Se muestran los artículos pertenecientes a Enero de 2020.
DIÁLOGO CON ALEJANDRO SIMÓN PARTAL

Alejandro Simón Partal publica ‘Una buena hora’ (Visor. LI. Premio Hermamos Argensola de poesía, 2019).
-¿Por qué te interesan tanto asuntos como la felicidad o la meditación?
Quizá porque no los comprendo del todo. Solemos olvidar que el fin último de la palabra poética es celebrar lo existente, buscar el buen vivir, aunque para ello tenga que reconocer muchas tinieblas y caminos difíciles, y eso tiene que ver con la felicidad, que siempre es un destino, y quizá por eso mismo interese tanto, porque vislumbra un futuro en el que no acabamos de vernos.
-En una sociedad donde todo es tan vertiginoso, ¿queda tiempo para la contemplación y el pensamiento?
Sin pensamiento no hay sociedad, sino fábrica de barbies en la que nos dirigen y colocan como quieren. Sin pensamiento, estamos abocados a una vida superflua, sin misterio ni mesura, a una realidad donde todo lo controla el consumo, la competitividad y la insatisfacción perpetua que padecemos. Nos han enseñado que conformarnos con lo que tenemos es de fracasados, cuando seguramente sea el inicio de la sabiduría.
-¿En qué consiste la épica de lo cotidiano?
Para mí tiene que ver con saber entender esos acontecimientos cercanos que suelen pasar desapercibidos, y que nos ayudan a aceptarnos como seres pequeños y radicalmente prescindibles.
-Da la sensación de que tu poesía nace de los pequeños acontecimientos de cada día, de los más nimios o rutinarios: sacar un billete de avión, mirar el sol, recordar que es marzo, ver a tu sobrina en los columpios. ¿Dónde no habría poesía?
No hay poesía en los ojos que no saben verla. La poesía siempre está ahí fuera, muy accesible. Es fácil identificarla. Vivir poéticamente no tiene nada que ver con publicar aforismos en Instagram o llevar fulares de cachemir, sino con detenerse y levantar la cabeza, ese estado de apertura del que hablaba Rilke. El otro día me comentaba un chico que trabaja en el aeropuerto de Huesca que Sergio Ramos había llegado con su avión privado desde Madrid para comer allí. Me produjo pena y bochorno. Si la poesía estuviese en nuestra sociedad, si nos hubieran educado en ella, es decir si tuviésemos sensibilidad, austeridad y compromiso, estas cosas no ocurrirían. Simplificaríamos nuestra vida, no buscaríamos la superabundancia, y se valorarían el conocimiento, el estudio, la humildad, la bondad.
-¿Has querido dialogar con lo diario, con lo que sucede, aunque sea sencillo, casi insignificante, y a la vez desmenuzar tu memorias, convocar recuerdos, sensaciones?
Escribir nos ayuda a llegar al final de las cosas, a ir un poco más lejos de lo que nuestro cuerpo o nuestra razón pueden llegar. Estos poemas han funcionado para mí como un diario muy interior que vive un pulso entre mi vida y el mundo que nos rodea. Lo que sí puedo afirmar es que he tenido la necesidad de escribirlo, la interpretación ya corresponde a quien se acerque a leerlo.
-¿Qué viaje te resulta más estimulante o nutritivo: ese viaje interior que está en toda tu lírica o el viaje exterior, que es una travesía en pos del paisaje, la ciudad, etc.?
Creo que ambos viajes pueden convivir y ser dependientes. A veces necesitamos perdernos para encontrar lo esencial de nosotros mismos, aunque en esa pérdida uno no se vaya muy lejos de su barrio.
-¿Has querido que el libro tuviese también algo de dolencia por el amor que se va, por el paraíso que se pierde?
No sé si lo he querido, pero sí que aparece. En el libro conviven el desamor y la esperanza, el desgarro y el entusiasmo. He pasado unos años de transición personal, y era irremediable que ese proceso se manifestara en los poemas.
-Si el amor no es una enfermedad, ¿qué sería, qué nos da, qué le da al poeta que eres tú?
Definir el amor es muy complejo. El filósofo Hume decía que era imposible. El poeta y amigo Pedro Villarejo escribió que requiere un estudio largo, muy largo, y no hay tiempo en una sola vida para aprenderlo. Entiendo que el amor es la arquitectura de lo que somos, decimos y hacemos. Sin embargo, la enfermedad, a pesar de su crueldad, saca extremos de nuestra personalidad a los que sin ella no se llegaría. Nos hace sufrir, pero también conquistar intensidades nuevas, y nos sitúa en el buen camino, nos ayuda a vivir de una manera más honda, sin tantas estupideces, y ahí suele darse la forma más alta del amor, que es el cuidado esencial y la compasión humana. Al final el amor a los otros es lo que justifica todo la existencia. Después del hambre y la muerte, el amor es el principal problema filosófico.
