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Se muestran los artículos pertenecientes a Diciembre de 2004.

EL SERENO DEL EBRO

Hacia las diez de la noche, hablo con Jesús Moncada. Me cuenta una y mil historias de sus vivencias del Ebro, de aquellos navegantes que llevaban el lignito río abajo, hasta el Delta, y volvían cargados con arroz, naranjas, jabón blanco o sal. Había dos tipos de patrones de barco: uno, de carácter romántico, arriesgado y hondamente humano, como Nelson o Arquimedes Quintana, y otro más técnico y frío, en concreto, un joven de catorce años que procedía de una dinastía de navegantes. Se reunían en los cafés y contaban sus historias. A veces, incluso narraban líos de faldas a lo largo del río o alguna que otra visita al burdel.

Una de las historias más impresionantes que me contó Jesús Moncada es la del sereno, que era anafalbeto y sin embargo ejercía de corresponsal deportivo de un periódico de Zaragoza. Este sereno tenía la facultad de llamar a los hombres en caso de inundación o crecida para retirar los embarcaderos de madera. Vuelvo a la crónica: una vez que sabía cómo había sido el partido, iba al café y le dictaba a alguien su crónica. Una vez que la tenía iba a otro café para que se la leyesen en voz alta, no fuera que le hubiesen gastado una broma pesada. Y luego la enviaba. Jesús Moncada fue redactor de ese texto y lector. Un día le regaló el "Libro de la Selva" de Rudyard Kipling, sin saber posiblemente que le hacía un magnífico regalo que iba a cambiarle la vida.
05/12/2004 03:14 Enlace permanente. sin tema Hay 5 comentarios.

AQUELLOS MARAVILLOSOS AÑOS DEL TENIS

Me ha gustado el tenis desde la adolescencia, desde los tiempos en que estudiaba Eletctrónica en la Universidad Laboral de A Coruña. Mi rival y maravilloso amigo era Lito Villar Gantes. Jugábamos siempre que podíamos, por la tarde, en aquello que se llamaba sesiones de estudio. Y lo que más nos complacía era vencer a un militar veterano, y además profesor nuestro de Taller y Tecnología, que corría lo justo pero se movía con exactitud y golpeaba con impactos casi definitivos. Nos recordaba a Andrés Gimeno.

Entonces yo seguía a los grandes: Ilie Nastasse, Jan Kodes, Stan Smith, John Newcombe, un furioso Jimmy Connors, al que vencería Manuel Orantes contra pronóstico en Forest Hills. En aquellos días, “Jumbo” era el novio de América e intentaba seducir, y lo lograba, a la maravillosa Chris Evert, que acabaría casándose con un tenista mediocre llamado John Lloyd. Jimmy Connors caería rendido en los brazos de la guapísima Marjorie Wallace. Eran también los tiempos de Billie Jean King, que ganaba más títulos que nadie, de la fugaz Tracy Austin o de una explosiva pero vulnerable Martina Navratilova. Más tarde, me fascinaba “el joven fenómeno sueco de 18 años Bjorn Borg”, tal como lo llamaba Juan José Castillo, el periodista de Luna, el director de “Sobre el terreno”, aquel caballero que se había hecho inmortal con aquello de “Entró, entró”. Diré que de Borg lo que más me gustaba era su mujer, la tenista –número ocho del mundo- Mariana Simonescu, que murió demasiado joven, cuando ya se habían separado. No era bella exactamente, no era deslumbrante, pero pertenecía a ese tipo de mujeres que a mí me fascinan, tipo Dominique Sanda o la escritora Ingeborg Bachmann, aunque no era tan hermosa.

Pero mi verdadero ídolo era John McEnroe. En solitario, sobre todo. Era como la reedición de Nastasse: poseía un golpe de muñeca asombroso, sacaba de espaldas a la pista, jugaba siempre al ataque y voleaba como nadie. Y sabía lo que era la enigmática ciencia de la inspiración. Durante tres años, ya vivía yo en Zaragoza, deslumbró, pero antes ya había ganado a Borg en Wimbledon y en el Open USA en choques memorables, que vi en la televisión de un peluquero vecino en Toledo, 20. Viéndolo jugar, le perdonaba su mal genio, que –bien se veía- era una estrategia para atemorizar al contrario, para tomar impulso y leer de nuevo el partido. Recuerdo aquella final excepcional en Roland Garros contra Ivan Lendl. Seguí el partido mientras servía copas en el bingo de Reina Fabiola. Venció los dos primeros sets con un juego de pista rápida, demoledor, de saque y volea; estuvo en un tris de vencer en el tercero, pero luego empezó un calvario de vómitos y calambres para ambos y el triunfo, aromado de épica y de dolor para mí, se inclinó para el lado del antipático checo. Aquellos también eran los días de la espléndida escuadra sueca: Mats Vilander, Andres Jarryd o Stefan Edberg, que al principio me parecía aburrido y frío y acabó pareciéndome el jugador más señor de las pistas, la pura elocuencia, el garbo conquistado en tres impactos de precisión y belleza. También irrumpió Boris Becker y un fugaz Yannick Noah, o el zurdo excepcional Patrick Leconte (hubo otro tan genial como él, el checo Miroslav Mecir, a quien llamaban el tigre porque no se lavaba casi nunca, y menos después de los partidos. Se metía en la cama del hotel impregnado de sudor). Otro zurzo intratable fue Thomas Muster, míster zurriagazo.

Y además, yo jugaba todos los días, de una a dos, o de dos a tres, en el antiguo Club de Tenis (hoy, Centro de la III Edad: Pedro Laín Entralgo) con un comerciante. Eran partidos estupendos, y siempre había un momento en que alguien venía a saludarnos y nos recordaba que allí había jugado Jan Kodes. Aquel comerciante tenía además una característica muy curiosa: era un seductor. Las mujeres que visitaban su frutería, su establecimiento de ultramarinos y coloniales, caían subyugadas ante él, y accedía en hacerles recados a su propia casa. Me di cuenta de su poder de conquista cuando un día apareció una mujer, treintañera, bonita, de media melena, casada clon un viajante de libros y enciclopedias de Carrogio, y le dijo: “A mí también me gustaría que me trajeses cosas a casa. Me harías un gran favor”. El favor no sólo fue ese, tal vez, y ella que conducía un Ford Escort naranja lo venía a buscar a las ocho los martes y los jueves. Lo sé porque entonces teníamos que cambiar de día nuestros partidos de dobles con dos amigos suyos que trabajaban en la Balay. En nuestros individuales, casi siempre ganaba él. O si no ganaba, lo buscaba afanosamente, y pugnaba en la red como un jabato. Como Rafael Nadal ante Roddick, como Moya, al fondo, contra Roddick, como John McEnroe que salía disparado sobre su segundo servicio.

Qué partido el de Nadal. Qué mano, qué carácter, qué insistencia en el triunfo, qué desmelenamiento. No sé si llegará a ser el número uno, pero da gusto verle vencer a Andy Roddick (como luego lo venció bellamente Carles Moyà. Qué elegante Patrick McEnroe al asumir el mejor juego del rival y elogiar a un enfervorizado público), el número dos del mundo, que está llamado a inquietar a otro formidable jugador llamado Roger Federer, probablemente preparado ya para convertirse en uno de los tres o cuatro mejores de todos los tiempos. Ya es lástima que otro talento impresionante como Gustavo Kuerten, el brasileiro “Guga”, haya desaparecido por ahora, aborrecido por las lesiones.
06/12/2004 14:00 Enlace permanente. sin tema Hay 2 comentarios.

"LOS OLVIDADOS" EN EL CÍRCULO DE BELLAS ARTES

LOS OLVIDADOS

A Luis Buñuel (1900-1983) no le fue nada fácil abrirse camino en México, tras un decepcionante y efímero paso por Hollywood. Su primer éxito importante le llegó con “El gran calavera”, que le abrió las puertas para realizar un nuevo filme sobre los suburbios de la gran ciudad que se titularía “Los olvidados”. Entre 1947 y 1949, el realizador calandino tomaba el autobús y se dirigía hacia los arrabales, a veces en solitario o en compañía del guionista Luis Alcoriza y del director artístico Edward Fitzgerald. Buñuel, en vísperas de 1950, pensaba rodar otra película con guión de Max Aub y Juan Larrea: “Mi huérfano, jefe!”. Lo sustituyó por “Los olvidados”, ese excepcional poema de la crueldad, muy emparentado con un texto suyo: “Los suburbios” de 1923, tal como apuntó Agustín Sánchez Vidal, el primer editor de su “Obra literaria” (Ediciones del Heraldo de Aragón, 1982.
Buñuel confesó a propósito del proyecto: “Consulté pacientemente los archivos de un reformatorio, mi historia se basó en hechos reales. Trate de denunciar la triste condición de los humildes sin embellecerla, porque odio la dulcificación del carácter de los pobres”. Buñuel solía charlar con una joven que tenía parálisis infantil y leyó por entonces que “se había encontrado en un basurero el cadáver de un chico de doce años”. Quizá por ello, al principio, el filme iba a llamarse “La manzana podrida”. Buñuel tenía claras muchas cosas: quería que la pieza funcionase en dos planos: el escrupulosamente veraz o realista y el subliminal, de enorme fuerza onírica y simbólica.
Óscar Dancigers fue el productor. No creía demasiado en el guión y le molestaba la imagen que se iba a dar de México, pero en Europa especialmente se habían hecho películas, de atmósfera neorrealista, que habían conquistado al público y que, en cierto modo, abonaban una nueva tradición. Como “El limpiabotas” o “El ladrón de bicicletas” de Vittorio de Sica. El presupuesto fue de 450.000 pesos, unos 12.000 euros de ahora. El rodaje fue complicado e incómodo. La peluquera dejó el rodaje porque la madre de Pedro (el joven protagonista; él es Alfonso Mejía; ella, Stella Inda) rechazaba al muchacho cuando regresaba a casa.
Dijo, ofendida: “Eso, en México, ninguna madre se lo dice a su hijo. Es denigrante, no quiero hacer esta película”. Otro técnico le comentó: “¿Por qué no hace usted una verdadera película mexicana en lugar de una película miserable como ésta?”. El malestar era casi general. No para todos: Roberto Cobo, Jaibo, era un bailarín de revista al que le daban una oportunidad en el cine. Otros le decían: “Señor Buñuel, esto es de una cochambre tremenda. No todo México es así. Tenemos también hermosos barrios residenciales, como Las Lomas...” Pese a todo se terminó el rodaje, y en los créditos del filme ocurrieron cosas curiosas: desapareció el nombre del escritor Pedro de Urdemalas, responsable de los giros mexicanos que se introdujeron en los diálogos, y el guión sólo lo firmaron Alcoriza y Buñuel, a pesar de la participación de Max Aub y Juan Larrea.
El estreno estuvo rodeado de tensión. Hubo reacciones violentas, intentonas, más bien tímidas, para golpear a Luis Buñuel. El productor Óscar Dacingers ni asistió al estreno. Sólo permaneció cuatro días en cartel.. A la mirada despiadada sobre el país y los pobres, se le unían otros temas un tanto inquietantes: el peso de la fatalidad, la impotencia, la muerte inútil. En cierto modo, en esta presencia de la muerte inútil, Buñuel coincide con Shakespeare, en cuyas obras mueren muchas mujeres en vano: Ofelia, Julieta, Desdémona o Cordelia. Son, como la de Pedro o Julián, muertes inútiles. “Los olvidados” recibió malas críticas, suscitó ira en el pueblo y en un galán de moda como Jorge Negrete, pero fue defendida de inmediato por los intelectuales, hechas algunas salvedades. Por ejemplo, en un pase privado en México para 20 personas, con Siqueiros, León Felipe y su mujer Berta, Diego Rivera y su esposa Lupe Marín, Buñuel tuvo que oír juicios adversos. Berta le dijo: “Es usted un miserable. Ofende a todo el mundo. Lo que muestra esta película no es México”. Y Lupe agregó: “No me hables”. Siqueiros, en cambio, fue entusiasta con aquella pieza sobre los condenados de la tierra: “Muy bien, Buñuel”.
Octavio Paz, comisionado por el gobierno mexicano para el Festival de Cannes, logró convencer al embajador de México en Francia para que “Los olvidados” acudiese al certamen, donde ganó el premio a la mejor dirección. Louis Aragon y André Breton, que llevaban 20 años alejados, la vieron en una sesión privada para los surrealistas. El estremecimiento fue unánime: aquella era una obra maestra, que daba “un apasionado retrato de los olvidados, en una forma brutal pero honesta, trágica y poética”, según ha considerado la UNESCO. Hemos dicho que la película triunfó en Cannes y que el propio Octavio Paz, según recuerda Agustín Sánchez Vidal, escribió un texto deslumbrante –“bellísimo”, diría Buñuel- que editó en octavillas a ciclostyl y repartió a los espectadores.
“Los olvidados” se reestrenó en el Cine Prado donde permaneció seis semanas. En diciembre de 1951, “Cahiers du cinema” dedicó un monográfico a Buñuel. La consideración de la obra fue unánime: Jacques Prevert le dedicó un poema precioso, Julio Cortázar se quedó fascinado con ella y años después André Bazin, el crítico y biógrafo de Jean Renoir, dijo: “Los olvidados’ es una película de amor, que requiere amor”. La UNESCO ha propuesto que sea Patrimonio de la Humanidad como “La novena sinfonía” de Beethoven o “Metrópolis” de Fritz Lang. Y estos días en el Círculo de Bellas Artes se expone un proyecto en el que ha intervenido la Centro Buñuel de Calanda, que dirige Javier Espada.
07/12/2004 00:37 Enlace permanente. sin tema Hay 6 comentarios.

ADIÓS A KATIA ACÍN

Se nos ido Katia Acín, esa mujer admirable, que pastoreaba dulzura allá donde iba. Era un ángel incendiado de verdad, de humanidad, de luz inolvidable. Se nos ha ido y nos queda, aquí, su obra, su memoria, su sonrisa. Esa mujer se ha despedido del mundo sin un gramo de rencor, ella que tantos motivos tenía para odiar. Se ha ido con la sensación de que pronto, muy pronto, volvería a merodear entre sus amigos, en el estudio, en las calles de Huesca o de Altea, en el cariño de tantos que la queríamos, la admirábamos, y al verlo reconocíamos su magisterio, su ternura impagable, su donosura de mujer digna que levantó el vuelo contra la larga noche de la tiniebla y del olvido.

Descansa, reposa, sueña. Y al encontrarte, en ese paraíso de verdad y de República, Katia, abraza a tus padres y a tu hermana, Ramón, Concha y Sol. Sabemos que existe una pradera de aromas y llovizna con música donde saldréis a cantar a la vida más allá de la vida, a la vida más allá de la muerte.
Quedamos huérfanos, pero hemos recibido tanto de vosotros que tenemos aliento y emoción para muchos casos, tal vez para algunos siglos.

Cúidate ahí, lejos, y sigue grabando, pintando, hablando con tu furia incesante de vivir, querida Katia.
14/12/2004 22:10 Enlace permanente. sin tema Hay 7 comentarios.

