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Se muestran los artículos pertenecientes a Octubre de 2005.

ABRIL PADILLA O LOS SONIDOS DE ZARAGOZA

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Abril Padilla llega con su abrigo negro y la sonrisa en los labios como si fuese una actriz francesa. En algún bolsillo lleva una batidora de cocina de acero inoxidable con la que hace maravillas: lo mismo es un instrumento de percusión que un arpa. Con un suave o rápido gesto, Abril desencadena en instante una espiral de sonidos, de vibraciones, de estremecimientos que también se ajustan a los perfiles de su fragilidad. Su madre Mabel Denis –socióloga y cómplice constante, la criatura que conoce antes que nadie sus proyectos y los alimenta; por cierto, Julio Cortázar se llamaba en realidad Julio Denis- le puso ese nombre porque cuando tenía quince años vio una película donde había una niña que se llamaba Abril. Una década después, cuando su hija vino al mundo, recordó de súbito el nombre. Cuando fueron a inscribirla, en el registro civil tenían sus dudas, hasta que una funcionaria descubrió que en 1950 había nacido en Buenos Aires o en Argentina otra Abril. “Siempre he tenido ganas de conocerla e indagué algo, sin obsesionarme”. Su padre, Enrique Padilla, era militante político de izquierda y, cuando llegó la dictadura de Videla, hubo de emigrar a Francia, donde prolongó su familia con otra mujer. Abril bromea: “Me fue dejando hermanos por el mundo”. Tenía seis años cuando él partió y apenas le dio tiempo a mitificarlo: Padilla era amigo y vecino de Ernesto Sábato, al que iba a visitar a Santos Lugares, y de vez en cuando veía al autor de “El túnel” y “Sobre héroes y tumbas”.

 

         En la familia había otros seres que le ayudaban a crecer, de modos bien distintos. Por un lado estaba su abuelo paterno, que encarnaba el mundo del rigor, era aviador, y fue uno de los hombres que ayudó a cambiar los ferrocarriles ingleses por otros argentinos. “Ahora, son españoles”, señala. Y también su abuelo materno, Carlos, que era camionero “y tenía una voluntad, un deseo artístico no canalizado. Poseía como un gesto de artista al que no le daba ninguna importancia. Lo mismo se atrevía a tocar la guitarra que a construir una marioneta. Pero había algo en él que me gustaba mucho: recuperaba cosas en las basuras y las metía en un cuarto no muy grande. Para mí aquello era como el tesoro. Yo iba allí a escondidas y buscaba lo que me podía servir para algo”. A los cinco años su madre le apuntó a clases de música y de danza, aunque pronto se cansó de la lectura musical, “quizá por vagancia, no sé, quería tocar pero no leer. La escritura musical es imperfecta: no refleja la realidad perceptiva del sonido. Hay cualidades que no se pueden escribir”. También estudió en el Conservatorio flauta travesera, completó la carrera y en 1985 entró en un Taller de Improvisación y de música experimental. Ahí empezaba a fraguarse su futura trayectoria.

 

En 1983, Argentina había recuperado la democracia. La década de los 80 fue un tiempo de esperanza, de “ahora ya se puede”. “Es cierto. Se dio una gran fuerza colectiva, una energía de creación. Habíamos teatro en la calle, los centros culturales se llenaron de gente, y todos pensábamos que en los 90 se iba a consolidar todo ese abono; sin embargo, ese fruto no llegó nunca. Todos parecían haberse desgastado y habían caído en el desencanto y en la desilusión”. En medio de aquel clima de desolación, Abril Padilla ingresó en la Universidad de Buenos Aires donde realizó dos cursos de Música Electroacústica, estimulada por los hallazgos y la inspiración de Luigi Nono, Stockhausen o sus contemporáneos Eduardo Kusnir y Mauricio Kaguel. Éste solía decir: “En un mundo tan serio y tan dramático, cómo podía tomarme la música en serio”, y parecía responderse a sí mismo optando por una creación llena de ironía, humor y crudeza. Abril recuerda alguno de sus espectáculos, que “eran la explosión del intérprete”, como aquel en que presentó una obra que iba dirigiendo y dándole forma fumando en pipa: el humo era como la batuta que marcaba el ritmo.

 

         “Buscaba llegar hasta lo más simple del gesto musical. Un instrumento musical es bellísimo, es una maquinaria perfeccionada a lo largo del tiempo. Otra cosa bellísima es el gesto puro; cuanto más rudimentario es el objeto más puro es el gesto”, dice Abril, y lo explica improvisando un concierto de café con su batidora de acero inoxidable. Recuerda que ya en 1999 compuso una pieza, “La mosca”, para batidora, piano y violoncello, que no llegó a grabarse, e influyó en otros creadores. Ahora, en París, un amigo suyo está a punto de estrenar otra pieza con corcho blanco, batidora, contrabajo, clarinete y violín. Una fecha clave en la vida de la compositora e intérprete fue el año 1994: su padre regresó al país y fue asesinado en un confuso e inesclarecido crimen. El Gobierno argentino no realizó investigación alguna y Abril decidió irse a París a comenzar una nueva vida. “La justicia no se ha puesto en marcha desde antes de la llegada del golpe militar. Sigue vacía de contenido. Creo que, como decía alguien, que puede decirse que en Argentina hay una relación entre la justicia y la salud mental. Nuestro país vive instalado en la impotencia”. Ya en París decidió vivir de la música: estudió en la Universidad de París y optó por la creación de espectáculos con objetos o con la flauta. Así nació el grupo “Corriente de oro”, que emplea objetos como lámparos o relojes y es reclamado de distintos lugares.

 

En un concurso musical de carácter europeo, Pepigneg, que tiene como coordinador entre nosotros al compositor y profesor Agustín Charles, Abril Padilla fue seleccionada para realizar un proyecto musical y eligio una obra musical basado en los ruidos y sonoridades de Zaragoza, que se estrenará el próximo enero en la sala “Luis Galve” del Auditorio. “He grabado ya unas 20 horas. Grabo y salgo a escuchar. Vuelvo muchas veces al mismo sitio: me gustaría pasar inadvertida, ser como algo neutro o invisible, pero no siempre lo logras. He estado en la depuradora de aguas, en la lavanderías, en la plaza del Pilar. ¿Qué me parece Zaragoza? Hay varias cosas que me han impresionado. En primer lugar, el espacio: aquí hay lugar para caminar. También  me encanta el Mercado Central. Y, por otra parte, cuando llegué era la semana del Pilar: capté la calle, la gente, la euforia, la exaltación, los desfiles, los bailes, las tradiciones. Otro tema que me preocupa y me sorprende es la relación de la gente con el Ebro. Esa parte me parece muy bella, pero ¿por qué la espalda le da la espalda al agua? El Ebro no genera ruido pero sí transmite una sensación”.

 

Abril ha trabajado en el Laboratorio de Sonido del Centro Cívico de Delicias, con la ayuda de Daniel Ríos, Carlos Estella y su equipo, y ya están ultimando una obra que durará unos 20 minutos y que recogerá sonidos directos, entre ellos el cierzo (“aquí las radios no tienen ese sonido directo, sino de archivo”) o las campanas del Pilar, y de creación musical propia con objetos. Hay algo que quiere trasladar a la composición: la calidad humana de la gente que la ha recibido con los brazos abiertos, “tanto que a veces da miedo”. Aunque lo que más le gusta es que “todos, todos te desean que todo te vaya bien”. Improvisa un nuevo concierto de segundos y resuena el misterio de Zaragoza, la melodía del ruido y la furia que huye de una batidora de cocina.     

02/10/2005 00:57 Enlace permanente. sin tema Hay 1 comentario.

JULIO ALEJANDRO CASTRO CARDÚS, POR JOSÉ MARÍA ESCRICHE*

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EL CENTENARIO DE JULIO ALEJANDRO.GUIONISTA DE LUIS BUÑUEL / 2

 

Conocí a Julio Alejandro gracias a mi amigo y compañero Alberto Sánchez, cinéfilo impenitente y sabio en muchas disciplinas donde los haya, quien se ofreció a organizar un inolvidable homenaje que con el título, Una vida de cine,  inauguró una nueva sección del Festival de Cine de Huesca en 1989, en su 17 edición, creando así una distinción que reconocía toda una trayectoria vital y profesional relacionada con el cine. En ese caso se trataba de una persona que había vivido una vida intensa, peleando contra el destino o precisamente lo contrario, aliada con el azar pese a las numerosas vicisitudes por las que pasó Julio Alejandro a lo largo de sus días. El homenaje que le rendía el Festival formó parte de un reconocimiento mucho más amplio organizado en Aragón en el que participaron las diputaciones provinciales de Huesca y Zaragoza, los ayuntamientos de las dos capitales, la Asociación Cultural Gandaya, de Zaragoza, que patrocinaba la Caja de Ahorros de la Inmaculada, Ibercaja, el periódico El Día… La publicación que se hizo con una selección de su obra llevaba también textos dedicados de Antonio Machado, Ramón Acín, Adolfo Marsillach, Mari Carrillo, Paco Ignacio Taibo, José Luis Borau, Alfredo Castellón, Eduardo Ducay, Víctor Erice, Pedro Beltrán, Pablo Palermo, Agustín Sánchez Vidal y Alberto Sánchez. Al homenaje en Huesca llegaron gentes, escritores, cineastas, poetas, etc., desde muy lejos… ¿Por qué? Nadie vino forzado, todos ellos lo habían conocido y habían disfrutado de su compañía y de sus cualidades humanas entre las que destacaba su poder de seducción, su valoración de la amistad, su postura intachable e inquebrantable ante la vida y ante los seres humanos.

 

¿Pero quién fue Julio Alejandro?

 

Julio Alejandro de Castro Cardús, y hasta un total de quince primeros apellidos aragoneses, como a él le gustaba presumir, fue un oscense de nacimiento, aragonés de devoción, español de corazón y ciudadano del mundo. Se le conoce, sobre todo, por haber sido el guionista de algunas de las mejores películas de la filmografía de Luis Buñuel (Abismos de Pasión, Nazarín, Viridiana, Simón del Desierto, Tristana…), aparte de ambientador o director artístico de El Ángel Exterminador, y amigo y colaborador del de Calanda en otros menesteres durante años, allá en su otra patria adoptiva: México.

 

Pero uno se queda anonadado cuando conoce el resumen de la totalidad de su vida. Aunque su profesión de guionista y su amistad con el de Calanda no le hubiesen hecho firmar esos guiones, su trayectoria justificaba sobradamente el título de Una vida de cine, con la que bien pudiera rodarse una película.

 

Nació en Huesca, en el Coso, el 27 de febrero de 1906, por lo que en próximo año se celebra el centenario de su nacimiento. Era hijo de un abogado, funcionario, descendiente de la comarca de Borja, y de una zaragozana. Desde niño, cuando llegaban los veranos, los pasaba con los familiares de Chimillas y Bulbuente, y si no, al igual que una gran parte de la burguesía aragonesa de la época, en San Sebastián, lo que le llevaba a pensar de mayor si no sería allí donde le surgió su afición y su vocación: ser marino. Tras la escuela y los primeros estudios en Huesca, el bachiller en Madrid. A los dieciséis años, tras suspender voluntariamente el ingreso en el cuerpo de Artillería del Ejército, por voluntad de su padre, aprobó e ingresó en la Escuela Naval.

 

Recién nombrado oficial tuvo su bautismo de fuego en el desembarco de Alhucemas. En 1924, le toca estar en Shanghai, como alférez de fragata, formando parte de la fuerza internacional desplazada con ocasión de la toma de la ciudad por las fuerzas de Chang Kai Chek.

 

Mientras, desde muy joven, tuvo una gran afición por la lectura y escribía textos y poemas. La soledad de las guardias en el centro de las noches y de los océanos le ayudaron a ello. A lo largo de toda mi vida, no recuerdo haberme aburrido más de diez minutos nunca, comentó en una ocasión. Su padre sabía de esas aficiones y gracias a su amistad con
Antonio Machado le facilitó una visita. El encuentro fue como un flechazo, reconociéndole como una especie de segundo padre en la posteridad. El encuentro facilitó la edición de su primer libro La voz apasionada (1932), con un prólogo del propio Machado, que supo ver las cualidades del joven poeta. No así el pueblo, incluido el mundo de la cultura, que metido ya en plena efervescencia política apenas compró ejemplares.

 

Aún así, lleno de ilusión por un posible futuro como escritor o como enseñante, solicitó la excedencia de la Marina y se matriculó en Filosofía y Letras en una época en la que los profesores eran Ortega, Gaos, Dámaso Alonso, Américo Castro, Zubiri, Montesinos; añadiría a sus estudios los de Historia Medieval, en Zaragoza, y Cartografía, en Madrid. Las circunstancias políticas lo reclaman de nuevo en el ejército, en 1934, siendo nombrado hombre de confianza del ministro de Marina, Giral, así como de su continuador Indalecio Prieto. Entre dos bandos, el de sus compañeros rebeldes y el de su fidelidad al gobierno legítimo, es herido por un obús en Somosierra. El ministro lo sacó de Madrid y lo envió en un helicóptero a Toulouse, en Francia, donde se ganó la vida dando clases al tiempo que recibía a su hermano Fernando, niño refugiado, y lo atendía a causa de su enfermedad del tifus contraído por el hambre y las penalidades de aquélla España partida.

 

En 1939 logra cruzar España para llegar a Lisboa, donde hace diversos menesteres, entre los que recordaba con ironía el de profesor y director de baile en los salones de la época. Desde Portugal, aprovechando el último barco que pudo cruzar el canal de Suez a causa de la nueva contienda universal, y gracias a un puesto de profesor en la Universidad de Santo Tomás propiciado por el P. Urbano, un tío suyo dominico, alcanza Manila, donde aprovechará también para hacer su doctorado de carrera. Pero también llega allí la guerra entre norteamericanos y japoneses. Cayó prisionero y fue rescatado por el cónsul español. Sufre los bombardeos de unos y de otros. Rechaza las ofertas de los militares japoneses para trabajar en una emisora, cae enfermo de apendicitis y tienen que operarle sin anestesia. Con la herida infectada huye hacia las líneas americanas, al otro lado del río, en busca de la penicilina, lo único que puede salvarle.

 

Con apenas cuarenta kilos de peso accede a embarcar como lavaplatos y como cocinero en un barco americano, en cuya larga travesía descubre una nueva afición, la cocina, de cuyas habilidades será reconocido posteriormente llegando a dar el fruto de uno de sus mejores libros, El breviario de los chilindrones, escrito ya en España unos años antes de su muerte. A su llegada a San Diego rechaza la nacionalidad estadounidense que se le ofrece y se traslada a México, en 1945, aunque esa primera visita sería corta, pues de allí saltó a Santiago de Chile y, de allí, a Buenos Aires. La guerra había terminado y la situación de la posguerra en España había cambiado considerablemente por lo que decide volver a su país comenzando a escribir teatro, algunas de cuyas obras ya habían sido gestadas años antes, entre poemas y vivencias; otras quedaron perdidas o destruidas por las bombas, las llamas, o los abandonos de sus numerosos domicilios y traslados. Puede que yo sea uno de los autores que más textos ha perdido, reconocería posteriormente.

 

El éxito de su teatro fue rápido y fulminante. En pocos años escribe y se estrenan, a veces con más de una obra coincidiendo en distintos escenarios, El Pozo, La familia Kasbin, Shanghai-San Francisco, Barriada, El termómetro marca 40, La luna en el teléfono, La casa sin música, El aire, Y un día me dijiste…Demasiados éxitos para un país tan envidioso como el nuestro. Los enteradillos, la prensa, algunas amistades, comenzaron a decir que era el hombre de paja de Alejandro Casona, autor por entonces prohibido aunque años después sería representado por los grupos de teatros universitarios dependientes de la Jefatura del Movimiento. Tal era la calidad de sus textos como para que pudieran reconocerse como propios por aquélla sociedad frustrada y sufriente.

 

Tito Davison, director mexicano de paso por España, que realizó varias coproducciones, le ofreció un contrato para ser el guionista de su próxima película. Julio aceptó y hacía allá fue para unos seis meses. Se quedaría 35 años.  Llegaría a ganar dos veces el Ariel al mejor guión (el goya o el oscar del cine mexicano) pero llegaría a intervenir en varias docenas de películas y a trabajar, a aparte de Luis Buñuel, con los mejores directores, con algunos varias veces: Tito Davison, Miguel Zacarías, Emilio Fernández, Julio Bracho, Emilio Gómez Muriel, Alfredo B. Crevenna, Alejandro Galindo, Juan Bustillo, Juan J. Ortega, Roberto Gavaldón, Chano Urueta, Luis Spota, Tulio Demicheli, Gilberto Martínez Solares, Roberto Rodríguez, Miguel Morayta, Alfonso corona Blake, Benito Alazraki, Jaime Salvador, Julián Soler, Francisco del Villar, Carlos Velo, Arturo Ripstein… Muchas de esas películas se estrenarían en España pero casi ningún espectador relacionó el nombre de Julio Alejandro con aquel español que tantas vicisitudes había pasado en su vida. En esos treinta y cinco años sería reconocido y valorado en México con igual proporción creciente con que fue olvidado en su país.

 

Muchos de los poemas escritos en México, y otros nuevos, verían la luz en el libro Singladura publicado en 1987, en Zaragoza, tras su vuelta. Otros quedarán inéditos. Su única novela, con el título provisional de La llama fría es posible que vea la luz en su centenario. Otra gran parte pertenecen al acerbo personal y a la memoria de sus numerosos amigos, a los cuáles les contaba esas historias de viva voz, cada vez en versión nueva, mejorada, arreglada e irrepetible, como siempre han hecho los nuevos narradores. En ese sentido, quienes le conocieron, fueron afortunados.

 

Julio Alejandro, ese oscense nacido en el Coso tantos años olvidados hasta que lo resucitó nuestro Festival de Cine, murió en Jávea, donde había comprado una casita frente a su querido mar, mientras charlaba con los amigos, que en aquélla situación eran Manuel Vicént, José Luis García Sánchez y David Trueba. Buena gente, también. Era el 21 y 22 de septiembre de 1995. El 28 de octubre fueron enterradas y esparcidas sus cenizas en los alrededores del Monasterio de Veruela, de acuerdo con su voluntad, cerca de donde, según la leyenda, la Virgen se la apareció al Señor de Atarés, motivo por el que se hizo construir el viejo monasterio.

 

Los datos que deposito en este artículo salido del corazón, se lo debo a mi colega Alberto, pero lo dedico a la ciudad que en estas fiestas disfrutará de uno de los platos que a este enciclopedista, amante de las artes y de lo bello, describió en uno de sus libros más celebrados y que antes citaba, el Breviario de los Chilindrones, como cocinaban en su casa de Huesca, para las fiestas de San Lorenzo, el mítico plato del pollo a lo chilindrón.

 

Al año que viene celebraremos el centenario de su nacimiento, el Festival Internacional de Cine de Huesca le dedicará una retrospectiva de su obra mexicana, desconocida en España y que seguro será un éxito, pero antes de terminar le pediría de nuevo a nuestro alcalde, que la ciudad, en el macroproyecto del Parque del Isuela, le dedicase un recuerdo traducido en una escultura que nos recuerde su vida, su obra y su saber.

 

*JOSÉ MARÍA ESCRICHE es director del Festival de cine de Huesca, que rendirá un homenaje especial a Julio Alejandro Castro el año que viene, en el centenario de su nacimiento. Ya son bastantes los autores que han escrito con cierta abundancia de Julio Alejandro: Luis Alegre, Alberto Sánchez, Agustín Sánchez Vidal, Vicente Molina Foix, Paco Umbral, David Trueba, Alberto Isaac, Manuel Vicent, Ignacio Martínez de Pisón, José Luis Gracia Mosteo, yo mismo, entre otros muchos. José Antonio Román acaba de publicar una biografía suya en la colección "Biblioteca Aragonesa de Cultura". En este blog publicaremos distintos textos de acercamiento a la figura de Julio Alejandro, poeta en "La voz apasionada", prologado por Antonio Machado, y en "Singladura", que editó Agustín Sánchez Vidal; parte de sus textos teatrales están recogidos en "Fanal de  popa" (Ediciones del Valle, 1988); guionista de "Tristana","Viridiana", "Nazarín", "Abismos de Pasión" o "Simón del desierto"; experto en gastronomíaen "Breviario de  los chilindrones" y novelista, aún inédito, con "La  llama´fría".

 

Este texto de José María Escriche ha sido publicado en el especial del "Diario del Altoaragón", que dirige Antonio Angulo,de las fiestas de San Lorenzo.

 

 

 

 

 

02/10/2005 10:07 Enlace permanente. sin tema Hay 5 comentarios.

LAS ACUARELAS CON MÚSICA DE MAITE ROY.