-Has viajado mucho, has trabajado en muchos lugares, pero en este libro parece haber una afirmación de pertenencia a un espacio. ¿De dónde somos, en realidad? ¿De dónde eres tú?
Somos del sitio que nos acoge, del espacio que nos protege y nos conecta con nuestra memoria y nuestra esperanza sin poseernos del todo. Son los espacios los que nos eligen, no nosotros a ellos. Yo ese lugar lo suelo encontrar en algunos rincones de Andalucía, en algunas partes de Estepona, por ejemplo.
-¿Qué buscas en la poesía? ¿Encuentra el poeta certezas en algún lugar?
No creo que busque nada en particular. Entiendo este ejercicio como una forma de romper las taxonomías que nos rigen y así evocar un paisaje cercano en el que el ritmo sea otro y el aire esté menos envenenado. Los poemas me ayudan a proyectar una forma de estar en el mundo, de asombro ante la vida y de servidumbre hacia los demás. La única certeza que vamos encontrando es que todo lo escrito no tiene ningún valor si no nos ha supuesto una relación mejor con nuestro entorno, si no nos ha traído amparo y ternura.
-Hay algún poema que sucede en Zaragoza, o quizá bastante. ¿Qué te ha dado la ciudad, cómo la vez, cómo la vives?
A pesar de llevar poco más de un año, he creado un vínculo inextirpable con esta ciudad y la he vivido con intensidad. He tenido la suerte de conocer a algunas personas que para mí ya son íntimas. Somos como una familia difícil.
-¿Cuál sería, por tu experiencia, su nivel cultural? ¿Qué te atrapa, te aleja o te desconcierta?
No tengo la suficiente perspectiva para valorarlo. Ni tampoco sabría. Si entendemos nivel cultural como convivencia entre las personas, como un sitio que crea espacios para todos y facilita las distintas expresiones y necesidades humanas, me parece que es un buen lugar.
-Zaragoza es una ciudad de tabernas, de lugares como Bodegas Almau, a la que le dedicas un poema. ¿Has logrado sentirte aquí como en casa?
Lo cierto es que en ningún sitio he tenido esa sensación, ni en mi propia casa. Pero aquí me encuentro bien y me siento muy agradecido. Para mí, por ejemplo, es una bendición ir los sábados con mi amiga Carmen al mercado de la plaza de San Bruno a comprar borrajas y naranjas de Miralbueno. Ahora, más que al Almau, suelo ir a los Jardines de Lisboa, en la Almozara, donde hacen el mejor arroz con pollo de la ciudad.
-Llevas seis meses en Etopia, que parece el faro de la innovación y de las nuevas tendencias. ¿Cómo defines Etopia y qué hallas ahí?
La experiencia en Etopia ha sido decisiva para mí. Convivir con otros creadores e investigadores en un espacio con tanta permeabilidad y posibilidades, formar parte de su día a día, me ha enriquecido extraordinariamente. Ha sido un tiempo muy intenso para mí. Durante esos meses realicé mi investigación, di clases en la universidad, terminé este libro, escribí una obra de teatro, coordiné un ciclo de cine y literatura y a la vez salí mucho. Es un centro que lleva la ciencia y el arte a los extremos más humanos, y por eso su labor es tan trascendente y necesaria para esta ciudad.
-¿Existe ‘Una buena hora’ o es, sencillamente, una aspiración, la utopía del soñador?
Sí que existe. Estamos habitados por esas buenas horas que nos amplían y nos completan. Todos podemos reconocerlas. Lo que somos viene de ellas.
¿Quiénes son los poetas en que te fijas, en qué te ayudan, cómo los lees?
Por mi trabajo como investigador me tengo que fijar en demasiados. Sería complicado e injusto citar solo a algunos. Pero recuerdo que cuando llegué a Burgos, donde empecé a escribir este libro mientras daba clases, llevaba en la maleta a Virgilio Giotto, Antonio Colinas y Louise Glück.
*La foto es de Francisco Jiménez.
ENTREVISTA CON JOAQUÍN CARBONELL

Joaquín Carbonell presenta esta tarde, en el Museo Pablo Serrano, su doble disco, que incluye libro, que grabó en el Teatro Principal. [Foto: Juan Miguel Morales.]
-¿Has pensado alguna vez por qué te hiciste cantautor?
