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CONSEJOS DE ANTÓN P. CHÉJOV PARA ESCRITORES

“Escriba una novela. Escríbala durante un año entero, luego acórtela durante medio año y después publíquela. Usted lima poco, y un escritor, más que escribir, debe bordar sobre el papel; que el trabajo sea minucioso, elaborado”.
Pero antes ha escrito:
“No pulir, no limar demasiado; hay que ser desmañado y audaz. La brevedad es hermana del talento”.
Y dice también:
“Es más fácil escribir de Sócrates que de una señorita o de una cocinera”.
O
“Nunca se debe mentir. El arte tiene esa grandeza particular: no tolera la mentira. Se puede mentir en el amor, en la política, en la medicina; se puede engañar a la gente, incluso a Dios; pero en el arte no se puede mentir".
EL PODER DE UN RETRATO

FOTOGRAFÍA VELADA*
Es siempre el mismo sueño;
abuela está
sin rostro ni cabeza en un foto.
Padre nos mira
desde aquella incierta edad
que da el vacío
y nos cubre la nostalgia.
¿Cuál es la luz que tirita
en esa imagen
donde se ve un corralito abandonado?
¿Cómo agarrar la nieve
que resbala
por la ternura agreste de esa estampa?
A veces, se cae el tiempo
y en la foto
suena la luz como un cántaro quebrado.
Entonces, te despiertas
con los ojos
llenos de frío. Y te habla aquel retrato.
De “El humo de las viñas” (1998) de Alejandro LÓPEZ ANDRADA,
Incluido en la antología “La nieve en los espinos” (Algaida, 2004) .
*Desde hace años, recopilo textos –cuentos, notas de novelas, poemas…- en un archivador sobre la fotografía, sobre los fotógrafos, sobre una instantánea concreta. Tengo más de un millar de libros de fotografía, ayer mismo compré “La búsqueda. La Mezquita de Córdoba”, un trabajo en blanco y negro de Alberto Schommer, con textos de Alberto Villar Movellan; la edición, magnífica, es de la Caja Provincial de Córdoba y me costó doce euros. Encuentro este poema de mi amigo reciente Alejandro López Andrada y lo pongo aquí: me gusta su misterio, la evocación de una familia, la impresión de pérdida, el paso del tiempo… Paso la mañana redactando pequeñas notas sobre Antonio Durán Gudiol, Ángel Crespo, Ángel Gracia y Félix Teira Cubel; recibo la llamada de Mariano Gistaín, que está escuchando con absoluto entusiasmo “las jotas de Melero y Barreiro”, es tal su emoción y su desternillamiento que debe aliviarse con el moquero. Yo, en cambio, fiel al territorio de los orígenes, he oído varias veces a Carlos Núñez, en particular “María Soliña”, que me recuerda otros tiempos y otros templos cuando lloviznaba en Galicia. He pasado de Franco Battiato a Carlos Núñez y Jackson Browne, con su “Quinta Brigada”. Javier Burbano me dice que la cámara que anhelo, la D-200 de Nikon, ya está a punto de salir.
**Esta foto de familia es del gran fotógrafo peruano, de Cuzco, Martin Chambi. Existe un maravilloso catálogo suyo en Lunwerg al precio de 18 euros en gran formato. Es realmente extraordinario. Agustín Sánchez Vidal lo compró hace unos días en la FNAC.
VICENTE ALEIXANDRE Y SUS EDITORES DE ARAGÓN

En el libro Cartas de Vicente Aleixandre a José Antonio Muñoz Rojas (1937-1984) (Pre-Textos, 555 páginas), con edición de Irma Emiliozzi, y transcripción de María del Carmen Martínez Pereira, se recoge esta epístola del 17 de abril de 1948 que habla de José Manuel Blecua como editor:
“Como novedad te diré que Blecua, en la colección de cuadernos ‘Las horas situadas’ me ha hecho una edición de lujo de mi poema ‘En la muerte de Miguel Hernández’. Ya lo he visto y queda magnífico, con portada, tres tintas, papel de hilo y gran formato. Creo que me van a regalar dos ejemplares (además del de mi suscripción) y entonces te mandaría uno para ti. Dámaso y José Luis están sucritos a la colección (el nº 3 es de Gerardo y el 4 será de Guillén).Tú debías suscribirte también (no te creas que es un sablazo: es por favorecer a Blecua, que se gasta un dineral. Se tiran 40 ejemplares de cada cuaderno nada más, y serán doce cuadernos). José Manuel Blecua vive en Cavia 4, Zaragoza”.
-El 26 de mayo de 1950, Vicente Aleixandre le escribía a José Antonio Muñoz Rojas a propósito de la edición de “Mundo a solas”, en la librería Clan del zaragozano Tomás Seral y Casas, con domicilio en Madrid:
“Se ha publicado Mundo a solas. La edición es de lujo. Como no te suscribas (y no te debes suscribir) no lo tendrás porque no hay ejemplares de regalo. Lo ha hecho la librería Clan y es bonita, francamente: grande y generosa. Sólo 200 ejemplares, con dibujos de Prieto y un retrato mío por éste. Este libro lo escribí en 1934-36, y siguió a La Destrucción, antecediendo a Sombra del Paraíso en varios años. Yo no pensaba ya editarlo hasta las Obras Completas, por no desorientar en la evolución del estilo, una edición para el público general; pero vino esta proposición de edición restringida y acepté”. Mundo a solas, publicado por Clan, recibió el Premio al Libro mejor editado en 1950.
Aleixandre publicaría después en Javalambre-Fuendetodos, la magnífica editorial de Julio Antonio Gómez, pero eso no lo recuerda en el volumen. Al menos no lo he visto. A medida que se hace mayor, escribe menos, poco más de una carta al año al gran poeta de Antequera, autor del delicioso libro de prosa poética, “Las cosas del campo”. También hay una delicada edición en Pre-Textos.
UN FRAGMENTO DEL LIBRO

Como no gasto reloj, cuando calculo que habrá pasado una hora, me acerco al almudí. Somos unos cuantos los excursionistas, más, sinceramente, de los que esperaba. Y aunque destacan los cortados por el mismo patrón (pantalones cortos por encima de las rodillas, camiseta y gorra publicitarias, sandalias franciscanas o botas de tracking, calcetines blancos, gafas de sol de baratillo y cámara al cuello), el resto no pegamos ni con cola, y sirvan como ejemplo dos extremos inconciliables: el de un tipo con camisa y pantalón y botas de color verde-lejía, más gorra de un cuero que debió de ser negro, y el de una estilizada mujer cincuentona que lleva unos vaporosos pantalones de tela roja, que evidencian el cauce sinuoso y oscuro del tanga, y unos zapatos de tacón de aguja, el calzado más inapropiado que uno pueda concebir para subir y bajar las callejuelas darocenses. La guía es una mujer que conoce Daroca, sus misterios y sus tesoros (algunos volatilizados, o guardados bajo llave eclesial), como la palma de su mano. Es un placer oírla, y seguirla.
Empieza el itinerario monumental por el ábside románico, orientado hacia el este (por una mera cuestión de economía lumínica, que enseguida hay quien piensa en orientaciones esotéricas o cabalísticas), de la iglesia colegial de Santa María. Pero a la hora de entrar en la iglesia, surge un pequeño problema, y no porque el encargado de su custodia se empeñe en que acatemos lo que reza el letrero que hay pegado a la puerta: “Vas a entrar en un templo. Viste en consonancia con este lugar sagrado”. No. El problema es que, para que nos muestren los Corporales, tenemos que ser al menos veinte personas, y somos dieciocho. La guía se acerca a una pareja de ociosos que leen, o que hacen como que leen, el panel en el que se explica la superposición de estilos de la iglesia, y les pide por favor que nos acompañen cinco minutos, para que así podamos ver todos las milagrosas hostias sangrantes. La mujer accede encantada, pero el hombre baja la cabeza, y, como un asno, la mueve a un lado y a otro, negativamente. Al final, se suman a la comitiva turística otros dos ociosos que aparecen por allí, así que ya estamos todos, qué bien. Me suena la cara del mendigo que hay a la entrada, pero ¿de qué? Ah, sí, es el tipo de la bicicleta, el de la mochila. Ya sabemos, pues, qué es lo que esperaba.
La cicerone va desmenuzando la historia y el legado artístico de la iglesia capilla a capilla, y al llegar a la de los Corporales, hace una introducción antes de dar la palabra a una monja. La monja, que, antes de nada, nos previene de que estamos en un acto eucarístico, relata el milagro de los Corporales como si fuera una letanía. Y cuando acaba de referirnos la historia de la mula que trotó y trotó hasta caer “reventada” en Daroca, se mete detrás del retablo y accionando un mecanismo, hace que se abra el armario que contiene la antiquísima tela milagrosa. Mientras la monja sale de detrás del retablo, se arrodilla (arrodillándose con ella buena parte de los excursionistas) y comienza a rezar, recuerdo, inevitablemente, la excursión que hice de crío con el colegio a esta misma iglesia, a este mismo milagro (la historia se repite, vaya por dios). Sí que me debió de impresionar entonces el relato de las hostias sangrantes. Es, de hecho, un buen relato para impresionar a los niños. Al salir de la capilla, la monja se acerca a los que vamos más rezagados y nos dice: hay lotería de navidad, si les interesa.
*Dentro de unos días, la Biblioteca Aragonesa de Cultura, que dirige Eloy Fernández Clemente, publica "Frente al cierzo", un libro sobre las ciudades aragonesas de Julio José Ordovás, autor del dietario "Días sin día" (Xordica, 2005).
LA NOCHE DEL AVIADOR ERRANTE. LAS PALABRAS DEL EDITOR

EL AVIÓN MISTERIOSO
1. Había salido a la calle. Ya era medianoche. Había oído cantar a The Corrs, cómo me gusta la voz de una de las cantantes, y a Diana Navarro, que interpretó “Sola” y lloró al recoger su premio Ondas como artista revelación. Llevaba entre las manos la revista “Letras Libres”, una de mis favoritas. Me habría gustado, me gustaría algún día escribir en ella, sobre todo por una razón: posee tanta calidad que te exige lo mejor de ti mismo para no desentonar. Se percibe que ahí no bastarían los malabarismos profesionales adquiridos; siempre veo en ella lucidez, hondura, otro modo de mirar, pasión por Latinoamérica. Sigo: la noche se había quedado suave de temperatura y silenciosa. Justa de luz, precisa en sus tinieblas. No había nadie. Abrí la revista y hojeé algunas páginas: el artículo de Juan Villoro, una nota sobre una fotografía de una pierna de mujer de Enrique Vila-Matas, una entrevista a fondo y acaso premonitoria con Juan José Saer, el argentino muerto hace poco y galardonado por Cálamo hace dos o tres años.
Y de repente, me fijo en la crítica de Félix Romeo a uno de los libros que más me han sorprendido en los últimos tiempos: “Ingenieros del alma” de Frank Westerman, que ha publicado Siruela. Ese libro, que es un ensayo, una biografía y a la vez casi una novela, narra la historia del escritor Konstantin Paustovski y de su narración “La bahía de Kara Bogaz”, que podría definirse como un viaje o un reportaje a la Rusia stalinista, preñada de referencias a otros escritores. Leía el texto realmente preciso de Félix cuando ocurrió algo increíble. Irrumpió un ruido, que fue creciendo en la oscuridad, que prolongó su gravedad y su lamento obstinado, que se acercó, que parecía sostenerse en el aire como un fantasma de metal.
Ya sé que el aeropuerto está cerca de Garrapinillos, de esta plaza que será la de José Ramón Arana en pocos días; ya sé que en la noche el ruido se percibe mejor, con su nitidez de chatarra, y sin duda sería eso, un avión nocturno que llegaba, que trenzaba en el aire ciego un aterrizaje muy laborioso. Estuve un momento casi estupefacto, no con temor, sino con extrañeza. Era como si viviese un sueño, era como si la noche y la plaza y la iglesia fuesen como algo ajeno a mí, como una representación tétrica que yo veía desde un ángulo ideal fuera del tiempo. El avión o lo que fuese seguía ahí, con su estrépito: percibí un movimiento, algo perturbador, casi aterrador. Miré hacia el cielo y al cabo de un instante, paró todo. Más que parar, creí oír ese motor que zozobra un instante, ajusta el ritmo de sus bielas y sus mecanismos con un espasmo agonioso antes de pararse.
No creo en ovnis. La perra estaba tranquila. Como si no fuera de este mundo. Nadie se atrevió a salir a las ventanas.
DE LA EDICIÓN, SEGÚN FRANCISCO PORRÚA
2. En “Letras Libres”, el periodista Ramón González Férriz (Barcelona, 1977) conversa con Francisco Porrúa, el gran editor de García Márquez o Julio Cortázar, entre otros, e introductor en el mundo hispano, a través de Minotauro, a J.R.R.Tolkien, Philip K. Dick, Ray Bradbury o Ballard. Y éste le dice algunas cosas que me interesan mucho:
-“Antiguamente, el editor era un señor que tenía dinero y al que le gustaba la literatura y también la amistad con los escritores… (...) A los editores, sobre todo a los grandes editores, no les interesa la literatura, sino ver el producto”.
-“La buena literatura, aunque se venda lentamente, con el tiempo siempre tiene lectores. Y todo editor que no espere enriquecerse con los libros va a seguir ese camino. (…) Y ése es el problema de los editores, de los editores de verdad, que se interesan por la literatura y que necesariamente tienen que interesarse también por las ventas. Y sí, es difícil encontrar el equilibrio en esa ambigüedad. Hay que tratar de lograr que alguien lleve las ventas con eficacia y poder dedicarse a la parte literaria, pero en la parte literaria uno no sabe en el momento de elegirán libro si es un riesgo o no, y hay que pensarlo, y eso no tiene demasiado que ver con la literatura”.
-“Más que la actividad, más que conocer escritores, más que estar siempre pendiente de lo que dicen los periódicos y demás, lo que el editor necesita es trabajo solitario”.
-“(…) Tengo la impresión de que cuando uno vive con una atmósfera literaria empiezan a producirse una serie de fenómenos que yo llamaría “la fuerza de los libros”. Los libros tienen una fuerza muy poderosa. Una mañana estaba yo escribiéndole una carta a la agente de Bertrand Rusell y no sé cómo en ese momento se me ocurrió preguntarle por El señor de los anillos en una posdata, aunque en realidad no estaba interesado en adquirir sus derechos, porque yo me dedicaba a una cosa diferente. Pero era un fenómeno raro que en 1971 no se hubiera publicado en castellano ese libro aparecido en el cincuenta y cuatro. Ella me contestó un mes y pico más tarde hablándome de Bertrand Russell y añadiéndome también una posdata: “Llama a Nicolás Costa”, me dijo. Lo llamé. Y él me dijo: “Acabo de recuperar los derechos de El señor de los anillos” hace diez minutos. Los tenía una editorial que ha quebrado. Si los quieres son tuyos”. A mí en principio el libro no me interesaba, pero me pareció que aquello era una especie de dádiva, de modo que me los quedé. Y el libro se vendió bien”.
FRANCISCO PORRÚA, que acaba de crear un nuevo sello, Porrúa & Compañía, es gallego, nació en Corcubión (A Coruña) en 1922, esa villa de A Costa da Morte donde yo pasé algunas temporadas, algunos días, a principios de los años 80 cuando Darío Xoán Cabana traducía al gallego el “Cancionero” de Petraca.
JACK RADCLIFFE NO ES UN INTRUSO EN CASA

“De côté de chez de Jack Radcliffe” (que podría traducirse por “A la manera de Jack Radcliffe”) es el título de esta muestra, sugerida por la fotógrafa aragonesa Margarita García Buñuel y que coordina Carlos García de la Vega, que se exhibe en la Casa de los Morlanes (Calle San Jorge), la sala del Ayuntamiento de Zaragoza, cada vez más volcada con la fotografía. Son fotos, casi todas en 6 x 6, que respiran humanidad, vida ordinaria, atmósfera de realidad, normalidad, donde está presente el candor de la niñez y la adolescencia, el desgarro de la juventud, los ciclos vitales de una familia joven, y la proximidad de la muerte.
La muestra está dividida en cuatro partes y un pórtico; en éste, vemos obras recientes, en buena parte tomadas en Maryland hacia 2004, que tienen algo de compendio o, mejor, de iniciación de los cuatro apartados en que ha distribuido Jack Radcliffe esta exposición que puede verse como una antológica. Son piezas de enorme frescura, de parejas y niños, salpicadas en alguna mirada de una indecible melancolía. Destacan la composición, la ruptura de la frontalidad, el arte del encuadre, muy pensado y casi siempre impactante, incluso en el dibujo de texturas, de matices, de gestos, en el interés por los tatuajes.
El espectador recibe una impresión inmediata: Jack Radcliffe, quizá con mayor amabilidad, está próximo a la obra de Diane Arbus, especialmente en la serie “Lily White”, una compañía de drag queens que, según dice Margarita García Buñuel en un esclarecedor prólogo, le pidió al artista que la retratase. Aquí la huella de Arbus es evidente, e incluso algunas tomas de Weegee, pero Radcliffe posee pulso propio: hondura, expresividad, delicadeza en la captación del negativo y virtuosismo en la culminación del positivo, aunque la impresión final que se impone es la de cierta desolación y derrota.
La segunda serie está centrada en Alyson, la hija del fotógrafo norteamericano, desde su nacimiento, más o menos en 1980 (al menos así se data la primera toma de la niña), hasta 2004. Esa serie, de más de una veintena de fotos, es como una película: Alyson transita por la niñez, la adolescencia, arriba a sucesivas etapas de juventud con amigos y novios, con los primeros cigarrillos. De nuevo, como si fuese un rasgo que ha querido destacar, en esa travesía interior y exterior sobresalen la añoranza y la búsqueda. Es fácil pensar en algunos fotogramas de la película “Al final de la escapada” de Godard, con Jean Seberg (a veces, Alyson tiene un aire a Seberg y también a una muchacha irlandesa) y Jean-Paul Belmondo.
En “Isbert”, fotografía la intimidad de Beppi y Steven, con amigos, niños y familiares. El ojo amigo de Radcliffe se toma su tiempo y capta la expresividad de los niños, la apacible mirada de los padres, los instantes muertos en que se disfruta de un cigarrillo en un ámbito de paredes desconchados, casi de los 70.
Para el final, en poco más de media docena de obras, ha dejado Radcliffe la terrible vecindad con la muerte. En “Hospice” se ven enfermos terminales, enfermos de sida, personas recién operadas cuyo destino está escrito en su rostro o en las huellas de su cuerpo. Es inevitable pensar en el fotógrafo y escritor Hervé Guibert, que fotografió sin autocompasión su inexorable final. Aunque las imágenes son terribles y te dejan el corazón herido, Radcliffe usa una ternura especial, y suministra a sus fotos siempre conmoción y verdad.
*La foto es de su hija Alyson.
PEPE CERDÁ, DE BODA EN ROMA

la Santa Sede, cuando se dirigía al banquete de la boda de su amigo José Antonio Gabriel.
25 AÑOS DE AMOR Y DAÑOS COLATERALES

Fuimos anoche, Carmen y yo, y muchos otros amigos, al pase de “Iberia”, la última película de Carlos Saura, que no es exactamente una película al modo de “Carmen”, “El amor brujo” o “Bodas de sangre”, sino un conjunto de actuaciones grabadas / rodadas a la manera de Saura, con su peculiar sentido de la escenografía, su gusto por la luz de fotógrafo, su sentido de las sombras y los reflejos, su pasión por la música. “Iberia” tiene un aire de representación dentro de la representación que emparienta esta obra con su cine musical, pero aún más con sus películas más clásicas como “Elisa, vida mía”. Hay espléndidos momentos: la actuación de Miguel Ángel Berna, el canto de Estrella Morente, la aparición de su padre, las dos intervenciones de Sara Baras, siempre fotogénica y artista, la fuerza de Aida Gómez. Hay otras cosas magistrales como –al margen del trabajo de Chano Domínguez, las dos temas que toma Rosa Torres-Pardo…- es todo el trabajo de banda sonora de Roque Baños, que resulta convincente y en muchos momentos preciosista sin dejar de ser hondo.
Por allí andaban muchos amigos, como Pepe Cerdá y Ana Bendicho, que han estado de una especie de luna de miel breve en Roma, con el pretexto de asistir a la boda de un amigo, y partían de nuevo hoy hacia París. Pepe es un romántico con coraza de escéptico. Tras “Iberia” nos dieron las doce, y con la llegada del nuevo día que empezaba en la medianoche, llegó el aniversario: Carmen y yo llegábamos a los 25 años de matrimonio civil. A esas horas, lo celebramos en un MacDonald’s. Fue aquél un ventoso día de noviembre, como ayer, en los juzgados de Zaragoza. El futuro médico y ya fotógrafo Miguel Ángel Reyes intentó eternizar el momento; Carmen llevaba una melena interminable y undosa y una trenka marrón, y yo un poco más de pelo, muy rubio aún, y otra trenka que me habían regalado Jesús Salvador, el gestor de Gelsa y primo de Carmen. A Miguel Ángel, en el momento de apretar el disparador, se le estropeó la máquina. Minutos más tarde, logró arreglar un poco su Yashica F-X3 e hizo un ademán de disparar de nuevo. El juez, Ceferino, creo que se llamaba, le dijo: “Espere, que repetimos”.
Los amigos que había eran casi todos de Carmen: estudiantes de Medicina, básicamente, sus hermanos y pocos, muy pocos familiares. Yo, entonces, apenas conocía a nadie: vivía solo en una buhardilla de San Blas, 138. Hubo alguien que prohibió a sus hijas que asistiesen a una boda civil, la primera de la familia en 1980. Eran otros tiempos y existía una intransigencia que ha vencido la realidad. No hubo comida especial, salvo unas tapas en los bares de la plaza de Santa Marta, creo recordar que gambas al ajillo en cazuela.
Ayer trasnochamos bastante. Y esta mañana había que levantarse temprano para ir con Diego y Jorge a jugar sus partidos. No pude ver ninguno por culpa de un laborioso reportaje y de mi mala gestión del tiempo (Diego ganó por 8-1; Jorge venció por 1-3), pero esta mañana, sonó insistentemente un timbre abajo. Me levanté, fui abrir y un mensajero traía un espléndido ramo de rosas. Un gigantesco y oloroso ramo de rosas. Dentro había una nota, de letra que yo reconozco bien. Decía: “Felicidades. De vuestros afortunados daños colaterales. Sara, Jorge, Diego, Aloma y Daniel”.
*Ni somos nosotros ni es Zaragoza. Esta foto del beso en París también es de Robert Doisneau.
"IBERIA": CARLOS SAURA, BERNA Y OTROS BAILES

Carlos Saura (Huesca, 1932) presentaba el viernes, en un pase especial en el cine Cervantes, su última película, Iberia, basada en la obra de Isaac Albéniz, en compañía del bailarín aragonés Miguel Ángel Berna. Saura recibía a los periodistas uno tras uno, durante quince o veinte minutos. A mí me tocó al final, tras Roberto Miranda, el maestro de nuestro oficio al que estos días no dejan de llorarle los ojos. Saura me firmó el libro Flamenco, un volumen de Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores de las fotos que tomó para sus películas y en los inicios de su carrera como fotógrafo: “Para Antón Castro de su siempre amigo Saura”. Hizo una especie de busto de mujer con grandes pechos, que se salían del cuadro, y agregó una figura, tal vez de bailarín o fotógrafo al fondo. También me firmó el enorme cartel, encima de la cara de Sara Baras.
Hablamos un momento de su prólogo al libro Calanda, coordinado por Pedro Rújula, que redactó una mañana entre las siete y las nueve de la mañana, cuando estaba a punto de coger un avión e iba ausentarse por unos días en Canada, en Inglaterra, quién sabe dónde. “Siempre soy un desastre. Claro que recibí el libro y algunos detalles más, y estoy encantado”, A partir de ahí, explicó cómo había surgido esta película, Iberia, que definió como una “obra de música y danza, de luz y de escenografía, que he hecho yo mismo en esta ocasión, una obra de movimientos de cámara. Son cosas que siempre me han interesado. Al fin y al cabo, mi trayectoria ha avanzado por un camino paralelo al flamenco. Mucha gente piensa, porque he rodado varias películas sobre el flamenco, que sé mucho de él, pero en realidad sé poco”.
Carlos Saura intentó ser bailarín de flamenco, hasta que una bailaora lo vio moverse y le dijo: “Saura, dedícate a otra cosa”. También quiso ser fotógrafo, y aún lo es (está a punto de publicar un nuevo libro de fotos tomadas desde el tren y pintadas luego), ingeniero y, finalmente, director de cine. Hace algunos meses, en Mora de Rubielos, en un encuentro de casas regionales de Aragón en el mundo, vivió dos experiencias muy especiales: “Oí gritar por las calles ‘Viva Aragón’, cosa que me emocionó mucho, y luego asistí a un maratón final de jotas. Vi a las mozas bailar con tal entusiasmo, con esas ropas tan pesadas, con las enaguas, que casi se desmayaban al final. Había que aliviarlas con un abanico. Y yo me decía: ‘Cómo me gustaría llevar toda esa emoción y ese sentimiento al cine, pero con más sosiego’. Me acordaba mucho de mi hermana María Pilar, que bailaba la jota en casa. Además, mucha gente, algunos paisanos de Huesca y Zaragoza, me decían a menudo: ‘Mucho flamenco, mucho flamenco. ¡Ni que fuera andaluz! ¿Y la jota, qué? ¿Por qué no haces una película sobre la jota?’ Al final, he podido hacer un acercamiento con Miguel Ángel Berna”.
Carlos Saura definía así al bailarín: “Me recuerda mucho a Antonio Gades. ¡Son los dos tan frágiles! Son como un pajarito que se vaya a romper de golpe. En el baile, Berna, como le ocurría a Gades, se transfigura. Es la magia de los grandes artistas. Crecen por encima de otros intérpretes, a veces más famosos. Tienen una aureola mágica, atesoran algo misterioso que destaca, y Miguel Ángel Berna posee ese don”. Carlos Saura y Miguel Ángel Berna comían el pasado viernes con el alcalde de Zaragoza Juan Alberto Belloch y con su equipo de cultura: Rosa Borraz y Michel Zarzuela, entre otros. El objetivo era hablar de un proyecto dirigido por Carlos Saura para la Expo 2008, donde Berna tendría especial protagonismo.
“No se puede adelantar mucho porque por ahora sólo son conversaciones, pero el proyecto giraría en torno a Francisco de Goya. Sería un gran espectáculo audiovisual con fotografías, con reproducciones de los grandes cuadros del pintor. Yo tengo en la cabeza mi película Goya en Burdeos: un montaje que estaría en la línea más épica de lo que fue la película, con el Goya joven y el Goya viejo de nuevo, donde sonarían la música de Boccherini, amigo de Goya, la jota aragonesa, los fandangos, la seguiriya manchega. Pero aún tenemos que hacer croquis, dibujos, culminar el guión. Sólo es un proyecto que me ilusiona”.
Saura recordó que Iberia había surgido de un proyecto en torno a un documental sobre la pianista Rosa Torres-Pardo, gran intérprete de Isaac Albéniz. Aquello, tras hablar con el productor Álvaro Langoria, derivó hacia un espectáculo suspenso en dos suites interpretadas por la pianista, una banda sonora de Roque Baños -“que trabajó conmigo en Goya en Burdeos, Buñuel y la mesa del rey Salomón y Salomé. Es un músico impresionante, con una magnífica formación, también es director”, dijo Saura-, y las versiones musicales, “siempre muy libres”, de artistas como Sara Baras, Enriquey Estrella Morente, Manolo Sanlúcar, Marta Carrasco... “Me dije: ¿Por qué no voy a incorporar la jota aragonesa? Con esa idea y con ellos, creo que en Iberia me ha quedado un musical en estado puro, sin diálogos ni historia. Es la música por la música, del cante por el cante, del baile por el baile”.
Miguel Ángl Berna irrumpió de golpe en la entrevista y recordó algo que había dicho en 1999: “Trabajar con Saura era un sueño para mí”. Y añadió: “Es un maestro y un ejemplo a seguir. Pasarán los años y nos daremos cuenta de su valor. El flamenco le debe muchísimo”. Saura explica: “Lo nuestro fue un encontronazo. Hallé que él hacía en la música lo que yo hago en el cine. Él, en cierto modo, se adelantó porque intenta que la jota sea algo de acción, más moderno, no sólo una pieza folclórica de museo. La jota es el padre y la madre del flamenco, de la seguiriya manchega, de la sevillana. Hay una especie de relación misteriosa de fondo, y Miguel Ángel Berna en sus espectáculos pasa con mucha naturalidad de la jota al flamenco”.
Carlos Saura tiene varios proyectos: uno sobre el fado, que tiene muy avanzado; otro sobre un grupo de danza en Brasil, y lo han llamado para que haga el rodaje allí; otro sobre el libretista de Mozart, Lorenzo Da Ponte, “es el que más me apetece, pero por ahora hay problemas de dinero. Giraría en torno al Don Giovanni, habría un homenaje a Casanova, a Da Ponte, al propio Mozart”. Pero ese sueño que sigue persiguiendo es su película sobre Felipe II, cuyo guión ya está terminado hace tiempo, proyecto que ha vuelto a recordarle la novela La llave maestra (Suma de Letras) de su amigo Agustín Sánchez Vidal.
*Fotografía de Miguel Ángel Berna. Bailarín de Zaragoza que da vida a la parte sobre la jota en Iberia, junto a un grupo de niños bailarines.
CALVO PEDRÓS: BELCHITE Y EL PADRE INVISIBLE*
Una de las cosas que más me gusta es conducir. Y, en concreto, conducir hacia Huesca, bajo la claridad de sus cielos, entre el llano y la montaña. Sin dejar el volante, sin dejar de mirar la luminosa transparencia, no dejo de hacer fotos mentalmente: aquel verde, aquella ermita que cuelga del monte, una casa cerrada con un muro de piedra coronado de hiedra, y siempre, siempre, la fuerza del celaje que anda a tumbos sobre las colinas. Aquella mañana llevaba compañía: Antonio Calvo Pedrós y su mujer Rosa. A Antonio lo entrevisté en varias ocasiones, tomo café con él algunas mañanas y habría dicho que lo sabía todo de él. Además de conducir, y de los placeres habituales, me fascina oír historias. Me encanta asistir a esa representación oral: el otro, el que cuenta, arma un discurso, levanta un mundo, desgrana un puñado de sensaciones y de recuerdos que son como una terapia o como una invitación al sueño. Y aquella mañana, Antonio estaba dispuesto a contarlo todo.
Contó que había sido seminarista, que tuvo un hermano gravemente enfermo, que había formado varias compañías de teatro amateur y que, durante uno de los ensayos, se enamoró irremediablemente de una de las actrices: la misma mujer menuda que venía en el asiento de atrás, la mujer de agua y tenacidad que hubo de suplantarlo muchas veces en el estudio cuando él andaba de aquí para allá con un reportaje entre las cejas. Y contó, sobre todo, algo que me pareció espeluznante: el relato de su padre, que tenía tres carreras, que fue herido en el frente de Belchite, atrapado y trasladado más tarde a Codo, donde sería fusilado. Era asistente del general Varela y tal vez el único de su familia que pertenecía al bando nacional. Tenía treinta años y se había casado con un modista muy guapa. Cuando le anunciaron su muerte, la mujer, para lograr una pensión de viudedad, hubo de reconocer el cadáver. Le enseñaban un día y otro día un montón de cuerpos acribillados, que a veces se completaban con extremidades ajenas. Tenía una cuñada que, ante aquella experiencia espantosa, le rogaba que dijese que era uno cualquiera. Ella se negaba una y otra vez, y seguía revisando los cadáveres. Al final pudo decir: “Éste es el cadáver de mi marido”. Le preguntaron por qué lo había reconocido y contestó: “Porque lleva las iniciales de su nombre en el calzoncillo, que yo mismo le bordé”.
Reinaba un extraño clima de emoción y dolor. Pero en Huesca nos esperaba la felicidad. Por allí andaban maestros de la fotografía como Jordi Cotrina, autor de un magnífico libro sobre el Barcelona del “dream team”, y Antonio Espejo, un espléndido fotógrafo de “El País”, cuyas fotos había utilizado yo años atrás en los tiempos del suplemento “Imán” de “El Día de Aragón”. Recuerdo sus retratos de Juan Benet y Juan José Millás, especialmente. Me gustó el cariño con que trataron a Antonio, reconocían que él poseía un archivo increíble de documentalista de la realidad y que era un hombre que se había atrevido a mirar la vida sin ostentación alguna. Y cuando se inauguró la muestra “Antonio Calvo Pedrós. El temblor de la realidad”, Antonio habló lo justo, con una timidez absoluta. Optó por comentar las fotos casi en privado. Y entre ellas, en aquella fiesta del periodismo digital de Huesca, estaba una de Belchite, el pueblo que había retratado en múltiples de ocasiones en recuerdo a su padre. Era la única foto con alguna voluntad artística, talvez. Antonio Calvo Pedrós se quedó parado un momento ante ella y pensó en su padre, al que apenas llegó a conocer. Su padre, el soldado, el abogado, el intelectual, invisible a los ojos, seguía allí.
*El fotógrafo Antonio Calvo Pedrós lleva unas semanas enfermo, pugnando con un mal de riñón. Ha estado ingresado cinco días. He llamado a su casa, y Rosa, su mujer, su ángel tutelar, me dijo que estaba durmiendo. “Pasa muchas horas en la cama pero, como es tan bueno, apenas se queja de nada”. Seguro que se despertó para seguir el partido del Zaragoza en Madrid. Este texto ha aparecido en un volumen, coordinado por María Maícas y Fernando García Mongay, que ha publicado el Congreso de Periodismo de Huesca.
EL ALMA OSCURA, SEGÚN WOODY ALLEN