RECUERDO DEL CINEASTA ARAGONÉS FERNANDO BAULUZ

FERNANDO BAULUZ
“BUÑUEL LEYÓ MI PRIMER GUIÓN”

Fernando Bauluz (Zaragoza, 1951) lleva más de treinta dedicándose al cine. Ha sido productor, asistente de dirección y realizador de cintas como Martes de carnaval, pero estos días ha saltado a la fama porque ha acabado con gran dignidad Lágrimas negras, la cinta póstuma de Ricardo Franco.
-Mis antepasados -dice- procedían de Navarra y de Francia, se instalaron hace dos o tres siglos en el campo de Borja, y la casa familiar sigue existiendo en Magallón. Mi abuela paterna es hermana de Miguel Catalán, el famoso químico que estuvo nominado al Nobel y que tiene dos cráteres en la luna con su nombre. Miguel Catalán se casó con Jimena Menéndez Pidal, la hija de don Ramón Menéndez Pidal, y fundaron el Colegio Estudio, donde yo estudié. Mi padre era profesor de Matemáticas, trabajaba en el colegio y fue durante casi 40 años el director. Nací en Zaragoza porque aquí estaban mis abuelos y mi madre vino a dar a luz. Hasta los doce años, más o menos, estuve yendo y viniendo de Zaragoza a Madrid.
-Qué sorpresa. Procede de una familia con raigambre...
-Soy nieto directo del pintor Miguel Pérez Losada, próximo a Pórtico. Se casó con una berlinesa de carácter, se había significado en su oposición a Hitler: durante la II Guerra Mundial se vinieron aquí, a través de mi abuela Gertrud, judíos alemanes escapados del horror nazi, y ella les proporcionó trabajo y refugio. Zaragoza fue uno de esos puntos donde se les escondía y se les proporcionaban salidas.
-¿Los llegó a conocer?
-Sí, claro. Vi los cuadros de mi abuelo, más de la mitad están en casa de mis padres. Con él he tenido bastante relación porque hice el primer curso de Arquitectura y él estaba empeñado en enseñarme a dibujar. A mis abuelos maternos les gustaba mucho Soria y en la última etapa de su vida tuvieron una casa, primero en Villaverde del Monte, y luego en Navaleno. El Moncayo les producía una gran fascinación. Salíamos por las mañanas él y yo a dibujar con nuestros carboncillos. Siempre me criticaba. Tenía yo 17 años.
-Creo que su abuelo paterno también era relativamente famoso.
-Murió cuando yo empezaba a ser adolescente. El traslado definitivo a Madrid debió coincidir con la muerte de mi abuelo. Era ingeniero, pero militar, de los que con Azaña dejaron el ejército; cuando estalló la Guerra Civil lo reclamaron y como estaba en zona nacional se tuvo que incorporar y continuó en la carrera. Era muy de derechas en todo el tema religioso, hasta la exageración. Y en cambio, en todo lo que es la concepción social de la vida, lo contrario. Era una persona abierta, enfrentada con el sistema y refractaria a cualquier corrupción; tuvo diez u once hijos, vivió cómo pudo, pero el general de brigada Florencio Bauluz jamás se enriqueció. Mi abuela, Pilar Catalán, su esposa, fue la primera mujer que en Zaragoza acudió a un gimnasio, estaba muy preocupada por los temas de la mujer y era sufragista. Las casas de mis abuelos estaban una enfrente de la otra. Curiosamente, mis padres no se conocieron por ser casi vecinos, sino porque eran nadadores. Mi padre fue recordman de España de 100 metros libres y mi madre campeona de 200 metros de braza, frecuentaban el Club de Tenis de Zaragoza y Helios.
-Y pese a toda esa filiación tan zaragozana de sus abuelos, ¿nunca estuvo matriculado aquí?
-No. Pasaba los veranos, alguna navidad, y por enfermedades y cosas así algún invierno largo. Tengo algunos recuerdos nítidos: el sonido del viento y un olor característico que es el olor de cuando tú llegas al sitio donde has nacido, ni aunque fuese químico sabría describirlo, pero hay un olor particular, antiguo, que es el olor de casa, de la niñez. Me ha pasado nada más llegar de la estación del Portillo. Supongo que será el olor del Ebro y vendrá del agua. Zaragoza me parecía el único lugar del mundo, cuando yo tenía seis u ocho años, donde se alquilaban bicicletas en el parque.
-Sé que en su familia hubo un tío que marcó mucho su vocación.
-Sí. Mi tío Jesús me marcó muchísimo porque a los doce años me llevó a ver Farenheit 451 de François Truffaut. Creo que cuando tenía cinco o seis años se sabía páginas completas de la guía telefónica de memoria; era uno de esos niños que son prodigios en una cosa y tienen un desequilibrio brutal en otras. Era el hermano pequeño de mi padre, ocho años mayor que yo. De pronto, un buen día, en mi casa todo el mundo estaba asustado porque acababa de llamar desde África diciendo que se había metido en la legión, pensaba que era blando y que debía endurecerse. A los tres meses se quería salir de la Legión. Supongo que mi abuelo removería todo lo posible pero no lo consiguió. Esas cosas alimentaban en mí la leyenda de mi tío Jesús. Fue un fanático del cine y un melómano con una memoria increíble. Esto es real; escribió un guión que para él era la segunda parte de Los 400 golpes de Truffaut, una de sus películas favoritas. Se fue a París y estuvo como un mes insistiendo en la oficina de Truffaut hasta que por fin alguien cogió el guión; cuando volvió al cabo de algún tiempo a reclamar, llegaron a un acuerdo y se lo compraron. Truffaut jamás lo hizo ni lo volvieron a llamar, ni nada, pero algo debería de tener el guión porque Truffaut no quiso que circulara por ahí.
-¿Aún vive?
-No. Iba evolucionando poco a poco hacia una clara esquizofrenia. Hay muchas cosas que podemos ver en la gestualidad de Ariadna Gil en Lágrimas negras que yo se las he visto a mi tío, como cuando se está con pastillas. Los psiquiatras militares le dieron la baja y su vida era un continuo y salir de los sanatorios y cada vez peor, cada vez peor hasta que para celebrar su 50 cumpleaños se suicidó. Se ahorcó y dejó dos folios impresionantes donde recordaba a su abuelo y decía que iba a reencontrarse con él. Y que nadie le había dado tanto cariño jamás. Yo ahora siento que el día que fui con él a la sala Imperial de Madrid tomé la decisión de dedicarme al cine. A partir de esa experiencia, cada vez que me preguntaban qué quería ser de mayor, ¿bombero o médico o futbolista?, siempre decía realizador de cine.
-Con catorce años, usted se puso a hacer un cortometraje.
-Estaba en quinto de Bachillerato E hice mi primer corto en super-ocho. La protagonista era Ana Gurruchaga y ella fue candidata a ser la protagonista de Tristana de Buñuel. Uno de los productores principales, el otro fue el aragonés Eduardo Ducay, fue su padre Gurruchaga, que era el director de la Escuela de Bellas Artes. Era una historia muy bonita que contaba las relaciones sexuales entre María Magdalena, Jesucristo y San Juan, cosa que me interesaba mucho, ja, ja, ja. Sé que Luis Buñuel leyó aquel primer guión mío, se rió mucho, y Ana Gurruchaga debe tener el original con una alguna corrección de BuñueI. Fui a buscar a Ana a su casa y allí lo vi. No hablé con él, pero lo vi con su mala leche, su pinta de bruto o de boxeador, sordo como una tapia. Me producía un respeto enorme. Fue entonces, en 1965, cuando conocí a Ricardo Franco Entró en Preu en el mismo colegio, y aunque éramos primos lejanos, su madre era turolense, y él un par de años mayor que yo, apenas sabíamos de la existencia el uno del otro. Mis primeros contactos con Ricardo son de enfrentamiento.
-Por chicas, supongo. Era un gran seductor.
-Por la sala de teatro, a la cual se optaba a partir de quinto de Bachillerato y yo llevaba mucho tiempo soñando con llegar a quinto para poder representar todo el mamotreto de obras e ideas que tenía. Y llegó este desgraciado y me quitó el escenario, pero no sólo eso. Se ligó a mi novia. Cometí el error de tener una novia un año mayor que yo.
-¿Y también fue por entonces cuando coincidió con el narrador Javier Marías en clase?
-Éramos compañeros desde los doce años. Era un genio, no sólo con una impresionante capacidad para la literatura y la redacción, sino que era el número uno en Matemáticas, en Física, en Química. Sacaba matrículas en todas las asignaturas y además era un gran deportista. Tuvimos un equipo de fútbol y Javier era el extremo izquierdo. Tenía un defecto: corría una barbaridad y les ganaba a todos, era impresionante, luego lo que pasaba es que nunca centraba bien. Este verano participamos los dos en un homenaje a Ricardo Franco, organizado por Ana Gurruchaga. Javier recordaba que, cuando eran niños, primero los hacía rabiar y luego los consolaba. Cuando terminaron los dos, Ricardo cogió un cuento de Javier Marías, Gospel, e hizo con él su primer cortometraje. Tal vez sea su obra más auténtica.
-¿Qué quiere decir?
-Que era la más libre, la más salvaje, donde le importaba un pepino la forma. O quizá supiese muy poco de cine. Era tremenda. Y después Javier también escribió con él el guión de El desastre de Annual, el primer largo de Ricardo, hecho en 16 mm., nunca estrenado y maldito. Javier también escribió el primer guión de El espíritu de la colmena para Víctor Erice. Blas Querejeta se enfadó con Javier Marías y fue cuando entró Ángel Fernández Santos a escribir sobre el guión de Marías. Y Javier ni siquiera figura en los títulos de crédito.
-Eso no ha pasado a la historia, creo. ¿Cómo fue a partir de entonces su evolución?
-Hice dos o tres cortos más de super-ocho, de aficionado, y luego tuve esa época de la militancia clandestina, que a mí me obligó a estar matriculado en la Universidad (adonde fui asignado). En esa época mi padre opinaba que el cine no era un arte, siempre me lo discutía, y que los que nos queríamos dedicar al cine éramos unos vagos. Por eso me matriculó él, sin yo saberlo, en primero de Arquitectura y me planteó que hiciera el curso. Hice compatible el curso con mi primer meritoriaje en La vida sigue igual de Eugenio Martín con la presencia de Julio Iglesias.
-¿Qué recuerdo tiene de aquel Julio Iglesias?
-En ese equipo nadie sabía hablar inglés. La actriz protagonista era inglesa y no hablaba nada de español. Yo hacía de intermediario entre ella y Julio, así que cogí una cierta confianza y me dijo: “A ésta ni se te ocurra, eh". Ja, ja, ja. Un día al atardecer, rodando en exteriores en La Manga del Mar Menor, cuando sólo existían el hotel Extremares y el hotel Galúa, compuso con su guitarra Gwendoline. Paseando después de terminar el rodaje, me echó el brazo por los hombros y dijo: “¿Fernando, crees que llegaré a ser alguna vez como Serrat?”.
-¿Llegó a ingresar en la Escuela Oficial de Cine?
-No. Para eso había que tener los 21 años cumplidos, y cuando los hice ya se había cerrado y aún no se había abierto la Facultad de Ciencias de Imagen. Mi padre me dejó por imposible, abandoné Arquitectura, pero como estaba en el partido y tenía que seguir en la Universidad hice Filosofía y Letras. En el PCE estaba adscrito a propaganda y éramos clandestinos dentro de la clandestinidad. Ricardo Franco era anarquista y lo fue siempre. A los 19 años cometí el error de mi vida: me casé. Tengo tres hijas, de 26, 24 y 21 años. Entré en una empresa que se llamaba CVS, ya como realizador. En esos tres años hice como 23 ó 24 documentales industriales, fue mi escuela de aprendizaje. Y también varios cortometrajes en 35 mm. con lo cual me convertí en director.
La vida de Fernando Bauluz respira cine por los cuatro costados. Cine y aventura. Lo ha hecho casi todo. Con su productora financió proyectos como El puente de Bardem, Asignatura pendiente de José Luis Garci, Tigres de papel de Colomo y en 1979, cuando había perdido su propia empresa (suya y de Pedro Carvajal, Miguel Angel Rivas y Jaime Fenrández Cid) ante la pujanza de otros socios, él y el director de fotografía Augusto Femández Valbuena y sus respectivas familias se marcharon a Quito (Ecuador) a montar un plató y a hacer las Américas. Permanecieron allí cinco años haciendo spots, publicidad y documentales, en continuo contacto con Nueva York.
-Volví a España en 1984 y me reencontré con Ricardo Franco en la serie La huella del crimen de Pedro Costa haciendo El caso del cadáver descuartizado. En Barcelona tuvimos una pelea con tres guardias civiles vestidos de paisano. Quisieron levantarnos a las dos chicas que nos acompañaban, y yo, bastante borracho, les dije algo y le di un puñetazo al más bajo. Me pegaron en todas partes con los puños, con los pies, etc. Ricardo y el realizador mallorquín Jaime Solivellas decidieron intervenir, y a Ricardo le alcanzó un puñetazo que le arrancó una muela. La vi volar hacia el suelo como un pájaro. La conservaba en su casa como un tesoro.
-Antes había sido su ayudante de dirección en El sueño de Tánger (1985), otro rodaje complicado.
-El productor Carlos Escobedo nos mantuvo en Tánger engañándonos y nos pagaba con talones sin fondos. Estalló todo, sus mentiras no pudieron prolongarse, y la sacamos adelante como pudimos. Fue la primera película de Maribel Verdú.
-Cuándo le contó Ricardo Franco la historia de Jean Seberg que parece inspirar Lágrimas negras?
-Yo he estado con Ricardo y con Jean Seberg dos veces, poco rato. Permanecieron juntos casi año y medio con lagunas. Me contaba la biografía de la actriz americana: sus locuras con MaIcom X, Las Panteras Negras y esa paranoia de sentirse perseguida...
-Estuvo perseguida por el FBI, y la propia organización lo reconoció una vez muerta la actriz en 1979.
-Ricardo estaba prendado como cualquiera por ese monumento, pero era tremendo. Tenía que ir detrás de ella, se le ocurría irse a los Ángeles, pues allá se iban, en primera clase, y no sé qué. Y Ricardo no tenía ni un duro. Después de GospeI se puso a trabajar con su tío Jesús Franco de ayudante, dos o tres años, haciendo películas de terror. Aprendió muchísimo. Jesús es un genio, es el director europeo que más películas ha hecho, a menudo, tres a la vez.
-¿Esa magia tan especial que existía entre ustedes se produjo cuando lo llamó para La buena estrella?
-La verdad es que Ricardo no me llamó. Era muy buena persona y no quería comprometerte en proyectos donde pudieses sentirte atado y obligado. Me llamó Pedro Costa y me dijo que Ricardo había dicho que conmigo sí hacía La buena estrella. Ricardo no se sentía capaz del todo, padecía diabetes y tenía cegueras esporádicas muy fuertes. Luego me dijo, recordando aquella noche de pelea en Barcelona, algo así: “Joder, Fernando, en aquella ocasión yo te presté una muela. Préstame tú ahora los ojos. Préstame tus ojos”. Tras el éxito de La buena estrella (1997), solo en Berlín, Ricardo Franco llamó de madrugada: “Fernando, hay que hacer una sociedad entre tú y yo, y hay que poner en marcha Lágrimas negras”.
-¿Él era consciente de que su vida corría peligro?
-No es que fuese consciente, sino que todos los días durante un año se ponía machacón, y me decía incluso delante de los amigos. “Fernando, si yo me muero, tú vas a seguir, ¿no?”. Insistía. Y no sólo eso sino que todos estos extremos figuran en el contrato de dirección de Ricardo.
-¿En qué medida siente usted que Lágrimas negras es suya?
-No la hubiera hecho así sino hubiera existido Ricardo Franco. Pero tampoco la veo de otra manera, porque como he estado hablando un año entero con él, escenificábamos incluso los diálogos (él hacía de Ariadna y yo hacía de Fele Martínez. Realizan ambos un papel extraordinario. Ariadna Gil es un monstruo de la interpretación), y se corregía el guión. Yo no he participado en la escritura de la película; se trabajó sobre un guión de Dionisio Pérez Galindo, que procede de la escuela de Manolo Matji; a partir de él hizo una versión Ricardo, y luego volvió a revisarla con Ángeles González Sinde.
-¿Le dijo alguna vez Ricardo Franco que aquella era su historia de amor con Jean Seberg?
-No. Lo sabemos, pero no sólo es eso, loco amor, porque él conocía bien la historia de la locura de mi tío Jesús. Yo he proyectado en Lágrimas negras su historia. Me he basado en el conocimiento que tenía de él para dar algunas indicaciones a los actores.
-¿Cree que ahora su carrera ser va a ver relanzada, que le van a llamar para hacer películas?
-Conociendo esta industria, no creo que nadie me llame. Ricardo escribió un guión muy bonito con un punto de comedia amarga, que pretendía que dirigiera yo mientras él terminaba de escribir Plenilunio, un guión basado en la novela de Muñoz Molina que dirigirá lmanol Uribe.
-¿Qué le gustaría rodar?
-Un guión mío en tono de comedia ácida y realista, con toques de neorrealismo italiano, sobre los años de las comunas y de la época en que todos estábamos muy salidos y defendíamos el amor libre. La acción sucede en las Alpujarras. Uno es fiel a sus orígenes: sigo siendo comunista, pero ya no me reúno en células ni cosas así. Me limito a pensar y a votar.