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Estuve ayer en la exposición de acuarelas de Maite Roy, la mujer que eligió a Ángel Artal Burriel como pasajero ideal de su corazón, que se exhibe en la Caja de Teruel. Ángel Artal, que tiene gestos románticos de hombre que se dedica al estudio de los volcanes del sentir, le ha regalado un paraíso de amor y delirio a Maite Roy, una casa con vistas hacia el cielo, las cañadas, los montes y las aves del Pirineo. La sala de Caja Teruel, tan acogedora, estaba llena de amigos que vivían la ansiedad producida por el gran Zaragoza-Barcelona, que merecerían ganar los visitantes, igual que hace 40 años. Maite Roy es discípula de la gran pintora Aurora Charlo, es compañera de expediciones al campo de Javier García-Valiño, entre otros muchos, y es una cuidadosa acuarelista que se mueve en la observación del natural con sensibilidad, sutileza, capacidad de mirada y soltura. Lo mismo es capaz de solventar los característicos paisajes de montaña y casa con cielo en lontananza o una estampa invernal de sotobosque, que se atreve a ir mucho más allá: logra hechizo y belleza concentrada en algunas piezas pequeñas, todo un arsenal de lirismo y de expresividad en miniatura.

 

Alcanza una fascinante maestría en una acuarela del río, el color se vuelve espejismo y magia, casi realismo fantástico en su justa medida, y alcanza otra cumbre pictórica en el género en un paisaje de parque o bosque con unos tonos de elevada expresividad, de energía y sueño. Y hay algo importante en su paleta de agua, emoción y dulzura: la limpieza, un apetito de perfección, una búsqueda de trascendencia más allá del tópico y del paisaje ya usado. Y lo logra en varias piezas pequeñas, y en esas dos admirables y casi etéreas obras citadas: la de río –quizá no sea el Jiloca que atraviesa el Salobral- que nos espejea desde una superficie trabajada con los colores del alma, la del bosque o parque en un verde especial hace apología de una hermosura de la naturaleza ofrecida. Aunque no querría aquí rebajar en ningún instante el valor global de la muestra: Maite Roy trabaja, aprende, crece y se derrama con entusiasmo, oficio y pasión por la vida. Y lo hace estupendamente bien. Para sí ha sido una espléndida y agradable sorpresa.

 

 

P.D. Si alguien me puede mandar una foto de 20 K, es lo máximo que puedo colgar, la pondría encantado en el blog.

 

 

02/10/2005 10:32 Enlace permanente. sin tema Hay 10 comentarios.

ANTONIO SAURA, ESCRITOR Y PINTOR DE MONSTRUOS

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Antonio Saura (Huesca, 1930- Cuenca, 1998) ha pasado a la historia del arte como un magnífico pintor en todas sus facetas y como un audaz ilustrador. Ahí están sus más de 500 ilustraciones para autores y libros tan diversos como Ramón Gómez de la Serna, George Orwell, San Juan de la Cruz, Franz Kafka, Camilo José Cela, “El Quijote” (para la impecable edición de Martín de Riquer, revisada más tarde, entre otros, por Francisco Rico) o Carlo Collodi. Con sus propuestas, ayudó a cambiar los estereotipos de las ilustraciones convencionales y abrió caminos hacia visiones más atormentadas, feístas si se quiere, arrebatadas, contemporáneas. Pero también podía haberse dedicado a la literatura. Poseía una gran imaginación, una excelente precisión conceptual y una visión nítida e iluminadora. Donde brilla su escritura es en su concepción del arte: quizá sea uno de los incuestionables teóricos de la creación de todas las épocas. A nada le hacía ascos: allí donde ponía la pluma, y su entusiasmo y su lucidez, extirpaba brillos, enfoques nuevos, clarividencia y tersura. Era como si otorgase nuevas razones y motivos a la obra de arte.

 

Soñó con ser fotógrafo (al principio manejaba cámaras y estaba al corriente de las novedades) y escritor, pero una enfermedad le postró durante meses en la cama, y leyó y hojeó las monografías de arte, especialmente de figuras incuestionables, del arte de vanguardia y, en particular, de los surrealistas. Ese mundo onírico, entre colorista y perturbador, que emergía del subconsciente le inspiró sus primeras obras y también sus primeros escritos. La casa de los Saura era especial. Su madre Fermina Atarés había sido pianista, mostraba una exquisita sensibilidad y tocaba de cuando en cuando a cuatro manos con Pilar Bayona, que se dejaba caer por Madrid; su padre Antonio Saura había escrito muchos manuales de Derecho, pero poseía una inclinación especial hacia el mundo de las máquinas, del diseño y del arte, le encantaba recortar y pegar, construir nuevas cosas. Y su hermano Carlos era un gran aficionado a la música: por la casa pasaban cantantes y se oía una música insistente, a un volumen muy elevado, que recorría las estancias y perturba al tranquilo Antonio, encerrado en su taller. Carlos se decantaría por la fotografía profesionalmente, hasta que se decidió por el cine. Ángeles tenía un especial oído por la música, pero su madre le advirtió: “No quiero niños prodigio en casa”. Y ahí se acabó su vocación, que terminó –con el paso de los años- desplazándose hacia la literatura como acabamos de ver recientemente con dos sólidas y ricas novelas: “El desengaño” y “La duda” (ambas editadas por Círculo de Lectores).

 

         Antonio Saura ha elaborado una obra personalísima suspensa en sus propias invenciones, gestuales e informalistas, en la acumulación de estructuras y en la glosa /homenaje a momentos especiales de los genios o a temas concretos. Ahí están sus trabajos que tienen como plantilla de sugerencia, como incitación inicial, a Rembrandt, Velázquez, Picasso, Tiziano, el miliciano abatido que captó Robert Capa, Goya (en particular ese cuadro enigmático del perro que parece emerger de la arena), etc. Pero paralelamente a esta faceta esencial de su personalidad, la que le hizo célebre en el mundo y le llevó a fundar en 1957 “El paso” con otros aragoneses como Pablo Serrano o Manuel Viola, hilvanó sus teorías, sus apuntes de comentarista de arte, apuntes que le han llevado a decir a Hans Meinke: “A Antonio Saura se le reconocerá pronto como uno de los grandes pensadores del siglo pasado en materia de arte”. No le falta razón.

 

         Por ahora, en Círculo de Lectores / Galaxia Gutenberg, ya tenemos tres muestras indiscutibles del buen hacer de Saura: “Fijeza” (1999), “Crónicas” (2000) y el reciente “Visor” (2001). Los dos primeros se ocupan de la visión de la pintura, de su historia, y de lo contemplado en visitas a museos, o incluso de la filosofía del ser aragonés, como puede leerse en el texto “Aragón” (confiesa sus pasiones e identificaciones con Goya, Buñuel, Cajal, Miguel de Molinos o Gracián, expresa su fascinación ante el paisaje, reivindica en cierto modo una manera de estar en el mundo del aragonés), y “Visor” es una selección de artículos sobre artistas que le interesaron y le influyeron enormemente como fueron el suicida Jackson Pollock, que revolucionó el arte de su momento, Willem de Kooning, inscrito en el informalismo abstracto, Francisco de Goya (al que puede considerársele su maestro absoluto: su faro, el pariente no tan remoto en el cual se reconocía), Francis Bacon o Antoni Tàpies, su compañero casi de generación, el artista esencial y novedoso que se inició en el Dau al Set para afanarse en un conceptualismo rotundo que no era ajeno a la pasión por la materia, por la mancha, por el símbolo y el gesto.

 

         El trabajo sólo está en camino. Restan otros dos volúmenes: “Escritura como pintura”, donde reflexionó sobre su propio quehacer, el dietario de artista a lo largo de los años, y “Marginalia”, que abarca sus textos líricos, su mirada de poeta. Que hablamos de algo decisivo para Antonio Saura lo constata un hecho emocionante: herido de muerte, el pintor dedicó horas a ordenar ese material. Quería que como sus ilustraciones o su pintura, esos textos fuesen su testamento para la inmortalidad.

 

02/10/2005 22:42 Enlace permanente. sin tema Hay 2 comentarios.

RAFAEL NAVARRO: PIEL DE DESEO Y DE SOMBRA

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¿Qué es esto: exaltación del contorno, sublimación de la luz que ajusta la línea a sus límites? O, en realidad, es lo que parece: un culo que se ofrece, un atardecer sobre las nalgas o un volcán tranquilo que incendia el deseo. El fotógrafo Rafael Navarro ha hallado en el desnudo un reino de belleza, concupiscencia e incitaciones. Su obra es una apología de la perfección y de la exquisitez constante: investiga casi siempre la presencia de la luz y la sombra sobre la carne, sobre esa piel levemente erizada y rugosa, sobre un pubis boscoso; propone un juego de piernas que oculta el cáliz de la tentación y prolonga el misterio. En “Ellas I” el ojo y la cámara del fotógrafo se acercan más que nunca a la piel y el resultado final es una fotografía abstracta, plena de matices, de calidades de luz y sombra, de hermosura dormida pero jamás difunta. Rafael Navarro ha logrado, paradójicamente, un efecto distanciador entre el observador y el objeto. Cuanto más cerca, más lejos, y así impone una idea de conjunto: de paisaje total esculpido con un fragmento del cuerpo. Si el luminoso destello perfila la cumbre de las colinas, en la parte inferior hay otras ráfagas que sugieren labios o claridades que se ciernen contra la noche. “Ellas I” es un poema sinfónico de la imagen, rotundo y exacto, la reinvención de la abstracción canónica del desnudo de mujer, que es el que concentra la magia y el éxtasis de este artista voluptuoso llamado Rafael Navarro.

 

P. D. El artista aragonés expone una selección de sus fotos, la serie "Ellas" en concreto, en el Cervantes dé Milán, que dirige mi tocayo y casi vecino Antón Castro, de Muxía.

 

04/10/2005 02:07 Enlace permanente. sin tema Hay 3 comentarios.

LA LUMINOSA OSCURIDAD DEL CINE

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El fotógrafo Manuel Martín Mormeneo llegó a Zaragoza en el otoño de 1978. Hasta entonces sólo había conocido dos cines: el cine Real de Arteixo, donde hizo su primera foto, en concreto a una actriz Inma de Santis, que presentó allí la película “Entre dos amores” (1972), en la que participaba con Manolo Escobar e Irán Eory; y el cine Equitativa, a orillas de la bahía de Riazor, que fue la sala donde se aficionó a las películas de Buñuel y Visconti y empezó a amar con  locura a Romy Schneider. Ya aquí, conoció otros establecimientos como los multicines Buñuel, a cuyas matinales acudió durante tres años ininterrumpidamente, sin importarle repetir una o dos películas a la semana, como le sucedió con “El matrimonio de Maria Braun” de Fassbinder, embrujado por la belleza de Hanna Schygulla; el Elíseos, que siempre le pareció el cine más  elegante de la ciudad; el Dorado, el Cervantes, el Argensola o el Rialto. Muchos de ellos han ido desapareciendo, como desaparecen estos días el Aragón y el Goya. Ha seguido su trayectoria en los libros de Amparo Martínez y de Agustín Sánchez Vidal, cuyo “El siglo de la luz” es su volumen preferido del cine en Zaragoza. Para Martín Mormeneo, que fotografió semidesnuda a Uma Thurman en Belchite, el cine es un refugio y una puerta al viaje: ese lugar sagrado y mágico donde la tiniebla se convierte en un paraíso de sueños, en la oscuridad ideal para enamorarse y para atisbar la luz de terciopelo de unos ojos inolvidables. En su inventario de películas y salas, anotó tras la infausta noticia en su diario “Memoria personal de espectador”: “Jamás olvidaré que en sus salas fui feliz”.

04/10/2005 10:55 Enlace permanente. sin tema Hay 3 comentarios.

ENTREVISTA CON LA ARTISTA MAPI RIVERA

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-He nacido en Huesca en 1976 –así empieza esta charla Mapi Rivera-. Desde pequeña me interesa el arte. He sido como un poco recogida, ensimismada, muy de estar conmigo, no sé por qué, pero fue así, y ya entonces dibujaba, escribía poemas.

 

-Vamos, que ya quería ser artista en Huesca...

-Empecé a dibujar, más en serio, cuando fui a la Facultad a Barcelona, respiraba un aire y una libertad nuevos, y daba rienda suelta a lo que había en mi interior... Aunque no siempre fue así. Al principio iba a pintar o a dibujar con uno o varios profesores, y siempre me decían lo que tenía que hacer. Te asignaban como una pegatina para que la reprodujeses, y yo ahí no me sentía demasiado cómoda...

 

-¿Y cuándo empezó a sentirse cómoda?

-Cuando me dieron esa libertad, esa posibilidad de hacer lo que sientes, y de enfrentarte al vacío, sin pauta, como si te dijesen: “Haz lo que quieras”. Lo verdadero surge de adentro...

 

-¿Con qué disciplinas trabajaba entonces, no hace demasiado tiempo tampoco?

-Con todas las técnicas o disciplinas posibles: la fotografía, la poesía, el dibujo, que es más inmediato. En realidad, la poesía y el dibujo son muy cercanos, los siento y los vuelco en una libertad, en un cuaderno de artista, susceptible de continuas modificaciones. Yo, ante todo, me siento artista y cada disciplina es sólo un medio.

 

-Sin embargo, usted es más conocida por sus fotografías o instalaciones...

-La fotografía exige más preparación, requiere planificación. Pero en realidad, en arte yo hablo de lo que conozco, hablo de mis experiencias, que pasan por mi cuerpo, de ahí que use tanto el cuerpo en mi obra, con ropajes que yo misma coso y descoso, o completamente desnuda.

 

-Al principio, era usted quien hacía las fotos. Ahora es el centro de las fotos y no puede decirse que sean autorretratos en un sentido estricto.

-Es cierto. Hace algún tiempo, en 1999, expuse en la Comunidad de Madrid en una muestra de fotografía colectiva “Dime que me quieres”, que eran obras que yo había hecho en 1997. Al principio yo hacía las fotos y mi hermana posaba para mí, era un modelo muy cercano y muy cómplice, y luego también conté otra amiga. Pero he encontrado a un fotógrafo creativo, muy sensible y con una mirada especial, que conoce muy bien mi trabajo y es él, Ramón Casanova, quien me hace las fotos.

 

-Entonces, ¿cómo podemos definir su trabajo: esas tomas que parecen de bailarina, de musa, o formas de body art?

-No, de body art creo que no. Yo definiría mi trabajo como acciones experimentales o como una acción de experiencia. Lo que yo quiero es transmitir una experiencia vivida para que permanezca viva en la foto.

 

-¿Cómo explica sus movimientos, cuál es la simbología que hay detrás?

-Le explico, por ejemplo, dos posturas o movimientos: el de apertura, vinculado a una idea solar, o de ascendencia, emparentado con una idea de elevación o de aspiración a la pureza.

 

-¿Cómo se explica esa presencia constante de la burbuja que acompaña una buena parte de las fotos?

-La burbuja alude a la pureza y a la transparencia. Voy un poco hacia atrás: desde hace algún tiempo empecé a hacer vestidos porque para mí eran la metáfora de mis transformaciones exteriores, algo así como si mi corazón fuera cambiando. Así surgieron series como “Pieles de paso”, compuesta por 8 vestidos o velos de distintos colores, o “Descoser”, que eran vestidos de seda, con hilos de ligaduras a modo de telas de araña que yo voy descosiendo, y finalmente llego a la desnudez, a esa piel última ya que no puedo quitar, la piel que permanece en una especie de paz y de conquista de mi propio ser. Entonces aparecieron las burbujas, que encarnan la pureza, la desnudez, la belleza, una forma pura y esencial que es agua y aire, como la respiración misma.

 

-En la muestra “Ilaluzes” que exhibió en el Museo Pablo Serrano, se insistía mucho en el contenido filosófico y místico de su propuesta...

-Me interesa, claro. Yo busco siempre en mi interior y mi inspiración nace más que del arte, de las exposiciones, de mis lecturas poéticas. Me gustan mucho los textos de mística sufí, taoístas o cristianos, Rumí, Ibn Arabí o Hildegarda de Bingen se encuentran entre mis favoritos, y al leer “El libro del Tao” o “La flor de oro”, por poner dos ejemplos, encuentro preocupaciones y matices que están en mí misma.

 

-Una palabra clave en su obra, sobre todo en los poemas que incluye en el catálogo del Pablo Serrano, es amor...

-A través del amor tengo la sensación de que uno alcanza el sentido de la vida. Es una fuerza esencial. Entiendo que se puede pasar la vida de muchas maneras, pero siempre he tenido la sensación de que a lo largo de los años había una luz en el centro de mi anterior, oculta, es como una semilla latente que es otra forma de decir la palabra amor...

 

-La luz es otra constante en su obra y en sus textos...

-La luz y el amor estaban ahí, incluso en la niñez, pero en ocasiones parecen velarse o despistarse. Y en los últimos años, y en aquella muestra en concreto, “y la luz es”, de ahí lo de “ylaluzes”, he trabajado para desvelar esos sentimientos. Mi obra aspira a la esencialidad, a la identidad, a la idea de ser con ese amor y esa luz. Trato de quitarme ropas que me he puesto, que he dejado de ponerme o que otros me han puesto... De ahí, también, esa abundancia de términos como “coser y descoser”, “velos”, “mudarse”...

 

-Tanto Marisa Cancela como Núria Gual le buscaban referencias o antecedentes en la obra de Louise Bourgeois o Ana Mendieta, entre otras...

-Louise Bourgeois me interesa mucho, es una mujer muy sensible y radical, aunque ella trabaja más hacia el pasado y la memoria. Yo intento enfocar mi obra hacia un presente vivo. Y con Ana Mendieta sí me siento muy afín porque la manera de crear es muy similar. Yo vivo y visiono lo que soy en los dibujos o en los gestos que hago para que me tomen una foto. Además, ella hace unos maravillosos cuadernos de artista y experimenta también con su cuerpo.

 

-¿Siente pudor al verse tan expuesta ante los otros?

-En absoluto. He elegido esta opción. Existe un distanciamiento y yo trato de mostrar un proceso de trabajo ajeno al exhibicionismo. No pretendo cautivar a nadie. Lo que más me interesa es comunicar. Transmitir sentimientos muy verdaderos.

 

-Su consideración crece día a día: ha ganado premios, le llaman para hacer obras, ha estado en Arco, tiene piezas en la Comunidad de Madrid o en el Ayuntamiento de Huesca, la seleccionan casi siempre para nuevos proyectos, le han dado ahora la Beca Ramón Acín, la invitan a exponer en Colonia. ¿Cómo lo consigue?

-No lo sé muy bien. Creo que soy muy afortunada.  Me han ayudado mucho desde el Instituto Aragonés de la Mujer o desde la Dirección General de Juventud y también desde Cultura del Gobierno de Aragón, pero lo cierto es que no soy buena en las relaciones públicas. Aragón me trata muy bien, aunque ya llevo nueve años viviendo en Barcelona, y eso lo agradezco profundamente.

05/10/2005 21:23 Enlace permanente. sin tema Hay 7 comentarios.

LA ILUSTRACIÓN ARAGONESA, SEGÚN ELOY FERNÁNDEZ CLEMENTE

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Eloy Fernández Clemente ha estudiado Aragón de punta a punta con una pasión inusitada. En un congreso de Historiografía, varios historiadores de signo y época distintos recordaban sus últimos trabajos y todos decía que una fuente inexcusable eran las investigaciones del catedrático de Historia Económica, que él había llegado antes con trabajos sobre Mariano Nipho, la minería del carbón y

10/10/2005 17:51 Enlace permanente. sin tema Hay 3 comentarios.

"LOS SERES HUMANOS SOMOS RIDÍCULOS A VECES"

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DIÁLOGO CON LA ILUSTRADORA

ELISA ARGUILÉ

 

-Sabemos poco, muy poco de usted.

-Empecé a dibujar antes de ir a Bellas Artes, que hice en Madrid. Al principio no me lo tomaba en serio. Hacía grabado, pero me di cuenta de que me atraía el dibujo, mi carácter va más con el volumen que con la pintura, y entré en contacto algunos ilustradores. Aquellos me dijeron: “Prepara una carpeta y preséntala en las editoriales”.

 

-¿No había antecedentes en su familia?

-Mi madre hacía cosas con arcilla. Eso me animaba mucho. Entonces, no había libros de la calidad y en la cantidad de. Recuerdo que cuando era pequeña, al repasar algunos de aquellos niños cabezones con los ojos asombrados, no veía ni la imagen del escritor ni la del ilustrador. Era como si los libros no los hiciese nadie.

 

-¿Cómo fue su primera carpeta?

-La organicé en 1995. La cambié muchas veces: no me gustaba nunca. Soy pudorosa y exigente. No me apetece enseñar lo que a mí no me gusta, y rara vez me gusta lo que hago.

 

-¿Y eso es fuente de infelicidad, de angustia?

-No. Es una obsesión que tengo. Cuando me quito el trabajo de encima me relajo. Es como si hubiese un desajuste entre mis gustos y lo que sale a la primera; le doy tantas vueltas a la cosas, que al final encuentro algo y empiezo a trabajar así. Soy intuitiva y para mí es importante la casualidad. Para confeccionar aquella carpeta me empapé de los libros que se estaban haciendo, los había buenos, muy malos y cosas normales, y no era fácil decantarse. Desconoces los criterios que se siguen en este mundo...

