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ELOY FERNÁNDEZ DESPIDE A GONZALO MÁXIMO BORRÁS EN ANDALÁN
Ha muerto Gonzalo M. Borrás Gualis
Andalán.es
En la muerte de nuestro gran amigo y compañero en mil batallas (incluida este humilde web, como puede el lector consultar en nuestro archivo), uno de sus más antiguos compañeros evoca su figura, obra y pensamiento.
Conocía y quería a Gonzalo Borrás desde hace más de sesenta años, cuando el futuro catedrático e investigador, aragonés de Valdealgorfa, era un brillante seminarista en el Mayor de Zaragoza y su padre teniente de la Guardia Civil en Andorra, mi pueblo. Frecuentaba a sus tíos Pedro Mompel y Carmen Gualis, él maestro en el poblado de la Calvo Sotelo, como los míos, Manolo Franco y Josefina Clemente, que vivían al lado. Hicimos juntos los comunes de Filosofía y Letras. Y largas conversaciones sobre todo lo divino y humano nos acompañaron: sólo hace unas semanas han terminado, al verle marchar, sereno y lúcido hasta el final.
De su carrera profesional, en la que ocupaba uno de los más respetados y prestigiosos lugares entre los catedráticos españoles de su especialidad, baste decir que, discípulo de Francisco Abbad y luego colaborador íntimo de Federico Torralba, al que sucedió, contribuyó decisivamente a crear y consolidar la rama de Historia del Arte, promover un valioso equipo de profesores, desarrollar excelentes cursos de estudios propios, defender como pocos nuestro rico pero expoliado y ruinoso patrimonio artístico, y analizar desde muchas perspectivas y en todas sus épocas el arte aragonés.
Tras su tesis de licenciatura en 1971 sobre La Guerra de Sucesión en Zaragoza (lo mejor sobre ese decisivo hecho), llegaron sus trabajos de campo, inventariando archivos o monumentos de Soria, Teruel, Calatayud, Borja, el arte románico en Aragón, los capítulos de 1982 sobre la Zaragoza musulmana y La ciudad gótico-mudéjar en la Guía que dirigía G. Fatás, o el análisis en 1984 de los Catálogos e Inventarios Artísticos de Aragón; sus monografías sobre pueblos y ciudades de Aragón. Una de sus mayores preocupaciones fue la de divulgar con rigor, publicando a veces en colaboración libros de enorme éxito como el Vocabulario de términos de arte (con G. Fatás), Saber ver el arte (con Isabel Álvaro y Juan F. Esteban); su aportación al tomo Introducción General al Arte (Istmo, 1980); sus cursos en el ICE y en la Universidad de la Experiencia y las conferencias de los eméritos, en la serie “Mirar un cuadro” de TVE, en su Teoría del arte de Historia 16, sus tomos sobre El arte gótico para Anaya, traducido al italiano, para Espasa y para Alianza, su estudio con Fatás del célebre dibujo de Wyngaerde en el libro Zaragoza 156.
Fue sabio en muchas cosas, por lo que es difícil reexaminar su vasta y dilatada obra, de profundos y bien transmitidos conocimientos. Publicó, generoso, en una amplia serie de revistas de prestigio (mimó Artigrama donde publicó “La Historia del Arte, hoy” o “El papel del historiador del arte en la conservación y restauración de monumentos y obras artísticas”) y participó en numerosos encuentros, seminarios, simposios; en libros en homenaje a muchos profesores jubilados amigos. Sus alumnos recuerdan sus magníficas clases, sus legendarias visitas guiadas, las tesis doctorales que dirigió, su capacidad de entusiasmo y laboriosidad, que le llevaban a desempeñar numerosos trabajos de mucha más responsabilidad y esfuerzo que reconocimiento o retribución.
Pero, sobre todo, ha sido el gran estudioso del mudéjar, descubridor de su enorme interés y singularidad, difusor en bellísimas y decisivas publicaciones de lo que ha logrado sea hoy, declarado por la UNESCO, Patrimonio de la Humanidad. Citemos desde su primera síntesis en 1978, Arte mudéjar aragonés (Guara), los fastuosos tres volúmenes que, con el mismo tìtulo, editaron el Colegio de Arquitectos y la CAZAR en 1985, con cientos de planos, dibujos y fotografías; y una docena de importantes libros hasta la Guía del mudéjar en Aragón, DGA, 1990, de la que hay versión francesa) hasta 1991 en que coordina y redacta el Epílogo del libro Teruel mudéjar, patrimonio de la Humanidad (Ibercaja) y en 1996 coordina El arte mudéjar, que editan la UNESCO e Ibercaja. Y desde ahí, por vínculos y explicaciones, se convertiría en un gran especialista en el arte islámico en general, análisis sobre el arte musulmán, desde su celebrado y singular libro sobre La Alhambra y el generalife (1989) a varios títulos prestigiados, algunos con colegas como Juan Sureda y Joaquín Yarza.
No rehuyó Gonzalo ningún compromiso cultural o político. Miembro de la Junta de Fundadores de Andalán, del Partido Socialista de Aragón, teniente de alcalde en el célebre primer ayuntamiento democrático que presidía Ramón Saínz de Varanda. Colaboró decididamente conmigo en cuanto le pedí: en Los Aragoneses (1977), la Guía Secreta de Zaragoza, director de sección en la Gran Enciclopedia Aragonesa y autor de dos espléndidos tomos (la primera, feliz síntesis, de Historia del Arte en Aragón) en la Temática. Durante diez años dirigió con ejemplaridad, delegando, fiándose de su gente, logrando respeto y anuencia en los políticos, el Instituto de Estudios Turolenses, al que dio brillantez y eficacia. Luego hizo lo mismo como director de la Institución Fernando el Católico, en la que reclamó mi colaboración para realizar una idea suya: la Biblioteca Aragonesa de Cultura. Amaba Aragón con racionalidad y hondura; la cultura aragonesa, sin adjetivos, sin capillas, sin provincialismos ni localismos cerrados.
Escribí hace veinte años que reunía Gonzalo una serie muy estimable de virtudes humanas y científicas contrapesadas por sus opuestos no menos importantes: viva inteligencia y excelente memoria, entusiasmo por las cosas y tempero, claridad de ideas y firmeza en defenderlas, empeño decidido por aquello en que creía pero sin alharacas ni fanfarrias, excelente buen humor y seriedad absoluta en lo profesional. Y tuvo, además de la compañía de un mujer amorosa y sencilla, culta y divertida, buenas costumbres de ser humano asequible y cercano, como haber siempre tiempo para atender a un amigo, pasear por parques y canales, dormir siesta religiosamente, y jugarse la cena en un buen guiñote.
Le recordaremos siempre, añorando sus consejos, su buen humor y su gran sentido de la amistad.
Palabras clave: Antonio Wyngaerde, Carmen Gualis, Federico Torralba, Fernando el Católico, Francisco Abbad, Gonzalo M. Borrás, Guillermo Fatás, Isabel Álvaro, Joaquín Yarza, José Calvo Sotelo, Josefina Clemente, Juan Francisco Esteban, Juan Sureda, Manuel Franco, Pedro Mompel, Ramón Sáinz de Varanda
MARIANO GISTAÍN: UN DIÁLOGO CON SU NUEVA NOVELA DE FONDO
OCIO Y CULTURA
Mariano Gistaín: "Para un escritor la realidad
es fascinante, lo peor es tener que vivirla"
El autor barbastrense, nacido en 1958, columnista de HERALDO, del diario '20 minutos' y de 'Letras libres', regresa a la novela con ‘Se busca persona feliz que quiera morir’ (Limbo errante).
¿Qué pasó con el escritor Mariano Gistaín de libros como ‘El polvo del siglo’ o ‘La mala conciencia’ en todos estos años?
He publicado con mi mujer, María Pilar Clau, que sigue vendiendo ejemplares de su longseller ‘La sobrina’. Juntos habíamos publicado ‘Agua y cielo’ o el ensayo ‘Lo mejor de Zaragoza’. No es fácil publicar este subgénero que me gusta –parece ciencia ficción casera pero luego sale un chino y edita el genoma en vivo–, y por eso agradezco a los editores de Limbo Errante, Víctor y Beatriz, su entusiasmo. Los veo tan contentos que hasta a mí me parece que el libro es bueno.
-Usted ha sido un precursor de internet, de los blogs, de la apuesta por las nuevas tecnologías, el ‘big data’, tan presente en su novela. ¿Cómo le ha afectado, qué le ha dado y qué le ha quitado?
