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Se muestran los artículos pertenecientes a Octubre de 2004.

FIN DE FIESTA EN EL MAESTRAZGO

Vuelvo a casa. Y me entero de casi todo: Jorge volvió a perder en un partido disputadísimo contra el Juventud, 2-1, jugó poco y bien; Diego ganó por el mismo resultado, volvió a apuntillar Mario Martín (salió enfadado del choque: le dijo a su tío, el entrañable Víctor, uno de mis personajes favoritos de Garrapinillos: “Tenía que haber marcado ocho goles”). Diego jugó bien, de medio centro, y sirvió pases en abundancia. Eso me acaba de decir Víctor en el Asador de Garrapinillos: después de su sobrino, Diego es su favorito. Y el mío. Sara, Sarita, anda estos días triste porque echa mucho en falta a su hermana Aloma; en realidad, echa a faltar a Aloma y a Daniel, y además va por primera sin hermanos al colegio. Llora a menudo y se desvela durante la noche. Esta mañana, camino del colegio, me puso al corriente de las historias amorosas de primero y me decía: “Tú no entiendes nada”. [Bebe canta, después de que Franco Battiato entone “Yo quiero verte danzar” y “Nómadas” para empezar bien el día, aquello de “hoy vas a descubrir que el mundo es sólo para ti”]. Y parece quedarse tranquila en la cola, tras Guillén Bernal, que parecía algo abatido por la derrota del Real Zaragoza: es un seguidor apasionado. Como debe ser.

Los Encuentros en el paraíso, en Cantavieja, salieron muy bien. Acudió menos gente que el pasado año, pero aún así hubo días en que asistieron alrededor de 200 personas a la conferencia-proyección sobre las masías de Arturo Daudén. Causó sensación la charla de Juan Manuel Calvo Gascón acerca de los soldados de Maestrazgo desaparecidos en Mauthaussen: 19, en total. Habló también de Lise Ricol London y de su hermano Fredo, que proceden de Cuevas de Cañart y Torre del Compte. Fascinó Antonio Valero, el gran científico de la energía, con su aportación entusiasta sobre los templarios. La gente disfrutó de lo lindo. Trazó una historia muy completa y comprensible, con las huellas visibles e invisibles que existen de ellos en el Maestrazgo.

Pedro Pérez Esteban se ratificó allá arriba como gran fotógrafo, especialmente con su reportaje sobre la trashumancia y con otro, en marcha, sobre las masías. Es un fotógrafo minucioso, con don poético, que elabora unas instantáneas cargadas de presencias, con una luz bellísima, casi velazqueña. Gustaron mucho, además de las revelaciones de los guerrilleros, las ponencias de Víctor Juan Borroy –decía Cristina Mallén Alcón, coordinadora de los II Encuentros: “Me pareció lo más emocionante”, porque puso la piel de gallina con las vidas de Palmira Pla y Paco Ponzán-, la de Pedro Rújula, llena de erudición y limpidez. Y gustó mucho Pepe Cerdá: todos se descubrieron ante su talento como pintor, su sentido del humor, y su capacidad para contar historias de esto y de aquello. Es como un libro abierto: ante cualquier situación, expone una de sus anécdotas maravillosas que parecen inventadas, a fuerza de ingenio, para la ocasión. Y las tiene de todos los colores, de todas las texturas, de todos los países, aunque las mejores son casi siempre las de sus paisanos de Villamayor, a los que convierte en seres casi fabulosos. El sábado llegó Ana Bendicho, su compañera, y Pere, y le alegraron la estancia. Pepe es un buen jugador de futbolín y Ana, muy sólida en defensa. Y lo que gustó muchísimo fueron los tres conciertos. Distrito catorce tocó el jueves. Hubo poca gente, apenas algo más de 60 personas, pero la banda de Mariano Chueca dejó una maravilloso sabor de boca y dedicó una veintena de discos de “El sueño de la tortuga”. El viernes, apareció Vinos Chueca, en plenas fiestas de Casetas, y Fernando Bastos, “Magras”, Bobby Chueca, Flaco Santos, etc., se metieron al público en el bolsillo a lo largo de dos horas. Vinos Chueca había prometido regalar los discos si la gente no se atrevía a comprarlos; al final, hubo una venta más que interesante. Y también triunfó el grupo de Gonzalo Alonso: cosechó un éxito arrollador el sábado ante 200 personas, tanto en sus canciones como en piezas instrumentales como “Tierra”, magnífica, o “Río Darro”. Gonzalo Alonso y sus seis compañeros –media banda es de formación clásica; la otra es puramente rock y pop- le hicieron decir a un espectador: “Tardaremos en volver a oír cien años algo así en Cantavieja”. Después de este elogio, lo que yo digo sobra: que los músicos arropan a Gonzalo, que crean un clima magnífico, que tocan con gusto, que Gonzalo tiene madera de artista. A Pepe, a Ana, a Pere, a Arturo y a su nena Natalia,a mí, nos hicieron bailar durante hora y media. Gonzalo Alonso diría luego: "Nos animó mucho esa gente que bailaba al fondo, en el gallinero". Rafael Navarro, profesor y músico de La Iglesuela del Cid, dijo hacia las dos de la mañana: "Tras oír a la banda, que me ha encantado, siento no haber venido a todos los conciertos".

Mariano Balfagón -el dueño del hotel Balfagón, el alma del Maestrazgo en la última década, el presidente de la comarca- estaba muy feliz. El año que viene, si volviese yo a organizar los Encuentros, los cambiaremos un poco: pasaremos a una conferencia diaria y haremos más cursos para la gente. Por aclamación popular se nos han pedido más talleres de pintura, de gastronomía, de fotografía y de teatro. El director General de Medio Ambiente, Alberto Contreras, clausuró las Jornadas, tras la proyección de Mario Gómez –ha realizado más de diez mil fotos del Maestrazgo- y el power point de “Así fueron los Encuentros en el paraíso” de Cristina Mallén. El consejero Alfredo Boné no pudo asistir porque vive un trance familiar especialmente duro. La manifestación de “Teruel existe” en Zaragoza estaba en nuestra cabeza. Llamamos a Miguel Ferrer, presidente de la Diputación de Teruel, desde “la bienamada de Cabrera” y nos dijo que algunos cálculos hablaban de 60.000 asistentes. Aunque la cifra parecía exagerada, demostraba que las cosas iban bien. Lo que no entendimos del todo -durante las Jornadas- es que el PSOE ni apoyase la manifestación ni dejase libertad a sus afiliados tras haber criticado tanto la uniformidad del PP con el asunto de la guerra de Iraq. La política no resiste un viajecito a cualquier hemeroteca de anteayer. Menos mal que Mariano Gistaín en sus maravillosos artículos nos recuerda a diario el dislate de los presupuestos y los escasos apoyos del Gobierno Central a Aragón, irrisorios.

Lo más bonito, además de la incuestionable calidad de las ponencias (que reconoció el propio alcalde de Cantavieja, Miguel Ángel Serrano), ha sido el clima de afecto, de camaradería, de alegría. Un ambiente estupendo compartido por la gente (y muy especialmente por la Asociación Cultural de Cantavieja), que ha vuelto a sentirse integrada y protagonista del proyecto.
04/10/2004 18:10 Enlace permanente. sin tema Hay 3 comentarios.

"ESTRAVAGARIO" DE LIBROS

1. Conservo magníficos recuerdos de Eduardo Hernaz, al que entrevisté para aquella serie de “En primer plano” de “El Periódico de Aragón”. Era, desde su silla de ruedas, un apasionado de la vida: un defensor de la dignidad, un esforzado que pugnaba día a día, desde su aparente inmovilidad, por hacer un mundo más justo para aquellos a los que el destino o los dioses les han colocado dificultades en el camino. Siempre que te lo encontrabas, ahí estaba, sonriente, cargado de proyectos, como el hondero entusiasta. Falleció ayer tras una operación. Deja un magnífico recuerdo en la ciudad y un arsenal de logros para los discapacitados.

2. “Estravagario”. El sonriente, sabio y pícaro Javier Rioyo comenzó anoche su programa de libros en TVE. Excelente puesta en escena, conocimiento del tema, complicidad con los invitados (Luis García Montero, Joaquín Sabina y Vicente Molina Foix, que hablaron de Neruda y de otros temas), magníficos medios (habíamos visto en uno de sus documentales sobre Alberti, algunas tomas de cine con Lorca, Alberti y Neruda en Madrid) y sentido de la oportunidad, al recabar la opinión de Woody Allen, que confesó de nuevo su admiración por Luis Buñuel, por Cervantes y Lope de Vega, y al entrevistar a Carlos Ruiz Zafón, que cerró brevemente al piano la emisión, demasiado brevemente tal vez. Atmósfera humeante, calidez, sosiego y mucho oficio. Y lo que es aún mejor, escaso narcisismo de Rioyo, al servicio de la información y de la emoción. Tenemos un cita obligada con él los lunes por la noche.

3.”Magia”. Este es el título del nuevo libro de Manuel Vilas en DVD. Es una novela abierta, un libro río, torrencial, excesivo en ocasiones, nihilista, irónico o sardónico, e inmerso en una suerte de realismo sucio que está emparentado con su libro anterior: “Zeta”. Zeta, Cetísima, Zaragoza, vuelve a ser el paisaje elegido por el autor: una Zaragoza transmutada, fascinante y cruel a la vez, que acoge a dos personajes como Baltasar y Franz, en torno a los cuales se estructura este libro, que también tiene algo de recuento, de memoria de viajes, de casa de citas: por aquí andan Cavafis, Byron, los McDonalds, algunos pintorescos profesores de Universidad, dos putas como Lena y Temple. Es también una narración sobre el asombro, sobre las cosas cotidianas e intrascendentes que hace alguien a cualquier hora, como entrar en una página web de pornografía y fijarse, sobre todo, en el rostro de las mujeres, en el rostro de las atroces ninfas que no se sabe si sufren o gozan mientras las penetran un hombre anónimo, acaso bestial. Hay muchos párrafos donde elegir, pero nos parece sorprendente éste: “Zeta City. I love you. Triple Burgos. Te he mirado entera. Cetísima. Doble Tarragona. No sólo un trozo, como hacen muchos. Hipócritas. Yo, entera. He estado contigo cuando no te podías ni menear, nunca tuve inconveniente en tocarte las partes que nadie te ha tocado nunca. La sarna vaporosa, el fulgor de la medianoche de verano. Fue por humanidad y por amor. Ahora te voy a tocar la muerte. Porque te quiero, a mi manera”. Los muertos tienen una importancia decisiva en “Magia”, un libro perturbador, desgarrador, despiadado, que lleva en portada una fragmento de la obra “Gran comunidad” de Nacho Fortún.

4.Estoy a punto de acabar la novela “Nuestro GG en La Habana” (Anagrama) de Pedro Juan Gutiérrez, que es un relato policial breve inspirado en la estancia de Graham Greene en Cuba, estancia que daría lugar a una de sus mejores novelas. El libro comienza de modo borrascoso, en un viaje a los submundos de los garitos, los prostíbulos y las salas de fiestas. Allí, un hombre que se parece a Graham Greene entra en contacto con “Superman”, un hermoso negro, excepcionalmente dotado (y digo esto, porque es importante, sobre todo para el recién llegado), del cual se enamorará. ¿Graham Greene homosexual? Eso sí que no lo sabía el lector. A partir de entonces se desarrolla una novela de espionaje, policíaca, que no te deja abandonarla.
05/10/2004 10:37 Enlace permanente. sin tema Hay 1 comentario.

"LITERATURA, CINE Y GUERRA CIVIL"

También me ha llegado un libro que resulta prometedor: “Literatura, Cine y Guerra Civil”. Lo abres, y en efecto, es estupendo. Brillante. Son las actas de unas Jornadas, organizadas en Huesca bajo ese título en septiembre de 2003, coordinadas por José Domingo Dueñas. Es un libro, por tanto, colectivo, editado por el Instituto de Estudios Altoaragoneses, que lleva en contraportada un hermoso texto de Orwell, donde dice aquello de “Si alguna vez vuelvo a España, prometo firmemente tomarme un café en Huesca”. Escriben Michel del Castillo, Ignacio Martínez de Pisón, José Luis Melero, José María Azpíroz, Manuel Benito, Víctor Pardo Lancina y Ángel Garcés. José Domingo recuerda el éxito que tuvieron las jornadas y la necesidad constante de ampliar el aforo de las salas, y glosa los contenidos de las mismas con amplias referencias a Benjamín Prado, Julián Casanova o Esteban Gómez, entre otros. Y recuerda, citando a Víctor Pardo, “que se ha de estar dispuesto a pasar la página de la Guerra Civil pero a condición de haberla leído”.