 

-Y ahora, ¿ya los conoce?

-Presenté dibujos de muchos tipos. Pensaba que la clave era la versatilidad, que pudieses adaptarte a textos muy variados. Luego te das cuenta de que lo que les interesa a los editores es un proyecto completo, con un mismo estilo, que es el que hace que se te valore, aunque a mí me parece que el estilo a veces es una cárcel. Prefiero buscar siempre cosas distintas.

 

-Viendo su trayectoria, parece que todo haya sido coser y cantar.

-No. Hice muchas cosas sueltas: realicé la portada de “Los bandoleros aragoneses” de Adell & García, otra para SM y trabajé un año con Los Titiriteros de Binéfar. Ilustré para ellos el cuento de “Dragoncio”, el cedé   “A tapar la calle”, hice alguna escenografía, y entonces conocí a Daniel Nesquens.

 

-Con el escritor aragonés ha hecho varios libros: “Hasta (casi) cien bichos” (Anaya), premiado en Munich, “Y tú cómo te llamas” y “Kangu va de excursión”.

-Sí, él me puso en contacto con Emilio Pascual y con Antonio Ventura, los editores de Anaya, y desde entonces tengo trabajo sin parar. Tanto que a veces me digo que necesitaría un tiempo muerto, descansar, reflexionar. Aunque no me quejo de nada: la vida del ilustrador es dura.

 

-Sus dibujos son muy particulares: expresionistas, de tintas oscuras, con un tono naïf, entre el humor y la ingenuidad...

-Me interesa mucho el sentido del humor. Mis dibujos parecen muñecos un tanto ridículos. Los seres humanos somos ridículos en muchas ocasiones. ¿El color oscuro? Es algo inconsciente. Hago color pero luego lo tapo. Me sale así.

 

-¿Cuáles son sus fuentes?

-Todas. Absorbes lo que ves y lo desarrollas. A mí me apasiona el arte del siglo XX, Chagall, en Modigliani, en Matisse, en Rousseau “el Aduanero”. Esos pintores eran excelentes ilustradores. Pero también me interesa el arte primitivo, el arte medieval, la escultura románica, las miniaturas hindúes, el arte árabe.

 

-¿Se habrá fijado que ha dicho pocos ilustradores puros?

-Son fundamentales en mi vida. Claro. Pienso en la alemana Rotraut Susanne Berner, autora de “Cuando el mundo era joven todavía”. Anaya acaba de encargarme un ambicioso libro sobre la Navidad y la tengo a ella como referencia. Es fascinante. Pero también pienso en el americano Gary Larsson, que hace viñetas en revistas y periódicos, y practica un humor absurdo y corrosivo; en el frances Eric Battut, en la italiana Beatrice Alemagne.

 

-¿Qué nos dice de los aragoneses?

-Hombre, Isidro Ferrer y Cano son grandes figuras, pero también están ahí Meléndez, Ana González Lartitegui, Martín Godoy, Silvia Bautista, Javier Solchaga, David Guirao, etc.

 

-Usted no sólo ilustra. También ha ganado el premio Isabel de Portugal de escultura y pinta.

-La ilustración me hace sufrir, quizá porque se ha convertido en mi profesión. Mi madre se desespera conmigo porque lo rompo todo. Supongo que será como una catarsis hasta que encuentro el camino, pero creo que el artista tiene que divertirse, jugar, soñar. Y eso exactamente es lo que me ocurre con esa actividad mía más secreta.

11/10/2005 18:34 Enlace permanente. sin tema Hay 3 comentarios.

"LA LEYENDA DEL TIEMPO": CARLOS LAPETRA*

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Si alguien debiera figurar en esta “Leyenda del tiempo” es Carlos Lapetra. Parece claro que ha sido el mejor futbolista aragonés del siglo, que es como decir de todos los tiempos. Fue un adelantado a su época e inventó una demarcación que ha hecho felicidad en el fútbol: la de falso extremo, la de media punta que combina la dirección del juego, la construcción del ritmo trabajada en pausa, serenidad y vértigo, con la estricta vocación ofensiva. Fue por encima de todo un virtuoso, un artista, una pierna dotada de clase y de clarividencia, un poeta capaz de improvisar en cualquier instante con sencillez y un innato sentido para la burla del adversario y la llegada mortal. Los diez años que abarcan su carrera al máximo nivel --de 1959 a 1969-- son de los más brillantes del fútbol español y del Real Zaragoza. Y Carlos, en ambos combinados, sentó cátedra, asumió un protagonismo incuestionable, de cerebro y figura.

Nació en Zaragoza en plena Guerra Civil, en 1938, aunque toda su familia era de Huesca. Allí se crió y estudió en San Viator; en la ciudad altoaragonesa frecuentó los alrededores del castillo de Montearagón, los ríos, la naturaleza exuberante, las vastas panorámicas de vegetación aplastadas por el cielo, y descubrió que poseía un talento natural para el fútbol. Más tarde ingresó en el Colegio del Salvador y coincidió, entre otros, con el escritor Javier Fernández de Castro, que recuerda a un mozalbete genial en los partidos del recreo: fino, elegante, casi imparable. Más tarde, se trasladó a cursar Derecho a Madrid y cada fin de semana se desplazaba con su hermano Ricardo a jugar en el Guadalajara, dicen que en taxi; el defensa de la selección española y del Atlético de Madrid Isacio Calleja ha rememorado aquellos domingos y viene a decir casi que Lapetra fue su sustituto en el equipo.

Aunque tenía maneras, y sabía doblegar como nadie a los rivales en un metro cuadrado, quien atraía la atención de los técnicos era su hermano Ricardo. Emilio Ara descubrió que el bueno era Carlos, aquel jugador de seda, con el calzón algo bajo, justito de fuelle pero largo de inteligencia, que se divertía de lo lindo sobre el campo. En la temporada 59/60 ingresó en el Zaragoza y no tardaría en erigirse en su jugador principal, a pesar de que los blanquillos tenían delanteros de gran categoría como Murillo, el efímero y espléndido Seminario, Marcelino, que evolucionaba con pasmosa celeridad, el brasileño Duca; pronto llegarían Canario, Villa y Santos. Y con todos, Lapetra brilló y fundó Los magníficos, aquella delantera que asombró no sólo en España sino en Europa, y con ella brilló muy especialmente Lapetra, como narraban una y otra vez los ingleses recordando un memorable choque contra el Leeds United en vísperas de la Eurocopa de 1964. Fue ésta, sin duda, la mejor temporada de su vida: con el Zaragoza venció en la Copa del Generalísimo y en la Copa de Ferias, y en medio tuvo tiempo de coronarse campeón de Europa ante Rusia como titular indiscutible, en aquella heroica tarde en Madrid en que Marcelino batió a la araña negra Lev Yashine. Dos años después, reeditó parcialmente sus éxitos: el Zaragoza volvió a proclamarse campeón de Copa y Lapetra le disputó la titularidad a Paco Gento en el Mundial de Inglaterra.

El madridista Gento y Collar fueron sus grandes rivales. Y en España a mediados de los 60 se generó un auténtico debate nacional acerca de cuál de los tres debiera ser titular en la selección. Lapetra optó por la armonía, o el humor somarda, y dijo que Collar y Gento eran mejores. Lo cual no es del todo cierto. En cuanto a clase, no había parangón, ni a situación sobre el césped, a complicidad con sus compañeros, a los que dirigía como lo hacía Luis Suárez, no en vano Lapetra era conocido como El Ingeniero o El dictador de la zona ancha; Collar, en cambio, era más luchador, más competitivo y astuto, y Gento se había ratificado en Europa con su velocidad imparable. Abandonó la selección en 1966 con 13 entorchados en su haber.

Lapetra no fue nunca un jugador sacrificado, de batalla, sino que sus virtudes eran la fineza, la elegancia, la visión de juego, las dotes de mando y una espontánea capacidad de desbordamiento. Fue pretendido por el Madrid y el Barcelona en varias ocasiones, pero hizo toda su carrera en el Zaragoza, con el que consiguió tres títulos. Fue sin duda el mayor artista de La Romareda y, a su modo, también lo era lejos de la cancha, donde se mostraba más bien retraído y un tanto arisco. Iba y venía a Huesca cada día en sus distintos coches --sentía una gran atracción por la velocidad y los descapotables; resultó famoso un Alfa Romeo que tuvo--, fue rebelde cuando creyó que debía serlo y siempre se sintió próximo al presidente Waldo Marco. Una lesión en la tibia, seguida de varias operaciones infaustas, le llevaron a la retirada; jugó por última vez en noviembre de 1968 y se despidió en la primavera siguiente. Había jugado 279 partidos, la mayor parte en Primera División, categoría en la que logró 40 tantos.

Su palmarés era impresionante, casi a la altura de su virtuosismo de innovador, de aquella naturalidad asombrosa. En los últimos años, reconocido por todos, comentarista de fútbol en radio y televisión, falleció tras una penosa enfermedad a los 57 años. Los que le conocieron bien --sus compañeros de la delantera mágica del mejor Zaragoza de todos los tiempos o los integrantes de la selección de 1964-- coincidían en una imagen: era un ser humano tan arrollador como el fútbol que practicó, ese balompié que anticipó a Maradona, Zidane, Baggio, Totti o Zico, aunque nadie se moleste en reconocer o redescubrir su aportación.

Aquí se sabe que fue el más grande en un cuerpo menudo de emperador.

 

*Esta tarde, el Real Zaragoza se enfrenta al Real Madrid, un equipo demediado hoy como el personaje de Italo Calvino, en el trofeo Carlos Lapetra. Hoy me ha llamado Chema González, me recordó que yo había escrito este artículo sobre el Real Zaragoza y lo traigo aquí al blog. Me encontré con Andrés Cuartero por la calle, gran amigo de Lapetra, y me contó la siguiente anécdota: un día iba con Pereda, Suárez y Lapetra, entraron en un bar, y la gente se levantó y saludó así a Suárez y Lapetra: "Sois los mejores jugadores que he visto sobre un terreno de juego".

 

11/10/2005 18:43 Enlace permanente. sin tema Hay 5 comentarios.

ACTA DE UN ENCUENTRO CON ROSA MARÍA ARANDA*

Rosa María Aranda, allá por los primeros cuarenta, cuando la retrataban Coyne o Aurelio Grasa, tenía un aire a Rita Hayworth con sus rizos al viento. Ahora, con sus 81 años y el desenfado de siempre, anda un tanto insegura por su casa cuajada de recuerdos, de muebles de época, de retratos o dibujos que le hicieron su hermana Pilar Aranda o Menchu Gal. El amor de su vida, Fernando de la Figuera, “fallecido demasiado pronto en 1967”, la mira desde varias fotografías con aquel porte de caballero tocado de bigote. Rosa María Aranda selecciona sus recuerdos al calor de la mesa camilla, junto a sus hijos Alfonso y Carmen.

 

El libro “Paisajes internos. Anecdotario vital” (BArC) brilla al sol, casi tanto como su sonrisa. De golpe, se zambulle en el pasado. Evoca a su abuelo materno Fernando Nicolás, “que tuvo uno de los primeros coches que circularon por Zaragoza”, y Ambrosio Aranda, “que era fantástico, guapísimo, según un óleo que conservamos de él”. Ambos fueron industriales de mérito. Sus padres, Manuel Aranda y María Nicolás, no tardan en aparecer; él, monárquico, era un importante industrial de maderas que iban y venían por barco en medio mundo, y ella era una republicana avanzada, una lectora voraz, que iba a marcar notablemente la cultura de sus seis hijos.

 

         “Gracias a mi madre, todos fuimos grandes lectores. Contábamos con la excelente biblioteca de mi abuelo Ambrosio Aranda, que tenía a Dante con los grabados de Doré, historias del papado, auténticos libros de coleccionista. Y además mi madre nos impulsaba a leer a Marañón, Unamuno y Valle-Inclán”. Rosa María nació en Zaragoza y de inmediato se trasladó a San Sebastián; antes casi de que se echase a andar, la familia fue reclamada en Madrid por “el imperio de maderas de Arturo Nicolás”. Allí, con el domicilio San Agustín 3, frente al Congreso de los Diputados, crecieron los vástagos de los Aranda. Rosa los enumera: Pilar, que se haría pintora de mérito y que se casaría con Francisco San José; Leonor, que atendía el negocio de Casa Aranda de artículos religiosos (casullas, capas pluviales...) de la calle Fuenclara; Virginia, que partiría a Caracas a montar el negocio en ultramar; Fernando, “que fue mi compañero de juego y era un genio: un contador de historias vividas que se atrevió a cruzar el Sahara con camiones llenos de bidés y retretes para las moras”; y Mari Luz, que se dedicó a sus labores y contrajo matrimonio con un excelente operador de cámara de cine. “Yo fui la cuarta chica y pensé a que me iban a tirar a la basura. No fue así y en Madrid fuimos muy felices. Estudié en varios colegios, teníamos muchos amigos y me gustaba ver a mi padre en la partida de tresillo. Además teníamos una finca en Los Molinos y nos íbamos a ella. Allí conocí a un joven delgadito y tuberculoso que iba a curarse, llamado Camilo José Cela, que muchos años después recordaría en la novela ‘Pabellón de reposo’. Y además, en cuanto crecimos algo, me iba con mis hermanas a las tertulias del Casablanca y a la terraza del Ritz”.

 

         Madrid, además, era también la fiesta del teatro porque Manuel Aranda decidió probar suerte como empresario teatral de la compañía Benavente. Y ella y sus hermanas asistían a las lecturas y a los ensayos, y veían de cerca de José Isbert, “una persona maravillosa”, Rafael Rivelles, su mujer María Fernanda Ladrón de Guevara, Milagros Leal o a una jovencita llamada Amparito Rivelles. “A mí y a ella nos tocaban casi siempre las muñecas de la rifa. Pero las cosas no iban bien. A mis padres los arruinó el Banco Urquijo y esa aventura teatral en cierto modo, piense que teníamos un coche Buick con conductor privado, y debimos regresar a Zaragoza. Lo hicimos a principios de 1936 cuando empezaba toda la ‘empanada’ de la Guerra Civil”. Los Aranda Nicolás se instalaron en una casa del Coso, 5 con vistas hacia el Pilar. Una noche, recuerda Rosa María, varios hombres corretearon por los tejados, persiguiéndose y disparando tiros. Y otro día, la joven y secreta escritora, que estaba culminando su bachillerato y veía como las compañeras pasaban sus redacción y cuentos de mano en mano, vio “cómo tres bombas caían en el Pilar. Las vi desde mi casa, asomada a la ventana con mi hermana Virginia, fumándonos las dos un cigarrillo que nos había dado nuestro vecino Balbino Lacosta. Como se lo digo”. Su recuerdo de la contienda y de los años de trifulca nacional puede resultar desconcertante. “Para mí la guerra fue divertida. Me explico: las chicas entonces sólo podíamos salir con señorita de compañía o con doncella. Ni siquiera nos dejaban ir al cine o al teatro. Y de repente, al estallar la guerra, nos dejaban hacer lo que queríamos. Ir al cine, a divertirnos, al teatro. Teníamos libertad. Sabíamos algo de lo que ocurría, claro, entre otras cosas porque nuestra casa acabaría convirtiéndose en parada y fonda de soldados que iban o volvían o huían del frente, de gente más o menos conocida o recomendada que necesitaba ayuda. En nuestra casa llegó a haber 18 camas”. Ya lo hemos dicho: Rosa María Aranda, que dibujaba patrones para casullas o capas, también le había tomado una gran afición a la literatura. Había publicado un poema amoroso en “Lecturas” en 1936 y perfeccionaba su escritura.

 

         Tras la Guerra Civil, el estudio de pintora de su hermana Pilar, en la calle Fuenclara, se convirtió en un lugar de encuentro. Por allí pasaron en la primera posguerra, entre otros, Federico Torralba, José Camón Aznar, los descendientes de Ramón y Cajal, el pintor Javier Ciria, quizá Pilar Bayona, que tenía mucha  relación con su hermana (la retrató en Jaca en 1950), Santiago Lagunas o un joven catalán, músico entonces y futuro crítico de arte y poeta: Juan Eduardo Cirlot. “Le traté muy vagamente, pero sé que era muy amigo de mi hermana Pilar, que era una mujer muy atractiva y despertó grandes pasiones. A los dos les gustaba mucho Egipto”.

 

         Rosa María Aranda ya tenía un rondador, el joven militar Fernando de la Figuera, con el que no tardaría en casarse. De la Figuera era el mejor amigo, el “hermano” del arquitecto y artista Alfonso Buñuel, al cual conoció muy de cerca. “Mi marido lo amortajó con Pepito Bosqued. Se querían como auténticos hermanos. Aunque siempre se le ve serio, pero Alfonso era una persona cultísima, divertidísima, con un increíble sentido del humor que producía numerosas anécdotas. Recuerdo que una vez intentó hipnotizarme sobre un banco de piedra en Peñíscola. Entonces, también frecuentaba a Luis García-Abrines, me dejaba caer por la Tertulia Teatral con Giménez Aznar, etc.”. Y fue en 1942 cuando le ocurrió uno de los grandes acontecimientos de su vida. En aquel trajinar de gentes que iban y venían por su casa, apareció un marino que le contó la historia de español que se enamoró en Odessa y quiso traer a su compañera para España. Y así lo contó en “Boda en el infierno”, novela que publicó Afrodisio Aguado en 1942 y que contrató para el cine el productor Arenaza. La película la filmó Antonio Román y ganó el Premio Nacional de Cinematografía “ex aequo” con “Raza” de Franco. Todo el mundo recibió la dotación económica correspondiente, salvo los dos guionistas: Franco por ser quien era y Rosa “porque no iba a ser más que el caudillo”. Arenaza también le compró la segunda novela, “Cabotaje” (Afrodisio Aguado, 1943), que no llegó a hacerse en película. Y en 1945 apareció Tebib, ya editada en Zaragoza al cuidado de Luciano Gracia.

 

         Rosa María Aranda, con hijos y de lugar en lugar, compaginó literatura y vida familiar. En 1967, le sacudió un trallazo demoledor. Falleció su marido. Y se dijo que tendría que empezar de nuevo: creó una zapatería, “Fernanda”, en Pedro María Ric, escribió sin descanso y ha sobrevivido bellamente para redactar estas memorias y este diario de escritora.   

 

LA NADADORA, LA DEPORTISTA, LA MODERNA

Rosa María Aranda fue una adelantada a su época. Una deportista constante: lo mismo marchaba a esquiar que nadaba al estilo “crawl” con belleza y rapidez. Sus fotos al borde de la piscina o embutida en un chándal con la gran Z en el pecho no dejan lugar a dudas. Se hizo nadadora en Madrid, en sus tiempos de instituto (estudió en el Cardenal Cisneros, entre otros centros, entre ellos en un colegio de monjas irlandesas donde le pusieron un profesor especial para que hiciese el Bachillerato) y halló en Zaragoza, desde principios de la Guerra Civil, el lugar ideal para practicar la natación en la piscina del Club de Zaragoza de Torrero, que era el lugar de encuentro de muchos amigos. Su profesor fue su propio marido, que había tenido un preceptor de postín: Enrique Granados, hijo del músico Granados, y luego responsable del Canoe de Madrid. “Participé en muchos campeonatos y fui campeona y recordwoman de Aragón durante años. También competí fuera, pero luego me aficioné al esquí, cuando nadie salía apenas a las montañas. Íbamos con Aurelio Grasa, médico radiólogo y excelente fotógrafo. No paraba de hacerme fotos con su maquinita, con Luis Gómez Laguna, etc. Y alguna que otra vez, con mi marido, salíamos de excursión en una de las primeras motos Lambretta que hubo en Zaragoza”. A la vez que hacía deporte, escribía. Tras sus primeros éxitos le contrataron tres novelas de amor por las que le pagaban mil pesetas. “Al final me aburrí. Yo siempre he querido crear lo mío, con libertad, no me apetece escribir al dictado. Para mí la literatura ha sido vocacional, una pasión. Siempre he querido escribir y he querido hacerlo muy bien. Aprender día a día”. En sus cajones, tiene nuevos libros, por ejemplo “Cartas a mis muertos” o una extensa colección de relatos que desearía publicar antes de que la muerte le cierre definitivamente los ojos.  

 

*Algunos meses antes de la muerte, reciente, de Rosa María Aranda conversé con ella acerca de su fascinante vida. Recupero ese texto -hoy estuve con su hijo Gonzalo- y lo pego aquí por si alguien tuviese interés en conocer su apasionante vida.

 

12/10/2005 01:01 Enlace permanente. sin tema Hay 5 comentarios.