*Ayer, mientras celebrábamos la designación de Zaragoza como sede de la Expo 2008, me enteré de la muerte de Fernando Bauluz, el cineasta zaragozano que hizo prácticamente toda su carrera en Madrid. Siempre recordaré el día que conversé con él, con Luis Alegre como anfitrión y sombra tutelar, en el hotel Boston. Me pareció un hombre extraordinario. El otro día, cuando estuvo en Zaragoza su primo Javier Marías, le pregunté por Fernando y me dijo que estaba muy enfermo. Ayer, hacia las ocho, Esperanza Pamplona me llamó para preguntarme si conocía o sabía algo de Fernando Bauluz. Por ello, a modo de homenaje, reproduzco aquí esta entrevista aparecida en mi libro "Vidas de cine" (Ibercaja, 2002).
17/12/2004 11:44 Enlace permanente. sin tema Hay 6 comentarios.

EL REGALO DE ILUSION DE LA EXPO

Inmensa alegría: Zaragoza –“la gran locomotora de Aragón”, según Marcelino Iglesias- será la sede de la Expo 2008, un siglo exacto después de que Basilio Paraíso trajese la modernidad a la ciudad, una modernidad que ya había empezado a llegar en 1868 y en 1885, e incluso a principios de siglo con las estructuras metálicas de Félix Navarro al Mercado Central. La Expo 2008 va a suponer un cañonazo de infraestructuras, iniciativas, una fiesta de la convivencia y la creación. Decía ayer Félix Romeo que lo importante, más que buscar el paternalismo institucional o político, es que la sociedad civil o los seres individualmente haga cosas porque le apetece, porque quiere sobrevivir, crear, ser feliz, con auténtica libertad en un territorio de mercado libre. Zaragoza ha cambiado, muda su faz de modo casi inadvertido a diario, y esta lotería de estímulos y de proyectos es como la consolidación, o un paso más de una ciudad y de una sociedad que ya estaba en el camino de la modernidad, de la solidaridad y del compromiso con la vida tal como llega. El agua es una magnífica metáfora de la esperanza: la clave estratégica para el desarrollo de cualquier pueblo del mundo, tal como señaló el alcalde Belloch para un titular oportuno. La Expo 2008 nos va a cambiar algo las vidas, porque es como si de repente pensásemos que tenemos que ser algo mejores, que hacerlo muy bien, que implicarnos, o que zambullirnos aún más en Zaragoza/Aragón con nosotros mismos, con los que llegan, con los que llegarán, con tantos pasajeros que buscarán amabilidad, hospitalidad, debate, propuestas. El apetito de perfección, la sed de alegría o el desarrollo deben vencer a la ansiedad, a las prisas, al sectarismo. Tenemos tres años y medio por delante, tenemos todo el entusiasmo de la tierra, y ese no tiene fecha, aunque a todos nos resultará un poco difícil olvidar el 16 de diciembre de 2004, en París, hacia las seis y diez.

Estoy muy feliz. Es un magnífico regalo de Reyes, o de Papá Noel, que nos llega por adelantado. Felicidades para todos. Especialmente para aquellos entusiastas de Zaragoza, y sobre todo para mi admirado y querido Pepe Melero que, en medio de una operación (está bien, nos dice Ángel Artal) con algo de fiebre, recibió ayer dos maravillosas noticias: la Expo y el empate del Zaragoza que le permite seguir navegando por Europa y aspirando a todo.

-Detalle precioso: me llama desde París uno de mis fotógrafos más amados, José Miguel Marco, y me dice que está en el estudio de José Manuel Broto con Ramón J. Campo. Zaragoza, también en París, en casa de Broto (anoche, de madrugada, vi varios de sus cuadros en casa de José Manuel Pérez Latorre), también es/era una fiesta.
17/12/2004 12:05 Enlace permanente. sin tema Hay 2 comentarios.

IMPRESIONES, SERES Y LECTURAS

Ayer por la mañana, me fui a Huesca. Encuentro en el Café del Arte, hacia las 11.15, con Fernando García Mongay. Recordamos a David Duncan Douglas, a Cartier-Bresson, y hablamos de casi todo al arrimo de un café con leche. Fernando está a punto de ingresar en el hospital para una operación de garganta. Se quedará sin voz unos días, pero volverá de inmediato a la faena porque está ultimando el Congreso de Periodismo Digital en Huesca. Salimos de paseo por los lugares de su infancia: entramos en “La Confianza”, me invita a cacao de Benabarre y a turrón con nueces de Almudévar, y acabamos en el parque, recorriendo el paseo de Ramón Acín. Terminamos la tertulia de domingo ante las pajaritas, y allí me acuerdo, cómo no, de Katia Acín, y de esa especie de maldición que agita a esa familia: la muerte de sus padres, la desaparición prematura de Sol, el adiós de Katia, cuando se exhiben sus obras en La Carbonería (estuvimos un momento ante la puerta de la sala, pero estaba cerrada), y cuando se iba a presentar uno de los sueños de su vida: el cederrón “La línea sentida”, en el que han trabajado Emilio Casanova, Jesús Lou y Víctor Pardo, entre otros.

Vuelve Daniel de Francia, y trae la lluvia. Lo recibimos como se debe a un joven lector de español en Evreux: con un partidillo de fútbol. Salimos a la explanada de la ludoteca –con Diego y Jorge, sus hermanos- para entrenar. Como había llovido improvisamos un partido de fútbol-tenis en el campo de petanca. Nos lo pasamos espléndidamente. Daniel está en forma, Diego es el que mejor cabecea de todos, Jorge controla muy bien con su zurda dada el dribling y a la vertiginosa conducción, y yo, hay que decirlo, estoy demasiado gordo. Nos dan las nueve bajo la lluvia. La parte masculina de los Castro Gascón se reúne en torno al balompié. Sólo hay un espectador: Mario Calvera, compañero de colegio de Diego, que decide amenizar la tarde con un recital de eructos.

Vemos a Félix. Viene a comer a casa (siempre se olvida de que tenemos perra, Noa, a la que detesta). Daniel le ha traído “Les inkorruptibles” –la revista que sueña con hacer en Zaragoza, eso me dice Daniel-, y Félix lleva la cabeza vendada, como si fuera aquel Ortúzar que jugaba en “Los Alicantes”. Ya está recuperado de su caída en Independencia, el día después de la designación de Zaragoza como sede de la Expo, y nos pide que lo llamemos para nuestro partido de fútbol. Será un imponente defensa central o un grandioso arquero. De joven, creo recordar, jugó a balonmano.

Veo a Javier Solchaga, el gran ilustrador con esculturas efímeras para niños, que acaba de publicar cuatro libros en Anaya: “El circo”, “Animales salvajes”, “Personajes de cuento” y “El castillo”, en una serie que han creado solo para él: “Recicla y construye”. Y también veo a Javier Calvo, que está absolutamente feliz. Y lo estaría aún más si supiera el revuelo que ha suscitado entre algunas compañeras de redacción. Bigas Lunas se lo recomendó a Leonor Watling para que hiciera un videoclip de Marlango. El creador de “Bocetos” (un homenaje emocionante a su padre muerto. Desde aquí le mandamos un abrazo infinito a nuestro compañero Chema Rodríguez Morais, que acaba de perder a su padre), trabaja en el guión de su primer largometraje.

Daniel Nesquens me envía su último libro: “Días de clase”, ilustrado por Emilio Urberuaga, un volumen repleto de historias un tanto surrealistas, pero a la vez muy cotidianas. Un libro donde se cuenta sin parar y donde vemos que el vecino, el amigo, el abuelo o la tórtola Torta tienen muchas cosas que decir, muchas cosas que son casi secretas, en las que apenas nos habíamos fijado. Las ilustraciones de Urberuaga son realmente bonitas.

Tengo algunas cosas más que contar. Quedo a tomar café con Eloy Fernández en “El Levante”. Hablamos de esto y de aquello, pero en realidad Eloy, que acaba de volver de París, quería hacerme algunos regalos de Navidad. Regalos portugueses, nunca olvida que soy gallego y que me siento muy portugués. Sus obsequios son como un condado de ternura que hemos pactado hace muchos años. Y me entrega los primeros “Fados, poemas e flores” que grabó Amália Rodrigues; unos “Poemas de amor e abandono”, de poetas tan distintos como Florbela Espanca, Auden, Pessanha o Neruda, todos en portugués, y un volumen de poesía de Miguel Torga, el escritor al que querría parecerme, sobre todo como narrador. Sé, además, que Pepiño Melero, a quien tanto admiro, con quien tanto quiero, está mucho mejor. Ha sido un día casi perfecto. Además, estoy leyendo en el autobús con auténtica delectación los “Cuentos completos” de Truman Capote.
20/12/2004 19:34 Enlace permanente. sin tema No hay comentarios. Comentar.

LOS MAPAS DE FÚTBOL DE VÍCTOR MUÑOZ

Me encuentro con el realizador y fotógrafo Alberto Gámez, el hombre que pone imágenes a “El Paseo” (Si alguno puede y quiere que no se pierda esta noche a Manuel Silva hablando de ciencia, técnica e ingeniería en el Renacimiento: es un humanista integral que hace historia de la ciencia a alcance de todas las molleras), y a otros muchos programas. Comemos juntos y hablamos de televisión, de futuros programas, de la televisión autonómica, de los compañeros de RTVA con los que tanto nos gusta trabajar: David Ferrer, un laborioso y discreto infógrafo y montador, de los cámaras (Peñas, Santi, Javier Vallespín, Carracedo…), hablamos desde el puro cariño y entusiasmo, de colegas en la modestia, el entusiasmo y la intensidad. Está muy tranquilo. Hablamos de París –le sorprendo con un libro “París, mon amour”, en recuerdo a un foto que me regaló hace algún tiempo tomada desde lo alto de la Torre Eiffel-, de nuevos proyectos, de nuevas ideas.

Muy cerca, están Mario Ornat y Pedro Luis Ferrer, hablando del Real Zaragoza y de sus nuevos tiempos en “As”. Con ellos departe y come Víctor Muñoz, levemente preocupado, pero con un afán: no descender ni pasar peligro y ganar la UEFA, antes de prepararse para el primer asalto al título de Liga, que debiera llegar en 2007 ó 2008. Víctor acaba de pintar un campo de fútbol con unos muñecotes y explica una jugada. “Seguro que la entiendas”. No digo nada. Ya no entiendo nada de fútbol (ha sido una de mis mayores pasiones literarias: incluso he soñado con escribir un libro sobre el Real Zaragoza para Xordica, y llegué a recoger mis artículos, entrevistas y reportajes. Ahora, cuando Pepe Melero se reponga, me conformo con trabajar en un libro coral sobre el gol del Nayim), pero no me atreví a decírselo. ¿Para qué iba a reconocer que soy un ignorante del pelotón? A Víctor, ya digo, lo vi tranquilo, cálido, cariñoso. Siempre he deseado y deseo que tenga un gran éxito, otro más, para que Luis Alegre publique por fin ese libro del que ya tiene más de 200 páginas. Un libro espléndido. Lo digo porque lo he leído y porque tengo, en un cajón, un puñado de folios redactados en los casi legendarios McIntosh.

Hace unos días, hurgando en los archivos de Antonio Calvo Pedrós, el testigo amable de medio siglo de vida y deporte en Zaragoza, encontré una foto de Víctor, casi imberbe, casi adolescente, vestido con la camisola de la selección nacional.
21/12/2004 20:23 Enlace permanente. sin tema Hay 1 comentario.

UN C HICO NORMAL (INICIO DE UNA NOVELA)*

Esta historia empieza en un pueblo al pie de los Alpes italianos, llamado Chianale. A principios del siglo XXI era un pueblo de apenas 1000 habitantes. Tenía una iglesia, una alcaldía, un instituto, una escuela, dos o tres hoteles de calidad “suficiente” y uno que pertenecía a los peces gordos del pueblo, es decir, la clase alta, el cuál constaba de alta calidad.

En una de las calles más modestas del pueblo vivía una familia más bien humilde, se decía que una familia además de sencilla era extraña. Pues hacía seis meses la mujer de la familia se había divorciado de su marido para solo tres meses después casarse con un rico empresario en Bélgica.
Hacía catorce años el matrimonio había tenido un hijo quien ahora estudiaba en el instituto del pueblo. Su nombre era Marco Baroncheli, era un chico de pelo moreno y guapo, con cara de ángel y ojos azules. Era un estudiante muy bueno y aficionado al esquí, pese a que lógicamente el divorcio de sus padres le había afectado. Siempre fue un chico que no tenía buena relación con sus compañeros pero después de lo de sus padres las cosas habían ido a peor. El padre de Marco era camionero y durante la semana no estaba nunca en casa. El padre de Marco con su sueldo apenas podía pagar el alquiler.

Una mañana el joven llegó al instituto y se fue hacia la clase. Unos chicos de su misma edad le esperaron en la entrada y antes de que sonara la campana dejaron tirar un pequeño papel arrugado que decía:
“Estas muerto”. Marco pasó toda la mañana escapando de los chavales pero cuando sonó la campana de salida no pudo evitarlos. Marco no comprendía que había hecho. Pero el caso es que en la puerta de salida estaba uno de los chicos que le había tirado el papel.
Marco intento pasar inadvertido pero el chico le dio un fuerte golpe en el estómago. Pero antes de que le volviera a golpear salió corriendo y un grupo de chicos que estaban en la escalera salieron tras el. Rápido, corrió hasta llegar a su barrio, los chicos no le perseguían los había despistado, o eso parecía. Se paró en la puerta de su casa, y miró a su alrededor, y de una explanada de detrás de la casa salió un chico con piedra en mano. Marco se dio cuenta y introdujo la llave, abrió rápidamente y cerró la puerta. Una milésima de segundo antes el chaval de la explanada había lanzado la piedra pero había impactado con la puerta ya cerrada.

Los siguientes días faltó a clase por temor a los gamberros.

*Llego a casa un tanto desganado. Y me dirijo al ordenador. Voy a la página de Mariano Gistaín, que es el fotógrafo favorito de Patricio Julve, y veo sus fotos, la del crepúsculo incendiado a orillas del Ebro, y ese letrero de "Hala Melerico", que me emociona; entro en Víctor Juan, con quien tanto me escribía antaño y al que noto bajo de moral, e intento linkar en vano la página de Pepe Cerdá. Ya aprenderé. Y luego intento abrir un documento de word y me encuentro con este texto de Jorge Rodríguez, doce años, que acaba de iniciar una novela sobre un niño que sueña con convertirse en campeón del ciclismo, un nuevo Bartali, un nuevo Coppi, antes de que apareciese la enigmática dama de blanco. Y me atrevo a copiar, sin pedirle permiso, este fragmento de su inicio. Quizá no sepa que ese Baroncheli del que habla evoca a un gran ciclista italiano de los 70 y principios de los 80: Gianbattista Baronchelli, Gibi Baronchelli. Diego, su hermano, también está escribiendo una novela, "Los guerreros de Secato", que tiene 107 páginas, nada menos, casi 200.000 caracteres.

1.Me ha dado mucha pena, muchísima, que no haya sido José Manuel Pérez Latorre el elegido para hacer el campo de La Romareda. La noche del pasado jueves, más allá de medianoche, me contó cómo era su estadio, en el que ha trabajado con Javier Manterola. Estaba entusiasmado con su proyecto, que se alejaba mucho, mucho, del Clínico. Jamás le había oído hablar tan entusiasmado de sus proyectos: hablamos de los campos de Portugal, del Olímpico de Munich, del Arena de Amsterdam, de Anfield Road... Los conocía todos. Me gustaría saber colocar aquí sus planos...