--Sí. Mi “educación musical” tuvo que ver con el rock y el pop. Estando de camarero en la Costa descubro a los Beatles y me encantan. Me entrego al pop-rock. Pero en Teruel, por la mano de Labordeta y sobre todo, de Sanchis Sinisterra me acerco a la obra de Brassens, Brel, Raimon, Hilario Camacho, Serrat o Atahualpa Yupanqui, y descubro que esos autores cantan textos con un contenido literario mucho más rico que el que practican los del pop.
-¿Qué le debes, de manera especial, a Alloza y a tu padre, republicano?
--Alloza es lo mismo que para cualquiera que haya nacido en un pueblo: el principio de todo, el descubrimiento. Y mi padre fue un estimulante para todo lo cultural: para cantar y para leer. Él era maestro y en mi casa me hablaba constantemente de personajes históricos, de escritores. El primer libro que me regaló fue “Corazón”, de Edmundo de Amicis.
-¿Que aprendió de la vida y de la cultura el joven que se fue a Barcelona y luego a Sitges?
--Esa salida de mi pueblo con 15 años para trabajar en Sitges de botones, fue determinante. Solo hay que imaginar a un adolescente de pueblo que es colocado en la población más europea de España, conviviendo con turistas suecas que entendían el sexo como algo natural, aprendiendo inglés… Eso te marca definitivamente. Fue un verdadero “shock”.
-De manera sencilla, ¿qué te dio el colegio San Pablo y aquel ambiente, en inquietudes, en curiosidad, en sueños?
--Me dio una mirada moderna hacia el mundo. Y eso determina lo importante que son los profesores, que pueden cambiar la vida de sus alumnos o simplemente dejarlos pasar, sin alterarlos demasiado. Teruel nos cambió a todos aquellos que hemos sido llamados “La generación Paulina”. Fuimos el éxito global de una pedagogía basada en la confianza mutua. No he vuelvo a ver nunca un fenómeno semejante.
-¿Por qué decides cantar, quién te marca, quién te empuja?
--Cantar lo hacía desde siempre. Con 16 años era vocalista en la Orquesta Bahía de Alloza. Me encantaban aquellas canciones de Domenico Modugno, de José Guardiola, del Dúo Dinámico… Yo cantaba por pasión, por afición, sin pensar jamás que un día podría editar discos.
-A modo de balance, ¿cuál es la huella real de Labordeta en tu vida: cantasteis juntos, estudiaste con él, le dedicaste un libro…?
-Es determinante. No es corriente en los años finales de los 60 encontrarte con un profesor que te valora más por cómo vas madurando, evolucionando, por cómo aplicas el sentido común, que por lo que estudias, que en el fondo es una cuestión de memoria… Siempre estuve a su vera y siempre lo tuvo como maestro. Cuando cantábamos juntos, y al final se acercaba la gente a saludarnos, yo me hacía a un lado y lo dejaba a él atendiendo al personal. Me miraba a veces, como diciendo, “¡Anda, no te escaquees!” Eduardo y yo nos reíamos y le decíamos: “¡Venga, Labordeta, que para eso eres tan famoso!” ¿Y sabes?, de alguna forma noto que ahora me toca ejercer ese papel. Ahora descubro lo mucho que la gente puede querer a tipos como nosotros.
-¿Qué tipo de cantautor has querido ser, cuál ha sido tu implicación con Teruel y sus paisajes y sus gentes?
--No tengo claro qué tipo de cantautor quería ser, porque tengo muchas influencias. A ratos me encantan las rancheras porque en la sinfonola del Gato Negro de mi pueblo siempre estaba sonando Jorge Negrete. Me gusta mucho el flamenco, y por eso aparecen sones aflamencados en canciones como “La Paca del Cañizar! Y ya no digamos Brassens… Así que he tenido que confeccionarme un estilo con todas esas influencias, pero tratando de que exista un sonido personal.
-A mí, cuando te oí por vez primera, me impresionó tu melancolía, tu mirada hacia el paisaje…
--Eso era muy al principio, sí. Todos comenzamos evocando el paisaje. Y en Teruel, ese paisaje desprende melancolía. Esa tierra que no se puede separar de esos hombres, agotados de luchar contra los dioses airados. “Con la ayuda de todos”, “Canción del olivo”, “Canción para un invierno”, todas en general, no son alegres y vivaces, son derrotistas, tristes, resignadas…
-Labordeta, anda por aquí, está claro. ¿Y Dylan, Krahe y Brassens?
