplirse con un sinfín de anécdotas, de accidentes, de viajes temerarios y de aterrizajes forzosos, como el que sufrió en el Sáhara, con un compañero: anduvieron por el desierto unos días, víctimas de las alucinaciones, hasta que los encontraron los beduinos. En realidad, ya entonces vivía de milagro. Uno de los episodios más fascinantes de su biografía lo vivió en el aeródromo de Cabo Juby (al sur de Marruecos, en el Sáhara occidental), del que era responsable: habitaba una choza de madera, se rodeó de animales salvajes que domesticaba y convertía en sus mascotas. Tenía una jarra, una palangana, bastantes libros y un gramófono. Una vez al mes recibía provisiones de Canarias y rescataba a aviadores que habían sido derribados. Por su sentido de la conciliación, lo llamaban Capitán de los pájaros.
Así, en forma de cuento, el escritor, cineasta y dibujante Peter Sís (Brno, Checoslovaquia, 1949) aborda ‘El piloto y el Principito. La vida de Antoine de Saint-Exupéry’ (Sexto Piso. Traducción de Raquel Vicedo), que tiene diversos niveles de lectura: uno, sencillo, para los más pequeños, y otro, lleno de matices y de curiosidades, para todos los públicos. Lo que impresiona es la parte gráfica o visual: la puesta en escena, los cielos estrellados, los desiertos, los mapas del mundo, los objetos, la soledad de los accidentes, la superficie esmeralda del mar o el modo de explicar cómo su avión planea por un cielo de fuego mientras abajo avanzan los bombarderos nazis. Exúpery también estuvo en la guerra civil española.
Peter Sís, que recibió el premio Hans Christian Andersen de 2012 y firmó en Sexto Piso el ‘El coloquio de los pájaros’ (2012), nos recuerda en pequeños dibujos de contexto la trayectoria de Saint-Exupéry, la letra menuda de una vida apasionante, sus amigos (especialmente Guillaumet y Leon Werth, a quien le dedicará ‘El Principito’), las dificultades que tenía para acomodarse en la cabina, donde escribía y leía, porque medía 1.88, y nos dice que se casó con la escritora y pintora Consuelo Gómez Carrillo (1901-1979), en 1931; sería ella quien le inspiraría la rosa de ‘El Principito’.
Ese libro se publicó en abril de 1943, en francés e inglés. Lo redactó en un tiempo de crisis (en su país habían sido cuestionados su amor a Francia y su valentía por el propio De Gaulle) y ha vendido más de 145 millones de ejemplares. Peter Sís dice: «Compró una pequeña caja de acuarelas y empezó a trabajar en un libro ilustrado sobre un niño de pelo dorado». Desapareció un 31 de julio de 1944, tras despegar de Borgo (Córcega) en un Lockheed P-38 Lightning, con el fin de controlar las posiciones de los nazis, que habían invadido su país en 1940. Peter Sís concluye: «Era un hermoso día (...) Puede que Antoine encontrara su propio planeta reluciente cerca de las estrellas». Han pasado 70 años y era, como ahora, verano.
el anecdotario
Olé tus libros. La vida de Saint-Exúpery sigue envuelta en la leyenda. Varias personas, desde 1998 hasta ahora, hallaron pertenencias del escritor y del avión que pilotaba en Marsella. Incluso ha habido varios militares (como Robert Heichele y Horst Ripper) que han dicho que lo habían derribado. En cualquier caso, ‘El Principito’ es uno de esos libros especiales que busca respuestas, que habla del sueño y de la imaginación, del amor y de la amistad y que sigue conquistando lectores. En Zaragoza existe una librería, Olé tus libros, cuyos dueños, María Jesús y Víctor, sienten auténtica veneración por el volumen. Tienen ejemplares en todos los idiomas. Han hecho una nueva edición en formato cuadrado y le han encargado las ilustraciones a Juan Bauty, que ha hecho interpretación muy personal, con mucho color.
*Ilustración de Peter Sís. El texto se publica hoy en Heraldo de Aragón.
MARY PAZ: ARTE, LEYENDA Y DRAMA

[A PLENO SOL. La increíble y breve historia de una bailarina, actriz y cantante que fue una de las estrellas de posguerra. Bailó con Raquel Meller y Concha Piquer, cantó con Lola Flores, actuó con Juan de Orduña. Murió a los 22 años y fue despedida por una multitud en Madrid.]
Mary Paz
La estrella interrumpida
ARCHIVO HERALDO & R. GÓMEZ GASCÓN
En la historia del espectáculo en Aragón hay figuras enigmáticas, de vida breve o escurridiza. Ejemplos de ello, muy distintos, serían la actriz de cine mudo Ino Alcubierre, la actriz, guionista y productora Natividad Zaro o la actriz, cantante y bailarina María Paz Gascón (Zaragoza, 1923-Madrid, 1946), que fue conocida como Mary Paz y que fue elogiada por figuras de su época como Rafael de León, que sentía debilidad por su modo de cantar, por Tomás Borrás, que le dedicó una intensa necrológica, casi de enamorado, en ‘ABC’ a los tres días de su muerte, el 15 de marzo («Bailó sin ruido y sin mover el aire (...) Bailarina en fuga de la vida que ejecutaba su simulacro de ascender», decía) o Melchor Fernández Almagro, gran amigo de Lorca, entre otros. Falleció, a consecuencia de una septicemia, tras una urticaria que cogió en Granada por comer marisco en mal estado, cuando tenía poco más de 22 años. Las gentes la encumbraron y la colocaron al lado de bailarinas como Marienma, Encarnación López ‘la Argentinita’ o Antonia Mercé ‘la Argentina’, entre otras.
Fue una niña prodigio. A los cinco años se presentó en el Teatro Parisiana, cantó ‘Ramona’ y bailó un charlestón. Allí volvería a actuar con uno de los espectáculos que Concha Piquer paseó por España en la inmediata posguerra. El crítico de HERALDO, tal como contaba Pedro Zapater en un artículo evocador publicado en 2012, decía: «Mari Paz, casi una niña, no es una promesa. Es realidad de una danzarina excepcional». En 1933, según señala uno de sus mejores estudiosos, Javier Barreiro, ya estaba con su familia en Barcelona y tomó clases de danza con Pauleta Pamies. La guerra civil española cogió a los Gascón en Madrid. Actuó en el Teatro de la Zarzuela en vísperas de la contienda y luego participó en un festival organizado por la CNT, con grandes figuras del momento como Estrellita Castro, Pastora Imperio y Miguel de Molina. En retaguardia, melancólica y sacrificada, trabajó sus cualidades tanto en danza española como clásica. Igual bailaba piezas de León, Quiroga y Quintero que escenificaba obras de compositores como Beethoven, Chopin o Granados.
Sería su paisana turiasonense Raquel Meller quien la incorporase a su elenco. Y de ahí dio el salto al cine cuando la vio Carlos Fernández Cuenca, que se prendó de su encanto personal. Terciopelo, fotogenia y dulzura. Era bella y garbosa, y la hizo debutar en una película un tanto atípica: ‘Leyenda rota’ (1939). Trabajó con Juan de Orduña, que luego se convertiría en uno de los directores más famosos y versátiles del régimen; hacía de joven francesa a la que gustaba la canción española. El propio Orduña la reclamó para ‘Suite granadina’ (1940), donde mostraba su ligereza y su elegancia de bailarina en un trabajo sobre las fuentes de Granada, basado en los versos de Villaespesa. Más tarde, el violinista y director de orquesta, y cineasta ocasional, Rafael Martínez del Castillo, hermano del director Florián Rey y de Guadalupe Martínez, arreglista de jotas y canciones para el cine, contó con ella para otro cortometraje musical: ‘No te mires en el río’ (1941), donde bailaba sobre un fondo de bulerías. Aún haría otra película más, ‘El triunfo del amor’ (1943) de Manuel Blay; lució su hermosa y bien timbrada voz. Encarnaba a una cantante de éxito casada con un boxeador.
Al parecer era una mujer (de «penumbroso gesto elegante», según Borrás) con muchas cualidades artísticas, capaz de realizar escenografías e inventar números musicales. Iría labrando su fama en espectáculos mixtos en las compañías de Raquel Meller, de Concha Piquer y más tarde en varios espectáculos dirigidos por Quintero, León y Quiroga: en 1942, lideró ‘Cabalgata’, donde Lola Flores cantó ‘El lerele’; al año siguiente, fue la principal figura de ‘Arte español’, y el año de su adiós estrenó ‘Cancionero’ en el Teatro Reina Victoria, en el que bailaba ‘Gloria a la petenera’. En ese número premonitorio moría y el pueblo, representado por cantantes y bailarines, la llevaba en hombros a la tumba. Barreiro, en su libro ‘Voces de Aragón’ (Ibercaja, 2004), dice: «La gente lloraba y aplaudía de pie. Como al poco se produjo su prematura muerte, muchas artistas corroboran la fama del mal fario de la petenera y se enconaron en su negativa a interpretarla». En la red hay páginas dedicadas a este mito y a esa superstición tan de la época. Cantó ante Franco en la Granja de San Ildefonso de Segovia y en el palacio de Oriente de Madrid.
María Paz Gascón Cornago, una de las mujeres más talentosas del espectáculo en España, moría en su casa de la calle Santa Isabel y sería trasladada al cementerio de la Almudena a hombros, en medio de una multitud. Se le hizo un mausoleo por suscripción popular, que contó con la generosidad añadida de Celia Gámez: organizó una función para recaudar fondos a los tres meses de su óbito. Mary Paz estaba llena de proyectos: preparaba una gira por Latinoamérica e iba a ser la protagonista de ‘Lola se va a los puertos’ (1947) del propio Orduña, donde la reemplazaría Juanita Reina. Tomás Borrás cerraba así su poético e intenso artículo de página tres de ABC: «No pisó, resbalaba».
el anecdotario
Las cosas del querer. Fue de las primeras intérpretes de la canción ‘Las cosas del querer’, que muchos años después inspiraría a Jaime Chávarri dos películas, en 1989 y 1995, con Ángela Molina y Manuel Bandera. Debía ser pura melodía. Dice Borrás: «María Paz (sic) era, como la melodía del oboe, miel y dulzura de melodía de sentimientos».