Michel del Castillo (1933), que vivió dos años en Huesca en los años 50, narra su increíble historia personal: la relación con su madre (o lo que es casi lo mismo, su condición de niño en guerras), el abandono, el regreso a España, a Barcelona, en concreto, y finalmente su traslado a Huesca. No supo nunca lo que había ocurrido en la ciudad –que será la materia central de los textos de Azpíroz y de Víctor Pardo Lancina, impresionantes ambos, llenos de datos, de asesinos, de víctimas, de peripecias casi insoportables-, lo cual le lleva a recordar: “Y yo no escuché en aquel entonces nada, les aseguro –porque para eso tengo muchos defectos, pero no soy deshonesto-, no oí una palabra en aquel entonces sobre lo que hubiera podido suceder en Huesca. Nadie hablaba”. En otro lugar, confiesa: “Yo me acostumbré muy pronto a ver cadáveres; no me extrañaba la cosa en absoluto, era algo casi de..., hubiera jugado muy fácilmente con ello, ¿no? No me asustaban, no me daban miedo. Así que hay que hacerse del niño en la guerra ideas menos elevadas y filosóficas, diría yo, y mucho más sencillas, mucho más animales”.

Ignacio Martínez de Pisón en apenas dos folios cuenta la historia de José Robles Pazos, traductor de “Manhattan Transfer” de John Dos Passos. Ambos se conocieron en Toledo en el invierno de 1916. Esa amistad se acrecentó día a día. En noviembre de 1936, Robles acompañó al gobierno de la II República a Valencia y prestó sus servicios en la embajada rusa. Un mes después fue detenido, encarcelado y ejecutado bajo la acusación de espionaje y traición. Dos Passos empezó a investigar lo que había ocurrido y su intención de denunciar la represión estalinista lo enemistó con Hemingway para siempre. Este tema, desarrollado con toda amplitud, con numerosas revelaciones, es la materia central de “Enterrar bien a los muertos”, el nuevo libro de Pisón, que aparecerá en Seix Barral en febrero.

José Luis Melero Rivas reaparece aquí como el gran investigador, erudito y sabio de libros que es. Realiza una “Aproximación a una bibliografía comentada de la Guerra Civil en Aragón. Libros impresos durante la contienda y unos pocos de los años 40”, que ya anticipó en los IV Encuentros Literarios de Albarracín en 2003. Hay libros de todas las líneas de pensamiento, de autores muy diversos, desde Felipe Aláiz, biógrafo de Ramón Acín, Alonso Bea, un folleto que lo retrata del rector Gonzalo Calamita, Antonio Cano (autor de “Elegía a Túrbula. Devocionario de Teruel”, que es “un libro rebosante de amor por el Teruel destrozado por la guerra, en el que algún estudioso de Cano ha visto el influjo de Ramón Gómez de la Serna”, dice Melero), Francisco Cidón, Rafael García-Valiño, José García Mercadal, el libro de fotografía “Forjadores de Imperio” de Jalón Ángel, con prólogo de Pemán y del charlista conservador Federico García Sanchiz, o Benigno Varela, aquel hombre que mató en duelo a Juan Pedro Barcelona. El inventario de Pepe Melero está lleno de curiosidades, de conocimiento, y de auténticas sorpresas.

José María Azpíroz explica brevemente la situación prebélica y la catástrofe que se produjo en Huesca en 1936. Recuerda, por ejemplo, como el trece de agosto fueron ejecutados sus dos últimos alcaldes: Manuel Sender, hermano del escritor y abogado, y Mariano Carderera. Manuel Benito recupera algunas fotos poco conocidas o inéditas de la contienda y las explica con su eficacia y entusiasmo probados. Víctor Pardo profundiza en los protagonistas de la historia revolucionaria de Huesca, desde Galán a Ramón Acín, a Manuel Sender, a Paco Ponzán, y compone una precisa trayectoria de días, personajes y acontecimientos. Recuerda, por ejemplo, la amistad entre Ricardo Del Arco –al que define como “un ideólogo fascista”- y Acín. “Incluso fue amigo del cronista de la ciudad, Ricardo del Arco, con el que, no obstante, se enfrió la relación cuando Acín le recriminó que se llevara a casa legajos y libros del Archivo Municipal con el pretexto de estudiarlos, naturalmente, y que nunca volvieran a sus anaqueles. Ricardo del Arco, por este motivo, no incluyó a Acín en su libro ‘Figuras aragonesas”.

El libro se cierra con un trabajo de Ángel Garcés en torno a una serie de documentales sobre la guerra en el cerco de Huesca, y además el cinéfilo analiza el conflicto desde otra óptica, y rinde homenaje a Orwell. He aquí un libro valioso, lleno de datos, sugerente, que no agota el tema, sino que muestra la complejidad de la Guerra Civil en Aragón, y en particular en Huesca. Son 187 páginas muy provechosas.
06/10/2004 00:18 Enlace permanente. sin tema Hay 4 comentarios.

EL PALACIO DE LAS ARTES

La historia de la basílica del Pilar es sumamente compleja. El santuario ha ido creciendo con los siglos desde la primitiva capilla de adobe hasta su estado actual. Su historia queda desdibujada entre conjeturas, leyendas y algunas certezas inevitables como la figura de San Braulio, varias bulas papales, la visita de distintos reyes como Felipe IV (vino en 1644, cuatro años después de haber recibido a Miguel Juan Pellicer, el cojo de "El milagro de Calanda") e Isabel II, un grandioso incendio, y la inmensa figura de Ventura Rodríguez, aquel gran arquitecto, discípulo que Filipo Juvarra, que recibió el encargo del Cabildo, en 1750, para que hiciese el altar o tabernáculo del recinto. Y él, responsable del levantamiento del Palacio Real y de la iglesia de San Marcos, alumbró la idea de la Santa Capilla, que se inauguró en 1756 y tuvo un efecto inmediato: le otorgó unidad a un templo en el que se suman las intervenciones, los arquitectos (Herrera el Mozo, José de Yarza, Magdalena, Teodoro Ríos Balaguer...), las capillas, la variedad estilística de cada uno de sus edificios. Pese a las ampliaciones sucesivas, el Pilar sigue siendo un templo inacabado.

En una historia del monumento, refrendada por don Hernando de Aragón, se dice que el apóstol "Santiago, consagrando la iglesia, la intituló el Pilar". Jerónimo Zurita la califica como "ara y puerto de refugio" para los cristianos durante el periodo sarraceno desde el siglo VIII, y Alfonso I el Batallador, tras conquistar Zaragoza en 1118, donó a don Gastón de Bearn la parroquia de Santa María del Pilar. En el libro "El Pilar de Zaragoza" (CAI, 1984), los arquitectos Teodoro Ríos Usón y Teodoro Ríos Sola resumen: "La historia del Pilar nace, según la tradición, el día dos de enero del año 40; hallándose abatido el Apóstol Santiago a orillas del Ebro, se le apareció la Virgen para confortarlo. Ayudado por sus discípulos, construyeron una pequeña capilla que cobijaba el Pilar dejado por la Virgen". Ha sido, y es, para viajeros, embajadores, escritores, arquitectos, artistas y músicos una referencia de Zaragoza y, por todo ello, es no sólo centro de peregrinaciones o visitas, sino un palacio de las artes, compendio de historia y de espiritualidad.

En su interior, sin detenernos en su fastuoso joyero, objeto de varias exposiciones, han intervenido -en sus bóvedas, cúpulas y pechinas- artistas de enorme proyección. Ahí están las pinturas murales de Antonio González Velázquez, realizadas entre 1572 y 1574; de Joaquín Inza Aísa (1762-1763); las de Francisco de Goya por partida doble: la "Adoración del Nombre de Dios", pintada en 1772 en la llamada bóveda del Coreto, cuando tenía poco más de 25 años, y la "Regina Martyrum", realizada en el invierno de 1780 a 1781, en medio del desencuentro con el Cabildo; las cuatro bóvedas de Francisco Bayeu; las tres cúpulas de Ramón Bayeu; las obras de Bernardino Montañés, que contó con la colaboración de León Abadías, Mariano Pescador, Francisco Lana y de Marcelino de Unceta, ejecutante y diseñador de otra pintura mural; y, finalmente, los trabajos de 1941 y 1955, en cúpula, bóveda y pared, de Ramón Stolz.
El conjunto, que ha sido restaurado en varias ocasiones, no es nada desdeñable: está representada con brillo la gran pintura aragonesa del siglo XVIII y XIX. Sólo tiene el visitante que alzar los ojos. Entre los escultores, cabe citar a Damián Forment (que hizo el retablo mayor), José Ramírez y Pablo Serrano, que esculpió la fachada exterior que da a la plaza. El Pilar ha atraído numerosas miradas sobre sí: ahí están el famoso grabado de Wijngaerde, que forma parte de la iconografía inmortal de la ciudad, la "Visión de Zaragoza" de Velázquez y su yerno Juan Bautista el Mazo, los grabados de Gustavo Doré, o las aproximaciones de creadores como Juan José Gárate, Victoriano Balasanz, Francisco Marín Bagüés, o el propio Benito Pérez Galdós, en su faceta de dibujante. La lista sería inagotable, y no querríamos dejar al margen a la extensa nómina de pintores, dibujantes y diseñadores que han creado carteles para las fiestas del Pilar: Barbasán, Unceta o Balasanz hasta José Luis Cano, Juan Tudela o Víctor Gomollón, pasando por Guillermo, León Abadías, Manuel del Arco...
Desde la invención de la fotografía, el Pilar ha sido un constante objeto de atención. La Basílica ya aparece en las fotos de Charles Clifford o Jean Laurent, y seguirá estando presente en los trabajos de Jalón Ángel, Koldo Chamorro o José Antonio Duce, que le ha dedicado un libro completo y complejo a sus rincones y a sus atmósferas menos conocidas. Son 400 fotos donde está todo: la arquitectura, los mantos, el museo, el arte mural, la majestuosidad apabullante del recinto, el arte de la luz. El Pilar es protagonista absoluto y también forma del paisaje coral de Zaragoza: está situado en la plaza de las catedrales, con sus campanarios y torreones, su gigantesca mole, su embrujo, a orillas del Ebro, dialogando en el cierzo con la aguzada torre de la Seo. Es casi imposible sustraerse de su magnetismo y de su representación simbólica. Y Duce, como otros artistas, ha sabido atraparlos.
La literatura pilarista es enorme. Y no hablamos de la específicamente marianista o cristiana. Pocos han sido los viajeros, narradores o poetas que no hayan tenido palabras para la Basílica o el camarín de la virgen. Ya en 1939, en un libro tan raro como "El Pilar. La tradición y la historia. Obras. Culto. Milagros y efémerides" (Publicaciones Juventud), destinado a "servir de propagador de las glorias del Pilar", según el arzobispo Rigoberto Domenech, se ofrecía una "galería de personajes ilustres que avalan la tradición del Pilar", y se habla de apologistas, historiadores, eruditos, santos, poetas, militares (entre ellos, cita Aína a Zumalacárregui, Franco y al general Mola, que pronunció en el recinto aquello de "Virgen del Pilar. Tú, que todo lo puedes, ayúdanos"), viajeros, políticos y marinos. También cita proyectos conjuntos como el "Álbum poético de la Virgen Santísima del Pilar", publicado en 1908, bajo la dirección de Florencio Jardiel, donde figura Amado Nervo, entre más de un centenar de poetas de las dos orillas. Han escrito sobre el Pilar, en verso y prosa los hermanos Argensola, Lope de Vega, Tirso de Molina, Agustín Moreto, Guzmán de Alfarache, el Duque de Rivas, Zorrilla, Luis Ram de Viu, Gustavo Adolfo Bécquer, José Martí, Miguel de Unamuno (le dedicó una composición de su "Cancionero": "El Pilar es una piedra a cuyo pie va el Ebro; // al otro lado el Coso que a la piedra hace quiebro"), Benjamín Jarnés, Ramón José Sender, Gil Comín Gargallo, Mariano de Cavia (un pilarista absoluto. dijo de la basílica que era "mitad Templo del señor, mitad Alcázar del pueblo", y de la Virgen añadió: "nuestra Virgen del Pilar, alma de una raza de héroes"), Castán Palomar, Santiago Ramón y Cajal o Gerardo Diego. El poeta del 27, muy religioso, le dedicó: "Regina Turrum": "María del Pilar, mi pilarica // las aguas que te copian con mi beso // que, al manar de mi tierra, ya retoza, // de ir a abrazarte y está aquí y salpica // tus torres, tu Pilar, todo el proceso // de tu carne celeste en Zaragoza". Y tampoco les pasó inadvertido a Giaccomo Casanova en su viaje a España (escribió: "Mi estancia en Zaragoza me proporcionó la ocasión de observar en detalle las ceremonias del culto rendido a Nuestra Señora del Pilar, estas ceremonias consisten principalmente en procesiones, en las cuales pasean imágenes de la Virgen de una dimensión colosal"), ni a Edmundo d'Amicis, ni a Somerset Maugham, que le dedica un fragmento de sus diarios a un viaje a Zaragoza y a una parada ante el monumento en una mañana luminosa. En el teatro, existen piezas específicas como "Columna sobre columna Nuestra Señora del Pilar" de Vázquez Zamora, el autosacramental "La Virgen de Zaragoza" de Antonio Rodríguez Martel, la tragedia "La Pilarica" de José Fola Iturbide (al que Leandro Aína tilda de "irreverente y sectario") o "La capitana del siglo" de Marcos Zapata. El padre Roque Faci publicó un libro de sermones pilaristas: "Candelero místico". La lista, bien se ve, resulta infinita.