VÍCTOR MIRA, LAJOTA, GOYA Y SHAKESPEARE

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Estuve a última hora de la mañana del martes en el local del anticuario Antonio Gajón, que posee más de 400 cuadros de Víctor Mira. Piezas de todas las épocas, piezas de cuando tenía 16 o 17 años el artista, piezas de una potencia increíble, como una Crucifixión en azules, negros y azules. óleos, dibujos, grabados y esculturas. Jamás había oído hablar a nadie con tanta pasión de Víctor Mira: Antonio Gajón recrea su obra como si fuera su hagiógrafo, cuenta el interés que ha suscitado en Suiza o en algunas fundaciones madrileñas, y dice que tiene en casa la obra favorita de Víctor: “El pájaro solitario”, uno de ellos fue el que le llevó a decir a Víctor Miragaya: “Es mi mejor obra, sin duda”. Antonio Gajón tiene un hijo que se llama igual que él y que maneja el ordenador a la perfección. En su archivo de fotos, dispone de muchas instantáneas con Miquel Barceló, del que tienen algunas obras, con Manolo Valdés, con galeristas suizos importantes… Cuando estaba allí viendo cuadros, preguntando, apareció Pepe Melero, el hombre que recorrió ayer casi todas las emisoras de la radio para hablar de la jota. Pepe traía su lcd-prames que ha hecho con Javier Barreiro, con portada de Juan José Gárate. Fue una sorpresa. Incrementó su patrimonio bibliográfico y acarició una biografía del Real Zaragoza, escrita por Gay, que al final no se llevó. Seguro que ya la posee: pensó en adquirirla para regalarla.

 

El martes conversé con Alfredo Compaired, autor de “Zaragoza Sitiada. El cuadro que Goya no pudo pintar” (UnaLuna), que es una novela coral donde reconstruye la historia de los dos Sitios de Zaragoza, con un asunto central: el encargo de Palafox a Goya de que viniese a Zaragoza para inmortalizar el heroísmo popular; lo hizo, vino en octubre de 1808, luego tuvo miedo y se marchó a Fuendetodos, donde se le estropeó una pieza que había realizado donde se veían a dos muchachos aragoneses arrastrando a soldados muertos. También conversé con Lorenzo Mediano, que acaba de publicar “Tras las huellas del hombre rojo” (Grijalbo), libro que transcurre hace 30.000 años en el valle del Ebro,  en la encrucijada de los tres ríos.  Mediano cuenta la historia de amor y desamor entre una chamán cromagnon, Ibai, y un joven neandertal, Bid. La novela aborda el choque cultural, la identidad, la emigración, el amor de pareja y la promiscuidad, y la vinculación entre hombre y Naturaleza en aquel periodo.

 

Chema R. Morais, compañero de Heraldo y enamorado de Katharine Hepburn hasta las cachas como se verá en “La mujer que me deslumbró” (UnaLuna), vivió el lunes por la noche un momento espléndido. Se atrevió a entrar hasta la zona VIP, hasta donde estaba Bonnie Tyler, habló con ella, le elogió su energía, su fuerza, la calidad de su concierto, y ella, ni corta ni perezosa, le estampó varios besos. Y le dijo que hacía mucho tiempo que no actuaba ante tanta gente, ante un público tan entregado. ¡Y yo que llegué a calificar estas ferias del Pilar de camp, en lo que concierne a conciertos! Bonnie Tyler estuvo magnífica.

 

He ido esta tarde a ver, con Daniel, la película “El mercader de Venecia” de Michael Radford, que es realmente estupenda. Por la calidad del guión (la adaptación es del propio cineasta), por la ambientación, la historia (aunque quede un poco trasnochado ese antijudaísmo), el sentido del juego y del  humor, y la interpretación de Al Pacino, Jeremy Irons, Joseph Fiennes (que empieza un poco mal y va ganando…) y Lynn Collins, que hace un formidable papel de heroína gótica que recuerda una y otra vez a Cate Blanchett. Radford ha realizado una película lujosa, con un estudio constante de la luz y del espacio, una película de ambiente, le saca mucho partido a la noche veneciana, sobre un tema fundamental: la amistad. La capacidad que tiene Antonio (Jeremy Irons) de ofrecer su vida y su alma, y una libra de su carne, por facilitar los amores de Basanio (Joseph Fiennes). El personaje de Irons es claramente homosexual, o eso se percibe, pero está impecablemente tratado. Es una película de juicios, clásica, rodada y contada con singular maestría. Al Pacino, en el papel de Shylock, está espléndido. Antes de entrar, compramos algunas revistas, entre ellas varias entregas atrasadas de la revista “Álbum”, que compraba antaño: vimos con delectación cuadros espléndidos de Federico de Madrazo y de Villamil, magníficos ambos. Y hablamos, inevitablemente, del concepto de la pintura que usa Pepe Cerdá. Villaamil, gallego del Ferrol, nos hizo recordar a Delacroix y sus viajes orientales, su romanticismo apasionado, su sentido del color.

 

13/10/2005 00:44 Enlace permanente. sin tema Hay 2 comentarios.

HAROLD PINTER, PREMIO NOBEL DE LITERATURA

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El dramaturgo británico Harold Pinter, nacido en 1930, ha obtenido el Premio Nobel de Literatura 2005. La Academia Sueca, que está dando un viraje al otorgar sus galardones a Darío Fo, Elfriede Jelinek o Pinter, dijo que el galardonado “destapa con sus obras el precipicio existente bajo la conversación diaria y fuerza la entrada en los espacios cerrados de la opresión”. Pinter es el dramaturgo vivo más importante de Reino Unido, se ha mostrado muy crítico con el primer ministro, Tony Blair, por su política belicista, y antes también lo fue de Margaret Thatcher, que hoy mismo cumple 80 con la amenaza del Alzheimer.

Nacido en 1930 en Londres, Pinter se crió en un barrio del este de la capital poblado por familias obreras y trabajadores inmigrantes, una experiencia vital que se ve reflejada en muchas de sus obras. Tras ingresar en la Royal Academy of Dramatic Art, en 1950 publicó su primer poemario titulado “Poetry”.

Durante los años cincuenta recorrió Irlanda y otras regiones de Reino Unido para representar obras teatrales, en las que él mismo participó como actor con el sobrenombre de David Baron. Es uno de los grandes guionistas del cine actual: colaborador asiduo de Joseph Losey, en películas como “El sirviente”, “Conspiración en Berlín” o “Accidente”; también trabajó para Elia Kazan en “El último magnate”, Volker Schlöndorff en “El cuento de la doncella”, o en “La mujer del teniente francés” de Reisz.

En 1957 publicó su primer drama, 'The Room' ('La habitación'), al que seguirían 'The Birthday Party' ('La fiesta de cumpleaños', 1958), 'The Caretaker' ('El portero', 1959), 'The Lover' ('El amante', 1963), 'Landscape' ('Paisaje', 1967), 'Silence' (1969), 'Viejos tiempos' (1971) y 'One for the Road' ('La última copa', 1984), hasta un total de 29 obras teatrales. En los últimos años, se ha inclinado por la poesía y por una actitud cívica contraria a la guerra de Irak (dijo: “La guerra de Irak es un acto premeditado de masas”) y a la intervención de la OTAN en la guerra de los Balcanes. Dijo entonces: “La OTAN es tan criminal de guerra como Milosevic”.

El pasado mes de marzo anunció su retirada de la actividad creativa para dedicarse, a tiempo completo, a criticar la “preocupante” forma de actuar de los políticos. El clima político actual es "muy, muy preocupante", declaró a la BBC en el momento de anunciar su retirada. Anunció que su abandono se limitaría al teatro y seguiría escribiendo poesía. En 2003 publicó una colección de poemas antibelicistas que tituló 'War' ('Guerra'). Es un sólido dramaturgo caracterizado por el dominio del absurdo, la atmósfera irrespirable, la ubicación de sus personajes en lugares que producen claustrofobia (ahí, bien se ve, se parece a nuestro Javier Tomeo), y por los inesperados y tensos silencios de los personajes.

 

No era mi candidato ni mucho menos. Hubiera preferido a Milan Kundera, Philip Roth, Mario Vargas Llosa, Lobo Antunes o Cees Nooteboom, pero yo no tenía voto. Y seguramente, un hombre que dice “En cierto sentido soy indudablemente un extraño en la sociedad, simplemente porque utilizo mi inteligencia crítica”, a lo mejor merecería el galardón. David Mamet, tal vez, habría votado por él. Y Jean-Claude Carriere, pongamos por caso.

 

13/10/2005 18:10 Enlace permanente. sin tema Hay 2 comentarios.

MI SEGUNDO VIAJE A PARÍS (CRÓNICA UN POCO LARGA)

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Uno de mis sueños de los últimos años era ir a París. Lo había dicho tantas veces que ya se había convertido en una especie de utopía o leyenda familiar que era objeto de burla, mofa y befa en mi propia casa. Si hablaba de ello como un proyecto más o menos inmediato, hasta mis propios hijos se reían. Mis hijos y los amigos de mis hijos. Mis hijos y ese hombre delgado que a veces se hace pasar, en mi casa, por mi sexto hijo: Félix Romeo. Siempre encontraba una razón o un temor para no ir. Mientras, regresaban muchos amigos que habían estado allí, que habían ido a la FIAC, al Louvre, a contactar con un viejo anarquista, a ver a un familiar, a encontrarse con un artista que exponía en París, pongamos por caso Jaume Plensa. Al final, con 45 años, el último noviembre fui a París con Carmen, Diego, Jorge y Sara, en nuestro Peugeot 306 blanco, serie Boulevard. Estuvimos una semana prácticamente y fue como materializar un sueño de niño, como vivir un espejismo que te sorprende en cada aproximación, como adentrarse en las puertas mágicas de un laberinto que asombra a medida que avanzas, que deslumbra por todo: por la belleza de sus calles, por la vida que respira, por el arte que contiene, por el cielo, por los miradores, y por el Sena majestuoso que copia la ciudad, la circunda, la penetra y se adueña de ella con su corazón líquido de enamorada insaciable. Fue una experiencia inolvidable, como el primer beso, el orgasmo que se precipita, el ascenso a un estadio de luz y placer al que nunca te atreverías a ponerle palabras. Entonces, encontré un pretexto: Aloma, mi hija mayor, estudiaba el Erasmus en París y vivía en la rue Stephenson; Daniel trabajaba en Evreux de lector de español y se acercaba a París casi todos los fines de semana.

 

Hace poco, Aloma, que tiene madera de actriz y madera de escritora como puede verse en su blog (Aloma Simpé), se embarcó en un proyecto que se me antojó disparatado. Iba a hacer una obra de teatro: “Todo por Sara” (Tout pour Sara), bajo la dirección del argentino Germán Lacanna, con seis actrices más: tres francesas, una vasca, una uruguaya y una argentina. Llegaba el día de la función, que aún persiste hasta este domingo, y había que ir. Además, en la pieza, se ve a Sara, la niña Sara de seis años todavía, la hermana menor de Aloma: corre por las calles, gesticula, arroja muñecos, mira un cielo lívido de tormenta. De nuevo, tenía que vencer mi inmenso pánico a los viajes, tengo más pánico e inseguridad que pereza. Esa es la verdad. Por puro azar, supe que el joyero, anticuario y galerista Carlos Gil de la Parra, un buen amigo, iba a ir con su tocayo de oficio José Ramón Arichavalaga Echevarría. Quiso el azar que apareciese en medio una especie de ángel tutelar: Pepe Cerdá. El artista, el acuarelista, el escritor, el hombre que ha vivido como cien vidas de las mías. El gran contador de historias, el narrador oral que encuentra la inspiración en el hecho mismo de contar: se pone a hablar y exhibe un muestrario de virtudes, de historias paralelas, de cuentos, de sentencias, tamizadas por la humanidad y el ingenio. Pepe Cerdá es un trovador que huye de la sentimentalidad, un caballero de “Las mil y una noches”. No exagero: he visto su puesta en acción, he oído sus fábulas, se gusta y se reinventa porque así vive multitud de existencias y de instantes. Y le encanta compartirlas como si fuera el chamán de la tribu.

 

Pepe Cerdá, tan desencantado del arte moderno, suele ir todos los años a la FIAC de París. Siempre me había dicho que tenía muchas ganas de que fuésemos juntos a París. Cogió su furgoneta Multiván Volkswagen y allá nos fuimos. Con Carmen, Sara, los dos anticuarios y yo, íbamos seis. José Ramón, que había sido campeón de varias disciplinas atléticas y que llegó a correr con una imponente y maravillosa Carmen Valero, se quedó fascinado: jamás había oído a nadie tan sincero, tan ameno y divertido como Pepe. Cuando se elogia con tanta exuberancia a alguien, nos parece que nos deslizamos hacia lo inverosímil, pero en este caso creo que no hay exageración alguna. Igual le pasaba a Carlos Gil de la Parra; por la noche, Carmen resumió la experiencia de haber conocido a Pepe: “Qué divertido, qué brillante y qué buena gente es tu amigo”. Cuando llegamos a París, ya había caído la noche, nos dirigimos a la Puerta de Versailles y luego fuimos a cenar a un restaurante cuya especialidad eran los mejillones. Pepe no sabía que me encantan los mejillones; de niño, iba con mi padre a la marea de Valcobo, allá en Arteixo, y traíamos uno o dos sacos. Comer mejillones, con salsa, al natural, con un poco de vinagre, con la concha olorosa a mar en calma, era un placer y una forma de coronar en casa una nueva aventura de cariño y complicidad junto a mi padre. Comer mejillones hasta hartarse, en sábado por la noche, junto a mi madre era una maravillosa fiesta de pobres. Estaba en París, estábamos en París –pronto se sumaron Aloma, su compañero David Barreiros, la luz hechizada de la ciudad, el aire evocador…- y comiendo mejillones. Paseamos un poco, nos hicimos algunas fotos, y ya de madrugada, fuimos hacia la Puerta de Clignancourt. Yo estaba muerto, pero feliz. Fui casi un mal padre: Aloma estaba a punto de estrenar y no le pregunté demasiados detalles. Ella ya sabe como soy: me gustan mucho los sobreentendidos, los silencios cómplices, la confianza, el descanso casi inadvertido en la dulzura del otro. Por eso me dormí, pero antes leí un cuento precioso de José María Conget incluido en su nuevo libro de relatos: Bar de anarquistas (Pre-Textos), “Domingos de verano”, donde cuenta la historia de un padre y un hijo, donde cuenta algunas complicidades que tengo con mi hija Aloma, que tengo con mi hijo Daniel, donde cuenta también la compleja y cariñosa y apasionada relación que tengo con mi padre Benito do Touciñeiro. Bueno, creo que se entiende, Conget habla de él siendo niño y de su relación con su padre.

 

Habíamos hecho algunos planes para el viernes. Yo iría con Pepe y nuestros amigos los anticuarios a ver la FIAC y algunas galerías. Y por la tarde, nos encontraríamos con Carmen y Sara para ir a ver la pieza de Aloma. Conseguí llegar a la casa de Jaume Plensa, donde Pepe pernocta en París. Vi su casa, sus catálogos, algunas obras, ese refugio que alguna vez debió ser de creación. Me gusta mucho Jaume Plensa: es un soñador que trabaja, es un inventor, un forjador de afanes que se transforman en materia, ingenio, propuestas. Pepe, como un mago, siguió desplegando ante mí el abanico de sus historias: vivió nueve, casi diez años en París, y allí fue inmensamente feliz. Vivió la ciudad como se vive una casa, como se vive un cuadro, como se labra un amor noche a noche, en todos los detalles, en la piel, en la confidencia, en el paseo, en la disputa antes de la sublime euforia del sexo. Me llevó a ver galerías, me presentó algunos amigos. Realizó la primera parte de su itinerario secreto: evocaba la alegría, el misterio, el pozo sin fondo de París. Me hablaba de comercios, de plazas, de bares, de otras galerías, de artistas, de tiendas. Nada le era ajeno. Yo, lo confieso, era como el niño que abre los ojos a la primera luz del mundo.

 

En la FIAC vimos muchas cosas. Picasso, Arp, Wols, Saura, Zimmerman (el nuevo genio emergente), Manolo Valdés, Isabel Muñoz, muchísimas obras. Intentaba grabarlas todas o bastantes en mi cabeza, pero Pepe en las exposiciones cabalga al galope: un golpe de vista, si acaso diez segundos, y a otra cosa mariposa. Por la tarde, nos vimos con Juan Alonso, que hizo su tesis doctoral junto a Umberto Eco, que da clases en la Sorbona, que cita a Gilles Deleuze o Foucault como si nada, que es uno de los grandes amigos de Pepe en París. Llegamos por los pelos a la función de Aloma; bueno, creíamos que llegábamos por los pelos, pero aún tardó a empezar. “La piel de Sara” de Germán Laccanna, con efectos especiales, iluminación y otras cosas de David Barreiros, es una obra vanguardista, de danza y mimo, de silencios y de atmósferas, que cuenta con siete mujeres bonitas y fotogénicas que sostienen la función, una obra sin argumento, con escasas palabras, con una carga poética obvia, con una cifra mitológica en su núcleo un tanto hermético. El Teatro Nout, creo que se llamaba así, es un poco inmundo: está en las afueras, cuenta con poco más de 25 asientos, que no butacas, te crujen las baldosas debajo de los pies, es altamente inseguro o inflamable, pero aún así, las chicas dieron lo mejor de sí mismas. Pepe combatía el cansancio como podía, y pudo. Por la noche, cenamos en Chez Omar, un cuscús variado. Allí, nuestro amigo pintor era una autoridad, un amigo, un estandarte de la vida noctámbula. Estaba radiante: lo vi sabrosamente feliz ante el cuscús vegetal y el de carne. Mi mujer esa noche volvió a hacer balance: “La cena en Chez Omar ha sido genial. Y qué desparpajo tiene tu amigo para moverse por París”.

 

El sábado íbamos a hacer muchas cosas, y en cierto modo las hicimos. Primero, David y Pepe me llevaron a la calle Beaumarchais a comprar cámaras de coleccionista; perseguía una Voigtländer que no encontré. Y entre paseo y paseo, entre mirada y mirada, Pepe contaba historias o evocaba los felices días que vivió con su compañera Ana Bendicho, la diseñadora y fotógrafa, la alquimista de líneas pulcras desde Novo. Luego fuimos a una librería increíble, cuyo nombre no recuerdo ahora, que tenía muchas plantas y libros estupendos a precio reducido. Compré cosas de Dora Maar, de Edouard Boubat, de Albert Camus, de boxeo, de André Kertész en Nueva York, y Pepe encontró muchas maravillas. Además de un excepcional libro de Degas por 30 euros, un clásico con láminas, adquirió un manual de infografía para Ana y un estupendo volumen de una pintora que se parecía un poco  a Fermín Aguayo: Mariana du Bois. Yo compré también un Patrimoine Photographique Catalogue de Francia, repleto de fotos de Denise Colomb, aquella adorable mujer que expuso en Ibercaja hace algunos años y que retrató mejor que nadie a un innegable maestro de Aguayo en Francia: Nicolás de Stäel. También fuimos a la mejor libería de arte de París: Artcurial. Pepe compró un catálogo de Lucian Freud, del cual hablaríamos mucho. “Es un magnífico mal pintor”, resumió Pepe, algo semejante a lo que dijo de Francis Bacon. Comimos en una suerte de grandes almacenes donde había comidas de todo el mundo.

 

Por la tarde, Pepe tuvo un detalle muy curioso. Nos llevó de paseo por todo París en coche, en su furgoneta Multiván. ¿Cómo definir esa experiencia? Estuvimos en todas partes, ante la torre Eiffel, bordeando hasta el infinito los pasadizos del Sena, por el Arco del Triunfo y cerca de los Campos Elíseos, por las callejas intestinas, por las plazoletas, en nuevas galerías. La jornada fue realmente agotadora. Recorrimos luego París a pie buscando un restaurante donde Pepe comía una riquísima carne. No hubo demasiada suerte, pero para entonces ya teníamos los pies fatigados de callejear, ya teníamos los ojos preñados de esa ciudad del paraíso moderno, el paraíso que inventó Napoleón y sus arquitectos, y que ha tenido continuidad hasta nuestros días. París es una ciudad que no se acaba nunca. Ya lo dijo Vila-Matas. París te seduce y te envuelve. París te atrapa, y atrapaba a Pepe en una enmarañada cadena de recuerdos y de vivencias, en una topografía sinuosa de afectos y de experiencias de creación. “Mira, viví aquí, esta era mi casa, y aquí terminó Ismael Grasa La tercera guerra mundial”, dijo en un instante. Y luego también nos llevaría a la casa con jardín donde tuvo un estudio que compartió con Jorge Gay. Ahora vive un pianista más bien antipático al que le resulta indiferente que Pepe viviese allí.

 

No acabamos la noche en un restaurante glorioso. Pero no nos importaba nada: estábamos inyectados por la magia de la ciudad, sólo queríamos conversar, vivir, aplacar el cansancio y seguir charlando. Nos sirvió una encantadora camarera francesa que se afanaba en hablar español y lo hacía muy bien. Carlos Gil de la Parra, que estaba viviendo unas jornadas maravillosas, se adelantó a pagar sin que nadie lo supiese; era su delicada forma de decir que se lo estaba pasando bien, muy bien, y de que París bien vale un desvelo, el cansancio, kilómetros en las piernas o poca sangre en las venas. Volvimos el domingo. Pepe vino a buscarnos a la plaza de la Republique y tuvo otro gesto que sólo se explican en él: llegó tarde a la Puerta de Versailles porque quiso que conociésemos el París oculto de los domingos por la mañana. Estuvimos en la plaza del Louvre, en la rue de Chapelle, en las afueras. Y nos enseñó que en París existen dos vidas: la de los centros comerciales, grandiosos, y la de esos mercados con las frutas y hortalizas recién llegadas del campo que son una fiesta de color y de olor para los sentidos, el menú infinito que cualquier pintor querría trasladar a sus lienzos con los pinceles del alma y del supremo entendimiento del ritmo de las  estaciones.