Amor. No se le conocieron amores, salvo un joven y fugaz militar. Barreiro recoge una leyenda: se dijo que había muerto por un aborto clandestino que se le había practicado; al parecer se habría quedado embarazada de un obispo con el que mantenía relaciones. Él mismo lo desmiente así: «aunque tal tipo de episodio no era insólito en la vida de los artistas, en este caso no responde a la verdad».
LAUREN BACALL: HEROÍNA DE CINE NEGRO
[A PLENO SOL. Esta semana, tras el suicidio de Robin Williams, fallecía a los 89 años la intérprete de ‘Tener y no tener’ y ‘El sueño eterno’. Vivió doce años con Humphrey Bogart y ocho con Jason Robards. Encarnó la clase, la elegancia y el fulgor de Hollywood. Recibió el Oscar honorífico en 2009.]
Lauren Bacall
Una heroína de cine negro
Un retrato veraniega de una actriz que destacó en el cine de intriga, pero también en la comedia y el melodrama.
Antón CASTRO
Lauren Bacall (Nueva York, 1924-2014) era bella, diferente, distinguida, tenía unos ojos verdes y un rostro anguloso. Era fotogénica y todo un desafío para los fotógrafos. Sintió la llamada del cine y fue acomodadora de una pequeña sala y luego modelo. Estudió arte dramático y allí coincidió con un joven Kirk Douglas, de quien estuvo locamente enamorada, según ella; él, muy elegante, diría 60 años después: “intenté seducirla sin conseguirlo”. Diana Vreeland, la directora de arte de ‘Harper’s Bazaar’, vio algo especial en su rostro y en su cuerpo interminable, dibujado con leves curvas, airoso y plano de pecho. La eligió para la portada de la revista y allí iba a verla otra mujer audaz: Nancy ‘Slim’ Keith, la segunda esposa del director Howard Hawks; al parecer advirtió a su marido de que esa joven podía ser lo que andaba buscando. La llamó, la vio y la oyó: le disgustó su voz atiplada, nasal e imperfecta y se lo dijo.
Lauren, que había dejado de ver a su padre a los diez años, le pidió consejo a Hawks. Al cabo de dos semanas, tras muchos ensayos y una tenacidad que define su carácter y el tamaño de su ambición, acudió a verlo de nuevo. Parecía otra: usaba una voz ronca y sensual, penetrante, que no tardaría en convertirse en una de las más cautivadoras del cine negro. Hizo ‘Tener y no tener’ (1944) con Hawks, donde tendrá otro de los encuentros decisivos de su vida: su compañero de reparto era Humphrey Bogart, un cuarto de siglo más viejo que ella, infelizmente casado con su tercera esposa, Mayo Methot, víctima de la bebida, y uno de los mitos de Hollywood. Había química en el plató y fuera de él. Química, atracción irresistible, electricidad, fascinación recíproca. Y allí, tras una de esas miradas de abajo arriba que ya son leyenda, se hicieron amantes. Se casaron en mayo de 1945.
Durante doce años fueron una de las grandes parejas de Hollywood: realizaron otras tres películas inolvidables de atmósfera criminal: ‘El sueño eterno’ (1946), de Hawks, tan perturbadora y compleja que hasta los guionistas (entre ellos, el futuro Nobel William Faulkner) desconocían quién había matado a un personaje, ‘La senda tenebrosa’ (1947), de Dalmer Daves, y ‘Cayo Largo’ (1948), de John Huston. En ellas, la Flaca era un emblema femenino del cine negro: era distinguida, exhibía una perfecta caída de ojos y sabía caminar con un contoneo de caderas tan personal como sugerente. Solía encarnar personajes un tanto ambiguos, envueltos en pura intriga, desafiantes e independientes. Quizá pocas veces haya sido tan sofisticada una actriz con el cigarrillo en la mano o en la boca, y ella poseía un grandioso labio inferior.
Trabajó en otras películas: ‘Cómo casarse con un millonario’ (1953), una comedia de Jean Negulesco, ‘Mi desconfiada esposa’ (1957), de Vincent Minnelli, y ‘Escrito sobre el viento’ (1956), de Douglas Sirk, entre otros títulos. Ahí ensayó otros personajes en clave cómica o melodramática. Ensanchó su registro y afirmó su elegancia. Se ha dicho hasta la saciedad que renunció en parte a su carrera para vivir una gran pasión con Bogart, con quien tuvo dos hijos. Él enfermó de cáncer de pulmón y falleció en 1957. Luego tuvo una relación amorosa con Frank Sinatra, casado con Ava Gardner, que estuvo a punto de concluir en matrimonio. Al principio, la vivieron en secreto y con culpabilidad, pero luego el crooner y actor rechazó el compromiso secreto, cuando lo vio publicado en ‘The Examiner’. Pensó que la Flaca, a la que había invitado a firmar Betty Sinatra en un restaurante, se había ido de la lengua. Ella lo cuenta así en sus memorias: “Sinatra me salvó del completo desastre que habría sido nuestro matrimonio. Probablemente era más listo que yo: sabía que no funcionaría. Pero la verdad es que se comportó como un auténtico mierda. Era demasiado cobarde para contar la verdad: que había descubierto que era demasiado para él, que no podía manejarlo. Yo lo habría entendido (espero). (...) De todas formas, fue una especie de tragedia con final feliz. Después de un mal principio, ahora nos tratamos de forma amistosa. (...) siempre sentiré algo especial por él. Los buenos momentos que pasamos fueron tremendamente buenos”.
Lauren Bacall nunca volvió a ser la misma. Su carrera bajó algunos peldaños: siguió haciendo cine, se pasó al teatro a Broadway, donde triunfó plenamente, pero nunca se alejó de Hollywood. Se casó en 1961 con Jason Robards, que también sufría dependencia del alcohol, y alumbró a su tercer hijo. Se separaron al cabo de ocho años y poco a poco, sin volver a ocupar un puesto destacado, fue rehaciendo su vida y su trayectoria. En 1992 recibió el Premio Donostia, en 2009 el Oscar Honorífico, y colaboró con cineastas como Barbra Streisand, con ella hizo ‘La mujer de las dos caras’ (1996), por la que fue nominada al Oscar, con Robert Altman o el difícil Lars von Trier, en dos ocasiones.
“Ser viuda no es una profesión”, dijo una vez esta mujer con clase, gran sentido del humor y alguna que otra extravagancia: quiso llevarse un jamón entero para el Edificio Dakota con portes al Festival de Cine de San Sebastián y pidió, bien entrada la madrugada, una batidora para preparar sus medicamentos. Era demócrata, se posicionó frente a McCarthy y ‘la caza de brujas’ y era prima de Shimon Peres, presidente de Israel. Eso sí, encarnó el glamur, la sofisticación, la belleza asombrosa de una época, la delgadez más deseada. Era la penúltima diosa mortal de Hollywood.
EL ANECDOTARIO
Amor en Madrid. A Lauren Bacall le gustaba mucho España. Después de la muerte de Bogart y de la ruptura con Sinatra, tal como cuenta en su libro inédito aquí ‘Now’ (1994), vino a España con su amiga Nancy ‘Slim’ Keith. Se hospedaron en una suite del hotel Castellana Hilton, “con un dormitorio a cada lado”, y salieron a divertirse “a un gran local de flamenco de Madrid donde había algunos españoles desatados”. Uno de ellos –“joven y guapo, aunque no demasiado, muy agradable”, dice-, se encaprichó de ella e inició el acoso, que continuó en otro lugar. Cansada, Nancy se fue al hotel. Al cabo de un rato, el español “insistió en subir al ascensor conmigo, y en mi puerta insistió en entrar para tomar una copa más. Y entró. (...) Slim estaba sentada en la cama, leyendo, con la puerta entreabierta. Él me besó y tras un poco de roce amistoso pensé que era hora de que se fuera”. Pero no quiso irse. Lauren pidió ayuda a su amiga y le dijo: “¿Y ahora, qué hago?”. Su amiga contestó: “Hazlo”. Agrega Lauren: “Así que lo hice. (...) No creo que hubiera podido hacer algo así con nadie más”. No se sabe quién fue el afortunado.
-La 1 foto es de aquí:
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-La 2 foto es de aquí:
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MORATHA Y MAJARENA EN LA MINA

A PLENO SOL. El ilustrador Moratha y el guionista e historiador Luis Majarena, ambos darocenses, publican un curioso tebeo: ‘Mina romana. Cueva del Hierro’, que constituye un viaje en el tiempo y un elogio de ese personaje tan veraniego como el guía turístico
Viaje al corazón de la mina
Antón CASTRO
El cómic vive un buen momento. Casi todo se asimila mejor con dibujos, dinámicos y divertidos, y textos breves en un tebeo. Eso parecen pensar Luis Majarena, guionista y documentalista, y Moratha, dibujante, ambos darocenses. Majarena ha pasado de escribir artículos sesudos de divulgación histórica a realizar guiones de novela gráfica. Moratha, que ha creado personajes como el Porrero medieval, que ha hecho trabajos sobre Goya o Van Gogh o el tebeo ‘El Compromiso de Caspe’, «lleva más de veinte años dibujado mañana, tarde y noche», como le gusta decir. Ahora se han vuelto a reunir, no solo en las tertulias de su villa medieval, sino alrededor de un proyecto: ‘Mina romana. Cueva del Hierro’, que propone un viaje al corazón de esa gruta que está ubicada en el pequeño pueblo conquense de apenas 50 habitantes.