--Todos están conmigo, es cierto. Escuché mucho a Dylan. Y, fíjate, en los años 1974-76 vivo en Barcelona y veo en directo a Frank Zappa, Miles Davis, Canned Head, Camaron, Traffic, en fin, todo lo puntero del mundo. Así que lo que sucede es que aún me crea más confusión, porque en esos momentos estoy componiendo mi primer disco.
-Hablemos de tus líneas en las canciones: ¿parece que hay un cantante lírico, otro más humorístico y otro mucho más social, atento a lo que pasa?
--Así, es; supongo que es algo que le debe suceder a todos los compositores. Piensa en el que quieras: Serrat tiene eso. O Aute. O Brel. Forma parte de los diversos sentimientos que poseemos. Cantar siempre en el mismo “tono” tiene que ser muy aburrido.
-¿De qué discos te sientes más feliz, más satisfecho: ‘Con la ayuda de todos’, ‘Cariño y tabaco’, ‘Clásica y moderna’…?
--Creo sinceramente que mis mejores discos son el primero y el último. El primero, “Con la ayuda de todos” (1976), es un milagro; es asombroso que con la nula experiencia que tenía lograse componer aquellas canciones que siguen perdurando en la memoria 45 años después. Y “El carbón y la rosa” (2018) es un disco muy maduro, muy sereno, muy trabajado. Las canciones tienen poso, pueden servir dentro de varios años.
-¿Para qué sirven las canciones?
--Las canciones deben recoger los sonidos de la calle; las alegrías, las iras, las tristezas… Deben ser estimulantes. Son píldoras de tres minutos contra la mediocridad, contra la monotonía de nuestras vidas. Una gran canción tiene un poder mágico, logra inyectarnos una dosis de ilusión que nos impulsa a seguir caminando. Nadie sabe cómo se hace una canción brillante; si fuera fácil, las harían los bancos.
¿Cómo han convivido en ti el poeta, el músico, el intérprete, qué es lo más difícil del oficio?
--He convivido de forma natural porque la música pertenece a mi forma de ser. De igual manera que uno descubre que tiene talento para pintar, o escribir, sabe que puede subirse a un escenario y mostrarse ante el público con una guitarra. Lo más difícil de todo esto es mantener una compostura más o menos honesta, pues en el fondo estás mostrando tu vida a través de tus canciones. Vivir cómo piensas y pensar como cantas.
-¿Cuál sería el mejor recuerdo, el mejor momento de tu trayectoria de músico?
--Esos recuerdos no están vinculados a “grandes conciertos”, por decirlo torpemente. He cantado cuatro veces en la plaza del Pilar ante 200.000 personas y no sentí una emoción especial. Me impresiona más constatar que en un pueblo pequeño de Teruel o Huesca, hacen un gran esfuerzo para que acuda con uno o dos músicos y les muestre mis canciones. Son enormemente agradecidos. Entiendo que eso es cultura viva, un acto cultural programado por los propios vecinos, que a lo mejor han escotado de sus bolsillos para que vayas.
-¿Cómo quieres que sea el concierto de los 50 años, qué esperas, qué vas a ofrecer?
--El concierto será muy emotivo. No estoy habituado a cantar en el teatro Principal y a llenarlo. Pese a tantos años de dar vueltas, aún me emocionan estas cosas. Y estaré inquieto, nervioso, yo que suelo ser tranquilo. Por fortuna tengo detrás a seis grandes músicos de Aragón
que me van a respaldar.
-¿Qué te hace llorar, qué te hace reír, qué te enamora?
--Cualquier cosa me hace llorar, me he hecho muy blando. Me rompe el alma el abuso contra los inocentes. Me hacen reír mis amigos de Los Tres Norteamericanos. Nos reímos mucho. Reír es fundamental, una gran medicina. La alegría y la bondad son revolucionarias. Me enamora la gente buena.
-¿Cuál es, de las tuyas, tu canción preferida?
-- “Me gustaría darte el mar” aún sigue emocionándome cuando la canto.
Joaquín Carbonell canta ’Me gustaría darte el mar’
DIÁLOGO CON PABLO LORENTE, PREMIO SANTA ISABEL DE PORTUGAL DE POESÍA

Pablo Lorente “La escritura es un
viaje en el tiempo hacia el futuro”
“Lo relevante es la mirada
del artista sobre el mundo que nos rodea”
El escritor y profesor ha ganado el premio Isabel de Portugal con su libro ‘40’, que publica en la colección Veruela
¿Qué es ‘40’, una autobiografía, una parada en el camino, una reflexión general?