2. Hoy, en el estudio de Versus (calle Juan de Lanuza), Julio José Ordovás presenta su dietario "Días sin día"(Xordica). NO sé quién se lo presenta, pero ya lo dije aquí: es un libro incómodo, apasionado, crítico, un libro de lector, una especie de fe de vida donde el joven escritor habla de sí mismo, de algunas manías, de sus autores favoritos, de su tentación (falsa. Podéis estar tranquilos) hacia el suicidio, de la política, de la ausencia de libertad e incluso de su visión -casi sexual exclusivamente- del amor. El libro merece ser leído, aunque de él se sale como de un viejo incierto, incómodo, que nos deja al borde del mareo. Julio José Ordovás siempre encuentra a alguien a quien fustigar, siempre encuentre un fragmento de belleza y sensibilidad en la vida, en los fantasmas errantes que pueblan su buhardilla.
22/12/2004 00:06 Enlace permanente. sin tema Hay 4 comentarios.

HISTORIA DE ODÓN DE BUEN

LAS "MEMORIAS" DE UN NAVEGANTE REPUBLICANO QUE FUNDÓ LA OCEANOGRAFÍA EN ESPAÑA*

El 4 de abril de 2003 Zuera recibió, desde México, los restos de su ciudadano más ilustre: el profesor, memorialista y pionero de la oceanografía en España Odón de Buen y del Cos (1863-1945). Odón, al margen de su magna obra científica y de los empeños marinos que llevó a buen puerto, redactó casi un centenar de libros: manuales, libros de viajes como “De Kristianía a Tuggurt”, reeditado por la Institución Fernando el Católico con prólogo de Guillermo Fatás, y notas autobiografías donde resumía el grueso de casi frenética actividad: “Síntesis de una vida política y científica” (Existe reedición en facsímil en la IFC, 1998). Pero, durante los primeros años de su exilio en Francia, poco antes de su traslado definitivo a México, Odón de Buen compuso 1177 cuartillas, entre el 17 de agosto de 1940 y el otoño de 1941 en Banyuls sur Mer, un puñado sistemático de notas biográficas, divididas en siete partes, donde desgrana los acontecimientos esenciales de su vida.
El libro, publicado por la Diputación de Zaragoza y la IFC en la primavera de 2003, es un recorrido minucioso y sincero por su existencia: desde su nacimiento en Zuera en 1863 hasta ese instante amargo del destierro. Él había perdido el país y, republicano (José Luis Cano titula su excepcional trabajo literario-gráfico editado por Xordica: “Odón de Buen, el republicano de los mares”), se sentía humillado en lo más íntimo: zufariense hasta la médula, como veremos en algunas de sus notas, aragonés por los cuatro costados y defensor a ultranza de los principios democráticos.

Primera imagen de Zuera
El libro se inicia con desazón y melancolía. “¿Qué habrá sido de mi casa de Zuera? Y, sobre todo, ¿dónde estarán, si existen, mis papeles, mis documentos, mis cuadernos, mis libros?”. Y sigue lanzando preguntas al mar de todos los naufragios: “¿Cuál será el fin de esta tragedia espantosa? No puede ser otro que el triunfo de las virtudes humanas, la destrucción de la barbarie, el restablecimiento de todas las libertades con tanta sangre conquistadas y sostenidas. Pero, ¿alcanzarán mis años a verlo?”. Hace balance a continuación –tras advertir de su posible desmemoria en fechas, datos y nombres- de su propia biografía: “No me quejo de mi suerte, ni me envanezco de ella, desde un hogar humilde he logrado llegar a los más altos puestos de la vida internacional en mi especialidad. Es mi mayor orgullo”.
La emoción en los primeras páginas es palpitante. Su amor por Zuera y la nítida memoria de su niñez cautiva. Seleccionamos algunos fragmentos de asuntos. Tras describir la geografía física de Zuera y algunas características del pueblo (tierras de regadío, cosechas, ríos, fábricas de harina y de remolacha), confiesa: “Cuando yo era joven, de estudiante, visitaba el Monte Alto y me recreaba admirando su rica y variada flora de tipo marcadamente meridional, mediterránea. El pino dominante es el Alepo, (...), junto a él había sabinas altas como cipreses y al pie lentiscos, romeros, jara-estepas, coronillas, adormideras y peonias de grandes flores, la escilla marítima (cebolla albarrana), recuerdo del mar lejano”.
Y describe el ambiente de casinos monárquicos y republicanos. “En el Casino Principal se representaban comedias. Eran el alma de estas fiestas que dirigía don José, el boticario, su hija mayor, maestra de mucha inteligencia, Manolita Bandrés (señora de un confitero y panadero muy hábil y simpático), mi madre y algunas otras personas. (...) Dos médicos vivían en Zuera, el titular era el Sr. Domec, discreto y caballeroso. (...) El otro médico era un hombre singular de gran distinción, el Dr. Iribarren; cuentan las crónicas que ejerciendo la medicina sufrió un error de diagnóstico que causó la muerte de un cliente; colgó el título universitario y se retiró a regentar un parador, la Camarera, que se hizo famoso porque enclavado en la carretera de Madrid a Francia por Canfranc, era el refugio obligado de cuantos por allí pasaban, bien a los baños de Panticosa, bien a la vecina república. (...) Pero la figura sobresaliente era entonces en Zuera don José Martínez, el boticario culto, inclinado de joven a la vida universitaria, se separó de ella desengañado y fue a parar a mi pueblo como titular de farmacia. Escribía bien, hacía versos en las fiestas alegres, organizó el teatro en el Casino y algunas veladas de carácter literario”.

Los amigos famosos
Ese personaje fue clave en la vida de Odón de Buen: le dio clases particulares e inclinó su vocación hacia las Ciencias Naturales y, en concreto, hacia la Botánica. Pero no todos los seres de Zuera eran así: también había asesinos y caciques: “Como en todos los pueblos, dominaba en Zuera el caciquismo, con sus vicios (el ser rico en el municipio aumentaba el aliciente) y sus crímenes. Recuerdo de niño que alguien se opuso con energía a tales desmanes y un día apareció muerto en un abejar lejano del pueblo. Todo el mundo conocía al asesino pero el crimen quedó impune”. El profesor era don Jorge y había sido sargento de artillería. Más que su pedagogía, destacaba por otros menesteres: “Tenía uno de los huertos mejor cuidados del pueblo, con frutales selectos que daban frutos apetitosos y apetecidos. El hijo mayor del maestro, Paco, era gran compinche mío y aunque podíamos entrar con bastante libertad en le huerto, era más emocionante para nosotros saltar la tapia”. El pecado siempre resulta tentador. También le ocurría eso en Huesca a Ramón y Cajal.
La narración abunda en episodios familiares, el traslado a Zaragoza, el encuentro con los hermanos Royo Villanova, Luis (“chispeante literato”), Ricardo (futuro médico y rector de la Universidad de Zaragoza) y Antonio (“llegó a ser ministro de la República, se distinguió siempre por su oposición ruda, implacable, ya maniática, a lo que el creía el separatismo catalán”), el festival de danzas populares ante Amadeo de Saboya, en el que estuvo, la barca del tío Toni, “protector de estudiantes más aficionados al sport fluvial”, o el influjo del profesor de Historia Natural, Manuel Díaz de Arcaya, al que se le sumarían otros imprescindibles como Bruno Solano (“explicaba bien la química moderna con frases altisonantes y hasta poéticas”), Pedro Ferrando y el Dr. Guallar, que sería alcalde de la ciudad. En el capítulo de anécdotas pintorescas, reseñamos la de su compañero Pellicer: “Casó joven, tuvo una hija y el trastorno moral profundo que le produjo la muerte de su joven esposa le llevó al sacerdocio, que ejerció y aún ejerce con singular devoción; jurisconsulto, orador, con extraordinarias facultades, ha desempeñado las más altas dignidades en el Cabildo de la Seo; pero cuentan las crónicas que no llegó a ser obispo porque nunca quiso separarse de su hija”.
Odón se traslada a Madrid, que representa un mundo nuevo para él. Es el mundo de la universidad, de la política, del periodismo activo, de las clases particulares. Son años de intensa actividad. Uno de sus amigos sería Miguel Primo de Rivera. “Alejo Sesé me trajo, al volver del veraneo, una preciosa pistolita de Éibar, con las incrustaciones de ave que han dado fama a esa industria. Me la pidió Miguel y como era natural se quedó con ella, pero manejándola se hizo sangre en una mano; primera herida de arma de fuego que sufrió el futuro dictador”.

El Liceo y el pánico del rehén
Convertido ya en algo más que una modesta autoridad universitaria y en un prometedor investigador, se trasladó a Barcelona –donde escribió muchos libros, se convirtió en un profesor avanzado que realizaba numerosos trabajos de campo con sus alumnos y se aproximaba a Darwin, y sería concejal del ayuntamiento de la Ciudad Condal-, donde vivió muy de cerca el atentado terrorista contra el Liceo, perpetrado por “obrero de Alcañiz, que descubierto por la policía intentó suicidarse”. En medio del desorden y el pánico, vio esta imagen: “Fuimos de los primeros en penetrar en el teatro y recuerdo con tal horror el espectáculo de los cuerpos sangrientos de inocentes jóvenes, segadas en flor vidas de ensueños y de venturas (era costumbre vestir de largo en aquella inauguración de la ópera a las muchachitas), que renuncio a una descripción que había de resultar macabra. Llovía, llegué a casa teñidos de sangre los zapatos y la parte inferior del abrigo, desencajado, no creyendo que fuera verdad tal barbarie; había pisado el suelo del patio de butacas, casi a oscuras, por donde corría la sangre”.
Este capítulo, unido a los briosos discursos de su amigo y protector don Nicolás Salmerón (“dicción precisa, escultural, grandilocuente, alta, erguida, sus grandes ojos luminosos, árabes, sugestivos, su accionado elegante”, etc, etc...), ocupa bastantes páginas. Por supuesto, que las memorias explican su pasión por el mar, sus navegaciones y exploraciones, la fascinación que experimentó por la labor de Henri Lacaze-Duthiers, determinante en las grandes empresas de su vida: la creación del Instituto Oceanográfico Español en 1914 y la del Consejo Oceanográfico Latinoamericano diez años después.
El libro, repleto de instantes emotivos, dramáticos y cotidianos, también contempla el amargo trago de la detención en Mallorca en 1936. “Supe, y me convencí de ello, que me mantenían en rehenes, que era yo el primero para un canje ventajoso; pero el tiempo pasaba, mis zozobras no disminuían, mi salud se quebrantaba y las dificultades iban en aumento. En esta situación de ánimo me encontraba cuando ingresé en el hospital provincial por primera vez, a fin de septiembre de 1936”. El interés de países europeos y el posterior canje por familiares de su ex amigo Primo de Rivera le salvaron la vida. Una curiosa paradoja: a salvo ya dio una conferencia en Barcelona con el tema de “Mis crímenes en Mallorca”, cuando comenzaron los bombardeos y quedó todo a oscuras.
Para Odón de Buen y del Cos el exilio fue un laberinto de tinieblas, agravado además por el avance del nazismo. “¿Quién podía ya dudar de las intenciones de Hitler?”. Y se encaminó al éxodo histórico: “lo he presenciado, lo he vivido, lo sufrí, desgarró mi alma”.

*El libro que ha coordinado Manuel Silva sobre la ciencia y la ingeniería durante le Renacimiento le dedica abundante espacio a la navegación. Con él hablamos mucho de Martín Cortés y de Pedro Porter. Y al pensar en ambos, también me acordé de Odón de Buen y del Cos, y traigo aquí este texto. Es un hombre admirable y genial. Cano, como digo más arriba, lo inmortalizó en "Odón de Buen. El republicano de los mares" (Xordica, 2003. El que no tenga toda la colección que no deje pasar la oportunidad de hacerse con ella. Es de lo mejor que se ha hecho jamás entre nosotros".
22/12/2004 00:46 Enlace permanente. sin tema Hay 3 comentarios.

PEPE MELERO

Hablo brevemente con Pepe Melero: su voz empastada ahora y doliente suena a través del hilo. Si no lo conociese, habría dicho que ni se alegraba del triunfo del Real Zaragoza. Dice que por ahora no tiene ni ganas de leer, pero en cuanto se recupere este león de todos los libros, reales y soñados, nos tomará la delantera. La suya es una vida volcada hacia la literatura, la historia, el conocimiento de Aragón: todo por y para Aragón es un viejo lema, prestado, que asume y exhibe con orgullo. Pepe es una lección constante de curiosidad y de hondura. Cuando vas, o crees que has descubierto algo nuevo, él ya lo había visto o leído o escrito en algún lugar. Si no sabes algo de Aragón, marca su teléfono, y en su memoria o en su prodigioso fichero lo encontrarás todo.

Hala, Pepiño, que el Depor gracias a los tuyos ha entrado en una crisis infinita. A Coruña se derrumba. Y cuando vuelvas a la calle, esa voz será terciopelo alzado entre la brisa o los dedos del cierzo. Un gran abrazo. Y ponte más bonico, si cabe… ¿O qué?
22/12/2004 22:30 Enlace permanente. sin tema Hay 3 comentarios.

DE ISAK DINESEN Y ALBERTO CALVO

Acudo a Librería Antígona, nuestra librería favorita, regentada por dos de mis libreros preferidos: Julia Millán y José Fernández Moreno. Ellos forman parte inseparable de mi biografía aragonesa: los conocí hace más de veinte años. Hay muchas novedades, veo pero no compro uno de mis autores de cabecera en los años 80: “Cuentos de invierno” (Alfaguara) de Isak Dinesen, la mujer que me permitió iniciar mis colaboraciones literarias en “El día de Aragón” en 1986. Tengo magníficos recuerdos de esa escritora: todo comenzó con “Ehrengard”, que había traducido Javier Marías, y con un prólogo prodigioso de Mario Vargas Llosa a su libro (creo recordar ahora) “Últimos cuentos”, que había publicado Bruguera. Luego ya se produjo la fascinación absoluta por “Lejos de África” y “Sombras en la hierba”, antes de que se hiciese la película de Sydney Pollack, y por un libro memorable: “Anécdotas del destino”, donde están piezas como “El festín de Babette” o “Una historia inmortal” que rodó Orson Welles en España con Jeanne Moreau. Nada menos. Esa pieza contiene muchos de los ingredientes literarios y narrativos que han marcado mi modesta y casi invisible obra literaria. Miré ese ejemplar de reojo, y mi codicia libresca me habría llevado a adquirir de nuevo “Cuentos de invierno”, donde hay algunas piezas que fueron calificadas alguna vez entre las “mejores escritas nunca en lengua inglesa”.

Isak Dinesen fue elogiada por el citado Vargas Llosa, claro, pero antes por Arthur Miller, Julio Cortázar, que le dedicó un poema, y por Ernest Hemingway, que tuvo un maravilloso detalle cuando recibió el premio Nobel de Literatura: “Este galardón debiera ser para Isak Dinesen. Me habría gustado cazar tigres con ella en África”. Isak Dinesen, más conocida como Karen Blixen o Tanne, fue una mujer admirable que se alimentó de ostras y champán, que vivió en una casa prodigiosa y que siempre amó a aquel aviador decadente, Denys Finch-Hatton, muerto en un accidente en las colinas de Kenya, allí donde acudían los leones a evocar un pasado amor con música de Mozart, un pasado amor excitado por las frenéticas tormentas.

Contagiada por su marido de sífilis, estuvo inválida para el sexo, aunque tuvo una especie de joven amante o fanático seguidor, al que más de una vez amenazó con una pistola. En Hollywood fue muy comentada aquella cena con Marilyn, Carson McCullers (que perseguía por los hoteles a Djuna Barnes, desesperada de amor) y Miller. Marilyn y Dinesen se miraron y en aquella mirada saltaron chispas.