Lo mejor de aprender HTML fue publicar en 10lineas.com la web de Labordeta y de tantos amigos en el año 2000 (aún se pueden ver esas páginas arqueológicas en Archive.org, incluyendo la antología de Alfredo Saldaña y Antonio Pérez Lasheras sobre Miguel Labordeta, con dibujo de Cano). Lo mejor de aquel frikismo fue poder frecuentar a Forges en el Congreso de Periodismo Digital de Huesca, que ahora anuncia su XX edición.
“He de decir que tengo 44 años y que me dedico a desaprender”. Así se define el protagonista de su novela… ¿Qué es lo que quiere desaprender?
Es admirador de Carlos Barrabés, que en alguna ponencia recomienda y practica desaprender con humildad.
Por cierto, he visto que la criogénesis, que sale en la novela como un tema central, es algo más que un delirio futurista, que existen investigadores y empresas que la ofrecen…
En 2016, cuando transcurren los hechos que cuenta el narrador, ya había en Valencia una web con ofertas. Hay varias empresas, es un sector emergente. Congelar la cabeza es más barato que el cuerpo entero. Nuestro mito de Walt Disney de la infancia se hace realidad, al menos en la primera parte. Ya veremos si resucitan.
¿Qué ha significado el Contenedor Creativo para usted y para Zaragoza, el de la calle Bolonia?
Un local alucinante que crearon dos amigos románticos: Fernando Vicente y Santi Jiménez solo quieren disfrutar de la vida, aprender, ser felices sin machacar a nadie… son unos santos laicos. Trajeron el mar a la calle Bolonia en forma de contenedores de barco. Tomeo, Labordeta y Félix Romeo hubieran disfrutado en ese hangar.
El protagonista de “Se busca persona feliz que quiera morir” dice que lleva cinco años sin hacer el amor y aquí parece resarcirse con varias mujeres: Irene, Rossi, quizá Claudia, Linda... ¿Cuál es el papel que juegan las mujeres en el libro en la vida de un hombre que parece conocer todas las derrotas?
Jóvenes científicas que operan al margen de los circuitos oficiales (esto ya lo inventó Mary Shelley) y que dependen de la financiación siempre azarosa, nada nuevo. En cierto modo es una novela empresarial, como todo ahora, o sea, realismo cuántico. Claudia, inversora global muy respetada en la ciudad, impone su ley a las jóvenes científicas. En esta novela las mujeres ya mandan. Linda, por ejemplo, dirige una agencia que fabrica realidades. El protagonista está desbordado por los hechos… y por Hacienda… pero le llega una buena racha sexual, lo que aumenta su perplejidad. Por ‘espoilear’, al final triunfa el amor, pero en otro formato.
Con la aparición de Claudia aparece también un giro capital en el libro: la presencia de Santos Palacios, que trabajó para Estados Unidos y conserva las llaves de la Base Aérea.
Ese hombre existe, yo hablé con él. Llevaba la compra a las mujeres de los pilotos americanos de la base, y a ellos los llevaba de juerga por Zaragoza. Pero nunca tuvo un contrato. Ese hombre escribió un informe delirante y luego desapareció.
Y surge un cuento que conduce a una sociedad o hermandad literaria secreta… ¿Ha querido meter una investigación policial, con homenaje incluido a Chandler y su libro ‘El largo adiós’, o plantear un texto que es tan literario como científico?
La vida misma, que se mezcla ella sola, y eso es lo bueno, la variedad, lo inesperado. Hay un personaje que tiene una empresa de limpieza y como se aburre ejerce de detective cultural: colecciona bombas de la guerra, busca el cráneo de Goya y usurpa el nombre de un poeta porque no le gusta el suyo.
¿Esa forma tan peculiar de ver el mundo, es del protagonista o del propio narrador? ¿Vivimos en una época de máxima deshumanización?
Al revés, nos estamos esforzando más que nunca en ser humanos, cuidadosos… Ahora matar o tirar colillas al suelo está muy mal visto socialmente. Quizá porque somos más civilizados, o porque nos sentimos vigilados. Creo que esta novela es hiperrealismo mental, cosas que pensamos o que nos piensan, cosas que nos pasan o nos van a pasar.
¿Cuál es para usted la importancia del humor?
El humor sale solo y nadie sabe lo que es. Como decía Buñuel, hay que dejar algo al misterio. Mi mujer se ha reído leyendo un párrafo de la novela así que ya estoy bendecido. La novela es buena y soy feliz.
El personaje principal es un auténtico fracasado… Cita a Ignatius Reilly. ¿Vivimos en un mundo que nos despersonaliza y nos roba el alma?
Yo no lo veo fracasado. De hecho, sería un personaje dichoso si le tocara la lotería. La ansiedad existencial y la angustia nihilista se pasan yendo de compras o tomando una cerveza. Houellebecq, que puede hacer ambas cosas, es un impostor. Pero no hay tiempo, no hay dinero… o no hay ninguna de las dos cosas. Eso lo refleja bien la novela, creo.
¿Qué pretende con la novela?
Todo lo saco de los periódicos y de los ensayos gordos que me pasan para acercarme a las corrientes de pensamiento. Desde el 11-S las agencias secretas privatizadas de Estados Unidos, y luego de los demás países, son el mayor negocio. La vigilancia da más empleo o subempleo que todo lo demás. Facebook tiene decenas de miles de precarios subcontratados censurando cosas a toda velocidad. Tienen treinta segundos para decidir si eliminan o no una foto o un texto. Para un escritor la realidad es fascinante. Lo malo es tener que vivirla.
¿Sabe dónde nos lleva este mundo cibervanguardista y no sé si utópico o distópico?
De momento estamos esperando a que la inteligencia artificial o seres de otros mundos nos den alguna pista. No vemos futuro.

¿Cómo definiría a la Zaragoza de la novela? ¿Es tan moderna como parece proponer?
Zaragoza, que tiene una base americana dormida, utilizable en cualquier momento, y un campo de maniobras (gratis) de la OTAN es pieza esencial de la defensa de la Metrópoli y de Occidente. Zaragoza y Aragón son un mundo increíble. Paco Bono lo explica muy bien en su libro “El discreto encanto de la economía aragonesa”. Noticia de hoy: Saica ha comprado una fábrica en Turquía. Hay mucho talento investigando a tope. Tengo en el móvil la frase de Paul Knapp en Heraldo el otro día: “Zaragoza tiene todo para ser feliz, por eso me quedé”. Y si hay dudas, recurrir siempre a Labordeta.
FICHA DEL LIBRO
‘Se busca persona feliz que quiera morir’. Mariano Gistaín. Limbo Errante. Zaragoza, 2019. 253 páginas.
SERGIO MORA PINTA Y CUENTA LA VIDA DE CHIQUITO DE LA CALZADA
Gregorio Sanchez Fernández es, para algunos, entre ellos para el palmero Arito Katana “el cómico más grande de todos los tiempos”. Lo dice en el libro ‘Las legendarias aventuras de Chiquito’ (Temas de Hoy), una biografía ilustrada del dibujante Sergio Mora, que aquí se convierte en biógrafo y narrador. Andreu Buenafuente dice, a propósito de esta alianza: “Sergio Mora es mi dibujante favorito y Chiquito un monstruo del humor. La suma es una multiplicación de surrealismo”. El periodista José María Rodríguez es un grann apasionado de Chiquito y retrata así a un hombre que se hizo tan famoso como Los Beatles y que ni podía ir al fútbol: “Chiquito era genio y figura. Porque era un genio y, también, nuestra primera figura del humor. Alguien que te arrancaba una sonrisa no solo con lo que contaba, sino con cómo lo contaba. Alguien que de joven fue capaz de enseñar flamenco a los japoneses y, ya de mayor, logró cambiar el vocabulario de todo un país. Y aunque no se consideraba un pecador, sí reconocía ser ‘un poquito fistro’. De Chiquito solo tenía el nombre. Más grande no se podía ser”.
En el fondo, Sergio Mora, a través de su personaje de ficción Arito Katana, coincide por completo con esta percepción y presenta al personaje con una variedad gráfica deslumbrante y con su peculiar colorido: hay secuencias de cómic, cartelería, retratos individuales y de conjunto, elementos de ciencia ficción, pop art, arte psicodélico, de circo y flamenco, y también se acerca al mundo de las series, como ‘Vacaciones en el mar’, o la movida madrileña.