En el cine también es fácil rastrear numerosas imágenes del santuario. La única película que se conserva del siglo XIX es "Salida de misa de doce del Pilar de Zaragoza" de los Jimeno, rodada en 1899, película legendaria que ha sido objeto de estudio pormenorizado de Agustín Sánchez Vidal, pero también rodaron los pioneros Segundo de Chomón, Fructuós Gelabert, Antonio de Padua Tramullas y Manuel Reverter (dueño de la productora Quintana y Cía, que rodó "Apuntes de las fiestas del Pilar" y "Zaragoza pintoresca"), Florián Rey, José Luis Borau, que hizo un documental sobre Zaragoza hacia 1966. En 1996 volvió a repetirse el proyecto de los Jimeno con cámara Lumiére y la gran familia del cine español. Tal vez la mejor anécdota sea de 1925: se permitieron grabar los interiores de la Basílica del Pilar para insertar en "Nobleza baturra" de Joaquín Dicenta y Juan Vilá Vilamala. La publicidad decía que "era la única película en que, por su argumento moral, se ha permitido impresionar el interior del templo del Pilar, rindiendo glorioso homenaje a la Patrona de Aragón". Tal como recoge Sánchez Vidal en el catálogo "Luces de la ciudad", uno de los cánonigos, al acabar la filmación, "creyó oportuno ponerse al frente del equipo de Dicenta y rezar un Ave María como desagravio a la Virgen por aquella irrupción de las cámaras de cine en su capilla".
También hay ecos del monumento en la música. En Sebastián de Aguilera, sin duda, en la jota (uno de las variedades o subgénero de cantes de jota tiene como protagonista recurrente a la Virgen del Pilar) e incluso en la música popular. Hace poco, el locutor Pedro Elías encontraba una canción que había oído en su niñez: una balada de Antonio Machín dedicada a las palomas de la Virgen del Pilar.
11/10/2004 21:39 Enlace permanente. sin tema Hay 11 comentarios.

ANDRÉS FERRER, EN LAS CORTES CON "HISTORIA AUSENTE"

Elegía y denuncia del moderno Arrabal

Andrés Ferrer recoge la arquitectura industrial del entorno de la estación del Norte en la exposición “Historia ausente”, que se presenta en las Cortes

Antón CASTRO
Andrés Ferrer (Zaragoza, 1952) empezó a implicarse con el paisaje urbano hacia 1994. Se dio cuenta de que, al lado de su estudio del Arrabal y de la Avenida de Cataluña, había grandes superficies que siempre le habían encantado y que poseían una sugerencia plástica indudable. Además, representaban la decadencia visual de un espacio, de la historia de la ciudad, de una forma de vida. “Siempre he estado comprometido con el patrimonio y con la denuncia de su desaparición. La zona del Arrabal era cómoda y evocadora para trabajar. Los edificios industriales estaban contiguos el uno al otro. Hablo de Maquinista y Fundiciones del Ebro, la Harinera Soláns, en la que también integro el chalé de los Soláns, y la Azucarera de Aragón, todo ello en el entorno de la estación del Norte que ya no existe y que fue determinante para entender la peripecia de la modernidad industrial en Zaragoza a finales del siglo XIX”.
Andrés Ferrer incluso tuvo un tío fue jefe de compras en Maquinista y Fundiciones del Ebro, donde trabajaron de delineantes los pintores de “Pórtico” Eloy Laguardia y Fermín Aguayo. Explica que le atrajo aquella atmósfera por el abandono, por la destrucción irreversible, “la ruina y la estética de la decadencia siempre me han interesado”, y porque esas fotos podrían ser un recordatorio social, una elegía, del barrio del Arrabal. El resultado es el proyecto “Historia ausente”, compuesto por 54 fotografías, de las cuales 16, de gran formato, se exhiben estos días en la capilla de San Martín de las Cortes.
“Hay dos tipos de obras: las de arquitectura urbana exterior, matizadas por líneas muy perpendiculares y amplias panorámicas, y las del interior, que potencian la ausencia de lo que hubo aquí, y recuerdan la labor de la gente del barrio, y la pérdida de identidad que supusieron los cambios –señala el fotógrafo-. Y además me impuse la obligación que tenemos los fotógrafos de catalogar o documentar lo que es la historia. De todo lo que aquí se refleja, sólo queda una parte de la Azucarera, lo demás es historia”. El trabajo se hizo a largo de un lustro, entre 1994 y 1999, aunque el grueso se desarrolló en 1998. “La fotografía, al fin y al cabo, es luz. No me ha importado ir las veces que hiciera falta si presumía que la iluminación iba a ser mejor. Este proyecto está emparentado con otra serie, “95/96”, que se expuso en el Círculo de Bellas, con ‘Magmas’, que estuvo en Vitoria, luego en Tarazona-Foto y en Montjo (Barcelona), donde yo utilizaba los elementos industriales y los fundía con el cuerpo humano. Esas fotos de bodegones, de esculturas industriales, de objetos, me han servido para hacer experimentos y reaparecen aquí, de nuevo. He tenido una cierta disciplina para reflejar aspectos sugerentes, presencias, fantasmas que siguen ahí dentro. Por ejemplo, había que contar que la Azucarera había sido el depósito municipal de embargos durante un tiempo y que en otro momento fue víctima de los ‘okupas’. O que había una serie de oficios artesanales que han desaparecido y nos han legado piezas admirables. Yo busco la perfección y eso a veces puede llevarme hacia la rigidez, pero es una obsesión personal, lo cual no impide que me deje guiar por la intuición. Insisto: la fotografía es luz. Por la tarde descubres cosas que eran invisibles por la mañana”.
Para Andrés Ferrer -que ha fotografiado La Habana; la Patagonia y Tierra de Fuego en un proyecto en marcha, titulado “El viaje vertical”, o los templos de Angkor, series todas ellas del último lustro-, el proyecto “Historia ausente” se completa con un espléndido libro: lleva un estudio de María Pilar Biel, la profesora que mejor ha estudiado la arqueología industrial y el desarrollo de Zaragoza desde finales del siglo XIX, “un texto muy limpio y didáctico”, y el propio fotógrafo ha diseñado un volumen “visualmente muy claro”, que ya constituye un documento imprescindible, un tratado de historia local y una obra de arte. “Todos mis trabajos tienen un relato o un guión. La fotografía está muy vinculada con la literatura. Yo siempre intento contar una historia”. Y en “Historia ausente” más todavía: es una muestra sobre la destrucción inexorable, sobre la pérdida, sobre seres invisibles a la deriva que construyeron, antaño, la modernidad.
11/10/2004 21:20 Enlace permanente. sin tema No hay comentarios. Comentar.

"APUNTES DEL NATURAL" DE PEPE CERDÁ

Pepe Cerdá sale de los toros, donde ejecuta primorosamente al agua, los mejores lances de la tarde, los atrapa al vuelo, los reinventa y los ejecuta con extensa mano de mago, y se va al Palacio de Montemuzo donde expone sus “Apuntes del natural”, sus trabajos sobre papel. Es una muestra delicadísima, llena de sutileza y de oficio, donde el pintor despliega su mirada, su visión del paisaje y su ingenio de narrador y de teórico. La muestra se compone de acuarelas –de naturaleza, de interiores, de estampas de grupo con anécdota-, que llevan un texto más o menos extenso donde Pepe se deja arrastrar por su conocimiento del mundo, su sabiduría en el arte de contar y de teorizar. Los textos explican las acuarelas y además son otra cosa: impresiones del artista, hallazgos expresivos, relatos o evocaciones no sólo de un momento en el campo, sino recuerdos de su padre, que fue su primer maestro, encuentros con Sorolla, Pierre Bonnard o Vermeer, al que le rinde un homenaje explícito en un magnífico retrato de cabeza de mujer, o con Pablo Picasso. Los textos, que tienen algo de diario de artista, abundan en sus teorías sobre la realidad y la untuosidad de la materia, la modernidad y el clasicismo, todo ello contado con esa ironía del artista al que le dan cien mil patadas en la espinilla la afectación y la búsqueda de trascendencia. Una mujer, ante las obras, decía: “Es precioso leer estos relatos. Cerdá es un magnífico escritor, pero además las piezas ayudan a entender mejor su pintura, estas acuarelas que son sutiles, violentas, apasionantes y sombrías en algún caso”. Más o menos eso nos dijo una señora de México. Su fraseo es irreproducible. No recordaba a Julieta Venegas.

Es, además, sumamente bonito y emocionante comprobar de nuevo la cantidad de amigos en la vida y en la creación que tiene Pepe Cerdá. Pepe Melero, que vio dos veces las salas del fondo, piensa lo mismo. ¡Qué bonita es la amistad en la ciudad de la alegría!
11/10/2004 21:35 Enlace permanente. sin tema Hay 1 comentario.

NOTICIAS DESDE LA CIUDAD DE LA ALEGRÍA

Tengo el ordenador estropeado de nuevo. Por eso no escribo: no es abandono ni pereza ni cansancio. Echo de menos, tras mis paseos con la perra Noa, mi relación con el ordenador. Es un instrumento imprescindible para mí. Incluso, tengo la sensación de que leo menos, de que la vida pasa más deprisa y con poco jugo, y ni siquiera –para complicarlo todo un poco más- de madrugada veo a Jorge, el guardián de las sombras. Mi amigo Manuel Martín Mormeneo, el fotógrafo secreto o casi invisible de Garrapinillos, tampoco me escribe. O si lo hace es para decirme que han levantado las calles, cómo cambia la población día tras día con tantas obras en marcha (“el otro día, alcé los ojos hacia el cielo y vi seis gigantescas grúas amarillas”), y para contarme que por desgracia no ha vuelto a ver a Sonia. Cosa que lamenta porque tras el episodio del coche, del Audi, no sabe más de ella, y el Pilar, con esta alegría desbordada, era un escenario ideal para acentuar aquella noche de estrellas al acecho.

Apenas he vivido las fiestas. Las he vivido viendo a los otros, a gente feliz que va por las calles y se ríe, y disfruta, y se agolpa en cualquier sitio: ante unos payasos, ante una concertista rusa, ante un grupo de música, frente a un vendedor ambulante que ofrece pendientes de alpaca o un bolso ideal para activar una conquista dormida. A veces me encuentro con gente: me llama Cuchi, José María Gómez, que va a los toros; me llama Alfredo Castellón, que va a participar en las Jornadas que le van a dedicar a María Zambrano en la Residencia de Estudiantes (por cierto, tengo ante mis ojos desde hace días el libro “La razón en la sombra. Antología crítica”, publicado por Siruela con edición de Jesús Moreno Sanz; os confieso que mi artículo favorito, aunque está incompleto es el que se titula “Una estirpe gallega: Rosalía de Castro, Valle-Inclán y Rafael Dieste”) y luego pasará aquí, en Zaragoza, su documental sobre la filósofa, “Un lugar de la palabra”, el 27 de octubre en un ciclo que coordina José-Carlos Mainer. Javier Delgado también me escribe o viene a verme y me entrega sus trabajos maravillosos sobre el Parque Grande. Le vamos a dedicar un monográfico en la tele.

Me llama, o me manda un correo Manuel Vilas, que acudirá el martes 19 al plató de “El Paseo” para hablar de su ambiciosa, densa, mística y divertida novela “Magia” (DVD), me llama Mariano Gistaín y me anuncia que va a realizar un programa sobre nuevas tecnologías en Antena Aragón. Me encuentro en RTVA con Andrés Ferrer y María Pilar Biel, que hablan del proyecto “Historia ausente” o con un entusiasta Mariano Chueca, que parece estar en éxtasis después del concierto de Veruela, donde se gestó el disco “El sueño de la tortuga”. Pongo su canción “Lo mejor del mundo”, el primer corte, a la exposición de Santiago Lagunas en Carlos Gil de la Parra.

Me llama, o lo llamo, Cerdá, que está haciendo unas preciosas ilustraciones taurinas. Mañana y pasado, sábado y domingo, iré a la plaza para hacer una crónica de acompañamiento de las de Ángel Solís. A sustituir a ese maravilloso profesional, en la vida y en los toros, que es Miguel Ángel Coloma. Llamo, que no me quiere llamar ya, a Ana Latorre: sé que está trabajando duro en “Punto de encuentro”, que ha cambiado de corsé y lamento mucho no haber podido asistir al concierto del grupo de Gonzalo Alonso. Son un fan total de su tropa feliz, pero ya he hablado tanto de ellos que voy a parecer monomaníaco.

Me escribe Luisinho Alegre, el tato dulce del cine y del amor. Es como un desaparecido que regresa de golpe para alegría del mundo. Ha estado malo y yo, como tantos de vosotros, seguro, sin enterarme. Ya está bien y disfrutará. Queremos tanto a Luis, Glenda. Me dicen que viene Pisón, iré a verlo a él y a los halcones de la noche al Babel. Me llama Pepe, siempre llama Pepe Melero para animar por todo: por los artículos sobre Ava Gardner, el Pilar o Mariano de Cavia (por cierto, ya ha salido la edición facsímil de “De pitón a pitón” que ha publicado la Asociación Cultural Mariano de Cavia), y ahí seguimos, a impulsos de amistad, cariño y tabaco.