Compré otras cosas. Por ejemplo, un libro sorprendente e interesantísimo como “El arqueólogo Juan Cabré (1882-1947). La fotografía como técnica documental”, publicado por el Ministerio de Cultura, entre otras instituciones, donde hay fotos extraordinarias, de sorprendente modernidad. Y José Antonio Duce, cuando caía la tarde, tuvo un detalle precioso: me regaló su monografía de tres kilos y medio del Pilar. Estoy encantado. Ahora está trabajando en otro de La Seo. Este hombre, como habría dicho Roberto Miranda (a quien pasee en furgoneta desde Pedrola a Zaragoza, el viaje que no hizo Cervantes), es un puro sinvivir. Lo llamo ahora mismo para darle las gracias.

Y a todos os deseo una noche maravillosa, transida de ternura, locura y acción, una noche para guardar en esa estancia de la memoria donde las cosas se quedan para siempre y alimentan los tesoros de la memoria.

ALBERTO CALVO: EL HOMBRE QUE SE RIÓ DE SÍ MISMO

Alberto Calvo es un turbión de intuiciones. Un torbellino andante, un temblor de iconoclastia. Abre la boca, lleve o no bajo el brazo la recopilación “Pa qué tanto” de su alter ego Supermaño, y dice: “¿Habrá agua caliente en Orense?”. Y así establece el clima del diálogo y dibuja el perfil de su humor. “¿Sabes una cosa? La primera vez que apareció Supermaño fue en el ‘Diario Vasco’ hacia 1985, en un suplemento de fanzines, Cuando iba a aparecer la segunda entrega, me dijeron: ‘Tú eres maño y tenemos que sacar a los humoristas de aquí’. Supermaño surgió por casualidad: al principio era un personaje íntimo, sólo para mí, pero en cuanto empezó a conocerse un poco era el que llamaba la atención. Y como a la fuerza ahorcan, tuve que darle más vida”.
Explica Alberto Calvo que él nació en la Jota, que iba a la escuela de la Jota, que paseaba por calles con nombres de joteros, y que además “como las jotas eran tan aburridas para una persona joven, mi hermana y yo subíamos y bajábamos el volumen del tocadiscos, acelerábamos las revoluciones y gritábamos ‘oé, oé’, y así nació este personaje satírico y satirizable, que acabaría pasando al Víbora. Yo intento ser satírico hasta donde me alcanza la imaginación, me meto con todo y si es un poco sagrado, mejor. Recuerdo que cuando empecé a colaborar en ‘El Jueves’ me dijeron: ‘Con la religión no te metas’. Sin embargo, uno de mis primeros éxitos fue aquel de un pescador que está pescando en el Ebro, y que se concentra al máximo y ruega en silencio que no haya ruidos que le entorpezcan la pesca; de golpe se produce una aparición con sonidos y luces. El pescador dice: ‘Aparta bicho que me espantas a los peces’. Muchos identificaron aquella aparición con la Virgen del Pilar”. De repente, se da cuenta de la música de fondo, bastante insoportable, y dice: “Con esta música me ocurre como con aquella que pusieron en el metro de Barcelona, acompañada además de cierto olor a rosas. Al final, nadie quería coger el metro porque las rosas y la música invitaban al suicidio. Pues aquí, igual. Siempre me he preguntado por qué le gustaba Wagner a Luis Buñuel. Pues porque es una música patética y ahí reside el secreto del humor”.
A pesar de su carácter satírico, Alberto Calvo matiza: “Yo me meto con las actitudes, nunca con las personas. Lo que es exagerado es caricatura en sí misma, pones algo fuera de contexto y si hace reír, eso es el humor. Pero yo tengo claro que la crítica empieza por la autocrítica. ¿De qué te puedes reír? De la falta de sustancia general, pero sobre todo mis viñetas son parodias de mí mismo. Yo cuento cosas que me pasan a mí: reírme de mí mismo es la base de mi humor; reírse de los demás, no es humor, es mala fe. Me agarro a los tópicos para destruirlos. Un ejemplo: aquello del ‘Chufla, chufla’ y el progreso. Y también me agarro a la mitología porque explica muy bien los tópicos. El humor es una reducción constante al absurdo”.
Alberto Calvo es un creador extraño. Lo mismo escucha a Philip Glass o Kurt Weill, que pasea bajo el brazo el libro “Aragón en el mundo”, textos sobre la perversión del lenguaje, o cita de memoria un cuento de Kafka. “Mi humor, lleno de surrealismo aragonés, se inspira en lo universal, y lo universal está en lo cotidiano, por eso me importan las vivencias. La experiencia es como echar carbón al tren de las ideas y del ingenio. La forma de expresarse es muy importante, somos palabras, silencios y miradas, y siempre buscamos una originalidad imposible. Pienso en los chimpancés, que tienen mirada de hombres. Es como si nos dijesen: ‘Sacadme de aquí. ¿Quién me ha metido en este cuerpo?’. Yo valoro las cosas sencillas, como puede ser el diálogo interior”. Sostiene Calvo que la filosofía del aragonés es la de “los pies en la tierra”, lejos de la fantasía. Aquí se teme a la lluvia, al pedrisco, a las pozas del río, pero “no somos los aragoneses fantasiosos. Y ahí estoy yo también, aunque no sé si lo he sabido hacer muy bien. Mi destino es casi patético: he hecho muchas cosas, incluso cursos de soldadura. Voy a empresas de trabajo temporal a ver si me cogen, y tampoco. Supongo que me habré equivocado en esa filosofía de los pies en la tierra. Y le digo otra cosa de mi sentido del humor: la humildad es el punto de vista desde el cual hay que colocarse, y no siempre es fácil saber hacerlo”.
Alberto hojea las páginas de “Pa qué tanto (El libro)” de Supermaño, prologado por Guillermo Fatás, y dice: “Hay que apoyar a esta editorial Tomoshibi, de Zaragoza, y recordarles a nuestros gobernantes que en este proyecto hay política y cultura, y también otra cosa llamada empresa. Vivimos la vida del cursillo y del tiempo, y hay que comer, hay que comer. Yo no soy un snob: me inspiro en mis propias limitaciones. Hago mis dibujos con economía, sentido de la síntesis y con el deseo de que sean agradables a la vista”. Antes de despedirse, dice que a veces tiene la sensación de ser de otro sitio, de haber caído aquí y de haber olvidado el código. Y ya en la calle, imita el gallego, como hizo durante años con Faemino, y pregunta: “¿Está seguro de que en Orense hay agua caliente?”. Alberto Calvo, Supermaño, genio y figura. “Ah, no te olvides de contarlo: el libro se presenta el día 30 en la librería Taj Mahal”.
24/12/2004 02:47 Enlace permanente. sin tema Hay 2 comentarios.

JAVIER DELGADO, RODOLFO NOTIVOL, XURXO...

Recibo varias llamadas:

1.Javier Delgado quiere felicitarme la Navidad. Es un detalle precioso. Le tengo cada vez más cariño y me apena eso que me dice, que se está quedando mudo. No me lo decía como una licencia poética exactamente, porque lleva ya un tiempo aquejado de graves problemas de voz que le han hecho tomar la baja en la biblioteca y quizá no haya podido escribir en exceso. Javier ha vuelto a dar en los últimos muestras de su talento y su capacidad de observación, ahí están sus finísimos textos sobre el Parque Grande, sus novelas (la novela de Zaragoza: memoria de sus días y de los nuestros, poesía hecha flor y trayecto colectivo) y espero como regalo de primavera la edición ilustrada de su “Zaragoza marina”, a la que le ha puesto imaginería y emoción Jorge Gay (vi cierta medianoche de felicidad los retratos que le hizo a José Manuel Pérez Latorre, y son espléndidos), un pórtico entusiasta José-Carlos Mainer, otro más y tan brillante, según Javier, y luego sus poemas: esa invención de Zaragoza como ciudad con mar, como ciudad de las aguas de la imaginación. Ánimo Javier, que necesitamos tu voz, tu poesía, tus narraciones y esa alegría sin estridencias, pero honda y libre.

2.Rodolfo Notivol me pregunta por París, otra de sus ciudades. Y no me refiero sólo a la luminosa ciudad del milagro donde obtuvo Nayim, “el elegido”, aquel espléndido gol del siglo para el Real Zaragoza. Le hablo de las primeras percepciones maravillosas, del museo de Orsay, del Pompidou, dela media hora que pasamos, absortos y deslumbrados, ante uno de mis cuadros predilectos: “La balsa de la Medusa” de Gericault, cuyo panteón con un relieve del cuadro visitamos en el cementerio en un mediodía glacial e irrepetible. Rodolfo Notivol, autor de ese libro que tanto me ha gustado, “Autos de choque” (Xordica), trabaja en la vida de un tío suyo en el exilio y sus pesquisas lo llevan de aquí para allá por libros y autores como Eduardo de Guzmán. El encantador y silente Ignacio Martínez de Pisón le ha conseguido una edición del espléndido “El día de la Victoria”. Pisón, al cual no he visto aún, ya está por aquí y cuando él llega Zaragoza, la ciudad se transforma. Esta su Zaragoza inolvidable, a la que siempre retorna, es su morada ideal para estar entre amigos. Rodolfo Notivol, el marido de la gran pintora Mary Burges, también me cuenta que Pepe Melero tuvo ayer un pequeño susto, temblores, pero que ya está en casa en esa convalecencia que habrá de devolvérnoslo pronto, sano, alegre y sabio. Rodolfo me habló de la presentación de "Días sin día" de Julio José Ordovás, el autor estaba muy contento y emocionado, y se quedó con ganas de hablar. En el libro lo dice casi todo, y lo dice muy bien. Ese libro ahora está no en la piscina sino en la biblioteca del baño, que es el lugar secreto de las lecturas.

3.Xurxo García. El amigo de mi infancia y juventud, el hombre que me recibió de nuevo en Arteixo, donde ahora ya nada soy, me llama en dirección a Cée, en la costa de la Muerte. Está muy bien, ha empezado una nueva vida como empresario de hostelería y de carpintería metálica y las cosas funcionan, a pesar que existen algunos caciques, en Arteixo mismo, que le hacen la vida imposible. Xurxo es un hombre ambicioso y trabajador que maneja los resortes del mundo y a nada teme. Su sentido del desafío y su osadía me conmueve, aunque lo que más me conmueve es su inclinación al humor y, sobre todo, que sea un buen amigo siempre. Si alguna vez vuelvo a Galicia, aunque sea de camarero, sé que siempre tendrá un sitio al sol para mí. Me lo ha vuelto a repetir hoy y me ha dicho que había ido a la presentación de un primer libro de la escritora gallega Susana Veiga, “Diario de un manipulador”. De él me gusta también su pasión por la cultura...

4.Fernando García Mongay no puede hablar tampoco, pero sigue contestando a los correos como siempre: con diligencia y cariño. El 18 de enero habrá de estar recuperado porque empieza el Congreso de Periodismo Digital que convierte a Huesca, a su Huesca apacible, en la capital de las nuevas tecnologías de la información. Aúpa Fernando...

5. Petisme envía su felicitación navideña. Hay que llegar al final de su camino de estrellas para reírse un poco más. Y me río. También me encuentro con mi vecina Merche, operador de cámara y luego responsable de documentación en Antena 3. Ha vivido algún tiempo en Lanzarote y ahora, mientras se precipitan las posibilidades de contratación de la Televisión Autonómica, prepara un programa en casa: sueña con proyectos y emisiones para su recuperada Zaragoza, a la que ha vuelto, elegante y simpática como siempre.

6. Llamo a Mariano Gistaín en vano, y si puedo hablar con Georgina Jelicié de Galve, la mujer del gran pianista Luis Galve. Nos reímos como siempre: tiene un exquisito sentido del humor argentino, cargado de segundas intenciones, siempre muy teatral. Es divertida a sus 81 años.
24/12/2004 13:48 Enlace permanente. sin tema Hay 1 comentario.

"VIAJES Y NOVELERÍAS" DE FERNANDO SANMARTÍN

Hace muchos días que quiero hablar de un libro que me ha conmovido y que releo con auténtico placer: “Viajes y novelerías” de Fernando Sanmartín, un autor al que sigo con auténtico fervor. Lo hablábamos ayer con Daniel, mi hijo, y con Pepito de Antígona. Es un escritor discreto, de saberes ocultos, de una curiosidad nada ostentosa, con una gran capacidad de absorber matices y fundar metáforas, y un modo no sé si decir oblicuo de entrar en los pequeños detalles. Por ejemplo, a él no lo conmueven los conciertos de Viena del primero de año, sino el concurso de esquiadores en todas sus variedades. Y le conmueven los hoteles, los trenes, los tranvías de Lisboa, ciertas mujeres de enigmática mirada, tal vez toda las mujeres del mundo, los viajes y los diarios. Él ya he escrito varios: “Los ojos del domador” (Olifante, 1997) y “Apuntes de París” (Xordica, 2000), que fue mi libro de cabecera a orillas del Sena. Otro libro espléndido es "La infancia y sus cómplices" (Xordica, 1992): el viaje en el tiempo a los inolvidables días de la niñez y adolescencia en Zaragoza.

“Viajes y novelerías” (AMG Editor. Logroño, 2004) es un libro de todo: un falso diario, un almacén de sensaciones, un manual de sutilezas varias, un compendio de artículos redondos, una guía personal (Oslo, Dublín, París, Londres, Estrasburgo, Lisboa, su vieja y nueva Zaragoza. Vuelve del Sahara y dice: “Viajes para viajar a la conciencia”), una visita a algunos de sus escritores predilectos entre los que se hallan Bioy Casares, González Ruano, Juan Manuel Bonet, James Joyce, Juan Luis Panero, Cees Nooteboom, al cual conocí y entrevisté por extenso gracias a Fernando, lector de libros como “Desvío a Santiago” o “En las montañas de Holanda”... Y por todas partes asoma la prosa pulcra, trabajada en sustantivos y verbos con admirable elegancia, de Fernando Sanmartín, un escritor de pasos breves, de libros delgados, de joyas esculpidas con mano feliz de sombra, un autor que destila las palabras con vocación de enólogo, con sabia paciencia de poeta que desembarca en un vértigo interior donde la calma es el naufragio.

He aquí un libro especial y con algo de espectral. Dice Fernando: “Me gusta ir solo en un vagón de metro o en un autobús. No lo oculto. Aunque sea hacia un destino equivocado. Y me gusta porque es otra manera de acurrucarse, otro silencio, otra forma de que aparezcan las novelerías. Como la contraseña de lo invisible”. Ante mis ojos de lector, Fernando Sanmartín, ganador con este tomito de 69 páginas del IX premio Café Bretón, se agiganta día tras día. Ha elegido una senda y la transita con certezas, con sensibilidad, con una vocación decidida de compromiso por una forma incomparable de belleza y de ironía. Y además, y sé que éste no es un mérito literario, lo hace sin molestar, sin atropellar, sin proclamar vanidad alguna. Es como si dijera: salgo de paseo, como Robert Walser, y si queréis verme ahí estoy, bajo la copiosa arboleda del camino, anudado al canto de los pájaros...
24/12/2004 12:42 Enlace permanente. sin tema Hay 3 comentarios.