Jonathan Ryes Meyers encarna a un joven inteligente y audaz que escala lentamente una nueva posición social; Scarlett Johansson es una aspirante a actriz sin demasiado éxito, y novia del hermano de la amante del instructor de tenis. Los dos, que buscan situarse, que anhelan su golpe de fortuna y están a punto de cogerlo, viven una pasión torrencial, una atracción arrolladora que le sirve a Woody Allen para retratar la parte oscura del ser humano, las mentiras nada piadosas que llevan a encadenar pretextos en el aire. Y el protagonista se ve metido en un auténtico embrollo, del que saldrá de una manera inesperada, en un final espeluznante.
Woody Allen ha vuelto a realizar una extraordinaria película. Sobre los sentimientos y el egoísmo, sobre la felicidad, las apariencias y la importancia del azar. La película está muy bien montada, el guión es inapelable, hay mucho diseño y evocación, hay una escena erótica espléndida en un jardín bajo la lluvia, aunque también se sugieren otras. Se sugieren sólo porque pronto la cámara se desplaza lejos; el voyeurismo de Allen siempre es contenido. Y hay una Scarlett Johansson espléndida y sensual, que despide magnetismo, sex appeal, misterio y fatalidad. La doctora Carmen Gascón, con quien vi la película, con ella y con nuestro cuatro hijo Jorge, que siempre compara a Woody Allen con John Ford y vence Ford, claro, dijo que “el protagonista tiene unos labios muy bonitos, una boca muy atractiva, y una mirada intensa y perturbadora”. Para comérselo, ya se ve.
OTROS LIBROS DE ANTONIO SÁEZ DELGADO, DESDE ÉVORA

Antonio Sáez Delgado, al cual conocí en un viaje cervantino a Mérida, me envía algunos de sus libros. La Editora Regional Extremeña, un proyecto absolutamente modélico que dirige ahora Álvaro Valverde y que cuenta con la asesoría y el diseño del gran Julián Rodríguez, me hace llegar su estupendo libro: Adriano del Valle y Fernando Pessoa (apuntes de una amistad) (lo coeditó en 2002 con Libros del Pexe) donde Antonio sitúa la amistad entre ambos. Recupera sus fotos, sus cartas, algunos poemas que se cruzaron y realiza una atractiva labor de contexto, donde figuran otros autores y pintores, como el propio Adriano del Valle, que era poeta, mal editado aún, y pintor.
Antonio me hace llegar una pequeña selección de sus Poemas, aparecidas en una plaquette en Trujillo; Corredores de fondo (Libros del Pexe, 2003) y Te me moriste de José Luis Peixoto, en versión de Antonio Sáez. Corredores de fondo es uno de esos libros abiertos y frondosos que tanto le gusta redactar a autores como José Carlos Llop, García Martín, Javier Rodríguez Marcos, Martín López-Vega, Fernando Sanmartín o Julio José Ordovás. Posee una cuidada unidad temática porque gira en torno a la literatura en la Península Ibérica a principios del siglo XX, y por él lo mismo desfilan Carmen de Burgos, Ramón Gómez de la Serna (que debió conocer a Pessoa sin saberlo, que luego lo citó en “Pombo”), Ernesto Giménez Caballero o Cansinos-Asséns que Almada Negreiros, Pessoa, Mario de Sá-Carneiro, Eça de Queirós, y tantos otros, menos conocidos, que Antonio Sáez ha analizado y estudiado con respeto y cariño y con una erudición deslumbrante, como Botto, José Régio, Joaquim Manso. Desempolva títulos esquinados, sólo conocidos por alguien como él que ama con intensidad la relaciones de España y Portugal, y los libros y autores que las han forjado. También ofrece apuntes sobre viajeros como Lord Byron por Sintra, a la que definió como “glorioso edén, trono de la primavera y octava maravilla del mundo”.
Te me moriste es la traducción de un libro de género difícil, entre la confidencia, la (auto)biografía, el réquiem y la lírica en prosa: Morreste-me, de José Luis Peixoto (1974), con cuya primera novela Nenhum Ollar ganó el Premio José Saramago. ¿Qué es exactamente este libro? Prosa amasada con la tensión lírica, con esa intensidad y precisión, con esa dolorosa exactitud. El libro es un homenaje al padre que acaba de despedirse del mundo. Podría seleccionar muchos párrafos, pero me ha gustado éste especialmente:
“Era por la mañana y he dejado nuestra casa. He cerrado las ventanas y las puertas, la oscuridad; he cerrado las sombras. He buscado en el bolsillo, ancho como los suyos, y con las llaves que eran tuyas y son tuyas y que nos dejaste, he cerrado la puerta del patio con dos vueltas. He cerrado el suelo lleno de hojas que han caído por ti; los melocotoneros, obligados por la primavera, también llenos de ojos; he cerrado las ramas brazos de las plantas, calladas y pegadas a las paredes; el gallineros, las conejeras, el palomar, ya sin crías, vacíos; he cerrado la caseta de la ropa y el cercado de los olivos y el limonero que ya no da limonadas para merendar. He cerrado la puerta del patio y, en la camioneta, he salido. Nadie en las calles se ha percatado de mi paso, sólo la cal y el sol y las casas han permanecido en el lugar donde las hemos conocido tantos días. Y he ido deprisa, huyendo de las calles y de las casas; deprisa, al contrario que la otra mañana sin dormir en que nos hicieron ir despacio, contigo por última vez, despacio sufriendo el camino lento y gente gente entre nosotros”.
El final del libro es emocionante y sencillo: “Descansa, padre. Ha quedado tu sonrisa en lo que no olvido, te has quedado entero en mí. Padre. Nunca te olvidaré”. Apenas son 50 páginas que ha traducido impecablemente Antonio Sáez Delgado, cacereño de alma aportuguesada que deambula dos o tres días por semana en Évora e imparte lecciones de literatura, de elegancia de espíritu y de sueños.
*La ilustración es el retrato de Fernando Pessoa que realizó José Almada Negreiros. La revista "Poesía" les dedicó un espléndido monográfico a cada uno de los dos.
JUANJO BLASCO Y UNO DE SUS AMORES: SANDY DENNY

Juanjo Blasco Panamá Panamá es un tipo divertido y algo irreverente, sin dejar nunca de ser escrupulosamente educado. Acude siempre a encuentros sociales con viejos amigos que quieren recobrar los lazos con el pasado. Posee un espléndido sentido del humor, tanto que intentó recobrar en un programa de televisión a un lejano amor de juventud, al que previamente le había confesado su amor y su imposible olvido en una entrevista en un periódico. Conoce bien a los escritores ingleses contemporáneos, y disfruta como nadie con las historias de los Beatles y los Rolling, con John Renbourn, Renassaince o Maddy Prior. Ayer me llamó un instante, y me trajo un bello regalo: una caja de tesoros con cinco discos de la cantante Sandy Denny, la vocalista inolvidable de Fairport Convention (uno de los grupos mas admirados por Juanjo), cuyo primer cedé lleva un rato sonando. Sandy Denny, algo aficionada al alcohol, cantó, lo dejó, volvió, recobró su gran pulso, y un día, tras haber bebido un poco de más, tuvo un accidente terrible: se desplomó por las escaleras. Dijo a sus padres que no llamasen a nadie, que no pasaban nada, y se murió unos días después a consecuencia de la hemorragia interna.
Los dos, Juanjo y yo, sin decirlo, pensamos en la muerte de la bellísima Nico, que lloramos juntos hace algún tiempo en la redacción de “El día de Aragón”. Recuerdo que salió la foto por agencia y a alguien -¿fue Lola Ester?, no me acuerdo bien-, se le ocurrió romper la foto y así salió publicada. Sandy Denny, una espléndida cantante, enciende de nostalgia estas primeras horas de la mañana. Me fijo en la nota de Juanjo: “Un solo rey (celta). Una sola fe. Un solo Antón. Abrazos”. Durante años, Juanjo me saludaba al grito de: “¿Cómo el rey celta en el exilio?”.
PREMIO PARA MARTÍN BUENO, PILAR CEA Y FIBERCOM*
El profesor Manuel Martín Bueno ha sido distinguido con el Premio Aragón Investiga a la Excelencia Investigadora en su segunda edición. El Premio a Jóvenes Investigadores ha recaído en Pilar Cea Mínguez y el Premio Aragón Investiga a Entidades ha correspondido, en esta segunda convocatoria, a la empresa FIBERCOM S.L.
El Consejo de Gobierno ha otorgado esta misma mañana unos galardones que han sido creados por el Departamento de Ciencia, Tecnología y Universidad con la finalidad de reconocer públicamente las contribuciones a la investigación básica o aplicada de los investigadores individuales, así como las labores de apoyo a la investigación y a la transferencia de conocimientos realizadas por entidades públicas y privadas. Los premios están dotados con un diploma acreditativo y un relieve que ha realizado el artista Fernando Malo, así como con 40.000 euros en el caso del Premio Aragón Investiga a la Excelencia Investigadora y 12.000 euros para el Premio Aragón Investiga a Jóvenes Investigadores.
En la Segunda Edición de los Premios Aragón Investiga, cuya entrega tendrá lugar el próximo día 1 de diciembre, los galardones han correspondido a:
Manuel Antonio Martín Bueno, Premio Aragón Investiga a la Excelencia Investigadora por su excelente trayectoria investigadora, que lo distingue como una figura extraordinariamente brillante en el ámbito de la Arqueología y Preshitoria de nuestro país. Martín Bueno ha dirigido un gran conjunto de proyectos de investigación, con un muy destacado alcance internacional.
El profesor Manuel Martín Bueno ha puesto en marcha en España especialidades científicas como la Arqueología Subacuática y la Arqueología Antártica. Por otro lado, ha consagrado una parte central de su actividad al descubrimiento y conservación del patrimonio arqueológico español, con técnicas cada vez más aquilatadas.
Profesor universitario no sólo en Zaragoza sino también en Córdoba y en León, Manuel Martín Bueno ha creado una escuela de arqueólogos entre los que destacan numerosos profesores universitarios y técnicos de diversas instituciones culturales. Es constante su aportación como ponente en congresos nacionales e internacionales y su presencia, como docente invitado, en universidades extranjeras.
Pilar Cea Mingueza, Premio Aragón Investiga a Jóvenes Investigadores por sus relevantes contribuciones en la preparación de nanomateriales. Es Doctora en Ciencias Químicas. Realizó su tesis doctoral en un tema nuevo abriendo camino en una línea prometedora, en el área de la química física (nanociencia) donde trabajó en la preparación de nanomateriales mediante el procedimiento "de abajo a arriba". Este es un tema multidisciplinar que le ha llevado a trabajar en campos muy diversos y con técnicas muy variadas, que incluyen la preparación de películas delgadas.
Sus aportaciones se han recogido en más de cincuenta prestigiosas revistas científicas internacionales y ha participado también en congresos internacionales. En 1999 recibió el premio de investigación de la Academia de Ciencias de Zaragoza.
FIBERCOM S. L., Premio Aragón Investiga a Entidades por sus actividades relevantes en la investigación. La trayectoria de esta empresa es fruto principalmente de la investigación, el desarrollo y la innovación. Su actividad se centra en el campo de la fibra óptica, apostando continuamente por una política empresarial de potenciar el esfuerzo en I+D tanto interno como en colaboración.
Fruto de esta estrategia ha sido la creación en 2004 de Aragón Photonics Labs S.L., como spin-off de FIBERCOM, S. L., para continuar en la línea de investigación "Analizador de espectro ópticos por difusión Brillouin y procedimiento de medida asociado", que es objeto de patente internacional, un avance tecnológico de alta significación.
Además de toda la investigación propia de la empresa, mantiene colaboraciones que se materializan en proyectos con la Universidad de Zaragoza, en concreto con los laboratorios del Parque Tecnológico WALQA, así como con el Instituto Tecnológico de Aragón.
También cabe destacar su cooperación a la formación de universitarios -aragoneses, europeos y americanos- mediante estancias en la empresa.
En la Primera Edición, los premiados fueron Julio Montoya Villarroya (Premio a la Excelencia Investigadora), José María de Teresa Nogueras (Premio a los Jóvenes Investigadores) y la empresa BSH Electrodomésticos (Premio a Entidades).
Fernando Malo, autor del relieve del Premio Aragón Investiga
Fernando Malo (Zaragoza, 1957) se formó en la Escuela Massana (Barcelona) y acumula diversos premios en su ya larga trayectoria profesional. Es Premio Internacional de Cerámica Contemporánea "Aragón 2001", Primer Premio Pieza Creativa VII Concurso Artesanía de Aragón. Además, ha realizado multitud de exposiciones individuales y colectivas así como trabajos de restauración en monumentos tan destacados como La Seo de Zaragoza, la Torre de la Magdalena, La Iglesia San Miguel de los Navarros, o el Palacio de la Aljafería.
Por lo que respecta al relieve realizado por Malo, se trata de una recreación artística inspirada en un astrolabio (instrumento para determinar las alturas meridianas del sol o de una estrella, que permite determinar la latitud de un lugar). Fue construido en Toledo por el artesano andalusí Ibrahim Ibn Sahli. Está datado en el año 1067 y se conserva en el Museo Arqueológico Nacional (Madrid). El diámetro del astrolabio real es de 24cm. La red lleva indicaciones para 24 estrellas. Entre otras, lleva láminas para las latitudes de La Meca, Medina, Jerusalén, Damasco, Bagdag, Almería, Granada, Córdoba, Murcia y Zaragoza.
*Noticia que acaba de remitir el Gobierno de Aragón y las agencias. Enhorabuena a los tres y a Fernando Malo por su excelente trayectoria en la cerámica.
JUAN CRUZ: AUTORRETRATO CON UN MAR DE AMIGOS AL FONDO

Juan Cruz Ruiz (Tenerife, 1948) es un trabajador infatigable. Respira periodismo y literatura por todos los poros. Igual escribe entrevistas en profundidad, que retrata ciudades y el alma de sus moradores, que acota un perfil íntimo, amasado con un anecdotario que sólo puede conocer alguien que está muy cerca del retratado. O es capaz de esculpir en las ondas la humanidad envolvente de Leonor Watling a través de su sonrisa desarbolada. Pero, además, Juan Cruz ha desarrollado una obra literaria muy personal, suspensa casi siempre en el poder de la memoria. Creo que hasta tres títulos suyos llevan el sustantivo memoria en el título: “La edad de la memoria”, “El territorio de la memoria” o “Memoria de El País”, que es la narración más o menos secreta, más o menos pública, de un proyecto en el que lo ha sido casi todo, en el que sigue siendo un animador pertinaz, alguien con una curiosidad insaciable que parece vivir para contarlo luego y casi siempre en las páginas de ese diario. Publicó un delicioso libro de relatos infantiles y juveniles, “Serena” (Siruela), donde dos niñas, Serena y Robien, narran cuentos en una playa e intentan descifrar el misterio de vivir, la alquimia seductora de los relatos. Aunque quizá mi libro favorito de Juan Cruz sea “La foto de los suecos” (Espasa Calpe, 1998).
Bueno, quiero decir que lo era, porque me ha encantado “Retrato de un hombre desnudo” (Alfaguara, 318 páginas). Con este título, que ya es una invitación a fabular antes de leer, Juan Cruz vuelve a firmar un libro muy personal, autobiográfico, un libro de un tipo que anda por ahí, como escindido, y que se llama Juan Cruz Ruiz. Es el libro de un escritor que parece llevar un cuaderno del mar, ese mar que le proporciona calma y sueño, invención y paraíso, y anotar en él todo lo que percibe, lo que recibe, lo que imagina. Además, de impresiones marítimas, de varios episodios de amor, elaborados con esa tensión con que se vive con alguien con el que te despiertas o al que buscas alrededor del mundo en cada hora, Juan Cruz evoca a Juan Marsé, narra la felicidad, sombra y muerte de Dulce Chacón, y además del dolor y el desgarro, de la perplejidad del adiós que se asoma de pronto y te deja presa del escalofrío, además de esa fatalidad que envolvió a la dulce Dulce Chacón –siempre recordaré su presencia en Albarracín en el mes de mayo anterior a su muerte: era la morena luz de la alegría-, esas páginas dispersas en distintos capítulos hablan de la amistad, del llanto inconsolable del amigo que pretende aliviar al moribundo y enmascarar su espanto.
Curiosamente, la muerte está muy presente en este volumen luminoso, rotundo de sentimientos, que se agiganta en ese laberinto (“Laberinto” se titula un capítulo del volumen) de cariño que edifica el autor página a página.: Juan Cruz habla de la muerte de Manuel Vázquez Montalbánen “Despedida en Bangkok”, o le dedica páginas muy sentidas a Juan Carlos Onetti, desaparecido en 1994, que tal vez sea el escritor que más le ha marcado tras Domingo Pérez Minik. La desaparición de su padre le permite releer y recordar el poema “A mi padre” de Jorge Luis Borges, incluido en el texto.
Pero también habla de Fernando Vallejo, de Julio Cortázar, de un instante doliente de su juventud cuando amaba a Ana Lisa y vivía en Cannes con Manuel de Lope. Por cierto, el autor habla de desdenes, de incomprensiones amatorias que recibió: de la propia Ana Lisa, “ella me hizo a un lado como si fuera una basura”, de otra mujer que le ama sin amor y le recuerda que cierre la puerta al salir. Juan Cruz escribe de muchas cosas, que atrapa cuando van de vuelo como una libélula, y desde muchos lugares, desde tantos que parece que tenga la doble o la hermosa y literaria facultad de ser ubicuo: igual viaja a la Costa da Morte que a México, igual evoca a un amigo de La Laguna que parte al año 1973 y rememora a otra enamorada llamada Sara, igual penetra en las motivaciones de un escritor que se retrata a sí mismo, con miedo ante el mar, “el mar de la pasión y la traición”, con un bolígrafo entre las manos garabateando palabras e historias que conformarán luego, hoy, este “Retrato de un hombre desnudo”.
Juan Cruz Ruiz, ese amigo lejano al que no he visto nunca, ofrece su intimidad al lector como si fuera una casa.
GAMBOA Y LA ENTREVISTA CASI IMPOSIBLE CON RIBEYRO

Hoy, Juan Carlos y Arrate conversaron con Santiago Gamboa (Bogotá, 1965), un buen narrador cuya voz, serena y nada enfática, da a entender que se trata de un tipo excelente, cuya existencia –ha vivido en Pekín, París, España y ahora en Roma- está preñada de aventuras y de amistades como Fernando del Paso o Juan Goytisolo, entre otros. De Goytisolo citó una frase inolvidable: “Nuestras raíces son los pies y los pies se mueven”, dijo Gamboa en torno a su condición de escritor errante.
Santiago Gamboa, que acaba de publicar “El síndrome de Ulises” (Seix Barral), centrado en un París menos luminoso de lo habitual (según dijo; por ahora no lo he leído ni lo he visto siquiera; se lo voy a pedir a mi adorada y desatendida Nahir Gutiérrez), contó una historia maravillosa. Dijo que cuando se fue a París, intentó entrevistar al gran escritor Julio Ramón Ribeyro (1929-1994), y ciudadano misterioso donde los haya, acaso uno de los mejores cuentistas del siglo XX en castellano, pero Ribeyro siempre le decía: “Hoy no puedo, que estoy deprimido. Llámeme dentro de unos días”. Una semana o así más tarde, Santiago Gamboa volvía a llamarlo, y oía, con aquella voz entre lúgubre o de ultratumba del narrador cansado: “Hoy no puedo, que estoy deprimido. Llámeme dentro de unos días”.
Al cabo de algunas semanas, Santiago Gamboa consiguió un trabajo de profesor de clases particulares. Fue a la casa, más bien lujosa, y le indicaron la cocina donde podía fregar los platos. Se marchó indignado y enrabietado, pero aún tuvo arrestos para volver a llamar a Julio Ramón Ribeyro. Y éste, le repitió su mensaje: “Hoy no puedo, que estoy deprimido”. Santiago Gamboa, antes de colgar, acertó a decir: “Y yo también”. Entonces, Julio Ramón Ribeyro, le dijo: “¿Qué le pasa? Cuénteme”. Gamboa le contó y así logró hacerle la entrevista, entrevista que le abrió muchas puertas y que le permitió consolidar su escritura y contar esta maravillosa historia que yo ahora, de oídas, les cuento. Os cuento.
ENRIQUE VILA-MATAS EN "ESTRAVAGARIO"

Cojo muy empezado “Estravagario” de mi leído y libertino amigo Javier Rioyo. Habla con Enrique Vila-Matas, que está sembrado. Divertido, audaz: de una sinceridad abrumadora. El tema de conversación es “Doctor Pasavento” (Anagrama), su última y compleja novela, que parece cerrar una trilogía con Bartleby y Montano. Enrique dice que en los últimos tiempos se le han impuesto esos personajes, a la manera de Pessoa, como heterónimos. Como gente que está dentro de él, pero que no son Enrique Vila-Matas en modo alguno. Hay un momento en que Rioyo le pregunta por la polémica Marsé-Planeta-Maria de la Pau Janer, y responde sin arrugarse. Dice que Janer ha confundido la literatura, sustentada en una tradición que abarca a Rimbaud o Baudelaire, entre otros, con la vida literaria, que es todo ese mundo de los premios... Disculpó a Marsé y dijo, con esa sutileza laberíntica propia de Enrique, más o menos, que a la Janer le había pasado lo de aquel tonto que no sabe que es tonto. (A mí la Janer, que es una pija sensual e hiperactiva, me cae bien: no puedo evitarlo. Soy insoportablemente blando y leí la novela finalista del Planeta hace dos o tres años atrás, donde había algunos coitos a hurtadillas, en un voragionso jardín, muy prometedores). Dicho así, pero como lo hace el autor de Suicidios ejemplares o París no se acaba nunca.
Y Rioyo también le preguntó acerca de su interés por Jean-Paul Sartre y Elias Canetti, al que cita varias veces. Le reconoce a éste un mérito literario, evoca de pasada su única novela, y dice que el homenaje desvaído que se le ha hecho en Francia a Sartre ha probado, o ratificado, que no tenía razón en nada de lo que había dicho o hecho. Dijo que no le interesaba nada, nada de nada de Sartre. Insistió Enrique con ese humor de chico listo y pícaro al que se le escapa una boutade aparente, pero que sabe que está diciendo la verdad. En Zaragoza se está recordando estos días a Sartre, pero este señor tan contradictorio no parece representar a nadie. Vila-Matas rememoró su pipa en el café de Fiore casi como un espectro o un fantasma que lo representaba a él.
Enrique Vila-Matas también habló del querer y ser querido. Y dijo que prefería querer a que le quieran, aunque a nadie le amarga un dulce. Durante años, Enrique Vila-Matas fue mi escritor favorito, el escritor que quise ser alguna vez. Y el escritor de "Lejos de Veracruz", "Historia abreviada de la literatura portátil", "El pasajero más lento" o "Cómo acabar con los números redondos", quizá aún lo sea. Y ahora, cuando he descubierto que he perdido el duende la ficción, sigue siendo un autor esencial, de cabecera, un maestro y un amigo al que no he vuelto a ver desde “El mal de Montano”. Él ha crecido como escritor; yo me he demediado como lector. Recuerdo sí algo que me resulta muy bonito y que me dará por un cuento: antes Enrique coleccionaba fotos de habitaciones de hotel donde dormía, y nos hicimos una en el Gran Hotel de Zaragoza, seguramente en la habitación donde durmió Ava Gardner. Con Enrique nunca se sabe. Dijo en una ocasión que sus padres lo habían concebido en el monasterio de Veruela. Lo dijo como una conjetura, pero acabará siendo verdad.
[Luego vi un poco a Eva Hache, que intenta levantar la noche, su noche de humor con el incuestionable encanto que tiene, pero aquí hay, en Cuatro. una enfermiza inclinación a la propaganda y a posicionarse deliberadamente ante la Iglesia o el PP, como si estuviese empeñado en dar razones viscerales al enemigo, porque al final el reportaje que se hizo, con toda la clave humorística que se quiera, sobre la manifestación de la LOE con el clero y sin el clero, tenía un curiosa mezcla de crítica, parodia y de propaganda del enemigo... Hasta, al hablar con Carrillo, se le invita a éste a que comente una frase de Federico Jiménez Losantos; y otra de César Vidal / Pío Moa. Además, se está dando como una imagen falsa al país: hay otras vías, se puede estar contra Carrillo o cuestionarlo, no hay más que leer algunas páginas de "El País", y estar muy lejos de Jiménez Losantos y de otros, revisionistas o salvapatrias, o lo que sea. De política sólo sé que dudo. Por eso no voy a decir ni una palabra del Estatut. Me siento del mundo ancho y ajeno desde Zaragoza. Vuelvo a Cuatro: cuando se hacen bien las cosas, se tienen tantos medios, tantos profesionales magníficos, no es necesario recordar tantas veces al enemigo, que, por lo demás, estará encantadísimo: le invitan a crecerse, a hacerse fuerte en la otra trinchera, se le otorga una y otra vez carta de naturaleza y se le hace la publicidad gratis. Bien es cierto que cada uno alimenta sus paranoias como quiere… Y uno siente que es más grande cuanto mayor es la grandeza, o la pugnacidad, o la cerrazón, del adversario. Rodríguez Zapatero no es nada del otro mundo todavía, y se merece un puñado de críticas o enredos, incluso de su lado aunque sólo sea para disimular, y no por eso llegará el fin del mundo para España. Cuatro, por ahora, tiene un aire de familia de secta progre. Volví a cambiar, como el día anterior, a Buenafuente y aún es otro mundo, otra estética, otro humor. Por cierto, el sketch de Benedicto XVI metrosexual fue gracioso y poco hiriente; y el reportaje gamberro de Keké también tenía un buen pasar y muchas risas...]
F. MARIAS & CRISTINA CERRADA: DE LA LOCURA DE AMOR, DEL COTIDIANO AMOR