El libro, en realidad, es una biografía de Chiquito pero también de Arito Tanaka. Es un libro de vidas paralelas: Arito habría sido el mejor amigo del humorista malagueño y por ello lo acompañó en sus grandes hitos y en algunos hechos que quizá sean falsos: ¿conoció de verdad Chiquito a Steven Spielberg, llegó a bailar con un fascinado Michael Jackson? Sergio Mora coloca al lado de sus dibujos un “fake ?”.
Gregorio Sánchez Fernández nació en Málaga, en el barrio de Calzada de la Trinidad, en 1932. Era hijo de un electricista sevillano y debutó a los ocho años como cantaor de flamenco en el grupo Capullitos Malagueños. Dejó el colegio muy pronto y lo pasó bastante mal. “Pasábamos más hambre que el sastre de Tarzán”, diría años después. Se quedó huérfano de padre a los seis años y de su padrastro no tenía los mejores recuerdos precisamente: “… era para mí un fenómeno, pero me llevaba a todos los sitios a cantar para llevárselo”. Decía chistes y cantaba por todos los palos, en los tablaos El Chinitas, La Taberna Gitana, Peña Juan Breva, y “venía la gente de los pueblos a escuchar flamenco”.
Aquel joven, que tenía el don de hacer reír, se fue a Torremolinos en los años 60, cuando empezaba a desmelenarse el destape. Allí, descubrió la picaresca y a los empresarios aprovechados. “Nosotros nos hemos tirado a lo mejor veintitantos años trabajando en tablaos y luego habían pagado tres o cuatro meses de seguros sociales”. Dijo que en aquellos días conoció a Malon Brando y al presidente argenitno Juan Domingo Perón.
De Torremolinos se fue a Marbella en un espectáculo de variedades, como cantaor. “Yo ya contaba mis chistes, era así de siempre. De hecho, en mi tiempo en los tablaos, entre actuación y actuación, yo solía ponerme a contar chistes para que no se aburriera la gente”. Más tarde pasó a Madrid, y actuó en el Teatro Calderón, en Circo Price y La Latina, en una ocasión en un cuadro con el joven Camarón en 1971. En medio, en el Teatro Chino de Manolita Chen, conoció a la bailarina Pepita, de 18 años, que sería la mujer de su vida. Años después, Chiquito diría: “Cuando vi a esa mujer en primera fila me dije: ‘¡Hasta luego, Lucas! Esta ya no se me va’”.
Chiquito también vivió durante dos años la gran aventura de su vida: se trasladó a Japón, aprovechando el boom del flamenco en el país. Le seguía persiguiendo el hambre: “Esa gente comía pescado crudo y hasta perro pecador. Pasé más hambre”. Regresó a España, ejerció de palmero más que de cantaor, y poco a poco, amenizaba todo lo que hacía con sus chistes. Por entonces, habría deslumbrado a Michael Jackson. Y actuó en el Rock Ola, donde bailó el ‘moonwalker’ y “los guiris y los modernos madrileños, con sus chupas de cuero, le hicieron coro dando palmas”.
Poco a poco su figura fue agigantándose hasta convertirse en todo un artista diferente, simpático, candoroso, ingenioso y chispeante. Estab a punto de nacer ‘El Pecador de la Pradera’. Sergio Mora, que no se ahora bromas ni talento ni un gran conocimiento de la época y de la ilustraciñón, dice que fue el productor y director Tomás Summers se “quedó fascinado al ver en acción a aquel bicho raro con más de 60 años, camisas estrafalarias y humor tan diferente a cualquier cosa”.
En Torremolinos presentaba “un show de palabras raras, sonidos guturales como ocuando aprietas un pato de goma, saltitos con la mano en las lumbares y sacudidas como de descargas eléctricas”. Con la ayuda de la televisión, y el programa ‘Genio y figura’, nació una auténtica estrella, que también haría cine. La muerte de su mujer le dejó hundido. Se consoló en el café Chinitas y con escasos fogonazos de humor. Aconsejaba, contra las guerras: “No pelearse, que está la cosa mu mala pero todo llegará a su sitio”.
Falleció el 11 de noviembre de 2017, a los 85, y Sergio Mora sospecha que España entero dijo: “¡Hasta luego, Lucas!”. José María Rodríguez recuerda su paso por Zaragoza: “Lo vi en el Príncipe Felipe y en el Auditorio, cuando vino con el Zaragoza Comedy, y qué estrella era sin que él fuera consciente de ello. La gente se reía antes de que contara un chiste”.
Tenía un carisma irresistible y era como metralleta de sonidos, onomatopeyas y gestos que cristalizaban en una forma personalísima de humor.
*La ilustración es de Sergio Mora.
JESÚS RUBIO HABLA DE MACHADO
Jesús Rubio Jiménez publica en las Prensas Universitarias de Zaragoza uno de sus libros más exhaustivos: 'La herencia de Antonio Machado'. Aquí explica algunas de las claves del volumen, que aparece cuando se cumplen 80 años de la muerte del poeta en Collioure.
-"La herencia de un poeta son sus versos". ¿Cómo son los de Antonio Machado, qué tienen de especial, por qué han llegado tanto?
Seguramente porque inciden en las grandes preocupaciones humanas y lo
hacen con una cercanía que solo los grandes poetas tienen.
Pero también porque se convirtió para unos y otros en modelo -de eso
trata el libro- con lecturas interesadas por unas u otras razones.
Es indudable, además, qu epara los ciudadanos medios tuvo enorme
importancia la labor de los cantautores en unas circunstancias muy
concretas.
-Aunque el libro abarca del impacto del poeta entre 1939 y la muerte de Franco... De manera sencilla, ¿qué significaron en su vida Leonor y Guiomar, bautizada esta por cierto en Zaragoza?
Machado llega a Soria después de una juventud complicada. Encuentra más
que una pensión, una familia acogedora. Y allí una adolescente que lo
conmovió. Se le abrió un proyecto de vida fascinante, que se truncó y
que le afectó profundamente de por vida, acorde con la importancia que
tuvo. El caso de Guiomar es bien distinto.Una mujer con experiencia, pero
indecisa. Un Machado maduro a quien le debió tentar todo aquello. Una
interlocutora interesada en la literatura.
-¿Cómo y por qué se produjo la santificación de Antonio Machado?
Un aparte del libro trata sobre la creación de la imagen modélica de
Machado en distintos aspectos. Construida sobre lo más cotidiano a
diferencia de otros casos en que se construye sobre lo excepcional.
Cercano, inteligible (al menos en apariencia), no desligado d elos
problemas más cotidianos.
-¿Qué es un poeta cívico, cómo se comporta, cómo se lee su obra?
Entramos en el debatido asunto del lugar del intelectual y del artista
en general en su sociedad. En su caso, con creciente preocupación por
los problemas españoles y comprometido en la búsqueda de soluciones;
continuador de la buena tradición liberal institucionista; importancia
del hombre interior y a la vez de la mejora social en los diferentes
ámbitos d ela vida social; con sensibilidad para los menos favorecidos y
crítico con instituciones anquilosadas.
-Antonio Machado decía que ´"la poesía es palabra en el tiempo". ¿Qué quería decir exactamente, por qué es tan importante esa frase?
Somos tiempo, el tiempo que nos queda. La vivencia del tiempo con
conciencia es uno de los grandes temas de la filosofía contemporánea. El
tiempo no como abstracción, sino como vivencia (al fondo filósofos como
Bergson) con sus más y sus menos, con el compromiso suficiente con lo
que ocurre alrededor. Con la intimidad suficiente para hacerse e
intentar responderlas las grandes preguntas de toda existencia.
-Aunque es un poeta que ha influido en mucha gente: el propio Juan Ramón, el 27 o la generación del 50, una de las cosas que llama la atención es que Machado influyó en muchos artistas... De manera global, cómo se podría explicar eso, a quién marcó, por qué ejerció esa especie de protección ética...
Es la antítesis del poeta engreido; era cercano, silencioso y misterioso
a la vez (Rubén Darío dixit); a su alrededor se desarrollo una imagen de
hombre bueno, que además sus circunstancias acenbtuaron y en especial su
destino último.
-Citas y reproduces el gran retrato de Pablo Serrano. ¿Te parece una de las obras más impresionantes dedicadas al escritor?
Sin duda, por su propia potencia estética y por las circunstancias que
rodearon su creación y sobre todo su difusión con el fallido homenaje de
1966; la prohibición hizo que internacionalmente se interesaran mucho
por ella desde Rusia o desde Estados Unidos y que se hicieran diferentes
copias.
-Estás trabajando aquel Palacio, al que cita Machado. ¿Qué te lleva hasta él y qué has descubierto?