HISTORIA DEL SEDUCTOR Y CONTRABANDISTA JOSÉ HERNÁN

Ha cenado con nosotros la profesora colombiana Georgette Milena García Mendoza. Cuando le regalamos el disco “Flamingo’s” de Enrique Bunbury y una agenda nos confesó que desde los doce años no recibía un regalo de Navidad. Georgette Milena, también llamada Sahamara, que quiere decir morena en árabe, y es morena como la noche, de pelo oscuro como la sombra requemada por un sol de justicia en los trópicos, tiene ahora 25 años.
Poco antes de cenar (en realidad se había extraviado, y se encontró con nosotros de repente, cuando volvíamos de la FNAC), empezó a hablar de su familia. La historia, que cuento con alguna precipitación, parece un tanto inverosímil. Su padre, José Hernán Díaz, conoció a su madre, Constance Manuela Mendoza, durante una convalecencia; ella era enfermera, lo atendió, se enamoraron y decidieron casarse. Al poco tiempo nació Georgette Milena, según otros registros Sahamara. Y una cosa que le llamaba la atención a su madre era que su marido, “militar corrupto” que sería expulsado del ejército de Colombia, manejaba y curioseaba otros álbumes de niños con otras mujeres. Aquellos álbumes la intrigaban, y acabó descubriendo que su marido había tenido tres hijos con otras tres mujeres. Les nació un nuevo hijo, y cuando vino el tercero del matrimonio, Constance Manuela sorprendió a su marido en su propia cama con otra mujer llamada Carmenza, que se quedó encinta en esa misma época. Carmenza y José se fueron a vivir juntos, tuvieron un par de hijos, y un día ella engañó a José con Luis. José era ahora “un comerciante también corrupto” que no colaboraba para nada con sus hijos. Luego se fue con otra mujer a Medellín, y con otra a Cali, y con otra a Bogotá, y con otra a Bucaramanga, así hasta convertirse en padre de doce hijos, doce hijos que en un momento determinado, Constance, la madre de Georgette Milena, acogería en su casa, “porque son hijos de tu padre y no tienen culpa alguna de su falta de formalidad”. La historia se ramifica y se complica incluso con un intento de violación: hubo un momento en que José Hernán secuestró a sus hijos para una especie de quinta, donde solía galopar. El accidente que le había permitido conocer a Constance Manuela Mendoza fue una caída de caballo.
El padre no ha dado demasiadas señales de vida familiar en estos tiempos. Hace cuatro años que no lo ve Georgette, y sabe de él que, en vísperas de la jubilación, baraja su regreso a Bogotá, la ciudad de cuatro millones de habitantes. Aún hay otra curiosa anécdota: Georgette siente que Carmenza, la mujer que sedujo al padre, es como su segunda madre, o su cómplice, o una buena amiga, porque fue ella quien la rescató, cuando tenía seis años, de un intento de agresión sexual en el campo por parte de un hermano de su padre, ese José Hernán que tiene doce hijos por el mundo, de casi todas las mujeres. “Bueno, ésos son los conocidos. Mi padre sabe hablar muy bien a las mujeres”, dice Georgette... Y recuerda que José Hernán, que funda empresas de la nada y se dedica a diversas suertes de contrabando, tiene que huir de ciudad en ciudad en cuanto se descubre su condición de impostor. Sólo encuentra algo de solaz de su condición de fugitivo perpetuo en el regazo de ciertas mujeres.
25/12/2004 13:45 Enlace permanente. sin tema Hay 1 comentario.

UN CAFÉ CON PISÓN Y LABORDETA

Ya anda por aquí Ignacio Martínez de Pisón, que no descansa en Navidad. Es tan meticuloso que tiene que leer cada día y escribir un poco. No quiere perder el pulso. Hacia febrero aparecerá su libro “Enterrar a los muertos”, adquirido por Seix Barral, donde narra sus pesquisas sobre la historia del traductor de John dos Passos, José Robles Pazos, asesinado en plena Guerra Civil de manera bastante enigmática. Pisón, que nunca se había metido en estos trabajos (hasta ahora era un escritor puro de ficciones, que se han traducido en casi toda Europa), ha hecho una investigación en toda la línea y cuenta una historia conmovedora, en la que intervienen muchos personajes, entre ellos el pintor Emilio Quintanilla, cuyas memorias acaban de aparecer recientemente.
Con él, además de Félix Romeo y Daniel Gascón, está José Antonio Labordeta, que está teniendo un gran éxito con los relatos de “Cuentos de san Cayetano”, una mirada a la Zaragoza de posguerra, un trayecto de ida y vuelta, en los tranvías del recuerdo, hacia el río, el mundo de las putas, el colegio Santo Tomás, la presencia de su hermano Miguel, la revelación de la poesía y la convivencia con un montón de amigos que acabaría integrando el Grupo Niké. La segunda edición de Xordica está a punto de agotarse. José Antonio, entusiasta con la carpeta de sus trece discos y con su trabajo en el parlamento (es una de las cabezas más visibles de Aragón, y más laboriosas, junto a Jesús Membrado, que también pugna lo suyo, según explica el propio diputado y cantante), proyecta la reedición de sus memorias, aparecidas en La Esfera de los Libros, en la editorial de Chusé Raúl Usón, que es cada vez más su editorial de fondo. Un libro de artículos como “Tierra sin mar” ya ha llegado a las cuatro ediciones.
Mientras, con calma pero sin prisas, Javier Aguirre (desde Euskadi) proyecta un libro sobre él (antologó hace no demasiados años su poesía para Huerga & Fierro), escrito por numerosos amigos y buenos conocedores de la música, la narrativa y la poesía de José Antonio Labordeta. Salimos caminando hasta el paseo de la Independencia: todo el mundo lo reconoce al pasar y lo mira con complicidad y simpatía. No sólo es por la Navidad: Labordeta es uno de los rostros de esta Comunidad, un emblema, un símbolo, que está más allá de los partidos y que espera, sin ansiedad, volver a casa para seguir escribiendo y leyendo a sus poetas chinos favoritos, igual que hacía Miguel Labordeta, cuya biografía, espléndida, nos entregó hace no demasiado tiempo en la Biblioteca Aragonesa de Cultura Antonio Ibáñez, escritor y periodista que sueña cada vez más con volver. Ahora, con el proyecto y las quimeras de la Expo 2008, sería un buen momento. Sería una excelente recuperación…
25/12/2004 20:09 Enlace permanente. sin tema No hay comentarios. Comentar.

EL GESTO DE DUCE Y RINCÓN: DEL "PILAR" A PRADILLA

Hace algunos años, casi veinte tal vez, cuando yo soñaba con hacer buenas fotos y veía la fotografía como una segunda ocupación, compré una reveladora Durst en la tienda de José Antonio Duce de la calle Francisco Vitoria. Ya lo conocía: tenía algunos de sus libros y catálogos, había visto “Culpable para un delito” (con aquel ex boxeador llamado Hans Meyer) y sabía que era un innovador del arte fotográfico que figuraba en algunas enciclopedias internacionales. Yo, para entonces, había revelado muchas veces hasta casi el alba: lo hacía en la cocina oyendo a un tipo que entonces estaba muy de moda, “El Loco de la Colina”, Jesús Quintero, el hombre que hacía los silencios más largos y enigmáticos de las ondas; de madrugada, aquel silencio parecía más intenso, se percibía los oscuros sonidos del sentir. Curiosamente, aquella Durst para blanco y negro me ha acompañado de casa en casa, ha estado en Urrea de Gaén, en La Iglesuela del Cid, en mis casas de Zaragoza, pero he de confesar que nunca la he estrenado. Hubo un momento en que descubrí que la fotografía se había hecho para que la admirase, adquiriese catálogos, escribiese de fotógrafos, inventase algunos como Patricio Julve o Manuel Martín Mormeneo, pero no para que tirase instantáneas con voluntad artística ni siquiera para que las revelase.

Años después conocí a José Antonio Duce, y nos hemos convertido en grandes amigos. Sigo con mucha atención su obra, sus múltiples quehaceres. Es un aragonés afable, buen conversador y cariñoso, de una erudición nada ostentosa. Poco a poco, gracias a su gentileza, he ido completando sus “Obras completas”: ese viaje desde el reportaje inicial hasta sus últimas propuestas: el tarot, el terror, el sexo, el trabajo monográfico. Es capaz de ser clásico, pero es incorregible: le gusta jugar, encontrar nuevos puntos de vista, distorsiones o bromas visuales, y ahí está el resultado. De todo ello se zafó un poco en dos de sus últimos trabajos: la nueva monografía sobre Zaragoza, creo que debe al menos ser la tercera, y su increíble y paciente trabajo sobre El Pilar, que han editado la CAI y el Cabildo. José Antonio Duce ha tenido un gesto muy bonito, que emociona; cuando el libro lleva varios meses en la calle, me deja un ejemplar del volumen de tres kilos y medio de peso y más de 400 fotos como regalo de Navidad. Y además, lo encabeza con una dedicatoria que me hace feliz. “Para Antón Castro por su incansable labor en pro de la fotografía y de los fotógrafos aragoneses. Siempre”. Me gustaría, desde luego, que fuese cierto, y puedo decir que ahora mismo soy un escritor en busca de un editor para un libro titulado “Los fotógrafos”. José Antonio Duce es una de las personas que más ha estudiado la historia de la fotografía aragonesa. Baste echar una ojeada a ese vocablo de la Gran Enciclopedia de Aragón.

De José Antonio Duce a Wifredo Rincón. De la fotografía a Francisco Pradilla (1848-1921), uno de los pintores aragoneses que más me emocionan. Wifredo, que es un investigador de mil saberes, incluso de ayuntamientos o monasterios, publicó en Anento su segunda monografía sobre Pradilla. En 1999. Aquí, a lo largo de 603 páginas, propone un completo recorrido por uno de los grandes artistas españoles del siglo XIX, capaz de moverse en el dibujo y la acuarela y en el óleo, capaz de transitar con absoluta maestría por la pintura de historia, y como apéndice considerable el retrato, por la alegoría, la estampa costumbrista, el paisaje o una cuidadísima pintura religiosa. Pradilla me conmueve por la delicadeza y la energía de su paleta, por su sentido del color y la composición en los cuadros históricos, por su hondura y también por su limpidez: la tersura de quien esparce la untuosidad y crea atmósfera, impresión de verdad. Wifredo Rincón, de quien he leído recientemente su biografía del escultor Ponzano (publicada en la colección Mariano de Pano de la CAI. Mini noticia, ya de paso, para navegantes: la gran actriz Blanca Carvajal acaba de ingresar en el servicio cultural de la CAI y trabajará mano a mano, codo con codo, con Antonio Abad), tuvo ese gesto que le agradezco: dejó este bello libro, este pozo de luz y de ciencia de pintor, esta travesía por la invención y la recreación del hombre que fue considerado el segundo Goya de Aragón. Aprovechó un encuentro ocasional, citamos este volumen, y apenas un mes después ahí está su memoria y su gentileza; en este volumen titulado a secas “Francisco Pradilla”.
E incluso hay un detalle que me encanta: Pradilla se casó una gallega de Vigo, acudió en muchas ocasiones a Galicia, y no le importó recrear el mundo rural o esa atmósfera salobre y dura de marinos y pescadores en la ribera.
26/12/2004 00:45 Enlace permanente. sin tema Hay 1 comentario.

HOMENAJE PÓSTUMO EN MALLORCA A ODÓN DE BUEN

Ese periodista y escritor tan afectuoso que es Antonio Ibáñez me envía su felicitación navideña y añade esta noticia a propósito de Odón de Buen y del Cos, natural de Zuera: "El Consell Insular de Mallorca nombró hijo adoptivo a título póstumo a Odón de Buen el
septiembre pasado, junto a George Sand". Magnífica noticia.
26/12/2004 14:17 Enlace permanente. sin tema Hay 4 comentarios.

PETER PAN CUMPLE UN SIGLO

James Matthew Barrie (Kiriemuir, Escocia, 1860-Londres, 1937) ha sido uno de los escritores más extraños de todos los tiempos. Quizá el secreto de una existencia tan anómala la resumió él mismo en una frase que ya casi es un tópico: “No pasa nada después de los doce años que importe mucho”. Y algo de cierto hay en ello, si nos detenemos en su infancia y primera juventud, antes de que se graduase en la Universidad de Edimburgo y mucho antes de que trabajase como periodista y como dramaturgo de éxito. Cuando el Reverendo Dogson, Lewis Carroll, publicó “Alicia en el país de las maravillas”, en 1865, John Matthew Barrie tenía cinco años; por entonces, ocurrió algo que iba a marcarle para siempre: murió su hermano David, con trece años, de un terrible accidente.

Su madre, responsable de una numerosa familia, se recluyó durante varios meses en su cuarto, casi a oscuras por completo. Estuvo sin salir, enferma de desesperación, ajena a lo que ocurría con sus vástagos. James decidió asumir la personalidad y la presencia de su hermano, si así puede decirse: usó sus ropas, que le venían muy grandes, silbaba y se movía como él, y ya entonces concibió la idea de convertirse en niño para siempre, de no crecer. Años después se escribió que el origen de Peter Pan se debía a una sugerencia de Conan Doyle, creador de Sherlock Holmes, a J. M. Barrie. Anidó dentro de él ese afán como una auténtica obsesión, a la que agregaría niños, piratas, cocodrilo y un niño inmortal que conocería el secreto del País de Nunca Jamás. Veinte años más tarde, cuando J. M. Barrie iba a trasladarse a Londres, su madre aún dormía hablándole al hermano muerto, al cual James le enviaba cartas y pequeños cuentos que la mujer (retratada más tarde en la novela “Margaret Ogilvy”, en 1896, exactamente un año después de su muerte) metía bajo la almohada. El crítico Rigoberto Rodríguez afirma que “James Matthew Barrie vendría a ser la versión viviente del hijo que, muriendo, permanecería eternamente joven”.

J. M. Barrie se inició en la prensa, y los éxitos como escritor empezaron a llegarle a finales del siglo XIX con libros como “El primer ministro” (1891) y con otras obras de inspiración escocesa como “Ogilvy”, “Tommy, el sentimental” y “Tommy y Grizella”. Barrie, que físicamente no llegó a alcanzar ni el metro y medio de estatura, tenía un temperamento más bien fantástico, sentido del humor, inclinaciones románticas, y grandes dotes de observación. Dicen que no sonreía jamás y que acabó invalidándose un brazo como el Capitán Garfio. Fue en 1892, en el volumen “El pajarito blanco”, donde apuntó la historia de Peter Pan y el País de Nunca Jamás. La primera versión de la invención, trasladada al espacio natural de Barrie, que era la escena, se presentó un 27 de diciembre de 1904 en el Teatro Duke or York de Londres. Al principio la versión del cuento apenas tenía algo más de dos folios, apareció luego la versión dramática, y en 1911 Barrie publicó en forma de cuento largo para niños la historia tal como la conocemos ahora: “Peter Pan”.

Barrie siempre fue un gran amigo de los niños y se mostró poco entusiasmado con los mayores, en particular con su mujer, la actriz Mary Ansell. Los biógrafos, en particular Andrew Birkin, dicen que ese matrimonio no llegó a consumarse; ella era una mujer más bien fría y Barrie no tenía un gran interés en la sexualidad. Algunos han escrito que era impotente, otros que sencillamente asexuado, y el propio Birkin dismintió una sospecha (en eso Barrie también se parece un poco a Carroll): “Nunca hubo en él asomo de homosexualidad o de pedofilia”.

Para escribir su texto más famoso –que se mueve entre el cuento de hadas, el relato de aventuras, las historias de piratería y las consejas folclóricas- se inspiró en los niños Lewellyn Davies que jugaban a diario en los jardines de Kensington. Más tarde, conoció a sus padres que lo adoptaron como un hijo más. La madre de la familia, Sylvia, joven y bonita, se convirtió en su mejor amiga, su confidente y tal vez en su amor platónico. “Sylvia es la criatura más hermosa que he visto jamás”, diría Barrie. Hace unas semanas, se estrenaba en Sitges la película “Finding Neverland”, con Johnny Depp y Kat Winslet en los papeles de Barrie y Sylvia. Cuando se murió el matrimonio, J. M. Barrie adoptó a los niños: a Peter, identificado siempre con Peter Pan, que acabó arrojándose al tren en Sloane Square; a George, que murió combatiendo durante la I Guerra Mundial, y a Michael, que se ahogó junto a un amigo en lo que se supone un suicidio de homosexuales. Margaret, la niña que le inspiró a Wendy, a la que había conocido en los jardines de Kensington, murió a los seis años.