Fernando Marías (Bilbao, 1958) y Cristina Cerrada (Madrid, 1970) llegaron a Zaragoza con la desarbolada fuerza del cierzo y con dos nuevas novelas en las librerías: “El mundo se acaba todos los días” (Premio de Novela Ateneo de Seveilla; Algaida) del primero y “Calor Hogar S. A.” (Premio de Novela Ateneo de Sevilla) de la segunda, ambas publicadas por Algaida. Las dos novelas presentan algunos puntos de encuentro: son dos historias de amor, defienden la importancia del argumento y la creación de personajes ambivalentes, tamizados por la contradicción y la angustia.
Fernando Marías se encuentra en un gran momento. Desde hace tres o cuatro títulos, desde que nos conocimos en Zaragoza, en Tarazona y luego nos volvimos a ver en Toledo, me envia sus libros. El éxito de los premios distingue sus últimos libros. A finales de la primavera ganaba el premio Anaya de literatura juvenil con “Cielo abajo”, una narración situada en la atmósfera de la Guerra Civil, y más tarde se alzaba con el prestigioso premio de Sevilla. “Todas mis novelas son distintas. ‘El mundo se acaba todos los días’ es una historia de amor que viven y recrean dos personajes: Miguel Ariza, dibujante de comics, y la presentadora de televisión Amparo Sanz. El libro se sitúa en 2015 porque eso me permite hablar de la televisión del futuro, desmesurada, y a partir de ahí Miguel recreará con un discurso muy masculino la historia de amor hacia Amparo que empezó el 11-M, una fecha que marca una inflexión en la historia de España, y que me permite que vaya hacia delante. El hecho de que el presente se sitúe en 2015 crea inquietud, resulta extraño y perturbador”.
Marías narra el reencuentro entre los dos amantes, sobre todo cuando Miguel, encerrado en sí mismo, sabe que Amparo se ha retirado a un pueblo de la costa a morir, porque está enferma de cáncer y va a verla porque “quiero abrazarte por última vez. Lo necesito”. El libro alterna los recuerdos, recompone la pasión, rememora el libro “Televisión y sangre” que publicó Amparo y aborda una suerte de descenso a los infiernos de un hombre que vivió al límite de la autodestrucción. “En este libro hay muchos elementos autobiográficos: como el protagonista, yo llegué a Madrid con 17 años; tuve una complicada relación con el alcohol, que estuvo a punto de dejarme turulato. En cierto modo, en este libro hay muchas cosas de lo que soy y lo que hecho, aunque no participé de todo lo malo”.
Marías tiene que inventar dos voces que se interfieren y se complementan y el libro avanza hacia un final casi inverosímil, grotesco, trágico. “Hay muchas cosas que me gustan en la novela: cómo Miguel se queda fascinado con esa voz que desmaya las sílabas al final de cada frase, cómo la espía, como la da con ella mediante un contacto que parezca casual. El libro entonces es como una novela negra o de espionaje. Y ahí reflexiono sobre lo desvalidos que están los personajes públicos, en cierta manera este espionaje es una variante de aquella idea de ‘se puede matar a cualquiera’. Y hay muchas más cosas, claro, como esa reflexión sobre la televisión del futuro que premia la mezquindad, los delitos sexuales, incluso los crímenes. Es posible que sea a sí, aunque yo creo que eso no va a ocurrir, pero los novelistas tenemos que contar excesos”.
Fernando Marías, que siempre elabora mucho la estructura de sus novelas, se confiesa lector de James Ellroy, Cormac McCarthy, Albert Sánchez Piñol o Adolfo García Ortega, “que es el novelista español que más me interesa”. Dice, a modo de compendio de su novela: “Me interesan las historias desgarradoras. Tengo tendencia a que mis historias acaben mal, pero las historias que acaban trágicamente resultan más conmovedoras. Perturban más los personajes que acaban trágicamente; los seres trágicos, como los perdedores, son los que mejor funcionan”. Sin embargo, a veces cambia de registro como hizo en su elogiado libro: “Cielo abajo”. “Ahí me propuse jugar con las reglas de la novela clásica y épica de aventuras para lograr que al lector se le saltasen las lágrimas. Alguna gente me ha llamado y me ha dicho que le había ocurrido eso. Y estoy muy feliz”. Fernando Marías ganó el premio Nadal con “El Niño de los coroneles” (Destino, 2001) y antes el premio Ciudad de Barbastro con “La luz prodigiosa” (1991), que fue llevada al cine.
Cristina Cerrada (Madrid, 1970) había destacado hasta ahora por la potencia de sus relatos breves, influidos por la maestría de Raymond Carver. “Calor Hogar S. A.” es su primera novela. “Mis historias de amor son mínimas, no son épicas. No me preocupa que sobresalgan tanto los aspectos nobles o épicos del amor, como los más fallidos y azarosos”. Cuenta la historia de Víctor Ripstein, empleado de una empresa de climatización, que es abandonado por su mujer Diana, que ha sido como protectora constante, una madre, alguien que se encargaba de hacérselo casi todo. Al poco tiempo debe hacer un viaje de trabajo a Próspera, y allí conoce a Abril, con la que entabla una relación que pone en juego muchas cosas: su identidad, el compromiso, la fuerza del amor, las contradicciones, la angustia.
“El viaje a Próspera es una metáfora de la vida misma. Víctor no quería cambiar ni crecer, pero a partir de entonces debe tomar decisiones. Abril es como un personaje antagonista y allí vivirá una especie de oasis amoroso ambivalente. Al principio Miguel era egoísta, no sabía moverse en el mundo, debía ser protegido, y ahí, en Próspera, para a cuidar de los demás”. Al inventar Próspera, Cristina Cerrada pensó en un pequeño pueblo aislado, lejano, muy visitado y muy frío de los Pirineos o de Teruel. Rinde homenaje al cine, en concreto a la película “Mogambo”, se habla de la pasión de Clark Gable hacia Grace Kelly y Ava Gardner, y explica que el cine es esencial en su novela, que está organizada como una sucesión de planos. “También es muy importante el diálogo. Hemingway es el maestro del diálogo, que tiene una fuerza tremenda, y el estilo directo que uso procede de ahí. Si un diálogo es bueno, una novela puede ser admirable, pero si te confundes, el libro puede ser horrible y ramplón. Yo con la novela he querido plasmar la angustia del personaje, pero sin decirlo. Adoro la sutileza, la elipsis. Creo en el argumento, que para mí es vital, no me gustan las novelas que desprecian la peripecia, y soy una decidida partidaria de la magia de lo cotidiano. Escribo pensando en no aburrir”.
Aficionada la narrativa anglosajona, en concreto Richard Russo, Richard Ford (uno de sus libros favoritos es “Incendios”) o Tobbias Wolf, elogia espontáneamente la limpidez narrativa de Javier Tomeo o Ignacio Martínez de Pisón.
*La fotografía, impresionante en su justo formato, es de José Miguel Marco, fotógrafo de HERALDO.
UNA APARICIÓN CUANDO NADA SE ESPERA DE LA NOCHE

CUENTOS DE MARTÍN MORMENEO / 32
Martín Mormeneo no había tenido un buen día, ni siquiera una buena semana. Pero al volver a casa, saliendo del garaje donde deja su coche mientras retrata la nueva Zaragoza, le ocurrió algo especial: primero vio un perro azafranado, tal vez fuese un cocker spaniel, siguió la cuerda con los ojos, apenas un par de metros adelante, y se quedó deslumbrado. Aquella muchacha que avanzaba lentamente, aquella mujer que peleaba contra el cierzo de las once de la noche tenía un cuerpo maravilloso: el pantalón le ceñía bellamente desde los tobillos, las pantorrillas, los muslos anudados y tensos, el culo esculpido en piedra redonda por el aire glacial. Martín Mormeneo, que dispara incluso cuando no lleva la cámara, pasó a su lado en el coche y la miró con el descaro del asombro, de modo que ejecutó casi una provocación, una ofensa.
Si lo que había visto hasta entonces le había parecido magnífico, ideal para un reportaje de infinitas fotos, lo que vio primero de escorzo y luego por el espejo lateral derecho, el retrovisor, le confirmó la agitación, la bella perplejidad de hallar una belleza deslumbrante cuando nada esperas de la noche. Aquella muchacha llevaba la cabeza cubierta con su gorro, tenía los pómulos salientes, la nariz idónea por cruzarla con otra nariz que se aproxima y besa; habría dicho Martín Mormeneo que aquella muchacha tenía un rostro gótico. Como el de Zhang Ziyi, una de sus actrices favorias. Hizo algo que no había hecho nunca: salió al Coso, volvió a la plaza de Salamero con la esperanza de verla un instante más con su can en los jardines. Martín Mormeneo apenas divisó el invisible rastro que dejaba por la calle fría. De una cosa estaba seguro: aquella mujer era un sueño, un lolita melancólica, Zang Ziyi que, como antes Uma Thurman o ahora Natalie Portman, se extravía desde el anonimato en Zaragoza.
ARAGÓN: EMIGRANTES E INMIGRANTES

EL ARTE DE CONTAR LA VIDA*
La más fascinante historia del mundo es la historia de la vida misma, los avatares de una biografía llena de aventura, de pasión, de esfuerzo, de sueños, de viajes. Manuel Pinos y Javier Escartín, Javier Escartín y Manuel Pinos, lo sabían y se han aplicado, con un titánico esfuerzo de generosidad y de voluntad de conocimiento, en recoger vidas, en construir una suerte de novela abreviada y de contarla. O de recontarla con las palabras de los protagonistas en una suerte de monólogo y recuento provocado por el diálogo. Aquí no hay trampa ni cartón. Y así lo explican los autores: “Sólo hay personas que nos cuentan cosas”. Cosas que son los pasos y las huellas, almas al desnudo, cuerpos que avanzan contra viento y marea, gestas que ahora se vuelven visibles y que cobran una dimensión simbólica. Estos seres, en la novela de su vida, en la épica íntima de su memoria que se desmanda, cuentan, hacen acopio de acontecimientos, narran esas pequeñas conquistas de un espacio propio lejos de casa, en un país o en un territorio que en muchas ocasiones se encuentra en las antípodas de su identidad, de su cultura, de su clima, del sagrado lugar de sus antepasados. De ahí que se hable aquí del espejo: el espejo del recuerdo, el espejo de una tierra que acoge y asume, el espejo que refleja a los que se han ido y a los que han llegado con los que ya estaban, el espejo de tantas ausencias, el espejo que fija el espacio donde uno mora y donde se reencuentra tal vez para siempre.
Javier Escartín y Manuel Pinos tiran de una madeja que es básica en la historia de la evolución del planeta: la emigración y la inmigración. Han elegido ese tema porque vivimos un momento en que se están produciendo intensas mudanzas de población, desplazamientos incesantes, un hermanamiento entre razas y actitudes, el desasosiego insoportable que producen la miseria, un futuro incierto, la ansiedad, la trágica revelación de la injusticia y la opresión. Todos buscan inexplorados espacios de libertad y de dignidad. Unos se dejan arrastrar por la fuerza de una quimera o el impulso del destino; otros siguen caminos que han trazado amigos, familiares o conocidos; otros sencillamente se sienten nómadas e inconformistas y procuran en otra latitud tierras de promisión. Todos buscan en la huida, en el éxodo, en la aventura. Y esa tierra, para muchos de ellos, para los “extranjeros” que aquí conversan y que representan a otros muchos, es Aragón, que siempre se ha caracterizado por su hospitalidad, su excelente recepción, su condición de puerto seguro de paz y convivencia (este proyecto está auspiciado por la Fundación Seminario de Investigación para la Paz), su mestizaje creciente de culturas y de civilizaciones. Pero también muchos aragoneses, por razones semejantes o porque el azar pauta la existencia y empuja como un ciclón incontrolable, han edificado su experiencia íntima en otro lugar: en Madrid, en Barcelona, en diversas ciudades de Latinoamérica, en Canadá, en países europeos, en los más inesperados rincones del universo.
La fuerza del libro se evidencia en cualquiera de sus páginas, en cada entrevista. La fuerza de la vida restalla en cualquier frase. Hay emoción constante, pálpito de verdad, escalofrío. Todas las confesiones son diferentes y a la vez complementarias, aunque el extrañamiento quizá sea mayor en Luz Cuadra, Cheikh Tidiana Dieye, María Isabel Gazzino, Simona Dragan, Guillermo Badillo, Marchong Wang, Daha Zeih, Rolando Mix, Herminia Tavares, Sadek, Viviana Ontaneda e Ilhjam R’miki, que son los inmigrantes extranjeros que han elegido vivir en Aragón. O a lo mejor Aragón los ha elegido a ellos y ahora se han convertido en hermanos, en cómplices, en conciudadanos, en habitantes iguales a nosotros. Su paulatina apropiación del nuevo territorio no ha sido nada fácil: detrás de cada personaje hay torbellinos de conflictos, incertidumbre, búsqueda dolorosa, incomprensión, drama, recelos y discriminaciones, racismo y rechazo, persecución política, pero también hay dulzura, integración, afirmación de una personalidad y una cultura, conquista de lo cotidiano, aprendizaje de la lengua y de los hábitos de los vecinos más recientes. Hay, cuando se produce finalmente el encuentro, una entrega recíproca entre el que estaba y el que llega, que exhibe por lo regular una formidable inclinación a convertirse en pueblo. No existe nada más inverosímil y fantástico que la propia vida: aquí también es la mejor materia de ficción y el conmovedor documento, esas historias que si uno no supiera que son así, auténticas como la lluvia o el cierzo, diría que ha intervenido la imaginación del novelista, que son las invenciones de un fabulador.
No son diferentes del todo las historias de los aragoneses que se han ido un día. Que se han ido sin irse. Todos se van pero se quedan porque la semilla de los afectos estaba abonada en el corazón, en el cerebro y en la piel. Aquí también cuentan la novela de su existir José Luis Peña, María Eito, Alfredo Castellón, Palmira Plá, Patricio Vega, María Luisa Moreno, Teresa Escuín, Luis del Val, Eulalia Navarrete, María Jesús López, José Luis Villanova y Zeika Viñuales, historias distintas pero complementarias, vidas arrebatadas, vidas martirizadas en ocasiones por la Guerra Civil, la humillación y el rechazo del vencido, la falsa impresión de paz, el ultraje como modo de comportamiento. En total, Javier Escartín y Manuel Pinos han navegado en el río de la memoria con 24 personas.
El libro también tiene un planteamiento teórico, un amplio análisis de causas y casualidades, una tesis en la que se analiza el vivir cada día de los personajes en su nuevo contexto, donde no todo es color de rosa. Pese a los diferentes niveles de inclusión o exclusión, de marginación o de fragilidad, de empleo o rechazo, una frase rotunda como “No me arrepiento de haber emigrado” quizá fuese asumida por la mayoría, porque todos buscaron y buscan a cada instante un racimo de felicidad que compartir.
*Esta es la nota portical para el libro Encuentros en el espjeo. Emigrantes e inmigrantes en Aragón que publica el Seminario de la Paz y las Cortes de Aragón, un laborioso y apasionado trabajo de Javier Escartín y Manuel Pinos.
ROMÁN LEDO: CONTAR Y PROVOCAR*

1
JOSÉ ANTONIO ROMÁN LEDO
PERFIL DEL AUTOR
Invocábamos ayer, como quien dice, a un puñado de escritores oscenses. Bastantes, de mérito, con un lugar en los anaqueles y en los manuales, y vivos, con brioso porvenir. Seguramente nos hemos olvidado alguno, pero entre los olvidados está uno de palpitante actualidad como José Antonio Román Ledo (Huesca, 1943), que acaba de publicar en Huerga & Fierro el volumen “Repertorio de engaños”, una colección de relatos de trasfondo surrealista con su tamiz esperpéntico y expresionista, y un lenguaje rebuscado en ocasiones, elaborado, arcaizante, recuperador de vocablos que se han quedado arrumbados en la prosa, en las ficciones y en los copiosos diccionarios de antaño.
Características comunes a todos los relatos son el humor, su sentido libresco (trascendido de inmediato: la cultura o la erudición es un camino hacia la vida), la variedad de paisajes y países y asuntos (lo mismo aparece la botella de anís del mono que Robert Taylor en “Caravana de mujeres” con la correspondiente alusión a Plan, Darwin o una soprano enigmática), y un concepto del cuento que rebosa clasicismo. Todos los cuentos, que arrancan de una frase o de una entrada concreta en una enciclopedia (“cada frase genera una idea”, señala el autor), están concebidos según el canon de conflicto, nudo y desenlace, o de principio, “medio” o “mitad” y fin “claro e inesperado”. Hay un homenaje explícito a Huesca y al Pirineo en su libro, prologado por Luis del Val, en el uso de topónimos oscenses o de pueblos del Alto Aragón que ya han desaparecido: Barbusa, Urbán, Sulupuico o Búbal, entre otros.
Un encuentro con José Antonio Román Ledo puede deparar gratísimas sorpresas. Por ejemplo, no sabíamos que había nacido en Huesca, de ahí nuestro olvido, muy cerca del parque. Su padre era funcionario de Correos, y la familia vivió en esta capital hasta 1950. Román Ledo, que es su nombre literario, tiene tres hermanos: Mari Luz, ya finada, Santiago y Carmen, que son profesores y que fueron sus iniciadores en el mundo de las letras. Vivió una infancia de niño enfermo de bronquitis crónica, y en esa época se dio un atracón de lecturas: prospectos farmacológicos, cajas de cerillas, hojas de galletas Artiach, con un personaje de cómic como Chiquilín, y los autores clásicos: Julio Verne y Emilio Salgari, pero también devoraba tebeos. Una de sus primeras bibliotecas fue la llamada “casita de Blancanieves”, en el parque, muy cerca de las pajaritas de Ramón Acín. Y tenía una abuela que le arrojaba cuentos clásicos en su cerebro como un sortilegio con personajes irrepetibles.
Esa experiencia le lleva a decir: “Me encanta contar historias y que me las cuenten. Yo tuve una abuela que me contaba historias sin cesar. La tradición oral es eterna”. Reconoce como referencias a Cervantes, el maestro de cajas chinas, o de cuento dentro del cuento dentro del cuento, Julio Cortázar, Augusto Monterroso, el primer Cela, Valle-Inclán, Poe, Lovecraft, el “Mendoza más divertido” y Francisco de Quevedo. Lo más curioso es que este libro se ha desgajado de un proyecto totalizador de más de 600 páginas, “El Encyclopaedion”, que narra la historia de seis personajes que se refugian en una bodega vinícola en el Moncayo –del cual el narrador ha escrito una guía para Júcar-, ante la inminente amenaza de ataque nuclear, y se entretienen contando historias, un total de 120 cuentos. Quizá por ello, Román Ledo (autor del volumen “La serpiente multicolor” (IFC, 1999), declare “letraherido que no escribe libros sensatos”.
2. ENTREVISTA
José Antonio Román Ledo (Huesca, 1943) es narrador, poeta y viajero. Autor de “La serpiente multicolor”, publicó en Huerga & Fierro su libro más ambicioso: “Repertorio de engaños”, 20 cuentos surrealistas, preñados de humor, invención, y variedad de épocas, ciudades y asuntos.
TITULARES:
1. “Soy un letraherido que no escribe libros sensatos”
2. “El ámbito del lenguaje no puede
ser el de la telebasura”
-¿Cuál es el origen de “Repertorio de engaños”?
-Un proyecto mucho más extenso, “El Encyclopaedion”, una especie de “Decamerón” con 120 cuentos que narran una serie de personajes refugiados en una bodega vinaria del Moncayo. Esos cuentos parten de un pie forzado, de un par de líneas de una entrada de texto, que es el pretexto, el preargumento, para redactar un relato. Ese proyecto tiene alrededor de 600 páginas y de él he desgajado estas veinte piezas a partir de un pequeño ardid: el diálogo entre Sole y su abuelo, lector de enciclopedias.
-Pero, ¿cabe hablar de una idea unitaria del conjunto?
-Sería esta: para sobrevivir necesitamos engañarnos. Fabrico un cuento a partir de una línea, de una voz, de una anécdota. Y además no quiero perder mi raíz: si algo valoro es el sentido universal de lo aragonés.
-Hablemos de la atmósfera: esa inclinación surrealista, como dice el prologuista Luis del Val, el gusto por el esperpento, la presencia del humor...
-Me sale así. Hay muchas referencias y huellas en mi obra: soy un admirador de Valle-Inclán, del primer Cela, de Cortázar y Monterroso, de Eduardo Mendoza y de Quevedo. Del cuento dentro del cuento de Cervantes. Y de mucha más gente, como Poe o Lovecraft, que tienen un gran sentido del humor, aunque sea macabro. Este es un libro desaforado adrede: me gusta provocar, y a la vez intento normalizar las situaciones cotidianas. No quiero angustiar ni zozobrar, si acaso suscitar una reflexión a largo plazo. Somos poca cosa. Ojalá a veces fuésemos monos: son más solidarios, no se autodestruyen, se respetan más que nosotros, parecen más civilizados.
-Ha hablado de provocar un poco. ¿Su lenguaje arcaizante, barroco en ocasiones, infrecuente, no es también una provocación?
-Desde luego. Creo que en el lenguaje estamos llegando a unas cotas de pobreza bestial. Estoy harto de leer textos de autores que escriben como hablan. Eso nos va a llevar a la anemia lingüística. Acabo de oír hablar a unas jóvenes ecuatorianas: el léxico sudamericano es pura música. Mi lenguaje es aparentemente arcaizante: soy recuperador de términos en desuso. El ámbito del lenguaje no puede ser el de la telebasura. ¿Le digo una cosa?
-Por favor...
-El estilo se depura con el tiempo. Y yo también estoy en ese camino. A mí me encanta contar historias y que me las cuenten. Yo tuve, como suele decirse, una abuela que me contaba historias. La tradición oral es eterna. Ahora, con el calor, vengo a trabajar en autobús, y me saldrían ocho cuentos por día si tuviese tiempo de hacerlos.
-Otra característica de su libro es el cosmopolitismo, la diversidad de ubicaciones, ciudades, épocas...
-No quiero decir que he viajado mucho, aunque algo lo he hecho. Pero fíjese en Julio Verne. La clave es si tú tienes tu propio Macondo. Y mi Macondo particular es Quimpabán, un lugar imaginario que toma su nombre de un término agrícola, rústico, de Bulbuente. Y ese lugar tiene hasta una Banda de Viento. También me preocupa la variedad de temas: aquí se habla del anís del mono, de sopranos, de Robert Taylor y “Caravana de mujeres”, de Charles Darwin, de animales, de antropofagia, de la antigua Grecia...
-¿Cuál es su concepto del cuento?
-Para mí el modelo de estudioso y escritor de cuentos es el Enrique Anderson Imbert, que ha explicado a lo largo y a lo ancho la teoría y la estructura del cuento. Ha dicho que el anticuento es lo que se lleva cada vez más, que puede ser literatura, pero no es cuento.
-¿Dónde quiere ir a parar?
-Dejémonos de ambigüedades. Un texto sin conflicto, nudo y desenlace no es novela ni cuento tampoco, viene a decir. El cuento debe tener tensión narrativa. Hay un cuento de Anderson Imbert, “El leve Pedro”, donde narra la historia de un hombre que va perdiendo peso y al final se eleva por los aires. El cuento es un género cerrado, pero no es una cárcel, las palabras son libres e imaginativas, pero eso sí: hay que acotar acciones con sentido, a mí me gusta mucho el cuento realista al que luego se le suministra un golpe de efecto sin dejar de acatar la razón, hay que urdir tramas, crear personajes interesantes y bucear a tientas en la psicología también, y yo le pido al cuento que tenga su cronología: un principio, una mitad o intermedio y un fin.
-Es curioso esto que dice: sus cuentos son tremendamente librescos, metaliterarios, y en ese sentido muy contemporáneos...
-Es cierto. Me gusta la vida, pero me gusta la literatura tanto como la vida. Me siento letraherido desde niño, los folios en blanco han sido mi papel de cambio con los compañeros que tenían dificultades con las redacciones, aunque le confieso que no escribo libros sensatos.
-Usted fue uno de los asistentes a la creación de la Asociación de Escritores en Aragón en Daroca. ¿Cómo valora el encuentro y el posterior desarrollo?
-Muy positivamente. El mundo editorial presenta dificultades que invitan a asociarse, como hacen otros gremios. Me pareció muy bien: se dejaron al margen las dificultades que caracterizan este oficio. Allí nadie fue como novelista o como poeta ni de divino ni de nada. Se trataba de aparcar diferencias y de definir la sustancia de los problemas comunes que nos afectan para mejorarlos.
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BIBLIOGRAFÍA
Román Ledo ha publicado numerosos relatos; Es autor de diversos guiones videográficos y de dos libros de viajes: "El Moncayo" (Edit. Júcar, 1995) y "Tarragona, Costa Dorada y Comarcas del Interior" (Nogara Libros, 1996).Dirige en Zaragoza la revista de Letras "Barataria" y participa en obras colectivas, revistas culturales y turísticas (bajo la apariencia de sus dos "alter ego": "Juan Campasolo" y "El Compañero de Viaje"). Premio "Isabel de Portugal" 1998, de Narración Breve, a su relato "La serpiente multicolor", publicado en 1999 por la Institución "Fernando el Católico", (Consejo Superior de Investigaciones Científicas). Premio "Búho-1996" de la Asociación Aragonesa de Amigos del Libro por su obra "El Moncayo". Acaba de aparecer su Leyenda del Chupina, en el libro Visiones (Editorial Delsan, 2003). También ha publicado Gaseosas de papel (Certeza. Colección Cantela) y es uno de los autores del libro cedé Moncayo mágico, con Monte Solo. Javier Aguirre escribe un “Viaje lírico al Moncayo” y José Antonio Román Ledo, autor de “La montaña marina. Circunnavegación pastoril”. El epílogo del libro es de José Gastón. También ha publicado una biografía de Julio Alejandro Castro, guionista de Buñuel, en la colección Biblioteca Aragonesa de Cultura, que dirige Eloy Fernández Clemente.
*José Antonio Román Ledo se encuentra en un difícil periodo de convalecencia. Desde aquí, le deseamos una pronta rehabilitación y el retorno a sus proyectos narrativos y culturales. La foto corresponde al monasterio de Santa María de Veruela, donde pernoctó Bécquer.
UNA CLASE DE PERIODISMO

Era su primera clase práctica de periodismo. Quizá ni siquiera sean lectores habituales de los diarios, quizá no estén habituados a viajar por sus páginas que encierran, casi siempre, una cartografía de los sentimientos, de los seres y de la vida de un barrio, de una ciudad, del mundo. Iniciaron el máster de “Heraldo” y la Universidad, que va a durar todo un curso, hablando de cultura. Ejercieron de críticos, de espectadores, se desnudaron acaso sin saberlo. Natalia habló de “La Dama del Sur” de Pérez-Reverte y explicó la historia del narcocorrido y una convulsa biografía de mujer, y dio unas pinceladas de la escritura y el mundo del escritor de Cartagena; Patricia analizó con elegancia un montaje teatral sobre “El retrato de Dorian Gray” de Oscar Wilde, y explicó que la adaptación era fiel a la novela original y que presentaba una reflexión sobre el temor a la vejez, el mal y la apariencia; José Manuel describió las sensaciones que le había producido “La montaña mágica” de Thomas Mann, esa novela que sucede tanto en su acción exterior como en la cabeza de los personajes, y aseguró que los tres títulos básicos de Mann son esa novela que ha traducido de nuevo Edhasa, “Muerte en Venecia” y “Los Buddenbrook”.
Elena escogió un libro de carácter espiritual, “Las noches oscuras del alma”, que contenía aforismos y una idea central, “morir para volver a renacer”; Javier intentó esclarecer la película “La vida secreta de las palabras” de Isabel Coixet, a la par que revelaba los matices de su propia sensibilidad; Agurne intervino para glosar la trayectoria de la cineasta y dijo que había rodado sus últimas películas directamente en inglés: “A los que aman” o “Mi vida sin mí”.
Y Olga dijo que era libanesa y se asomó a la obra de Gibran Khalil Gibran, el autor de “El profeta”, y de su hijo, también poeta, Khalil Gibran. Su intervención fue preciosa porque nos contó la trayectoria de ambos como una película: puso antes nuestros ojos los desiertos y los cielos y los conflictos del Líbano, hizo un viaje rápido por la historia del país, y expuso con claridad la vida, la sensualidad, el misticismo y la inclinación hacia el amor platónico de Gibran Khalil Gibran, y dijo que su hijo sigue una corriente semejante, aunque es más nítido y cotidiano en la expresión de algunos afectos corporales.
Hicimos un viaje casi iniciático a la librería Antígona, sé que utilizo un adjetivo un poco petulante, pero tuve la sensación de que había algo de eso. Vi como había gente que se quedaba fascinada con los grandes libros de música, uno sobre Los Beatles, por ejemplo; varias compañeras viajaban a través de las mil fotos de Robert Capa, que publicó Phaidon, y oían con auténtico placer la historia de su vida y su muerte en Indochina en 1954, incluyendo sus amoríos con Gerda Taro, Ingrid Bergman o Hedy Lamarr, actriz y científica, que en una mañana de periodismo no deben faltar. Otros comentaban la belleza de los libros ilustrados para los niños: la espléndida Kalandraka, Media Vaca, Lóguez, Lumen, OQO, la nueva empresa de Eva Mejuto y Marisa Núñez. Otros se quedaban fascinados con el libro de Willy Roonis (Taschen, 2005), una antológica que retrata París, el París que aún no ardía. Y todos, 17 en total, en un aula próxima a la biblioteca María Moliner, esa dama inolvidable del lenguaje, empezaban a ser periodistas: atisbaban que este oficio habla de seres humanos y que es la ciencia de la curiosidad, del rigor, del máximo respeto, de palabras elegidas que cuentan lo que pasa y lo que nos pasa. Algo así, pero mejor, lo decía Rosa Montero aquella mañana neblinosa del viernes. Hablaba de la entrevista y decía que “es un pellizco a la intimidad del otro”.
*Foto: Ingrid Bergman vista por Robert Capa.
ENTREVISTA CON RODRIGO FRESÁN

¿Cómo se le ocurre a un escritor tan moderno como usted redactar un libro como “Vidas de santos” (Mondadori, 2005)?
Fue una decisión absurda. Había publicado “Historia argentina”, que tuvo un éxito extraliterario, que dio mucho que hablar porque abordaba el drama de los desaparecidos, la democracia, la corrupción, la guerra de las Malvinas. Fue como si tocase una asignatura pendiente. Todo el mundo esperaba lo que fuese a hacer ese autor “revelación”, mucha gente esperaba un libro que me nacionalizase como escritor argentino, por decirlo de algún modo, y me fui a las antípodas. Y anuncié que iba a escribir “Vidas de santos”. Apareció por primera vez en Argentina en 1993.
-Es decir, iba a escribir un libro religioso.
-Al principio no lo tenía nada claro. Ha sido después, muchos años después, cuando le he encontrado a este libro su sentido más claro. Es un volumen sobre Jesucristo, sobre la religión, con variaciones acerca de la religión, a la que vinculo con Andy Warhol, con el “show bussines”, el mundo de los vampiros, Drácula… Lo que son las cosas, acabo de publicar un extenso prólogo a una nueva edición de “Drácula” de Stoker.
En “Vidas de santos” se ve esa voz suya, tan posmoderna y “freak”, cuajada de mil referencias, que luego aparecerá en su libro sobre el complejo mundo mexicano de “Mantra”…
“Vidas de santos” nació como una escritura torrencial, casi en trance, donde yo intentaba recuperar las voces alucinadas de los profetas. Aquí, me interesaba desarrollar una voz que lo ve todo, omnisciente y a la vez confesional, que yo encuentro en películas de cine, en las canciones de Bob Dylan, en escritores como John Banville o Kurt Vonnegut. Y por ejemplo aquí aparece el lugar de Canciones Tristes, que para algunos es como una parodia del realismo mágico.
El libro, a primera vista, podría parecer herético o provocador.
No creo que mi intención fuese escribir los “versos católicos” para acompañar los “versos satánicos” de Salman Rushdie. Como se puede imaginar, me encantaría que cualquier arzobispo condenase el libro. “El Código da Vinci”, repudiado por la Iglesia, es malo, muy malo, puedo decirlo porque leo muchos libros de este tipo… Mi libro sólo podría ser herético por la vía de la parodia.
Uno de los capítulos habla de los riesgos de escribir “thrillers” bíblicos; otro compara el Más Allá con un supermercado o “shopping center”; otro aborda las muertes de varias vírgenes; otro evoca una noche en el Sagrado Hotel de Todos los Santos.
Y otro, de los que más me gustan, cuenta los consejos de Robert Mitchum a Marilyn; fui picoteando por ahí, encontré esa anécdota y completé un cuento. Para mí, como escritor y como amante de los libros, es muy estimulante la idea de que la única evidencia de la existencia de Jesucristo sea un libro como la Biblia, que además ha sido definida como “la vida y pasión y muerte Cristo o la historia más grande jamás contada”. En “Vidas de santos” están lo clásico, lo mítico, lo moderno, pero yo no pienso demasiado en eso. Creo que se trata más bien de una forma de mirar, de un estilo, que a lo mejor es mi propia imposibilidad de ver el mundo de manera normal, sin sus taras.
Bueno, también es un trabajo que participa del mestizaje de géneros y de tradiciones.
Yo creo que eso tiene mucho que ver con la tradición argentina. Piense en Ricargo Piglia, en Borges, en el propio Domingo Sarmiento… Somos escritores que entendemos por patria nuestra biblioteca. Es mi caso. Somos lectores que escribimos. Trato de escribir como si leyera, intento divertirme, seducirme a mí mismo. Mi actitud como autor es la de un astronauta psicodélico.
Eso también le distingue de sus compatriotas cineastas: Campanella, Bielinsky, Piñeyro, Mignona. Ellos cuentan historias muy directas y cotidianas…
A mí la idea de contar la Argentina del “corralito” me produce cansancio, y eso es la apuesta que ha hecho el cine. Aunque debo decir que yo estoy cerca del libro que sea mejor, y mi tradición se asienta tanto en Kafka como en John Cheever, pero también soy un gran consumidor de ‘best sellers’, me gustan los libros de conspiraciones nazis, la literatura paranoica, y por tanto autores maravillosos como Peter Straub, Douglas Preston, Stephen King, algo más irregular ahora, o algunos libros de Philip K. Dick.
Ha tenido un importante éxito con “Jardines de Kensington”, su libro sobre J. M. Barrie, el autor de “Peter Pan”.
No ha estado nada mal. Me ayudó el centenario del libro y la película “Findind neverland”, con Johnnie Depp y Kate Winslet. Se ha traducido a doce lenguas, y supongo que me habrá ayudado a que en la Feria de Guadalajara (México) tenga un encuentro con público con Salman Rushdie. Yo ahora mismo tengo nueve libretas abiertas, pero mi próximo libro será una novela de fantasmas.
LAETITIA CHARDONNET, LA BELLA