Preparando un comentario sobre el célebre poema carta que le envió
empezaron a llamarme la atención algunas cosas: su parentesco por parte
de sus esposas; su coincidencia en algunas ideas y sobre todo que fueron
"hermanos en el dolor" (así se refiere Palacio a Machado más de una vez:
a él se le murieron dos niñas pequeñas (Carmen y Rosario), una antes y
otra después que Leonor; tuvo cerca a don Antonio al igual que él lo
estuvo al morir Leonor; esto creó unos lazos fortísimos entre ellos.
De ahí pasé a intentar saber más de Palacio: su biografía: era aragonés
(nacido en Rasal, Huesca), llegó en 1901 a Soria como funcionario de
Montes y vivió allí hasta 1922 en que se trasladó a Valladolid, muriendo
en noviembre de 1936, de muerte natural). Tengo un dosier ya muy amplio
de documentos desde su nacimiento a su muerte y todos los destinos que
tuvo o los numerosos periódicos españoles y hasta americanos (La Nación
de Buenos Aires) donde colaboró.
Su obra como periodista es enorme; he censado ya uno 1200 artículos de
temática amplia, desde el intimismo más estricto, a la crónica social o
a una preocupación constante por asuntos regeneracionistas: la educación
(era maestro y fue profesor en escuelas de magisterio), las
comunicaciones (ferrocarriles), agricultura (pantanos, riegos, reforma
agraria, comercio de cereales); un costista trasplantado a Castilla
donde fue sin duda uno de sus mejores periodistas de temas agrarios; con
un nivel de escritura más que aceptable.
-¿como ves esa confrontación que algunos han querido hacer entre el conservador Manuel y el republicano Antonio?¿Cuál es tu valoración de ambos como poetas?
Forma parte de la discutida herencia con bandos enfrentados, familia
escindida (unos hermanos en el exilio, otros en España). Son dos buenos
poetas, aunque Manuel más interesante en los primeros años, después
perdió impulso.
-¿Les importan a las nuevas generaciones poetas como Machado?
Quiero pensar que sí, pero sin duda menos que a generaciones anteriores
como la mía, la nuestra.
-¿En qué invita a pensar su muerte en el exilio?
En cuan difícil es la convivencia en nuestro país donde la tolerancia no
acaba de enraizar. Basta mirar otra vez un poco alrededor. Hay quienes
se reservan el derecho a decir qué es ser español y qué no. Y la
facilidad en que están dispuestos a cambiar las palabras por pistolas.
Diálogo (pero no apariencias de diálogo urdidas por impostores) y
tolerancia son indispensables para la convivencia. Y diría más, para la
supervivencia. Diálogo con el otro y con uno mismo.
ENTREVISTA CON RAY LORIGA
Ray Loriga (Madrid, 1967) tiene vínculos casi secretos con Aragón. Revela, por ejemplo, que su abuela Concepción Echevarría era de Jaca y que se exilió en Venezuela. En ese país, tan convulso ahora, vivió también su madre, entre los 10 y los 23 años. Como nada es inocente, esos detalles familiares van y vienen en su novela ‘Sábado, domingo’ (Alfaguara), que presentó ayer en Cálamo.
¿Qué recuerdos tiene de su abuela?
Muchos. Pasábamos algunos veranos en Jaca, en casa de algunos familiares. Íbamos al huerto a coger cebolletas y otras hortalizas. Nuestra abuela nos llevaba a mis hermanos y a mí a comprar pasteles típicos de allí. Era una merienda deliciosa. También cosas de sus años en Venezuela.
Que aparece y reaparece en su novela.
Bueno. Hay cosas que están basadas en mi vida y en relatos de mi familia. Muchas cosas que son inventadas: un narrador no puede dejar huérfanos a los personajes y les inventa vidas, hechos, memoria.
Fernanda, una de las mujeres del libro, capital en un miserio del pasado, nació en Venezuela. ¿Hay algún Federico, nombre del protagonista, en su existencia?
No, no. Soy muy amigo de las tres hijas de Francisco García Lorca, Laura, Gloria e Isabel, y he querido hacerle un guiño y recordar a un poeta que siempre me ha emocionado. Por cierto, Federico, cuando era niño, me sonaba como un diminutivo. Lo que sí existió fue una prima que se llamaba Virginia.
-¿Se enamoraba usted de sus primas, como le sucede al protagonista?
-No, no. Estaba muy cómodo con ella, me gustaba su mundo, sus cosas, su sofisticación y su misterio. Más allá de que yo sea un heterosexual más o menos perfecto, me gustaban mucho las amigas de mis primas, su conversación y también sus tebeos. Las chicas leían ‘Judit’, llenas de amor y alegría, y nosotros leíamos a ‘Marvel’, relatos de héroes, peleas y aventuras, pero con poco amor.
-El Chino, el amigo de Federico, tiene algo de héroe turbio.
-Pertenece a ese grupo de gente que hacen las cosas y no piden permiso. Arrambla con todo, parece seguro de sí mismo y de su destino. Lo daba todo por hecho.
Me ha hecho pensar en usted en sus inicios: parco, no sé si desafiante, se ponía el mundo por montera.
Imagino que habla usted de los días de ‘Lo peor de todo’. Era una timidez enfermidad más que un exceso de seguridad o un pecado de arrogancia.
-Chino le llama ‘tontita’ a su amigo Federico...
-Sí. A mí eso casi me resulta encantador, un acto un poco inquietante de sofisticación y a la vez un juego entre los dos amigos. El libro también se plantea cómo a veces los débiles se protegen deliberadamente detrás de los fuertes.
-Sin embargo, aquí cuenta una historia de amor en dos tiempos. Hace 25 años y ahora.
Es cierto. Creo que esta, más que una historia de la culpa, es una historia de la duda, y aquí he buscado una voz natural, la del joven que yo era hace 27 años, para mirar al pasado. Esa voz no he tenido que forzarla: solo la he tenido que recordar. He mirado atrás sin ira. Me gusta decir una frase de Fred Astaire: está escrita como los bailarines que van a bailar como si no hubieran ensayado.
Regrese: Federico es candoroso y se enamora de su prima…
Sí. Y ella se le burla un poco. Antes, cuando pensaba que ella era la mujer de su vida, y ahora. Lo sigue toreando. Él la sublima y ella le advierte, se burla, le dice que no es necesario.
¿Es necesario la sublimación en el amor?
Claro. Si no hay algo de sublimación el amor no es divertido, no tendría el impulso que tiene, esos vaivenes tan gozosos, que animan tantas conversacionwes, esa especie de juego de ping-pong que es la pasión y la seducción. Amar también consiste en entretenerse mucho.
¿Tuvo algún libro en la cabeza?
No. pero sí el mundo de J. D. Salinger, todos sus libros, no solo ‘El guardián entre el centeno’, y los cuentos de John Cheever. Aquí también hay un clima de inquietud.
-Usted es guionista de cine, trabajó con Carlos Saura.
-Fue una experiencia maravillosa. Un productor me encargó el guión de ‘El séptimo día’, sobre los crímenes de Puerto Hurraco. Me pidió que pensáramos en un director y yo elegí a Carlos Saura. Soy seguidor suyo, de veras. Le mandé el texto y quedamos en el café Gijón. Me hacía mucha ilusión colaborar con él. Nos sentamos y me dijo: “¿Te importaría que cambie una secuencia de orden?”. Esa fue nuestra colaboración casi. Durante la presentación de la película fue cariñoso y amable. Ahora acabo de escribir un guión sobre el rey Faysal, joven, para Agusti Villaronga. ‘Born king’ (‘Nacido rey’).
'EL SUEÑO DE LA RAZÓN' DE BERNA GONZÁLEZ HARBOUR
“Las ‘Pinturas Negras’ de Goya son el mejor infierno para activar una mente criminal”
Berna Gonzáles Harbour publica ‘El sueño de la razón’ (Destino), una novela negra sobre el pintor aragonés
Berna González Harbour (Santander, 1965) es una de las damas del crimen en España. Alterna el periodismo en prensa, radio y televisión con la novela negra. Hoy presenta en el Museo del Prado ‘El sueño de la razón’, una novela inquietante de varios delitos que siguen un ritual vinculado a los dibujos y pintura de Francisco de Goya. Uno de los primeros crímenes es el de unos pavos; otro el de un perro semihundido, y otro, el que activa la imaginación de la comisaria María Ruiz -que acaba de volver de Soria, donde ha estado castigada-, es la muerte de un joven: una becaria, Sara Muñoz, Saramú, nacida en Zaragoza y obsesionada con la obra de Goya, tanto que lleva escritos sus lemas o textos en su piel: ‘Volaverunt’, ‘El sueño de la razón produce monstruos’... “’El sueño de la razón’ es una novela dedicada a Goya y recorrida por montones de detalles, algunos más visibles y otros menos, conectados con Goya. Que la becaria sea zaragozana es uno. Goya vino a Madrid y arrancó con pasión y dificultad, como ella”, explica Berna González Harbour.