Salgo un poco tarde y me encuentro con Alberto Calvo. “Supermaño”. Lleva entre manos un disco de Ute Lemper de canciones de Kurt Weill y el libro “Aragón en el mundo” (CAI, 1988). Está muy contento con su tira de “Heraldo”, se le ve con ganas, como un artista que busca su sitio y que parece hallarlo por momentos. Y esta noche, cuando volvía yo de grabar “El Paseo”, hemos dedicado un monográfico a los 25 años de Miguel Marcos –con reportajes sobre la exposición del Palacio de Sástago, con incisos sobre Víctor Mira, José Manuel Broto, Joan Brossa y la “Memoria gráfica, 1977-2004”-, tengo un sobre suyo: uno de sus dibujos de cara de mujer y la grabación de un extenso fragmento del disco, y además me deja una carta que empieza así: “Amigo Antón, me alegré infinitamente de verte tan majo como siempre”, y añade algo que es muy bonito, aunque pueda parecer un poco narcisista contarlo aquí: “Quiero que sepas que me siento en deuda contigo, pues no estoy muy acostumbrado a que me traten bien”. Se refiere a que el pasado año le publicamos una portada en “Artes & Letras” y unas centrales contando su historia, su trabajo y reproduciendo muchas obras suyas. Me encantaron aquellos dibujos…

He hecho algunas otras cosas: me he leído el texto de Javier Barreiro sobre Daniel Montorio (Lcd Prames), que es realmente bonito y revelador, y he oído una, dos, hasta tres veces el disco completo. La mañana del jueves se lo puse a Sarita para que se despertase. Prefiere a Bebe o a Franco Battiato o a Django Reinhardt, quién lo diría… Me gusta mucho “Soy un pobre prisionero” y “Soy minero”, pero todo el disco es estupendo. Cuántas cosas hizo este hombre, cuánta música, cuánto cine, desde “Agustina de Aragón” en 1928, creo recordar. Y cuánto trabaja Javier Barreiro, que presenta libro muy pronto. Se titula, cito de memoria, “Voces de Aragón”, es de la colección Biblioteca Aragonesa de Cultura, que dirige Eloy, a quien no he visto desde el pasado junio.


Última noticia por hoy: conozco a la joven artista Ana Lóbez Cuadrado (Zaragoza, 1977) que me deja un catálogo de su exposición de Ibercaja Torre Nueva: “Territorio de luz”, una cuidadosa y variada colección de óleos, donde refleja su gusto por la pintura, su audacia poética sobre una idea muy peculiar de la construcción. Aunque lo que más me gusta de Ana, y espero que me disculpe esta sinceridad (es buena pintora, de veras), son sus ilustraciones para cajas de cerillas, que organiza como un acordeón de dibujos, de signos, de diseños muy sugerentes.

He visto mucho arte. Muchísimo. Os recomiendo tres catálogos: “25 años de Miguel Marcos”, con texto de Fernando Castro Flórez; “Historia ausente”, el proyecto completo de Andrés Ferrer, 54 fotos, con un texto didáctico y bello de María Pilar Biel, una adorable y cálida mujer morena, y “Latidos del tiempo” de Gervasio Sánchez y Ricardo Calero, lleno de compromiso, denuncia, lucidez y poesía contra la barbarie. Por cierto, si alguno tuviese interés os recomiendo el espléndido montaje de la muestra que ha hecho para “El Paseo” el cámara Jesús Peñas. A veces, tengo la impresión de que en RTVA estamos creando un clima de complicidad y confianza maravilloso, más allá de las incertidumbres de la televisión autonómica. Pienso en la maquilladora Inma, en Patricia Bertol, nuestra productora, en Alfonso, nuestro técnico de sonido, en David Ferrer, en Elisa, Natalia, en mi ojo de cíclope Alberto Gámez, en Jorge Guelbenzu, que paree protegernos dejándonos hacer sin intromisión. Pienso en todos…
15/10/2004 23:23 Enlace permanente. sin tema Hay 4 comentarios.

ARTÍCULO DE PEPE MELERO SOBRE LA JOTA

SOBRE LA JOTA Y ALGUNAS IMPUREZAS*

Yo vi ganar a José Iranzo “El Pastor de Andorra” el Certamen de 1974. Este año se cumple por tanto mi trigésimo Certamen y ya casi me he convertido en eso que suele llamarse “un viejo aficionado”. Durante muchos años he tenido que sufrir las finas ironías de algunos de mis amigos por mi insobornable afición a la jota, pues no eran pocos los que pensaban que ésta era algo del pasado, que sintonizaba y simpatizaba en exceso con los aires marciales de un régimen político que siempre vio en ella el canto de una raza, y que en realidad no era sino un vehículo de transmisión política que siempre apuntaba hacia una única dirección: la derecha, naturalmente.
¿Tenían razón mis amigos? Durante muchos años creo sinceramente que sí. Sólo un aragonesismo a prueba de bombas como el mío pudo resistir tanta zafiedad durante tanto tiempo. Todavía en los años 80 y 90 se seguían cantando sin rubor alguno coplas escritas en la guerra civil por simpatizantes del bando vencedor, como algunas de Abad Tárdez. El más rancio nacionalismo español había encontrado en la jota campo abonado y durante años y años tuve que sufrir cantas que hubieran servido de broche de oro a cualquier mitin de Queipo de Llano (o de Rodríguez Ibarra hoy, que en todos los sitios cuecen habas): “Todos los aragoneses/ al gritar Viva mi tierra/ no dicen Viva Aragón/ dicen Viva España entera” o “Quien oyendo un Viva España/ con un Viva no responde;/ si es hombre no español/ y si es español no es hombre”, que se deben al estro inflamado de Luis Sanz Ferrer (Cantas y... “Cantos”, 1923). El mal gusto y las coplas o cantas reaccionarias eran también habituales: “Si te pega tu marido/ no te debes enfadar/ te pega porque te quiere/ porque te quiere pegar” o “Los hombres y las mujeres/ visten con extravagancia/ y ya no hay quien los distinga/ ni a dos metros de distancia”. Y los tópicos habituales de los Amantes, Agustina, etc, estaban a la orden del día. Además la jota era confesional y la sobreabundancia de coplas religiosas ponía de manifiesto, un día sí y otro también, que el laicismo no había llegado al mundo de la jota. Todos hemos oído miles de veces la canta de “La que más altares tiene”, y nunca, ni una sola vez, oí en el Principal una copla también tradicional como ésta: ”Si vas a Misa por verme/ no vayas a la mayor/ ni tampoco a la primera/ porque a Misa no voy yo”.
Me dirán ustedes que por qué acepté entonces sufrir tanto. Pues porque sabía que la jota era mucho más que eso, que los estilos históricos que cantaron nuestros abuelos y bisabuelos sólo estaban esperando que se abandonaran esas coplas y se recuperaran las tradicionales para volver a brillar de nuevo, y que una época histórica sombría como fue el franquismo no podía acabar con lo que era el canto tradicional por excelencia del pueblo llano aragonés. La jota había sido siempre algo auténticamente popular y estaba convencido de que el tiempo volvería a poner las cosas en su sitio, que si algún sentido tenía la jota como manifestación popular ése era el de unir a todo un pueblo, y que si aspiraba a representar a Aragón en su conjunto acabaría obligatoriamente dejando de lado todo aquello que pudiera ser motivo de disensión. Para eso era necesario renovar las coplas y también volver a cantar las más tradicionales, aquellas que pudieran gustar y emocionar a los aragoneses de cualquier condición, sin distinción de clases ni ideologías: pensemos en rondaderas como la de Mainar o el estilo Baldomero, en bellísimas coplas de amor como la que suele cantarse con el estilo “de la del albañil”: “Baturrica, baturrica/ yo te llamo, yo te llamo/ que no tardes, que no tardes/ que me acabo, que me acabo”, en el estilo Calatayud: “Derecha te estás criando/ como las cañas del trigo/ aquí te estoy aguardando/ para casarme contigo”, en el estilo de la Parra, en el estilo de la fiera (“No tires piedras, cobarde”), en el de la fiera antigua, en la enredadera que inmortalizó Cecilio Navarro, en las clásicas femateras y trilladoras, o en las coplas de humor aragonés que aquí tanto gustan: “Cuando se murió mi madre/ dijo una verdad mi abuela/ si este chico tiene suerte/ vivirá hasta que se muera”.
Hoy se han limpiado ya muchas impurezas y el Ayuntamiento ha incluido por fin en las bases del Certamen “que se valorará especialmente la recuperación de cantas o coplas aragonesas hoy olvidadas entre los cancioneros aragoneses antiguos”. Y cada vez se oye cantar más esta copla: “Canto a la espiga del trigo/ canto al campo, canto al aire/ y canto a la libertad/ como no le cantó nadie”. Y es que el que resiste, gana.

José Luis Melero Rivas

*Este artículo ha aparecido en la revista "Qriterio", en su número 20, del 15 de octubre. Y es de nuestro erudito, y sin embargo inmenso amigo, Pepe Melero, "El hombre que oía jotas a las seis".
16/10/2004 12:53 Enlace permanente. sin tema Hay 4 comentarios.

"VICTORINOS" EN EL COSO DE LA MISERICORDIA

La primera reyerta se libraba en el cielo: el sol y la tormenta pugnaban a dentelladas sobre el coso. El poeta Alfredo Saldaña expresó un deseo: “A ver si tenemos una buena corrida”. Ya dentro, el crítico de estas páginas, Ángel Solís, recibió una caricia sincera: “Vaya feria estás haciendo. La gente está loca contigo”. Alfredo Romero, jefe del Área de Cultura de la DPZ, luce terno impecable: la fiesta debe despedirse con elegancia como si fueses a tu propia boda. .En el patio de caballos, los picadores mitigan sus nervios dando vueltas como caballistas sin rumbo y los Victorino Martín, padre e hijo, departen con un mayoral de noble estirpe. En el acceso al callejón, vemos el poema pintado de la fiesta: los colores destilados, desde el azul azabache al berenjena y al rojo. Refulgen las pedrerías con un brillo mortecino. Un banderillero hace ejercicios de calentamiento y un hilillo inicial de sudor le perla la noble cabeza rasurada. Dentro, acomodados, José Ángel Biel, Miguel Ferrer y Javier Callizo conversan y esperan desde un burladero denso de olores. Hay una impregnación grotesca de olores y se despliega un ruido que percute como una música dodecafónica. El albero es como una yacija inmensa y plana que llenará de espuramajos, de orines, de un manantial incontenible de sangres.
Cuando sale “Platino”, cárdeno, entendemos al toro y al torero. Es la belleza primitiva del campo con una mirada estrábica de hielo y fuego. Se alza una naturaleza humana, y a veces inhumana, de voces que increpan. La luz se ha vuelto enfermiza, como de tristeza de circo. Alguien, tras el amago de lidia, que nunca cogió ritmo, sentencia: “Mucho miedo, ¿no?”. El Fundi liquidó muy pronto a su enemigo y lo dejó ahí, tendido y humillado, como un perro apaleado. ¡Qué grandeza ofendida! Cuando sale “Vengador” levanta suspicacias su sólo nombre. Y las incrementa un picador –“éste ya no se parece a Fernando Botero, como el otro”, dijo alguien-, al que llaman: “Barrenador”. Y Encabo le propone un desafío al toro: esculpe la cadencia, enerva la atmósfera de emoción (provocó el primer olé a las seis en punto de la tarde) y se hace acreedor al trofeo. Pero le quedaba un trago inesperado: cinco pinchazos. ¡Qué agonía la del diestro y la del astado! De la gloria a la nada sólo hay un paso, quizá unos cuantos segundos, y en ese tránsito también hay lugar para el patetismo y el esperpento. ¿Qué fue, si no, esa imagen de un peón apuntillando casi con delectación, hasta diez veces, a “Vengador”? “Jaquetillo” fue una bestia imposible para “la prodigiosa mano izquierda de El Cid” (así lo dijo el aficionado de mérito, José María Gómez). El torero, desairado por su rival, palideció y dio varios saltos leonados de supervivencia. Una señora que se parecía a la escritora Mercedes Salisachs envolvió una empanadilla en una servilleta roja y musitó: “Qué miedo he pasado”. Hubo murmullos que olisqueaban la tragedia. Un doble aragonés de Sandokán se mesó los cabellos y resopló: “Qué respiro”. El fotógrafo Cano seguía pidiendo a todos los toreros: “Lleva al ‘Victorino’ a los medios”. Ricardo Aguín “el Molinero” comía pipas, y Raúl Gracia miraba el reloj. La tarde no encontraba su temple y el albero sólo recibía un pis y otro pis de puro pánico. Lejos, en el patio, como en un espejismo distante, los picadores cabalgaban sobre el tedio. “¿Qué estará pensando Victorino?”. Salieron más toros, se resolvieron con filigrana algunas banderillas, pero había poco que hacer. Ni había toros –manseaban, reculaban, y como mucho se sometían a un abanico intrascendente de capa- ni había diestros que fuesen capaces de encadenar una secuencia de pases o que acertasen a embarcar a la bestia en una lenta melodía de seducción. La tarde languideció de súbito. Pepa, la tasquera de San Sebastián, resumió: “Éstos no han sido ‘victorinos’. Han sido alimañas”. Y el fotógrafo Manuel Lozano recordó que en los años 50 había hecho en Barcelona una amorosa foto a Ava Gardner y Mario Cabré, “cuando se amaban”. Ya en la calle, la decepción era definitiva. El pintor Pepe Cerdá, entregada su tarea, tenía algo de boy scout que ha rejuvenecido de golpe en una fiesta triste, triste, triste…
16/10/2004 22:38 Enlace permanente. sin tema Hay 3 comentarios.