Chardonett habla un buen castellano, y pronto explicó las razones: nació en el País Vasco, “aunque vivo en París desde los diez años. Mi infancia transcurrió entre Biarritz, Pamplona, San Sebastián... Además, a mi padre le encanta España y hemos viajado por todas partes. Es un gran aficionado a las corridas de toros, y me dijo que yo de niña había estado en Zaragoza alguna vez”. Laetitia Chardonett dijo que el Festival Cinefrancia le parece “genial. No sabía que existía. Es una suerte que las películas francesas se puedan ver aquí y que haya tanto público”.
“Imposture” es una película, inspirada en la novela de José Ángel Mañas “Soy un escritor frustrado” (Espasa, 1996). “La película cuenta la historia de un profesor que no consigue escribir el libro de su vida. Un día, una de sus alumnas, Jeanne, que soy yo, le presenta un manuscrito que ha escrito. Él lo lee, le parece genial y se lo roba. Y la rapta en una casa aislada”. La joven actriz dijo que le había gustado mucho la historia y la posibilidad de trabajar con un director “cuyo universo me interesaba. Me emocionaba ver la creación de algo así. Mi personaje me encanta. Como Bouchitey es el director y el actor principal, supongo que para él habrá sido especialmente dura la película, pero para mí ha sido una experiencia fenomenal. Era como si no pudiera escaparse, mientras me dirigía, de su personaje feo, malo”.
Laetitia Chardonnet definió la película como un “thriller psicológico”, no de terror como puede sugerir el cartel con ese caserón un tanto tenebroso, y expresó cierta perplejidad ante el hecho de que José Ángel Mañas (que vendrá a presentar la película el miércoles), que le resultó un joven “dulce, encantador y muy simpático”, pueda escribir luego “cosas tan horribles, muy duras, porque su personaje es un auténtico psicópata, pero no el de nuestra película. Aquí se habla de la impostura, del plagio, de los negros literarios, de la obsesión. Y más que realizar un homenaje a ‘El coleccionista’ de William Wyler, Bouchitey alude a la película ‘Persona’ de Ingmar Bergman, hasta el punto de que yo tengo una escena donde estoy completamente muda que es igual que otra del realizador sueco. Con la película me ha ocurrido algo muy curioso: interpretar ha sido como una revelación para mí. Y a la vez un juego que quisiera repetir”.
Laetitia Chardonnet sueña con trabajar mucho más en el cine. Sueña con recibir nuevas ofertas. “Me gusta mucho el cine español. Lo encuentro más real, hay muchos más jóvenes, es más fresco y activo que el francés. Me gusta mucho el Almodóvar de sus inicios; el Amenábar de ‘Mar adentro’ o la película ‘Lucía y el sexo’ de Julio Médem. Esta obra me parece genial por su creatividad, por la calidad de los personajes, en particular las chicas, por su sentido estético, por la manera de filmar. Es muy difícil de explicar”.
Laetitia Chardonnet no quiso profundizar en exceso acerca de la conflictividad social en París y en Francia estos días. “Me parece fatal. Tenemos un enorme problema social y político, y es muy preocupante. ¿Qué más puedo decir? No quiero meterme en política”. Se disculpó como hablaba: con una sonrisa que iluminó para siempre la memoria de la sala.
UN POEMA DE AMOR DE CABALLERO BONALD

LLAMADA PERDIDA
Mujer de hermoso ornato, te persigo
en la noche, a duras penas te persigo
aunque en vano lo haga,
busco
tu miel, tu terciopelo, tus ingles tan convexas,
la encrucijada de tus pechos,
tu boca basculante,
todo lo que ya es sólo
la sombra de tu cuerpo en medio de la sombra.
¿Son tuyas esas huellas,
charquitos no de lágrimas,
de sudor, de saliva, de dulces secreciones,
son tuyos esos rastros,
savias irrestañables que transitan
al filo de tu cuerpo y aún perduran
después de tantos años
de haber sido sin más dilapidadas?
Si sabes que te busco, si finalmente
acudes, detente, no lo hagas.
Ninguno de los sabrá quién es el otro.
Hace algunos años, una mañana soleada, me encontré con José Manuel Caballero Bonald en el hotel Orús, con un amigo, con quien tanto quise, con quien tanto quiero, al que no veo desde hace varios meses: Fernando Sanmartín. Conversamos durante hora y media, y fue un placer para mí viajar con Caballero Bonald por las marismas de su emoción, de su memoria, con los jinetes del sueño en que sigue viajando con los ojos muy abiertos. Acaba de publicar “Manual de infractores” (Seix Barral), un espléndido poemario en el que se reinventa desde el goce y el dolor de ahondar en la memoria, desde la vieja e imperiosa atracción por el mar, desde el carnal enigma de la noche, desde la impresión de que el tiempo nos enseña los labios de la muerte o de que el sur es como un océano y un refugio para siempre, entre músicas. Transcribo aquí este poema, que me ha parecido ideal para mi noche solitaria de lunes, donde he tenido dos llamadas perdidas. O he llamado dos veces a Illueca y el teléfono se burló de mí…
*La foto es de Willy Ronis, uno de mis fotógrafos predilectos, y está tomada en Nazaré (Portugal).
MANUEL HIDALGO: MIRAR, ESCRIBIR DE CINE

Manuel Hidalgo publica "El testigo indiscreto", una colección de sus ensayos cinematográficos. Felipe Vega, director de películas como "El mejor de los tiempos", "Un paraguas para tres", "El techo del mundo", "Grandes ocasiones" y "Nubes de verano" -en las que colaboró en el guión con el propio Manuel Hidalgo (Pamplona, 1953)-, intervendrá en el coloquio como introductor de la figura del escritor y de presentador de "El testigo indiscreto".
“El testigo indiscreto” (T&B editores, 349 páginas) -que cuenta con un prólogo de David Trueba que explica la complejidad, la riqueza y la fascinación del cine, y reclama la necesidad de volver a escribir de él: “Escribir de cine se necesita más que nunca”, dice el director de “La buena vida”- combina la pasión de Manuel Hidalgo por el periodismo, la literatura y el cine y recoge diversos ensayos alrededor de personajes y películas como Groucho Marx, Bogart, Marlene Dietrich, Katharine Hepburn (Hidalgo, por cierto, recuerda el embrujo que sintió hacia aquella mujer que pareció un emblema de la modernidad y cuánto la decepcionaron sus memorias), Berlanga, Nicole
Kidman, Ridley Scott, Vittorio de Sica, Woody Allen, Akira Kurosawa, Rafael Azcona, Pedro Almodóvar, "La
noche del cazador", "Moby Dick", "La dolce vita" o "Titanic". Hay perfiles espléndidos, como el de Cesare Zavattini, el hombre que hizo 100 guiones, 26 para Vittorio de Sica (al cual le dedica un estupendo artículo breve) y cinco películas experimentales como director; de Diane Keaton (a la que amó en la pantalla grande y con la que se encontró fugazmente en Cannes para oírle decir, tras preguntarle él si en el Paraíso existiría el amor: “Sí, porque sería una faena que el amor no funcionara bien en ninguna parte”). Hace una elegía muy bella y honda a Ricardo Franco, traza un perfil casi a contrapelo de Gregory Peck, casi todos estos textos están incluidos en una de las secciones más bellas del libro: “Muy personal” “El testigo indiscreto” (subtitulado ‘Escritos sobre el cine y la vida’) es la mirada de alguien que vive el cine con pasión y que se encierra en la sala, con los actores, con la música, con los directores, porque sabe que allí se halla la felicidad y una gran metáfora del sueño y la vida.
Me ha encantado que le dedique un artículo a uno de mis actores favoritos: Joseph Cotten, el enamorado imposible de Alida Valli en “El tercer hombre”, el redendor de Ingrid Bergman en “Luz que agoniza”, el asesino de mujeres maduras de “La sombra de una duda”, el hermano sensato de “Duelo al sol” (el insensato era Gregory Peck; el volcán de lujuria que los enemistaba fue Jennifer Jones), el hombre asombrado de “Jennie”, asombrado de nuevo por un inquietante ángel que se parecía mucho a Jennifer Jones. (“Jennie” era una de las películas favoritas de Luis Buñuel y de Julio Alejandro). Manuel Hidalgo lo llama “El actor invisible”, y concluye así su texto: “Cotten tuvo un gran amor en su vida, su segunda mujer, la actriz Patricia Medina. Y un gran amigo: Orson Welles. Cuando Welles murió, Cotten, respetando sus deseos, no acudió a su funeral. Envió como mensaje dos versos de Shakespeare, que hoy podemos devolverle: ‘Pero si pienso en ti, querido amigo, / la pena se desvanece y todo cuanto he perdido me es devuelto’”.
*El libro de Manuel Hidalgo lleva en la portada un fotograma de "La ventana indiscreta".Yo que soy algo más fetichista, le cambió la portada y propongo ésta de James Stewart y de Grace Kelly. ¿En qué pensará Jimmy?
HISTORIA DE AMPARO POCH, UNA MUJER LIBRE

ENTREVISTA CON ANTONINA RODRIGO*, BIÓGRAFA DE AMPARO POCH
Y DE OTRAS MUJERES COMO MARÍA LEJÁRRAGA, MARGARITA XIRGU...
-¿Qué le atrajo de Amparo Poch?
-Era uno de esos personajes ocultos que tiene la historia de España. Comprobé que había estado en el Ministerio de Sanidad con Federica Montseny y de directora de la Casa de la Dona Treballadora de 1937 a 1939. Empecé a interesarme por ella: estaba envuelta en un silencio increíble y había desarrollado una labor extraordinaria. Mujeres como ella hicieron posible lo que nosotras disfrutamos hoy. Es una auténtica pionera que rompió moldes en las condiciones más difíciles.
-¿Qué moldes rompió?
-Muchos. Asombra y asusta que mujeres como ella, que lo tuvieron todo, hayan caído en el pozo del olvido. Ella fue de las primeras en ir a la Universidad (entonces las mujeres iban acompañadas y las encerraban en el aula), defendió la igualdad y reivindicó la formación a que tiene derecho la mujer, aspiraciones frenadas siempre por la iglesia de una manera feroz. Cuando se forma el Liceo Club femenino generó un escándalo; las mujeres que lo promovieron fueron rechazadas y tildadas desde la iglesia de endemoniadas. Siempre se opuso a la sumisión.
-¿Cómo le marcó su origen social?
-Su padre era militar de baja graduación: sargento chusquero. Se retiró de teniente. Procedía de una familia humilde: su padre procedía de Valencia y su madre del campo de Tabuenca. La madre era analfabeta, fregaba suelos en la pensión en que se instaló José Poch, su futuro marido. Era una señora tan inocente, buenísima, sumisa y religiosa, que jamás quiso hacerse una fotografía: pensaba que era algo pecaminoso.
-Amparo quería ser escritora e hizo sus pinitos.
-Siempre quiso ser médica. El padre, que era un auténtico espadón, le dijo que la Medicina era una ocupación inadecuada para una mujer. Le dijo que se hiciese maestra. Cuando acabó Magisterio, se matriculó en Medicina. Empezó a colaborar con ateneos y sindicatos, enseñaba a leer y a escribir a las mujeres. Cuando en 1934 funda la revista “Mujeres libres”, ya en Madrid, continuará una experiencia que ya había realizado en Zaragoza.
-Usted, en el libro, recupera sus colaboraciones en “La Voz de Aragón”.
-Escribió desde siempre. Desde muy joven quería echar fuera sus pensamientos e inquietudes. Hace poesía, narrativa, periodismo. Era una mujer excepcional, consiguió 28 matrículas de honor en su carrera. Pintaba, podía hacer lo que quisiera. Poseía una mente clarísima: era una visionaria en muchas cosas.
-Y tampoco excluía la polémica. Salía a defender sus puntos de vistas en la prensa contundencia.
-Desde luego. En una ocasión vino una mujer de fuera, de Madrid, y dijo que Zaragoza era una ciudad de provincias, parada en el páramo. Quiso montar un liceo feminista. Amparo le respondió de inmediato diciéndole que estaba en contra de la segregación de sexos, que eso ya lo había vivido en la Universidad de Zaragoza, donde sufrió mucho; por una parte decía: “¡que valor tienen las universitarias!” y también era crítica y denunciaba que gran parte de las estudiantes iban a buscar marido. Ella se sentía inmersa en el feminismo libertario no excluyente que está con el hombre, con el compañero al lado.
-Sus opiniones conmocionarían una apacible sociedad burguesa como la de Zaragoza.
-Claro. Ella era una extraña mujer en la provincia. Vestía pantalón y usaba corbata. Era menuda y vivaz. Su familia vivió su actitud como una afrenta: las hojas de su expediente académico fueron arrancadas de cuajo por su padre, que hizo labores de censura con la llegada del Movimiento Nacional.
-¿Qué podemos decir de su novela breve “Amor”, editada en 1923?
-Creo que es la novela del progresismo en Aragón. La novela de la lucha, del amor, de las reivindicaciones sociales. Ella es la propia Amor Solís, la pintora protagonista que se mueve entre la lucha del obrerismo y el pistolerismo del momento. Amparo Poch sabía lo que quería desde el primer momento y su compromiso es inequívoco.
-Tanto que fundó una clínica médica.
-La primera estuvo en la calle Madre Rafols y la segunda en la calle Cerdán. Era una clínica para mujeres y niños, sobre todo. Estoy trabajando en su biografía, que aparecerá en octubre en la editorial Flor del Viento, y he podido contactar con alguien que fue atendido por ella cuando era niño. Tenía connotaciones de demonio. Recuerda que su madre era conservadora y muy religiosa, pero que admiraba muy sinceramente a su hija. Me dijo: “Mi propia madre también la admiraba: era progresista, trabajadora y extravagante, pero debía suscitar confianza”. Amparo Poch acabó siendo vicesecretaria del Colegio de Médicos de Zaragoza.
-En 1934 se trasladó a Madrid. ¿Cómo le fue?
-Creo que fue su gran momento. Se implicó como siempre: dio clases, mítines y conferencias, y enseñó sexualidad. Fue la defensora en España del método de Ogino y adiestraba a hombres y mujeres en lo referente en un tema tabú como el sexo. A las mujeres las preparaba en una doble dirección: la del placer sexual y la de la maternidad. Escribió un “Elogio del amor libre” y el volumen “La vida sexual de la mujer”.
-La guerra civil y el exilio le truncaron la trayectoria.
-Todas las mujeres que tuvieron voz y tanto poder (ella huía del poder, en realidad), cuando llegó el exilio fueron humilladas y rechazadas. Carecían de documentación y eran perseguidas por los gendarmes franceses. Amparo regresó a la pintura, hacía pañuelos y sombreros durante su estancia en Nimes. Se cree que participó en la Resistencia contra los alemanes y que trabajaba hasta avanzadas horas de la noche porque colaboraba con la resistencia contra los nazis.
-De Nimes se trasladó a Toulouse y murió en el olvido.
-Ejerció en la Cruz Roja y mantuvo siempre su dignidad. Escribía, ayudaba a los exilados, ejercía de médico bajo cuerda. Los anarquistas españoles eran perseguidos continuamente por la policía francesa. También fuera se portó como una heroína silenciosa.
-¿Existe una figura de su talla y de su generosidad en nuestros días?
-Con esa abnegación, con esa lucidez, con esa rebeldía, es difícil. Eran otros tiempos mucho más difíciles. Amparo Poch nos enseñó a pensar, expresó la necesidad de preparación de las mujeres, a pesar de la terrible influencia de la religión. Y nos enseñó que la sexualidad no es vergüenza sino un privilegio y un derecho, la sexualidad es la vida. Amparo Poch enseñó a las mujeres a disfrutar de su cuerpo.
-Por cierto, ¿cómo fue la vida amorosa y emotiva de una mujer que predicaba el amor libre?
-Tuvo una vida amorosa muy rica, aunque siempre defendió su libertad: pedía a los hombres que no la coartasen, que no le cortasen las alas, que la dejasen sola cuando era necesario. Practicaba lo que escribía. Tuvo varios amores. Amparo Poch fue el gran amor del crítico y poeta Gil Comín Gargallo: él estaba enamoradísimo, ella le encantaba pero Amparo lo quería como compañero de letras pero no como amante.
*Antonina Rodrigo, esa admirable biógrafa de tantas mujeres y de escritores como García Lorca, ha publicado dos libros sobre Amparo Poch: "Una mujer libre. Amparo Poch y Gascón". Flor del Viento, Barcelona, 2002. 300 páginas. Y "Amparo Poch y Gascón. Textos de una médica libertaria". Diputación de Zaragoza / Alcaraván. Zaragoza, 2002. 293 páginas. También Lola Campos en su libro "Mujeres aragonesas", Ibercaja. Zaragoza, 2003, le dedica un capítulo.
HISTORIAS DE LA RADIO O DE CÓMO ADELGAZAR FOLLANDO

He salido a las dos y media de la mañana de “Heraldo”. Tenía que terminar un artículo extenso, muy extenso, sobre Ferdinando Scianna, que sale hoy –el martes tendrá un encuentro con periodistas, fotógrafos y artistas en Ibercaja (si alguien quiere apuntarse, encantado), y por la tarde hablará en el Paraninfo a las 20.000-y otro sobre un ilustrador, publicista y dibujante olvidado y nonagenario Luis Germán, que hizo tebeos para París y que ilustró los cuentos de muchos niños de Zaragoza en la posguerra y que pintó en el Casino Mercantil “Los cuatro jinetes del Apocalipsis”. Tenía tal revoltijo de papeles que debía poner un poco de orden.
Por la mañana, me llamó Javier Burbano para decirme que había hecho una maravillosa ruta por el Mezquín y para recordarme, claro, que tiene un coche nuevo, una novia encantadora y que vive una segunda y pletórica juventud, aunque él nunca ha sido mayor. Ni lo será: canta en un coro, incrementa a diario su pelotón de amigos, se baja toda la música del mundo, asiste a mil y un actos: es una factoría de curiosidad andante. Además, me envía una foto de sus exploraciones entre la multitud. Por la tarde, recibí la llamada de Fernando Sanmartín: seguimos trabajando en un proyecto como el de Pilar Bayona para Las Cortes con Luis Galve y que tendrá continuidad más tarde con Eduardo del Pueyo, con la colaboración y la presencia de Manuel Maynar, su biógrafo; estuve con Sergio Abraín, el fotógrafo Manuel Barrios y su asistenta Gina o Ginebra, que tiene algo de actriz de cine que podría encarnar a la reina Ginebra. Me encontré con Andoni Cedrún, que iba a llevar a su hija de 17 años, de 1.84 o 1.94 metros, creo que hasta él mismo dudó, a baloncesto, y recitamos en homenaje a su padre aquel Athletic de Bilbao del 56: Carmelo; Orue, Garay, Canito; Mauri, Maguregui; Arteche, Marcaida, Arieta, Uribe, Gainza ; fui a ver la exposición de dibujos de Natalio Bayo, en realidad tenía la urgencia de comprar el catálogo, 4 euros, porque hoy sale una extensa reseña de Ángel Azpeitia en “Artes & Letras”. [Por cierto, cuando recitábamos la alineación, llamó Luis Alegre para enviarme cariños. El otro día comí con él, con Miguel Pardeza, con Manuel Hidalgo, el autor de “El testigo indiscreto”, y con Felipe Vega, a quien no conocía y me pareció un tipo estupendo. La comida era como el preámbulo de la imposible presentación del libro en el ciclo “La buena estrella”. Luis Alegre, sin que nos percatásemos, lo pagó todo: contó los mejores chistes, bebió con afición, se rió con estruendo, renovó sus afectos a la camarera Carolina, que tiene novio y es más feliz que nunca, e invitó incluso al orujo. Manolo Hidalgo presumió lo justo del liderato de Osasuna y recordó que había tanto forofismo detestable y reaccionario que no podía ser feliz del todo. Felipe Vega dijo que a él del fútbol sólo le gusta un poco lo que ocurre allá abajo, sobre el césped, y confesó que era de dos equipos lejanos: el Real Zaragoza, por cariño hacia su abuela materna, y del Real Celta de Vigo].
El otro día en otro sitio público fui a ver la exposición de Radcliffe para comentarlo de inmediato, casi a página completa, y la conserje me dijo que no podía darme el catálogo aunque fuese de un medio de comunicación, detalle que le revelé sólo porque no tenía cambio de 20 euros y no había manera de que nos arreglásemos. Así que desde esa experiencia, jamás recuerdo que soy periodista, me lo compro y al trabajo. Nunca saldremos de pobres. Los catálogos luego acaban llegando, quince días o un mes después, incluso después de que termine la exposición, pero eso también hace la vida más emocionante: descubres a las siete del miércoles que no tienes catálogo –por cierto, bastante cutre en este caso, indigno de la institución si esta muestra se presenta como una antológica revisada, indigno de la institución de cualquier modo, sin reproducciones en color, ni una- tienes que ir escopeteado a buscarlo. Y así, cruzas un rato la ciudad, ves las luces, las mujeres bonitas, el imponente y cárdeno cielo de Independencia, te encuentras con amigos, y hoy me he encontrado con Plácido Díez, que está muy ilusionado con la radio y la televisión. Plácido, que fue mi primer director cuando empecé en “El día de Aragón” (me dijo una vez: “¿No te gustaría quedarte de prácticas con nosotros este verano?”, y luego me quedé tres años, hasta mi paso a “El Periódico de Aragón”, donde él también estaba) no sabe que le rindo un homenaje en el libro conjunto Visiones (Delsán) de San Juan de la Peña, en el cuento “Un perro entre reyes”. O sea que, sinceramente, sobre el rollo de los catálogos, en contra de lo que ha podido pensar mi admirado y queridísimo Carmelo Ramos Rebullida, ese excelente artista y gran ciudadano que realiza una magnífica exposición en Montemuzo, no me molesta en absoluto no tener catálogos ni pagar cuatro o 3 euros. Pagar un catálogo te hace mucho más libre, aunque lo hayas escrito tú. Más, un poco más de cinco o seis o diez euros, ya te invita al resentimiento. No todo tiene que estar impecablemente reglado.
Me he dilatado innecesariamente en este introito, porque en realidad lo que quería decir es que salí a las dos y media de la mañana de Heraldo, y me encanta conducir, atravesar la ciudad silenciosa y casi deshabitada, que sientes que es sólo para ti con sus luces, con sus aves noctámbulas, con sus garitos de Conde de Aranda aún entreabiertos. Siempre enciendo la radio: escucho “Hablar por hablar”, y me fascina la voz de Mara Torres, su timbre, su delicadeza, su manera de preguntar, cómo administra el silencio de los otros y de sí misma. En la radio siempre te enamoras de una voz: te la imaginas, construyes el cuerpo al que le supones esa voz, como si fueras un escultor en proceso de creación, y no aciertas nunca. Ni falta que hace. Oyes que alguien habla del perro que ha abandonado porque ha tenido un niño y sentía celos del recién nacido, y oyes varias llamadas que le reprochan lo que acaba de hacer, alguien dice que lleva siete años viudo de su perro y que aún no ha superado su dolor; oyes hablar a la señora que le dice a su madre en Bilbao que sí, que tiene cáncer, pero que irá pronto a verla, que no va ahora porque tiene un gripazo: es tan generosa que lo coge todo; oyes a la señora que quiere saber qué ha podido ocurrir con una madre con cinco hijos, cuya historia la dejó estremecida; oyes como otra señora, que está en proceso de curarse la halitosis, le aconseja a otra como remediar la de su marido…
Pero la historia más bella de la noche, que era también bastante teatral, y en ese caso el actor habría obtenido el papel de impostor, es la del joven estudiante de 1.78 que sólo pesa 57 kilos, a veces 65, y todo, esa reducción paulatina y evidente de kilos, se lo provoca su novia, que debe ser un poco ninfómana (él no quiso decir eso, lo apuntó), pero muy lenta en la conquista del placer. Hacen el amor entre cuatro o cinco veces al día, ahora no que ella es estudiante y está fuera; cada coito suele durar entre una hora y dos, “a ella le cuesta mucho y le gusta que se lo hagan todo, el que suda soy yo, claro”. No dijo que fuese una chica pasiva, la verdad, sólo reveló que estaba muy delgada. Explicó además que antes él tenía un consuelo estupendo durante el período de la regla: podía descansar siete días y recuperar algunos gramos, soñar de nuevo con volver a los 65. Pero que, en una de ésas, experimentando por aquí y por allá para aliviar escozores y otras suertes íntimas del deseo, han descubierto otro modo de hacerlo, un modo de hacerlo que elude los inconvenientes de la sangre y sus olores. Mara Torres, tan cautivadora y sensual, entendió de que se trataba, y no se prodigó en explicaciones, y leyó algunos mensajes del chatín (cómo ella le llama al chat) o del correo: “¿Ella también pierde tanto peso como él?”, “¿Por qué no lo hacen en la cocina y comen mientras follan?”, “¿Por qué no lo hacen sobre la lavadora y aprovechan los latidos del centrifugado, así harían menos fuerza?”. Alguien también le llamó al chico “Casper”, fantasma. ¡Cómo si el día no diese para cinco coitos bien administrados!, sugirió él o digo yo ahora, que ya no estoy seguro del todo. La frase más bonita y prometedora la escribió una chica: “Chico, tú eres mi ídolo”.
Cuando yo estaba llegando a casa, a Mara Torres no se le ocurrió otra cosa que recordar que había luna llena. Dijo que en Madrid no se veía por la niebla. En Zaragoza, la luna era como una barca huidiza y desmigajada que bailaba en las olas del mar de nata del cielo.
*La foto del Mercado Central de Zaragoza, que concibió Félix Navarro, pertenece al archivo maravilloso de BanK Hacker. Si le molesta a alguien la retiro.
"EL FUMADOR PASIVO" YA ESTÁ AQUÍ

Suena el timbre en casa y es el editor Chusé Raúl Usón. Llama para decir que ya existen ejemplares del libro "El fumador pasivo" de Daniel, su segundo libro en Xordica, compuesto por cinco relatos: uno sobre la vida universitaria y un profesor tan extravagante como humano llamado Gaspar Cayarga; otro sobre una mudanza de Barcelona a Francia y la relación que se establece entre un tío y su sobrino y el acceso de ambos a espacios ocultos; otro sobre la vida universitaria en Norwich con un homenaje al malogrado W. G. Sebald; otro sobre los lentos adioses del amor, y el último es una evocación de un abuelo, un abuelo que ya ha dejado de contar historias pero que fue el hombre que alumbró el mundo, los matices y la sabiduría al niño. Pensaba que Raúl traía ya el libro, pero en realidad lo han ido a buscar a la encuadernadora. Qué ilusión, qué maravilla, cuatro años después de "La edad del pavo", otro libro que le ha acompañado en Zaragoza, Norwich, sus viajes a Italia, su estancia como lector en Evreux. No hay nada más bello para un escritor que tener editores que te quieran, que respeten lo que haces, que se entusiasmen con cada libro. Chusé Raúl Usón, con su falsa frialdad, es un espléndido editor y yo le agradezco todo el cariño que ha puesto siempre en los libros de Daniel, que a éste le ha dado mil vueltas. Chusé Raúl le mandó una carta a Evreux diciéndole que quería el libro...
*La foto es de Heraldo de Aragón, aunque para el libro lo ha retratado Patricio Julve, en su calle Perera Larrosa 7 (Garrapinillos)
O NARRADOR e POETA POPULAR VENTURA AMAR SESTAYO*

A principos dos anos ostenta coñecín a un home do mar, co cabelo mesto y algo ruzo xa, que andaba de aquí para acolá cunha fasquía de fidalgo sentimental, un pitillo de cando en vez na boca e unha saudade esencial. Tiña algo de personaxe de Ramón Otero Pedrayo ou dos contadores de historias de lobos e misterios de Ánxel Fole. O seu nome era ben literario: Ventura Amar Sestayo. Non é que pasase inadvertido, non, porque había na súa ollada un xeito de mirar especial: a do ser que busca a felicidade en cada conversa, o cultivo da amizade, pero parece estar pensando sempre noutro sitio. Pensando e vivindo. É ese lugar existía, claro: era Galicia, o mar don Son, Ribeira e o lento esvoazar das gaivotas no mar e na terra, neses menceres nos que parecen fumegar os sulcos despois da seitura, e mesmo o pasado que deixara atrás: o pasado a nenez, o recordo da familia, aqueles tempos de mariñeiros, de fotógrafos ambulantes, de circos, de cans sen dono, de indianos que ían e viñan das Américas lonxanas á Terra. Non recordo exactamente en que momento nos fixemos moi amigos, pero durante case unha década, todas as mañás de domingo, mentres eu traballaba en “El Periódico de Aragón” montando un suplemento de libros que saía os xoves, el aparecía co seu traxe azul mariño, como de capitán de barco en terra, como de náufrago lonxe do Son, e sempre me traía algunha cousa: unha páxina que recortaba dos xornáis cunha entrevista, un informe mareiro, unha revista nova onde lle acababan de publicar un poema. “Si, si, o poema ‘Corredoria’, e tamén ‘Laios dos emigrantes’. Estou moi contente”. Estabamos xuntos unha ou dúas horas, falando de esto e de aquelo, a recordar, a parolar sen acougo.
Recordo que un día lle fixen unha entrevista longa, de dúas páxinas, no xornal, nunca serie titulada “Los raros”. Ventura Amar era un raro: un cabaleiro de antano, co seu xenio, requintado e atento, respetuoso co outro, romántico, namorado da súa dona e de outra dona simbólica, casi espectral, quizais unha quimera, chamada Galicia. Naquela entrevista, Ventura Amar contárame cousas das que nunca falaramos: a súa vida no paradiso do Son, os personaxes que lle ensinaran a descubrir o mundo, a casa, as súas irmás, a presencia constante do mar, espello e música do cativo abraiado. Contoume como marchara polo mundo adiante, e como chegara a Zaragoza onde, despois de ter traballado de mecánico y de conductor de camións, obtivo un posto de chófer de protocolo, e alí estivo moitos anos. Era o chófer máis querido pola súa simpatía, o seu aire de home do seu tempo e do romanticisimo, polo seu acento y pola vocación secreta de recitar poemas en galego de Rosalía, de Cabanillas, de Curros, de Añón, de Pondal, que eran os seus escritores favoritos. As veces, era o funcionario pintoresco e delicado que engaiolaba con recursos non previstos, como a súa condición de contador de historias, de rapsoda de poemas propios. No seu coche levou a moitos invitados do alcalde de Zaragoza: o historiador e crítica de arte José Camón Aznar, a soprano Pilar Lorengar, o científico e médico Grande Covián, e todos tiveron con él xestos de respeito e de simpatía. Ventura Amar do Porto do Son, como gustaba dicir el, integrouse máis tarde no Centro Galego, e iso foi unha maneira definitiva de vivir sempre en Galicia: na intimidade coa súa dona Maruxa e os fillos, e no lecer de cada tarde.
Ao cabo dun tempo, empezou a falarme de Ramón Sampedro, ao que ía ver cada vez que voltaba a Galicia. Falaban de poesía, de filosofía, fumaban un chisco, recordaba de novo o mar, como esa patria de soños que lles ripara a historia e a enfermedade. Líalle ao doente cousas, as súas cartas desde o inferno, e sempre tiña alí unha cita. Outro día, e foi unha grande sorpresa, tróuxome un cartafol de relatos, que eran como a memoria da súa vida en Galicia: a historia do retratista, Lela, Benvido e a súa parentela, a historia do xoven e inocente seductor de todas as nenas da súa aldea, os días de escola, a venda do porco, etc., ese libro que agora ten o lector entre as mans. Sempre desexei que Ventura o vise publicado en vida, e traballamos niso, pero a morte atallou moito máis. Son as páxinas dun home sentimental e garimoso que fai o mellor que sabía, seguindo a escrita transparente de Castelao: recordar, evocar e soñar, volver a vivir aqueles tempos, a súa terra, o seu pobo. Iste é un libro inxel, o libro curto dunha vida longa, a paixón de sentir Galicia tan lonxe da chuvia, algo que tamén se ve na media ducia de poemas que escribiu.
Ventura Amar foi un señor, un home dunha bondade innata. Eu dicialles sempre: “Venturiña ou a ventura de amar”; en realidad, para moitos Ventura nunca deixou de ser Venturiña. Estes contos e estes poemas, que deron a volta a medio país, desde Bilbao, Baracaldo ou Lérida a Galicia, son o seu millor retrato e a testimuña da súa constante señardade; unha das súas frases favoritas era: “Cantas esperanzas rachadas”. Mirou o mundo con ternura, quixo entender aos seres humanos cun sentido natural de compaixón e complicidade, e dábao todo, case todo, por unha boa historia, polo pracer dunha conversa ó arrimo do licor café.
*Texto en galego. Había varios anos que non escribía nada directamente en galego. Ventura Amar foi un amigo especial na miña vida, nos anos 90. Agora en Porto do Son estudian a edición dun libro seu de contos e poemas.
LA PÓCIMA DE REALIDAD DE MANUEL MOYANO