El cómic tiene algo de viaje en el tiempo y es un homenaje, lleno de guiños de humor y picardía, a los guías turísticos. El de aquí, Martín, posee un don: sabe fabular, enriquece sus historias con una atmósfera de cuento y cierra sus ficciones con un desenlace inesperado o sencillamente con una pregunta. Así, los turistas o viajeros, que pueden llevar un perro llamado Tigretón o estar inmersos en una relación de noviazgo o coqueteo amoroso, se quedan un tanto perplejos. Ese es el ardid que usa el guía turístico de este cómic, que les presenta a los espeleólogos, les muestra las estalactitas, mientras desgrana múltiples historias en el interior de una gruta de más de 200 metros, por la que han pasado 200.000 personas en los últimos años.
El dibujante y humorista Moratha señala: «La idea salió del alcalde del pueblo que también es uno de los promotores que hicieron de esa mina un lugar turístico. Estuvo en Soria y compró un cómic anterior nuestro: el de ‘Thurrakos’. Le gustó, le pareció que este método era una buena manera de promover la mina y nos encargó nuestro tebeo». ‘Thurrakos’ (Cornoque, 2012) era una historia de celtíberos que firmaron Morata y Majarena tras visitar Mara y Numancia y trabajar a lo largo de seis meses. El investigador Alex Hernaiz dice, a modo de prólogo, que la idea les rondaba por la cabeza desde que en el año 2000 «visitamos el Museo de la Minería de la Unión y allí nos hicimos como un ejemplar de un pequeño tebeo de cuatro páginas que resumía por orden cronológico la historia del pueblo y sus minas». Moratha ha hecho muchas más páginas que cuatro con su chispeante sentido del humor y su buen gusto por el color. Una pareja de turistas, más seria, exclama poco antes de entrar en la cueva: «Ahí tengo apuntadas más de mil preguntas para hacerle al guía».
El historiador y guionista Luis Majarena señala: «El guion lo hicimos después de visitar la Cueva del Hierro, en la que el guía explica las características generales. Esa explotación tiene una continuidad en el tiempo y nos planteamos imaginar los personajes que a lo largo de las distintas épocas pasaron por allí». Cuenta Majarena que los niños y los adultos del tebeo son inventados, pero los personajes y los sucesos históricos son reales. Agrega: «En todas las épocas hemos intentado reflejar la sociedad en la que se vivía, así que históricamente todos los sucesos están documentados –dice-. Pongo algunos ejemplos: el yerno del novelista Miguel de Cervantes tuvo una ferrería, el marqués de Urquijo obtuvo la explotación de los Altos Hornos de Beteta... Dicho eso, evidentemente las aventuras que pasan son noveladas y todo ello con un hilo conductor: ese pico que pasa generación tras generación». Y que aparece y reaparece en las distintas historias del tebeo.
Los autores, en páginas muy narrativas y con muchas viñetas, abordan la vida de los celtíberos y romanos, en términos de esclavitud y producción; la Edad Media, donde se cruza una historia de amor con el arte de fabricar espadas y con una batalla a punto de comenzar; la caída de la nobleza en la edad moderna, donde se incorpora una visita a la ferrería de Santa Cristina; hay alusiones al fuero de Cuenca, a los vagones, a la electrificación... «Todo eso está documentado y reflejado en el cómic. Tuvimos cuidado de los más pequeños detalles. He aquí un caso. Unos niños se van a bañar a la balsa de la ferrería porque tienen fiesta. No se podrían ir a bañar si las fiestas fueran en invierno, evidentemente», dice Majarena.
El libro ofrece muchos datos útiles: «Los mineros dejaban las rocas de cuarzo y caliza como pilastras naturales», apuntan los autores. Concluye Mejarana: «Por lo que respecta a los visitantes y los guías, cogimos arquetipos y los hemos ido actualizando. Durante años enseñé Daroca a bastantes grupos y gentes y me he inspirado en mi propia experiencia».
Cuando acaba la visita, una joven atractiva y moderna resume: «¡Qué hermosa ha sido la visita!».
el anecdotario
La ferrería. Era una antigua instalación siderúrgica o un pequeño horno donde se transformaba el mineral de hierro en metal. Su existencia se remonta a la prehistoria, como se dice en el cómic; la ferrería muere con los altos hornos a principios del siglo XX. En Aragón hubo siderurgias de monte e hidráulicas en Sierra Menera y Ojos Negros, en el Moncayo, en Albarracín, en Bielsa, por citar algunas localidades. Los autores explican, en cada secuencia histórica, el vínculo de la mina con la vida: «Este es el otro que chupa del hierro», dice un personaje en los tiempos de los romanos, poco antes de que se produzca un crimen. «Fui a por agua como cada mañana y me encontré al encargado muerto. Tenía clavado este pico», revela otro.
VALLCORBA: EL EDITOR INFINITO

El pasado sábado fallecía el gran editor catalán, un profesional de impronta europea, que ha creado sellos tan importantes como Quaderns Crema, Sirmio y Acantilado. Confeccionó un vasto catálogo que refleja un espíritu inquieto, una gran pasión por la cultura y sus oficios.
Jaume Vallcorba, el editor infinito
Antón CASTRO
Algunos han dicho de Jaume Vallcorba (Tarragona, 1949-Barcelona, 2014) que era el editor más elegante de España. Y eso es mucho decir en un país donde hay grandes profesionales como Manuel Borrás (Pre-Textos), Jorge Herralde (Anagrama), Beatriz de Moura (Tusquets), Jacobo Siruela (Siruela primero y ahora Atalanta) o, entre otros, Chusé Raúl Usón, el editor del sello zaragozano Xordica, que cumple ahora veinte años.
Poseía Vallcorba, en Quaderns Crema y en Acantilado, dos de los catálogos más impresionantes y variados, de las letras catalanas en el primer sello, y de las letras universales en el segundo. Vallcorba, profesor en diversas universidades (Lérida, Barcelona, Burdeos), experto en los trovadores y la ‘Chanson de Roland’ entre otros asuntos, llegó a la edición en 1979 cuando fundó Quaderns Crema; ahí publicó a Quim Monzó, Sergi Pàmies o al aragonés Francesc Serès, y a clásicos como Ausias March y a Josep V. Foix. En 1987 creó un sello en español, Sirmio, donde publicó a un joven autor como Javier Cercas, que resumía su tesis doctoral en el libro ‘La obra literaria de Gonzalo Suárez’. La editorial, pulcra, bellamente concebida, trabajada hasta el último detalle, pasó un tanto inadvertida. En 1999, ese aventurero de la lectura que siempre fue Jaume Vallcorba, decidió crear una nueva editorial, en cuyo exterior dominan dos colores, el rojo y el negro: Acantilado. El éxito no se haría esperar. Los libros eran, y son, preciosos, sugerentes, con personalidad. Acantilado nació con la vocación de perdurar: tanto como objeto físico cuanto por la calidad de sus contenidos. El editor no era muy partidario de entrar en la batalla libro digital versus libro de papel, pero tenía claro su afán: deseaba que sus volúmenes, impresos en un papel con ph neutro, durasen cinco o seis siglos.
Jaume Vallcorba era elitista y a la vez era honesto. Nunca quiso ser popular, pero sí juicioso, refinado, de amplio paladar intelectual. Sabía arriesgar (y se arriesgaba: solía decir que una de las claves de su oficio era perseverar) y tenía olfato. Más que importarle el éxito inmediato, le interesaban la labor de fondo, el rescate, el catálogo, la compañía en la que viaja cada escritor. Cultivaba la curiosidad y la intuición. Creía en los arrebatos del azar desde una premisa elemental: “editar es amar. La felicidad me visita cada vez que me llega, de las prensas, un nuevo libro en el que he trabajado”. Acantilado es un sello impresionante que está marcando una época. Vallcorba siempre fue un perfeccionista y esta editorial –de tantos frentes abiertos: estéticos, geográficos, temáticos…- es un buen ejemplo. Él fue de los primeros e introducir a todos los técnicos que intervenían en la realización de un libro, especialmente al departamento de ortotipografía, a los diseñadores. De Acantilado conmovieron muchas cosas: el diseño exterior, esa combinación perfecta de colores sobrios y elegantes, la caja y la puesta en página, y atrajo y atrae muy especialmente la nómina de autores y de libros. Vallcorba es un buscador de tesoros y de miradas.
En sus colecciones pueden verse distintas direcciones de trabajo: hay clásicos como Michel Montaigne con sus ‘Ensayos’, James Boswell y Eckermann, Chateaubriand y sus ‘Memorias de ultratumba’, presentados en dos volúmenes y en estuche, o los ‘Diarios’ de Leon Tósltoi, pongamos por caso. Está un enciclopedista de hoy como Marc Fumaroli. Aunque quizá uno de los autores de mayor éxito sea Stefan Zweig: sus memorias ‘El mundo de ayer’ es un libro conmovedor que explica el drama judío, el amargo destino de un hombre talentoso, el miedo y el impacto del exilio, y ha tenido impacto y ventas. Vallcorba recuperó, y aún recupera, muchos de sus libros, entre ellos ‘Castellio contra Calvino’, una hermosa defensa de Servet y la libertad de expresión, y también ha apostado por Kafka, Hermann Hesse, Apollinaire, Seferis y por Joseph Roth, el autor de ‘Leyenda del santo bebedor’.