 

Al despedirnos de la ciudad, Pepe Cerdá dio una última vuelta de tuerca. Nos llevó ante la Universidad, donde había estado tras falsificar varios expedientes. Esta es otra prolija y fascinante historia que no me atrevo a contar; me intimida que pueda falsear su brillantez. Para entonces nada nos asombraba de él. Sé que le miro con esa perplejidad del paleto de pueblo al que le deslumbra un hombre oceánico que ha trajinado con el arte, con la noche, con la aventura, con la ciudad de las mil caras. Volvió a llenar la furgoneta de historias, de chistes, de sentencias, de discusiones cariñosas (siempre conmigo por teorías pictóricas; gana él, pero ni se enoja ni me enojo; en ese batallar hay un amago de espectáculo), de historias de amigos como Fernández Molina, Ignacio Mayayo, Luis Calavia, Marino Gistaín, Fernando Pelegrín, Félix Romeo, Jaume Plensa, Luis Alegre, Pepe Melero, Pascual Antillac, Juan Alberto Belloch, Víctor Mira, José Manuel Broto, Santiago Lagunas, Fermín Aguayo, José Uriel. Y al despedirnos en Zaragoza, lo hicimos con un poco de pena. Yo con el deseo de volver a París o a cualquier sitio en ese observatorio que es la furgoneta Multiván con el capitán de barco, el marino, el farero de París: Pepe Cerdá, el paisajista que reposa y toma aliento en Villamayor.

 

 

14/10/2005 01:53 Enlace permanente. sin tema Hay 18 comentarios.

UN SÁBADO EN LA AZUCARERA

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Me he pasado casi el día entero viendo fútbol infantil. Diego jugó por la mañana con El San Gregorio, en casa, ante el Montañana. Venció por 9-0, jugó un buen partido de interior derecho, dio un gol, remató al palo e hizo lo que tenía que hacer. Cuando lo sustituyó,  Pepe el entrenador le dijo: “Tú, si jugases de portero, también lo harías bien. Estoy seguro”. El partido transcurrió bajo casi un diluvio en el campo de césped artificial, encharcado de una manera un tanto extraño. Por la tarde, Jorge se enfrentaba también en La Azucarera con el San Gregorio al Stadium Casablanca, y vencieron los visitantes por 0-3. Llevaba Jorge dos partidos sin jugar por una lesión, y realizó una espléndida primera parte, regateó, profundizó por la banda, fue cosido a faltas y a zancadillazos, remató desde lejos en forma de globo, pero el Casablanca tiene un estupendo conjunto, un equipo con cinco zurdos, me pareció ver, que creaban continuo peligro por la izquierda. Inmediatamente antes de los dos goles, el exterior derecho Javi había fabricado tres ocasiones que marró del mismo modo: las envío cruzadas y fuera, por poco. Ahí se agotó la peligrosidad de los rojillos, que tuvieron a sus figuras, Adrián y Víctor Domingo, un poco aletargadas, entre otras cosas porque el contrario también juega. El campo ya se había secado y había aparecido el sol.

 

Mientras esperaba, he leído periódicos (Nélida Piñón, Caravaggio, fugazmente Ortega, un artículo de Antonio Muñoz Molina, otro de Manuel Hidalgo sobre la colección de la Fundación March, una entrevista con Gwyneth Paltrow…), y el libro “Poemas ibéricos” de Miguel Torga, publicado por Visor, en traducción de la gran Eloísa Álvarez. Y también leí el artículo de Luis Alegre en “As” donde pide que Alberto Zapater reemplace de inmediato a los fatigados Albelda y Baraja del Valencia.

 

Cuando estaba cerrando esta nota, me llamó José Manuel Pérez Latorre, que se encuentra espléndidamente bien. Feliz y con mucho trabajo, de lo cual me alegro siempre. Alguien –él no suele leer “Heraldo de Aragón” desde hace mucho tiempo; de vez en cuando lo compra algunos jueves- le dijo que yo había puesto mal la exposición de Fernando Sinaga. Y bien que lo lamenté, podría no haber dicho nada. La fui a ver con Diego, con todo el deseo de que me gustase (por Marisa Cancela, la directora del Museo Pablo Serrano, y por el propio escultor, de quien tengo una pieza en casa desde 1990, porque supone una revisión apasionada de 30 años de trabajo que respeto) y me decepcionó: me pareció una muestra bien montada, delicada incluso, pero no me interesó la propuesta. Me resultó adocenada, fría, semejante a otras que he visto de artistas de su nivel y, a pesar de querer dar la impresión de que es personalísima y poética, se me antoja impersonal, inclinada a lo decorativo, mestiza como son ahora casi todas las exposiciones conceptuales, que juega a prometer y exige un discurso, un subtexto para entender su contenido último e íntimo… Sí me invitó a discutir con mi hijo sobre este arte e intentar explicárselo con mi mejor intención; a él no le dije que no me había gustado, faltaría más. Pero también le desconcertó. Entiendo también que es mi punto de vista y seguramente mi incapacidad de entender la propuesta y de emocionarme con ella. Y me da un poco de rabia. Sé de bastantes a los que no les gustó y de otros tantos que la han aplaudido y que la consideran magnífica (hoy,  por ejemplo, “El Periódico de Aragón” publica un artículo muy elogioso y muy razonado, lo mismo hacía ABC Cultural). Pero el arte, como casi todo en la vida, también es un territorio de desidencias...

 

Me entero que el Deportivo y el Barcelona han empatado a 3-3. ¡Vaya partido debió ser!

Anoche fui uno de los distinguidos con uno de los premios de la Asociación Mariano de Cavia, junto a Javier Barreiro, Alfonso Zapater, Kiki Járboles, Dionisio Sánchez (que estuvo inmenso y me anunció que va a crear de inmediato una televisión por internet), algunos amigos más, y Javier Villán, que estudió en el mismo colegio en que lo hizo Cavia durante su estancia en Carrión de los Condes, donde nació el crítico taurino y escritor de "El mundo" y donde yo paro siempre que voy a Galicia o vuelvo de Galicia a Zaragoza; allí compré en 1990 un Ibiza Rojo, A-8590-AG y allí,  en uno de sus monasterios, una mujer que hacía pasteles le dijo a Carmen, la médica de mi casa, que pronto tendría trabajo.

 

 

15/10/2005 22:27 Enlace permanente. sin tema Hay 1 comentario.

CERVANTES, TORGA Y JOSÉ RAMÓN ARANA*

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Me marcho hoy a Mérida a un congreso sobre Cervantes, visiones de España y Portugal, que organiza, entre otros, Antonio Sáez, que va a traducir un libro para Xordica en breve. Estoy fascinado con el magnífico número de la revista Poesía, Cuatrocientos años de Don Quijote por el mundo. Cervantes, como París, tampoco se acaba nunca. Me han sugerido que lea algún poema de Miguel Torga, que me gusta mucho más como narrador, sobre  todo  en libros como Cuentos de la montaña o Piedras labradas.

 

Antes de partir a Mérida, saco de noche a mi perra Noa. La luna se pasea entre nubes como un barco a la deriva: trastabilla, se oculta, se alza, pugna con la espuma.  La noche es ideal. ¡Cómo ha cambiado esta plaza! Cuando llegué a Garrapinillos, había una plaza de toros que anticipaba un sueño, por ahora trunco: la plaza portátil, de color granate, era de la peña Jesús Millán, que iba para grandiosa figura; luego se quedó en completo descampado y ahora es una gran plaza del Centro Cultural. Por allá, hacia los jardines y los surtidores, se alza majestuosa y dorada la torre de la iglesia. Esa plazoleta se llamará José Ramón Arana porque José Ruiz Borau, que era el nombre auténtico del autor de El cura de Almuniaced, nació en Garrapinillos en 1905. Labiblioteca que lleva Teresa Aznar también se llamará José Ramón Arana. El Centro Cultural llevará por nombre Antonio Beltrán Martínez.

 

*La foto es de Miguel Torga.

16/10/2005 01:52 Enlace permanente. sin tema Hay 7 comentarios.

l. MEDIANO: "EN LA PREHISTORIA, LA PROMISCUIDAD ERA ALGO NATURAL"

LITERATURA. Después del éxito de “El secreto de la diosa” (Grijalbo, 2003), Lorenzo Mediano (Zaragoza, 1959) publica “Tras las huellas del hombre rojo” (Grijalbo, 2005), una historia de amor e incomunicación entre una mujer cromagnon y un hombre neandertal, casi el drama de “Romeo y Julieta” en la Prehistoria. El escritor firma ejemplares hoy en El Corte Inglés.
 “En la Prehistoria, la promiscuidad era algo natural”
-¿Qué es “Tras las huellas de un hombre rojo”?
-De entrada, es una novela que sucede en la Prehistoria y que plantea un tema eterno, que ahora con la inmigración se ha agudizado: el choque cultural. A veces dos personas pueden quererse, incluso con locura, pero a lo mejor no se entienden, y no por culpa del idioma, sino porque ambos no están dispuestos a renunciar a su cultura. De ahí pueden surgir las incompatibilidades. A veces pensamos que nuestra cultura o nuestra identidad es la natural, y no es así.
-Usted habla de dos culturas o especies: la del hombre neandertal y la del cromagnon.
-Cuyos cerebros estaban constituidos de forma distinta. Son especies distintas. Y entre ellos, entre los protagonistas, Ibai y Bid, se produce el mayor choque cultural. A mí, además de emoción, aventura y placer estético, me gusta escribir libros que hagan pensar y ver cuál es la actualidad de algunos conflictos o episodios históricos.
-¿Por eso redacta novelas históricas?
-La novela histórica ayuda a pensar, pero en realidad yo estoy especializado en la naturaleza. La naturaleza en la Prehistoria ha sido decisiva: estaba muy próxima al ser humano, que era cazador, recolector, pastor, etc., y asistía a la mudanza de las estaciones.
-¿Dónde sucede su libro?
-En lo que fue Aragón, curiosamente, que aún no existía claro. El gran choque entre los neandertales y los cromagnones se produjo en lo que hoy es Palestina, pero también hubo un momento crítico y decisivo a orilla del Ebro, y la novela transcurre entre el Huerva, el Gállego y el Ebro, en la encrucijada de los tres ríos. La historia transcurre hace 30.000 años aproximadamente antes de Cristo.
-El Ebro, que aún no se llamaba así, actuaba como una frontera.
-Sin duda. El Ebro dividía a las dos especies. Por entonces se produjo un cambio climático hacia el frío. Los comagnones lo combatían con la magia y llamaban a ese peligro el Dios del Frío; los neandertales, que eran pragmáticos, se tenían que mover para conquistar el mundo. Entonces hacía más frío, había más glaciares y el nivel del mar estaba más bajo. El Ebro era una barrera llena de pantanos, y a los lados estaba el desierto.
-¿Quiénes son los personajes? La historia tiene algo de “Romeo y Julieta” de la Antigüedad.
-Ibai, que era una mujer virgen y una chamán cromagnon, muy preocupada por los cambios climáticos, ese Dios del Frío que se quiere apoderar del mundo y dominar a la Diosa de la Fertilidad. Y Bid, que es el hombre neandertal, materialista y conservador, en cuya cabeza ni siquiera entra la posibilidad de un dios. Es inteligente, aunque no entienda nada de espíritus. Y entre los dos se produce una historia de amor muy bonita.
-De amor y sexo. Usted habla de la promiscuidad de los antiguos…
-En la Prehistoria había promiscuidad, era algo natural, y ahí sí tuve que crear una peripecia entre ambos con la necesaria tensión amorosa. Y también hablo de la tribu, del lugar de la mujer, de la xenofobia y la traición.
-¿Cómo es el libro en cuanto a estilo, a estética, a género?
-Como siempre: para todos los públicos, para gente normal y sencilla que trabaja cada día. Hay intriga y acción; no hay tanta guerra y violencia como en “El secreto de la diosa” porque también había menos gente. Hay mucha emoción, y también es una novela psicológica. Creo que el lector simpatiza de inmediato con los personajes. El libro también ofrece una lectura profunda.
-También avanza la razón de la extinción de los neandertales…
-Eso no lo puedo contar porque es el meollo de la novela. Esa extinción es toda una paradoja: los neandertales eran más fuertes, se adaptaban mejor al clima…
-Háblenos de los diálogos. ¿No son muy eruditos?
-Tenemos el prejuicio de que los primitivos y, en general, los pueblos “atrasados” hablan como los indios de las películas o con gruñidos. Hay lenguas primitivas mucho más complejas que las nuestras. En inuit (esquimal) existen 63 presentes distintos. O el idioma tabarasana, del Daguestán, tiene 68 casos diferentes. ¡Y el latín nos parecía complicado, con sus siete casos! Creo que le contesto
-¿Por qué ha escrito “Tras las huellas del hombre rojo”?
-Porque yo escribo metáforas de la vida cotidiana contemporánea tomando distancia. Me es difícil escribir de mi tiempo viviendo en él, siendo partícipe de él, aunque próximamente publicaré una novela sobre el Pirineo actual. La Prehistoria es una época que me gusta, es fuerte, es vital. La vida y la muerte están en continua interferencia, la naturaleza y el hombre estaban en íntima conexión.
-Creo que ha decidido no presentar la novela. ¿Por qué?
-No haré una presentación al uso, pero firmaré prácticamente en todas las librerías de Zaragoza, y luego en algunas de Madrid, Valencia y Barcelona. Se ha realizado una tirada de 13.000 ejemplares. Y además impartiré dos conferencias: una, en Ámbito Cultural, sobre “La Prehistoria y la frontera del Ebro”, y otra, en la FNAC, acerca de “La xenofobia y la xenofilia”, temas de “Tras las huellas del hombre rojo”.
19/10/2005 14:37 Enlace permanente. sin tema Hay 9 comentarios.

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Se presentó anoche en el Teatro Principal “El cielo de las mujeres”, la obra del escritor y pintor Víctor Mira, que se suicidó en las afueras de Munich en noviembre de 2003. El montaje de Luna de Arena, dirigido por Félix Martín -que ya había hecho una cuidada versión de “Pablo Gargallo. El grito en el desierto” y de “Antihéroes”, otra pieza enigmática de Mira que se presentó en  Arco- dura exactamente una hora intensa. 

El texto es como el relato, lo suficientemente misterioso, del hombre que prevé su propia muerte y que, en el fondo, la busca. Es difícil sustraerse, al oír los diálogos, de los últimos dibujos de Mira, de algunos de los fantasmas que lo asediaban, de la impresión de que las mujeres, algunas mujeres, parecían dispararle al alma. La pieza transcurre en dos planos: la vida real y la vida, en la región de la alucinación y de las sombras, tras la muerte. Un hombre que se dedica a cazar moscas y a buscar su identidad  en cada gesto se encuentra con cinco mujeres. Dialoga con ellas, les explica cómo vive, les narra la perplejidad de existir, su enajenación, su doliente sensibilidad, siempre con la  obsesión por las moscas como pretexto y empeño cotidiano. Y ellas, al unísono, acabarán por acribillarlo.  ¿Nos recordará Mira por que poco se muere, por que poco nos matan?  Las cinco mujeres monologan luego, explican la razón de su crimen. Y más tarde, en la región incierta del más allá, se reencuentran los seis protagonistas…


Félix Martín ha concebido en su montaje una impresionante escenografía, con ayuda del pintor a través de su obra y de su cuadro “Mood”, realizada por José Rubio y Manuel Pellicer, muy lograda para la pieza, muy lograda para sugerir y explicar el universo de Víctor Mira. Plasticidad, evocación, enigma, tributo a la naturaleza, tributo a la obra del propio pintor, nacido en 1949 y muerto en 2003. Un gran árbol y sus raíces, con un cuerpo central sembrado de cruces, y cinco escaleras en cuyo interior contienen un columpio son los elementos esenciales de una pieza que tiene momentos divertidos, que tiene desgarro y extrañamiento, que baila el danzón del desespero y la muerte. “El cielo de las mujeres” es un proyecto complejo, y Luna de Arena lo solventa bien, con garra, con imaginación, con buenas soluciones dramáticas, aunque se topa con un ligero inconveniente: un reparto desequilibrado. Hay una parte de los actores que hace su trabajo con energía, con convicción, con oficio, con sensibilidad, pero hay dos o tres personajes algo desvanecidos, que no llegan a entrar nunca con la expresividad y la potencia que exige la función, que no acaban de comunicar.  Eso se percibe una y otra vez, sobre todo tras la muerte del protagonista, y debilita un montaje meritorio.


La obra es inequívocamente Víctor Mira.Víctor Mira y sus sombras. Víctor Mira, que analiza su memoria, su pasado, su relación con las mujeres, Víctor Mira que aborda el fracaso, la transformación íntima de sí mismo, su dolor de existir y de crear. La obra es también el Víctor Mira surrealista, heredero de Buñuel, el Víctor Mira tenebrista, hermano perro de Goya y Saura. Luna de Arena ha hecho un buen trabajo previo, ha encontrado un punto de vista adecuado, una solución dramática, ha rebajado hermetismo a unas palabras no siempre fáciles de asimilar. Si logra que la interpretación coral resulte más armoniosa en la intensidad y el estupor, en la rabia y en la terrible belleza, la obra podrá viajar a muchos lugares y sería una pequeña joya del teatro aragonés contemporáneo, una joya nada convencional. El reparto está formado por Rosa Lasierra, Cristina de Inza, Nuria Herreros, Isaber Arto, Ana Marín y José Luis Esteban.  

20/10/2005 09:40 Enlace permanente. sin tema Hay 8 comentarios.

OTRA NOTA, Y ÚLTIMA, SOBRE "EL CIELO DE LAS MUJERES"

Efectivamente, "El cielo de las mujeres" es una obra bastante dura, casi imposible de llevar a escena por la vía más ortodoxa. No he querido elogiar su calidad (por cierto, pese a sus fogonazos absurdos, me gustó mucho más el texto de lo que esperaba. Lo comentaba ayer con el coleccionista, psiquiatra y crítico Javier Lacruz, que pensaba algo semejante), sino hablar un poco de su condición de testamento del pintor, que se arrojó a un tren. Quien conozca al pintor, entenderá un poco mejor -a la luz de este texto-vómito- su relación con las mujeres y con la vida, pero él era un hombre intuitivo y de imágenes, lejos de cualquier sistematización... Cuando digo que pienso que podía ser una pequeña joya, estaba pensando en el teatro de cámara, sin duda, para una sección "off" como comentaba hoy con una compañera, Rebeca Cartagena, que sabe mucho de teatro. También me parece que Luna de Arena intenta realizar un homenaje a un hombre que superaba la estricta condición de pintor y que tiene algunas intuiciones dramáticas, o intuiciones acerca de su propio drama tan "teatral".

En cualquier caso, siempre he pensado que cuando falla la interpretación no sólo falla el actor, falla también la dirección y el concepto de la obra. Además, hay intérpretes que se sienten más cómodos en unos papeles que en otros. Y eso le atañe a Félix Martín; insisto en que creo que hay un buen trabajo previo al enlazar toda la pieza con las premoniciones de siempre, y del final trágico, del artista. Pero el resultado final se resiente: por el texto (que es claramente de cámara, como un torrente, y con muchos riesgos), por el ritmo, por la propia opción estética y también por la interpretación, desde mi punto de vista, aunque sea aquí tan complicada de resolver. Lo que más me gusta del teatro siempre, más allá del efectismo inmediato, son los actores. La conmoción llega de ellos. Para mí el teatro es, sobre todo, un actor, la palabra y sus gestos, aunque "la coreografía" pueda ser tan bella. Quizá de ahí derive también mi perspectiva. La música, por ejemplo, no me pareció tan lograda como la que hizo Romeo para “La vida es sueño”. 

Acerca del Centro Dramático de Aragón no tengo nada que decir. Lo alabo porque se ha puesto en pie, creo que ha hecho muchas cosas en poco tiempo, que ha trabajado sin complejos, y sé que hay muchas cosas, muchísimas, que mejorar: ampliar el abanico de intérpretes y compañías y proyectos, lograr que los montajes se ajusten a los espacios de la Comunidad. Prefiero ver la botella medio llena que vacía.  
20/10/2005 21:37 Enlace permanente. sin tema No hay comentarios. Comentar.