La novela, en el fondo, es como un laberinto. O una sucesión de laberintos: los personajes recorren casas de okupas como La Dragona, pero también los subterráneos y las alcantarillas de Madrid, y a la vez hay un rastro, nada inocente, de la obra de Goya, desde los cuadros de ‘La pradera de San Isidro’ (1788) y ‘La romería de San Isidro’ (1820-1823) hasta el dibujo ‘¿Por liberal?’ (1810-1881). “Goya para mí es España, el genio que mejor representa lo que podemos ser o frustrar, lo que podemos brillar o ennegrecer, amar u odiar, manchar o admirar. En su obra y en su vida están todas las contradicciones que hoy también han aflorado y estallado en nuestro país”.
Hay novelas de trasfondo goyesco e incluso biografías novelas de la vida del pintor de Fuendetodos, pero nunca se había visto tan claro que su producción pudiese albergar un código secreto para los malvados o los asesinos en serie. Añade la escritora cántabra y subdirectora del diario ‘El País’: “Escribir es crear a partir de la realidad, a partir de deformar los contrastes. Y mi estado de ánimo, el estado de ánimo de mi novela, de mi comisaria María Ruiz y de este país creo que sufre precisamente la distancia entre esos contrastes que Goya nos enseñó. Goya es el mejor telón de fondo posible para una novela negra, la mejor inspiración. Goya es España hoy, no sé cómo no había ocurrido antes. Y las ‘Pinturas Negras’, el mejor infierno para desarrollar o activar una mente criminal”.
Al fin y al cabo, a Goya también le inspiraron el mal y los malvados. Así lo explica la autora: “Son el mal y los malvados de ese tiempo los que precisamente le inspiraron a él a viajar desde las bellas pinturas que hizo para los tapices en sus primeros tiempos hasta las ‘Pinturas Negras’. A lo largo de ese tiempo, cada vez más, fue reflejando los ‘Desastres’, el canibalismo, la muerte, el abuso, el desprecio, la ignorancia”. La novela no es ajena a los ecos de la Inquisición “porque él mismo la sufrió por su ‘Maja desnuda’, porque fue víctima de lo que él y otros de su época intentaban evitar, el oscurantismo, el absolutismo de nuevo”.
En la novela hay muchas más cosas: una fauna de desclasados que la crisis ha descocolado, entre ellos Eloy, que parece un ángel adolescente y enigmático en medio de la inmundicia, y Yago, “un hombre que se obsesiona con el arte hasta el punto de que quiere participar de él a través de la destrucción y no de la creación”. También se habla del impacto de las nuevas tecnologías y del ambiente universitario: “Me interesa el ambiente cainita que se respira a veces en la universidad, la endogamia, la falta de meritocracia. El profesor Salas, experto en Goya, nace de ahí, de intentar plasmar la arbitrariedad en la contratación de una becaria de la que se ha enamorado”.
POEMAS DE RADA PANCHOVSKA

RADA PANCHOVSKA
[Búlgara, nacida el 16 de agosto de 1949, es poeta, editora y traductora de poetas aragoneses, españoles y latinoamericanos. Ha estado muy vinculada a la Casa del Traductor de Tarazona, al que suele venir una o dos veces cada años. Por cortesía suya, ofrezco aquí una selección de sus poemas, traducidos al castellano por ella.]
DESDE EL BALCÓN
Cuando se nubla la vista
todo se ve definitivamente claro.
Ángel Guinda
En la tienda china de una pequeña
ciudad, abrigada en las faldas pirenaicas,
una mujer árabe velada hasta los talones,
compró para sí misma un teléfono móvil,
con una alegría no disimulada escuchó hasta el fin
las instrucciones de la vendedora
en el idioma extranjero común para ambas,
y lo sujetó bajo el velo/la almalafa al lado de su oreja.
Una estudiante ha sido arrastrada en la Tele
lejos de las urnas de un voto no reconocido,
una mujer de edad gritaba en arrebato/abnegación
en medio de la avenida apoderada de trance.
La vecina de enfrente, su cabeza cubierta de un pañuelo,
con dos niñas, todo el tiempo/siempre lava, tiende la ropa,
parece que es feliz a su manera,
no protesta y saluda sonrientemente/alegremente.
Una chica y un chico llegaron en taxi
a la estación de autobuses. Mientras pagaba
la chica, el chico encendía un cigarrillo
y después ella corrió para los billetes.
Así es, cada cosa con su tiempo,
los tiempos también cambian.
¡Y en medianoche pasó bajo el balcón
un joven, llevando bajo el brazo un libro!
SOLO
Bien lo sé, es mi destino: urdir fantasmas,
temblorosos perfiles, formas huecas,
curiosos arabescos que aquí dejo
sorprendidos, clavados en la hoja.
Y también estar solo. Estar muy solo.
Víctor Botas
No toda la sinceridad es justa.
Sin un poquitín de mofa se vive difícilmente.
El poeta a menudo se burla del destino
y la soledad se vuelve un iceberg de sueños.
Ser solo se sobreentiende por principio.
Solo con todos, simplemente superpoblado.
No sólo le son cercanos, sino son una parte de él.
porque él es el/un ciudadano de toda la tierra.
No le es apretada la soledad, le es a medida.
Esclavo de la hoja, él salva del olvido
lo dejado por atrás y lo venidero, pequeño y grande.
Y paga sin cicatear con la vida suya.
RADA PANCHOVSKA - poemas del libro Elegías cósmicas (2018)
TODAVÍA
Los problemas planetarios están a punto de reemplazar los sociales.
La humanidad se esquiva avergonzadamente de su pasado,
la Tierra madrecita se convierte en una madrastra.
El campo de tiro cósmico que habitamos en el cosmos
impasible, resquebraja la cascara de la civilización,
la cuenta atrás ha empezado. Para un despegue o para un acabamiento,
dime tú, todavía depende todo de cada uno.
SOBREVIVENCIA
Mientras las capas de hielo del planeta se desploman,
los desiertos avanzan, las fábricas vomitan un humo
del que el aire se asfixia,
mientras de los bosques han quedado unos paisajes,
los bienes naturales se hunden más abajo,
las plantas y los animales pierden posibilidades,
mientras el harto no cree al hambriento / en tiempos de higos no hay amigos,
los ricos desprecian los pobres o viceversa,
mientras unos pocos lo apilan todo, miles de millones amontonan hijos,
el planeta está en sus postrimerías.
Estalla en volcanes dormitados,
dibuja flores glaciales sobre los cristales,
¿será que ha llegado el tiempo de volvernos a las cavernas
o como los vagamundos cósmicos
fijarnos la mirada en el confín celeste?
EL LLAMAMIENTO
¡Oigan!, los políticos,
¡no me toquen el clima!
Es vuestro asunto con su país
que vais a hacer,
pero mientras estáis en este planeta,
habrá que tenérselo en cuenta.
Es que La Tierra no es ni nuestra madre, ni madrastra,
y no somos nosotros su preocupación, sino ella a nosotros.
Diremos simplemente que ella es un hogar
acogedor por ahora, para todos.
Y nosotros somos unos inquilinos ilimitados
por herencia.
Puesto que no habrá quien nos pida cuentas a nosotros,
es preciso firmar un contrato
con nosotros mismos, para seguir viviendo aquí.
Ya que allí de dónde sea que hemos venido,
no podremos volver
algún día.
HOMENAJE A ANTONIO ARTERO EN MADRID. (UN DIÁLOGO CON EL CINEASTA)
[Desde mañana, 13 y miércoles, y hasta el 21, en la Fundación Anselmo Lorenzo de Madrid se le rinde homenaje al cineasta aragonés Antonio Artero Coduras, el autor de 'Monegros', 'Trágala perro' o 'Cartas desde Huesca'.]