Acantilado se ha preocupado de mirar hacia las literaturas de la Europa del Este, y se ha encontrado con figuras de la talla de Danilo Kis, Ivan Klíma, Adam Zagajewski o el húngaro Imre Kertész, al que le concedieron en Premio Nobel. También recuperó la obra del escritor y guionista norteamericano Budd Schulberg, ahí están sus memorias ‘De cine’ o novelas como ‘El desencantado’ y ‘La ley del silendio’; ha publicado dos volúmenes de relatos de Dino Buzatti y de Natalia Ginzburg, o un libro como ‘Para leer a Cervantes’ de uno de sus maestros: Martín Riquer. Otro de sus referentes fue el oscense José Manuel Blecua, editor de Francisco de Quevedo.
Lector de Italo Calvino y de Jorge Luis Borges, Jaume Vallcorba, poeta y crítico, se declaró en una ocasión un pesimista moderado. Apostó por jóvenes creadores como David Monteagudo, Berta Vias Mahou, Pablo Martín Sánchez, Andrés Neuman, Javier Vela y, entre los extranjeros, Peter Stamm, el escritor suizo que recibió el premio Cálamo. El fondo de Acantilado es tan deslumbrante que para algunos es la editorial ideal: siempre ofrece joyas, libros que habían pasado inadvertidos o que son casi trabajos de una vida, como sucede con algunas obras de Ramón Andrés, un sabio de la música, o de Rafael Argullol, como ‘Visión desde el fondo del mar’. Nunca le asustó publicar libros de mil páginas o más. Su penúltimo sueño ha sido editar a Georges Simenon al completo.
A modo de balance de su oficio, dijo una vez: “Mi vida es entusiasmo, gusto y pasión”. Jaume Vallcorba moría el pasado sábado a consecuencia de un tumor cerebral. Perdió la partida de la vida, pero ganó la de la inmortalidad de las letras.
EL ANECDOTARIO
Aragón. Jaume Vallcorba, Premio a la Mejor Labor Editorial de 2002, ha estado muchas veces en Aragón. Vino con Javier Cercas a presentar a la librería Cálamo ‘Relatos reales’ y ‘El inquilino’; estuvo con Jorge Herralde cuando le editó ‘Opiniones mohicanas’, acudió algunas veces a la cena de los premios Cálamo y participó en los VI Encuentros Literarios de Albarracín, donde expuso las claves de su trabajo. En Acantilado, en los últimos tiempos, han aparecido varios autores aragoneses: Sandra Santana publicó ‘El laberinto de la palabra. Karl Kraus en la Viena de fin de siglo’ y la académica Aurora Egido acaba de ofrecerles a sus lectores ‘Bodas de Arte y de Ingenio. Estudios sobre Baltasar Gracián’, toda una suma de trabajos, de puntos de vista, de conocimiento, sensibilidad y de lucidez crítica en torno al autor de ‘El Criticón’. Si el catálogo de un editor es su mejor autorretrato, el de Jaume Vallcorba es poliédrico, fascinante, casi enigmático. Fue un sembrador de prodigios y de sensibilidades.
*Este texto aparece hoy en Heraldo de Aragón. La foto es de Moliner, de EFE.
DALÍ Y LORCA: UNA PASIÓN TRÁGICA

A PLENO SOL. ‘Querido Salvador, Querido Lorquito’ (Elba) es el volumen de la correspondencia entre el pintor y el poeta, su historia de amor imposible en algo menos de medio centenar de cartas. Tuvo su gran momento en Cadaqués, en el verano de 1927.
La pasión erótica y trágica de Lorca y Dalí
Salvador Dalí y Federico García Lorca en Cadaqués en el intenso verano de 1927.
Antón Castro
Salvador Dalí (1904-1989) y Federico García Lorca (1898-1936) vivieron una apasionada historia de amor, de amistad y de complicidad artística e intelectual que sigue generando debates y dando lugar a libros como ‘Querido Salvador, Querido Lorquito. Epistolario, 1925-1936’ (Elba. Barcelona, 2013. 268 páginas), la crónica de lo que “fue un amor erótico y trágico por el hecho de no poderlo compartir”, tal como explicó el propio Dalí en una carta a ‘El País’ en 1986. La edición, tan minuciosa como apasionante, es de Víctor Fernández y de Rafael Santos Torroella.
Dalí y Lorca, de buena familia, se conocieron en la Residencia de Estudiantes en 1923. La amistad surgió de inmediato por “total antagonismo” de ideas, de concepción artística, de personalidad. La fascinación fue recíproca y eso se percibe en una correspondencia que explica también la intrahistoria de la generación del 27, el surrealismo, los putrefactos (término acuñado por Pepín Bello) y los caminos tan distintos que seguirían cada uno. En el volumen se cita varias veces a Agustín Sánchez Vidal, quien recuerda “el poder de zapa” del cineasta aragonés, que logró arrancar a Dalí del lado de Lorca, “iniciando inmediatamente una colaboración conjunta que desemboca en las dos obras maestras del cine surrealista: ‘Un perro andaluz’ y ‘La edad de oro’”.
El epistolario recoge cartas y postales de Lorca, de Dalí, de Anna Maria Dalí (con Lorca tuvo una gran amistad; el poeta sí vivió una experiencia sexual con Margarita Manso), del padre de ambos y de Lidia Noguer, una amiga de la familia y de Eugenio d’Ors, que le felicita por el éxito de ‘Mariana Pineda’, la obra teatral que se estrenó en 1927 en el Teatro Goya del Centro Aragonés de Barcelona con decorados del propio Dalí y con Margarita Xirgu de primera actriz.
El epistolario presenta dos caracteres muy distintos: el de un malabarista verbal, afectuoso, que se siente cómodo en las relaciones familiares (“Nuestra casa tiene ya algo de la calidad de tu amistad”, le dice Dalí a Lorca desde Cadaqués en 1925), y el de un pintor, un auténtico Dalí esponja capaz de teorizar sobre arte e iconografía –Miró, Vermeer, San Sebastián, las nuevas tendencias, Fortuny…- y de elaborar juegos de palabras y de componer versos. En medio quedan los sobreentendidos, la tensión del amor y el sexo, las colaboraciones y el deseo de verse. Dalí empieza tratando a Lorca de “hermano”; luego le pide “escríbeme mucho cada día, o cada dos días. Yo a veces ya casi lo hago”. Y en ese mismo noviembre de 1925, le manda un dibujo y esta dedicatoria: “Para Federico García Lorca, con toda la ternura de su hijito”. En septiembre de 1926, Dalí le dice desde Cadaqués: “Adiós, te quiero mucho, algún día volveremos a vernos, ¡qué bien lo pasaremos! Escribe. Adiós, adiós. Me voy a mis cuadros de mi corazón”.
El epistolario es mucho más intenso y apasionante en 1927. En julio Lorca responde una carta de Dalí, que empieza a impugnar cada vez más la obra poética del granadino, y le dice: “Me he portado como un burro indecente contigo que eres lo mejor que hay para mí. A medida que pasan los minutos lo veo claro y tengo verdadero sentimiento. Pero esto solo aumenta mi cariño por ti y mi adhesión por tu pensamiento y calidad humana”. Quizá fue entonces cuando Lorca expresó su deseo carnal a Dalí. Otro experto lorquiano, como Mario Hernández, observa a propósito de esta carta: “En el último momento había sucedido algo en Cadaqués, durante el mes de julio, que había enturbiado o puesto una nube en la íntima relación con el amigo”. Quizá lo que había pasado se lo contaría algunos años después Salvador Dalí al escritor Max Aub, que trabajaba en una novela sobre Buñuel. “… Federico, como todo el mundo sabe, estaba muy enamorado de mí, y probó a darme por el culo dos veces, pero como yo no soy maricón y me hacía un daño terrible, pues lo cancelé en seguida y se quedó en una cosa puramente platónica y en admiración”.
Esta admiración pareció resentirse de manera abrupta cuando en septiembre de 1928 le remitió su lectura crítica del ‘Romancero gitano’, que no le gustaba como tampoco le gustó a Buñuel: “Tu poesía está ligada de pies y manos a la poesía vieja. Tú quizá creerás atrevidas ciertas imágenes, o encontrarás una dosis crecida de irracionalidad en tus cosas, pero yo puedo decirte que tu poesía se mueve dentro de la ‘ilustración’ de los lugares comunes más estereotipados y más conformistas. (…) Federiquito, en el libro tuyo que me lo he llevado por esos sitios minerales de por aquí a leer, te he visto a ti, la bestiecita que eres, bestiecita erótica, con tu sexo y tus ‘pequeños’ ojos de ‘tu cuerpo’ (…) Te quiero por lo que tu libro revela que eres, que es todo al revés de la realidad que los putrefactos han formado de ti… (…) Adiós. Creo en tu inspiración, en tu sudor, en tu fatalidad astronómica”.
La carta siguiente de Lorca es del verano de 1930. Le pide que se vaya con él a la ciudad que le inspiraría ‘Poeta en Nueva York’. Le dice que le gustó muchísimo “el timo que ibas a dar a mi familia y es lástima que no te enviaran el dinero”. Añade: “Una vez rota mi cadena de estupidez, cuando me meto en la cama me siento más fuerte que nunca y más poeta que nadie”. Apenas volverían a verse; en una carta de 1934, Dalí le dice: “Gala tiene una curiosidad terrible de conocerte”. Ni Lorca ni Buñuel sentían simpatía hacia ella.
Iconoclasta y excéntrico, cuando le comunicaron el asesinato de Lorca, Dalí dijo: “¡Olé!”. La expresión es una espiral abierta a todas las conjeturas. Víctor Fernández dice: “El fantasma de Lorca siguió acosando a Dalí a lo largo de su vida”.