Este mismo año, el escritor argentino afincado en Barcelona, se inspiró en la figura de J. M. Barrie para escribir “Jardines de Kensington”.
27/12/2004 11:16 Enlace permanente. sin tema Hay 2 comentarios.

LA EBRIA NOCHE DEL BABEL

Noche de tertulia en el Babel. Ismael Grasa, que ha pasado unos días en Huesca navegando la noche y las nostalgias y esos territorios íntimos de su magnífico libro “La tercera Guerra Mundial” (Anagrama); Antonio Pérez, que constató en Guadalajara (México) la total ausencia de escritores aragoneses en catalán y que ha dejado de fumar; Ignacio Martínez de Pisón, que ha abandonado “Babelia” porque no puede soportar que ataquen gratuitamente a su gran amigo Bernardo Atxaga y porque es un romántico excepcional y libre, leal con sus amigos hasta la última ráfaga de lucidez, que cumple hoy 44 años; Daniel Gascón, que ultima “La Generación Perdida” y acaba de comprarse un portátil para escribir en Francia con eñe; Violeta Gascón, que sigue en Roma con esa belleza alada y evanescente, esculpida en delgadez y misterio, y ya es una experta en cineastas italianos (entre las actrices destaca a Laura Morante, entre los cineastas a Moretti y a Salvatore, y a otro que ahora no recuerdo); y Luis Alegre, que aboga por la desaparición de las críticas negativas porque crean un efecto pernicioso en los creadores y porque hay tantas cosas buenas que comentar a lo largo del año que para qué perder el tiempo con las malas.

Bonito e intenso debate, entre amigos, sin encono, con su aquel de divertimento, con su arsenal peculiar de nombres propios: Arcadi Espada, Ignacio Echevarría, Lluis Bassets, Marisa Blanco, Bernardo Atxaga, Gumucio, y otros nombres y otros ámbitos. Lo mejor tal vez –además de evocar el universo de los blogs y de recordar que hay más de cuatro millones en el mundo- fue la presencia de una pareja, elegante él, con su bufanda roja o burdeos, elegante ella, que le recordó a Luis a Beatrice Dalle. Iban de aquí para allá con un perrito minúsculo, vaciándolo todo: el bolso de ella, que arrojaba billetes de euros y una cajetilla de tabaco rubio, el cuerpo de él, desplomándose sin compostura en el suelo con su mampostería delicada, o con la feliz compostura del borracho más bien ocasional que interpreta una película que atrae a muchos espectadores. O a los pocos pero entusiastas espectadores que había en el trasnoche del Babel.

Luis Alegre, más delgado que nunca, dijo: “Es bonito ver a dos personas completamente mamadas cuando tú estás sereno”. Pisón, al quite, con su eterna estampa de adolescente que rejuvenece en cada cumpleaños, apostilló: “Sobre todo porque en nosotros es inusual”.
27/12/2004 13:25 Enlace permanente. sin tema Hay 3 comentarios.

ALBARRACÍN EN PARÍS Y OTRAS SOMBRAS

En mi primera estancia en París apenas compré libros. Cosa infrecuente, y de la que me arrepiento. Pero sí me ocurrieron cosas singulares. José Miguel Marco, el fotógrafo de “Heraldo”, sin duda uno de los más artísticos y reflexivos de Aragón en estos momentos, me había hablado de la aparición de una antología de Jean Dieuzaide en la serie “Reporteros sin fronteras”. El fotógrafo francés –definido en “El País” como “el hombre de un millón de negativos”- había fallecido en 18 de septiembre de 2003. Es uno de los grandes del fotoperiodismo europeo, un creador en la línea de Eugene Smith o de Nicolás Müller, por poner dos modelos equiparables a su obra. Estuvo en Portugal (obtuvo imágenes de una gran energía visual), Italia e España en varias ocasiones.

En los años 50 y 60, viajó por Aragón, recorrió distintos lugares como Albarracín (hizo una de las más reconocibles fotos de la Casa de la Julianeta en 1955), en Santa Cruz de la Serós (ahí, en 1961), en Jaca, en la Ribagorza. También viajó a otros lugares del país como Toledo, Sevilla, Granada, o Port Ligatt, donde efectuó una de las fotos más famosas de Dalí, aquella en que emerge del agua con su inmensa cabeza y su largo bigote, rematado en ambos extremos por dos flores. Pues bien, yendo por París, por el boulevard Saint Michelle cuando caía la noche y se encendían las luces y el frío, pasamos ante una galería que anunciaba, sin ostentación alguna, una muestra de Jean Dieuzaide. Entramos y en aquella apretada retrospectiva sólo había una foto de Aragón: la de la Casa de la Julianeta. Me pareció un bonito detalle: encontrarse el Albarracín de hace medio siglo en una de las partes más modernas de París, en una galería acaso sin nombre dominada por la mirada de tantos españoles y portugueses a los que la fotografía les devolvía a la vida con una inusitada fuerza de resurrección.

También compré otro libro de un personaje maravilloso: Eli Lotar, operador de cámara, responsable de foto fija y realizador. Lotar es conocido entre nosotros no por su amistad y colaboración con Antonin Artaud o Jacques Prevert, Man Ray o Kertesz, ni siquiera por liderar una tendencia de gran refinamiento geométrico en la fotografía, sino por su colaboración con Luis Buñuel en “Las Hurdes. Tierra sin pan”, donde actuó como operador de cámara; luego, invitado por el cineasta, estuvo en España en varias ocasiones, incluso durante la Guerra Civil, e intervino en foto fija en la película “Una jornada de campo” de Jean Renoir. Llegó a hacer películas e inspiró a Alberto Giacometti, en 1964 y 1965, cuando se había aislado de todos y sólo era un errante caballero de la noche, tres bustos. Eli Lotar fue objeto de una exposición de sus fotos en el Centro Pompidou en 1993. Es autor de una obra muy singular: está al principio en una línea donde le interesan las construcciones de los elementos, pero también los picados y contrapicados de París, los derribos y los barrios marginales, y finalmente evoluciona hacia una obra llena de sutileza, de lirismo, de magia, perfectamente construida, donde predomina el retrato. Eli Lotar, como su compañero Pierre Unik en “Las Hurdes. Tierra sin pan”, es un personaje fascinante, o cuando menos enigmático. Por eso, al verlo, ya me arrojé sobre él con codicia de lobo.
28/12/2004 11:09 Enlace permanente. sin tema No hay comentarios. Comentar.

SUSAN SONTAG SE DESPIDE DE TODOS USTEDES

Susan Sontag (Nueva York, 1933) siempre tuvo algo especial. Hija de comerciante de pieles en la China, se sintió aburrida y sola en la niñez y cultivó una intensa vida interior. Su padre falleció cuando ella contaba cinco años de edad y su madre, Mildred, sufrió una gran depresión que no era ajena al acoholismo; luego se casó con el autoritario capitán Nathan Sontag de Tucson, donde Susan pasó su primera adolescencia. Austera y llamativa, (“era todo un fenómeno”, nos dicen en la biografía de Circe, “Susan Sontag”, Carl Rollyson y Lisa Paddock), fue editora de un periódico escolar. Seducía con su presencia y su inteligencia. Llegó a conocer en una cena a Thomas Mann y, tras estudiar en Berkeley y Chicago, se decantó por las letras.
Era hiperactiva; también tocaba el violín. Su trayectoria, vinculada a revistas y periódicos, se tornará imparable. Amiga del futuro Nobel Joseph Brodsky desde muy pronto, iniciará su carrera literaria con dos narraciones experimentales como “El benefactor” y “Estuche de muerte”. Andrógina en cierto modo, y sumamente atractiva, se casó con Philip Rieff (diría de ella que “es la persona más curiosa del mundo”), con el cual tendría un hijo, David, aunque en realidad –y el libro de Rollyson y Paddock no elude este extremo- siempre se sintió atraída por mujeres como la bailarina Lucinda Childs o la fotógrafa Annie Leibovitz, su compañera desde hace años.
El éxito de Sontag se debe a sus trabajos de crítica literaria y artística, a la toma de postura a favor de la defensa de la mujer, a su independencia ante el poder y el peso de Estados Unidos, que no comparte, y a la audacia de su editor: en cada uno de sus libros siempre había excelentes y enigmáticas fotos. Así empezó a forjarse el mito Susan Sontag, en libros como “Contra la interpretación” (1966), “Estilos de voluntad radical” (1969), “Sobre la fotografía” (1976), un libro tan mítico sobre la disciplina como “La cámara oculta” de Roland Barthes, o sus trabajos sobre la enfermedad: “La enfermedad y sus metáforas” (1978), “Bajo el signo de Saturno” (1980) y “El sida y sus metáforas” (1989). Los autores de la biografía recuerdan que siempre que se habla de ciencia ficción, fotografía, dolencias o sexo y pornografía aparece el nombre de Susan Sontag.
Desde hace algún tiempo también se habla de ella como novelista: ahí está un título tan sugestivo como “El amante del volcán” (1995, del cual tenemos edición en Alfaguara). Sontag es una mujer de éxito e influyente, que se ha hecho a sí misma y que no muerde la lengua en criticar a García Márquez o que se atreve a viajar a Los Balcanes y poner el grito el cielo. Por eso suele de decir: “En diversos aspectos me siento autocreada, autoeducada”. La biografía de Rollyson y Paddock es fascinante: nos enfrenta a un mujer moderna y libre, escritora, pensadora, teórica, directora de escena y provocadora, tocada por un halo de irresistible encanto.

Tengo al libro al alcance de la mano. Y lo cojo precisamente hoy, cuando me entero de que se ha muerto Susan Sontag.
29/12/2004 11:44 Enlace permanente. sin tema No hay comentarios. Comentar.

LA NOVELA EN MARCHA DE VICTOR JUAN BORROY

Pasa por casa Víctor Juan Borroy, que no estaba bajo de ánimo o de moral, como yo había supuesto. Estaba, está poseído por una historia de amor: esa pasión sostenida en el tiempo, y a la vez imposible, entre dos maestros republicanos: el anarquista Paco Ponzán, discípulo dilecto de Ramón Acín y maestro en Camariñas (Costa de la Muerte) a principios de la Guerra Civil, y la socialista Palmira Pla, la maestra de Cretas que publicó hace no demasiados meses sus memorias en la Fundación Bernardo Alardén. Palmira Pla está viva y tiene 91 años, y recuerda perfectamente cómo conoció a Ponzán en Caspe, en los tiempos del Consejo de Aragón, antes de que partiese irremediablemente para Francia, donde combatió a los nazis, que acabarían quemándolo.

Víctor Juan Borroy, que rezuma entusiasmo y bondad, pasión por la vida y la memoria del mundo más inmediato, enhebra su historia mediante un profesor que trabaja en Huesca, embrujado por la pedagogía y sus nombres, a quien su compañera Irene le dice que se atreva a contar esa “maravillosa y emocionante historia” que le da vueltas en su cabeza. Y a partir de ahí inicia la narración de Paco Ponzán, a la luz de la lectura de sus memorias y de algunos textos, entre ellos el de su propia hermana Pilar Ponzán, narra la entrega y muerte de Ramón Acín en aquel fatídico seis de agosto del 36 en Huesca, la narra tal como se la ha imaginado ese experto en Acín que es Víctor Pardo Lancina, y la peripecia sigue progresando con nuevas derivas: una visita a Palmira Pla en Castellón, un viaje en coche con Irene, en uno de esos viajes donde se tiene la sensación de que la vida se alarga y cobra una nueva dimensión.

Víctor Juan, además, se permite reflexionar sobre el hecho de escribir, que es la nueva aventura –sin paracaídas, o con el único paracaídas de su incesante imaginación y las maletas del viajero que ha estudiado mucho a sus personajes- en la que se ha zambullido. Supera el historiador, aunque avanza con los pasos del historiador, con sus conocimientos, con sus pesquisas, y se atreve a soñar como Ponzán, como Acín, como Conchita. Como Palmira Pla, que le revela que amó a Ponzán y que suscribe las cartas de ficción que Víctor Juan ha escrito para ambos, para esta segunda oportunidad de su pasión en la novela. “Eran exactamente así. Eran así”, le decía Palmira a Víctor al arrimo del calor de la mesa camilla.

Intuyo que se aproxima un ciclón. Víctor Juan Borroy le ha contado la historia a Rosa Tabernero, a Pepe Melero (recuperándose, y ambos al calor del fuego, como confidentes de “Las mil y una noches”), a Víctor Pardo, a Virginia, su mujer, su musa en el paraíso, la doctora de mentes alucinadas como la suya, la de Víctor Juan, tan niño en su humanísima madurez… Es como si buscase certezas a su incertidumbre de narrador que debuta, asideros en la amistad, complicidad en la veneración por los republicanos que creían en un país mejor, en un mundo mejor. Pero en el fondo, ese temor no tiene demasiada razón de ser: mira uno a Víctor Juan, ese debutante en el arte de contar historias, y lo entiende todo.Vive, ama, sufre y sueña con esa pasión que no pudo ser, la de Palmira y Paco, la de Paco y Palmira, a pesar de que la piel joven de ambos se estremecía en cualquier amago de contacto.
30/12/2004 19:32 Enlace permanente. sin tema Hay 1 comentario.

TRES CITAS LITERARIAS DE SUSAN SONTAG

1. “Siendo niña, viví una infancia solitaria, en pueblos desolados, y mi única alfombra mágica eran los libros. Y soñaba: sería mayor, iría lejos, haría cosas. A los catorce años, un día, ante la ventana de mi cuarto, miraba afuera y pensaba en mis cosas. Oscureció y el cristal reflejó mi imagen. Viéndome me dije: ‘Susan, no te conviertas en una persona de la que te avergüences…’ No he decepcionado a esa niña, no he acabado siendo como aquellos adultos a los que oía lamentarse de todo lo que hicieron”.

2. “La literatura es una arena de logros individuales, de méritos individuales. Esto implica que no confieren premios y honores al escritor porque representa, digamos, a las comunidades débiles o marginadas. Esto implica que no se hace uso de la literatura o de los premios literarios para respaldar fines ajenos a ella: por ejemplo, el feminismo (Hablo como feminista). (…) La literatura es primordialmente una empresa cosmopolita. Los grandes escritores son parte de la literatura mundial. Deberíamos leer a través de las fronteras nacionales y tribales: la gran literatura debería transportarnos. Los escritores son ciudadanos de una comunidad mundial, en la que todos aprendemos y nos leemos los unos a los otros”.

3. “Si la literatura me ha comprometido en un proyecto, primero como lectora y luego como escritora, es la extensión de mis afinidades hacia otros seres, otros dominios, otros sueños, otras palabras y otros territorios”.
30/12/2004 19:32 Enlace permanente. sin tema Hay 1 comentario.

SOROLLA, FELLINI Y JOAQUÍN ARIZA

He vuelto a incrementar mi patrimonio bibliográfico. Quedo con Daniel en “Trafalgar”, que ha pasado un largo rato de tertulia con Fernando Sanmartín (insisto, con absoluta sinceridad: leed “Viajes y novelerías”, otra conquista de su estilo breve pero cada vez más diáfano y más narrativo), cenamos un poco (un delicioso bacalao) y hablamos de la familia. Es el tema ideal de estos días. Luego, tras un instante de incertidumbre, vamos al “Babel” donde esperamos encontrarnos con los halcones, pero no están, y antes de volver a casa ya, es casi medianoche, nos damos una vuelta por el Vip’s. Daniel, que se marcha el domingo a París y luego a Evreux, tiene que hacer un regalo a una joven artista australiana y le recomiendo un precioso libro de diseño gráfico. Es la primera adquisición. Me encantan las oportunidades del establecimiento, al que soy un adicto total.