UN VIAJE, ENTRE AMIGOS, A MÉRIDA

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Julián Rodríguez es uno de esos sabios de casi todo que presentó en la FNAC de Zaragoza su última novela: “Unas vacaciones baratas en la miseria de los demás” (Caballo de Troya, 2004), bajo la denominación de Nuevo Talento FNAC. Esa novela sobre la fragmentación y la fotografía, que glosó aquí Félix Romeo, apareció tras “Lo improbable” (Debate, 2001) y “La sombra y la penumbra” (Debate, 2002). Yo había conocido a Julián en un congreso de fotografía en Panticosa, que organizó Antonio Ansón. Apareció Julián y rápidamente se adueñó de la situación con una elegancia y un conocimiento de las cosas que ni siquiera molestaron al maestro de la foto analógica y en blanco y negro, Ferdinando Scianna, el gran fotógrafo de Magnum, el amigo inseparable de Leonardo Sciascia.


De aquella estancia de Julián en Zaragoza derivó una invitación de Antonio Sáez para que yo asistiese a un congreso sobre Cervantes y sus ecos en la literatura portuguesa. Iban a ir, entre otros muchos, Martín López-Vega, del cual yo me había forjado una gratuita imagen de chico algo desdeñoso, seguro de sí mismo y muy artista. Durante las seis horas de viaje, con parada en Atocha en Madrid, leí la prensa, vi una mala película de Dennis Quaid y Scarlett Johansson, me dormí inicialmente, y pensaba en mis amigos de Extremadura: Julián, Antonio Sáez, Martín, algunos portugueses a los que conocía sólo por sus libros, como Hélia Correia, Alberto Pimenta, etc.
Extraje “En otra patria” de Antonio Sáez. Es un libro delgado e intenso sobre el arte de viajar, sobre el arte de traducir y de contar la historia de un poeta muerto prematuramente, de un viaje a Funchal (Madeira), de sentimientos cotidianos, de Portugal, de Évora, de Teixeira de Pascoaes. Iba en doble travesía: la cabeza se me llenaba con la melodía de los pensamientos de “En otra patria” (Libros del Pexe) y percibía el cosquilleo del Talgo, las primeras luces de oro sobre los olivos, la melancolía escombrada en los campos yermos. En cuanto terminé su libro abrí el monográfico de la revista Poesía sobre los 400 años del Quijote en el mundo, y así llegué a la estación, empapado de Joaquín Ibarra, Mark Twain, Faulkner, Kafka, Nietzsche, Juan Antonio Pellicer o Clemencín, entre cientos de nombres. Le pregunté al taxista por el Mérida y hablamos del paraguayo Benítez (me dijo: “Yo siempre pensé que iba a ser tan bueno como Maradona. Lo vi regatear varias veces a un equipo completo") del joven Cañizares, de Sinval o de Quique Martín. Llevaba algunos libros de Olifante para regalar, aunque pronto percibiría lo poco que parece interesarles a los portugueses lo que está fuera de ellos y de su saudade, salvo al sigiloso profesor Pedro Serra, un luso en Salamanca.


En la primera cena, hablé con Miguel Serra Pereira, traductor del Quijote, y con otros escritores. Apareció José María Merino y fue como el reencuentro de dos coruñeses, lejos de Galicia. Apenas hablamos del pequeño país de la lluvia, sino del escritor Dino Buzzati, al que estoy leyendo y él también en las nuevas traducciones de Gadir, que está haciendo Carlos Manzano, y de Luis Mateo Díez, que se está convirtiendo en el escritor más prolífico de España. Merino, que tiene dos nuevos libros, uno en Alfaguara y otro en Seix Barral, me dijo que iba a hacer un viaje a Kazajastán con Ramón Acín, una semana completa. Y esa noche acabamos en “Habanera” con Martín López-Vega, Antonio Sáez, pura bondad, y Pedro Serra. Fue una medianoche ideal para hombres solos. Martín López-Vega ya me pareció un tipo extraordinario que combina ternura, desacralización del oficio y sentido del humor, aunque le divisé un defectillo: bebe el orujo en vaso grande y con agua. ¿Qué diría mi padre, Benito do Touciñeiro, si leyese de golpe esta revelación? Y ya debió preguntarme entonces por Pepe Melero, Julio José Ordovás y Fernando Sanmartín. Antonio, Martín y Pedro son expertos en portugués y hablan la lengua espléndidamente.


A la mañana siguiente empezaban los actos organizados por Ágora. Rodríguez Ibarra leyó un texto con su habitual puesta en escena y recordó que eran más generosos los medios de comunicación portugueses con Extremadura que viceversa. Y el doctor Jorge Sampaio, presidente de Portugal, impartió una charla europeísta de despedida propia de Bruselas, más que de Mérida. Merino inauguró el curso con una conferencia breve y modélica. Habló de algunos logros de Cervantes como la construcción de un narrador no superado todavía, el juego de apócrifos, la idea del doble, la mirada sobre los escenarios, el dominio de los personajes, el concepto del soñador y el sueño, y la relación entre la literatura y la vida. Leyó algunos pasajes con mucha gracia y un fragmento muy bonito acerca de la “Cuarta salida”, soñada, de Don Quijote.


Comimos bien. Alternamos un menú portugués y un menú español. Hablamos un poco de todo: de Jerónimo de Pasamonte, del profesor zaragozano de Valladolid, Javier Blasco, de Alcalá de Ebro y la Ínsula Barataria. Julián Rodríguez hizo de guía, para Martín López-Vega y para mí, de Mérida en la hora de la siesta; dejamos de escuchar a un profesor muy brillante, Fernando Rodríguez de la Flor, que ha escrito mucho sobre el Barroco y recientemente sobre el universo de los libros en Renacimiento. Cruzamos el puente de Santiago Calatrava sobre el Guadiana, vimos los edificios de Consejerías de Juan Navarro Baldeweg, y salimos a la plaza de España, que tiene aspecto de una ciudad colonial como Trinidad con reminiscencias árabes. Vimos el local de la Editora Extremeña, para la que él hace diseños y propuestas de publicación, y estuvimos en una bonita librería donde compramos algunos biografías portuguesas: Martín compró una de Eça de Queiroz y otra que quizá fuese de Guerra Junqueiro, no estoy seguro; yo, la de Teixeira de Pascoaes y de Camilo Castelo Branco.


Volvimos al Palacio de Congresos de Fuensanta Nieto (que va a hacer un edificio en Zaragoza), donde íbamos a intervenir. Lo pasamos bien. Martín había comprado una caja de música; tras oír los extensos parlamentos de los escritores portugueses, recordó que “El Quijote” es un libro fundacional en el que estaba todo y en el que cabía todo, incluso una música como la que él hizo sonar. Invitó a los presentes a cerrar los ojos y a soñar, y yo, para seguirle la broma, retraté el instante con y sin flash. Había mucha gente con los ojos entornados. La otra coordinadora y cervantista María Fernanda de Abreu sonrió. Julián Rodríguez, en primera fila, parecía a punto de desternillarse, aunque un hombre de su alcurnia y de su prestigio no debe perder los papeles en público. Ni ante tantas chicas que veneran su alegría divina.


         La segunda noche en Mérida, capital de Extremadura, transcurrió en su primera parte en uno de los comedores del precioso hotel Meliá, que tiene un patio árabe o un tanto manuelino en el centro. Es realmente bonito. Arriba hay corredores: el ambiente era ideal, casi de cuento de Washington Irving. Fuimos a un garito, pero yo claudiqué pronto.Me despedí de otros amigos como Joao de Melo, autor de "Gente feliz con lágrimas", un espléndido novelista, de las dos damas de la organización: Ana Olivera y Montaña, de Julián, de Antonio, del sevillano transterrado en Portugal y en Vigo Dionisio Sánchez. Y volví al hotel hacia las dos de la mañana sin haber imaginado que iba a vivir una modesta aventura en la Mérida nocturna. Regresé con Javier Figueiredo, que trabaja en la Junta y que es profesor de portugués, y con el poeta y sebastianista Antonio Cándido Franco. Javier Figueiredo es de Monzón y es un tipo cultísimo y encantador al  que le encanta Jose Afonso y su sobrino Joao Afonso. No me pasó inadvertido un detalle: la foto que le tomó a una calle bien entrada la madrugada, un acto que tuvo algo de ritual, y su condición de narrador e inventor de cuentos para sus hijos. Atravesamos el puente romano de Mérida, que debe tener cerca de un kilómetro o más, sobre el río Guadiana. Fue un bello colofón a una estancia rápida en Extremadura.


Volví a la mañana siguiente a Madrid con Martín López-Vega. Por puro azar, nos había tocado compartir convoy y teníamos asientos contiguos. Nos lo pasamos bien, incluso cuando nos obligaron a detenernos por un escape de gas natural. Martín, que publicará ocho libros en los próximos meses, que es traductor, poeta y escritor de diarios y de volúmenes de miscelánea, trabaja en la librería Central del Reina Sofía. Acaba de dejar el “Cultural” de “El Mundo”.


Cuando nos despedimos en Atocha, tuve la sensación de que había ganado un amigo para siempre. No paramos de reírnos sin hablar demasiado mal de nadie, sin recordar que éramos escritores. Había ganado un amigo, por cierto, que tiene en “Leer para contarlo. Memorias de un bibliófilo aragonés” de Pepe Melero uno de sus libros de referencia. Esta tarde noté que me cariñaba de él y lo llamé al trabajo. Me dijo: “A ver cuando vienes a Madrid. Ya sabes que tienes casa céntrica”. Martín, que lleva poco en el nuevo trabajo, ya ha tenido la inmensa fortuna de recomendar libros de poesía a Elena Anaya y a otra mujer bonita de cuyo nombre ahora no logro acordarme.

21/10/2005 00:20 Enlace permanente. sin tema Hay 11 comentarios.

EL QUIJOTE DE AVELLANEDA, POLIEDRO Y JOSÉ ANTONIO MILLÁN

20051022105721-AVELLANEDA.jpgEl enigmático Alonso Fernández de Avellaneda, natural según él de Tordesillas, tal vez sea el mayor admirador de Cervantes. Lo fue hasta tal punto que le rindió, incluso a su pesar, un inmenso homenaje literario con “El Quijote apócrifo”, una novela de 32 capítulos que apareció en 1614 .Fue impresa en Barcelona por Sebastián Cormellas y no en Tarragona, como escribe Avellaneda. Con ese libro, “bien escrito”, y de inclinaciones lascivas –especialmente en los capítulos de “Los felices amantes”-, Avellaneda obligó a Cervantes a alejarse de Zaragoza, porque él interna a sus criaturas por el Coso, los hace acudir a célebres justas y don Quijote es “blanco de desdichas en Zaragoza”. Poliedro –la editorial de Julieta Leonetti que ha publicado estos días los cuentos de ese formidable ser humano y escritor que es Félix Teira Cubil- reedita esta novela, con prólogo de José Antonio Millán, el cual califica la obra de “divertida, desvergonzada… y asombrosamente respetuosa con la de Cervantes” y recomienda leerla sin prejuicios. José Antonio Millán, experto en puntuación y amante de los diccionarios, estupendo escritor, recoge el prólogo en su envidiable página web, de las mejores que he visto nunca. (Figura entre los links de gistain.net).

 

22/10/2005 10:57 Enlace permanente. sin tema Hay 1 comentario.

GOYA, PALAFOX Y LOS SITIOS, SEGÚN ALFREDO COMPAIRED

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El escritor de Luesia (Zaragoza) publica una novela histórica, ““Zaragoza Sitiada. El cuadro que no pintó Goya” (UnaLuna), que evoca el viaje del pintor a la ciudad para inmortalizar el heroísmo popular

Alfredo Compaired había escrito sobre Luesia (Zaragoza), la villa donde nació en 1947, y la novela “Último viaje a Cuba” (UnaLuna, 2003). Fue su propio editor, Luis Ángel Blasco, responsable de UnaLuna, quien le sugirió que redactase una narración extensa sobre la Zaragoza de Los Sitios. Llamó al catedrático de Literatura Española y ensayista José-Carlos Mainer, y éste le dijo que no recordaba una ficción sobre ese periodo de un aragonés; en las próximas semanas aparecerá “Independencia” (Edhasa) de José Luis Corral. Compaired se aplicó en cubrir esa laguna con una idea de partida: “Quería ofrecer una visión global de lo que fue la guerra de Los Sitios, y eso pasaba por contar el antes, el presente y el después del conflicto”.

“Zaragoza Sitiada. El cuadro que no pintó Goya” comienza en mayo de 1808 con el sacerdote Santiago Sas y culmina un año después. Alfredo Compaired dice que leyó 20 o 21 libros para documentarse. Cuenta cómo los zaragozanos vivían en un periodo convulso de hambruna y sequía que agitó el motín popular, mientras los franceses avanzaban desde Pamplona. “Así que el pueblo se levantó en armas contra el Capitán General Jorge Juan de Guillelmi. Aunque no estaba liderada la rebelión por el tío Jorge, sí podía considerarse el cabecilla de la insurrección popular. La gente fue a la finca de la Alfranca a ver al general Palafox, que acabará legitimando el poder del pueblo al convocar las Cortes de Aragón, en las casas del Puente, cerca de la Lonja. Allí fue proclamado Capitán General de Aragón por el poder eclesiástico (el obispo de Huesca, los abades de Montearagón, Veruela o Santa Cristina de Somport), los hidalgos infanzones y la nobleza, entre ellos el conde de Sástago”.

Tras aquella designación, Palafox decidió armar al ejército, reclutó la gente por los pueblos con la ayuda de los corregidores, y poco después le escribió una carta a Francisco de Goya. “El artista vino a Zaragoza en octubre de 1808, tras un complicado viaje. Tenía 62 años. Eso está documentado en Alcaide Ibieca y en Arturo Ansón, entre otros. Palafox quería que inmortalizase el heroísmo de la ciudad, y aquí Goya recordaría su vida, la historia con sus murales del Pilar y el Cabildo, fue a la Cartuja de Aula Dei y a la plaza de toros, donde evocó al torero Martincho, pero cuando empezó el segundo Sitio cogió mucho miedo y se marchó a Fuendetodos”. Ese es uno de los temas de la novela: Goya realizó bocetos de lo que había visto, les dio un barniz especial para protegerlos y para que no se viesen algunas figuras comprometidas. “Los emborronó adrede con un baño que nadie me ha podido explicar en qué consistía, pero luego no pudo recuperar las piezas. Se conjetura que en uno de ellos había pintado a algunos muchachos arrastrando soldados franceses muertos. Aquí estuvo poco tiempo y huyó con uno de sus discípulos a la Alcarria y luego a Ávila en un invierno muy crudo. No regresó a Madrid hasta que los franceses exigieron que los funcionarios se reintegrasen en sus puestos, y como él era funcionario tuvo que hacerlo”. Otro componente fundamental de la historia es la peripecia de la heroína María Antonia, novia del soldado Mantecas, que morirá en la lucha. “Ella encarna la heroína que no ejerce la violencia”, dice Compaired. Será violada por los invasores, y finalmente se refugia en una casa con el noble don Fernando.

“Cuando se firmó la capitulación, se celebró un ‘Te Deum’ solemne en el Pilar, que constituyó una auténtica profanación de la Basílica, ante el mariscal Lannes. Mientras el alto clero se rindió y bendijo al invasor, el bajo clero lo combatía y se jugaba la vida. Santiago Sas y Boggiero, como los frailes, colaboraron hasta en la fabricación de la pólvora. Al final, los franceses no cumplieron su palabra y los fusilaron en el Puente de Piedra. Después de la ceremonia se organizó una celebración en el Palacio Arzobispal con 400 invitados; el Cabildo catedralicio puso todos los elementos del banquete, tanto la cubertería como los capones. Precisamente, lo que yo critico en la novela, y lo que critican los protagonistas, es ese gesto, que pareció obsceno. Fue la traición a todo un pueblo. Mientras se realizaban esos fastos, entre 10 y 12.000 soldados que habían combatido en Zaragoza eran deportados a Francia por el camino de Alagón, pero de eso se ha escrito muy poco”.

         “Zaragoza sitiada. El cuadro que Goya no pudo pintar” reconstruye la Zaragoza de 1808 y 1809, que tenía 55.00 habitantes, con todos los monumentos y edificios, que han sido inventariados y descritos en un glosario final. El libro, de 368 páginas, ha sido editado por UnaLuna y la Fundación 2008.    

La ficha
“Zaragoza Sitiada. El cuadro que Goya no pudo pintar”. Alfredo Compaired. Prólogo de José María Turmo. UnaLuna Ediciones y Fundación 2008 Zaragoza. Zaragoza, 2005. 368 páginas.

*Estos días en Capitanía, Plaza de Aragón, se presenta una nueva exposición sobre el mundo de Los Sitios, que lleva también un amplio libro-catálogo, coordinado por José María Turmo, responsable de la Fundación 2008 Zaragoza.
22/10/2005 13:12 Enlace permanente. sin tema No hay comentarios. Comentar.

CUENTO SENTIMENTAL DE LA CASTAÑERA

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La castañera es una figura muy literaria: está ahí, en la calle, pugnando contra la llegada del mal tiempo, como en un cuento de Hans Christian Andersen. Es como una criatura imprescindible en el paisaje invernal. Cuando volvemos del cine, salimos del teatro o de un concierto o abandonamos la ópera y la zarzuela, lo ideal es encontrarse con un cucurucho caliente de castañas. Y compartirlas, boca con boca, frío con frío, como antes compartimos la magia, un paisaje virtual o los sones de una melodía inolvidable. Milagrosa, Mila, está ahí, en su caseta de madera, con las castañas en su punto: cocidas por igual, con la hendidura sobre el marrón de la piel, con el ardor adecuado en su carne de pálida nata. Para ella su oficio es un ritual que le hace sentirse bien, tranquila, y le permite practicar lo que más le gusta: observar al que pasa, escuchar los acentos y las conversaciones, hacer amigos en un intrascendente comentario sobre la tarde glacial que avanza o acerca de ese terco cierzo que llega hasta los huesos y le revuelve la rubia melena.

 

Es castañera por puro azar. Está en Zaragoza también por puro azar. “Vine de golpe y porrazo y aquí me he quedado. Ahora no cambiaría la ciudad por nada”. Procedía de Corella, aunque nació en Tudela. Sus padres eran campesinos, y lo que más le gustaba de su niñez era coger espárragos con ellos y llevarles la cesta, de abril a junio. En la escuela era feliz en las clases de dibujo: pintaba paisajes y retratos egipcios. Le gustaba bailar en la discoteca “El nido” y el escenario de sus mejores sueños era el viejo salón de cine: tenía las sillas de bandera y exigía, en medio de la oscuridad, erguir los pies del suelo porque pasaban correteando algunos ratones. Luego remodelaron la sala y le prohibieron entrar a una película cuyo contenido desconocía: “Emmanuelle”.

 

         Tenía 21 años cuando llegó a Zaragoza. Ver una ciudad que se le antojó tan grande y con tanta gente le metió el susto en el cuerpo. En cuanto descubrió las salas de cine, los comercios y, especialmente, “la amabilidad de los aragoneses, su sentido de la hospitalidad”, se sintió en su casa. Residía en la zona de Montemolín y era una asidua pasajera de los buses 25 y 40. Pronto se decantó por la venta ambulante, un trabajo que entraña inestabilidad y dureza, y que exige constante disposición para coger el petate e irse a las grandes fiestas de ciudades y pueblos, o trasladarse a Madrid y Barcelona para comprar bisutería o telas en los mayoristas. Los anillos de plata, ha comprobado, atraen siempre la gente: es una joya de moda perpetua, “aunque yo prefiero vender bisutería: latón, alpaca, chapados y baños. La gente tiende a marginarnos un poco, parece que menosprecia al vendedor ambulante. Yo vendo una joyería menor y eso lo entienden los clientes, pero también tiene su encanto”.

 

         Las fiestas más duras son los sanfermines. Allí llevan un puesto móvil, “la percha”, con ruedas; la policía, cada cierto tiempo, les exige que cambien de lugar. En Pamplona vende camisetas, pañuelos, fajas y boinas, y deben permanecer 24 horas ininterrumpidas bajo la “percha”. Se come mal, casi siempre bocadillos, y hay que esperar y esperar para conseguir el alquiler de una ducha. “En cambio, el Pilar es mucho más cómodo. Antes teníamos nosotros el puesto, pero desde hace un tiempo nos alquilan las casetas. En Pamplona hacen falta dos personas, pero aquí estoy yo sola, de once a dos de la mañana. A la gente le dejo que vea el género, que lo toque, le doy confianza y a los hombres les ayudo a elegir un regalo si me lo piden. Lo peor de Zaragoza es que las casetas con luz cuestan muchísimo: entre permiso y caseta hay que abonar 100.000 pesetas y hay gente que no lo saca en los nueve días”.