EL ANECDOTARIO
Platero y yo. Al menos en dos cartas dirigidas a Lorca, Salvador Dalí arremete contra Juan Ramón Jiménez (1881-1958) y contra su libro ‘Platero y yo’. Agustín Sánchez Vidal publicó en ‘Luis Buñuel: obra literaria’ (Heraldo de Aragón, 1982) la carta que le dirigieron al poeta que se reproduce en las exhaustivas notas del libro. Dice así: “Nuestro distinguido amigo: Nos creemos en el deber de decir –sí, desinterasadamente- que su obra nos repugna profundamente por inmoral, por histérica, por arbitraria. Especialmente, ¡MERDE! Para su ‘Platero y yo’, el burro menos burro, el burro más odioso con que nos hemos tropezado. ¡MIERDA! Sinceramente. Luis Buñuel. Salvador Dalí”. De ese libro –que levantó ronchas en Moguer por su defensa de los humildes- se cumple ahora un siglo. Alfredo Castellón Molina le dedicó una película.
UNA MUSA EN LA GUERRA

[A PLENO SOL. Lee Miller fue una de las mujeres más bellas, sofisticadas y enigmáticas de su tiempo. Parecía una escultura griega. Amó a Man Ray y a Picasso. Un día decidió documental el horror del nazismo. Estaba, con su cámara al hombro, en la liberación de París hace 70 años.]
Lee Miller,
modelo, musa y reportera
El poeta Rainer Maria Rilke, un gran amante del amor y de las mujeres, escribió en las ‘Elegías de Duino’ que «la belleza es el principio de lo terrible», y añadía que «todo ángel es terrible». Esos versos se adaptarían bien a Elizabeth Lee Miller (1907-1977), una de esas mujeres que parecen haber vivido varias vidas en un cuerpo ideal que hacía volver la vista a quien pasaba a su lado. Era alta, juncal, de cabello dorado, ojos claros y de una elegancia intemporal, clásica y moderna a un tiempo.
En su infancia, durante una visita a la casa de su mejor amiga, sufrió una agresión sexual con apenas siete u ocho años que le dejó un rastro psicológico profundo y una gonorrea. Cuando reveló la violación de un adulto (quizá fuese un marino), los médicos le aconsejaron a su padre, el ingeniero mecánico Theodore Miller, que le hiciera fotos desnuda para asumir con naturalidad su cuerpo humillado. Extraña terapia parece, para así consta en varias biografías.
Poco más tarde, la familia visitó París y la joven, de apenas 17 años, se quedó encantada. París era como soñaba y como le habían contado. Un desafío para los ojos y para la imaginación. Quiso quedarse e intentó hacer arte dramático: un profesor, ya maduro, se enamoró de ella. Vivieron un tiempo como amantes, como Pigmalión y su musa. Sus padres se enteraron y la reclamaron. Regresó a Estados Unidos. El azar, como le iba a ocurrir casi siempre, corrió a su lado: un día, en Manhattan, Condé Nast, editor de revistas como ‘Vogue’ o ‘Vanity Fair’, la vio pasear por la calle. Era como un cisne entre la multitud. Se acercó y le ofreció posar para la revista. La retratarían algunos de los grandes maestros de la fotografía como Edward Steichen –con él hizo un escandaloso anuncio de compresas y fueron fugaces amantes-, Nickolas Muray o George Hoyningen-Huene, entre otros. Era radiante, sutil, de una hermosura incomparable. Fatigada, se marchó a París y decidió visitar el estudio de Man Ray, un norteamericano talentoso y surrealista. Sabía que él, huraño en apariencia, no aceptaba ayudantes ni aprendices. Ella, segura de sí misma, de su atracción y de su personalidad, le dijo: «A partir de hoy seré su alumna». Su alumna, su compañera de estudio (por un error, sería Lee Miller quien descubriese la solarización) y su amante. El surrealismo estaba en boga, y con él diversas corrientes de vanguardia. Lee Miller, bellísima como una diosa enigmática de pequeños pechos (que sirvieron de modelo para una copa de champán), amó a Ray. Fueron tres años intensos de erotismo, de colaboración, de tensión y de muchos amigos, entre ellos Jean Cocteau, que le dio un papel en ‘La sangre de un poeta’. Man Ray la retrató en multitud de ocasiones, casi centímetro a centímetro. Esos tres años, entre 1929 y 1932, encarnan la impulsiva relación del artista y la modelo. Para entonces, Lee ya se consideraba fotógrafa. Hacía muy bien su trabajo: el retrato sobre todo.
Abrió un estudio en París y luego en Nueva York, aunque la capital del Sena siempre le atraería. Era la ciudad de la creación, de la bohemia y de la búsqueda de respuestas a su dolor. La promiscuidad fue uno de sus rasgos, o quizá una necesidad, y puso distancia por medio porque Man Ray era muy celoso. Con la ayuda de Lawrence Durrell, el autor del ‘Cuarteto de Alejandría’, se marchó a El Cairo y allí conoció al millonario Aziz Eloui Bey, que se convertiría en su primer marido. En apariencia lo tenía todo: el lujo, las fiestas nocturnas, expediciones por el desierto, cacerías de serpientes, pero no era feliz. Algún tiempo después volvió a París.
Por entonces, conoció al artista e historiador Roland Penrose (que sería biógrafo de Picasso), que se convertirá en su segundo marido, tras la II Guerra Mundial. Será ahí, en ese lapso tan importante para la historia, cuando ella adquiera gran protagonismo. Registró el eco de la contienda desde Londres, tras los bombardeos de los nazis, para revistas como ‘Vogue’. Y, cuando el ejército norteamericano entró en guerra con los aliados, logró incorporarse como corresponsal, en compañía de un nuevo amante, el fotógrafo David E. Scherman, y recorrió distintos lugares del frente: acudió a los hospitales de campaña, estuvo en la casa de Eva Braum y la de Hitler (se acostó en la cama de la pareja y se da un baño en su bañera; fotos que parecieron frívolas), visitó algunos campos de concentración como el de Dachau y contempló numerosas instantáneas del horror. Era consciente de que lo que documentaba su objetivo era cruel e insoportable. Por eso ponía, casi a modo de pie de foto general, una palabra: «Créanlo». Se integró en la 45 División de Infantería del Séptimo Ejército de los Estados Unidos y asistió, con su traje de militar, a la liberación de París el 25 de agosto de 1944, hace ahora 70 años. Nunca sería la misma.
Penrose y Miller se casaron y compraron una granja en East Sussex en 1949 y la relación transcurrió entre soledades y naufragios (ahora el veleidoso era él, según se dice), a pesar de la llegada de su hijo Antony. En el desván de la casa, Lee guardó sus cámaras y sus negativos en cajas de cartón. Fue víctima del alcohol y de algún que otro desorden mental. Encontró algo de alivio en la gastronomía: dicen que se convirtió en una estupenda cocinera. Murió de cáncer en 1977. Marc Lambron la llamó ‘El ojo del silencio’ (Circe, 1996. Traducción de Juan Abeleira) en una biografía novelada. En ese momento, ya era un emblema del siglo XX y un icono de la belleza.
EL ANECDOTARIO
Con Picasso. Antony Penrose, hijo de Lee Miller, dijo en una de sus visitas a España: «Yo no conocí realmente a Lee Miller hasta después de muerta, cuando encontré en un altillo una caja con su colección de fotos cartas y diarios». Al parecer dejó 400 obras seleccionadas y algunos miles de negativos. Lee Miller y el artista español se cruzaron en Mougins en 1937, cuando él pintaba el ‘Guernica’ y vivía con Dora Maar. Añadía el hijo de Miller: «Picasso quedó muy impactado, pintó su retrato seis veces; uno de ellos, de memoria, tres días después de que Roland y Lee se hubieran ido». Recordaba que habían sido amantes. Lee Miller retrató a su vez a Picasso, solo o con varias compañeras, durante más de 30 años con sus cámaras Rolleiflex y Leica. Le hizo más de mil fotos. Su marido Roland Penrose fue biógrafo del artista malagueño. En 2007, en el Museo Picasso de Barcelona, se expuso la muestra ‘Lee Miller. Picasso en privado’.
PILAR LORENGAR: LA BELLA VOZ

[A PLENO SOL. Lorenza Pilar García Seta se hizo famosa, como soprano lírico, con el nombre de Pilar Lorengar. Realizó su carrera en el Teatro de la Ópera de Berlín. Aquí nos acercamos a su trayectoria y a su humanidad, un rasgo elogiado por doquier, casi tanto como su talento y su versatilidad y la complejidad de su repertorio.]
Pilar Lorengar
Del Gancho al cielo de Berlín
El barrio del Gancho no deja indiferente a quien nació o vivió en él. Le pasó a Manuel Alvar, que se hizo mozalbete a la sombra de la torre mudéjar de San Pablo, y le pasó a Lorenza Pilar García Seta (Zaragoza, 1928-Berlín, 1996); solía declarar tras más de treinta años viviendo fuera de España que era «española, aragonesa y del Gancho», tal recuerda uno de sus estudiosos, Miguel Ángel Santolaria. En realidad, nació en el Hospital Provincial pero pronto se instaló en la calle Las Armas. Su padre, Federico García, desapareció y su madre, Francisca Seta, que tenía dos chicos más, creyó en los poderes de su canto más que nadie. Una monja, sor Presentación, se dio cuenta de que tenía una voz especial y la hizo solista del coro escolar; casi por entonces el profesor Asensio Pueyo, padre de dos compañeras, le dio lecciones de canto y solfeo.
Muy joven aún decidió participar en el programa ‘Ondas infantiles’ de Radio Zaragoza, que conducían Pilar Ibáñez y Ángel López Soba. Antes fue a comprar un vestido a la tienda Créditos Remacha, en la que trabajaba Berta Martínez. Hablaron, la muchacha le cantó un tema, quizá fuese ‘Ojos verdes’, que interpretaría en las ondas, y la dependienta le dijo que su hermana Margarita tenía una academia de canto en el Coso. Acudió a sus clases para perfeccionar su voz; durante algún tiempo actuaría, en distintas salas de Zaragoza como Alaska, Ambos Mundos, Avenida, El Oasis y el Teatro Argensola. La artista de variedades Loren Garcy, ese era su nombre, destacaba por su belleza («la valquiria de la parroquia del Gancho», la llama Javier Barreiro en su libro ‘Voces de Aragón’, Ibercaja, 2004), por su encanto, por su sencillez y expresividad, y por algunos rasgos que la iban definir hasta el final de sus días: la humildad, la capacidad de trabajo y la gratitud hacia sus primeras maestras, a las que les escribiría cartas emotivas en los años 50.