Luego, revolviendo aquí y allá, me encuentro con un libro de Sorolla, “La magia de la luz” (Libsa, 2005. Sí, así, 2005), escrito por Begoña Torres (historiadora del arte y director del Museo Romántico de Madrid), un auténtico libro biografía-catálogo de 400 páginas y lo compro. Pensé en Pepe Cerdá, que siempre pondera mucho la obra del pintor valenciano, y decidí: o ahora o nunca, me dije. La calidad de las reproducciones no está nada mal, y disfruto mucho porque el libro establece una cronología del artista, tiene una larga introducción de contexto, donde pone a Sorolla en relación con otros artistas, intelectuales y filósofos, entre ellos Nietzsche, nada menos. Y la última parte, se titula “El pintor y su obra” y es una suerte de antología comentada de 200 páginas de cuadros de gran fuerza luminosa, de admirable sentido de la composición, de atmósfera, de uso magistral del pincel. Leo que trabajaba mucho a partir del natural pero que también poseía abundante material fotográfico. “Es verdad que Sorolla pintaba casi siempre del natural y, al realizar sus cuadros de playa, tenía ante él a sus modelos, generalmente muchachos a quienes pedía que, mientras él pintaba, jugasen, nadasen y moviesen con libertad cerca de la orilla del agua. (…) Muchos [pintores] llegaron a la conclusión de que la mejor expresión del mundo real debía surgir de la utilización de la cámara sin prejuicios, de forma casi instantánea, sin recurrir a elementos externos, y esto supuso el nacimiento de un nuevo lenguaje artístico, independiente de la tradición, que influyó decididamente en la manera de percibir y concebir la pintura”.
Entre sus retratos, me impresiona el de Cajal, que está en la Diputación General de Aragón y ha sido fechado en 1906, y el de Vicente Blasco Ibáñez, que evoca a Joaquín Costa no si con una gruesa pluma o un puro en la mano. Y especialmente feliz es "Retrato del pintor Aureliano de Beruete", que trata de "plasmar la riquísima personalidad del personaje" con una incuestionable calidad velazqueña. Las secuencias de marinas son sencillamente espléndidas: dinámicas, restallantes de fulgor, evocadoras y gozosas. Y a modo de despedida del volumen me quedo con ese cuadro de manchas insinuadas, casi despintado, en cierto modo impresionista, que es “La siesta”. Este cuadro refleja perfectamente lo que es un pintor, lo que es un artista; en cierto modo, si me permite decirlo así el maestro Cerdá, refleja qué es la pintura. Espero que el pintor de historia, el defensor de Moreno Carbonero y su espléndido cuadro “El Príncipe de Viana” se asome a este blog por vez primera para desautorizarme. O para enviarme un abrazo, que nos despedimos del 2004.

Continué con mis compras. Hace meses, quizá uno o dos años, que he querido adquirir la monografía “Federico Fellini” (Rizzoli, Nueva Cork, 1995), editado por Lietta Tornabuoni. Al final lo hago, y debe ser ya el tercer o cuarto volumen singular que tengo de Fellini. Bien se ve que soy un enfermo. Es un libro donde hay un poco de todo: fotogramas de películas, cartas, storyboards, dibujos del artista, carteles, y en la parte final, tras esa foto de Fellini y Begnini, se recoge un conjunto de dibujos a color, de inspiración erótica, semejantes algunos a los que vimos hace un par de años en e Festival de Cine de Huesca.

Mi pasión es la fotografía. Rara vez hojeo libros de desnudo, salvo que vengan avalados en la portada por grandes fotógrafos que me resultan indiscutibles, conocidos o que me suenen vagamente. De repente, me encontré con la edición bilingüe de “Desnudos / Nudes” (Instituto Monsa de Ediciones, 2004) de Joaquín Ariza, a un precio muy asequible. Las fotos, explícitas en todos sus términos, gobernadas por un admirable sentido de la composición y un agudo contraste, son excelentes: variaciones sobre el cuerpo, y el cuerpo aquí quiere decir culos espléndidos, pubis, talles, escorzos voluptuosos, pechos con sus aguzados pezones, bosques de vello, escotes impregnados de humedad o sudor o gotas de lluvia, miradas llenas de fuerza, magníficas texturas donde la luz y la sombra pugnan sin complejos; por haber hasta hay una serie vinculada al sadomasoquismo.
Joaquín Ariza cuenta una historia, si se puede decir eso de su elegante y sólida propuesta visual, de seis mujeres: Sandra, Alexandra (tal vez el reportaje más logrado), Shyl, Celia, Maido y Eva. Quise saber algo más del fotógrafo, y me quedé maravillado, fascinado y encantado (no voy a rectificar tanto ripio junto), al leer lo siguiente: “Nace en Zaragoza. A los 17años empieza a trabajar en el campo de la fotografía como técnico de laboratorio, en 1992 se traslada a Barcelona donde trabaja como asistente de Ricardo Miras. En 1996 inaugura su propio estudio. En la actualidad colabora con Grupo Zeta y trabaja para diversas agencias de publicidad”. Unas páginas más atrás, aparece su nombre completo: Joaquín Ariza Andolz. Qué gran hallazgo, qué agradable sorpresa para mi libro “Los fotógrafos”…

Son las cuatro y veinte de la mañana. Vuelvo de pasear a Noa en una noche que me ha recordado a Galicia: la luna estaba demediada en el cielo y el chicotazo del viento agita las ramas. Pienso en los sagrados bosques de Galicia con su música de hojas vencidas por la brisa y el temporal. Mientras la perra corretea, repaso la vida de un extrañísimo genio, la de Raymond Roussel (1877-1933), el autor de “Impresiones de África”, del que quiero hablar en los próximos días…
31/12/2004 19:31 Enlace permanente. sin tema Hay 7 comentarios.

DESPEDIDA AL 2004 CON AMIGOS

Anoche hice un pequeño inventario de nuevos libros que, como los personajes de Cortázar, andan por ahí. Pero también hablé con esos amigos imprescindibles que te otorga la vida y que en estos días, cuando el ciclón lo arrasa todo, o el tornado, o la desgracia en forma de ola brutal deja miles de muertos que tiemblan al fondo de nuestra conciencia, pareces quererlos más, si cabe. A mí como a Félix Romeo (recordad su estupendo artículo en el Dominical de “Heraldo” que dirige Carmen Puyó) también me gusta la Navidad.

1. Antonio Calvo Pedrós toma café en “Trafalgar” con la peña “Los magníficos”, entre ellos su esposa Rosa y el profesor y periodista de fútbol José María Ara. Calvo Pedrós expone esta semana en La Almozara sus colecciones de equipos modestos: estampas de la vida sin gloria pero con épica, con frenesí, con constantes figuras en ciernes que luego se extravían en el barro o en los desplazamientos camino del césped de La Romareda.

2. Hablo con mis admirados Sergio Gómez y Rocío Ibarra, realizadores de Antena Aragón. Trabajé con ellos varios años, y conservo un magnífico recuerdo, como lo tengo de Javier Martínez París –con quien hice “La noche de Buñuel” y “Sender. Un escritor de cine”- y de Teresa Lázaro, realizadora de “Milenio”. Rocío y Sergio viven ahora en María de Huerva y siguen trabajando con ilusión en diferentes programas: Rocío, que es como un dulce de talento y cariño y encanto, trufa y sueño amasados con ternura, trabaja ahora con Juan Bolea y en un programa de gastronomía; Sergio triunfa en el programa de deportes con Pedro Hernández, Andoni Cedrún y Paco Ortiz, entre otros. Pero además hace pruebas y probatinas en su casa, con el ordenador, y está en contacto casi permanente como mi hermano menor en antena Alberto Gámez, que me envía un SMS con su mujer Sandra Almárcegui y firma Albert, al fin y al cabo es de Barcelona. Así de entrada, Rocío y Sergio están con los ojos puestos en el horizonte de la televisión autonómica. Me encanta saber de ellos…

3. José Orús, el pintor, se ha revelado en los últimos tiempos como un hombre muy afectuoso y nada interesado. Tiene museo propio en Utebo y se acuerda de desearte felicidad y proyectos. Y me envía una pequeña pintura cosmogónica, igual que hacía en los últimos años el inolvidable Salvador Victoria, con quien tanto quería. Orús siempre es original en sus felicitaciones, como también lo ha sido Javier Lambán: regala un fragmento del Quijote, sobre La Ínsula Barataria, y una agenda dedicada a Cervantes y ese “cuento de cuentos” en su cuarto centenario. La agenda incluye textos de José Ángel Sánchez, Jesús Colás, Ricardo Centellas y otros, y es de mucha utilidad.

4. Hablo con Marianito Gistaín a mediatarde. Llama a rebato a sus amigos para el trasnoche en el milímetro digital, en Guadalupe 9. Eso ya lo dice en su pagineta, la más visitada, sin duda. Mariano está muy bien, dice que ha escrito una columneta en dos minutos, y que está leyendo el libro de la historia del Derecho y de los profesores de Derecho aragonés de Ignacio López Susín, el de las voces aragonesas de Javier Barreiro y de la “Zaragoza dibujada” de José Laborda Yneva, que le está encantando. Los tres pertenecen a la colección “Biblioteca Aragonesa de Cultura” que dirige Eloy Fernández Clemente. Mariano no lo dice por decir: se lo está pasando muy bien, aunque ya sabemos que anda metido en mil y una historias, el programa “Generación Red” entre ellas. Una excelente apuesta personal para los avanzados de Internet. Acaba de volver de Madrid con dos de sus mujeres: Pilar Lecea y Carolina Gistaín Lecea, con las que visitó a Nerea, la actriz que deslumbró en “Panorama desde el puente”, y que ahora ha vuelto al trabajo para hacer de “Lunni” animado o algo así. Le cuento que en mi próximo libro, que saldrá para la primavera, “El sembrador de prodigios”, hay dos textos sobre sus libros, dos textos que son uno y que podrían llamarse algo así como “El hombre que hizo hablar a los semáforos”.

5. Me llama José Antonio Labordeta y me pregunta: “¿Qué ha pasado con el suplemento ‘Artes & Letras’? Para un día que compró el ‘Heraldo’ por él, va y no sale”. No tengo respuesta. Siempre he pensado que es en Navidades cuando más apetece leer el suplemento y buscar recomendaciones de libros, pero… Labordeta me habla de sus niñas-nietas y de su mujer, Juana, algo achacosa, me dice, en Navidad, pero con aquel encanto eterno de la mujer que hizo creer a todos que Audrey Hepburn había llegado a Teruel y se había instalado entre los turolenses para dar calor y embrujo al frío, a la nieve, al olvido…

6. Hablo con Eloy Fernández, que está un poco malo de salud, y bastante agobiado de trabajo. Atiborrado de stress es tres. Está leyendo cinco nuevos libros para la colección que dirige, entre ellos uno de Julio Alejandro de Castro, redactado por José Antonio Román Ledo, y le llueven los encargos, y también me anuncia algunos disparos universitarios que le rondan, que le cogen en el terreno de todas las encrucijadas. Su bondad carece de límites. Lo acompaña, casi sondormido (algo así dice Eloy), el gran Luis Alegre, el rey de la Navidad en televisión, el rey de la vida en cascada todo el año, el señor de los chistes que siempre parecen nuevos, sostiene Pisón. Por cierto, el otro día Luis Alegre me dijo que seguía intrigado sobre aquella comunicante que dijo era un gran amante y que lo sabía por experiencia. Eloy suele decirme también que está cada día más enamorado de Marisa Santiago, la gallega de Cariño, la cariñosa gallega que lo cuida y que le ha encontrado un paraíso allá en Figueiroa, donde el bandido Mamede Casanova se echó al monte.

7. Pedro Rújula se queda en casa estos días. Ha cumplido con la familia para reposar junto a Peña, peña y pájaro, estos días. Ella ordena sus infinitos libros de fotografía y repasa las fotografías para el libro de Calanda que aparecerá a finales de marzo. Y Pedro, que está a punto de editar a Pirala en Navarra, corrige páginas y maquetación con Fernando Lasheras. Y sueña despierto con unas palabras de presentación de Carlos Saura. Me cuenta Pedro Rújula que ha encontrado varios libros dedicados a mí en el Rastrillo, algo que también le ocurrió a Félix Romeo. Me quedé un tanto intrigado y molesto, pero ya sé la razón y pido disculpas si hay algún libro dedicado a mí por ahí. No es desdén ni menosprecio a nadie. Sencillamente ha ocurrido que había varias estanterías en la primera parte de “Heraldo” con muchas novedades y algunos envíos personales; cuando se iniciaron las obras metimos todo en cajas con la idea de que iban a almacenarse en una biblioteca de Gabesa. El desorden en la primera planta es obvio aún, en la tercera aún no tenemos ni una estantería, pero todo se andará. Imagino que luego alguien, llevado por la buena fe y el cariño, quiso colaborar con el Rastrillo con esos volúmenes, entre los que había algunos, supongo que bastante, a lo mejor 20, 30 ó 40, dedicados a mí, y por ahí andan ahora, para incomodidad y vergüenza de un servidor. Me tiro de los pelos, pero creo que esta es la razón. En mi casa hay unos cuantos cientos de libros dedicados de los que no me deshago fácilmente. Lamento la inadvertencia y pido disculpas si alguien encuentra un libro suyo con un autógrafo… Los recogeré encantado y pago por ellos uno, dos, tres euros más de lo que hayan costado. Mis disculpas absolutamente sinceras… Sí habrá algunos libros dedicados en la biblioteca del Instituto de Alcorisa: habré donado entre dos mil y tres mil, creo.

8. También asoman al teléfono, en forma de SMS, Juan Abeleira, Olga Novo, mi detective favorito Fernando González, un hombre que querría triunfar como raposa en sus ratos libres y que será el protagonista de un proyecto de detectives junto al fotógrafo Manuel Martín Mormeneo, el cantante y empresario Nito Pinilla, la profesora Rosa Tabernero, entusiasmada con la novela de amor de Víctor Juan, Javier Burbano, que me recomienda soluciones para mi nuevo ordenador Fujitsu Siemens, Alejandro Díez Torre, que me manda su libro sobre los ateneístas de Madrid, Juan Gavasa, que estrena la colección infantil en Pirineum con Titiriteros de Binéfar, Antonio Pérez Morte, que me remite su blog y sus poemas, Pedro Vila, poeta y mecenas modesta de cine, y Dino Valls, uno de mis pintores predilectos. Dino inventó una mujer gótica para sus cuadros, llenó su estudio de médico y artista con sus ojos y sus escorzos, con sus desnudos mórbidos, casi balthusianos, y un día se la encontró en Zaragoza. La vio, la reconoció y pensó: “Tiene que ser para mí”. Ahora, Alicia es su compañera, su musa, el ángel tutelar de la vida y del obrador de sus lienzos. Dino Valls va a participar en una gran exposición en Turín sobre “El arte y el mal”, donde se colgarán lienzos de Fra Angelico, Ribera, Velázquez, Rembrandt, Balthus. El último, y tal vez el único vivo, es él: Dino Valls, zaragozano del 59, como Miguel Mena, Fernando Sanmartín, Antonio Pérez Lasheras…

9. Acaba de llegar de Grenoble Francisco Gascón, un gran ingeniero que se hizo muy solvente y apreciado primero en Barcelona y luego en Francia. Hablamos de Javier Manterola y de Santiago Calatrava, al que yo hacía, además de ingeniero, arquitecto. Me corrige sin herirme. Y trae entre manos un artículo de “Le monde” donde se reivindica la figura del ingeniero, a propósito del último puente de Foster en Francia. El artículo pondera la profesionalidad de los ingenieros, los incesantes trabajos que han hecho en Francia. Exhibe el artículo lleno de satisfacción, porque culmina diciendo que los ingenieros son “fuente de esperanza”. Le recomiendo el libro “Ingeniería y técnica en España” (El Renacimiento), coordinado por Manuel Silva, el catedrático de Ingeniería de Sistemas, un humanista integral…

9. Felicidades a todos. Creo que debo decir que estoy a punto de poner punto y seguido a este proyecto de blog, que es mi primer diario, cuyo título provisional quizá sea “Ulises en Zaragoza / 1 (2004)”. Espero que mi admirado Pepe Melero me diga algo y confirmo…
31/12/2004 19:28 Enlace permanente. sin tema Hay 3 comentarios.

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