 

         En estas andaba, viajando de aquí para allá, por Pamplona, Jaca, Illueca, Zuera o Utebo, cuando le salió la posibilidad de trabajar de castañera. Ni se lo pensó. Al día siguiente se embutió en el mandil, se colocó los guantes de cuero y aprendió los secretos del nuevo oficio, un oficio que se concentra desde mediados de octubre a enero: se hizo castañera. Se habituó a ese olor peculiar de la castaña y a su reducido habitáculo. Lleva dos años. La pasada campaña tenía una castañera o asadora convencional: era un soporte redondo con cuatro patas y una rejilla. Se alimentaba de carbón vegetal, que encendía con papel de periódico y con un poco de gasoil. Al cabo de una hora, ya tenía las primeras castañas, hendidas por un cuchillo ajeno o por una máquina. Este año, le han cambiado la asadora, que ahora es algo más sofisticada y rectangular, y va remeciendo los frutos por igual, de tal modo que se asan en media hora. Le costó un poco conseguir la perfección en el cucurucho, pero ahora ya es una experta. “La gente es agradecida, y cuando las castañas son buenas te dicen que están buenísimas, y repiten. Y se convierten en clientes fijos. A mí me gusta tratar bien a la gente, crear un clima de confianza y escuchar a quien le gusta que lo haga. Tengo una clienta que viene a menudo, me compra dos o tres docenas de castañas y se las come delante de mí, mientras me cuenta sus problemas”.

 

         Mila suele vender entre uno y tres sacos de castañas al día. Está contenta en el puesto: si la tarea no es agobiante, puede pensar en sus cosas; si el día se presenta animado, se concentra por completo en su tarea. “El día que más castañas vendemos suele ser la víspera de Reyes, tras la cabalgata. Los días de frío, de mucho frío, son los peores: a la gente ni le apetece quitarse las manos de los bolsillos. Creo que este es un trabajo bonito: tengo la sensación de que cada vez vamos a menos, pero creo que no se perderá la tradición. A mí me alegra el corazón. Cuando cierro en enero, noto que me falta algo. Un día tuve que irme a casa por enfermedad, llegué, me senté en el sofá y padecía melancolía. Me sentía hasta más sola.

 

         Se va a casa tras haber vendido castañas, crema de castañas, marrón glacé o castañas en almíbar, que de todo tiene, y se sienta ante el televisor, que es su refugio. Ve películas y más películas, y disfruta con los muchachos de “Operación triunfo”, como más de medio país. Si echan a alguno de la academia, se siente conmovida y llora. “Lloro de pena y de alegría. Soy sentimental, sensible, de lágrima fácil”.

22/10/2005 13:35 Enlace permanente. sin tema Hay 2 comentarios.

LECTURA DE "CARTA AL REY" O EL JOVEN CABALLERO TIURI

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“Carta al rey” (Siruela, 2005) fue elegido mejor libro infantil en los Países Bajos en 1962, el año de su publicación. En el 2004 obtuvo el premio “Griffel der Griffels” que le reconoce como la mejor novela infantil de los últimos cincuenta años.

Tonke Dragt  (Yakarta, 1930) ambienta su historia en un mundo imaginario, lleno de reinos y lugares fantásticos por los que el joven Tiuri ha de pasar para llegar a su destino final. Sin embargo, los hechos son verosímiles y están situados en la Edad Media. La novela nos recuerda a  “Miguel Strogoff”, lo cual no es sorprendente, ya que la autora es una gran seguidora de Julio Verne.

  El joven Tiuri, escudero del reino de Dagonaut, escucha sonidos extraños la noche anterior a su nombramiento como caballero. Rompiendo las normas, hace caso de la llamada de un anciano. Este le pide que lleve una carta al Caballero Negro del Escudo Blanco, que se encuentra cerca de allí. El caballero agoniza tras caer en una emboscada y antes de morir pide a Tiuri que entregue en su lugar la carta al rey Unawen.  

Otros personajes son Piak, un joven de las montañas que le ayudará; Lavinia, una doncella del reino de Dagonaut; Menuares, un viejo ermitaño que vive con Piak en las montañas; Volka, el anciano que pide ayuda a Tiuri; Slupor, los caballeros grises o el Loco del Bosque.

 “Carta al rey” cuenta una historia trepidante que desde el primer momento nos obligará a leer sin parar. Tiene brillantes escenas de acción y reivindica valores como la honradez o la amistad. Si le pudiésemos pedir algo más sería que hubiese más momentos de tensión para Tiuri, más momentos en los que la carta y la vida de Tiuri peligrasen.

        

Carta al rey. Tonke Dragt. Madrid, Siruela, 2005. Traducción de María Lerma. Ilustraciones de la autora. 465 páginas.

*Encuentro este texto de Diego Rodríguez Gascón entre mis archivos y lo pego aquí. El libro de Tonke Dragt, a quien vemos en la foto, es muy sugestivo y dinánimo, y está bellamente editado por Siruela.                                                                                                                                                                                           

23/10/2005 10:49 Enlace permanente. sin tema Hay 5 comentarios.

FERMÍN GALÁN Y ÁNGEL HERNÁNDEZ, LOS SUBLEVADOS DE JACA

20051023145637-fermin-galan-jpgLA REBELIÓN, condena y ejecución de Fermín Galán Rodríguez y Ángel García Hernández han interesado a periodistas, historiadores y escritores. Quisieron precipitar la llegada de la II República, que se produciría cuatro meses después, y ese gesto les costó la vida, pero de su utopía nació el mito. Estos días han aparecido dos libros que recuerdan las poco más de 50 horas de revolución y tragedia: Alfonso Zapater reedita en una nueva colección “Los sublevados” (Certeza. Col. Redallo), que cuenta lo que ocurrió en Huesca desde el 12 hasta el 14 de diciembre de 1930, el día en que se produjo el fusilamiento, a las tres y diez (otros dicen a las dos y cuarenta y cinco) de la tarde del domingo. Galán se despidió de sus ejecutores con un “¡Hasta nunca!”. Zapater narra la sublevación y la toma de la ciudad, la expedición hacia Huesca con cientos de soldados y el desenlace brutal. Tuvo un colaborador de lujo en Andrés Ruiz Castillo, que informó en Heraldo, en  de diarios nacionales e internacionales de lo que ocurría; incluso burló la vigilancia de los centinelas y pudo hablar con el capitán Sediles. Y Fernando Martínez de Baños publica “Fermín Galán Rodríguez. El capitán que sublevó Jaca” (Delsan), una biografía inscrita en sus trabajos sobre la Guerra Civil. Baños acompaña de su texto, que cuenta con la colaboración de Juan José Oña y Luis Vallés Causada, de mucha documentación y de fotos espléndidas, traza un retrato del militar y se asoma brevemente a un espinoso tema: el desengaño amoroso que habría sufrido con una joven de la burguesía zaragozana, hermana de Luis Monreal Tejada. Una de las fotos más curiosas del volumen está vinculada al periódico Heraldo: en una pizarra se anuncia que el Rey, a propuesta de su Gobierno, ha concedido el indulto al capitán Sediles. Galán rechazó los sacramentos y sí aceptó la capa de uniforme del capitán Vallés que ahuyentar el último frío de su vida; García Hernández atendió a un sacerdote con una gabardina de trinchera muy desgastada. Ambos fueron alcanzados por cuatro disparos letales. Los piquetes de ejecución estaban formados por diez personas: ocho soldados, un cabo y un sargento.
*En mi artículo “La ansiedad del héroe” de Heraldo digo hoy que Galán y García fueron ejecutados el quince de diciembre de 1930 en la guarnición de Jaca. Me indujo al error, además de mi precipitación y de no guiarme de la memoria, un cartel firmado por Serafín de 1945, reproducido en el libro de Fernando Martínez de Baños, donde se dice: “El día 15 de diciembre de 1930 en la guarnición de Jaca (Huesca) fueron fusilados los capitanes Fermín Galán y García Hernández juzgados por el delito de rebelión militar contra la monarquía”. En la página 265, de al lado, Fernando recuerda la verdad: fueron ejecutados en Huesca, en el Polvorín de Fornillos.
23/10/2005 14:56 Enlace permanente. sin tema Hay 1 comentario.

UN POEMA DE MARTÍN LÓPEZ-VEGA*

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COMO UNA PINTURA NOS IREMOS BORRANDO
Cuando nos asalte la lluvia
en un recodo del camino
y nos sorprenda un súbito silencio,
cuando la débil pintura de nuestros días
se diluya, cuando dejemos para siempre
esta tierra prestada,
cuando no seamos
sino una débil sombra del olvido,
cuando toda nuestra vida
se borre como un dibujo de arena,
entonces nuestros recuerdos
nos revelarán por fin su triste paradoja:
nacer inmortales para una muerte segura.
(Martín López Vega; de su poemario Objetos Robados)
*El poeta Antonio Pérez Morte -que forma parte del pelotón de artistas e intelectuales de Sabiñánigo: Severino Pallaruelo, Santiago Arranz, Ángel Orensanz, Javier Codesal, Julio Gavín...- había colgado esta poema en su blog, pero en cuanto leyó mi encuentro con el poeta asturiano de Llanes, me lo mandó. Martín es un gran aficionado a Franco Battiato, que suena ahora en mi casa.
24/10/2005 09:41 Enlace permanente. sin tema Hay 4 comentarios.

NACE EN CHODES EL PROYECTO CULTURAL LA CALA

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 Dirigido por Carlos Grassa Toro y Carolina Mejía, impartirá talleres, cursos y seminarios, organizará exposiciones y será un “centro de conocimiento, investigación y creación”
 
Isidro Ferrer imparte un "Taller de construcción de carteles", sin ordenador, el 29 y 30 de octubre. Un taller de 16 horas.

El profesor y escritor Carlos Grassa Toro (Zaragoza, 1963) compró hace algunos años una casa en Chodes, en la ribera del Jalón. Durante seis años ha dado clases en Bogotá (Colombia), y ahora ha vuelto con un objetivo: abrir en esa villa, “a una hora y diez de Madrid en el AVE, cercano a Zaragoza”, un lugar “para el conocimiento, la investigación y la creación” que ha denominado genéricamente La Cala, Casa Abierta La Andariega. “La sede consta de dos espacios diferentes: una sala de exposiciones de 40 metros cuadrados y paredes muy altas, de cinco metros, donde ya hemos planificado una serie de muestra. Empezaremos con ‘República de la palabra’, que consta de 100 obras, en formato impreso, de Arnal Ballester, Pepe Carrió, Isidro Ferrer, Raúl y Sonia Sánchez”, explica Grassa Toro.

Esa exposición se inaugurará el próximo uno de noviembre; más tarde, vendrán otras muestras de Raúl con piezas de los años 90 que aparecieron en “El País”, de primeros libros, de abecedarios, de máscaras del mundo con especial hincapié en América del Sur, de representaciones de la figura humana en todo el planeta (muñecos, santería cubana, exvotos gallegos, danzantes de la muerte de México...), y “para la primavera haremos una antológica de Isidro Ferrer”.
La Cala cuenta además con otro espacio: una biblioteca cómoda, con espacio para trabajar, que dispone de 6.000 volúmenes seleccionados. “Hay poesía española y poesía del mundo, en particular de América del Sur. Tenemos algunas primeras ediciones como ‘Poeta en Nueva York’ de García Lorca y ‘A la pintura’ de Rafael Alberti. Pero además contamos con buenos fondos de crítica, biografía y estudios sobre el autor y el texto, con toda la colección del Altísimo Instituto de Estudios Pataphysicos de la Candelaria, que consta ya de ocho títulos, y con las obras completas de Boris Vian, Raymond Queneau, Georges Perec, Italo Calvino o Julio Cortázar. Tenemos una buena colección de arte, un importante fondo de literatura infantil, y un apartado muy completo sobre música, folclore, antropología, etc. de América del Sur”.

         ¿Cuáles son los objetivos de La Cala? Al margen de las exposiciones y las reuniones esporádicas de creadores en un espacio ideal a orillas del Jalón, se han programado talleres, cursos y seminarios, dirigidos a la gente que le interese y “también a nosotros mismos”; ese sujeto plural incluye a Grasa Toro y a su mujer, la actriz colombiana Carolina Mejía. Los talleres que ya se han concretado son dos: “La piel del muro”, un taller de construcción de carteles impartido por Isidro Ferrer, sin ordenador, que celebrará los días 29 y 30 de octubre en Chodes, y “Nombrar, definir, traducir”, un taller literario que coordinará el propio Grassa Toro los días 19 y 20 de noviembre. “Pensamos en grupos más bien reducidos, de unas 10 personas como máximo. El de Isidro Ferrer es bastante insólito: el artista y Premio Nacional de Diseño 2003 imparte muchas conferencias, pero no da cursillos. Creo que es un lujo. Después hemos programado en talleres sobre ‘Intepretación poética’ con Luis Felipe Alegre, un taller de forja, otro titulado ‘Preferiría no leerlo’, que sería un intento de sistematizar y explicar las razones por las que no nos gustan algunos libros y autores, incluso consagrados, lo cual supondría también una reflexión sobre la estética y los valores literarios”.

         Carlos Grassa Toro insiste en que todo se hará desde lo pequeño, que no se trata de un proyecto comercial. “Este es un lugar de viejas tecnologías: la escritura, la palabra, la lectura, la charla, la investigación, el contacto con la naturaleza. Queremos que La Cala sea como un monasterio de lo laico, y traeremos aquí proyectos que hemos desarrollado en Colombia y en otros otros países”, señala. La actriz Carolina Mejía, que ya trabaja con la PAI, dice que “tenía ganas de vivir cerca del almendro, del olivo, de recoger la viña. Eso estaba dentro de mi imaginación, y ahora vengo aquí dispuesta a trabajar en mi oficio y en armar relaciones”.

*Por ahora la fundación no tiene correo electrónico. El móvil de Carlos Grassa Toro y Carolina Mejía es el 628440772.

24/10/2005 17:37 Enlace permanente. sin tema Hay 17 comentarios.

INFANCIA Y AMOR: DOS CITAS DE JUAN CRUZ

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Dos citas de “Retrato de un hombre desnudo” (Alfaguara) de Juan Cruz Ruiz.

 

 

 

1. “Ahora que ya tengo más de cincuenta años hallo extraño volver a buscar en el sueño al niño que fui, como si tratara de recordar una fantasía que ya hubiera sido soñada por mi propio olvido. El niño que está no vuelve más, está ahí, tú lo sientes al amanecer, duerme contigo, cuando despiertas es él diciendo lo que sabe y lo que ignora, preguntando…”

 

 

2. “Te enamoraste como un imbécil [de Laura]. Un día, un día tan sólo de los de entonces, hicimos el amor sobre su cama de somieres viejos, ahí se cuenta, pero cuánto la quise. Lentamente, como una larga caricia; cualquier descripción física que contenga ese momento de placer infinito no tendría que ver con la sensación que aún guardo de aquel instante. Mucho tiempo antes el escritor italiano Leonardo Sciascia había dicho, entre los jadeos de su alma en rebeldía, que la felicidad es un instante y no es ninguna otra cosa. ... Cuando despertamos, aún en una tarde sinuosa y vertical del verano, ella me dijo, Aquí no ha pasado nada, y me hizo así con el dedo en la boca, para que me callara para siempre”.

 

26/10/2005 11:04 Enlace permanente. sin tema Hay 1 comentario.

EUGENI FORCANO, MAESTRO DEL RETRATO Y DEL REPORTAJE

20051026213252-forcano2-jpgEugeni Forcano (Canet de Mar, 1926) fue calificado como “un gran artista, como un prodigioso artesano”. Pla vio sus fotos del mercado de Banyotes y escribió: “Son magníficas, insuperables”. El catálogo reciente de Forcano, “Fotografías, 1960-1996” (Lunwerg, 2005) no ha hecho más que confirmar estas observaciones hacia un creador que se “define como un fotógrafo de las emociones y los sentimientos”. Una inmensa emoción experimentaba hace unos días el artista, tras la convivencia con los alumnos del V Seminario de Fotografía y Periodismo, que organizó la Fundación Santa María y coordinó Gervasio Sánchez: “Éste es un ambiento sensacional. Estoy con gente maravillosa, con muchos jóvenes. Aquí me siento mejor que en cassa”. Forcano inició su carrera casi por casualidad: el escritor Néstor Luján vio algunas de sus fotos amateurs y le pidió portadas para la revista “Destino”. A partir de ahí, empezaron a sucederle muchas cosas: ilustró con sus fotos libros de Solvedila, Espinás o Josep Pla, al cual le dedicó su libro “Pla visto por mí”, y más tarde, en el centenario de su nacimiento, “A l’ombra seductora de Pla”.
 
“He fotografiado a poca gente conocida. Miró y Pla, poco más. A mí lo que me interesa es la gente anónima, aunque con Pla vivía una maravillosa experiencia. Lo conocí como era, comprobé el cariño que le tenía la gente en Palafrugell, oí sus opiniones políticas. Era un sabio”, recordaba Forcano. Y explicaba las claves de su oficio: “El fotógrafo es un observador siempre y debe estar en activo. Atento, a la espera, debe ser intuitivo. El reportaje me permitió acercarme a la gente, tal cual es, y descubrirla, y ésa es la aventura más apasionante. En cuanto disparo me emociono”, decía Forcano, que también ha realizado una importante labor en el mundo de la publicidad, la moda y la experimentación con la luz y la electricidad.
26/10/2005 21:32 Enlace permanente. sin tema Hay 2 comentarios.

LA CIUDAD DESNUDA DE JAVIER CAMPANO

20051026213419-campano-jpgOtro de los profesores y profesionales deslumbrado por Albarracín es Javier Campano, objeto de una retrospectiva en el Museo Reina Sofía y en el Museo Pablo Serrano, que se presentó bajo el título “Hotel mediodía”. Campano dice que le apasiona el blanco y negro, aunque no desdeña el color. “Me sigo aferrando a él, al menos en un 80 % de mi trabajo. Revelo yo mismo, y creo que debemos reivindicar esa forma de operar: se aprende mucho. El laboratorio es como la mitad del proceso”. Campano asegura que le gusta hacer fotos de donde no hay nada: de una esquina, de una calle, de siluetas, de cosas banales. “Me gusta sacar los objetos de contexto y hallar una instantánea que diga algo. Me gustan las luces y las sombras, las cosas que no son espectaculares. No voy buscando ni rarezas ni piruetas. Soy un paseante muy tranquilo que se deja llevar y descubre cosas. Soy un picaflores: voy a la deriva por el mundo en un sentido marinero”.

 

 

Le interesan las atmósferas, los interiores, la relación entre el interior y el exterior, “fotografío de adentro hacia fuera y al revés”. Campano confiesa que le apasiona la obra de Ralph Gibson, Robert Frank, Josef Sudek, William Klein o “especialmente” André Kertész, el maestro de casi todo: la geometría, el hombre, la ambientación, la nítida luz de la verdad.

 

26/10/2005 21:34 Enlace permanente. sin tema Hay 17 comentarios.

BERNARD PLOSU O LAS INSTANTÁNEAS DEL CAMINO

20051029212311-plossu-jpgBernardo Plossu está considerado uno de los grandes fotógrafos del mundo. Su obra se expone en Barcelona en la muestra “Editado, expuesto”, junto a la de Avedon, Irving Penn, Cartier-Bresson. Participó en el V Seminario de Fotografía y Periodismo, y está embrujado por Albarracín. “Me recuerda mucho a Níjar, donde he vivido varios años; allí las casas son blancas, aquí rojizas. En el Seminario hay mucha actividad y mucha calidad”.
         Bernard Plossu encarnó durante años al fotógrafo viajero. Son muy famosas sus instantáneas de México, pero también de las carreteras. A principios de los 90 se instaló en Níjar, y captó aquellos paisajes, pero la enfermedad de su padre le obligó a regresar a Francia. Su padre, fallecido en 1995, fue su maestro. “Crecí viendo sus fotos en blanco y negro, algunas tomadas en el Sahara con nieve. Con su muerte, recuperé mis raíces, aunque viajo continuamente hacia Polonia, Austria, Italia, Alemania, Portugal. Yo digo sí a Europa”.
         Es un fotógrafo que compone con belleza y elegancia. “A los jóvenes les digo que no recorten las fotos, que usen todo el negativo; a mí me gusta el objetivo de 50 mm., pero les recomiendo que utilicen el que consideren oportuno. Y por último, que hagan lo que sientan, que busquen la verdad, no la seducción que, en el fondo, es un tipo de mentira”.
29/10/2005 21:23 Enlace permanente. sin tema No hay comentarios. Comentar.

ESTANCIA DE SÁBADO EN CALACEITE

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1. CLAUDIA CARDINALE INTERPRETARÁ "EL CORAZÓN DE LA TIERRA" DE CUADRI.