Antonio Artero fue de niño el hijo de la repartidora del pan. Su padre murió un poco antes de su nacimiento y él nunca conoció los secretos de una familia convencional. Ni siquiera estaba bautizado, lo que lo llevó a vivir con cierto disimulo. “Ella era republicana y muy antifranquista, claro”. De ahí brota su primer recuerdo: cuando tenía tres o cuatro años iba –con una familia de verduleros que lo había recogido- a visitar a su madre que estuvo presa durante seis meses en la cárcel de mujeres de la calle Manifestación y siempre le llevaban naranjas. El verdadero tesoro de su niñez, además del libro Corazón de Edmundo de Amicis que le regaló una profesora a los siete u ocho años, era aquel cine que Artero hacía con sus amigos en casa o en la calle, con tiras de los tebeos de Roberto Alcázar y Pedrín o El guerrero del antifaz.
-Cogíamos un tebeo, lo recortábamos y lo íbamos pegando en tiras, a veces incluso por atrás. Y luego lo enrollábamos en dos palos de polo de helado. Y a la caja le hacíamos un rectángulo, a modo de pantalla. Metíamos los palos por el interior de la caja y los íbamos haciendo rodar. Así le podíamos dar continuidad a la aventura. Al final, mi madre viendo mi gran afición, con diez u once años me compró un cine Nic con proyector y un buen puñado de películas más bien absurdas.
La vocación cinéfila de Antonio Artero había nacido en las tardes del Iris o del Monumental, en aquellas sesiones infantiles de cine del oeste.
-Vinieron unos amigos republicanos de mi madre de Barcelona, que habían sido represaliados y desterrados en Zaragoza, y el día de Navidad nos llevaron a mí y a mis amigos al elegante El Dorado a ver la primera película de Walt Disney, Blancanieves y los siete enanitos, a mediados de los años 40. Aquella cinta me golpeó mucho: era una película de terror absoluto que me provocó pesadillas. Por su color, por aquella madrastra tan mala. Pero en realidad, yo llegué al cine más bien por los tebeos porque el cine estaba muy lejano, luego aquel lío de las toleradas y no toleradas, y sobre todo por el juego de la caja de zapatos.
Una vez acabado el bachillerato, trabajó de botones en una oficina, luego en laboratorios Ártica de papillas y finalmente en el Banco de Bilbao. Sus inquietudes artísticas iban en aumento, de tal forma que frecuentaba una tertulia en el café Baviera con otros amigos como Ángel Azpeitia.
-Éramos víctimas de las ironías de Miguel Labordeta, que nos llamaba La Deposición. Nosotros surgimos por oposición al café Niké, del que decíamos que lo formaba un grupo de dinosaurios. Fundamos un teatro de cámara, el Cigarral. A Niké lo considerábamos lo establecido, el orden. En esa época estrené mi primer corto, La Herradura, sobre la Base Aérea Americana y lo presentó con valentía Guillermo Fatás Ojuel en el Cineclub de Zaragoza.
Artero acabaría pasándose a la tertulia DEL Niké, pero por aquellos días, en que ya se empezaba a pedir en la taberna la botella de vino con cacahuetes, veía a José Luis Borau que hacía peña vespertina en Casa Félix con José Pérez Gállego y Eduardo Fauquié, o iniciaba su amistad con José Luis Pomarón.
-Pomarón fue esencial para mí. De él aprendí técnica, aprendí a manipular una cámara. Era un técnico estupendo y un gran artesano. Yo creo que es el Hombre del cine en Zaragoza y apostó muy fuerte con Moncayo Films. ¿Víctor Monreal? Creo que son incomparables. Era un buen fotógrafo, un excelente profesional, pero no tenía el talento creador de Pomarón. Yo trabajé con éste como actor en El deseo de cristal. Algo más tarde, gané el premio de guiones Club Cinemundo. Te daban un dinero con el que podías hacer tu primera película, que fue Lunes, donde abordaba un timo de pisos que había vivido muy de cerca en la Zaragoza de los 50. En esa época ya me había pasado a Niké.
-Agregue su particular visión a la leyenda del café.
-Niké era un lugar de encuentro sin declaración alguna, sin programa. Los que andábamos por allí teníamos el estigma del marginado. Éramos sospechosos: sospechosos políticos, sospechosos poéticos, sospechosos sexuales, sospechosos pictóricos. Todos estábamos bajo sospecha. Y no es que el Niké fuera unitario, salvo en lo que concernía al rechazo al régimen. ¿Cuál fue la suerte del Niké? Pues que hasta el actual Rey, que también era un sospechoso iba allí casi todas las tardes a tomarse su té con pastas. Iba y se sentaba en la misma silla en que lo hacía Julio Antonio Gómez. Siempre nos lo contaba el camarero Ernesto, que era muy entrañable y muy alcahuete, “ha estado esta tarde con su hermana la ciega”, nos decía.
-Ha hablado de Julio Antonio Gómez...
-Sí. Qué puedo decirle. Murió de amor. Era la inmensidad, un hombre muy inefable. Todos conocemos su vida exterior; su vida íntima era infinita, era como una zambullida en el abismo.
-¿Qué relación mantuvo con Miguel Labordeta?
-Miguel Labordeta era cualquier cosa menos el poeta provinciano que algunos creen. Él nos traía esos poetas desconocidos y despreciados como Vladimir Maiakovski o César Vallejo. Sabía antes que nadie lo que estaba pasando en Europa o en el mundo en la poesía. Fue un magisterio continuo para mí, como lo fueron Manuel Rotellar, el citado Pomarón o Eduardo Faquié. Le dediqué a finales de los 80 una Biografía interior en TVE en la que intervenían su hermano José Antonio Labordeta, su hija y sobrina de Miguel Ana.
Artero ya estaba inmerso en la vorágine de la curiosidad, de las artes y del compromiso. Y eso le llevaba a frecuentar París siempre que podía. Visitaba a los exilados o la Cinemateca.
-Yo quería cambiar el mundo. Son esas cosas absurdas y maravillosas de los 18 años, aunque sigo pensando lo mismo. Empecé escribiendo una obra de teatro que envié al premio Lope de Vega, pero pensé que el cine podía llegar a más gente y ser más eficaz. Mi madre solía decirme: “Hijo mío, juegas contra los americanos y no tienes nada que hacer. Vas a perder”. Pero el cine me apasionaba cada vez más y me había propuesto estar en el mundo a través del cine.
El paso siguiente, en los primeros 60, fue dejar el Banco y trasladarse a Madrid, a la Escuela Oficial de Cine. Allí coincidió con Berlanga, Saura, Borau, Claudio Guerín, Pilar Miró. Volvió a dar muestras de su inconformismo, de su heterodoxia pertinaz.
-Realicé, entre otros trabajos, el corto Doña Rosita la soltera, que me cortó Fraga. Yo quise meter unas cuñas que situasen aquel drama, una crítica de la educación sentimental condicionada por la I Guerra Mundial, las famosas huelgas, la Semana Trágica de Barcelona. La obra es muy necrofílica. Pues bien, quise meterle unos apuntes del No-Do y de un documental de Fernández Cuesta, Vivir en Madrid, realizado por oposición al de Fredéric Rossif Morir en Madrid, pero Fraga cercenó esas cuñas.
-Borau tuvo un detalle muy hermoso con usted...
-Tengo una muy buena relación con él. Él mandaba una crítica para la última página del Heraldo de Aragón y a veces me encargaba a mí que la hiciese yo y firmaba Interino. Pero no sólo eso: cuando iba a pagar mi matrícula en la Escuela, siempre me decían: “Su matrícula ya la ha pagado el Señor Borau”. Él sabía de mis apuros económicos. Borau es una persona muy delicada y exquisita, de una bondad indescriptible. Siempre he sentido agradecimiento. Ni siquiera tienes que humillarte ni él deja que te humilles. Hay una cosa curiosa: Borau y yo fuimos los únicos que terminamos la carrera en tres años en la Escuela, que por otra parte era como una especie de espejo deformado del Niké, otro lugar de encuentro de marginados y sospechosos que solían cometer barbaridades. Y terminé la carrera porque necesitaba méritos para empezar a trabajar y ganar algún dinero. Estaba acuciado por el hambre, esa es la verdad.
Y para que no faltase la polémica que siempre acompañó su trayectoria, Artero era vigilado de cerca por el coronel Fernández Posada, del Servicio de Investigación Militar, quien descubrió que al joven cineasta le habían falsificado (y regalado) en Zaragoza el certificado de Reválida. Le hicieron un juicio en Zaragoza y fue expulsado, aunque cuando se hizo efectiva la sentencia ya había terminado los tres años de estudios en la Escuela, con espléndido aprovechamiento. Paradojas de la vida: su buen rendimiento académico le hizo acreedor de una beca para ir al festival de Cannes. Serrano de Osma, que era el decano, lo llamó al despacho y le dijo: “Con mucho dolor de corazón, no nos queda más remedio que darle la beca a usted, Artero. Pero no diga usted nada, que lo conocemos”. Y él, dulce e iconoclasta, lo decía todo.