40 son los años que acabo de cumplir, personalmente, lo de las cifras no me afecta mucho, pero por lo que veo a mi alrededor es una edad muy simbólica. Este poemario es un alto en el camino, un breve descanso para mirar hacia atrás, y pensar hacia dónde se va.
¿En qué medida le ha marcado la paternidad?
Hace poco que hemos tenido un hijo; de repente todo cambia y la vida se convierte en un torbellino. De la paternidad he aprendido el auténtico significado de la palabra amar; que mi tiempo ha dejado de pertenecerme y que lo más importante está fuera de uno mismo.
En el libro hay una exaltación de las pequeñas cosas, de los gestos minúsculos. ¿Por qué?
La vida no puede acabar siendo trabajar e ir a un centro comercial en los ratos libres, debe haber algo más. Al final, en el maremágnum de la ciudad, poder escapar a dar un paseo por la naturaleza, tener tiempo para leer, sentarse con los amigos a comer o a tomar algo se acaba convirtiendo en un lujo, son pequeñas cosas, pero muy importantes.
¿Se puede hacer poesía con todo?
Creo que sí, el material sobre el que un artista trabaja no es lo importante, lo relevante es la mirada del artista sobre el mundo que nos rodea. Varios autores de la Generación del 27 crearon bellísimos poemas sobre elementos fascinantes de la vida cotidiana.
¿Qué es lo que le da más miedo al poeta?
Supongo que será un miedo común a muchos escritores, me aterra que se me acaben las palabras, que no las pueda poseer para poder seguir inventando mundos e historias. En realidad, creo que este temor puede ser sinónimo a que se nos acabe el tiempo.
El libro también es como un tratado de desilusiones. ¿De qué está desengañado?
En lo personal no me puedo quejar de nada, los poemas no hablan tanto de mí como de la sociedad que estamos construyendo, y en muchos momentos me puede el pesimismo: el poder del dinero, la desilusión por los sueños sin cumplir, la dictadura de las nuevas tecnologías, la añoranza de la juventud. Sin embargo, prefiero pensar que este poemario también está cargado de ilusión por un futuro mejor.
¿Es de verdad fácil escribir poesía, como dice en un poema?
Sí, es un poema irónico sobre un tema que me preocupa mucho, la palabra y su función en nuestra sociedad. Es fácil escribir poesía, lo difícil es que sea honesta con el público y con uno mismo.
Tras escribir un extenso poema sobre ello, ¿ya sabe por qué escribe o seguirá preguntándoselo cada día?
El acto de escribir encierra un misterio inextricable, en algún momento alguien elige un momento de profunda soledad para crear algo que antes no existía y que no deja de ser efímero para, con suerte, poder compartirlo con los demás. Escribo, sin duda, por el placer que proporciona enfrentarse a la página en blanco.
¿Ya ha resuelto para quién se escribe?
Eso es más difícil, la escritura se convierte en un viaje en el tiempo hacia el futuro, en un diálogo con nuestros coetáneos y, con suerte, con el lector del futuro. Pero sobre todo, se escribe, sobre todo, para uno mismo. No deja de ser paradójico.
En el libro también adopta el monólogo dramático y hace hablar a una mujer…
Cuando lo escribía quería hablar de nuestra sociedad, del paso del tiempo, y de cómo, al cumplir los 40 años, comenzamos a observar que muchos de los sueños y de las ilusiones que habíamos forjado a lo largo de los años no se han cumplido y que, por desgracia, las posibilidades de que se cumplan, menguan con rapidez. Elegí para ello una voz poética que imaginé femenina. Quería experimentar un cierto alejamiento, quería jugar con las posibilidades de la ficción para adentrarme en la reflexión.
Hay alusiones a otros autores. A Kafka, a Borges, a Julio Antonio Gómez. ¿Quiénes son los autores que le han marcado y le marcan?
Borges es inabarcable e infinito como su Aleph, la hondura de sus relatos y de su poesía es conmovedora, y en ocasiones, sus palabras se me cuelan en mis creaciones, como muchos otros clásicos. En general, de los clásicos me impresiona la calidad de su escritura, por esa misma razón espero que este año la gente lea mucho a Galdós, es un placer para los sentidos.
Es profesor de literatura. ¿Podría recomendarnos a nosotros y a sus alumnos tres o cuatro libros de poesía?
Aunque no es de poesía, ahora estoy fascinado con el ensayo ‘El infinito en un junco’ de Irene Vallejo, que me ha dirigido a la poesía de Anna Ajmatova, entre otras lecturas. Creo que a ningún curioso defraudará la poesía de Miguel Labordeta, que me emociona profundamente. Estos días he leído con mucho placer ‘Sube a nacer conmigo’ de David Conde.