Chusé Raúl Usón, editor de Xordica, también siente una gran admiración y cariño hacia la obra de Manuel Moyano (Córdoba, 1963; reside en Molina de Segura, Murcia), un original e imaginativo escritor que ha publicado libros como “El amigo de Kafka”, “El oro celeste” (Xordica, 2003) o “Galería de apátridas” (2003), que conforman una trayectoria sumamente atractiva. Ahora, con portada de Otto Dix, aparece el libro “La memoria de la especie” (Xordica), un libro que es una propuesta mestiza en la que se cruzan Borges, Marcel Schwob, Lytton Stracchey, Italo Calvino, Gómez de la Serna o Joan Perucho, como animales de fondo, como referencias cruzadas, aunque el poder de creación de Moyano es suyo: divertido, paródico, irónico. En el libro hay de todo: narraciones sobre el último día en la vida de grandes personajes como Beethoven, Simón Bolivar, Goethe (“Sus últimas palabras fueron: ‘Que Dios ayude a mi pobre alma”), Chopin, Rimbaud, Apollinaire, Anna Pavlova, Pessoa (“Pedía sus gafas, quizá para que nada pudiera escamotearle la visión de su propia muerte”), Manolete, Franco (Murmuró aquello de “¡Qué duro es esto!”, “¡Dios mío, cuánto cuesta morir!”), Sartre, Hitchcock y Cela, entre otros.
Otra parte del libro, “Archivo de atrocidades”, es la glosa poética, cargada de humor e ironía, de noticias de asesinatos, robos y otras perturbaciones. Hay piezas delirantes; otra es el “Interludio onírico”, que es una narración muy particular, con un homenaje o guiño final a “El Libro de Arena” acerca de la hipotética relación entre Borges y el padre del autor Antonio Moyano. Y entre otros textos, en el apartado “Bazar”, de aforismos, noticias, bromas y veras, y hallazgos felices, leo esto:
-“Titular de un periódico: ‘Elías Canetti murió mientras escribía un ensayo sobre la inmortalidad’. Ignoro si la ironía del periodista fue o no involuntaria”.
-“Un verdadero amigo es –creo- aquél por cuyos éxitos uno se alegra sinceramente”.
-“Cuando estamos obnubilados por un autor, toda su obra no nos basta. No son suficientes su biografía, su epistolario. Buscamos cada ínfimo texto salido de su pluma o de su voz; sus prólogos, sus entrevistas, sus anotaciones; incluso un cuaderno de notas inconexas que ni siquiera tiene el carácter de boceto o de dietario”.
Y recojo este texto último porque creo que es de donde sale el título de este espléndido libro, una continua caja de sorpresas.
-“Abandonamos el mundo con el consuelo de que nuestro entorno nos sobrevive, de que los asuntos humanos siguen su curso. Pero algún día habrá un hombre que será el ‘último’. Con él se extinguirá la memoria de la especie. ¿Cómo imaginar siquiera lo que sentirá en el momento de su muerte?”.
“La memoria de la especie” de Manuel Moyano es un libro fronterizo, vinculado también con el Vila-Matas de “Historia abreviada de la literatura portátil” o “Para acabar con los números redondos”, vinculado con Álvaro Cunqueiro (sobre todo en su "Dietario Mágico"), que posee el encanto del mestizaje, de lo infrecuente, del ingenio y del divertimento. Entras en él, en cualquier rincón, y disfrutas porque además, como se recuerda en la contraportada, se disecciona al ser humano con distancia, ternura y escepticismo, todo a la vez y bien mezclado.
MIGUEL MENA, PREMIO DE NOVELA DE MÁLAGA

La trayectoria de Miguel Mena es muy coherente. Es un escritor que se inició en el campo de la literatura con aspiración a la comunicación directa, optaba por una literatura popular entendida con la máxima dignidad, y ha ido evolucionando hacia un mayor compromiso personal, como sucedía en “1863 pasos” (Xordica, 2005, que ya tiene dos ediciones, donde hay un impresionante texto como “El Moncayo, ese dios que ya no ampara”) y hacia una mayor definición en la trama, la arquitectura narrativa y la presentación del contexto histórico. Miguel Mena firma el próximo jueves, en “Artes & Letras” de “Heraldo”, una extensa reseña sobre el libro de la jota, que ha publicado Prames, en el que escriben Javier Barreiro y José Luis Melero.
Con esa amabilidad exquisita que tiene, me dijo: “Deja de hacer el tonto y escribe una novela. Llevo años diciéndotelo. ¡No me digas que no! Las editoriales sólo quieren novelas”. Le repetí la frase que me gustó mucho del libro de Manuel Moyano: “Un verdadero amigo es –creo- aquél por cuyos éxitos uno se alegra sinceramente”.
Sé que somos un buen montón los que nos alegramos de este galardón para Miguel. Esa novela va a ser un éxito en Asturias (Gijón y Oviedo), en Málaga y alrededores, en Zaragoza… Esa novela la van a llevar al cine en menos de un año, contado después de la primavera.
NOTA COMPLEMENTARIA
Miguel Mena (Carabanchel, Madrid, 1959) compañero de la gran Mercedes Ventura y papá de Daniel, con nuevo refugio en el Moncayo, explicó hoy a Efe que el libro "se inspira en el clima social inmediatamente posterior al conato de golpe de Estado de 1981, una época de continuo sobresalto, en la que casi todos los días asesinaban a gente como reflejan los periódicos", apuntó.
De vocación "sentimental y emotiva", la historia refleja la angustia de una sociedad que convive con la violencia y la inestabilidad a través de un agente de la policía "honesto y democrático" que investiga el rapto del delantero centro del Barcelona, Quini. No obstante, la búsqueda del protagonista adquiere tintes más personales y ambiciosos al topar con el paro y la corrupción que atenazaba al país, lo que sirve al autor de vehículo para trazar un retablo de la realidad del momento.
Miguel dijo que una vez concluida la obra "advirtió la influencia de su admirado Graham Greene, porque el personaje principal de esta historia también es un héroe que lucha por la democracia, pero que al mismo tiempo encarna las debilidades y miserias de la vida diaria".
Mena dijo que el periodismo y la literatura "son actitivades complementarias, aunque en la radio sea más acelerado. Intento aplicar la misma lógica al programa que a los libros, que no es otra que ritmo y claridad', reseñó. El jurado del certamen, compuesto, entre otros, por el poeta y ex secretario de Cultura del Estado Luis Alberto de Cuenca y el narrador Antonio Soler, alabó su capacidad para trenzar un estilo "sobrio y eficaz que configura una trama con una profunda percepción del alma humana".
JAVIER BRUN, NUEVO DIRECTOR DEL CENTRO DRAMÁTICO DE ARAGÓN
Entre su actividad docente cabe destacar su labor en las Universidades de Barcelona (Diploma de Postgrado en Cooperación Cultural Internacional y Diploma de Postgrado Gestión Cultural) y Girona (Cátedra UNESCO de Cooperación Cultural Internacional).
Javier Brun dirigirá el Centro Dramático de Aragón con varias ideas: impulsar la formación de profesionales de la producción teatral, avanzar en la política de producción de espectáculos propios y la coproducción de espectáculos con otros centros dramáticos nacionales e internacionales, así como favorecer las ayudas a la producción y servir de acicate a las empresas teatrales aragonesas. Esos objetivos, esencialmente, coinciden con los que mismos que intentó desarrollar el anterior director Francisco Ortega. Antonio Brun será padre de gemelos a principios de año.
HISTORIA DE UN PASAJERO DEL STANBROOK

ANTONIO MARCO BOTELLA: MEMORIA DEL ESPERANTO
Antonio Marco Botella necesitaría una segunda vida: compraría meses y años, y sería capaz de hacer un pacto con el diablo para que le devolviese la memoria. Día a día, por la obstrucción de la venas carótidas, acusa su pérdida. Le cuesta recordar ya el nombre o el rostro de aquel profesor argelino que le habló, en un campo de concentración, del imperio desvanecido de Al-Andalus. Para combatir los estragos del tiempo se levanta temprano, y se sienta ante el ordenador: apura sus memorias, traduce poemas al esperanto o vierte el volumen “Lirikaj perloj de Al-Andalus” al castellano. Por la tarde pasea, escribe de nuevo y hace crucigramas en su estudio ante los cuadros de su mujer Pilar Gayarre.
Nació en 1921en Callosa de Segura (Alicante), una población industrial de quince mil habitantes, famosa por el cáñamo y el lino que recogía. Allí trabaja todo el mundo y a destajo: desde las cinco de la mañana hasta la diez de la mañana. Antonio conserva varias imágenes: los niños, a partir de los seis años, ya empezaban a hilar ante sus padres, envueltos con un fajo de cáñamo, con el cual se hacían las redes de pescar; corría el dinero a espuertas y abundaban los cafés, las tabernas, los individuos inclinados a la aventura. Al principio, el joven, segundo hijo de un modesto empresario de rastrilladores de cáñamo, iba a un colegio privado, denegrido y sucio, habitado por cucarachas y piojos, en el que le obligaban a cantar el Padrenuestro. Luego, ante la pujanza de los colegios krausistas, Primo de Rivera se sacó de la manga las Escuelas Graduadas; Antonio acudió a la recién creada en Callosa y allí atisbó “por primera vez la modernidad: por la calidad de los profesores, por la arquitectura misma del recinto, luminoso, de paredes blancas, y por los métodos de la enseñanza. Recuerdo que nos explicaban la historia de los árabes, por ejemplo, a través del castillo de la localidad”.
El muchacho perdía la cabeza por el fútbol y los juegos de “palomas y gavilanes” y el marro. Aunque lo que le hacía soñar eran las películas de cine mudo con narrador: la entrada costaba quince céntimos y se proyectaban obras por episodios, “el héroe nos dejaba hasta el domingo siguiente a punto de morirse. Nos pasábamos la semana entera en vilo”. Antonio tenía otra pasión: la prensa, las revistas, el papel escrito. Observó que el lugar donde siempre los había eran las barberías: le pidió a su padre que le dejase entrar de aprendiz en un local con el único objeto de estar cerca de la información, de las fotos.
Cuando aún no había salido de la adolescencia del todo, estalló la Guerra Civil. Ya había visto, con sus voraces ojos, que se vivía bajo un estado anímico político muy encendido. En una ocasión se había organizado una huelga bastante salvaje durante 40 días: no se dejaba trabajar a nadie, las tiendas se vaciaron de inmediato y se pasó hambre y necesidad. “Los chicos nos íbamos a las huertas a robar naranjas y manzanas”. Aquella realidad violenta reapareció el 18 de julio de 1936; en 1938, tuvo que incorporarse a filas del ejército republicano, que era el suyo, al Frente de Levante. En poco más de dos semanas vio el horror de cerca: la muerte de compañeros o el poderío armamentístico del ejército de Franco. “Tenía muchas más armas que nosotros y disparaban con locura: aquello era un infierno y una locura”.
A él y a muchos compañeros, que ya no vislumbraban esperanza, el país se desplomaba hacia el abismo del totalitarismo, les ofrecieron un pasaporte para México en el barco inglés Stanbrook, objeto de una novela de Rafael Torres “Los náufragos del Stanbrook”. Hasta en eso fue desdichado: se enteró de que su hermano Roque, aviador, había desaparecido y de que el dinero sólo le llegaba hasta Orán, donde desembarcó y fue alojado con cinco mil presos más en un campo de concentración de los franceses. Allí permaneció 17 días sin comer apenas (un kilo de pan se repartía entre una docena de hombres), sólo había un retrete para mil personas y todos, todos, hacía sus necesidades en el mar. Luego trasladaron a los prisioneros, “nos consideraban criminales, asesinos”, al campo de Boghary. Permaneció ocho meses bajo la sombra amenazante de los soldados senegaleses y sus bayonetas.
Los presos empezaron a organizarse y se impartieron cursos de Astronomía, de Gramática y de esperanto, entre otras materias. Antonio, que apenas tenía 18 años, fue el profesor. “¿Por qué el esperanto? Entonces éramos idealistas. Nos parecía el idioma del entendimiento, y pensábamos que si nos entendiésemos todos, se acabarían las guerras. Era el idioma de la paz”. Los reclusos tenían equipo de fútbol, bandas de músicas, coros, tertulias. “Las autoridades cambiaron de pensar: no éramos asesinos. Así que crearon un campo de concentración de intelectuales en Cherchel para 300 personas”. A Antonio lo vino a un buscar un día un agricultor de origen español, Vincent García, para que fuese capataz de su hacienda de hortalizas; lo intentó, pero se le burlaban los obreros, y renunció. Mr. García no le dejó irse y le facilitó otro trabajo como peluquero para europeo. Dos años después volvió a casa, volvió al cáñamo y, tras residir en Granada y Sevilla, recibió una oferta de empleo para dirigir una sección de la fábrica de tejidos de Caitasa en Zaragoza.
Era el año 1949: Antonio vino para quedarse y para traer sus obsesiones. Se integró en Montañeros de Aragón y visitó el Centro de Esperanto de Zaragoza de la calle de Santa Isabel. Supo que ya no se daban clases y que los esperantistas se reunían más o menos en secreto. Fue a verlos al Café Levante y les dijo: “El esperanto no está prohibido. Está mal visto”. Empezó a dar clases, y poco después sus alumnos eran visitados por la policía por la noche. “No les hacían daño, pero les preguntaban por qué aprendían un idioma que era de rojos, de rusos. Un día vino a verme un policía al hotel donde vivía y me hizo la misma pregunta. Le dije que Stalin estaba matando a esperantistas. No se lo podía creer”. Antonio no ha parado de trabajar desde entonces, pero nunca olvidará su primera visita a la Aljafería. “La encontré llena de soldados. Dije que me gustaría verla. Me dijeron que era imposible. Pero no sé lo que hice que convencí a un suboficial que me enseñó el Salón del Trono lleno de fusiles que salían hasta por las ventanas o la estancia donde nació una de las hijas de los Reyes Católicos: allí iban a orinar los soldados. Apestaba. Me encanta la Aljafería: allí encuentro muchas estampas o escenas que aparecen en mis libros hechas realidad. Es una gran joya”. Asume el fracaso del esperanto, que ha pasado de varios miles a un centenar apenas: “Tengo la esperanza de que un día la gente se dé cuenta de lo práctico y sencillo que es”.
Se ausenta un instante y vuelve con sus inéditas memorias de 227 páginas, que acaban así: “Yo seguiría mi vida, y algún día volvería a escribir, porque seguro que tendría algo que contar...”
JUAN RAMÓN Y ZENOBIA: UNA DEDICATORIA

Leo en “Babelia” un texto extenso de Andrés Trapiello donde comenta la aparición de la “Obra poética. Obra en verso. Obra en prosa” de Juan Ramón Jiménez (1881-1958), galardonado con el Premio Nobel en 1956. El proyecto lo ha publicado Espasa Calpe en dos volúmenes de 3.004 y 2.854 páginas (Chusé Raúl Usón estuvo el otro día un instante en casa y me recordó que los libros siempre tienen páginas pares, “no como eso que ponéis a veces en las reseñas, 187,123,415”, y son múltiplo de cuatro). Juan Ramón Jiménez ha sido mi poeta favorito durante muchos años, y en cierto modo lo sigue siendo. Tomo de una estantería su “Lírica de una Atlántida” para ratificarme en ello: es la pasión por la poesía, por la palabra, la pureza absoluta, la conquista final de la transparencia. Trapiello, que acaba de publicar otro de sus extensos y ricos diarios “El jardín de la pólvora” (Pre-Textos), recoge una de las últimas dedicatorias que le dedica a su mujer:
“A Zenobia de mi alma, este último recuerdo de su Juan Ramón, que la adoró como a la mujer más completa del mundo, y no pudo hacerla feliz. J.R. Sin fuerza ya”.
UN SÁBADO DE FICCIÓN*
Un sábado
de ficción
Los telediarios son una gran fábrica de ilusiones. Incluso han adoptado la estética del videoclip. La infografía se mezcla con la información en directo, en un asombroso despliegue, y nunca se sabe si la acumulación de noticias de efemérides responde al interés general o a una política de acérrima nostalgia. Ayer, los telediarios nacionales rompieron con esa norma: el asunto central fue el choque que se libraba por la tarde entre el Villarreal y el Real Zaragoza. Se analizaron coincidencias e hitos perfectamente olvidables: cómo algunos futbolistas habían jugado en ambos conjuntos, caso Galca; cómo Víctor Muñoz fue también preparador del equipo levantino, o cómo los blanquillos vivieron su peor pesadilla allí, en medio de una inmensa tangana.
Pero, sin duda, el protagonista absoluto fue el Real Zaragoza: se analizó su trayectoria irregular, que hace temer por el puesto de Víctor Muñoz, “a quien se le niega, de nuevo, la gloria como míster”, y se constató que el club mueve una inmensa masa social. El telediario, además, recordó los grandes momentos del club: empezó con “Los Alifantes” de Lerín y diez más; evocó el fulgor de “Los magníficos”: puso imágenes de aquel 6-1 de los “zaraguayos” al Real Madrid cuando Franco agonizaba en un simbólico primero de mayo de 1975. Y sonó a ritmo de canción de Bunbury la gesta de la Recopa en París. Fue algo precioso. Por una vez no se dijo nada del Madrid-Barça. Como guinda inesperada de cierre, se informó del malestar que ha provocado en la Comunidad el hecho de que el AVE a Toledo sea más barato y más bonificado que el de Zaragoza a Calatayud, o viceversa. Está claro: hay días en que ni nos dejan ser victimistas.
*Querida Magda: esta fue la pequeña broma que se publicó ayer en "Heraldo". Dentro de poco, los telediarios pasaran a llamarse Deporte, a secas, e incluirán cinco minutos de información general.
FERDINANDO SCIANNA, EN EL PARANINFO

1. EL FOTOGRAFO SICILIANO PARTICIPA EN LOS 110 AÑOS DE "HERALDO"
2. EL REPORTERO DE MAGNUM HABLARÁ DE LOS SECRETOS DE SUS FOTOS
Ferdinando Scianna (Bagheria, Sicilia, 1943) se inclinó hacia la fotografía misteriosamente. Parecía impreso en el viento marino o en algún peñasco del campo próximo que iba a ser médico, arquitecto o ingeniero, como correspondía al hijo de una familia burguesa. De golpe, un día le anunció a su padre que quería ser fotógrafo. Al parecer, ninguno de los dos, ni el padre ni Ferdinando, sabían muy bien qué significaba esa decisión. El joven empezó a hacerse a la idea tras retratar a sus compañeros, en particular a una niña que solía decirle: “¡Qué bonito! ¿Me haces a mí también?”. Y Ferdinando le hacía fotos porque tenía la sensación de que era apreciado, reconocido en Bagheria. La fotografía era casi una estrategia de seducción y a la vez también era como una senda inesperada. Su padre, pese a todo, le regaló su primera cámara, y Ferdinando empezó a tirar fotos muy distintas de fiestas, pero también del paisanaje, de la vida en Bagheria, aquel lugar donde se recomendaba no dar de mamar a los niños tras los bombardeos por temor a que la leche “estuviese asustada”.
La idea era, con ese material, hacer una tesis de antropología, aunque luego, cuando Scianna tenía 20 años, se cruzó en su existencia el escritor Leonardo Sciascia, futuro autor de “El caso Moro”, “Todo Modo” o “El contexto”. Sciascia arriesgó un juicio esclarecedor: le dijo que esas fotos no tenían una voluntad etnográfica, sino claramente narrativa. Scianna definió aquel “encontronazo” feliz como “un amor a primera vista”. Poco después, hacia 1965, encontraron un editor en Bari, y una maravillosa acogida en Nueva York, por Album Photografic, que le remitió una carta con este mensaje: “Es el libro más impresionante del año”.
Luego, le encargaron un reportaje de la Villa Napoleón de Milán, y lo hizo en diez días “con una mentalidad política agresiva y expresionista. Yo era del pobre sur. Era un chico de pueblo en la capitalista Milán, así que le puse un poco de ironía”. Estaba en una librería con sus fotos y apareció Lamberto Vitali. A Scianna le gusta contar, como si se tratase de un cuento o de una novela casi fantástica, que es un increíble coleccionista, “el que trajo a Italia a Cartier-Bresson, autor de un libro sobre el fotógrafo Nadar, y poseedor de obras de Leonardo, Odilon Redon o Giorgio Morandi”. Aquel hombre vio las fotos y le encargó un reportaje “nada convencional” de la boda de su hija. El joven siciliano no salía de su asombro. Después en la revista “L’Europeo” de París, donde hizo el aprendizaje de fondo: reproducciones, fotos rápidas, reportajes de todo y de gentes de medio mundo: estuvo en la India, donde ha obtenido algunas fotos maravillosas, por ejemplo toda la serie de Benarés, en Japón, en Bolivia. “L’Europeo” fue una escuela permanente que se prolongó durante quince años, y fue entonces, por ejemplo, donde coincidió con Milan Kundera, del que es un buen amigo.
Cuando decidió reemprender su carrera en Italia, en Milán, con todo lo que sabía, con un impresionante bagaje (su bibliografía ya incluía “Il glorioso Alberto”, “Les Siciliens”, con texto de Dominique Fernandez y Leonardo Sciascia, que se publicó en París y Turín en 1977), tuvo otro encuentro fantástico: Henri Cartier-Bresson, que fue el embajador para que entrase a formar parte de Magnum. Es curioso: Lamberto Vitali le dio una carta de recomendación para el autor de “Los europeos”, que Scianna no utilizó, y entraron en contacto cuando le envió su libro “Les siciliens”. Desde entonces, el trabajo de Ferdinando Scianna ha ido evolucionando con una calidad constante y creciente, y con una estética que él define, a la manera de Cartier-Bresson o Catalá-Roca, entre nosotros, como “el testigo invisible”. Dice Scianna: “Entiendo la foto como un toreo con el instante. Eso me apasiona. El mundo está ante mí con sus significados y sus formas caóticas. Hay un momento en que tú te identificas con la misma rapidez con que las cosas pasan. Yo, como decía Picasso, no busco: encuentro”. Ferdinando Scianna busca siempre elementos concretos: miradas, grupos, atmósferas, ambientes, tensiones, paradojas, y después halla algo que, inconscientemente tal vez, tenía muy adentro. De ahí que diga siempre que la fotografía es “mirar intentando ver. Para mí el mayor logro que puede conseguir una foto es acabar en un álbum de familia, pero el álbum de familia de cientos, miles, de millones de hombres del mundo”.
En los últimos años ha publicados libros extraordinarios: “La Forme del Caos” (Udine, 1989), con textos de Vázquez Montalbán y Leonardo Sciascia, “Leonardo Sciascia, fotografiado por Ferdinando Scianna” (1989), “Jorge Luis Borges fotografiado por Ferdinando Scianna” (1999), “Dormire, forse sognare” (1997), el impresionante “Quelli de Bagheria” (2002), al que incorporan unos pies de fotos que tiene un efecto memorialístico o de novela, o “Mondo Bambino” (Niños del mundo) (2002), donde recoge su trabajo como fotógrafo de niños. En 1989, el año de la muerte de Leonardo Sciascia, publicaron en Italia y en España el libro “Horas de España” (Tusquets, 1989), proyecto que evoca así Sciascia: “Leonardo Sciascia y yo viajamos juntos en diversos momentos. Creo que la última fue coincidiendo con el cincuentenario del inicio de la Guerra Civil. Viniendo desde Madrid, paramos en Zaragoza e hice unas fotos del Tubo. Luego nos fuimos a Belchite: me impresionó muchísimo. Es como una Pompeya de la locura, de la tragedia europea. Es un raro monumento de lo que pasó y un escenario de una belleza trágica, tamizada por la rosada luz del día. Sciascia caminaba entre las ruinas y yo tenía la sensación de que el peso de la historia se le grababa dentro”.
Este hombre, este fotógrafo, este humanista radical y apasionado participa hoy, martes, a las 20.00 en el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza en una charla sobre su trabajo, sobre sus paseos por el mundo. Scianna se identifica con el primer Eugene Smith, con Elliot Erwitt, con Inge Morath siempre. Trabaja en un libro, con textos suyos, sobre la comida. Y sigue creyendo que la fotografía es un acto misterioso gobernado por la casualidad.
*Foto de Ferdinando Scianna.
UN PERRO ENTRE REYES