-¿Cómo iban a amordazarme? Me preguntaban en Cannes cómo estaba el cine en España. “¿Cómo va a estar?”, les contestaba. “Está fatal, terrible. ¿Qué puede dar el franquismo en cine o en nada? La gente está luchando contra eso. Y lo que hay es el producto de la lucha a muerte contra el franquismo”. Claro, ya la había armado. Pero había muchos compañeros que me apoyaban. En la Escuela iba haciendo cosas: Trabajos de adolescente con una referencia explícita al fusilamiento de Grimau, que fue por entonces, Viaje de bodas, basado en un texto de Cesare Pavese. Yo creo que era un terrorista conceptual y sigo siéndolo todavía. Y empezaron a llamarme los productores y así pude hacer mi primera película, El tesoro del capitán Tornado, que me estropeó la censura. Era un filme infantil de gánsters y piratas. Ya no existe porque el Ministerio, con un aragonés al frente, Pascual Cebollada, lo destrozó. Cebollada ejercía el terrorismo de estado, era el censor máximo sobre todo del cine infantil. Ordenó un remontaje y yo saqué mi firma del filme. Al final hubo una pequeña traición de otro aragonés, Raúl Artigot, y él asumió la cinta como suya. Hizo mal en colocar su firma y no decirme nada, pero eso ya pasó hace años y no tiene importancia.
Unos meses más tarde, en la reunión de los Clubs de Cine que se celebró en Sitges, Artero insistió en su apuesta por un cine más radical –de allí saldría una especie de manifiesto “por un cine más independiente, al margen de las estructuras sindicales, estatales e incluso industriales, y por la absoluta libertad en la expresión cinematográfica”- que iba a cristalizar en Blanco sobre blanco (una proyección sin película en una pantalla completamente blanca) y en Del tres al once, un cortometraje hecho con las guías de proyección de dos rollos que le había regalado Pablo del Amo.
-El primero era una reflexión del cine, qué son las sombras chinescas y también sobre la destrucción del discurso representativo del cine. El segundo era una meditación sobre lo que no se ve, lo que se escamotea al espectador. Yo recuerdo que en el viejo Iris daba saltos de alegría cuando veía aquellos inicios de la película con colas, con números, con rayas. Decía: ¡Qué bonito! Esa experiencia cristalizó en el documental Monegros, cuando se decía aquello de “Atención, atención”.
-Monegros fue muy elogiado. ¿Qué pretendió hacer?
-El documental no es un documento. Siempre hay una mediación, que es la cámara. Yo cogí una realidad arquetipada y, a diferencia de lo que hizo Buñuel en Las Hurdes, quise ofrecer una negación de la realidad. Yo creo que al cineasta le es imposible dar la realidad. Con Monegros quise negar la existencia del documental.
Pero desde entonces, Artero ha seguido trabajando con pausas, con problemas de producción y con la misma osadía. Ahí están Trágala perro (1981) con Amparo Muñoz, un filme acerca de la apariencia y la superchería a través de la figura de Sor Sulpicio, y su última cinta, Cartas desde Huesca, con Fernando Fernán Gómez y Myriam Mezieres.
-Es una película que partió de Los papeles de Aspern de Henry James, en el que quise expresar el rechazo a la cultura como mercancía. El viejo anarquista se suicida antes de entregar los poemas póstumos al editor y después de haberlos quemado. Fue un homenaje a los viejos anarquistas y quise ofrecer una visión anarquista de la cultura, de la que me siento muy cerca. Odio la cultura como escaparate.
-Lo habíamos detectado. ¿Qué le queda por hacer?
-Mi gran sueño es el ‘Pedro Saputo’ de Foz, del que ya hice un fragmento en fabla en Pleito a lo sol. Es un libro que me emociona y que me descubrió Rafael Gastón, el padre de Emilio, el abogado, político y ex Justicia de Aragón. Y compañero de las noches del Niké.
--Celebramos un siglo de cine. ¿Cuál es el balance de un heterodoxo?
-Yo creo que hace cien años que se murió el cine. Cuando nació el cine hubo dos fenómenos: los Lumière, que eran el documento, la realidad. Y Méliès, que era la magia, el discurso destructivo. Ya ve quién ha ganado: los Lumière.
--¿Por qué es Aragón tierra de cineastas?
-Yo creo que Aragón es más rabelesiana que cervantina, más de imágenes que conceptual.¿Quiere decir eso que el aragonés tenga un ojo especial? Hombre, sería un ojo muy terrible.
-Sin embargo, usted parece que ha rodado poco y que se ajusta al cliché de vanguardista y maldito.
-No creo que haya rodado poco. Estoy contento en la medida de lo posible con lo que he hecho. Ahora bien, en los últimos años ha surgido la figura del director-productor, y yo intento aprovechar las pocas rendijas que me deja el sistema. No me queda más remedio que aceptar esos epítetos, muy a mi pesar. Pero yo no sé porque el cine ha tenido que desarrollar el discurso de la novela del siglo XIX: chico encuentra chica, chico pasa dificultades, chico se enamora de la chica. ¿Es que todo tiene que ser asó? El cine es específicamente un cine más temporal que narrativo. Y yo cuanto más narrativo veo el discurso, menos cine encuentro en la película.
--¿Cuál es su camino o su sueño de cine?
He tenido mis dudas acerca del cine que quiero realizar. A mí me encantaría que el cine fuese como el big bang: todo es según el lugar que ocupa el observador en el espacio y en el tiempo. Me encantaría hacer una película que fuese al revés, que empezase en la tumba y que terminase en el vientre de la madre del protagonista.
PASIONES PRIVADAS
--Háblenos de sus pasiones privadas: de películas y directores.
-Carl T. Dreyer, Tarkovski. Arthur Ripstein, de los de ahora; Bresson, Godard, que me ha enseñado mucho cine, Sträub, y Rosellini, por supuesto. ¿Mis películas? Francesco, juglar de Dios de Rosellini, La Gertrud de Dreyer, Crónica de Ana Magdalena Bach de Staüb o La zona de Tarkovski.
-¿Actores?
No he pensado nunca en ello. Quizá, por mitología, me quedaría con Michel Simon de El Atalante de Jean Vigo, el joven Marlon Brando y Louise Brooks.
--¿Cuál es su película ideal?
-La película que me hubiera gustado hacer es Crónica de Ana Magdalena Bach, de Staüb, porque es de lo más cinematográfico. Son las fugas de Bach contadas por su hija. No hay estructura narrativa, tiene una estructura temporal más cercana a la música que a la literatura.
CHESÚS BERNAL: RETRATO DE UN HUMANISTA
Chesús, el intelectual, el filólogo, el escritor
El político escribió del occitano, de Braulio Foz y Buñuel, hizo enrevistas y firmó un ‘Dicconario aragonés’
Chesús Bernal (1960-2019) pertenecía no solo a la Chunta, fue una de sus figuras más emblemáticas, pura pasión y resplandor, sino que también fue un activo constante del Rolde de Estudios Aragoneses y del Consello d’a Fabla Aragonesa. Muchos de sus amigos coinciden en su condición de intelectual: poseía una sólida formación que le llevaba hacia la literatura española y francesa, hacia el aragonés y la literatura aragonesa. Era amigo de muchos escritores de antaño y de hogaño, y a lo largo del tiempo mostró su interes por Joaquín Costa y Braulio Foz. Ya en Rolde, en 1981, publicó el artículo ‘La vida de Pedro Saputo’, y al año siguiente aparecía ‘El araragonés residual de Valtorres’, la localdad de la comarca de Calatayud donde había nacido. O más tarde, aludía a la normalización gráfica del occitano.
Se doctoró con un trabajo sobre el occitano. José Domingo Dueñas recuerda que alguna vez “Chesús decía que le estaba costando hacer la tesis, pero al final la leyó. Siempre le atrajo Francia. No llegó a publicar un libro de la tesis al completo, pero sí publicó varios artículos sueltos”. En ‘Rolde’, en los primeros ños 80, redactó un artículo sobre la normalización gráfica del occitano, tal como recuerda Carlos Serrano, secretario y coordinador de la revista. Antes de que la política le devorase, y el sueño de ocupar espacio en las Cortes de Aragón, donde ofreció siempre lecciones de dialéctica, de preparación política y de pasión por los otros, “con más vehemencia que radicalidad”, hizo diversas colaboraciones en torno a la literatura, la filosofía y la lengua. Con José Luis Melero firmó entrevista José Antonio Labordeta, José Bada o el grupo de pop Alta Sociedad, en el que participaba entonces el escritor Javier Sebastián. En los años 80 escribió sobre el Estatuto de Autonomía y la situacion histórica y contemporánea de Aragón, y firmó algunas introducciones o presentaciones de artículos de Agustín Sánchez Vidal sobre Luis Buñuel.