2.ÁNGEL CRESPO, OBJETO DE UN TRABAJO DEL DIRECTOR JORGE MEYER

3.NATACHA SESEÑA ES UNA ENAMORADA DE MARGUERITE YOURCENAR

4.CARMEN PORTOLÉS, ENCANTADA CON EL MUSEO CABRÉ

5.CALACEITE SUEÑA CON RECUPERAR SU PASADO CULTURAL RECIENTE

He pasado algunos días maravillosos en Calaceite. Recuerdo, sobre todo, una tarde cenicienta en que fui a visitar a Teresa Jassà, aquella ceramista con alma de poeta, aquella mujer de fuego que había evocado con barro y sensibilidad los fantasmas de Goya. Llegué a su casa encantada, repleta de figuras y de vida, aquella casa tomada por el misterio de la creación. Teresa Jassà se preparó antes de nada para las fotos. Patricio Julve me acompañó durante media hora y la captó en los rincones que le parecieron más evocadores: en el viejo horno, en los jardines, en el cuarto de trabajo, ante la portalada de su casa, en los corredores de arriba, junto a la chimenea, en su poblada biblioteca. No había visto nunca semejante complicidad entre dos artistas. Julve, concluido el quehacer, que ejecutó a conciencia, se marchó a la fonda Alcalá a cumplir un viejo sueño: quería retratar de nuevo al gran maestro de la cocina, al anfitrión predilecto de Néstor Luján, Álvaro Cunqueiro y Joan Perucho.
Mientras, yo conversé con Teresa: hablamos de todo, de la soledad, de algunos amores huidizos, de José Donoso y “El obsceno pájaro de la noche”, de sus trayectoria, de aquellos días que compartió con Llorens Artigas, que le ayudó a montar su primer horno, de su exposición lejana en Zaragoza de la mano de Federico Torralba. Por allí andaba su hermana Greta, como si fuese una centinela de complicidad y de ternura. Y de repente me di cuenta de que se había hecho de noche y de que una inmensa niebla se había desplomado sobre el mundo y su espesa tiniebla. No fui capaz de encontrar a Patricio Julve (tiene la rara habilidad de volverse invisible cuando se le antoja) en medio de la confusión y volví a Urrea de Gaén. Pasé un miedo atroz: primero me salió un perro negro, gigantesco y amenazante; luego el coche se caló en Valdetormo. Las historias de miedo que había oído de labios de Teresa me daban vueltas en la cabeza. Ni “Radiogaceta de los deportes” aliviaba mi pánico. Ese viaje  nunca se me olvidará.

En los últimos meses he estado varias veces en Calaceite. Primero con el fotógrafo Juan Carlos Arcos y con Pepe Melero en una maravillosa tarde de libros y confidencias; más tarde, con Alberto Gámez, el realizador de “El Paseo”, ahora desaparecido muy a mi pesar. Las dos últimas veces nos arrastró hasta allí Ángel Crespo, su exposición, su figura, la presencia de Pilar Gómez Bedate, que es mi traductora favorita de Mallarmé. Ayer volví a Calaceite, solo; Mariano Gistaín no quiso venir, y Pepe Melero esta vez tampoco. Llevaba el vídeo de Alberto, y tenía la responsabilidad de presentar la antología poética de Ángel Crespo, “La realidad entera”, que ha preparado Alejandro Krawietz para Círculo de Lectores y Galaxia Gutenberg. Hablar de Ángel Crespo es para mí siempre un placer: lo siento como un patriarca de las palabras al que todos le debemos un fragmento de conocimiento, de pasión por la poesía, de amor a los traductores. No voy a decir aquí lo que dije, pero Crespo –con quien hice un viaje inolvidable Calaceite a Teruel y de Teruel a Calaceite por las serranías y las zigzagueantes calzadas de la laberíntica e infinita provincia- se sentía esencialmente poeta y todo en él rezumaba un humanismo integral, totalizador. Era, fue, un escritor que buscaba la otra realidad: la realidad invisible y la transformación de la materia en revelación de espiritualidad.
Había muchos amigos por allí: Carmen Portolés y Lola, que trabajan en la política cultural de la comarca del Matarraña y dirigen el Museo Joan Cabré; Rosa Domenech y Jaime Gimeno, los carteros, él es un apasionado poeta y es cartero por auténtica vocación; Natalia, que es como mi hada madrina en Calaceite, mi embajadora sigilosa en la localidad; Natacha Seseña, la autora  de “Las mujeres de Goya “ (Taurus),  que es una enamorada de uno de mis libros preferidos: “Alexis o el tratado del inútil combate” de Marguerite Yourcenar, y tía de Natalie Seseña, una suerte de Gracita Morales, moderna y desinhibida;el narrador Guillermo Galván,que ha publicado en Algaida; el escritor, dramaturgo y realizador Emilio Ruiz Barrachina, que acaba de contar la historia contemporánea de Calaceite y los escritores del boom en un delicioso libro; Ana María Moix, que posaría gustosa ante la Casa Moix de sus antepasados, que se erigió en el siglo XVIII, y que aún hoy hablaba maravillas de “Poesía en el campus”; Francho Nagore, el estudioso del aragonés, y su encantadora y cariñosa mujer. También estaba Romà Vallès, pintor y gran amigo de Crespo; y Pilar Gómez Bedate, la compañera y viuda de Ángel, que sueña con que algún día Calaceite recupere su pasado esplendor y se convierta en un festín de la palabra, de la poesía, de los encuentros, y para ello donaría gustosa  la casa y parte de la biblioteca que compartió con el autor de “Ocupación del fuego”. Más tarde, poco antes  de la hora de comer, llegó Juan Bolea; anunció que está terminando una extensa novela sobre Martina del Santo, de nuevo, que aparecerá en Ediciones B en vísperas de la Feria del Libro.

Entre otros, también estaba el escritor Juan Cobo Wilkins, al que siempre he leído con gusto, tanto en su condición de poeta, como de novelista. Su primera, lírica, fascinante y cuidadosa novela, “El corazón de la tierra” (Plaza & Janés), que posee una espléndida portada, se va llevar al cine en una producción internacional y contará con Claudia Cardinale como actriz, con José Luis Gómez en otro papel, con el gran Vittorio Storaro como maestro fotógrafo (al parecer, dijo el fotógrafo de “Novecento”, “Goya en Burdeos” o “El último emperador” que “hacía años que no le atraía tanto un guión”), y con Michael Ryan en la producción, él ya hizo, entre otras cosas, “El paciente inglés”. El director será Antonio Cuadri, autor de “La Gran Vida” y “Eres mi héroe”, y narra unos hechos que sucedieron en la cuenca minera de Río Tinto en 1880. Juan Cobo, que fue becado hace algunos años por el Instituto de Estudios Turolenses, está entusiasmado y nos avanzó que el rodaje empezará en marzo de 2006 en Río Tinto.

Juan Cobo fue el fundador y director de la Fundación Juan Ramón Jiménez; mientras él la llevó desplegó un  inmenso abanico de posibilidades, pero ahora está cerrada. Él estudió en el colegio de la Rápita, donde también estudió Juan Ramón, y allí recibió el primer y segundo premio de poesía de un concurso escolar, cuyo jurado presidía Ángel Crespo. Esta historia la acaba de redactar hace poco Juan Cobo Wilkins, y justo cuando la estaba haciendo lo llamaron de la comarca del Matarraña para que realizase una lectura y participase en un homenaje a Ángel Crespo. Juan Cobo Wilkins es un gran conocedor de Lorca, tanto que recita a la perfección los sonetos del “Amor oscuro”. Recitó varios:

Amor de mis entrañas, viva muerte,
en vano espero tu palabra escrita
y pienso, con la flor que se marchita,
que si vivo sin mí quiero perderte.


El aire es inmortal. La piedra inerte
ni conoce la sombra ni la evita.
Corazón interior no necesita
la miel helada que la luna vierte.


Pero yo te sufrí. Rasgué mis venas,
tigre y paloma, sobre tu cintura
en duelo de mordiscos y azucenas.


Llena pues de palabras mi locura
o déjame vivir en mi serena
noche del alma para siempre oscura.

SONETO GONGORINO EN QUE EL POETA
MANDA A SU AMOR UNA PALOMA.

Este pichón del Turia que te mando
de dulces ojos y de blanca pluma
sobre laurel de Grecia vierte y suma
llama lenta de amor do estoy parando.


Su cándida virtud, su cuello blando,
en limo doble de caliente espuma,
con un temblor de escarcha, perla y bruma
la ausencia de tu boca está marcando.


Pasa la mano sobre su blancura
y verás qué nevada melodía
esparce en copos sobre tu hermosura.


Así mi corazón de noche y día,
preso en la cárcel del amor oscura,
llora sin verte su melancolía.

 

Juan Cobo recitó algunos poemas de Lorca, recordó que había preparado un álbum fotográfico para Alianza Editorial y que era muy amigo de Amancio Prada y de Martirio, y que los había puesto a ambos en contacto, de ahí la participación de la cantante,  “Maribel”, en el disco que grabó de Rosalía con la Orquesta Sinfónica de Galicia. Y recordó que “Diván del Tamarit” es uno de sus libros favoritos de Lorca. Recitó una pieza. A mí es el que más me emociona.

En Calaceite, también estaba el realizador Jorge Meyer, un “free lance” que acaba de volver de Perú, donde ha rodado 70 horas sobre Sendero Luminoso. Trabaja con el operador de cámara Carlos Serrano y es un enamorado de los traductores y de algunos libros como “La Divina Comedia”. Vino a Calaceite atraído por la figura del traductor Ángel Crespo y por su titánica hazaña con la versión, en tercetos endecasílabos rimados, del libro de Dante.  Ahora busca una edición muy curiosa del siglo XIX, para sumar a su formidable colección de ediciones de Dante Alighieri. Me dijo que le había gustado mucho la edición de Círculo, con ilustraciones de Miquel Barceló en tres tomos de lujo. Me invitó a subir a una terraza, bajo un sol de primera hora de la tarde, con el objeto de hablar sobre el traductor, sobre el poeta, sobre Dante y Crespo, sobre Crespo y Ungaretti.

No es nada frecuente que un realizador de cine pida eso, que esté interesado por eso, y que lo grabe con auténtica delectación. Fue una cosa espontánea, que surgió a raíz de mi intervención. También era el fotógrafo del paseo por Calaceite (ante la Casa Moix, hizo varios retratos de grupo y otro de Pilar Gómez Bedate conmigo), igual que la hermosa compañera de Emilio Ruiz Barrachina. Regresé a Zaragoza a toda pastilla, en compañía de Franco Battiato, con la impresión de que había vivido una bonita e inesperada jornada y que, de alguna manera, seguía viajando mentalmente con Ángel Crespo, por un lugar donde lo hice antes, especialmente en 1993, cuando el autor de “La vida plural de Fernando Pessoa” dio una conferencia en el Museo de Teruel sobre Miguel Labordeta expresionista.

Me gusta viajar por Teruel. Soy un coleccionista infatigable de sus paisajes. Tengo muchos grabados en la retina con distintas paletas de luz y sueño.

P.D. Aún vi jugar un rato a Diego, con el San Gregorio C. Ganó por 8-2, había marcado un gol, había dado varias asistencias, y uno de los entrenadores me dijo: “Diego siempre marca las diferencias”. Jorge había jugado por la mañana, había empatado a uno con el Valdefierro y había jugado muy bien. Otro padre me dijo: “Qué gran partido se ha cascado ese pequeñín”. Si esto no es la felicidad,  hermano Orson Welles…


 

30/10/2005 02:25 Enlace permanente. sin tema Hay 3 comentarios.

"CINE, ARTE Y LITERATURA", EN CÓRDOBA. NOTAS DE VIAJE

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Cuando era joven descubrí a García Lorca y entre sus versos me quedé con él que decía “Córdoba, lejana y sola”, que era estudiado del derecho y del revés en un libro, “El autor y su obra”, coordinado por Ildefonso-Manuel Gil. Había estado en varias ocasiones –Sevilla, Granada, Almería, Málaga, Puerto de Santa María, Cádiz, y poco más…-, pero jamás había llegado a Córdoba, igual que aquel jinete trágico que se quedaría afuera, con un puñal o un disparo hundido en el centro del pecho. El escritor, presentador de televisión y coordinador del suplemento de letras del diario “Córdoba”, Antonio Rodríguez Jiménez, gracias a la sugerencia de Luis Alegre, me invitó al VIII Encuentro Literario “Cine, arte y literatura” de Pozoblanco, la localidad donde murió Paquirri. Allí, el gran Félix Romeo fue el incitador de asuntos y polémicas e historias en dos mesas redondas, una sobre “Las nuevas tendencias”, con Almudena Grandes, Manuel Martín Cuenca y Almudena Grandes, y otra con una de las sesiones predilectas del joven público universitario cordobés: el coloquio entre Rafael Azcona y José Luis García Sánchez, que va a llevar al cine, de nuevo, a Ramón María del Valle-Inclán; antes de empezar el rodaje ya ha sido víctima de una estafa.


         A mí me tocaba entrevistar a Jaime Chavarri, tras la conferencia de “La Pintura y el cine”, que dio José Luis Borau; tras el coloquio Azcona-Romeo-García Sánchez, y otro coloquio vespertino sobre “Cine, arte, poesía e intriga”, con Yolanda Castaño, Pedro Costa y Javier Tomeo, bajo la moderación del poeta y narrador y técnico cultural Alejandro López Andrada. En Madrid, ni salí de Atocha, no tenía tiempo para ir al Reina Sofía ni a la Central para ver a Martín López-Vega, pero sí para paladear un poco la estación con sus plantas, sus laberintos, el aire viciado de prisa, las últimas revistas. Desde hace algún tiempo sueño con hacer una revista literaria, y con mi hijo Daniel no hacemos más que darle vueltas. Sería una revista mensual de literatura, reportajes, entrevistas, y algo de arte. De Córdoba no vi casi nada, quería llegar a oír a Félix y sus invitados, pero se complicó todo un poco: no encontraba al taxista, y cuando lo encontré yo, quien no lo encontró fue el productor y director Pedro Costa, desesperado tras  veinte minutos de espera. Me encantó pasar cerca de Cerro Muriano, donde Capa tomó la foto de Federico Borrel, aquella instantánea que dio la vuelta al mundo y que aún ahora no se sabe si es verdad o mentira, puesta en escena o la muerte en directo. Le conté a Costa cosas  de Capa, de su novia Gerda Taro, de su muerte en Brunete bajo una tanqueta, y él habló del proyecto de “Las Trece Rosas”, en el cual está trabajando con Ignacio Martínez de Pisón para el realizador Emilio Martínez Lázaro. Esa historia de trece jóvenes de izquierda, salvo una que era de derechas, ha sido contada por Pedro Fonseca, Dulce Chacón, Jesús Ferrero, Rafael Torres y el propio Pisón en un bellísimo artículo en “El País”, centrado en Carmen Castro, hermana de Julio Alejandro, y María Sánchez Arbós.


         No llegamos a tiempo para oír a Félix. Comimos juntos,  pero tuvo que irse pronto. No sabía si habría alguna posibilidad de llegar a La Romareda. Por la tarde, Costa me recordó sus relaciones y contactos con Raúl Tartaj, me explicó su sentido publicitario, su gran inclinación al surrealismo baturro, sus colecciones de películas eróticas absolutamente insólitas. Luego conocí a Chávarri, asistí a la entrevista que le hizo Rodríguez Jiménez para Onda Mezquita y para su programa “Los Puentes de la Luz”, y salí a caminar un rato con el cineasta madrileño. Hablamos de todo: de los Panero, de “A un dios desconocido”, de “Las cosas del querer”, de Manuel Bandera, de la espléndida y radiante Ángela Molina, de su pasión por Buñuel y Renoir (especialmente el Renoir de “La gran ilusión” y “La regla del juego”; dijo que Buñuel y Renoir le habían enseñado algo más que cine: le habían cambiado la vida), de la clase de  Fanny Ardant, del “pésimo proyecto global” de “El año del diluvio”,  y hablamos de su nueva película sobre Camarón. Jaime Chávarri es un hombre de una gran cultura, inteligente y apasionado, que procede de una familia de derechas: sobrino de Constancia de la Mora, que publicó sus memorias en Gadir, la mujer que recibía a Hemingway, es hijo de Marutxi de la Mora, una mujer falangista que García Sánchez me había anunciado como novia de José Antonio, cosa que él desmintió. Chávarri la consideraba más hedillista que de José Antonio. En la charla,  Chávarri contó por qué le gustaba el primer Torrente o Tarantino, y defendió un cine que complete el espectador, un cine que huya de la obviedad. Dijo, además, que él no tenía una trayectoria, sino que sencillamente hacía películas, de géneros distintos y que eso era lo que le apasionaba. Elogió la Mezquita de Córdoba, dijo con absoluta sinceridad que no recordaba haber visto nunca nada tan impresionante, nada que le emocionase con tanta intensidad, y retrató así a Camarón: “Era un personaje que se movía en dos polos: el del más absoluto desamparo, el de la fragilidad, lejos de la escena. Cuando salía al escenario se transformaba y era una increíble fuerza de la naturaleza, un cantaor prodigioso”.


Había llegado Bernardo Atxaga, que tenía que hacer un bolo en un lugar de Córdoba y hubo de contestar a las preguntas constantes de una lectora de 80 años. Habían llegado también Puy y Montxo Armendáriz. De repente vi pasar a esa mole de sabiduría y de sensibilidad que es Miguel Picazo, autor de “La tía Tula”, que tiene muchos seguidores Córdoba, y de “Extramuros”. Chavarri y él no pararon de hablar durante toda la cena, con una pasión juvenil por el cine, por las actrices, por las películas, por la memoria. Picazo tiene algo de patriarca, de Papa del cine, de memorioso insondable que habla como si leyese un libro, del que apenas cambia ni los acentos. No hay dato que se le escape, ni personaje que le huya, no hay actriz a la que no atreva a definir de un modo diferente a otra: la elegancia de Aurora Bautista, la alegría profunda y la sabiduría de María Luisa Ponte, cuenta miles de detalles, hasta Mari Cruz Soriano, que fue elegida para una película de José Frade, que nunca hizo, apareció en la conversación. Y de Dolores del Río y de María Félix, "La Doña", ambas impresionantes. Y Victoria Vera: tanto Chávarri (que también conoció a la inolvidable Alida Valli, y a Sofía Loren, rotunda y sensual) como Picazo la describieron, la definieron, hicieron acopio de lucidez y sensualidad para retratarla. Picazo, entrevistado a la mañana siguiente por Enrique Ignaola, casado con una zaragozana muy simpática que veranea en Jaca y alrededores, dio una lección de cine, de vitalidad, de ironía, de sentido del humor que es extraordinario sobre todo cuando contaba “el rijo de los censores”. El gran Luis Alegre escribe de él con su embaucadora prosa en el bonito libro que le han dedicado en el Festival de Cine de Jaén, que dirige Ignaola, donde también le han publicado el guión original de “La tía tula”. Hubo un momento en que habló que había barajado la posibilidad de llevar a la pantalla grande el guión de “San Manuel Bueno, mártir”; tiene la versión de Julio Alejandro y Alfredo Castellón, que no se ajusta del todo a sus sueños, y seguramente, casi octogenario ya, no lo rodará.


Armendáriz recordó que la posibilidad de ir a los Oscar le ha dado una segunda vida a la película. A “Obaba”, ese territorio de fuego y de enigmáticos lagartos. Habló de Bárbara Lennie, que lo convenció desde el primer instante, de Pilar López de Ayala, siempre con entusiasmo, y definió un clima de complicidad y de entendimiento absoluto con Bernardo Atxaga. Presentados y dirigidos por Jesús Vigorra, el presentador de un programa de libros de Canal 2 de Andalucía, todo un héroe popular en Andalucía, clausurarían la jornada. Antes de eso, antes de la despedida, la noche se prolongó hasta las dos y media en un Café del Temple. Antonio Rodríguez Jiménez quería dormir: tenía que seguir haciendo entrevistas, grabando para la  tele, preparando los discursos de despedida. Y con todo eso aún tiene tiempo para escribir poemarios y novelas. Vine con uno de los últimos “Sagrados labios verdes” (Algaida), y con dos del escritor Alejandro López  Andrada, con quien hice especialmente buenas migas y con quien Atxaga intercambió la vida realista y mágica de la gente del campo: “La nieve en los espinos” (Algaida, 2004), una antología poética de su larga docena de poemarios, y “Los años de la niebla” (Algaida, 2005), un libro de tono lírico y memorialístico que explora e investiga en las vidas de los pastores de la posguerra, antes de que existiesen las alambradas.


Otra cosa especialmente bonita fue que regresé a Córdoba con Javier Tomeo. Nos llevó un joven conductor que tenía una novia, María del Pilar, que estaba embelesado con las ocurrencias de Tomeo. Antes de dejarnos en la estación, nos llevó de paseo por la ciudad bajo la lluvia, suave aún, y así fue como vimos Córdoba, lejana y sola, maravillosa, cruzada por el Guadalquivir, poderosa de monumentos y de fragancias árabes, mientras el autor de “Amado monstruo” contemplaba y se enamoraba de las bellas cordobesas rubias que andaban por la calle. Javier Tomeo es un ejemplo para los más jóvenes: cada cien metros descubre uno de los infinitos y fugaces amores de su vida.

*Foto de Dolores del Río,realizada por su gran amiga Tina Modotti.


30/10/2005 16:34 Enlace permanente. sin tema No hay comentarios. Comentar.

JAVIER TOMEO, VISTO POR ANNA OSWALDO CRUZ

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Javier Tomeo partió de Córdoba a Cádiz con su portátil bajo el brazo. Es un maravilloso y minimalista escritor de hotel.

30/10/2005 17:55 Enlace permanente. sin tema Hay 5 comentarios.

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