CUENTOS DE MARTÍN MORMENEO / 37
Rara vez escribo, pero cuando lo hago empiezo siempre igual: me llamo Manuel Martín Mormeneo y soy fotógrafo. Vivo en las afueras de Zaragoza, en un barrio tranquilo con canales de riego, una iglesia de aspecto francés, como la plaza de palmas y de pinos y de surtidores, y muchas urbanizaciones bajas de adosados con un minúsculo jardín. Tengo una perra, contra mi voluntad. Siempre hay algún amigo que nunca tendría un perro en su casa pero que se empeña en metértelo en la tuya, basta que le insistan tu mujer y los hijos. Recuerdo perfectamente el sábado por la mañana que la trajo: en una caja, diminuta y de piel blanca, algodonosa, acariciable. Era una mastina del Pirineo.
No entiendo nada de perros, o más bien poco a pesar de lo que mucho que he leído sobre ellos, pero me di cuenta de inmediato de que aquel animal, en unos pocos meses, sería gigantesco. Ahora, un año más tarde, es como una osa de las nieves que hiberna en mi propio salón, sobre el sofá. Mi amigo ya no viene por casa, pero cuando lo hace siempre percibe alguna contrariedad en mi mirada o intuye una dolorosa ironía en mis palabras (es más su mala conciencia que mi actitud hostil, creo), y hay un momento inevitable en que me dice: “¿Me lo perdonarás algún día?”. Desde luego que no. A mí jamás se me ocurriría llevar un perro a la casa de alguien que detesta los perros. Eso sí, mi mujer, antes de irse de casa con un poeta bilingüe de Olivenza, le estaba muy agradecida. Lo más patético para mí es que a los niños la perra les hace la vida imposible: les destroza los juguetes, las muñecas de trapo, las botas de fútbol, algunos tebeos (le gusta morderlos y rebanar las aristas de la portada y dejar bien nítidas las huellas de sus colmillos), hasta ha destrozado las patas de la mesa y de las sillas de madera oscura que nos llegaron de Finlandia. La perra les hace la vida imposible, pero no quieren que nos deshagamos de ella por nada del mundo. Eso sí, quien la saca a pasear por las mañanas y por las noches soy yo. Seré sincero: soy el único al que obedece Julia Margarita, así se llama la perra (tendría que explicar que debe su nombre a una fotógrafa pictorialista, que ilustró “Los idilios del rey” de Alfred Tennyson..., y sería peor), y paso buenos momentos, de madrugada, bajo un cielo azul de tiniebla que se ahueca de estrellas, mientras la perra amontona sus excrementos en el descampado.
Les cuento esto, pero ni quería ni quiero hablar de Julia Margarita. No. Es otra de esas paradojas o contradicciones habituales que me regala la vida y que acepto con resignación. Con resignación y sin tentativas de suicidio o de irme de casa para siempre, ésa es la verdad. En realidad, yo quería hablar de mi primer perro: Pluto, un perro de aguas, azafranado, de larga melena al viento y una sonrisa de perturbado que no rechaza las limosnas. Un cocker spaniel de pura raza. También me lo metieron en casa cuando yo estaba en Galicia haciendo un reportaje sobre los pescadores de percebes que me habían encargado en el periódico “El día de Aragón”. Siempre me intrigó por qué le interesaba a un diario de secano la vida de aquellos hombres de mar. No es que el director fuera cómplice de los deseos de mi mujer, no: Plácido Díez Bella acababa de leer la novela “Gran Sol” de Ignacio Aldecoa y por aquellos días lo habían invitado a una fiesta gastronómica de marisco, donde le insistieron que los percebes eran afrodisíacos y que “endulzaban el vientre de las embarazadas”. Estaba a punto de ser padre por segunda vez. Esas eran las peregrinas razones de mi viaje a Muxía, Laxe, Malpica, Camariñas, a Corcubión, Fisterra, Corme, Caión, Barrañán. No quiero abrumar a nadie con más nombres, ni con los gigantescos faros, ni con las imágenes un tanto fúnebres de las cruces plantadas en el precipicio: desde allí, un hombre o una mujer se habían despeñado al océano cuando hurtaban percebes a las rocas. Allá me fui, digo, y durante mi ausencia entró el perro en casa. Lo trajo mi cuñada Isabel de San Sebastián. Si hubiera tenido arrestos me habría separado. O agallas. O pundonor. O amor propio. De los perros me molestaba todo: jamás se me habría ocurrido llamarlos ni arrojarles nada, me incomodaba su olor, mucho más que el humo del tabaco negro, los pelos que iban dejando por el sofá y las camas, sus ganas de jugar, sus celos, los celos que sienten cuando acaricias o bañas a los niños. Me ven pasar y me ladran con una ferocidad incomprensible, como si husmearan a mucha distancia mi pánico. Además, este perro, como era joven, lo mismo se meaba o se cagaba en el dormitorio que en la alfombra de la salita. Eso era casi lo peor, y explico el casi porque había algo más horrible: cada noche cuando volvía del bingo a las tres y media de la mañana lo sacaba a pasear en la explanada de la Magdalena. Decían que era un barrio peligroso, de apariciones inesperadas y violentas, de alcohol descontrolado y de droga; pues era igual. Debía sacarlo a la calle con la falsa templanza del que silba o canturrea para disfrazar el miedo a una navaja, a una pandilla furiosa, a lo desconocido. Y, claro, ese perro canijo y burlón no asustaba a nadie. Ni siquiera a mí.
Hice de tripas corazón. Intentaba convencerme a diario de que el animal era bueno, cariñoso, que me quería como quieren los perros: con esa mixtura de servilismo interesado y de desdén. Como soy de temperamento obsesivo y perfeccionista –mi mujer me decía que parezco “ortopédico” y con eso quiere decir que soy rígido, que carezco de la más mínima naturalidad-, me dije que, ya que Pluto iba a quedarse en casa, tendría que amaestrarlo. Compré todos los manuales habidos y por haber de editorial de De Vecchi e incluso se dio la casualidad de que tenía una compañera de bingo, Asunción Ribalta, que se dedicaba a la cría de negros pastores belgas. Le explicaba mis avances y mi desesperación. Al final, tras contarme las crías que tenía, los nuevos campeones, los minuciosos resultados de una competición “apasionante” de fin de semana, ya ni quería oírme: “No pierdas más el tiempo. Los cocker spaniel están locos, y el tuyo está rematadamente loco”. Seguí comprando libros de perros, llegué a realizar antologías e inventarios de perros de casi todos los asuntos: de cuentos, de poemas, de tebeos, antologías de perros en el cine, de perros en la pintura, de fotos de perros (me hice amigo de Ferdinando Scianna, el artista siciliano, y él me hacía llegar una copia de cada una de sus fotos con perros; mi favorita es la de un perro que se lame el culo bajo un cielo plomizo en Benarés, la India, en 1972, aunque tengo otras de Siracusa, Sevilla, Roma y Bagheria). Y de ahí, cuando ya me parecía que no me quedaba nada que saber ni que coleccionar sobre los perros, inicié otro proyecto: el perro en la mitología. Cuentos populares del mundo con un fondo de perros.
Lo he dicho ya antes: no quiero aburrir ni alargarme en exceso. No sé si fue por mi impaciencia y por mi falta de habilidad, o por la misma naturaleza indómita del perro, pero acabé cediendo en mis propósitos. Nunca sería capaz de educar a Pluto. Aunque soy fotógrafo por libre, o lo era entonces cuando no se abusaba del término “free lance”, me gano la vida como secretario de ayuntamiento. El bingo fue un trabajo ocasional. Me destinaron a Urrea de Gaén, un pueblo de aspecto árabe del Bajo Aragón turolense. Pluto vino con nosotros; al principio intenté mantener mis hábitos de siempre: sacarlo a pasear por la mañana y por la noche, pero como vivíamos en una casa de campo el perro aprovechaba cualquier descuido y se iba por el pueblo de ronda a su antojo. Deambulaba por el cementerio, los huertos, la Hoya del Moro, el campo de fútbol, la chopera, los cañaverales; se introducía en los corrales ajenos y provocaba un alboroto de gallinas y conejos. Se hizo famoso allí; de vez en cuando, se llevaba alguna zapatilla, un zapato de charol, un muñeco, lo que fuese capaz de quitarnos. Siempre había alguna mujer cariñosa que iba al bar La Maravilla, donde yo leía los periódicos, o que venía a casa y nos devolvía los objetos. Intenté encauzar el desorden del animal: lo llevaba a correr conmigo por un camino paralelo al río. A veces me dejaba atrás y se internaba en la chopera, en las huertas de higueras y manzanos, o se zambullía en el río Martín. Volvía siempre empapado de agua y de barro. Mi mujer lo bañaba casi a diario como a los niños.
Acepté aquella vida en libertad del animal. Como todos sabían que era el perro del secretario del ayuntamiento, respetaban sus desmanes. Siempre hay alguna excepción, claro. Más de uno lo pateaba o le pegaba con un palo. Al principio, no me daba cuenta, a pesar de que me intrigaba mucho que un perro tan pacífico e ingenuo ladrase ferozmente, enrabietado, cuando pasaban algunos vecinos. Y cuando mi mujer me dijo que las hierbas silvestres o el trigal le habían reventado la córnea del ojo derecho, del que se quedó ciego, la creí. No se me ocurrió pensar que había sido objeto de una cruel agresión. Lo llevamos al veterinario, nos gastamos un dineral en la intervención, pero no había nada que hacer. Teníamos un cocker spaniel tuerto, y esa variedad no figuraba en ninguno de los catálogos sobre perros que yo había hecho. Pluto, sin embargo, era Pluto: el rey de la aldea y el rey de mi casa. Su belleza rivalizaba con su gracia, su candor y su dignidad: de noche, tendido sobre la alfombra, cerca de la chimenea, me hacía sentir como un noble inglés venido a menos que sólo conservaba de su pasada aristocracia el fuego y el perro.
Era uno más de la familia. La mascota ingobernable. Permanecimos en Urrea de Gaén casi diez años. Hice de todo: entrené a los equipos de fútbol de benjamines, alevines e infantiles, y compré varias cámaras nuevas, instalé un laboratorio muy bonito en el desván con una ampliadora Durst, y logré publicar mis primeros libros en edición de autor: “La noche en casa”, 33 visiones (33 años tenía yo entonces) nocturnas de distintas viviendas de Urrea, con sus luces tras la ventana, con su arquitectura, con su moles de sombra en la oscuridad del barranco, y la serie “El trabajo del hombre”, un conjunto de reportajes sobre los oficios del lugar: aparecían campesinos, vareadores de la oliva, mineros en el pozo y a cielo abierto, mecánicos, electricistas, carniceros, panaderos, y ebanistas y pintores como Joaquín Sanz, que realizaba una obra con mucho color y muebles de estilo mudéjar, y si te descuidabas impartía lecciones de filosofía popular en su propio taller. No sé si es necesario recordar aquí que en Urrea de Gaén nació el médico, académico y pensador Pedro Laín Entralgo. Como el perro me acompañaba casi siempre, salió en muchas de las fotos.
Como yo soy muy obsesivo y egoísta, siempre me falta tiempo para vivir conmigo y para compartir con los otros, no me di cuenta de que el perro había envejecido. Cojeaba con frecuencia, vomitaba, se rezagaba en las carreras por el campo, no sentía la necesidad de sumergirse en la corriente del río, no respondía a la provocación de los escolares y cruzaba la carretera completamente despistado. La gente me decía: “A tu perro ha estado a punto de matarlo un coche” o “Pluto ya no entra en mi corral como antes”. Teníamos un piso en la calle Bretón, en Zaragoza, un cuarto sin ascensor. Y una de las veces que vinimos a pasar un fin de semana, me quedé estupefacto. Estaba tan dolorido, se sentía tan inválido, que ya no era capaz ni de bajar las escaleras. El cuerpo empezaba a paralizársele y mi mujer me advirtió que ya no veía nada. “Ahora es como un anciano. Si fuera hombre tendría 80 años”. Recuerdo que tuve que cogerlo en brazos y bajarlo a la calle a hacer sus necesidades. Aquello ya me pareció un exceso, en cierto modo una humillación para alguien que no amaba precisamente los chuchos, otra inmensa paradoja de mi existencia. Decidimos sacrificarlo. Pero no de cualquier manera. Ya le había tomado cariño: lo veía manso, inmóvil, con los ojos vidriosos. Creo que fue en ese instante cuando me di cuenta de que, a mi modo, lo había querido mucho, de que me inspiraba una gran ternura. Nunca lo quise como entonces, cuando era un moribundo, un enfermo terminal.
Mi mujer, que es médico, no sé si lo he dicho, le puso una inyección letal. Y me preguntó dónde iba a enterrarlo. Ese, le dije, es mi secreto. Preparamos una caja de manera, la misma en la que habíamos recibido un jamón de Teruel por Navidad, y me lo llevé. No soy de aquí, de Aragón, pero siempre he sentido una gran debilidad por los lugares simbólicos de la Comunidad: el Moncayo, el Maestrazgo, Sos del Rey Católico, Loarre y su castillo, Montearagón o San Juan de la Peña. Debajo de la casa de Bretón, había y hay una ferretería. Adquirí pico, pala y unos listones de madera. Allí iba a enterrarlo, en San Juan de la Peña: en una ladera, cerca del monasterio, entre el monte Oroel y la espesa fronda del monte Pano, quizá muy cerca del lugar donde estuvo a punto de despeñarse el caballo del mozárabe Voto, que perseguía a un ciervo veloz y buscaba la cuerva del eremita Juan de Atarés, una historia, dicen, vinculada al nacimiento del lugar y de la leyenda. Me costó llegar. Aparqué como pude, intenté no llamar la atención de los vigilantes del monasterio y me puse a excavar. No fue fácil. Antes de sepultarlo, quise tomar algunas fotos: un olor dulzón y nauseabundo me encharcó los pulmones. Armé una cruz y escribí: “Pluto. Nació en San Sebastián, vivió en Aragón y descansa para siempre en San Juan de la Peña. Como los reyes”. Coloqué en la cruz una pequeña foto de Pluto asomado a una ventana, tomada por uno de los fotógrafos de “Heraldo de Aragón”, Juan Carlos Arcos, y contemplé los montes, las vaguadas, el cielo tenebroso, el monasterio imponente. Estaba en el espacio del origen. Disparé varias veces mi cámara Yashica Fx-3: es antigua, es manual, se ha vuelto vulgar y anacrónica, pero es mi favorita. Sé que algún día publicaré mi tercer libro de autor sobre este espacio. “San Juan de la Peña. El primer solar del reino”. Se abrirá y se cerrará con Pluto, el perro de largo pelo azafranado. Él también es un perro con historia: su vida asume y compendia la mía y se ha convertido para mí, que detestaba los animales de compañía, en un animal mitológico, en el amigo íntimo que tardé demasiado tiempo en reconocer.
*La famosa foto del perro de Benarés de Ferdinando Scianna.
**Este texto pertecene al volumen conjunto "Visiones. San Juan de la Peña", que ha coordinado Luis Ballabriga para Delsan. Prologado por Agustín Ubieto Arteta, en él participan los siguientes autores: Javier Aguirre, Luis Ballabriga, Juan Domínguez Lasierra, Teresa Garbí, Chema Gutiérrez Lera (que ha realizado los motivos iconográficos), José Antonio Labordeta, Román Ledo, Francisco M. Marín, María Jesús Mayoral, Antonio Pérez Lasheras, Adela Rubio Calatayud y José de Uña Zugasti. El volumen, continúa el camino abierto con "Visiones. Bécquer y el monasterio de Veruela".
24 HORAS CON UN HOMBRE QUE MIRA PARA VER

Por la tarde-noche, en el Paraninfo, habló durante casi dos horas acerca de algunos temas específicos: cómo había hecho el libro, el proyecto de cine, la exposición de “Los de Bagheria”, un volumen de fotos de su juventud que reencontró muchos años después y decidió darles un nuevo sentido; luego presentó una amplia selección de sus retratos (Kundera, Maria Grazia Cuccinotta, la actriz de “El cartero de Pablo Neruda”, Berlusconi, Juan Pablo II, Josef Koudelka, Sartre, Barthes, Foucault, Monica Bellucci, Isabelle Huppert, Emmanuelle Beart, John Lennon, en un toma de 1965, Borges, claro…); más tarde, enseñó un trabajo completo de moda para Dolce & Gabanna, y se quedaron en el tintero muchas, muchas cosas, como sus últimos trabajos en color, o su estancia en Belchite. Íbamos a entrevistarlo Antonio Ansón y yo, pero ni fue necesario. Como su admirado poeta popular Ignazio Buttita, es un admirable e incansable narrador oral. Un romancero, que se dice en Aragón.
Una de las cosas que más me admiró fue la cantidad de gente que hubo, yo creo que alrededor de 200 personas, y al margen de un puñado de amigos próximos a “Heraldo” o “Artes & Letras”, de numerosos fotógrafos (quizá sea la vez que he visto más fotógrafos aragoneses juntos nunca en un acto público que nos les concierna directamente), había muchísima gente desconocida y muy joven, lo cual siempre es muy estimulante. Zaragoza tiene muchos públicos. Por la noche, durante la cena –con Mario de Ayguavives, Antonio Ansón, Julio Álvarez y yo- Scianna siguió contando historias de mucha gente: dijo que a Kundera siempre le gustaba salir con una mujer bonita al lado, si era la suya mejor que mejor; recordó la trayectoria de Sebastiao Salgado, su proyección universal (lo definió como el profesional que más fotos ha vendido, que más éxito internacional ha tenido y que mejor prepara los proyectos) y el firme bastión que supone su mujer.
Y contó algo que merecía verse por un agujero: reunión en casa de Cartier-Bresson, con el fotógrafo y su mujer Martine Franck. El maestro revisaba sus “vintages” y algunos no pasaban la prueba. Lo iba rompiendo. Más tarde, medio en serio, medio en broma, Scianna la diría a su mujer: “Paola, recoge esos pedazos, que los restauraremos impecablemente”. Claro está que no lo hicieron. Aún así, Cartier-Bresson le regaló 16 originales que conserva como oro en paño.
*Foto de Ferdinando Scianna de la serie de "Marpessa", casi una película sobre la moda vista de otra manera. La bella Marpessa, que no es siciliana, como tantas veces se ha dicho, es hija de una holandesa y de un hombre de Surinam. Reside actualmente en España, creo que en Ibiza, lejos de las pasarelas y es madre de dos hijos.
HISTORIA DEL ILUSTRADOR LUIS GERMÁN, 90 AÑOS

El pintor y realizador Eduardo Laborda nos puso tras la pista de Luis Germán. “Sigue vivo y tiene 90 años. Su historia es increíble”. Cuando abrió la puerta un hombre menudo y con zapatillas de paño, nos pareció demasiado joven. En la entrada de su casa, cuelga un dibujo a tinta que le abrió algunas puertas. Dice: “Es una copia. Tenía sólo 16 años, la vio Manuel Bayo Marín, el ilustrador, cuando lo tenía a medio acabar y me contrató de ayudante”. La casa de Luis Germán, que pelea con la sordera del oído izquierdo, está llena de sus pinturas, caricaturas y dibujos, pero en la salita hay una caja de madera que es su baúl de tesoros: ahí yacen los dibujos, carteles, postales e ilustraciones que hizo en la prensa, para los cuentos infantiles que leía media Zaragoza, para los tebeos y portadas de París, para HERALDO, porque Luis Germán, que llegó a realizar una portada de “La voz de Aragón” en 1935 y quedó cuatro veces segundo en el cartel de fiestas del Pilar, ilustró durante casi cuatro años, en estas páginas, colecciones enteras de relatos de boxeo de Budd Schulberg, Ernst Hemingway (el relato “El luchador”), Irwin Shaw o John Huston (el texto “Tongo”), pero también novelas o cuentos por entregas como “Desciende, Moisés” de William Faulkner, Pearl S. Buck, William Saroyan, Graham Greene o Santiago Lorén, entre otros.
“Nací en Zaragoza un trece de marzo de 1915. La fecha es importante, ya verá. Mi padre, Dámaso Germán, era maquinista del tren de Utrillas, él inauguró la línea, y mi madre, Teresa Martínez, se dedicaba a sus labores. Éramos cinco hermanos, y yo era el tercero. Estudié en la escuela Ramón y Cajal, en la plaza de la Victoria. Me gustaba dibujar y seguí con ello. Mi primer empleo fue como aprendiz de dibujante en la fábrica de muebles Loscertales, pero con las huelgas y todo aquello, la llegada de la II República, no volví. Además, a mí no me gustaba el dibujo del mueble, sólo el artístico”. Así comienza Luis Germán, tras haber mostrado una parte de su biografía artística, “sólo me quedan los bocetos, claro, los originales se los quedaban las empresas. También hice mucha publicidad y colecciones de postales con cuentos infantiles clásicos. La postal se dividía en dos tiras de cinco viñetas o ventanas, y debajo de cada una va el texto”.
Manuel Bayo Marín -el gran ilustrador y caricaturista, el artista que fue el pionero de la utilización del aerógrafo, como probó hace poco Eduardo Laborda-, puso un anuncio en la prensa buscando un aprendiz de dibujante. Bayo tenía su estudio en Pignatelli 10 y Luis Germán vivía en Pignatelli 30. Fue a verlo, le enseñó “la copia que tenía a la mitad” y lo admitió. “Compartía el estudio con Luis Mata, el dibujante. Bayo Marín hacía caricaturas, estaba empleado en ‘La voz de Aragón’, y mi misión era completar cosas que a él no le daba tiempo, rellenar, iluminar. No es que se trabajase mucho, pero por allí iban el caricaturista Chas, Peropadre, el padre del arquitecto, Engel Medina, Luis del Valle, el poeta y profesor que firmada como Sulivella. Bayo Marín utilizaba el aerógrafo que nadie conocía en Zaragoza, y luego me lo compré yo. Al cabo de un tiempo me metieron a sacar apuntes del fútbol, como hacía Vigaray con los toros: iba al campo de Torrero para seguir los partidos del Iberia y hacer dibujos de las jugadas para ‘La voz de Aragón”. En ésas estaba Luis Germán, cuando Manuel Bayo Marín se trasladó a Madrid, y se quedó sin empleo. Trampeó lo que pudo durante un tiempo, trabajando aquí y allá, sin demasiada estabilidad, haciendo carteles o murales, pero un día coincidió en el taller de encuadernación donde trabajaba su hermano con el impresor Luis García Garrabella, que le encargó de inmediato que le iluminase una foto para unos recordatorios de defunción, y más tarde le pidió lo mismo para otros de comunión. Con eso, con la decoración de estands para la empresa o el mural de la Feria de Muestras, de 10 metros de largo, iba sobreviviendo. Llegó a hacer una portada de “La voz de Aragón” en 1935 y expuso en el Casino Mercantil varias piezas, entre ellas, “Los cuatro jinetes del Apocalipsis” (con su alegoría sobre la guerra, la peste, el hambre y la muerte), a la acuarela, piezas que aún conserva.
“Me incorporé a filas el trece de marzo de 1937, cuando la Guerra Civil llevaba unos meses de duros combates. Yo había hecho una orla de médicos, le había dado mi toque con el aerógrafo, que había editado el fotógrafo Jalón Ángel, y éste tenía un empleado que se encontraba en la contienda como fotógrafo. Había logrado retratar juntos a Franco y al general Moscardó, el del alcázar de Toledo, ya sabe, y se enteró de que yo tenía aerógrafo. Vino a casa para que se lo dejara porque quería retocar la foto, porque quería editarla y venderla. ¡Cualquiera se hubiera atrevido a rechazársela! Trabajaba en Prensa y Propaganda, y a los quince días me llamó por si quería incorporarme. Ni lo dudé. Y mi misión era la de ser operador de cámara junto a Francisco Centol, que sería el director del No-Do, pero además hacía ilustraciones de las películas, etc.” Luis Germán tenía que grabar lo que pasaba cuando había ofensiva y luego se retiraba al cuartel general, que estuvo en distintos lugares, incluso en la Universidad de Zaragoza, en la Magdalena, a revelar las cintas. Luis Germán estuvo en Lérida, en distintos lugares de Tarragona, en Binéfar, y finalmente recaló en Daroca y en Maranchón (Guadalajara), de donde era su novia y futura mujer María Fortea. “Yo fui con los franquistas. Íbamos a la guerra, al frente. Vi morir a mucha gente pero nosotros no llevábamos ni una pistola. Una de las cosas más impresionantes la viví en la Batalla del Ebro. En Soses y Altona, entre Lérida y Fraga, se había acumulado la fuerza republicana y se desplegó una brillante estrategia por parte de los ejércitos. Los republicanos tomaron una montaña, que luego recuperaron los nacionales. Tras el hecho nos mandaron a tomar vistas y a realizar un simulacro de lo que había ocurrido en la operación. Los republicanos estaban en lo alto de la loma, que se abrían en grandes acantilados, y nosotros subíamos. Nuestros jefes iban borrachos perdidos, quizá para celebrar la victoria. De repente, aparece un teniente con una bomba de mano, de aquéllas a las que había que encenderles el cartucho. Decía: ‘A éstos del cine les pongo la emoción yo’. Y la puso, la puso, porque le estalló la bomba, le arrancó el brazo, le destrozó parte de la cadera, y le oímos decir: ‘Coja usted el mando que yo me muero aquí’. Al día siguiente leímos en la prensa su esquela, donde se decía que ‘el teniente había muerto gloriosamente en la batalla”.
Luis Germán y sus compañeros volvían casi diariamente en camión a Zaragoza a traer sus materiales, pero además tenían la misión de proyectar cine para subir la moral de la tropa. “Eso lo hicimos, por ejemplo, en Balaguer. Colgábamos un telón y pasábamos películas de Charlot, del Gordo y el Flaco, Stan Laurel y Oliver Hardy, películas cómicas, películas rodadas en Hawai con aquellas mujeres con flores, faldicas de paja. Eso animaba mucho a la tropa”.
Al concluir la guerra, Luis Germán ingresó en la Sociedad Tipográfica Aragonesa, donde estuvo haciendo mapas y diseños con el gran cartelista Guillermo Pérez Baylo. Recobró su trabajo en García Garrabella, pero al cabo de un tiempo recibió una carta donde le notificaban que le faltaban tres o cuatro meses en el ejército y que debía reingresar para culminar su servicio militar. “Imagínese cómo me sentó aquello. Me mandaron a Regulares a Alhucemas, en África, cerca de las minas de hierro, a cielo abierto, del Rif. Pronto me asignaron trabajo de dibujante. Recuerdo que había que hacer un bungalow y los soldados salían a la carrera a por las piedras, corrían por los pedruscos, el que llegase antes, menos tenía que alejarse luego. Operaban como albañiles y con esos pedruscos se hacían los muros. Un día hubo un simulacro de guerra y a mí me cogió el capitán y me dijo que le hiciese todos los planos de la operación. Fue algo costosísimo, eran seis dibujos muy grandes en papel cebolla. Se acerca a mí, tras ver la serie completa, y me dijo: ‘Tiene que hacer otras dos series para el mando de Melilla y para el mando de Madrid’. Por culpa de ese encargo de 18 planos completos, hube de quedarme un mes más en la mili”.
Regresó a casa, se reincorporó a García Garrabella y allí estuvo trabajando hasta 1977, el año de su jubilación. Hizo de todo. Es feliz y aún pinta. “A mí me ha gustado y me gusta el dibujo, y ésa ha sido mi vida. Para qué más, oye”.
APUNTE
Luis Germán quedó cuatro veces segundo en el cartel de fiestas del Pilar. Uno de los trabajos que mejor recuerda, por la exigencia de estudio y porque lo hacía fuera de horario laboral, de noche, fue un periodo muy intenso en que ilustró durante casi cuatro años desde 1956 a 1960, en estas páginas, colecciones enteras de relatos de boxeo de Budd Schulberg (el autor de “Más dura será la caída”, la novela que llevaría al cine Mark Robson en 1956 en la que iba a ser la última película de Humphrey Bogart), Ernst Hemingway (el relato “El luchador”), Irwin Shaw o John Huston (el texto “Tongo”), pero también novelas o cuentos por entregas de William Faulkner, como “¡Desciende Moisés!”, de Pearl S. Buck, William Saroyan, Graham Greene, Russell, Santiago Lorén... Ese empleo le llegó merced a Pascual Martín Triep, que fue director de HERALDO y destituido luego por el franquismo. “Él me veía dibujar en García Garrabella, le gustó lo que hacía, mis portadas para París, mis postales, y me encargó esos dibujos de casi todo. Dibujar boxeadores no era nada fácil porque tenías que dar siempre la sensación de movimiento y hacer trabajos anatómicos difíciles. Luego él siguió escribiendo con el seudónimo de Fabio Mínimo. Y me hizo algunas fotos preciosas”. Luis Germán fue un moderno: aplicó técnicas de cómic y otras muy cinematográficas, de influjo norteamericano.
*Primo Carnera, el boxeador italoargentino, llegó a ser campeón del mundo de los pesos pesados. Peleó con los más grandes, entre ellos con Max Baer, Max Smelling o Paulino Uzcudun. Cuando peleó con Uzcudun en 1933 pesaba 117.50 kilogramos; nacióo en 1906 y murió en 1967, y ganó más combates por K. O. que nadie: 68. Inspiró la novela de Budd Schulberg, "Más dura será la caída". De pugilismo y de ese autor, realizó varias ilustraciones Luis Germán. Me ha gustado mucho esta foto de Primo Carnera, que tuvo una fundación dedicada a la protección de los niños, con esta estampa: un niño descalzo y con guantes de boxeo en un ring.
MARIANO ESQUILLOR, VISIONES DEL ALBAÑIL POETA

Transcribo este texto:
-“Hoy volví a encontrarme con mi musa, la de los ojos verdes y el alma blanca. Hablamos de la Paz: cuánto misterio sobre el color de la tristeza. Nos fuimos a reír al río de las alegrías. Allí las lágrimas no son eternas. No nos asusta la soledad, tenemos a Dios. Preciosa imagen. Mi musa me habló desde su bola de cristal: Tú y yo, un día, seremos vida inesperada en las cumbres de la creación”.
Y también éste, tan importante para un coleccionista de sirenas como yo:
-“Camino sin más ayuda que el templo que me lleva a la muerte. Pero, a mi paso, encontré una sirena que me ayudó a vivir. Ya no se me atrofian los sentidos. Sobre mí brotan fuerzas divinas. Hoy saldré con mi bandera de paz en busca de la belleza. La que nunca sucumbe. Tal vez me acompañe la serenidad que, a veces, me envía la locura. Sobrevolaré, ante el aire, con mi bola de fuego, lejos del infierno”.
-“Llámame. No detengas tu aliento en las sombras. Dibújame sobre tu cuerpo débil, sencillo y fuerte, pero no te alejes de mis hojas malditas que tú, al tocarlas, las conviertes en amor divino”.
MARGUERITE YOURCENAR Y "LA VOZ DE LAS COSAS"

Gadir edita ahora un curioso libro de Marguerite Yourcenar (1902-1987), algo así como un volumen de compañía, un manual de supervivencia por decirlo de algún modo, como lo fue también aquel exorcismo maravilloso contra amores dolientes y frustrados que se llama “Fuegos”: “La voz de las cosas”, que lleva el subtítulo de “Textos recogidos e introducidos por Marguerite Yourcenar”, en traducción al castellano de Carlos Manzano. El volumen es un inventario más o menos íntimo, con una vertiente intelectual de autoayuda, del conocimiento occidental y oriental (las sabidurías zen, taoísta, cristiana, budista y confuciana ocupan varias, muchas páginas), compuesto por textos breves, aforismos, citas y poemas de poetas, místicos, teólogos, pensadores, cantantes.
Cito algunos párrafos:
-SABIDURÍA DE JEAN COCTEAU
… El Tiempo de los hombres es Eternidad plegada…
Este cuerpo que nos contiene no conoce el nuestro;
Quien nos habita es habitado.
Y esos cuerpos, unos dentro de otros,
Son los cuerpos de la Eternidad.
-SABIDURÍA ZEN (De Daito Kanushi, 1334)
Si el ojo pudiera oír,
Si la oreja pudiera ver,
Os encantaría
El simple sonido del agua en el tejado.
-MÍSTICA ROMÁNTICA
Todas las cosas,
Próximas o lejanas,
En secreto
Están vinculadas unas con otras
Y no se puede tocar una flor
Sin alterar una estrella.
Una de las maravillosas sorpresas del volumen es la inclusión de un texto titulado
-SABIDURÍA DE BOB DYLAN (“Flotando en el viento”)
¿Cuántos caminos deber recorrer un hombre
Antes que le llaméis hombre?
¿Cuántos mares debe surcar la blanca paloma
Antes de dormir sobre la arena?
¿Cuántas veces deben volar las balas de cañón
Antes de ser prohibidas para siempre?
La respuesta, amigo mío, está flotando en el viento,
La respuesta está flotando en el viento.
¿Cuántas veces debe un hombre mirar hacia arriba
Para poder ver el cielo?
¿Cuántos oídos debe tener un hombre
Para poder oír a la gente llorar?
¿Cuántas muertes serán necesarias para que comprenda
Que ya ha habido demasiados muertos?
La respuesta, amigo mío, está flotando en el viento,
La respuesta está flotando en el viento.
¿Cuántos años puede permanecer una montaña
Antes de ser arrastrada al mar?
¿Cuántos años pueden algunas gentes vivir
Antes de conocer la libertad?
¿Cuántas veces puede un hombre volver la cabeza
Fingiendo no ver nada?
La respuesta, amigo mío, está flotando en el viento,
La respuesta está flotando en el viento.
(Traducción de Carlos Álvarez).
Uno de mis pintores favoritos (de los 150 favoritos) es Paul Klee (cosa que Pepe Cerdá me reprocha siempre con su inteligencia mordaz y escéptica). De él también se recoge este poema:
-SABIDURÍA DE PAUL KLEE
Aquí abajo, soy inasible
Vivo entre los muertos
Y los aún no nacidos
Un poco más cerca de lo habitual
Del corazón de todo
Un poco más lejos de lo que debería.
*La voz de las cosas. Textos recogidos por Marguerite Yourcenar. Con fotografías de Jerry Wilson. Traducción de Carlos Manzano. Gadir. Madrid, 2005. 124 páginas.
PAOLA DÍAZ TRADUCE A RAÚL HERRERO AL FRANCÉS