Carlos Serrano en el número 15 de ‘Rolde’, en el que publica un poema en aragonés, ‘Cutiana ibernada’, con poemas de Ignacio Martínez de Pisón y de José Ignacio de Diego. Chesús decía que se poema estaba trducico del libro desconocido ‘Tiempo de anaya’.
A finales de los años 90, un soplo de Cruz Barrio, la bibliotecaria del Centro Aragonés de Barcelona, le hizo saber, a él y a Francho Nagore Laín, de la existencia de un diccionario apócrifo de voces aragoneses. Lograron adquirirlo, intentaron serguir la pista de su recopilaldor anónimo; hallaron una palabra, ‘Petarruego’ (que quiere decir ‘explosión roja’ y que alude a una estrella de la constelación de Orión’, que daría nombre a una colección de Rolde donde se publicará el ‘Diccionario aragonés’, en 1999, con introducción y notas. Carlos Serrano, coordinador de ‘Rolde’, dice: “Veinte años después, hace muy pocos días, en el Paraninfo se presentó en ‘Diccionario de voces aragoneses’ de Josefa Massanés Masnou y se recordó aquel trabajo de Chesús y Francho. En este momento, los dos estaban trabajando en la edición de ‘Razón feita d’amor’ y Chesús estaba muy ilusionado en ese nuevo proyecto”.
‘Razón feita d’amor’, o ‘Razón de amor’, es uno de los poemás más antiguos de lírica de la Península, hecha la salvedad de las jarchas y las cantigas galaico-portuguesas de amigo, de amor y de escarnio y maldecir. El texto, que se conserva en un códice de la Biblioteca Nacional de París, posee numerosas pala bras aragoneses. Lo firma el aragonés Lope de Moros, Moros es una localidad próxima a Valtorres, y si no se sabe con certeza si el creador o un mero copista. Este poema juglaresco tiene 264 versos.
Chesús Bernal ha sido siempre un gran lector. “Siempre me ha gustado leer mucho, rápido y variado. Me encanta leer cuatro o cinco libros a la vez. Ahora, con tanta trabajo, me es más difícil gozar con la lectura”. Pisón, Miguel Mena, Cristina Grande, Ismael Grasa, Julio Llamazares, su amigo del alma José Luis Melero, Javier Tomeo, José Antonio y Miguel Labordeta y Emilio Gastón, entre otros, fueron algunas de sus debilidades. Mimaba su biblioteca y se sentía muy orgulloso de ella. En otra dirección, otra de sus pasiones era el arte aragonés. Le encantaba mostrar los papeles, los óleos, los grabados que había ido atesorando a lo largo de los años: era una forma de sumarse al cab allo de la historia, de la memoria viva y la sensibilidad creadora de Aragón.
MARIANO GISTAÍN: PURO TALENTO

Mariano Gistaín publica su novela más ambiciosa y la presenta mañana 29 de marzo en Huesca, en el Palacio de Villahermosa de Ibercaja
Retrato de un visionario con avatar
[Se busca persona feliz que quiera morir. Mariano Gistaín. .Limbo Errante. Zaragoza, 2019. 255 páginas.]
Mariano Gistaín (Barbastro, 1958) ha vuelto a la ficción en solitario, a su modo, con un personaje errático, desdibujado por la nada, de 44 años y orillado por el amor y el sexo, que decide casi por accidente, o seducido por la publicidad, someterse a la criogénesis, algo que no es una invención.
Mariano Gistaín, que siempre va por delante y tiene la facultad de anticipar el futuro tecnológico, y quizá empresarial (sería el mejor asesor en materia de nuevas tecnologías y periodismo, pero nadie lo ha puesto a pensar en libertad porque es demasiado independiente), constató ya en 2016 que ese sector dedicado a la congelación de cuerpos era un sector emergente e incluso, y no es ciencia ficción o surrealismo, contaban con una web con diferentes ofertas.
El experimento al que se somete el personaje innominado del libro –acuciado por las urgencias o escalofríos de su «yo digital»– le va a llevando hacia diversas mujeres y pruebas. Él no solo es un solitario, sino también alguien atraído por asuntos muy frecuentes en la Zaragoza en que vive: «Inteligencia artificial, drones, impresión 3D, coches eléctricos, hidrógeno, física cuántica, huertos ecológicos verticales, empatía, lanzaderas para emprendedores, consejos y mentorizaciones, energías limpias, aceleradoras de ‘startups’, inversores…». Este es su mundo.
Su curiosidad es mayor que su escepticismo y subraya: «He acabado por creer todos esos preceptos que forman el espíritu –o la materia– de mi tiempo». Su curiosidad también es superior a su escepticismo: «Confieso que las decisiones, en un 99% de los casos, las toma la vida por mí: el Banco Mundial, la empresa, la familia, la tradición, la moda, la publicidad, Hacienda, el navegador del móvil…»
A este sujeto lo citan en un lugar de la calle Bolonia, el Contenedor Creativo, que está dividido en varios contenedores de barco, donde en teoría le harían la criogenización. Así arranca la novela, y podría decirse que el método o la estrategia es genuinamente «made in Gistaín», pero a partir de ahí empieza una suerte de travesía, aventuras y quizá de zozobras, de este ser que va conociendo muchos cosas: la humillación, la esperanza, el desconcierto, la persecución de Hacienda y el amor. La novela mezcla esos diálogos delirantes, hilvanados con constantes hallazgos y juegos de palabras, con una ternura, sentimental, salvaje y secreta.
El personaje descubre que la empresa, que no tardará en contar con socios mexicanos, ha estado haciendo pruebas con gatitos o con un grupo de pobrones. El protagonista se enfrentará a un sinfín de incidencias. Las mujeres serán quienes le llevarán de prueba en prueba: primero Irene, luego Rossi, más tarde Claudia, o Linda, y Edita, y en las fases de la criopreservación, el primer paso para hacia la inmortalización, la novela se empieza a llenar de tramas y subtramas que avanzan como la sinapsis de Cajal. Aquí todo mancha: hasta la soledad del pensamiento. Aparece una secta de escritores negros y un cuento más o menos enigmático de apenas tres folios que perturba las conciencias y los destinos, y el autor crea una especie de laberinto policiaco y científico donde es tan importante un detective que se llama Luciano Gracia, con un hombre vinculado con la base aérea norteamericana, Santos Palacián, como los cuentos de Jorge Luis Borges o ‘El largo adiós’ de Raymond Chandler.
Identidad y frío
Mariano Gistaín mezcla muchos registros. Uno de sus temas es, siempre, la identidad. Se plantea la dimensión metafísica y existencialista del sujeto, y reflexiona sobre ello una y otra vez, casi a la manera de Javier Tomeo: con un desvío hacia el absurdo y la anticipación. Es un escritor visionario, realista y fantástico. El protagonista es un sujeto a la deriva, a merced de los otros y de esos avatares interiores que lo convierten en una piltrafa (o ya lo era), magullado en un universo ‘matrix’. Es también un libro de afectos, de paisajes, de humor e ingenio permanentes, y un relato de la vanguardia tecnológica, de los avances científicos, y un prodigio de talento y plasticidad.
Mariano Gistaín y sus editores acuñan un término feliz: «Cibercostumbrismo». El estilo mezcla brillantez, erotismo, ironía y lirismo, y deslumbra por su arsenal de recursos y de talento. Nadie escribe en España como Mariano Gistaín. Lean: «Paseamos con Irene. Nos acariciamos despacio, casi sin pulso, como si fuéramos de cristal. Nos vamos excitando lentamente mientras baja el sol por las colinas del fondo y reverbera en los depósitos cromados de las granjas de cerdos que ocupan todos los horizontes. El olor a purines se clava en el cerebro. Te acostumbras y al final ni lo notas, dice Irene, pasando a la fase B, que todavía es preliminar, pero avanzada. Un tractor enorme curva la tarde».
Antón Castro
*Este texto aparecía hoy en ’Artes & Letras’ de HERALDO.