Hacia 1940, Pilar Lorengar –que acabaría adoptando ese nombre artístico- se trasladó a Madrid con su madre y estudió con Angelia Ottein; luego cursaría dos años en el Conservatorio del Liceo de Barcelona. Regresaría a Madrid y ahí, peldaño a peldaño, empezaría a desarrollar su talento: una donosura vocal en la que destacaba la limpidez de su ‘vibrato’. El musicólogo Arturo Reverter, en el colectivo ‘Diccionario de la música española e hispanoamericana’ (SGAE), dice que poseía «el timbre de una lírica pura dotado de una no despreciable anchura de un vigor y una potencia muy estimables; también de una extensión de más de dos octavas, con una zona sobreaguda fácil y coloreada, y de una igualdad muy notable gracias a una emisión nítida, recta, sin fisuras»; también elogia su «depuradísima técnica» y la elección de «un amplísimo repertorio inteligentemente escogido». Pilar Lorengar se sintió identificada con la literatura mozartiana, con la lírica alemana romántica y con los recitales de ‘lieder’.
En Madrid pronto cosecharía sus primeros premios, como el ‘Ofelia Nieto’. Y allí entró en contacto con los críticos Antonio Fernández Cid y Enrique Franco, que le presentaron a uno de los grandes maestros del momento: Ataúlfo Argenta. Bajo su batuta, debutó en 1950 en ‘Maruxa’ de Amadeo Vives en la Ópera de Orán y llegaría a grabar alrededor de una veintena de piezas; su colaboración fue especialmente fértil y actuó en diversos teatros de Madrid, en París y en Aix-en Provence, donde encarnó a Cherubbino de ‘Las bodas de Fígaro’ de Mozart. Por esa época, especialmente intensa, también participó en dos películas: ‘Último día’ (1952) de Antonio Román, donde fue elogiada por «sus excepcionales méritos» vocales, y ‘Las últimas banderas’ (1954) de Luis Marquina, cinta que transcurría en Perú y en la que compartió cartel con Fernando Rey, Eduardo Fajardo y Elisa Montes, entre otros.
En 1955, empezaría a fraguarse su condición de figura: actuó en ‘La Traviata’ de Verdi en el Covent Garden, grabó para televisión británica ‘Madame Butterfly’ de Puccini. Apenas dos años después, conocer al maestro alemán Carl Ebert que la dirigió en ‘La flauta mágica’ de Mozart. Este contacto sería determinante en su vida: él la arrastró al Teatro de la Ópera de Berlín. Se trasladó a Alemania, pidió tiempo para mejorar la lengua, para estudiar los papeles y en 1960 se casó con el odontólogo Jürgen Schaff. Cantó en los más grandes teatros del mundo con un éxito indiscutible. En 1967, por ejemplo, tras un sonado triunfo en el Metropolitan con ‘La flauta mágica’, con decorados de Marc Chagall, vino a Zaragoza para cantar en el Teatro Principal ‘Madame Butterfly’. Lola Campos, en su libro ‘Mujeres aragonesas’ (Ibercaja, 2001), cuenta la siguiente anécdota: «En muchos de sus viajes le acompañaba su madre, a quien Alfredo Kraus, gran amigo de Pilar, recordaba ya mayor recorriendo las tiendas de Broadway en busca de pescado frito». Recibió distinciones en Berlín (el Teatro de la Ópera la nombró miembro de honor vitalicio), pero también en España y en Zaragoza de la que fue Medalla de Oro; una calle recibió su nombre. En 1991 –con grandes amigos suyos como el citado Kraus, José Carreras, Plácido Domingo, Teresa Berganza, Victoria de los Ángeles y Monteserrat Caballé- recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Artes y fue pregonera de las fiestas del Pilar. Antes del adiós, realizaría un antiguo sueño: cantó el ‘Ave María’ de Gounod en la Basílica.
Fue un anticipo de su retirada. Murió en 1996 de un cáncer de huesos que llevó en secreto. Pidió a su marido que arrojase sus cenizas al mar del Norte. Este, tal como cuenta Santolaria, accedió con inmenso dolor. Dijo: «La soledad es difícil de llevar cuando no hay una tumba donde visitar al ser querido».
EL ANECDOTARIO
Un busto de diva. La ópera tiene muchos defensores en Aragón. Uno de los colectivos más activos y más antiguos es la Asociación de Amigos de la Música de la Biblioteca de Aragón (AMBA); otro, más reciente, es la Asociación Aragonesa de la Ópera Miguel Fleta. Miguel Ángel Santolaria, presidente de AMBA, alterna su pasión por el canto con la difusión y defensa de los cantantes aragoneses. En junio de 2011, cuando se cumplían tres lustros de la muerte de Pilar Lorengar, se organizó un homenaje en el que Santolaria elogió su figura y su pasión por Aragón, por el barrio y por sus maestros, y hubo un recital con diversas voces y con Emilio Belaval al piano.
Además se trasladó desde el Auditorio de Zaragoza el busto que le hizo a Pilar el escultor Manuel Arcón en 2006 en piedra de La Puebla de Albortón y se reubicó, definitivamente, sobre un pedestal de dos metros, en la plaza de Las Armas.
*La ilustración es de Víctor Meneses.
MANUEL PERTEGAZ HA MUERTO

[Anoche, de madrugada, fallecía el modisto y diseñador Manuel Pertegaz, el hombre que creó a "la mujer cisne". Hace algún tiempo escribí este artículo sobre este turolense universal de Olba.]
Es bien sabido que Teruel, lejana y sola, es tierra de iconoclastas: ahí están Miguel de Molinos de Muniesa; Francisco Loscos, botánico de Samper de Calanda y farmacéutico de Castelserás; Luis Buñuel de Calanda, por no recordar a Miguel Juan Pellicer, célebre por la resurrección de su pierna, muerta y enterrada, y luego abandonado por todos; Segundo de Chomón de Teruel. Y entre ellos también podría figurar Manuel Pertegaz, creador de moda, natural de Olba. Allí nació en 1919; dicen que jamás se ha olvidado de esa localidad que ya lo ha nombrado Hijo Predilecto.
Si la infancia es ese tiempo mágico, casi siempre paradisiaco, al que retornamos desde cualquier punto del universo, es lógico que el menudo y tímido Pertegaz tuviese en su memoria la villa turolense. Residió en Olba hasta los diez años, en que se marchó a Barcelona. A los doce ya trabajaba en una sastrería y pronto haría su primer diseño, que estrenó una amiga en una fiesta principal. Su carrera, al menos contemplada ahora, fue vertiginosa: en 1942 inauguró su primera casa de moda en Barcelona. Su ídolo entonces era Balenciaga y su esplendor inicial, porque no ha cesado hasta ahora mismo su prestigio, coincidió con el de Pedro Rodríguez. A Pertegaz le gusta decir, medio en broma, medio en serio, que mientras Rodríguez inventó la mujer pantera, él creó la mujer cisne. ¿En qué consistía exactamente? Uno de los logros más importantes de Pertegaz ha sido el de aristocratizar la confección, conferirle glamour, buscar la belleza visual, la suavidad de las formas como si de una foto de Cecil Beaton se tratase. Y con la mujer cisne lo consiguió: mujeres de cuello esbelto, cintura y tobillos finos, de escaso busto y trasero hermoso pero no exuberante --Pertegaz le confesó a la periodista Ima Sanchís que les rogaba a sus propios modelos: "No saquéis pecho ni pompis"--, que acababan tranformándose en cisnes.
Una de sus criaturas preferidas debió ser Audrey Hepburn, cisne, garza, ninfa o encarnación de todas las aves ideales, el arcángel femenino del cine y del siglo de asombroso esqueleto y miembros airosos, candorosa y refinada, a la que casi todo le sentaba bien. Reveló Pertegaz una anécdota curiosa de la intérprete de Sabrina, Dos en la carretera y Desayuno en Tiffany’s: era profundamente coqueta e insegura, una vez que se había puesto el traje, de inmediato se miraba al espejo para alisar el flequillo.
El éxito de Pertegaz fue apabullante, tanto en España, donde contaba con dos talleres, en Madrid y Barcelona, con más de 700 empleados, como en el extranjero. Tras fundar en 1948 unos desfiles de moda en Madrid, salió a Estados Unidos en 1954, donde recibió el Óscar de la Moda en Harvard. Realizaba hasta cuatro colecciones al año y exportaba sus tejidos y diseños a medio mundo: Inglaterra, Suiza o toda América del norte. En el fondo, intuía el carácter fugaz de la moda y seguramente suscribiría estas palabras de Coco Chanel: "Un vestido no es ni una tragedia ni un cuadro; es una encantadora y efímera creación, no una obra de arte eterna. La vida tiene que morir, y deprisa, para que el comercio pueda vivir".
Su casa era de las más visitadas, por actrices, aristócratas y mujeres del espectáculo. Y entre ellas Ava Gardner, a quien vistió en los últimos tiempos. Pertegaz ha dicho que carecía de complejos, que era la mujer soñada por cualquier modisto. Y esta visión también coincide con la que tenía el dramaturgo y cineasta Edgar Neville. Ava Gardner, a mediados de los 50 en España, era capaz de beber todo el whisky posible e imposible, y al final, inesperadamente, solicitaba una botella de Anís del mono. Eso sí, como cuando fuese a la habitación de su hotel no estuviese el bar lleno, montaba en cólera. Sin embargo, si recibía una llamada para una película, tres o cuatro semanas antes se marchaba a Estados Unidos y comenzaba a someterse a una dieta estricta y practicaba tenis y natación hasta que recuperaba el peso y su esplendente beldad. Edgar Neville le confesaba al oscense Pepín Bello: "Era increíble. Poseía una máquina perfecta".