"OFFICIUM DEFUNCTORUM" O LA HUELLA DE MOZART
A Raúl Herrero, el entusiasta y laborioso editor de Libros del Innombrable, le están traduciendo “Officium Defunctorum” al francés, y algunos cuentos de “Así se cuece un hombre" para una revista danesa. “Officium Defunctorum” se publicó en la editorial Las patitas de la sombra de Madrid en abril del presente año 2005. Explica el autor: “Tiene la estructura de una misa de difuntos, es decir, de un réquiem. Lo escribí en diciembre del 2004 y al morir mi amigo Fernández Molina durante la última corrección de pruebas decidí dedicárselo. Las secciones son las mismas que las utilizadas por Mozart en su réquiem”.
La traductora del proyecto se llama Paola Díaz.Y le ha remitido a Raúl Herrero esta breve autobiografía:
“Nací en Chartres (Francia) en 1981. Me eduqué en un entorno bilingüe (padre francés y madre española). He estudiado la carrera de Filología Hispánica (Langue, littérature et civilisation étrangère hispanique) en la universidad de Versailles. Me licencié en 2003.
Vine a España primero como estudiante Erasmus (Universidad de Alicante) y volví para hacer un Máster en Traducción e Interpretación: español-francés
(Universidad de Alicante, verano 2003 y verano 2005). Trabajo en la traducción del poemario ‘Officium Defunctorum’ de Raúl Herrero. Decidí matricularme en noviembre de 2003 en el Doctorado de Traducción e Interpretación de la Universidad de Alicante. En junio de 2005 defendí mi trabajo de investigación bajo la dirección de Fernando Navarro Domínguez: ‘¿En qué medida puede traducirse la poesía? Análisis contrastivo de Cinco traducciones del poema Le
Cimetière marin de Paul Valéry’. Tema que empecé a estudiar en Francia para la
licenciatura con grado bajo la dirección de Cecilia Hare.
Actualmente, soy colaboradora del departamento de Traducción e Interpretación de la Universidad de Alicante donde animo un taller de traducción poética (francés-español). Asignatura que también impartiré a partir de febrero, siempre bajo la dirección de Fernando Navarro. Por otra parte, en diciembre presentaré mi primera comunicación durante el “I coloquio lucentino de traducción de la Universidad de Alicante”. Además, trabajo sobre mi tesis que tratará del mismo tema que el trabajo de investigación”.
DOS POEMAS DEL LIBRO
II. KYRIE
“Casi todo lo
creo muy seguro”
(Dámaso Alonso.
Duda y amor sobre el ser supremo)
Casi nada lo creo muy seguro.
Los que sólo son para sí mismos
como amenaza contemplan lo trascendente.
La duración se contiene en la duración misma,
sin paréntesis de horas, sin ese repecho
de impostura al que denominamos tiempo.
En la equivalencia entre el instante y lo permanente
reside la sustancia de mi alcance.
Pido piedad a los recuerdos,
a esas notas adscritas a mi conciencia,
a esos sueños, a esa mentira
semejante a la certeza, a esas evocaciones
conservadas para el rencor o la podredumbre.
La piedad lo es si cumple con el deber
del perdón para lo inexcusable, sin tal merced
la caridad se convierte en limosna,
en gracia concedida sin mérito ni virtud.
¿Qué será de la conciencia
cuando se desprenda de la memoria?
¿Continuará bajo el dictado
de las vividas impresiones?
La misericordia
en la aceptación miserable del abandono.
Saciarse de la hierba del olvido
silencia pero no acalla.
¿Cómo habitar la respiración, el crujir denso
que acompaña a la vida en cada gesto?
Ni el rechazo, ni la consunción,
ni el reclinarse en un altar de dorado,
ni el morder con rabia todas las privaciones
son causa de mayor virtud ni gracia.
Cuando el camino es el fin
se anula la falta.
En definitiva la vida no es tan importante,
pueden serlo más los pájaros.
VIII. COMMUNIO
El fin sin el abandono.
Al originar una nueva palabra,
al perfeccionar un canto
se recibe la comunión y la unidad.
Las huellas de todas las acciones
perduran a través de los hilos de lo perecedero,
nada queda en blanco,
el recuerdo juzga con desprecio o misericordia.
Ninguna obscuridad para el ojo
que recibe la luz sin ver.
La eternidad se reúne en todo instante
y sabiendo esto antes del final
se vive y se renace en todo momento.
También al expirar se vive y muere
fuera del tiempo único,
dentro del segundo inabarcable.
En la búsqueda queda fuera la duda,
en el hallazgo triunfa la gloria;
nada permanece en el pasado, todo transcurre
sin pausa
en la selva de un día único,
en las manos de llamas invisibles y atentas.
La vida, como la muerte,
sucede.
VIAJE A ATALANTA CON JACOBO SIRUELA E INKA MARTÍ

Ahora se ha retirado en el Ampurdán, en Gerona, con su mujer Inka Martí. Los dos han creado una nueva editorial: Atalanta, que se presentó ayer jueves en la librería Cálamo con sus tres primeros títulos: “El copartícipe secreto” de Joseph Conrad; “Sin mañana” de Vivant Denon y “La historia de Genji” de Murasaki Shikibu. Jacobo e Inka compartieron mesa en La Bodega de Chema con sus anfitriones Paco Goyanes y Ana Cañellas (una gran aficionada al cine oriental; se sabe todas las películas y directores, y compartimos ambos la pasión por Zhang Yimou, que a mí siempre me gusta; también es partidaria de Tim Burton y de Jim Jarmusch), libreros de Cálamo, con el jefe de Cultura de “El Periódico de Aragón” Juan Carlos Garza, con el escritor y crítico Félix Romeo, y conmigo. Durante la comida se habló de todo: del momento editorial, de la búsqueda en que se habían embarcado de impresores y encuadernadores, de multitud de historias de la vida (desde como intuyen los niños el sexo hasta de los vinos de Aragón; Jacobo elogió un Enate), de la política y de la literatura, más que de literatura de libros. Félix recordó un tomo de conversaciones sobre los dictadores, que ha aparecido en Turner, y otro de “Clérigos homicidas”, que ha publicado Abelardo Linares; Félix reparó en la historia de dos monjes de Veruela que se pelearon por una barragana. Y viajamos mentalmente por Aragón y Galicia para recordar que antes muchos sacerdotes tenían hijos con la criada y no pasaba nada.
Yo siempre había tenido al editor Jacobo Siruela como un ídolo inaccesible (hace algunos años, a través de una simpática jefa de prensa de origen irlandés, le pedí dos entrevistas imposibles; luego volví a hacerlo, sin fruto, a través de Rocío Isasa), como alguien lejano, y fue todo lo contrario: afectuoso, inclinado a escuchar, natural, alguien que se había currado mucho lo que había hecho, más allá de su cuna, y eso se vio cuando explicó cómo se había preparado el monográfico de “El paseante” de Brasil. Igual que Inka Martí, a la que habíamos visto en la tele tantas veces con su preciosa sonrisa, con su elegancia y con un misterio difícil de descifrar: el de una mujer espontánea y hermosa, cautivadora, que ofrece un mohín risueño de añoranza o de fuga inadvertida.
Jacobo Siruela quiso explicar su proyecto: “En cierto modo, es como empezar de cero. Me siento un joven con el pelo blanco, y creo que fundar Atalanta es un ejercicio de humildad excelente. Seguiré como siempre, como en Siruela: este proyecto es más personal aún, incorporaré cosas nuevas y cosas que ya había hecho y que moldean mi personalidad. Eso no lo veo contradictorio. Seguiremos apostando por el cuidado de las ediciones porque esa es una forma de respeto absoluto hacia los autores, hacia lo que publicamos, y hacia los lectores. Soy muy detallista y muy maniático, y ya he aprendido que la belleza es lo más difícil y lo más democrático. Todo el mundo la entiende: el niño, el ignorante, el hombre preparado”.
Atalanta ha creado tres colecciones para iniciar su travesía con tres palabras claves: imaginación, memoria y brevedad. Y con tres colecciones específicas: Ars Brevis, que parece responde a una máxima de Shakespeare: “La brevedad es el alma del ingenio”. En esta serie “aparecerán obras breves con prólogos más o menos largos. En la brevedad está la intensidad, y en pocas páginas puede llegar a condensar lo esencial de una escritor y de una época”, decía Jacobo Siruela. Y eso ha ocurrido con el relato “Sin mañana”, el único texto de ficción del fundador del Museo del Louvre Vivant Denon, “Sin mañana”, que apenas alcanza las 30 páginas, aunque lleva un magnífico retrato literario de Denon escrito por Anatole France y fragmentos de un “Viaje al bajo y alto Egipto durante las campañas de Napoleón”, traducido todo ello por mi querida Anne-Hélène Suárez Girard, hija de Gonzalo Suárez y una gran especialista en literatura china. Y con “El copartícipe secreto”, de Joseph Conrad, un texto escrito en 1911, cuando el escritor estaba enfermo de paludismo y ocupado en la redacción simultánea de varios libros.
La segunda serie es “Memoria mundi”, que responde a otra obsesión de los editores: “Me interesa la memoria. Se empieza a perder y queremos editar pequeñas y grandes joyas de la memoria, no reliquias, que sean ‘contemporáneas’. De ahí la apuesta por ‘La historia de Genji’ de Murasaki Shikibu, un libro del siglo XI redactora por la escritora japonesa y traducido por Jordi Fibla, excelente profesional, casado con una japonesa y conocedor de la lengua. Siempre he querido publicar este libro, insólito por su complejidad y por estar escrito por una mujer, y ahora he tenido la oportunidad”. El libro, de más de 900 páginas, está siendo un importante éxito; ya se han distribuido más de 4.500 ejemplares, y coincide en el mercado con otro de Destino. En esta colección también aparecerá el “I Ching”, un libro que ha ido escribiéndose a lo largo de 18 siglos, “y que hasta Mao llegó a leer”, dijo Jacobo, mientras los demás nos reíamos como si dijésemos “Vaya mérito”.
La tercera serie es Imaginatio Vera (Imaginación verdadera), enfocada al estudio y publicación de “las raíces de la imaginación. Queremos abordar cómo se ve el mundo desde la imaginación y desde los mitos, que siempre tienen un punto de verdad y de revelación. En esa colección aparecerá en breve ‘El fuego secreto de los filósofos’ de Patrick Harper”, un libro que intenta ser una historia completa de la imaginación. “Tenemos que hacer lo que nos dé la gana, queremos ser libres”. Se habló también de la felicidad de publicar libros: ellos, Inka y Jacobo, publicará entre diez o doce al año, “más diez que doce”, dijo Jacobo. Pero pronto, pronto, publicará más y abrirá más colecciones. Seguro.
Me fui hacia “Heraldo” con Juan Carlos Garza Aguerri, con quien tanto quiero. Es un tipo encantador e íntegro, de una dedicación a su oficio conmovedora y honesta. Está realizando cambios en la sección de Cultura de “El Periódico de Aragón” y uno, que le ha visto trabajar y que sabe es puntilloso y con olfato, con inmenso olfato e incluso aguerrido en la búsqueda de la primicia, intuye que lo va a hacer espléndidamente, que lo seguirá haciendo espléndidamente bien. Pero, en realidad, lo que me gusta de Juan Carlos es su fuerza constante y una bondad que en él es siempre limpieza de sangre, lealtad, sentido de la amistad y compromiso.
*Retrato de Joseph Conrad de 1911, el año en que, enfermo de paludismo, publicó "El copartícipe secreto". Mansell Collection/Time Inc.
CARTA DE AMOR, CON HUMOR, QUE ENVÍA EMILIO PEDRO GÓMEZ

El poeta y matemático Emilio Pedro Gómez, del cual ya he hablado aquí en otros textos, me envía esta CARTA DE AMOR, y aquí la cuelgo. Regreso de una intensa mañana tarde de fútbol.Diego empató a 1-1 y Jorge venció con el San Gregorio al Balsas Picarral y su equipo sigue muy arriba, cuarto o quinto.
La carta debe llevar esta advertencia: "Carta Ganadora del III Concurso Antonio Villalba de Cartas de Amor". No sé de quién, pero es muy simpática, sin duda.
CARTA DE AMOR
"Estimada Cristina: Ayer recibí una misiva de tu abogado donde me invitaba a enumerar los bienes comunes, con el fin de comenzar el proceso de disolución de nuestro vínculo matrimonial. A continuación te remito dicha lista, para que puedas solicitar la certificación al Notario (...)(...) y tener listos todos los escritos antes de la comparecencia ante el tribunal.
Como verás, he dividido la lista en dos partes. Básicamente, un apartado con las cosas de nuestros cinco años de matrimonio con las que me gustaría quedarme y otra con las que te puedes quedar tú. Para cualquier duda o comentario, ya sabes que puedes llamarme al
teléfono de la oficina (de ocho a cuatro) o al móvil (hasta las once) y estaré encantado de repasar la lista contigo.
COSAS QUE DESEO CONSERVAR:
- La carne de gallina que salpicó mis antebrazos cuando te vi por primera vez en la oficina.
- El leve rastro de perfume que quedó flotando en el ascensor una mañana, cuando te bajaste en la segunda planta, y yo aún no me atrevía a dirigirte la palabra.
- El movimiento de cabeza con el que aceptaste mi invitación a cenar.
- La mancha de rímel que dejaste en mi almohada la noche que por fin dormimos juntos.
- La promesa de que yo sería el único que besaría la constelación de pecas de tu pecho.
- El mordisco que dejé en tu hombro y tuviste que disimular con maquillaje porque tu vestido de novia tenía un escote de palabra de honor.
- Las gotas de lluvia que se enredaron en tu pelo durante nuestra luna de miel en Londres.
- Todas las horas que pasamos mirándonos, besándonos, hablando y tocándonos. (También las horas que pasé simplemente soñando o pensando en ti).
COSAS QUE PUEDES CONSERVAR TÚ:
- Los silencios cortantes.
- Aquellos besos tibios y emponzoñados, cuyo ingrediente principal era la rutina.
- El sabor acre de los insultos y reproches.
- La sensación de angustia al estirar la mano por la noche para descubrir que tu lado de la cama estaba vacío.
- Las náuseas que trepaban por mi garganta cada vez que notaba un olor extraño en tu ropa.
- El cosquilleo de mi sangre pudriéndose cada vez que te encerrabas en el baño a hablar por teléfono con él.
- Las lágrimas que me tragué cuando descubrí aquel arañazo ajeno en tu ingle.
- Jorge y Cecilia... Los nombres que nos gustaban para los hijos que nunca llegamos a tener.
Con respecto al resto de objetos que hemos adquirido y compartido durante nuestro matrimonio (el coche, la casa, etc) solo comunicarte que puedes quedártelos todos. Al fin y al cabo sólo son eso:... objetos. Por último, recordarte el n º de teléfono de mi abogado (.......) para que tu letrado pueda contactar con él y ambos se ocupen de presentar el escrito de divorcio para ratificar nuestro convencimiento. Afectuosamente, Roberto."
ENTREVISTA A JOSÉ MANUEL CABALLERO BONALD

DIÁLOGO CON EL PREMIO NACIONAL DE LAS LETRAS ESPAÑOLAS*
-Decía García Márquez que él de repente lee “La metamorfosis” de Kafka y se dice: “Si se puede escribir así, quiero ser escritor”. ¿Le sucedió algo semejante con algún libro?
-Sí, de pronto descubrí en la pequeña biblioteca familiar, en la casa de Jerez, una biografía de Espronceda de Narciso Alonso Cortés, un historiador de la literatura de Valladolid ya prácticamente olvidado. Me quedé deslumbrado por el personaje, no por la poesía. Era un hombre que había hecho de todo: murió con 34 años y había luchado en las barricadas de París, había fundado una sociedad secreta, había estado preso, exiliado por su republicanismo exacerbado, había sido diputado, guardia de corps, había trabajado en la Delegación española en La Haya, etc. Y además, por si todo esto fuera poco, se marchó con una muchacha de la que estaba enamorado desde que era una niña, Teresa Mancha, la había conocido en Lisboa, y tuvieron una hija. Y así hasta que Teresa un día se fue de su lado porque las relaciones se fueron enconando, envenenando, y un día Espronceda, que ya es el prototipo del romanticismo, paseando por la calle Santa Isabel de Madrid, se asoma a una ventana donde había un velatorio y descubrió que la muerta era su amante, y escribió su “Canto a Teresa”, que, por otra parte, es magnífico. Ahora va a aparecer en la colección Omega un libro mío sobre Espronceda.
-Y entonces este libro y este personaje fueron el detonante.
-Sí. Yo quería ser como Espronceda, pero no como el poeta, sino como el personaje. Quería imitarle, pero como era imposible emularle en tantas y tan maravillosas facetas y hazañas, lo que hice fue emularle en las dos que tenía más a mano que era escribir poesía, cosa que me ha durado hasta hoy, y llevar una vida licenciosa, que en aquellos años con la asignación semanal se limitaba a llegar algún día tarde a casa.
-Pero también quiso ser marino, ¿no?
-Antes que nada. Y esa afición procedía de mis lecturas de Emilio Salgari y Jack London. “El lobo de mar” de Jack London me dejó hechizado también. El lobo Larssen, aquel personaje magnífico. Y yo quería realmente ser un aventurero también. Y la única posibilidad que tenía a mano era hacerme marino, pero luego, como casi todos los muchachos de mi edad de la posguerra, yo enfermé del pecho, tuve que reposar y ya no estaba en condiciones físicas de ser marino y lo cambié por Filosofía y Letras en Sevilla, que fue como equivocarme de otra manera.-¿Tuvo Caballero Bonald hasta el año 62 vocación de poeta solamente?
-Sí. Fundamentalmente mis primeros pasos y mis ambiciones en el mundo de la literatura era la poesía y ser poeta. Pero cuando me fui a Colombia, empezaron a intensificarse mis recuerdos de Jerez, era la época del realismo social, y yo quise escribir una novela donde realmente se reflejara mi experiencia personal en ese mundo las viñas y las bodegas de Jerez que tenía muy cerca por razones familiares también y que era un tema que se compadecía muy bien con la intención de denuncia...
-Se refiere al libro “Dos días de setiembre”.
-Sí. Escribí esta novela acordándome de lo que había vivido. A partir de ahí casi todo lo que yo he hecho en literatura es porque me acordaba de lo que había vivido. Siempre he pensado que si no tuviese memoria no podría escribir.
-Hablando de recuerdos y de memoria, en el primer tomo de sus memorias había un capítulo magistral, el dedicado a los “acostados” de su familia.
-Ese fue el arranque. Yo me dije: “Voy a escribir mis memorias” porque me acordé de pronto de esos miembros de mi familia, Bonald, había tres o cuatro o cinco acostados. Pensé que era un tema literario interesante y que podía ser el arranque de unas memorias. Luego no fue el arranque, pero sí fue el motivo: el recuerdo de esos episodios familiares de los “acostados” fue el incentivo que me movió.
-¿Vivían en su casa?
-Algunos sí. Dos vivían en mi casa: mi abuelo materno y mi tía Isabel. Mi abuelo se levantaba un día a la semana, iba a llevarnos a tomar dulces a una confitería y a hacer todo lo que nos prohibía: beber en las mangas de riego, subir por un pretil peligroso. Aquella era una escapada maravillosa de los jueves que salíamos con el abuelo Rafael Bonald. Y luego estaba mi tía Isabel que estaba siempre en la cama, y además había otro tío y un primo. Menos mi primo, que también se llama Rafael Bonald; de pronto, un día los otros tres murieron en la cama.
-En cualquier caso, estos personajes por su pintoresquismo le dan una materia literaria muy sugerente.
-Insisto: la memoria es el factor desencadenante de lo que yo escribo. Luego, con las deformaciones e inventos propios de todo proceso creador, pero el punto de partida es la memoria. Y esos familiares eran un don para el escritor.
-La memoria estaba muy presente en “Dos días de setiembre”, que narraba un enfrentamiento entre los terratenientes y los campesinos, pero años después escribió una novela si quiere más experimental, que fue “Agata ojo de gato”, de la cual siempre dice que es su favorita.
-Sigue siéndolo. Me siento muy expresado en esa novela. Creo que hice lo que yo quería, cosa que es muy difícil en literatura acabar un texto y decir: “No lo escribiría de otra manera”. Y eso sólo me ha ocurrido con algunos poemas y con “Agata ojo de gato”. Creo que es la manifestación de un mito, el mito de la “mater terra”, de la tierra madre que castiga a todo aquel que pretende ultrajarla, y me inventé esa historia medio legendaria, pero que tiene las raíces en la realidad del Coto de Doñana.
-Usted creó una suerte de realismo mágico pasado por Andalucía.
-Entiendo lo que quiere decir, pero ese es un término que no me gusta mucho porque es un híbrido de Sandokán y Galicia, o de la novela picaresca y el cuento de hadas, pero en todo caso pienso que “Ágata” tiene un intento de sustituir la historia por sus presuntas equivalencias mitológicas, pero siempre manteniendo esa realidad que responde a la historia verídica del coto de Doñana. Además con ese libro me ocurrió, y eso sí que era mágico no por el método literario sino por sus consecuencias, que conocí a personajes después de haber escrito la novela que eran un reflejo fiel de los que yo me había inventado y eso es muy inquietante y muy apasionante. Conocer en la vida real a personajes de ficción, tuyos, propios, provoca entusiasmo e inquietud.
-Antes de seguir adelante en este viaje por su obra, querría recordar que en esa época usted ya había estado en la cárcel, ya había frecuentado la amistad de Dionisio Ridruejo y se había manifestado antifranquista.
-Yo trabajé al lado del Partido Comunista como todos nosotros en aquel momento. No tuve carnet, pero trabajé con el PC porque era el único partido que realmente tenía presencia en la vida clandestina antifranquista. Primero me desperté a través de Dionisio Ridruejo, fue una persona a la que yo quise mucho, era un hombre limpio de corazón, con una evolución personal auténtica. Era fascinante, era seductor. A través de él, y con otros amigos como Moreno Galván, Juan Benet, Fernando Baeza, Pepín Vidal Beneyto, que luego no tuvieron ninguna relevancia política, pero para mí fue como el foco de donde arrancó mi actitud política antifranquista.
-¿Cómo resumiríamos su incorporación al grupo de los 50?
-Yo no creo en “La Generación de los 50”, pero sí en un grupo de amigos con muchas diferencias literarias evidentes. Lo que sí nos unía era muchas cosas en común: éramos noctámbulos, desobedientes, insumisos y luego la actitud antifranquista, que nos unía a todos. El grupo dentro de la generación ha tenido una importancia cada vez más notoria en la evolución de la poesía española y además creo que había algunos miembros de esa generación –como podía ser Barral o Gil de Biedma- que eran realmente unos hombres cultos, petulantes (ya sabe: la insolencia de los eruditos) y luego unos críticos de la cultura, sobre todo Gil de Biedma en su libro “Al pie de la letra”. Me parece un libro espléndido: crítica de la vida y de la cultura. Y además eran personas que hablaban tres o cuatro idiomas. Yo creo que del grupo con el que tengo más afinidades es con José Ángel Valente por el lenguaje. Como a él, nunca me ha gustado la poesía obvia, explícita, directa, la narratividad que ahora está muy en boga. Esa poesía no me interesa. Me gusta el riesgo de trabajar con el lenguaje y en eso Valente ha sido un maestro. Como lo fue también en cierto modo Barral.
-Ha dicho que su libro de poesía que más le gusta es “Laberinto de fortuna”.
-Lo dije pero creo que ella no lo diría ahora. Uno casi se queda siempre con lo último y lo último es “Diario de Argónida”. Yo soy un poeta muy discontinuo, irregular e intermitente, entre mi último y mi penúltimo libro pasaron más de diez años. No me importa. Yo pierdo la fe en la poesía con frecuencia. Y si pierdo la fe, no voy a empezar a escribirla de una forma mecánica. A mí me interesa mucho este libro, que es un homenaje a Juan de Mena, que instauró una lengua poética en medio de un castellano todavía incierto, y esta instauración de un lenguaje yo también intento hacerlo en “Laberinto de fortuna” porque es un libro que depende del lenguaje, del léxico, y es un libro donde demuestro que la poesía también es un procedimiento. Es un hecho lingüístico. Un acto de lenguaje.
-Es curioso porque le hemos leído declaraciones en las que se revela muy crítico con eso que ha dado en llamarse “la poesía de la experiencia”.
-Odio las pláticas de familia o rencillas de poca monta entre poetas. Y a mí la poesía de la experiencia, suponiendo que eso signifique algo, si se limita a la narratividad, a la poesía obvia y explícita, no estoy de acuerdo con eso. Y que es eso de “la poesía de la diferencia”.
-También en su poesía se ha experimentado un cambio curioso: empieza siendo un poeta social, y sin dejar de ser eso, mezcla esa exuberancia, ese lenguaje barroco con un lenguaje muy cotidiano y con todo el poso de la memoria y de la cultura sin llegar a ser culturalista.
-Mis primeros libros eran una poesía psicológicamente envarada. Me despojé de esos influjos que venían de la adjetivación de Neruda y Aleixandre, Cernuda, de eso me fui liberando, y creo que mi barroquismo no consistía de ninguna manera en la acumulación de bellos términos para llenar un vacío o bien en la complicación léxica o sintáctica de una forma gratuita sino en la búsqueda de esa palabra, de ese adjetivo ineludible, insustituible para definir el pensamiento o mi propio pensamiento. Lo que yo quería contar. En este sentido sí soy barroco, pero para mí el barroco es una aproximación expresiva a la realidad.
-Yo soy muy lento. Las prisas en literatura son como la actividad de la carcoma: a mayor velocidad más pronto sobreviene el derrumbamiento. Y ahora noto que los jóvenes terminan de escribir un libro y empiezan otro corriendo, les salga bien o mal, lo que quieren es publicar mucho y con muy poco espacio entre uno y otro. Hay que tomarse un respiro.
-Publica un libro en 1981 una novela deliciosa: “Toda la noche oyeron pasar pájaros”, el título lo tomó del diario de Colón.
-Sí, de la transcripción de Bartolomé de las Casas, en la antevíspera del descubrimiento. Es un libro que me satisface: es complejo. La mecánica del libro quizá sea intrincado a veces pero cree un mundo atractivo que proviene en muchos aspectos de William Faulkner. Para mí Faulkner, el narrador norteamericano del sur, ha sido un maestro. Creo que ese libro es faulkneriano y supone un episodio destacable dentro de mi narrativa que es escasa. Por que el siguiente...
-“En la casa del padre”, Premio Internacional de novela Plaza & Janés...
-Retomo la crítica social, me gusta menos. Mientras lo escribía me estaba aburriendo y eso es gravísimo. Porque pensé que esa historia necesitaba mil páginas y que no tenía ya ganas de escribir mil páginas. Lo aligeré. No me gusta mucho.
-Lo que es impresionante es lo que cuenta en “Campo de Agramante”, quizá su mejor novela.
-Ese es divertido, creo yo. Además ahí reaparece otra vez la memoria porque la novela es la memoria de algo que me pasó a mí. Yo tuve un conato de isquemia, que es una especie de insuficiencia circulatoria cerebral, y entonces me ocurrían cosas extrañas. Se me alteró la sensibilidad: tenía confusiones entre la realidad y el sueño, recuerdos falsos, que es una cosa bastante inquietante, es como si te miras en un espejo y no te reconoces, lo que tampoco es cómodo. Y me convertí en un personaje literario y pensé que era un personaje para una novela mía. La novela de mi memoria otra vez. Todas son novelas de mi memoria. Hasta la poesía. Y en este tipo de cosas pienso que si tú escarbas en la realidad, te encuentras siempre con la fantasía. La fantasía siempre está ahí detrás con una fuerza superior a la realidad. Yo cuento en las memorias una cosas que me tiene obsesionado y va a ser el arranque de algo: hace muchos años visitando el museo de arte de Cataluña había allí un panel de Jaume Huguet, un pintor catalán del siglo XIV, y representaba a un grupo de gente que estaba oyendo a otro que leía un libro de horas en un atril. Y entre ese grupo de gente había un personaje que se parecía a mí muchísimo.Yo me di cuenta de que era mi retrato, me ampliaron el retrato y tenìa en la sien derecha una mancha, una rosácea. Es de nacimiento. También lo tenía este personaje, y nunca más volví por el museo. Me preguntaron: “¿Por qué no has vuelto?” “Porque estoy seguro que el personaje ha envejecido tanto como yo”. Creo que llegaría encontrándome con un personaje que se sigue pareciendo a mí de viejo. O algo todavía peor: que se ha mudado a otro cuadro.
-Lo que tenía ese libro de “Campo de Agramante” era la fuerza del paisaje, las marismas, la fascinación que tiene usted por Andalucía, por el color, por la luz, por la vegetación.
-Me gusta mucho describir paisajes. Trasladar el tono y el carácter del paisaje a la escritura. Eso siempre me ha preocupado, quizá también porque tengo una gran atracción por la pintura. He hecho trabajos de pintor, dibujo con frecuencia. No es que sea un pintor frustrado. Es que soy un pintor muy poco conocido.
-Por ejemplo, hay en usted algo así como la configuración de un mito de Andalucía.
-Sí. Eso es deliberado. He intentado crear como los grandes novelistas con su lugar nativo esa imagen de una presunta mitología andaluza haciendo hincapié en aspectos de la tradición, de la superstición, de las culturas residuales que todavía permanecen, ciertas zonas rurales de Andalucía. Eso me preocupa. He querido reconstruir o inventarme una mitología andaluza. Además no salgo yo de esa zona... ¿Por qué no salgo de esa zona geográfica? Porque es el lugar del mundo que conozco mejor pero sobre todo porque fue ahí donde verifiqué mis primeras tentativas de intervenir en la realidad y donde, sobre todo, descubrí el mundo. El lugar donde se descubre el mundo ya es para siempre el compendio simbólico del mundo. El mundo, como se ha dicho tantas veces, está en el lugar donde vives, ahí está todo.
-Entonces, debemos deducir que usted se siente afín a autores como Miguel Torga, García Márquez, Juan Carlos Onetti, Faulkner...
-Esas son personas a las que leo con mucho gusto y han sido maestros míos. Como Onetti, como Juan Rulfo, con el que estuve en varias ocasiones. Una vez le preguntaron si tenía algún trabajo entre manos, y él decía que no tenía tiempo, que estaba dedicado a la antropología cultural y que salía por los paisajes del país a realizar trabajos de campo. Y que no tenía tiempo de inventarse historias literarias. También solía decir que se había muerto su tío Macario, el vendedor de ataúdes, y que era él quien le daba las historias. “Desde su muerte, me he quedado en blanco”, dijo.
-¿Cuál ha sido el escritor que más le ha impresionado?
-Personalmente yo creo que Pablo Neruda. No tampoco. García Márquez, lo conocí cuando no era famoso en Colombia. No lo sé. Mantuve correspondencia con Cernuda, ocho cartas, vinculadas algunas de ellas a cuando yo trabajaba de subdirector de “Papeles de Son Armadáns”. Como personas no podría decir, no puedo hablar de escritores que me hayan dejado una impresión memorable, su obra sí.
-¿Su escritor preferido?
-Son muchos. Cervantes es un personaje que me fascina, las zonas nebulosas de su vida. Escribí un libro que se llama “Sevilla en tiempos de Cervantes”, seguí el rastro por Sevilla: aquella vida oscura de jugador, los líos familiares, la hermana de Cervantes era puta y él, según dicen, maricón, pues bendito sea Dios si escribió el Quijote.
-Le he leído lo siguiente: “Me puedo volver loco con la búsqueda de la palabra exacta”
-Sí. No sé si dije eso. En cualquier caso, corregiría la frase y diría: puedo perder la salud buscando un adjetivo. Y eso me pasa sobre todo con la poesía. Yo la poesía la hago de memoria, mientras paseo, en los momentos incluso más inoportunos, y voy elaborando el poema, si no es largo. Lo hago con la memoria, y entonces la búsqueda de ese adjetivo que yo considero que ya no se puede sustituir por ningún otro, eso me puede enloquecer, me puede quitar el sueño. Cuando me acuesto y empiezo a pensar en esa palabra... Supongo que esto para muchos escritores les parecerá una exageración y una estupidez porque hoy nadie piensa mucho en las palabras, si no que piensa en las historias. Hay escritores muy famosos ahora; leí el otro día a un escritor muy famoso que decía: “La preocupación por el lenguaje es una excusa de los que no tienen nada que contar”.
-Lo diría Arturo Pérez-Reverte, casi seguro.
-Pues sí. Y decía una cosa mucho más insultante: “Me importa una mierda el lenguaje. Eso lo dicen los que no saben qué contar o no tienen historias”.
-Acaba de hablar de la pérdida de salud. Usted ha dicho que la inspiración no existe, que es tener buena salud.
-Sí. Tener buena salud y el estado de ánimo propicio, eso es lo que es la inspiración o el estímulo previo para poder escribir sin aburrirte. Para un es escritor es muy importante no aburrirse. Cuando te aburres tienes que dejarlo. Sé que no me va a salir bien, que me va a salir una cosa artificial. Sólo escribo cuando me siento exaltado, y releo lo que estoy escribiendo.
-¿La Academia? Le han hecho varios feos.
-Una vez me retiré yo. Iba a competir con Antonio Muñoz Molina, que es amigo al que aprecio y admiro su obra, no quería competir con él. Y las otras dos veces son de esas cosas que pasan. Es un episodio superado que no volverá a repetirse porque ya he tenido alguna insinuación para que me vuelva a presentar con todas las seguridades previas que se puedan tener. He soslayado la invitación para siempre. No quiero saber nada de ese asunto. Lo único que saqué claro de aquel episodio es que un académico hizo propaganda en contra y dijo que yo era un “rojo y libertino”. Y entonces le contesté: “Hombre, lo que me desagradaría de verdad es haber dejado de serlo”.
-¿Tiene usted constancia de que fue una gran maniobra de Cela?
-Sí, claro, pero ahí hubo dos o tres que hicieron una campaña en contra. La Academia es una recompensa social y en ningún caso una meta literaria. La recompensa social no me la han dado, muchas gracias, ya me voy y no quiero saber nada de eso.
-A mí me llama la atención tanto como el poder de Cela, la falta de personalidad de los académicos en general.
-No salí por un voto. Lo más curioso es que Cela había publicado poco antes en “ABC” un artículo que se titulaba: “Umbral, Bonald, Arrabal”, y se preguntaba por qué no estábamos en la Academia y quería defenderlo a toda costa. Y que era una injusticia. Y que teníamos que estar allí ya. Luego ocurrió lo que ocurrió: ¡qué rara es la gente! Hay como una doblez en las cosas de la vida cotidiana que me dejan un poco sorprendido porque yo procuro ser consecuente con mis ideas y con lo que yo pienso. Y ser por una parte crítico, con mis amigos, en una crítica generalmente irónica, para limar asperezas, pero por otra parte soy fiel. Creo que soy fiel. En mis memorias hay mucha crítica de gente que he conocido.
-Ese elogio a la cultura del placer, del vino, del fumar, de alcohol. ¿Por qué le ha gustado tanto eso?
-He sido muy hedonista. Pienso que esos placeres que te alegran la vida, que te hacen muy soportable las desdichas y atropellos de la historia contemporánea, yo soy un bebedor, me gusta beber, pero también por razones de desobediencia, de irritar a los bienpensantes. Y en ese sentido he buscado placeres de éstos, pequeños placeres, que te puede ofrecer la vida cotidiana, enfrentado a un mundo hostil, a un mundo en guerra, en manos de un ignorante como el señor Bush, peligroso ignorante, fanático del eje del mal. Todo eso me produce escalofrío y procuro, aparte de tomar partido, contrarrestar los malos efectos de todo eso con los buenos efectos del hedonismo.
-¿Debemos deducir que también escribe contra las ofensas de la vida?
-Sí. Eso lo copié de Cesare Pavese. La literatura es una forma de defensa contra las ofensas de la vida. Eso lo he tenido muy presente. Mis poemas siempre tienen algo de última voluntad. Yo me defiendo de algo con lo que estoy en desacuerdo. Alguna vez dije que yo escribo en legítima defensa.
-¿Se siente un radical?
-Sí, me considero un radical. Ahora que acabo de hacer un libro de Espronceda y el romanticismo, me gusta lo que tenía de insumisión, de rebelión contra una sociedad retrógada, inmovilizada por el influjo de la tradición, del neoclasicismo en el caso de Espronceda. Oponerte a eso de una forma furiosa a veces. Eso me gusta a hacerlo.
EL ASUNTO CELA Y CHARO CONDE.
Podría haber sido navegante o capitán de barco. Tiene ese porte elegante y breve de un caballero del sur transido de nobleza y de nostalgia, aunque de inmediato se percibe su gallardía, su amor por la vida y el placer. Se sabe que va y viene de los viñedos a las marismas, del caballo en la serranía o al mar melodioso del sur, y en los miradores de la noche, recortado por la luna de los maletillas, podría ser el aparecido de un largo viaje: el señor que vuelve. Tiene una existencia tan bonita que ha escrito dos tomos de memorias: “Tiempo de guerras perdidas” y “La costumbre de vivir”, que también podría haberse titulado “La costumbre de escribir” o “El oficio de conversar”. Le oímos con entusiasmo, con devoción.
-Me incomoda bastante hablar de mi propia obra. Además un escritor sabe muy poco de su propia obra. Y puede aproximarse a lo que intentó hacer pero no al hecho literario consumado. Y a veces me produce cierta sensación de impudicia.-Me ha sorprendido en tus memorias el tratamiento del famoso tema de Charo Conde.
-Yo tenía que contarlo, aunque no quería de ninguna manera entrar en ese asunto porque es muy peliagudo y por mi parte puedo pecar de impúdico o de desvergonzado o de irreflexivo, pero tenía que contarlo porque eso se sabía. No podía soslayarlo. Pero por otra parte yo sólo quería apuntar veladamente lo que había ocurrido y eso es lo que intenté hacer incluso usando una retórica bastante nebulosa porque lo hice adrede, pero sin necesidad de eludirlo también...
-No sé si usted ha llegado a leer el libro de Umbral sobre Cela.
-He leído comentarios.
-Umbral alude en varias ocasiones al engaño, a la infidelidad de que fue objeto por parte de su mujer...
-La infidelidad de su mujer tampoco es verdad. Fue conmigo y punto. Porque parece que Umbral hablaba de que Charo como una mujer descocada, de que más o menos tenía aventuras consecutivas, y eso no es cierto. Yo no he leído el libro. Y siento una gran extrañeza ante un texto como ese que me han dicho que es injurioso contra Cela y eso me sorprende porque yo creía que Umbral, aparte de amigo, era un discípulo, aventajado, de Cela y que Umbral siempre había defendido a quien le dio el premio Cervantes, el Premio Príncipe de Asturias.
-A lo mejor arriesgo un juicio injusto, pero a mí me parece que Umbral es un hombre sin amigos y es muy calculador.
-Hace columnas magníficas, aunque luego las novelas son otra cosa. Algunos son columnas ejemplares.
-Quizá se haya planteado: si yo hago un libro de elogios, no tiene ningún interés, ni se habla de él ni se vende.
-Ese cálculo es muy posible que lo haya hecho Umbral, que es persona ambiciosa y necesitada de que su nombre esté en la cumbre de la fama y de los dimes y diretes literarios. Antes de publicar el libro, antes de morir Cela, hizo una columna muy elogiosa en torno a Marina Castaño y aquí la pone a parir.
*José Manuel Caballero Bonald, del cual he reproducido hace unos días un poema de su libro "Manual de infractores" (Seix Barral), acaba de ser galardonado con el Premio de las Letras Españolas. Un día, hace un par de años, conversé con él largo y tendido, en compañía de mi invisible amigo Fernando Sanmartín. Reproduzco aquí la entrevista de nuevo porque creo que es jugosa y, en cierto modo, oportuna. Incluso toca algunos temas morbosillos.
SABINA, BEST, C.S. LEWIS O LA GRAN MADRUGADA DE DAVID MAMET