DIÁLOGO CON FERDINANDO SCIANNA DE MAGNUM

Entrevista con FERDINANDO SCIANNA

-¿Qué llevó a dejar su carrera de arquitecto o de médico, profesiones que sus padres soñaban para usted, por la fotografía?
-Me molestaba la idea de un destino preconcebido que existía en los deseos de mi padre como si mi vida fuese un traje que yo tenía que ponerme. Lo que menos comprendió mi padre fue que yo le dijese que quería ser fotógrafo. Eso era para él muy enigmático.

-Pero, ¿por qué fotógrafo precisamente?
-No lo sé muy bien francamente. Yo creo que aún tenía menos idea que mi padre de lo que significaba ser fotógrafo. Puede ser que me animase la idea de cuando yo hacía fotos a mis compañeros de colegio. Una compañera me decía: “Qué bonito. ¿Me haces una a mí también?”. Era como una idea de ser apreciado, de seducción, de ser reconocido. Me pareció haber encontrado un camino. Y así fue como empecé a hacer fotos de fiestas populares con la idea de hacer una tesis de antropología. Después, afortunadamente, encontré a Leonardo Sciascia.

-El gran escritor italiano (1921-1989), autor de “El caso Moro”. ¿Le dijo algo Sciascia de la fotografía?
-No me dijo nada en particular. Aunque sí sobre mis fotografías, y me reveló que yo no tenía ninguna vocación antropológica, aunque sí narrativa. Era uno de los raros intelectuales escritores italianos que estaba interesado en la fotografía. Él tenía en su casa, por ejemplo, los dos libros claves de Henri Cartier-Bresson: “Images à la sauvette” (1952) y “Los europeos” (1955). Los vi en su casa por primera vez.

-Acaba de hablar de la capacidad de seducción, pero usted también ha estado tocado siempre por la fortuna, ¿no?
-Eso es verdad. Me encuentro a Sciascia, pero también me encuentro a Lamberto Vitali. Lo encontré por azar en una librería. Sciascia, que estaba conmigo, me dijo: “Enséñale las fotos”. Le encantaron y me pidió que le hiciese fotos en la boda de su hijo. Quería que hiciese fotografías irónicas y sarcásticas sobre la burguesía a la cual pertenecía socialmente, aunque no intelectualmente. Supe algún tiempo después que era rico porque era un gran comerciante de café y de piel. Él era un crítico extraordinario, un coleccionista de arte, tenía en su casa 45 cuadros de Morandi y de otros artistas famosos. Ha legado obras a no sé cuántos museos de Milán cuando murió y también había escrito sobre “Fotografía y Resurgimiento italiano”, sobre Nadar. Tenía una relación cultural muy fuerte con la fotografía.

-¿Le sirvió de algo su reportaje sarcástico?
-Le gustaron mucho las fotos. Yo era muy joven entonces y bastante político y arrojaba una mirada bastante polémica sobre la burguesía rica en un ambiente muy fastuoso en Milán. Era un reportaje muy poco clásico, raro; pese a todo, su hijo y yo quedamos muy amigos. Cuando me marché a París, Lamberto Vitali me dio una carta de presentación para Henri Cartier-Bresson porque él había organizado su primera exposición en Italia. Nunca utilicé aquella carta por vergüenza.

-Tras publicar “Las fiestas religiosas en Sicilia” se fue a Milán...
-Sí. Y al poco tiempo, tras unos meses o pocos años en la bohemia, empecé a trabajar como reportero gráfico en la revista “L’Europeo”. Siete años después, el director me envío a París como corresponsal. Estuve allí diez años. Allí conocí a Cartier-Bresson.

-¿Y a Milan Kundera, no?
-Tuvimos una relación muy intensa. Yo era muy amigo del escritor francés Dominique Fernández; éste tenía una gran admiración por Kundera y me lo presentó. Le propuse a “L’Europeo” hacer una entrevista con este hombre que nadie conocía y lo fui a ver a la Universidad de Renes (Bretaña), donde daba clases. Le hice la entrevista, luego vino a París y hubo una relación muy intensa. Yo le ayudé, casi sin querer, a resolver un problema narrativo de su novela “La insoportable levedad del ser” al hablar de mi oficio.

-¿Cómo fueron esos años de París?
-Llegué en 1974 y había como una contrarrevolución o contragolpe del mayo del 68. Mi primer trabajo fueron las elecciones presidenciales, fue elegido Giscard D’Estaing y me quedé en la ciudad durante todo su mandato hasta la elección de Miterrand. Era una fiesta, claro, estaba con los ojos como platos de admiración y embrujo ante esta ciudad, que me procuró una gran cantidad de experiencias. Y después, cuando en 1977 publiqué “Los sicilianos”, conocí a Cartier-Bresson. Fue para mí una cosa extremadamente importante porque yo estaba incómodo, empezaba a pensar que mi historia del fotógrafo se había acabado. Pero cuando este señor, que era Dios en tierra de la fotografía, me dijo que lo que yo hacía era bueno, empecé a ilusionarme de nuevo. Cuando decidí volver a Italia, me propuso incorporarme a la agencia Mágnum.

-En ese momento, ¿cómo entendía la foto?
-Todavía, de manera bastante bressoniana, con una implicación que luego se ha puesto mucho en crisis, “smithiana” (de Eugene Smith), de tipo político. Quería cambiar el mundo con la fotografía.

-Existen elementos que llaman mucho la atención en su fotografía: la fuerza de los rostros, la calidad de los contrastes, la composición.
-Hay cosas que tienen que ver con tu propio origen. Si tú has nacido, no sé, como Cartier-Bresson en Normandía, puede ser que tu idea de la luz instintivamente sea como la que él anuncia: una luz blanda, luminosa, un cielo un poco nublado, que te permita ver la forma sin contrastes excesivos. Para mí sería imposible tener una idea de la luz de este tipo porque vengo de un lugar donde la luz te mata. Digo siempre: “A mí me interesa el sol porque hace sombra”. Por eso es muy negra mi luz. Eso viene de mi origen. La composición acaso sea un instinto que se ha nutrido, antes del instinto mismo, de una intuición y después de mucha cultura fotográfica.

-¿Planifica mucho las fotos?
-No. Claro que si hago una foto de moda, la planifico, pero de manera muy primitiva. Así como, de reportero, no digo nunca: “Ponte aquí, ponte allá”, con la moda sí lo hago. En los reportajes o retratos me conduzco siempre con la ideología bressoniana del testigo invisible. Entiendo la foto como un toreo con el instante. Y eso me apasiona: el mundo está enfrente de ti con sus significaciones y sus formas que tienen algo de caóticas; hay un momento en que tú identificas con la misma rapidez con que las cosas pasan. Eso implica muchísimos errores, pero de vez en cuando el milagro sucede. Por eso no me siento muy responsable de mis fotos: son un del azar y de la vida.

-¿Tiene claro lo que busca o más que buscar, encuentra?
-Encuentro. Uno piensa en buscar elementos concretos: miradas, grupos, atmósferas, tensiones, pero luego halla otras cosas. Hay dos tipos de fotógrafos: los que saben lo que buscan, y los que encuentran y como, tras hallar algo, saben lo que estaban buscando. Como dice Leonardo Sciascia y el Dios de Pascal: “Tú lo encuentras y ya lo tienes adentro”.

-Usted entra en Mágnum: un mito para todos nosotros. Encarna la fotografía del compromiso, social...
-Magnum es todo eso, es una leyenda. Su origen es fundamental. Hay un aventurero muy implicado moralmente, con ética, como Robert Capa, que también era un maravilloso hombre de negocios. Había un burgués que era un artista surrealista, Cartier-Bresson. Estas son constantes de Mágnum: compromiso con el mundo, punto de vista idealista hacia el mundo, y a la vez punto de expresión individual. Yo sé que Mágnum ha sobrevivido no sólo para sus grandes fotografías, sino porque también se hace mucho trabajo comercial. Trabajar para Magnum es como comprarse el tiempo y la oportunidad para seguir en su propio proyecto.

-Me he fijado en su expresión “aventurero con ética” dedicada a Capa.
-Es una cita de Cartier-Bresson. Dice: “Nosotros somos aventureros, pero con ética como Bob Capa”. La fotografía es aventura. Robert Capa es un hombre que se inventaba la existencia, que se inventó un nombre, un personaje; cuando Ingrid Bergman le propuso casarse con él en Hollywood, ya había escrito su vida como un guión para una película, le dijo: “¿Quieres casarte con Robert Capa? No sabes que Robert Capa no existe. Lo he inventado yo. Imagínate: nos casamos y te encuentras con André Friedman”. André Friedman era su verdadero nombre. Aventurero significa esto: Capa se inventó literariamente un personaje y vivió su vida; luego murió demasiado pronto, a los 42 años, e ingresó en la leyenda. Hay gente que sostiene que si no se hubiera muerto, Capa no existiría: estaba aburrido de la fotografía, quería dedicarse a escribir, pensaba retirarse, pero como no hay iglesia sin mártires, la muerte de Capa, la muerte de Werner Bischof, la muerte de David Seymour en un año, creó los mártires y cristalizó la iglesia. Y Mágnum ya ha cumplido más de medio siglo.

-¿En qué medida ha sido usted un aventurero?
-Muy poco. La gente piensa que yo he tenido coraje pero yo siempre he huido de situaciones insoportables. La mía sería la aventura del fugitivo.

-¿Quiere eso decir que nunca hubiera sido un fotógrafo de guerra?
-Nunca. Por muchas razones. Porque mi idea de la aventura no es ésta y porque tengo muchísimas perplejidades sobre el sentido mismo que tiene hoy la fotografía de guerra como una de las formas de la sociedad del espectáculo. No le quito valor a muchísimos fotógrafos, los admiro; muchos de ellos dicen, como decía Capa, que odian la guerra, pero no pueden vivir sin ella. Hay algo de drogadicción. Si usted conociera a Don McCullin: es un hombre herido, atormentado, que ha intentado huir de eso pero no puede. Tiene un libro que se titula: “Durmiendo con fantasmas”.

-La fotografía, ¿qué es para usted: memoria, documento, interpretación de la realidad...?
-Para mí la fotografía es mirar intentando ver. En mi último libro, hay una frase que dice: “Pienso para mí que el más grande alcance que puede conseguir una fotografía es acabar en un álbum de familia”. Uso esa metáfora para decir, por ejemplo, como se podría decir de la foto del miliciano de Capa, que eso pertenece al álbum de familia de millones de hombres, del mundo. Pero siempre hay que mirarla de una manera especial, con cariño, igual que cuando miras la foto de tu madre. Y eso es el misterio. En la fotografía lo que más me apasiona, más que su dimensión estética o expresiva, es la huella de vida que hay en ella, adentro, algo misterioso. Si usted enseña un dibujo de su madre, dirá: “Este es un dibujo de mi madre cuanto tenía 20 años”. Si enseña una foto, dirá: “Esta es mi madre”.

-Quizá por todo esto que dice, parece usted escéptico hacia los nuevos caminos de la fotografía, vinculados a las nuevas tecnologías: foto digital, los soportes, la foto conceptual o la abstracción...
-De eso soy muy escéptico. No me encaja: no llega a interesarme. Me interesa en un sentido intelectual, y puedo llegar a entenderla, como entiendo la pintura. La fotografía, no sólo técnicamente, se enfrenta a un cambio que puede significar que se acaba una definición que es su naturaleza, su aparato óptico, químico, físico, que le da también un estatuto cultural en la sociedad. Vamos hacia otra cosa: en poco tiempo no va a haber fotografías en los carnets de identidad. Eso significa que el sentido que nosotros hemos dado a la fotografía, hasta el punto de hacerlo coincidir con nuestra identidad, se acaba, y empieza otra historia. De lo que estoy seguro es que la exigencia de una relación con el mundo, sea real o ficticio el mundo, para averiguar que existe, que ha existido tu madre o un amor, permanecerá. Los hombres siempre van a inventar cosas para intentar creer que el mundo existe y para consolarse de la perplejidad esencial que es saber que van a morir.