Manuel Pertegaz también sucumbió ante la clase y la sencillez de Jacqueline Kennedy. Al parecer en Francia, en el humilde establecimiento Chez Ninot, dos jóvenes diseñadoras copiaban sus modelos con la autorización del aragonés, hasta que por fin Jacqueline prefirió al sastre original, que le seguía haciendo prendas simples que a ella le sentaban impecablemente. Una de las frases más polémicas, o más famosas, de Pertegaz fue: "Para ser elegante hay que ser rico". Le costó disgustos y críticas, pero insiste en ello, sin rechazar la apostura natural de sus modelos: "Lo bueno suele costar". La sentencia no está demasiado lejos de las ideas de Coco Chanel acerca del dinero y la moda. En El aire de Chanel, le confesaba al poeta y narrador Paul Morand: "Quiero decir esto a las mujeres: no os caséis nunca con un hombre tacaño". La declaración es del invierno de 1941 en Saint--Moritz y muy distinta la época a la de ahora. Por cierto que Coco Chanel no le causó buena impresión a Pertegaz: iba embadurnada de colorete hasta las orejas y se teñía el pelo de negro azabache. Tampoco le deslumbró el vanidoso Christian Dior, aunque tal vez coincida con él en que ambos son los forjadores de un lujo discreto y apostaron por la revitalización sutil de la feminidad.
Pertegaz se ha confesado tímido, indeciso con las mujeres, volcado en el taller, y amante del orden y la estética. Vive rodeado de dos pastores alemanes y cree que su oficio está emparentado con el alma de la poesía, que es --como la moda: el tejido, su textura, el color y sus melodías, la línea o corte-- uno de los alimentos esenciales del gusto y la sensibilidad. Cuando se casó Letizia Ortiz pensó en él para que le diseñase su vestido de boda: Manuel Pertegaz ahí sigue, vivo, soñando la belleza, buscando nuevos cuerpos que le evoquen la perfección del cisne.
*[Pertegaz nació en la localidad turolense de Olba y a lo largo de su dilatada trayectoria fue distinguido, entre otros reconocimientos, con la Aguja de Oro, la Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes y con el Premio Nacional de Diseño de Moda (2009). ]
LUIS BELLÓ, EL MAGNÍFICO
[A PLENO SOL. Los Magníficos inauguraron, en junio de 1964, el palmarés de títulos del Real Zaragoza. El equipo empezaba en Yarza y concluía en Lapetra: jugaba de maravilla. Y tuvo un entrenador cercano y sabio que había sido futbolista del club. Formó, con Samu, “la media de seda”.] El texto sale hoy en papel y en Heraldo.es. Y es el último de esta sección que se inauguró el pasado 20 de julio.
El magnífico Luis Belló
Luis Belló (Cieza, Murcia, 1929) es un caso excepcional en la historia del Real Zaragoza. Desde muy joven sintió la llamada del fútbol. Empezó a destacar ya en infantiles, confirmó su clase y elegancia en los juveniles de su localidad, y recibió la llamada del Albacete para jugar en Tercera División. Estuvo dos temporadas y reclamó la atención del Barcelona y del Sevilla. Su hermano Francisco –que pertenece a esa larga nómina de ciezanos que también han jugado en Primera División- le recomendó que se viniese con él a Zaragoza, donde llevaba dos campañas. Coincidió que esa temporada, tras la victoria inesperada de Uruguay en el Mundial de Brasil-1950, el club presidido por el doctor Abril incorporó a dos internacionales como Rosendo Hernández y Pepe Gonzalvo (Gonzalvo II) y les firmó un contrato de un millón de pesetas (6.000 euros), y seguía contando con su primer extranjero, el excéntrico jugador argentino Valdivielso. Con muchos apuros, el equipo de los Millonarios quedó subcampeón de Segunda División; se jugó el ascenso y logró su objetivo. ‘El catedrático’ Luis Belló fue decisivo: era un futbolista refinado e inteligente, técnico y con buen remate. Aquel año marcó diez tantos, dos de ellos al Huesca.
El Real Zaragoza iba a vivir dos intensas temporadas en la máxima categoría. La primera, 1951-1952, la solventó bajo la dirección de Juanito Ruiz, reemplazado luego por el húngaro Berkessy; Belló y el delantero Savi fueron convocados para jugar con la selección nacional B. El futbolista ciezano formaría “la media de seda” con el húngaro José Samu. Este le decía a Ángel Aznar en ‘El largo camino hasta la Recopa’ (1995): “éramos dos jugadores distintos totalmente pero que nos complementábamos muy bien. Bello era fino, muy cerebral, muy técnico y yo era duro, muy rápido, combativo y con una gran resistencia”. En la campaña siguiente pasó de todo: llegó un nuevo preparador como Domingo Balmanyá y el club quedó último. Luis Belló tenía ofertas del Real Madrid y del Atlético, y acabó yéndose con los colchoneros. Como había sufrido una lesión, la misma que le alejó Di Stéfano y compañía, fue cedido al Hércules, donde permaneció tres años. Y completó otro más en el Alicante, antes de retirarse joven.
Se sacó el carné de entrenador nacional con el número uno. No tardaría en vincularse al Zaragoza de nuevo. El equipo había regresado a la máxima categoría, estrenara en septiembre de 1957 La Romareda, había ido incorporando a grandes futbolistas –Murillo, Seminario, Torres, Yarza, el malogrado Benítez, Marcelino, Lapetra, Reija, Violeta, Canario, Villa...- y había contado con importantes entrenadores como César o Antonio Ramallets. A este no acababan de irle bien las cosas en la campaña 1963-1964, y fue despedido en mayo. Con todo, el Real Zaragoza estaba vivo en dos frentes: en la Copa del Generalísimo y en la de Ferias. El sustituto fue Luis o Luisito Belló, un profesional de apenas 35 años que se distinguía por sus buenos modales, el conocimiento del fútbol y su mano izquierda. Conocía muy bien la atmósfera del club e intuyó que, por primera vez en la historia, aquellos futbolistas de terciopelo y de sacrificio aspiraban a la gloria. Cercano y paternal, le sugirió a Carlos Lapetra, la estrella del conjunto, un leve cambio: que retrasase su posición a la zona del interior izquierdo, y que dirigiese desde allí el ataque. Se convertiría en “el arquitecto de la zona ancha”. Aquel Zaragoza era equilibrado en todas sus líneas: tenía un plan de juego, ambición, entrega; poseía, una concepción brillante de la táctica y del despliegue que abrazaba, casi por igual, intensidad, armonía y deslumbramiento.
Se plantó en dos finales: en la Copa de Ferias, en el Nou Camp, un 24 de junio, ante el Valencia. Los blanquillos vistieron ese día de rojo y azul y ganaron 2-1 a la escuadra de Paquito, Roberto, Guillot y Waldo. El Zaragoza formó con uno de esos equipos que los niños sabían de memoria con su peculiar ritmo: Yarza; Cortizo, Santamaría, Reija; Isasi, Pepín; Canario, Duca, Marcelino, Villa y Lapetra. Luis Belló contaba una anécdota muy curiosa, vinculada con Marcelino: España había vencido en la Eurocopa a Rusia tres días antes y él había marcado el 2-1 a Yashin de un cabezazo increíble a centro de Pereda. Se había convertido en el héroe nacional y todos querían estar con él, incluido el Marqués de Villaverde que lo llevó a su hospital. Los zaragocistas estaban concentrados en su hotel y él no llegaba; de pronto lo vieron por televisión. El Zaragoza ganó 2-1, con tantos de Villa y del ariete. Así se arregló el mosqueo general con el cabeceador de Ares.
El cinco de julio, con el relevo de Santos por Duca, jugó la final de la Copa del Generalísimo en el Bernabéu ante el Atlético de Madrid de Ramiro, Adelardo y Collar. Los aragoneses, con goles de Lapetra y Villa, repitieron victoria, 2-1. Cuando regresaron a casa, los aficionados los fueron a esperar a Ateca. Fue el mejor de todos los años del club. Y, además de un equipo de ensueño, tuvo un entrenador ideal: afectuoso, sabio, diplomático y educado. Luis Belló. Él concibió el milagro zaragocista de hace medio siglo. “Aquel fue el mes más vibrante de mi vida”, diría. Por eso, ‘Pitico’ Reija lo paseó varias veces sobre sus hombros con una sonrisa de satisfacción.
1952-1953. Alonso, Martín y Belló II.
EL ANECDOTARIO
Tal como eran. Luis Belló, suegro del escritor Ignacio Martínez de Pisón, tuvo que dejar el banquillo porque el club había firmado un contrato con Roque Olsen. Fue director deportivo y probó en otras latitudes: entrenó al Alcañiz y al Cartagena en categorías inferiores, y al Betis, Castellón, Murcia y Pontevedra en Primera. A mediados de los años 90 me contó así las claves del juego de su equipo. Las recoge Rafael Rojas en ‘Magníficos. La Edad de Oro del Real Zaragoza’ (Doce Robles, 2014): «Lo pasábamos genial jugando al fútbol, disfrutábamos un montó (...) Carlos Lapetra era muy cerebral, ponía orden; cogía la pelota, la paraba, miraba a sus compañeros y decía: “Quietos, ahora vamos a organizarnos nosotros”. Villa era estupendo; destacaba por su zancada, su finta, su dribling y su oportunismo ante el gol. Canario era tremendo: era rápido y poseía olfato de gol. Santos era técnico y cerebral, pero a la vez muy sacrificado. Marcelino representaba el remate y era un delantero centro clásico e impresionante. Pero la clave era saber aprovechar las cualidades de todos ellos, conjuntarlas y hacer un equipo».