He visto tres películas en dos días: “El método” de Marcelo Piñeyro, con guión suyo y de Mateo Gil, que no acabó de gustarme, es una película sobre el capitalismo y la feroz competitividad que todos llevamos dentro, la falta de escrúpulos y la impostura; “El niño”, un terrible y sobria película franco-belga, con guión y dirección de los hermanos Luc y Jean-Pierre Dardenne, que narra la historia de Sonia y Bruno, una joven y marginal pareja que vive del subsidio y que tiene un niño. El relato es estremecedor, y en cierto modo me recordó algo del final de “Flores rotas”, la película de Jim Jarmush, que vi el martes. Sales del cine con el corazón encogido: como si te hubiesen dado un buen sopapo en el estómago y en el mentón, y vieses, en versión en color, “Los olvidados” de Luis Buñuel.
Yo, que no soy seguidor de Joaquín Sabina (nunca he entendido bien porque no me gusta, aunque me compro sus discos casi siempre), pensé que me había equivocado de espectáculo: seguro que habría sido más feliz en su concierto. Mi hijo Daniel -que hablará mañana lunes de cine y películas en Zentrum (Ibercaja. Plaza de los Sitios), dentro del ciclo "Fila 12.Crítica cinematográfica de actualidad", que coordina Alberto Sánchez, y que se inició con Paula Ortiz-, también salió un tanto estremecido. ¿A quién se puede recomendar una película así, casi un falso documental, en el que los protagonistas, sellados por la fatalidad, siempre toman el camino equivocado? Y de noche, muy de noche, tras ver las últimas secuencias de “Sostiene Pereira”, con el maravilloso y final Marcello Mastrioanni, vi “El caso Winslow” de David Mamet, una estupenda película de juicios, de clima familiar, de personajes con una enorme carga psicológica, de medida ambientación y de verdades o sentimientos que apenas se revelan.
Me encanta ese padre que hace Nigel Hawtorne, Arthur Winslow, que tiene algo de padre ideal y obstinado, como Gregory Peck en “Matar a un ruiseñor”, capaz de poner a prueba y casi a la deriva el futuro de su familia por la verdad, una verdad que se le hace evidente al preguntarle a su hijo Ronnie, de 13 años, por algo de lo que todos le responsabilizan; está espléndido Jeremy Northam, que encarna a Sir Robert Morton, un personaje increíblemente inteligente y misterioso, perturbador y un poco borde, que acaso se juegue parte de su prestigio y de su futuro por defender al niño al que todos culpan y porque se ha enamorado de Katie, la maravillosa Rebecca Pidgeon, esposa o compañera de David Mamet. Hace un espléndido trabajo, es moderna, fuma, pugna por la justicia, aunque eso le suponga perder a uno de sus escasos pretendientes; tal vez descubra el verdadero amor, bajo la lluvia, en la puerta que da al jardín y al futuro. Mamet no se olvida de la pieza de teatro original, ni de su formato en tres actos, incluso elude el efectismo del juicio final, prefiere administrar la emoción de otro modo. La película la proyectaron e La 2, a partir de las dos y media, en versión original.
Lo que más me gusta de la vida es todo aquello que ni habías sospechado. No había imaginado que iba a leer un furibundo artículo de Arturo Pérez-Reverte contra Umbral, al que tras denostar, despreciar y criticar, y recordarle que es un traidor y que practica un sexo turbio en sus novelas, y tal vez en su vida (que un hombre diga a otro, a estas alturas de la jugada, que practica un sexo turbio por haberse imaginado unos cuantos polvos con todas las variaciones sabidas y consabidas, no deja de ser reaccionario; ni con Pedro J. Ramírez se fue tan cruel; aunque Umbral no sea amable con sus ex amantes: Carmen Platero, Blanca Andreu y otras), parece retarlo a una pelea en la calle. No es, por cierto, la primera vez que Pérez-Reverte dice eso por un quítame allá esas pajas del estilo. La verdad, no querría encontrarme con este escritor sin haber pasado dos o tres meses por el gimnasio. Y Umbral, cuando lea el texto, si no lo ha hecho ya, quizá se eche a temblar. Este año ha cumplido 70 años y quizá ya no tenga resistencia ni paciencia para hacerlo. Tampoco me había imaginado que me iba a comprar “Las Crónicas de Narnia” de C. S. Lewis en la maravillosa edición de Destino (60 euros del ala; sólo diez más que mi desamado Sabina, y ya lo siento porque también es el cantante favorito de Pepe Cerdá), y mucho menos me había imaginado que antes de irme a la cama iba a ver a David Mamet, que ha escrito uno de mis libros favoritos: “Una profesión de putas” (Debate, 2000).
Eso sí, antes, a lo largo del día me he leído todos los artículos que se han publicado sobre George Best, del cual escribí hace cinco o seis años para "Equipo". Me gustaría recuperar aquel gesto. Me encantaron, especialmente, los artículos de Santiago Segurota y de Carlos Toro. Fue, sin duda, el Garrincha de Europa, el jugador que mejor supo driblar a cualquier rival, excepto a uno: a su sombra.
*La foto corresponde a Rebecca Pidgeon, que hace de Catherine Winslow en la película "El caso Winslow".
REGRESO A GALICIA: UN VIAJE A LA MEMORIA ENTRE FANTASMAS

Podría decir que empecé mi carrera de letras en el Centro Gallego. En 1980, cuando vivía en una buhardilla de la calle Las Armas 138 di un ciclo de cuatro conferencias sobre los celtas, Castelao, la xeneración Nós y la poesía galaico-portuguesa. Y después, poco antes de estrenar paternidad y el primer empleo remunerado como camarero de una sala de bingo, presenté el primer libro completo que escribí: un poemario en gallego, cuyo nombre no recuerdo, en el que se percibía la huella de Lorca, Aleixandre, Luis Pimentel y Luis Amado Carballo. Hizo la introducción y la glosa un catedrático de Instituto, casado con una delicada y misteriosa gallega de Santiago, Marisa, que se llamaba José Antonio Enríquez. Dijo que teníamos en Zaragoza, más de un siglo más tarde, a “la nueva Rosalía de Castro hecha hombre vergonzoso”. Desde entonces he tenido una vinculación constante, aunque muy concreta, con el Centro Gallego. Durante más de 15 años pronuncié una conferencia sobre un autor gallego y mantuve una amistad muy entrañable, entre otras, con Ventura Amar Sestayo, el poeta-conductor de protocolo de Porto do Son.
El pasado jueves, gracias a la gentileza de Amadeo Cobas, el escritor de Noia que respira literatura por todos los poros, literatura y ganas de llegar, volví al Centro Gallego a hablar de uno de mis libros: “El álbum del solitario” (Destino, 1999). Amadeo Cobas, cuyo nombre sugerí a la directiva hace dos o tres años, ha organizado un ciclo de narradores al mes, por el que pasarán, entre otros, Lorenzo Mediano, Javier Aguirre, Mario de los Santos, y muchos, muchos más. Entre la treintena de personas que se reunió, estaban varios escritores como Mario de los Santos (el autor de “Al final de la cebada”, publicada por Zócalo), Javier Aguirre, Ricardo Vázquez Prada, Miguel Ángel Yusta, Raimundo Lozano, Manuel Martínez Forega; pintoras como Berta Lombán y Jose Herrera, también vino Jesús, su marido; fotógrafos y viajeros como Javier Burbano; varios socios amigos del Centro Gallego, público interesado como Félix, que venía de Alconchel, Manolo, un gallego errante y feliz, un aragonesa de Juslibol y alrededores, como María Jesús, la compañera de Amadeo…
No sé cómo se lo pasaría la gente (hablé demasiado), pero para mí fue un momento especial, me salió casi un exorcismo familiar sin haberlo pretendido, ni habérmelo imaginado, y demasiadas confesiones muy sinceras que quizá fueron propiciadas por el cariño que detecté en la sala y en las palabras de Amadeo Cobas, que había movilizado a sus amigos. Hablé de algunos libros, de mi concepto de la literatura, de la sinceridad y la memoria, de ballenas, delfines y de Carmen Arias o Pamela Garfias, “la morena de Madrid”, o de la foto de portada de Gabriel Cualladó, de la frontera entre realidad y ficción, incluso de un proyecto aplazado en una editorial de Barcelona desde hace dos o tres años, “Marinos y mujeres”, que arranca del libro “Vida e morte das baleas” (Espiral Mayor, 1997), donde reaparece Patricio Julve; Javier Aguirre me invitó a publicar ese volumen en Redallo (Certeza), pero es el libro de mi vida, sin duda mi mejor libro, y sueño con verlo publicado en esa editorial donde ya he publicado tres títulos.
Reconozco que hasta mi familia me reprochó que no dijese nada, pero me siento tan pesado con esto de la literatura y las presentaciones y con mi modesta vida pública zaragozana, siento que me prodigo tanto, que lo mejor es no molestar ni comprometer a tus mejores amigos ni a tu familia. Porque al final uno acaba convirtiéndose en “ese pesado, otra vez… ¿Es que no sabe hacer otra cosa?”.
*En el libro "Marinos y mujeres", que consta de 16 cuentos, hay un texto dedicado a dos fotógrafos: Manuel Seara de Castro y su maestro aragonés Patricio Julve. Manuel Seara de Castro, fotógrafo de Armentón (Arteixo), acude al Instituto Ramón Caamaño de Muxía a dar una charla. Y les cuenta a los zagales la historia de Julve y su estancia, con él, en Zaragoza y Cantavieja. Esta foto que he colgado aquí es de Ramón Caamaño, que me dijo una vez que había conocido a un fotógrafo aragonés, cojo de una pierna, que había ido a hacer un reportaje sobre las últimas ballenas en Galicia en los años 40 ó 50. He elegido esta foto porque me recuerda mucho a una de mi madre, a principio de los 60, que está en los jardines del pazo de Armentón, donde vivía Manuel Puga, más famoso como "Picadillo".
DANIEL GASCÓN HABLA DE CINE EN ZENTRUM IBERCAJA

Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) participa hoy lunes, en Zentrum Ibercaja (Costa, 13; esquina plaza de los Sitios), a las 18 horas, en el ciclo “Fila 12. Crítica cinematográfica de actualidad”, que coordina Alberto Sánchez. Daniel, que acaba de publicar su segundo libro de ficción, “El fumador pasivo” (Xordica, 2005), hablará de algunas películas que ha visto en los últimos días como “El método”; “El jardinero fiel”, con la bellísima Rachel Weisz y el siempre perturbador Ralph Fiennes; “Macht Point”, la espléndida película de Woody Allen, que cuenta con Scarlett Johansson, igual que “Una canción del pasado”, donde la joven actriz coincide con un profesor alcohólico que encarna John Travolta; “Flores rotas” de Jim Jarmush; “El niño”, la sobria y estremecedora cinta franco-belga, y “Hermanas”, con Ingrid Rubio y Valeria Bertucelli.
*La actriz Rachel Weisz, protagonista de "El jardinero fiel", la pelicula de Fernando Meirelles, realizador de "La ciudad de Dios".
OTROS CUENTOS DE LA RADIO O LAS NOCHES DE MARA TORRES

A veces suceden cosas que no te esperas. Quien me conoce, ya sabe que soy un modelo perfecto de desorden o imprevisión. Siempre me dejo algo para el último instante. En el fondo, tengo pánico a escribir. O escribo por pánico. O me paso muchas horas pegado al teléfono. O pierdo el tiempo como si fuese un derrochador de nubes. Por eso me quedo muchas veces hasta muy tarde en “Heraldo”, sobre todo lunes y martes y algunos viernes. Podría escribir una interminable novela de multitud de noches a deshora en las redacción de “El día de Aragón”, “El Periódico de Aragón” o, desde hace más de cuatro años, “Heraldo”. Hace algunos meses, me quedé escribiendo un reportaje sobre las psicofonías de Belchite, con esas voces pavorosas, con esos disparos y ruidos, y acabé pasando auténtico miedo. Es como si en el silencio ideal de la madrugada, en medio del insomnio, llegasen las ideas, las palabras, los fantasmas.
Hacia la una, llegan las señoras de la limpieza, y ya me he hecho amigo de ellas. Cuando atisban un poco de ruido arriba o a un señor calvo aporreando el ordenador en solitario, dicen: “Está Antón”. Al final, siempre les regalo algunos libros. El pasado viernes fui a la última sesión de la película “El método” de Marcelo Pineyro, y después de la una volví a repasar un texto que había dejado cociéndose con la masa diluida de los bytes y a apagar el ordenador. Cuando bajaba, me encontré con una de las señoras: simpatiquísima, amiga de la tertulia, sencilla. Me dijo que hace unos días, en “Hablar por hablar”, Mara Torres había hablado de este blog. Tres, cuatro, cinco veces. “Yo estaba emocionada”, agregó. Me lo dijo con esa camaradería especial, con esa delicadeza de medianoche, como las de un cómplice que le revela al otro que ambos son marginales o insomnes, que tienen un mundo propio lleno de claves y de códigos y que lo trasvasan o lo intercambian en la alta noche junto al ordenador. Y uno de ellos, uno de esos puntos de encuentro y de cariño, es la radio. La señora, lamento aquí no recordar su nombre, me confesó: “Fue muy emocionante para mí. Estuve a punto de llamar. ‘Hablar por hablar’ es mi programa favorito: lo escucho siempre. No sabe la compañía que me hace”. Me preguntó que si tenía el libro que había preparado Mara Torres y su equipo: le dije que no, pero que iba a buscarlo. “No sabe usted cuánta compañía me hace la radio”.
Al día siguiente, Ana Latorre, organizadora de proyectos y exposiciones a través de la empresa AD Hoc, la jefe de prensa de los Encuentros Literarios de Albarracín, me dijo que hacía varias noches se había desvelado y que se había puesto a escuchar “Hablar por hablar”. “Cuando oí tu nombre, y la cita de tu blog, me quedé de piedra”. Mara Torres tiene una voz preciosa: voz de ninfa nocturna, voz melodiosa y serena, voz que sabe ocultarse bellamente tras el silencio. Pocas cosas te hacen una compañía tan intensa como una voz que parece música y caricia y lumbre en tu oído cuando el universo se cose a tu espalda como un fardo de siglos. Ayer por la mañana, en la máquina del café, que es otro espacio de citas, el zoco improvisado de las redacciones, Pilar E.: “Que han hablado de ti en ‘Hablar por hablar’. ¿Qué has hecho ahora, Antón? Hablaban de tu blog y recuerdo que decían no sé que de un artículo tuyo, ‘historias de la radio o de cómo adelgazar follando’. Dime, ¿tú crees que era verdad lo de la historia de esa pareja o un invento más, porque en ese programa se exagera mucho?”. No tenía respuesta.
Querida Mara Torres, gracias por la compañía, por esparcir en el aire algunas palabras de este blog. Te envío un abrazo. Ya ves que tu programa es un cuento constante y es una ventana abierta a “Las mil y una noches”, a las mil y una historias para gente que se desvela.
LA PLATAFORMA DEL AVE O EL CRISTAL DE LA POLÍTICA

UNA LECTURA DE "SUEÑOS DE BORRACHOS" DE FÉLIX TEIRA

Félix Teira Cubel (Belchite, Zaragoza, 1954) es un escritor muy coherente. Valiente, sincero, leal a sí mismo, y, por lo regular, políticamente incorrecto. Como narrador en breve, en “Gusanos de seda”, y como novelista en “Brisa de asfalto·”, “La violencia de las violetas” o “La ciudad libre”, entre otros títulos, siempre se ha preocupado por los márgenes, por el lado oscuro y salvaje, por primitivo, de la vida. Es un escritor expresionista porque mira hacia aquellos lugares donde la existencia pugna por ser digna, por poder llamarse vida, con sus fogonazos de alegría, de intensidad, pero siempre encuentra la sordidez, la tragedia, la urgencia de la vindicación y una imparable mancha de injusticia que se expande.
Sus seres son casi siempre criaturas a la deriva, gente desquiciada que habita un continente inquietante de miseria y de desgarro. Gente atormentada o herida. En este libro, “Sueños de borrachos” (Poliedro, 2005; 154 páginas), quizá haya ido más allá de lo que había ido hasta ahora, o profundice un poco más en el abismo, en el dolor, en la enajenación, en la incapacidad dramática de asumir el mundo. Este libro tiene una carga literaria muy potente, vinculada al Raymond Carver más despojado, a algunas piezas del mejor Charles Bukowski, a momentos de John Fante, por citar algunos ejemplos lejanos. E incluso al Cela de “La familia de Pascual Duarte”.
También es un libro de lobotomías: de exploración de los cerebros gastados de gente que se proclama paria, de gente que anuncia que “llevo la vida del perfecto inútil”; es un libro de alucinaciones visuales, de espejismos etílicos. Y puede decirse que el alcohol es el teatro constante de operaciones, el subrayado abrumador, la pared blanca que protege y agosta, el refugio y la intemperie, la caracola de destrucción. Todo a la vez.
Félix Teira ha escrito cinco relatos. Voy a citar los títulos porque el volumen no lleva índice: “Perro”, uno de los textos más impresionantes, bellos y terribles a la vez, que he leído en mucho tiempo; “El joystick”, la historia de una familia rota, con un hijo perturbador o incomprendido, y de un crimen y unas cuantas pesadillas; “Todo a tres euros”, un cuento cruel con un final, inesperadamente feliz, del que puede obtenerse una moraleja; “Grappa eterna” es un cuento social con una deriva inesperada hacia la premonición, el símbolo y la idea del doble más o menos macabro. Y “Los roedores roen” es una pieza que hurga en los desencuentros de una pareja, donde él es víctima del vodka, en los que interfiere una visión de roedores –la visionaria es una niña, Teresa- que bien podría salir por el váter.
Los de Félix Teira son cuentos crueles, sin duda. Como un cuadro de Otto Dix, o de Gutiérrez Solana. O de Antonio Saura y sus monstruos. O de aquel Gericault que investigaba en los manicomios los secretos de la locura. O de Goya, que habló del canibalismo de Saturno que devoraba a sus hijos. Aquí hay hijos que devoran a sus padres, y padres que devoran a sus hijos. Y esposos que devoran a sus mujeres, y que las golpean, las hieren brutalmente. Y hay mujeres que, en su desesperación, practican la tabla de salvación del acoso psicológico, incluso del homicidio, más bien difuminado o ambiguo. He dicho que son cuentos crueles porque no hay respiro. Ni tampoco esperanza. Los personajes, cuando cambian de vida, se van a lugares apartados en los que tienen que sufrir la contaminación de una papelera. ¡Vaya chollo, qué fatalidad!
Me parece importante definir la estética de los cuentos: en casi todos ellos hay, como dice Chejov o Ricardo Piglia, hay una historia no contada, una historia invisible que se evidencia de manera absoluta como una potencia subliminal por debajo de lo evidente, de lo que se está contando. Y también hay cuentos que siempre tienen un desenlace que es como un escalofrío o un vértigo que nace de la sorpresa y de la tensión, pienso en las consignas de Poe, Horacio Quiroga o Cortázar, y esos desenlaces son como una detonación; como se dice en la solapa, estallan en las manos, entre los ojos, en el corazón. Y ambas estéticas se aplican incluso en una pieza como “Perro”, que es una pesadilla, una visión tortuosa del sueño de Goya, una metáfora de destrucción y de horror. La pintura es muy importante en este libro, y en particular en ese texto que protagoniza una mujer, una pintora, y que parece una cosa y es otra, espeluznante. Félix Teira sabe huir del énfasis, de la morbosidad, aunque hable siempre de matrimonios imposibles, de turbulencias familiares.
También son muy importantes los animales: los perros, los ratones; como lo es el paro, la pérdida de dignidad, el desamor, la violencia. Hay muchos elementos simbólicos que invitan a la doble, al paralelismo: esas confidencias de los personajes, sobre todo en varios monólogos, son como un vómito sobre un mundo injusto. La esquela en un periódico de un personaje, Ramiro Huesca Lahoz, es como una broma macabra, tal vez una venganza de alguien, y sobre todo es la constatación de la realidad que se empeña en anticipar una muerte física que ha precipitado otra forma de muerte en vida, como puede ser el despido.
La gran metáfora de la derrota, de la pérdida, es el alcohol. Todas, como dice un personaje en algún momento, son “historias sucias”, viajes sin retorno hacia el territorio del estremecimiento, de la locura, de la imposibilidad de vencer esa forma diabólica de encadenamiento y de enfermedad.
El estilo es espléndido. De varios registros. Poético, funcional, fluido, preciso como una cuchillada, con buenos diálogos. “Sueños de borrachos” es quizá un título demasiado explícito y a la vez suficiente, demasiado obvio, pero a la par es preciso para estos seres que moran en la intemperie más profunda, en una supervivencia rabiosa, en las aristas de la fatalidad.
*"Sueños de borrachos". Félix Teira Cubel. Poliedro. Barcelona, 2005. 154 páginas. (Elijo esta imagen de "El perro de Goya", según Saura, porque uno de los cuentos más tremendos, que me ha hecho recordar a "Siempre hay un perro al acecho" de Pisón, es el primero, titulado "Perro").
SOBRE EMMA CALATAYUD

Hace unos días, al hablar de un libro reciente de Marguerite Yourcenar que ha publicado Gadir, recordaba a su traductora Emma Calatayud. Otra fue Genoveva Dieterich, otro traductor lo fue Julio Cortázar. Ana Alcolea, la autora de "El medallón perdido" y "El retrato de Carlota", la conoció, fue una buena amiga de su marido Vicente Tusón, y yo le pedí si podía contarme algo más. Hoy me ha escrito esta carta, que me gusta poner aquí:
"Querido Antón:
Pues tampoco sé mucho más de Emma Calatayud que lo te escribí. Creo que se conocieron, Vicente Tusón y ella, en Francia, y que vivieron tiempo allá. Me parece que ella ya vivía en el país galo desde hacía tiempo. En aquellos primeros tiempos fueron muy amigos de Gerardo Diego, que les leía sus poemas en su casa de Santander. Siempre veranearon en Noja (la de Cantabria, cerca de Santoña), donde tenían una casa.
También sé que se quisieron mucho. Recuerdo una tarde junto a la calle Sagasta de Madrid en la Vicente y yo tomamos un café. Yo estaba a punto de casarme y él me dijo: 'Sólo voy a desearte una cosa, que seas tan feliz como he sido yo con Emma'.
Luego vino la tragedia. No sé si Emma sigue viviendo en el mismo piso de la calle Pedro Rico: quizás demasiados recuerdos, hermosos la mayoría. Vicente era adorable: siempre amable con todos, sobre todo con los que empezábamos. Lo conocí el día que di mi primera charla en un curso. Era sobre la mujer en la literatura y alguien, al final, criticó que había hablado del tema de la mujer pero no de la mujer como escritora (ese hubiera sido otro tema, pero en fin...) Cuando terminamos, un hombre de fino bigote cano y pelo blanco se me acercó y me dijo que mi conferencia le había gustado mucho. Me quedé muy contenta. Volví a encontrarme a aquel hombre en otro curso, me saludó, me contó que veraneaba en Noja, cerca de Santoña, donde yo vivía. Me alegró reencontrarlo. Todavía no sabía su apellido. Un año después asistí a un curso: uno de los conferenciantes era Vicente Tusón, al que llevaba años admirando por sus libros de literatura. Llegué tarde, abrí la puerta, y lo vi: aquel hombre de cabellos canos, voz bellísima y amable, era el mismo Vicente con el que había tenido aquellos encuentros anteriores. Era Vicente Tusón.
Todos mis años en Alcalá, hasta que murió, vino a mi instituto a dar una charla a los alumnos de COU: sobre Gerardo Diego, sobre Federico, sobre Machado. Nadie leía como él.
Bueno, Antón, creo que he sido demasiado larga. Casi he escrito un cuento. De encuentros y reencuentros. Fue hermoso, la verdad. Ana Alcolea".
*Busco alguna foto de Emma Calatayud, y como no la encuentro vuelvo a colgar otra, de joven, de Marguerite Yourcenar, la mujer a la que tradujo espléndidamente. Soy un admirador ferviente de los traductores.