-¿Qué porción hay de realidad y de ilusión en la fotografía?
-La fotografía muestra, no demuestra. No se puede fotografiar la tristeza ni la imbecilidad, pero el imbécil si se puede retratar o una mujer triste. La fotografía es extraordinaria porque funciona en singular, en términos temporales y espaciales. Usted puede pintar una manzana si no está enfrente de una manzana, pero no puede fotografiar una manzana si no la está viendo. La imagen de la manzana le da a la foto de la manzana un estatuto totalmente diferente del dibujo de la manzana porque te habla del momento en el cual esa manzana existió.

-Y eso, claro, tiene que ver con la muerte...
-Son inseparables. Porque no solamente, como dice Alberto Savinio, la fotografía nos ha enseñado por primera vez el instante de la muerte, sino porque cada fotografía celebra la muerte de un instante.

-Ha pasado el 11-S. ¿Qué reflexión le merece?
-El 11-S es ante todos un hecho televisivo. Recuerdo que aquel mismo día yo tenía dos costillas fracturadas, estaba en Sicilia en casa de mi madre, me despiertan al momento, y dicen: “Ven a ver la televisión. Pasa algo increíble”. Había caído la primera torre, y luego vi caer la segunda; antes de que fuese de noche, esto lo había visto 25 veces. Y después de este momento, lo he visto, puede ser, mil veces. El hecho ya no es sólo lo que pasó el 11-S, sino esta repetición que entra a formar parte de un tiempo diferente de nuestra relación con la realidad; después, lo más emocionante que hemos visto son las fotos. Y eso tiene que ver con un mecanismo de la memoria y de la conciencia. Hicieron una encuesta sobre la guerra del Vietnam en los Estados Unidos acerca de qué les hizo tomar conciencia de que era una cosa mala. La gente dijo: “La televisión. Íbamos a comer, a cenar, y siempre veíamos a nuestros hijos que morían allá”. Luego preguntaron: “¿De qué imagen se acuerda usted?”. Y nadie habló de una imagen vista en la tele, sino en una revista o en la prensa. La memoria no es una película, la memoria son fotos.

*Esta entrevista -que reproduzco aquí porque creo que es muy interesante y útil- se realizó en el balneario de Panticosa en 2002. Ferdinando Scianna es uno de los mejores fotógrafos del mundo y, como se ve, uno de los más lúcidos.
22/10/2004 21:01 Enlace permanente. sin tema Hay 2 comentarios.

LAS MEMORIAS DE GARCÍA MÁRQUEZ, QUE VUELVE

SOBRE LAS MEMORIAS DE GARCÍA MÁRQUEZ: "VIVIR PARA CONTARLA"

Una imagen de la modesta casa de sus abuelos, en la que residió hasta los ocho años, alimentará su primer proyecto: “La casa”, que es la sustancia inicial de “Cien años de soledad”, publicada en 1987 y escrita, en total confinamiento, durante 18 meses en México. Todos sus amigos pensaban que el colombiano con poco más de 20 años estaba escribiendo esa opulenta novela familiar. García Márquez, columnista pobre de “El Heraldo”, donde contaba con una sección que se llamaba “La Jirafa”, ya tenía claro su destino. Ante las preguntas de su madre, una mujer especial marcada por un laberinto de soledad interior que aun mantenía “la belleza romana de su noche de bodas”, le intrigaba qué iba a decirle a su padre, el hijo le contesta: “Dígale que lo quiero mucho y que gracias a él voy a ser escritor (...) Nada más que escritor”.
A partir de ahí, con esos resortes de mago que la escritura le ha dado, inicia su retroceso en el tiempo y recompone el puzzle de su existencia hasta entonces: la historia de su abuelo el coronel Márquez, el mismo que lo llevaba al cine Olimpia de Antonio Daconte, la de su abuela Tranquilina Iguarán, que le leyó los primeros cuentos en ediciones resumidas, recuerda que el primer texto fue “Genoveva de Brabante”, y enhebra mágicamente la historia de sus padres, especialmente la de su padre Gabriel Eligio García, que es toda una figura con leyenda propia. Pasará a la historia como el telegrafista de Riochacha, pero era mucho más. Era un tipo tímido y bailarín, tocaba el violín, con el cual ofrecía maravillosas serenatas y fue capaz, en su pasión desaforada por el sexo (algo que también le ocurrirá a su hijo), de amar a cinco vírgenes. A pesar de que jamás había bebido ni había fumado un cigarrillo, tenía fama de bohemio, aficionado a las cantinas y a los tugurios. Al que sí le encantaban entonces (el viaje se efectúa el el 18 de febrero de 1950) las tabernas y los burdeles era al joven aprendiz de escritor: ya coleccionaba dos blenorragias, atrapadas en casas de lenocinio (las prostitutas tenían nombres como Irma la Mala, Susana la Perversa o Virgen de Medianoche), y fumaba 60 cigarrillos diarios. En otro tiempo, cuando la pobreza se adueñaba de sus desvelos y dormía en la calle, en una ocasión lo llevaron al calabozo por su existencia de pobre absoluto, se dejaba una última colilla para encender antes del sueño.
García Márquez maneja el hilo del tiempo a su antojo. Como aprendió a usarlo en los libros de Virginia Wolf (usó uno de los personajes de “Mrs. Dalloway” para designar un seudónimo de sus columnas, “Septimus”) o William Faulkner, con el cual coincide en que el mejor sitio para un escritor es un burdel, tranquilo por la mañana y agitado por la noche caliente; era, además, un lector casi compulsivo de títulos como “Luz de agosto”, “Mientras agonizo” y “El ruido y la furia”. Nos lleva y nos atrae como un vendaval caprichoso: nos mete en un laberinto de existencias cruzadas, de criaturas que se mueven en un vaivén incesante y de anécdotas, que siempre están contadas con un finísimo sentido del humor. Engarza los capítulos con ese dominio que casi no te deja respirar. Completa el itinerario secreto de su obra, rememora la imagen que le inspiró “La siesta del martes” o cómo Kafka y “La metamorfosis” le dictaron en cierto modo su primer cuento “La tercera resignación”, y realiza una narración exuberante de su infancia y adolescencia en los distintos colegios.
El contenido erótico del libro evoca la fuerza carnal de los amores de José Arcadio Buendía y Rebeca, José Arcadio y Petra Cotes, en “Cien años de soledad”. Esas páginas constituyen nuevos relatos o casi novelas paralelas que, son como dice Ricardo Piglia o señaló Antón Chejov mucho antes, casi la historia secundaria e invisible del libro. Ocurre en el caso de Carmen Rosa, la puta de Sucre a la cual lleva un mandado. De repente, la mujer le dice que cierre la tranca de la puerta y allí se produce ese momento mágico, nervioso y auroral del amor urgente con una mujer madura. Es su primera experiencia. Las descripciones son tan espléndidas como abrasadoras y el final del acto es magnífico, en la vida y en la literatura: “Después me levantó en vilo por los sobacos y me puso encima al modo académico del misionero. El resto lo hizo de su cuenta, hasta que me morí solo encima de ella, chapaleando en la sopa de cebollas de sus muslos de potranca”. Pero el detalle humorístico viene de inmediato: Carmen Rosa no sólo inicia a Gabriel a los doce años, sino que recibe a su hermano Luis Enrique noche tras noche, un año menor y sin embargo más experto, y se lo prueba de una manera tan jocosa como tierna: conserva uno de sus calzoncillos, que ha tenido que lavar.
Gabo o Gabito era un joven tímido, y dice que la timidez era como “un fantasma irremediable”. Lo cual no le impedía yacer con la profesora Martina Fonseca, cuyo marido andaba en un buque que advertía de las tres horas que le costaría llegar al marino a casa. La relación con ella constituye otra historia de amor más o menos paralela del libro: la mujer, por la cual Gabo se convirtió en el mejor alumno de su clase, reaparece con gran serenidad cuando a su antiguo amante ya le sonríe algo la fama, prácticamente en las últimas páginas, una vez que ya se ha enamoriscado de la hija del boticario de Sucre, Mercedes Barcha, su futura esposa. Ésta, como si no quisiera que se llamase a engaño, le dice: “Mi padre dice que todavía no ha nacido el príncipe que se casará conmigo”. Otra amante particular es Nigromanta, casada con un sargento. Un día, éste vuelve y sorprende a Gabo cuando sale de la casa oliendo a prostituta. Deben batirse en duelo en unas de las escenas más dramáticas y graciosas del libro.
Al joven tímido y fogoso casi hasta el frenesí le gusta oír a los mayores, hacer acopio de personajes o leer y escribir poesía, algo en lo que destacará en el liceo de Zipaquirá. En sus idas y venidas de Aratacaca a Barranquilla, Sucre, Riochacha, Bogotá o Cartagena de Indias, explica su desarrollo, su afirmación en la vida, con tres elementos básicos: el fervor literario, alimentado con multitud de lecturas y tertulias y amigos como Álvaro Cepeda Samudio, Plinio Apuleyo Mendoza, Álvaro Mutis (que se convertirá en un cómplice perpetuo y uno de los primeros lectores de sus textos) o el sabio catalán Ramón Vinyes, que había aparecido en la Enciclopedia Espasa y es un personaje decisivo de “Cien años de soledad”; el descubrimiento del cine y de la música y de la cultura popular en general, y la vocación periodística creciente –descubierta de manera definitiva en 1948- que se desarrolla en distintos medios: “El Universal” de Cartagena de Indias, “El Heraldo” y “Crónica” de Barranquilla, y “El Espectador” de Bogotá”, o en un periódico que debió ser el más pequeño del mundo, “Comprimidos”, en formato cuartilla, que escribía prácticamente él solo.
Quizá no habíamos leído en muchos años, o tal vez nunca, un libro tan apasionante sobre este oficio: la atracción por los hechos (y los hechos aquí son la muerte de Jorge Eliécer Gaitán en 1948, la aparición de niños muertos, el relato cruel de Cayetano Gentile, asesinado por los dos hermanos de una maestra, que es la materia central de “Crónica de una muerte anunciada”...), la defensa del reportaje como género fronterizo con la literatura, la urgencia de una nota antes del cierre, la posibilidades de una entrevista, que es capaz de mostrar los perfiles incómodos de un personaje como la declamadora argentina Berta Singerman. El libro, que no elude la peripecia desgraciada de la United Fruit Company y el episodio de los tres mil muertos de 1928 en una furibunda represión del gobierno durante la huelga bananera (glosado dramáticamente en casi todos sus libros, especialmente en los vinculados con Macondo), concluye con la historia de Luis Alejandro Velasco, que se publicó por entregas en “El espectador” en 1955 y fue un reportaje estremecedor que esclareció “la causa verdadera del desastre”. La gente lo esperaba cada día como se esperaba el oxígeno de la vida y agotaba la edición de inmediato. La consecuencia de aquella revelación, que dejaba en muy mal lugar al gobierno de Colombia y fue recogido en un libro insuperable, “Relato de un náufrago”, fue que García Márquez hubo de poner los pies en polvorosa. Aquellos ya “no eran los mejores tiempos para soñar”.
Éste también es un libro teórico acerca de la escritura y del periodismo, que es la representación de “el poder demoledor de la letra impresa”. Hemos visto que el joven atesoró dificultades para leer porque no entiende las letras mudas y que poseía una voracidad lectora incomparable. Una y otra vez nos muestra sus revelaciones. Por ejemplo, tras leer “La metamorfosis” de Kafka, se da cuenta de algo fundamental: “No era necesario demostrar los hechos: bastaba con que el autor lo hubiera escrito para que fuera verdad, sin más pruebas que el poder de su talento y la autoridad de su voz. Era de nuevo Scherezada, pero no en su mundo milenario en el que todo era posible, sino en otro mundo irreparable en el que ya todo se había perdido”. García Márquez podría repetirse pero no se repite. Es un milagro. Sin embargo, la impresión es que estamos de nuevo ante un libro de ficción, quizá el más puro: la vida como una trama de recuerdos inventados o distorsionados, la realidad, de nuevo, como arsenal de fábulas merced al estilo y a una mirada que selecciona y cultiva el hallazgo del prodigio posible. Quizá, en el fondo, este sea su libro más auténtico. Aquí, además, cuenta una historia del país: una historia cultural y apasionada de Colombia, y por extensión de Latinoamérica, y nos abandona con sólo 27 años justo en el momento en que Losada rechaza la publicación de su primera novela “La hojarasca”, a pesar de haber elogiado la capacidad para crear seres humanos del escritor y su inefable textura poética.

*Rescato este texto sobre las memorias de García Márquez, que vuelve a publicar una breve novela, cuya atmósfera se encuentra claramente en muchas historias de su autobiografía.
22/10/2004 21:05 Enlace permanente. sin tema Hay 2 comentarios.

LABORDETA: UN ÁLBUM DE TRECE DISCOS

El sello Dro acaba de recoger en un estuche trece álbumes remasterizados de José Antonio Labordeta, con el título general de “Cantar y no callar. 20 años haciendo camino en libertad”, desde “Tiempo de espera” de 1975 hasta “Recuento” de 1995. Son más de cien canciones que, según el propio Labordeta, siguen dos líneas de inspiración: “una más latinoamericana, que recoge la huella de cantantes mexicanos o argentinos, como Atahualpa Yupanqui, y otra emparentada con la canción francesa de Jacques Brel o Georges Brassens. Creo que hay tres constantes en toda mi obra: el uso de la ironía, una carga melancólica, y la presencia de una veta lírica y épica”.