El equipo que batió al Atlético de Madrid. Yarza; Cortizo, Santamaría, Reija; Isasi, Pepín; Canario, Santos, Marcelino, Villa y Lapetra.
*Las fotos están tomadas de Aupazaragoza.com, de Diego Pisón las dos siguientes y de internet...
VILA-MATAS, PREMIO FORMENTOR

Enrique Vila-Matas ha recibido el Premio Formentor de las Letras 2014
El acto de entrega se celebra ayer sábado en el Hotel Barceló Formentor con la presencia de cerca de 300 invitados
El escritor Enrique Vila-Matas recibe ayer el Premio Formentor de las Letras 2014 en reconocimiento al conjunto literario de su obra. Simón Pedro Barceló y Marta Buadas, representantes de las familias patrocinadoras del premio, entregarán el galardón, dotado con 50.000€, en un acto con la presencia de cerca de 300 invitados.El Premio Formentor de las Letras se convoca para reconocer el conjunto de la obra narrativa de aquellos escritores cuya trayectoria prolonga la gran tradición literaria europea, siendo su principal objetivo contribuir a consolidar y reconocer la posición de los autores que han sabido mantener su esencia literaria. El Premio se recuperó en 2011 con motivo de su cincuenta aniversario y en sus tres últimas ediciones lo han recibido Javier Marías (2013), Juan Goytisolo (2012) y Carlos Fuentes (2011). El galardón está patrocinado por la familia Barceló, propietaria del Hotel Barceló Formentor, y la familia Buadas.Un premio a toda la carreraEl jurado de los Premios Formentor, presidido por Basilio Baltasar y formado por Cristina Fernández Cubas, Eduardo Lago, Aurelio Major e Ignacio Vidal-Folch, ha reconocido por unanimidad los méritos de la obra Enrique Vila-Matas subrayando “la elegancia literaria con que Vila-Matas ha renovado los horizontes de la novela, dándole un ímpetu creativo que la ha situado de nuevo como gran crisol de las influencias, las voces e inspiraciones de nuestra cultura”.
Según el acta redactada por el jurado, “Vila-Matas ha desmentido con su prolífica obra narrativa la supuesta decadencia de un género que sigue mostrándose como el más eficaz relato de la conciencia contemporánea. Los procedimientos narrativos inventados por el autor catalán han supuesto una enérgica contribución al vigor de la literatura escrita en español y ha sido reconocida en Europa y Estados Unidos como una de las más significadas creaciones literarias de nuestro país”.“El autor de obras tan destacadas en la reciente historia de nuestra literatura, como La asesina ilustrada, Historia abreviada de la literatura portátil, Hijos sin hijos, Bartleby y compañía, El mal de Montano, Doctor Pasavento, Dublinesca, Aire de Dylan o Kassel no invita a la lógica, ha sostenido un empeño coherente que adquirió desde sus primeras creaciones en la década de los setenta una voz propia e inconfundible. Un estilo personal que ha seducido a lectores europeos y americanos, entusiasmados por una imaginación que difumina las fronteras entre realidad y ficción, autor y personaje, lectura y vida”, según continúa el acta del premio.
Uno de los méritos del autor que los miembros del jurado quieren destacar es “el modo en que ha sabido abordar asuntos conflictivos y angustiosos de nuestro tiempo con una destreza literaria que ha hecho del ingenio, el humor y el espíritu lúdico un reconfortante punto de vista. Un estilo narrativo pero también una certeza filosófica que restaura la soberanía del individuo como eje moral de una existencia destinada a la plenitud, la inteligencia y el desenfado”.
Según recoge el acta del jurado, “Enrique Vila-Matas es además uno de los pocos autores españoles adoptados por el público joven latinoamericano, que ha reconocido en su obra cosmopolita la negación de unas fronteras que parecían insuperables. La complicidad y simpatía con que ha sido recibida confirma el territorio estético y lingüístico inaugurado por su narrativa: un relato abierto a la imaginación libre de restricciones costumbristas y fertilizado por el incesante acontecimiento artístico contemporáneo y por las tradiciones literarias que le han precedido”.
“La absorción de autores y obras desapercibidas en nuestra memoria cultural, la perspicaz integración de olvidadas contribuciones literarias, han hecho de la obra de Vila-Matas una polifonía que da a la figura del autor un nuevo significado: creador de formas narrativas inesperadas pero también heraldo de lo que había sido olvidado por la perezosa amnesia de nuestro tiempo”, añaden los miembros del jurado.El acta concluye que “la lectura de la originalísima obra de Vila Matas es también la lectura de una tradición felizmente entregada a la innovación que sólo pueden llevar a cabo los grandes creadores”.
Sobre Enrique Vila-Matas
Nació en Barcelona en 1948. De su obra narrativa destacan Historia abreviada de la literatura portátil, Suicidios ejemplares, Hijos sin hijos, Bartleby y compañía, El mal de Montano (Seix Barral, 2012), Doctor Pasavento, Exploradores del abismo, Dietario voluble, Dublinesca (Seix Barral, 2010), Chet Baker piensa en su arte y Aire de Dylan (Seix Barral, 2012). Entre sus libros de ensayos literarios encontramos Para acabar con los números redondos, Desde la ciudad nerviosa, Aunque no entendamos nada, El viento ligero en Parma, Perder teorías (Seix Barral, 2010) y El viajero más lento. El arte de no terminar nada (Seix Barral, 2011). Traducido a 32 idiomas, ha obtenido un amplio reconocimiento internacional y ha recibido, entre otros, el Premio Nacional de la Crítica, el de la Real Academia Española, el Ciutat de Barcelona, el Herralde de Novela, el Fundación Lara, el Leteo, el Argital, el del Círculo de Críticos de Chile, el Meilleur Livre Étranger, el Fernando Aguirre-Libralire, el Médicis- Roman Étranger, el Jean Carrière, el Ennio Flaiano, el Elsa Morante, el Mondello, el Bottari Lattes Grinzaine y el Gregor von Rezzori. Es chevalier de la Legión de Honor francesa, pertenece a la Orden de Caballeros del Finnegans, y es rector (desconocido) de la Universidad Desconocida de Nueva York (McNally Jackson).
www.enriquevilamatas.com
El Premio Formentor
El Premio Formentor de las Letras reconoce el conjunto de la obra narrativa de aquellos escritores cuya trayectoria prolonga la gran tradición literaria europea. En su primera etapa (1961/1967), el Premio Formentor fue impulsado por diferentes editores europeos (Carlos Barral, Antoine Gallimard, Einaudi…). Desde 2011, con motivo de su cincuenta aniversario, se vuelve a conceder este prestigioso premio que en las tres recientes ediciones ha recaído en Carlos Fuentes (2011), Juan Goytisolo (2012) y Javier Marías (2013). El premio Formentor está dotado con cincuenta mil euros, y cuenta con el patrocinio de los propietarios del hotel, la familia Barceló, y la familia Buadas.Durante los años 60, Formentor fue una referencia para la vanguardia de la edición europea y uno de los foros literarios más importantes y famosos. Durante varios años, se reunieron a los máximos exponentes de la literatura de la época en tertulias, encuentros y debates recreando una atmósfera singular que atrajo la mirada y la atención de algunos de los nombres propios sin los que hoy no se podría entender la historia de la cultura. Entre los anteriores galardonados se encuentran, entre otros, Samuel Beckett, Jorge Luis Borges, Juan García Hortelano, Jorge Semprún, Saul Bellow y Witold Gombrovicz.
*Por cortesía de Basilio Baltasar y su equipo de comunicación con Elisa Álvarez Víctor. La ilustración es de Luis Grañena.
PACO BRINES: DOS POEMAS

En el año 1971, el poeta valenciano Francisco Brines publicaba ‘Aún no’, dedicado al poeta y estudioso Carlos Bousoño. Años después, entre otras publicaciones, Tusquets publicaba ‘Ensayo de una despedida. Poesía completa (1960-1997), han pasado casi veinte años. Ahí encuentro este poema de aquel poemario.
CUANDO AÚN SOY LA VIDA
[A Jorge Justo Padrón]
La vida me rodea, como en aquellos años
ya perdidos, con el mismo esplendor
de un mundo eterno. La rosa cuchillada
de la mar, las derribadas luces
de los huertos, el fragor de las palomas
en el aire, la vida en torno a mí,
cuando yo aún soy la vida.
Con el mismo esplendor, y envejecidos ojos,
y un amor fatigado.
¿Cuál será la esperanza? Vivir aún;
y amar, mientras se agota el corazón,
un mundo fiel, aunque perecedero.
Amar el sueño roto de la vida
y, aunque no pudo ser, no maldecir
aquel antiguo engaño de lo eterno.
Y el pecho se consuela, porque sabe
que el mundo pudo ser una bella verdad.
DE ‘EL OTOÑO DE LAS ROSAS’, quizá su poemario más conocido, es este texto.
HUERTO EN MARRAKECH
¿Te acuerdas de aquel sur en el rojo verano?
Entré en la breve noche para gozar de tu huerto:
rincón de madreselva, dos pequeños naranjos,
y aquel jazmín tan negro, de tanto olor, rodando
la falda del ciprés que sube al cielo.
Bañó el árbol la luna, y se mojó mi boca.
Y qué cansados luego las aguas y las rosas,
el ciprés, los naranjos, el ladrón de aquel huerto.
Y todo fue furtivo: el alba, luego el sueño.
*En la foto una obra de Georges Dambier tomada en Mallorca en 1958.