Dice Labordeta que cuando vio “Cantar y no callar” (donde se incluía quizá su canción más célebre: el “Canto a la libertad”) del que se han tirado 2.500 unidades, se dijo: “¡Qué viejo soy! Aunque luego miras con atención y repasas lo que has grabado, el trabajo de tantos años, el peso de algunas canciones, y te encuentras desbordado. En este proyecto ha sido fundamental la ayuda de Javier Aguirre, antólogo de mi obra poética, y de Mariano Gistaín, que colaboró mucho a través de su página web en el libreto. Allá donde voy me siguen pidiendo canciones inesperadas. El otro día en Badajoz, alguien gritó: ‘Canta Ramón Cabeza’, que quizá sea una de mis canciones más concretas, nacida directamente de un acontecimiento”.

José Antonio Labordeta está satisfecho de su trayectoria. Algunas de sus melodías se han convertido en auténticos himnos. “He estado, en forma de canción, en lugares donde nunca he estado. He acompañado manifestaciones en diversos lugares del mundo y de España y de Aragón. Algunas canciones como ‘Canto a la libertad’ se han convertido en himnos en sitios insospechados. Algo semejante ocurre con ‘La vieja’ y ‘Aragón’. ¿Por qué sucede eso? Eso nunca se sabe. Quizá sea aquello que decía Antonio Machado: la gente hace suyo el canto y se olvida del autor y del cantor”. Como cantautor, y ahora también como político, una de las imágenes que ofrece Labordeta es la de la honestidad, una rabiosa forma de ser sincero. “Quizá sea porque no he intentado jugar a nada. Ni siquiera ahora en mi trabajo parlamentario como diputado por la Chunta, apenas acudo a reuniones, no estoy preocupado por medrar o por conspirar. He hecho mi trabajo, callado, con toda la sinceridad posible, con mis temas de siempre: el amor, el mundo familiar, el trabajo, Aragón, el compromiso social, el universo familiar. Suele decir Federico Jiménez Losantos, que es de Teruel, que ‘los aragoneses somos muy mirados’. Y yo debo serlo más aún que los demás”. Confiesa que del estuche de Dro quizá su disco favorito sea “Canciones de amor” de 1993 porque “ahí están piezas que estaban en distintos discos y que, agrupadas, revelaban lo importante que ha sido para mí el amor. Hablo de canciones como ‘Trilce’, ‘Mar de amor’, ‘Devuélveme’, ‘Me estoy quedando sin ti’ o ‘Y tendrá tus ojos’ ¿Aragón? Yo hablo del Aragón de los 60 y 70, del abandono, del olvido, del despoblamiento rural, de ese Aragón que empezó a dejar de existir entonces. Está claro, cada vez más, que está Comunidad sólo se salvará gracias a Zaragoza, al valle del Ebro y a algunas poblaciones”.

El cantautor tiene siete u ocho canciones nuevas que suele interpretar en sus recitales, pero por ahora no tiene intenciones de grabar “a pesar de la insistencia de Dro, que se han portado con exquisita profesionalidad. Han hecho una espléndida limpieza de sonido”. La laboriosidad que exige un nuevo disco es enorme y ahora carece de tiempo y de la tranquilidad necesaria. Concluye: “Ya he dicho cual es mi disco favorito, pero creo que el más redondo es ‘Qué queda de ti, qué queda de mí’, grabado en 1984”. Un disco en el que lo acompañan La Trinca, Joan Manuel Serrat y Luis Eduardo Aute.

“Cantar y no callar. 20 años haciendo camino en libertad” es un estuche cargado de emoción, de memoria, de vida y de compromiso. Contiene una parte de la banda sonora de nuestro existir y por ello debemos tenerla muy a mano. Si la olvidásemos en algún momento, ponemos “Somos”, “El poeta”, “Joven Paloma”, “La vieja” o “Ya ves”, y la vida se nos amontona de golpe en el corazón y en las sienes…
24/10/2004 13:02 Enlace permanente. sin tema Hay 2 comentarios.

PRESENTACIONES DE MANUEL VILAS Y "MAGIA"

Queridos amigos del blog: La novela "Magia" de Manuel Vilas, publicada por DVD, la editorial de Sergio Gaspar, se va a presentar en Madrid y Zaragoza.

-5 de Noviembre en Madrid, intervienen Félix Grande y José Luis Gracia Mosteo.
-12 de Noviembre en Zaragoza, intervienen José Luis Calvo Carilla y Antonio Losantos, en la Librería Antígona, de Pepito Fernández Moreno y Julia Millán.

Ya sabéis que tenéis una cita con el escritor y con su ciudad moral, Zeta, inmersa en esta ocasión en lo que el autor denomina "misticismo sucio".
24/10/2004 20:23 Enlace permanente. sin tema Hay 1 comentario.

MANUEL VIOLA, EL CICLÓN DEL ARTE

Manuel Viola (Zaragoza, 1916- Madrid, 1987) es uno de los grandes pintores aragoneses del siglo XX. Alcanzó una inicial notoriedad en París, en la inmediata posguerra, donde frecuentó a Hans Hartung, a Francis Picabia, André Breton, Benjamin Péret o Pablo Picasso, y conquistó una proyección internacional incuestionable en la década de los 60. Su fama, acompañada de éxitos, era tan nítida que mantuvo hasta cinco estudios abiertos en Ríos Rosa y El Escorial, donde murió en 1987, en Ginebra, en París y en Bruselas, ciudad en la cual residió ocho meses y desde donde hizo la escenografía para el espectáculo flamenco de Zambra.

Pero, además, fue poeta -dijo una vez: “Soy un poeta fracasado. Esto de convertirme en pintor ha sido un accidente”-, escenógrafo, teórico, un conversador infatigable, un buen bebedor, actor de televisión y, sobre todo, un personaje con sus tics teatrales, envuelto en un río desbordado de anécdotas y peripecias. En una de ellas, recogida por Jaime Esaín en la revista “Artes Plásticas”, en un especial dedicado a Aragón en 1979, se cuenta “el famoso trueque con Luis Miguel Dominguín de un cuadro por un Cadillac, que luego regaló, como vivienda, a una familia calé”. De ahí que también fuese conocido como “el pintor gitano”, de leonada melena al viento y voz rota. Escribió un cronista madrileño: “Su voz es un caos, un estropicio de fonética”.

Las fotos que conservaba Carlos Bartolomé (durante algún tiempo, galerista de su obra en cerámica) y que le cedió en un archivo de cartón a Pepe Cerdá, reflejan claramente su personalidad: apasionado ante el cuadro, vehemente, vital. Un puro torbellino de vida y de creación. En ese archivo “Kanguros” hay catálogos, tarjetas de inauguración de exposiciones, reproducción de revistas, recortes de prensas, artículos de fondo y varias entrevistas, entre ellas una muy jugosa de Fernando Huici en 1979, centrada en su relación con Francis Picabia (de quien se conmemoraba el centenario de su nacimiento) en los años de París.
Además de recordar que le gustaban sus paellas, señala el aragonés: “Una vez que llovía copiosamente estábamos observando unas estatuas rococó. Entonces me dijo: ‘Imagina que esas estatuas fueran de jabón. ¡Qué bella obra tendríamos ahora!’. Otra vez me dijo que la mejor colección de pintores estaría formada por aquellos que, durante la noche, pintaran magníficos cuadros en la suela de sus zapatos y, al día siguiente, se pasearan con ellos puestos en el Louvre”.

Nació Viola en una casa que estaba a orillas del Ebro, puerta con puerta casi con la Posada Salinas y muy cerca del amarre de la legendaria barca del Tío Toni. Se levantaba por la mañana y lo primero que veía era el Pilar, con su mole y sus torres desmayadas en la corriente del río. Se bautizó, como Manuel Alvar, en San Pablo, y pronto partió a la ciudad de su padre, Lérida. Allí, mientras estudiaba Bachillerato, convivía con sus tías y regresaba a Zaragoza en el verano.

Se inició en las artes como poeta. En la revista “Art” -que fundó con Gracia Llimona, Leandro Cristófol y Crous Vidal- desarrolló su aprendizaje de escritor: igual redactaba poemas, que aparecían al lado de otros de Lorca, Alberti, Paul Eluard o Cocteau, que escribía de música y de artes plásticas con notable erudición, e incluso firmaba -como José Viola a secas- unas “Notas” que eran como un decálogo de sus sueños o sus percepciones de la poesía. Por ejemplo, decía: “La poesía pura es el procedimiento de dar luz a los espíritus”. O, más genéricamente, observaba: “Mostrar los tejidos internos del alma, es el objetivo final del arte”. Ya se sentía surrealista (“El surrealismo es a la vez nueva noción de la poesía y un método nuevo de conocimiento”, anotó), y con ese impulso llegaría a Barcelona para cursar Filosofía y Letras y adscribirse al grupo barcelonés ADLAN.

En ésas andaba cuando estalló la Guerra Civil española. Manuel Viola se inclinó desde el principio por el bando republicano, se afilió como voluntario en el POUM y combatió en el frente de Aragón, en Mallorca y en la batalla del Ebro. Luego, derrotado el ejército constitucional, se marchó a Francia e ingresó en la Legión Extranjera. Estuvo en un campo de concentración y vivió todo tipo de aventuras y peligros.

En 1941, cuando ya había conocido a algunas de las figuras básicas de la cultura contemporánea en París, se trasladó a Normandía y allí inició su carrera de pintor. Había hecho algunos dibujos anteriormente, pero en medio del combate compaginó el arte y la literatura, y acabaría convirtiéndose en “Manuel” a secas, colaborador asiduo de “La main à plume”, que dirigía Eluard. Participa, más como testigo que como combatiente, en el desembarco de Normandía en 1944 y luego se las tuvo que ingeniar para sobrevivir en París. Ensancha el núcleo de sus amistades: Wols, Pierre Soulages, Schneider, y se suma claramente a la corriente del arte abstracto.

Realiza múltiples exposiciones. Dice Esaín: “Son los tiempos en que Dora Maar, la compañera de Picasso, le da 2.000 pesetas en francos para que sobreviva. Dormía entonces Viola en una pensión con un negro zulú”. Inspira la novela de César González-Ruano, “Manuel de Montparnasse”, y se enamora de Lorenza Iche, con la que se casaría y tendría una hija. Más tarde, estableció otra relación con María Asunción Arroyo. Participa en la colectiva “Españoles de la Escuela de París” y cosecha grandes elogios. Hacia 1949 regresa a España, en concreto a Zaragoza. Pronto fijaría su residencia en Torremolinos y más tarde en El Escorial. En 1957 realiza un cuadro expresionista e informalista casi legendario como “La saeta”, que ha hecho correr ríos de tinta. Y en 1958, se adscribe al grupo “El Paso”, en el que están otros dos aragoneses como Antonio Saura, uno de sus principales teóricos, y Pablo Serrano, que participó en la fundación pero luego siguió su camino en solitario junto a su delicada musa y esposa alicantina, Juana Francés.
A partir de entonces, este artista -que dijo una y mil veces: “En pintura nadie es hijo de padre desconocido” y que reivindicó la genialidad de Goya como motivo constante de referencia y de inspiración-, empezó a desarrollar su gran obra expresionista, de acusado sentido del color y de una rotunda “condensación de tensiones”, como señaló Carlos Areán. Una pintura apasionada y gestual, casi violenta, de una poderosa energía de ciclón en llamas, de una exaltación permanente de la vida y sus afueras.

En 1972, tras haber expuesto en medio mundo, desde Oslo a Nueva York, desde Venecia a Sao Paulo, fue objeto de una muestra antológica en el palacio de la Lonja de Zaragoza, que presentó con auténtico fervor José Camón Aznar. Aldo Pellegrini decía en el prólogo: “Es indudable que, para Viola, lo poético es guía y factor provocador de su obra. (…) Entre esas luces y sombras, colisiones y estallidos, Viola nos ofrece el gran espacio ideal para recorrer la libertad”. En 1989, el palacio de Sástago, con Cristina Giménez como comisaria, acogió una antología póstuma del artista. En 1980, con Pablo Serrano, había recibido la medalla de Oro de Zaragoza.

Una frase de Robert Motherwell compendia una parte de su pensamiento de pintor de acción que había escandalizado a la burguesía española: “Sin conciencia ética, un pintor es sólo un decorador”. Y también se retrató así: “El arte es una bella mentira. Aunque todo el mundo puede inventar su mentira. Y yo, como todo buen artista, puedo inventar la mía. ¿Mis influencias? La atmósfera de este país, la influencia básica de los cuadros negros de Goya y el aire de París”.

*Este artículo apareció el domingo 24 de octubre en las páginas de HERALDO. Doy desde aquí las gracias a Pepe Cerdá y a Carlos Bartolomé. Sin su generosidad, estas notas no hubieran aparecido.
24/10/2004 20:39 Enlace permanente. sin tema Hay 15 comentarios.

VIAJE A RICLA

Cuando caía la tarde y el cielo se tintaba de oro arcaico, casi enmohecido, llegué a Ricla. Me esperaba el agente forestal Roberto en el restaurante “La Gallega”, nacido del emparejamiento entre Ángel, de Ricla, y Carmen, de Ourense. Roberto corregía una carpetilla toda subrayada de amarillo sobre mi vida –escrita por Mariano Gistaín- y mi obra. Había vaciado los dominios de internet y había leído algunos de mis libros con auténtica fruición. Se le notaba. Hay pocas cosas tan bellas que encontrarte con un lector entusiasta, que conoce tus libros casi mejor que tú, que ha pastoreado las palabras, que ha establecido una relación especial con los personajes. Sus preferidos, por lo que vi, eran “Aragoneses ilustres, ilustrados e iluminados” (DGA, 1992) y “El testamento de amor de Patricio Julve” (Destino, 1995 y 2000), probablemente mis mejores libros. Hablamos de esto y de aquello, y antes de entrar en la biblioteca municipal me enseñó la torre mudéjar: pura armonía de formas geométricas, realizada por alarifes anónimos tal vez en dos tandas: la torre, recortada en un cielo de tiniebla azul iluminado por una gigantesca luna de pan, primero es cuadrada y luego octogonal. Está tan enferma, tan deteriorada por el picoteo de gallina del cierzo y de la lluvia, que amenaza con desplomarse; de hecho, ya le han caído sillares y varios ladrillos están a punto de desgonzar la primorosa estructura y desplomarse. La instantánea es perfecta: la piedra nítida, la caligrafía de los signos mágicamente distribuidos, el murmullo del Jalón al fondo y algunas señoras que la miran al pasar y suspiran, como si dijesen: “Quién fuera rico”.

¿Existe mayor riqueza que una biblioteca? Libros, hombres, acontecimientos: los sueños del mundo arracimados de súbito, la sabiduría de la historia que se concentra y te llama. El lugar es acogedor e íntimo. Ideal para contar cuentos de aparecidos. Hablamos de todo, de lo divino y lo humano: de “Cabo Trafalgar”, de Miguel Mena, de José Luis Corral, de Lorenzo Mediano, de Ángel Guinda, del fotógrafo Patricio Julve, aquel hombre cojo y ciego de un ojo que impresionó a Ken Loach. Hablamos de Rosalía de Castro, aquella loca de los bosques que yo perseguía a todos horas entre los árboles de misterioso rumor, hablamos de mi madre y del mar. ¿Existen o no las sirenas, por qué dibuja siempre sirenas?

Pasaron dos horas en un suspiro, en una cascada nocturnas de palabras como cuentos. Las lectoras eran sobre todo mujeres, pero también había gente más joven: Carlota, una apasionada lectora; y Javier, que es un fervoroso seguidor de libros técnicos, libros de pájaros, le ha encantado “El silbido del cierzo”. Hablamos de fotógrafos de la naturaleza como David Gómez, Rafael Vidaller o Ricardo Vila. La emoción palpitaba en todos los ojos. Estaba el vendedor de cupones de la ONCE, que exhibía una atención constante, indagaba con sus ojos y el poblado y cano mostacho. “¿Por qué inventan tantas cosas los escritores, es que no les llega la realidad?”, preguntó. Dije: “Las mejores historias siempre las dicta la vida. Lo que intentamos hacer a cada instante es rescribirla desde una mirada subjetiva”, creo que dije. Roberto hizo una labor maravillosa, de guía, de interlocutor, de lector entusiasta.

Después, cuando ya se acercaba la medianoche, volvimos a “La Gallega”, y vi a Ángel y a Carmen. Cenamos pulpo a la feria, dos raciones dobles, bien saturadas de pimentón, como a mí me gusta, y un postre de tarta de Santiago. Bebimos un poco de Castillo de Ayub, y, entre canción que va y que viene, también “Negra sombra” de Rosalía en voz de Luz Casal (yo sólo soy capaz de acercarme un poco a la versión de Amancio Prada), Carmen y Ángel contaron su vida nómada (han vivido en Estados Unidos, Inglaterra o Suiza). Ángel es un cocinero de excepción, pero no falta a ninguna fiesta, hasta el punto de que hacen una matacía que es una fiesta para todos. Y Carmen, licenciada con simpatía en hostelería, tuvo una yegua maravillosa y ahora está a punto de adquirir una Harley Davidson, que es un sueño de los muchos que tiene y que parece renovar a diario con una vitalidad increíble.

Les van las cosas muy bien. En el oficio, en la vida, en la desbordada complicidad que se les nota. Roberto bromea con ambos y trae por la calle de la amargura a Carmen, que no sabe bien cuando habla en serio o en broma. A medianoche, con la luna levemente demediada y cercada por nubes de gasa marítima, volví a casa. La furgoneta se zambulló en un vértigo continuo y empezó a respirar cuando llegó a la Muela; arriba, los molinos de viento mostraban dos ojos trémulos contra la oscuridad. Sentí que ya estaba en casa. Tenía un dolor de cabeza tan intenso, una de esas migrañas que me persiguen como lobos hipnóticos, que me alegró no tener que pasear a la perra Noa.
La bóveda de la noche lagrimeaba sobre los tejados.

Abrí un libro maravilloso, “Historia de la belleza”, a cargo de Umberto Eco, que ha publicado bellamente Lumen, y no sé cuándo me dormí. Un ángel desvelado debió apagar la luz y mitigar el volcán encendido de mi cerebro.
27/10/2004 14:07 Enlace permanente. sin tema Hay 5 comentarios.

RETRATOS / 1. LAIA MARULL

Laia Marull es una actriz con ángel. Podría pertenecer a la estirpe de Gene Tierney, Audrey Hepburn, Margaret Sullavan, Sophie Marceau o Juliette Binoche, pero en realidad pertenece a una excelente generación de actrices españolas jóvenes como Penélope Cruz, Ariadna Gil, Maribel Verdú, Leonor Watling o Candela Peña. Es elegante, posee una sonrisa dulce y honda, y una expresiva mirada de ojos pardos, almendrados. Nació en Barcelona en 1973, estudió Filología, pero decidió hacerse actriz tras leer una frase de Mafalda, la niña de cómic que soñó Quino. Ha estudiado arte dramático y canto, danza clásica y contemporánea. Aparenta ser una mujer vulnerable, y tal vez lo sea, pero lo que ha definido su trayectoria es la determinación, el rigor y la ausencia de prisa.

Se inició en la escena, en 1993, con una pieza fundamental del teatro contemporáneo: “Roberto Zucco” de Bernard-Marie Koltés, bajo la dirección de Lluis Pasqual. Ambos volvieron a coincidir en “Uns dels ultimes vespres de carnaval”. A partir de entonces dio el salto a la televisión; trabajó durante cuatro años en la serie “Estació de Enllaç”, de 1994 a 1998, que fue un rotundo éxito en TV3, y debutó en el cine en 1995, con un breve papel, en “Razones sentimentales” de Antonio A. Farré.

Tardó tres años en volver a la gran pantalla y lo hizo en dos películas, estrenadas en 1998: “Asunto interno” de Carlos Balagué y en “Mensaka” de Salvador García Ruiz, que fue su primer gran éxito. Ahí vimos a una actriz capaz de ofrecer diversos matices de emoción, calidez y desgarro, con una bonita voz, y recibió elogios unánimes de la crítica. Mujer discreta, enemiga de los focos, suele decir: “Para mí la televisión, cine y teatro van juntos. En el fondo sólo soy una actriz”. Una intérprete intensa, de suaves maneras, que ha ido creciendo en películas como “Lisboa” (1999) de Antonio Hernández, “No llores, Germaine” (1999) de Alain Dehallaux, en la que ella misma se dobló en francés, o “Fugitivas” (2000) de Miguel Hermoso. Su intervención en esta obra le valió el premio Goya de la Academia Española de cine a la mejor Actriz Revelación. Y ese mismo año siguió ampliando su currículo en el extranjero en la producción canadiense “Café Olé” de Richard Roy. A la par, siguió trabajando en teatro, en piezas como “Así que pasen cinco años” de Federico García Lorca, bajo la dirección de Joan Ollé, “La mare coratge” de Bertolt Brecht, dirigida por Mario Gas, que también la dirigió de nuevo en “Lulú”.

Su gran año fue el 2003 donde dio vida a la protagonista de “Te doy mis ojos”, la película sobre los malos tratos y la violencia en la pareja de la actriz y directora Iciar Bollaín. En esa filme, Laia Marull realiza una actuación conmovedora, magistral, plena de delicadeza, de hechizo, de desesperación, de gestos y susurros. Por su trabajo, recibió numerosas distinciones, en particular la Concha de Oro del Festival de San Sebastián y el Goya a la Mejor Actriz. Su último trabajo, por el momento, es “Las voces de la noche” (2003) de Salvador García Ruiz, otra historia de amor que sucede en la España de los 50.
27/10/2004 21:42 Enlace permanente. sin tema Hay 1 comentario.

"YAK-42. HONOR Y VERDAD" DE RAMÓN J. CAMPO

Ramón J. Campo, el autor de “El oro de Canfranc”, contactó con Península para reeditar el libro, corregido y aumentado. El editor, Martos, habló de la polémica que estaba levantando el accidente del Yak-42. Ramón le dijo, sin segunda intención: “Algo tengo que ver yo con eso”. Y el otro propuso: “¿Y si hicieras un libro sobre ese tema?”. En dos meses de verano, Ramón escribió el libro “Yak-42. Honor y verdad”, donde cuenta el accidente y, sobre todo, lo que ha ocurrido en este interminable proceso de falsedades, engaños y prisas. Que luego se juegue un partido de tenis entre el PP, oculto bajo el ala, y el PSOE es otro problema. La política carece de escrúpulos. El libro se lee como una novela de intriga –hay momentos que parece que nos asomamos a una ficción de Graham Greene o John Le Carré: el encuentro con el hombre secreto en la plaza de Garrapinillos, las llamadas amenazantes de un coronel, la actitud de la abogado turca, la colaboración de un traductor turco residente en Zaragoza, Ahmed...- y cada capítulo está acompañado de un epígrafe o leyenda que es una noticia de prensa alrededor del percance. Ramón J. Campo, quizá el mejor periodista de investigación de Aragón, un perro de presa que olfatea los acontecimientos y sus sombras como nadie, ha vuelto a bordar un reportaje. Y además los hechos le han dado un “macguffin” casi cada día. Casos estremecedores los hay a pares.

Hoy presenta el libro, acompañado de Gervasio Sánchez, a las siete y media en el Museo Pablo Serrano. Y el próximo martes, a las diez, en “El Paseo” de RTVA es el protagonista absoluto de los 55 minutos de emisión. Lo acompañarán el fotógrafo Juan Carlos Arcos –que hizo dos viajes al monte Pilav, a 20 kilómetros de Trabzon; el campo del accidente, al día siguiente, lo captó el ojo lúcido de Oliver Duch y la pluma excelente de Miguel Ángel Coloma- y José Antonio Gracia, hermano de Santiago Gracia, que falleció en el accidente. José Antonio cuenta como el Ministro de Defensa les entregó un cadáver con los restos de su hermano (en teoría), lo incineraron en Panticosa y arrojaron sus cenizas en ese paraje. Al cabo de un tiempo, cuando se hizo la prueba de ADN a 30 cuerpos a los que no se les había hecho antes, se comprobó que aquel cadáver no era el de Santiago Gracia, que está enterrado en Valencia y a la espera del permiso de exhumación de sus restos. Los tres cuentan esta historia estremecedora llena de equívocos, de secretos y de mentiras. Seguramente, también aquí yerró el PP: hubiera sido más fácil contar la verdad. Los accidentes existen y se comprenden, en un Yakolev o en un aparato de mejor calidad, con mayores garantías de vuelo. Lo que no se puede tolerar es el laberinto de confusión que se creó. Y eso exactamente es lo que intenta contar Ramón en su estupendo libro. Lo realmente conmovedor son las historias humanas, el dolor de las familias, la persistencia en el error.

Hoy, en la página 8 de "Artes & Letras" de "Heraldo de Aragón", Mariano García le dedica al volumen un amplio comentario. Y Félix Romeo le dedica un espléndido artículo a la novela de Gabriel García Márquez, "Memorias de mis putas tristes" (Mondadori). Es la reseña más crítica que hemos leído hasta ahora, incluso más severa que la Andrés Ibáñez que publicó "ABC Cultural". Nada que ver con la nota elogiosa de Joaquín Marco en "El Mundo" ni con la que ayer publicó Juan Antonio Masoliver en "La Vanguardia". Félix incluso halla una coincidencia con el cuento "Muerte constante más allá del amor", donde Gabo narraba los amores del senador Onésimo Sánchez hacia una muchacha que le envía su propio padre como un señuelo, aunque cuando quiere yacer con ella comprueba que lleva un candado de castidad. La semejanza entre un texto y otro es claramente explícita en el párrafo de medio folio final del relato que aparecía en "La cándira Eréndira y su abuelo desalmada".
28/10/2004 00:53 Enlace permanente. sin tema Hay 3 comentarios.

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