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JAVIER TORRES, EN EL "CIBERP@ÍS"*

aaajaviertorresfgarcia.jpgENTREVISTA-REPORTAJE Y FOTO DE FERNANDO GARCÍA MONGAY


JAVIER TORRES, "TELEFONÓLOGO"

Este trabajador autónomo tiene más de 50 móviles, está abonado a las tres operadoras y mensualmente le llega una factura de 240 euros



FERNANDO GARCÍA
De una bolsa saca un diminuto teclado y lo despliega sobre la mesa para conectarlo al teléfono. Es su última adquisición. "Ahora debo tener alrededor de 50 teléfonos. No los he comprado todos. Algunos me los regalan. El último comprado es un 6680 de Nokia. Estoy esperando a que saquen la serie N, porque los teléfonos llevarán disco duro y se podrán reproducir canciones en MP3 y hacer fotografías con una buena resolución y guardarlas en el teléfono", explica Javier Torres (Zaragoza, 1955), un aficionado a la telefonía móvil que da cursos en el zaragozano barrio de La Almozara sobre cómo usar mejor el móvil.

Torres es trabajador autónomo. Diariamente hace más de 300 kilómetros con su furgoneta, sin salir de Zaragoza. Lleva los libros de las imprentas a la empresa donde los encuadernan y los devuelve a los impresores cuando los pliegos están cosidos y les han puesto cubiertas. "Empecé a usar los móviles hace 12 años. El primero fue un moviline, que ocupaba como una maleta y costaba 450.000 pesetas. En mi trabajo es muy importante estar comunicado porque ahorras muchos viajes". Nunca lleva menos de tres móviles encima.

Trucos para el móvil

En 2001, un accidente le obligó a estar siete meses de baja laboral. "Como no podía salir de casa, empecé a utilizar el ordenador y a navegar por Internet. Hasta entonces no lo había empleado y no sabía cómo funcionaba". Comenzó a leer en los foros todo lo que aparecía sobre telefonía móvil. "Fui radioaficionado y siempre te queda el gusanillo de la tecnología. Me gusta conocer los trucos, los atajos del teléfono. Uno muy sencillo es emplear la combinación * N # (asterisco, N y cuadradillo) antes de mandar un mensaje. Así se sabe cuando el destinatario recibe el mensaje".

Escritor aficionado y lector empedernido, -"lee los libros que transporta y escribe los mensajes hasta con acentos", dice uno de sus amigos-, cuando escribe mensajes cortos (SMS) a jóvenes, opta por emplear su mismo lenguaje. "Me mimetizo", explica mientras sonríe. Si es una persona joven, empleo las "K". Pero si se trata de alguien de más edad, me gusta escribirle con mayúsculas".

Reconoce que en telefonía, lo más difícil es elegir la compañía y la tarifa. "Para mí, una tarifa barata es a seis céntimos el minuto". Emplea teléfonos de las tres compañías y así elige la tarifa que más le conviene en función de la franja horaria. Cada mes gasta alrededor de 240 euros en teléfono. "Estoy convencido de que pasaría de 500 si no estuviera pendiente de la compañía y la hora".

En la furgoneta también habla por teléfono. Ha instalado un aparato para no infringir las normas y hablar sin emplear las manos. "Bluetooth, por supuesto".

*Javier Torres (Zaragoza, 1955)es un descubrimiento de Mariano Gistaín, que ya ha vuelto con su columna, aunque él asegura que antes ya tenía vida y camioneta. Fernando García Mongay, director del Congreso de Periodismo Digital de Huesca y afecto a Josep Pla, publica hoy uno de sus estupendos reportajes en el "Ciberp@is" sobre este personaje tan particular, al que sólo cabe ponerle un reparo: es seguidor incondicional de Fernando Alonso, como su hijo Iván. Esta primavera, los chicos de Albarracín lo pusieron a prueba y le birlaron durante 17 minutos la sonrisa." Luego, hubo algo así como 400 minutos más de risas y seducción. Como no sé linkar, he podido copiar el texto aquí, aunque Mariano Gistaín ya lo tiene en su espléndida página. Qué bonitas fotos publica. Patricio Julve se ha puesto muy celoso de él.
01/09/2005 11:10 Enlace permanente. sin tema Hay 7 comentarios.

EVOCACIÓN DE ÁNGEL CRESPO DESDE CALACEITE

EL REFUGIO HECHIZADO DE LAS PALABRAS

Ángel Crespo y Pilar Gómez Bedate volvieron de Puerto Rico hacia 1987, tras 21 años de ausencia. Se instalaron en Barcelona en un piso más bien reducido. El poeta y traductor no soportaba tener sus libros, sus apuntes, sus infinitos papeles y sus obras de arte en cajas. Pronto le dijo a su mujer que su sueño era tener una espaciosa casa en un pueblo. Durante algún tiempo buscaron una residencia alternativa en algún lugar de Cataluña, pero no encontraron nada que les gustase lo suficiente. Por entonces, se presentó en su domicilio el poeta y traductor Didier Coste, que había vertido al francés algunos poemas de Crespo y que era profesor en California, pero además poseía una casa en Calaceite y era el director de la Fundación Noesis, donde había organizado ciclos literarios. Pilar Gómez Bedate, profesora de literatura y traductora de Mallarme, Primo Levi y Giovanni Boccacio, entre otros, se los encontró a los dos, a Ángel y a Didier, hablando muy amigablemente.

Didier le recordó al poeta manchego que había buena comunicación entre Barcelona y Calaceite, y le invitó a visitar el pueblo turolense. Agregó: “En Calaceite, hay casas buenas, vacías y en venta”. Pilar Gómez Bedate recuerda que en sus viajes en tren con su marido, éste comentaba cómo le gustaban los pueblos aragoneses, por su paisaje, por el color rojizo de sus tierras, por su aspecto antiguo, cuando no medieval. Didier, antes de marcharse, dijo que él conocía a un maestro de obras que podría hacer una buena restauración. “Nosotros añorábamos la vida en un pueblo. Ángel llegó a decirme que si no pasaba los últimos años de su vida en uno de ellos, se consideraría un fracasado”.

El hallazgo de un nuevo paraíso
Decidieron aceptar la invitación de Coste. Tomaron el autobús, y cuando vieron los pueblos del Matarraña y del Maestrazgo, comprobaron que “era la luz de nuestra tierra, el cielo, el aire más seco. Al principio, Calaceite nos pareció un pueblo de posguerra, pero luego nos encantó. Fuimos a la Fundación Noesis, y Didier Coste tenía una de esas animadas tertulias con gente del pueblo: albañiles, camareros, agricultores. Estaba muy enraizado en Calaceite. Vimos varias casas que nos gustaron, y acabamos eligiendo la primera, la más amplia. Consultamos con el maestro de obras, y la compramos”. Al poco tiempo, cosa que ignoraban entonces, descubrieron que allí había una auténtica colonia de amigos de Barcelona que tenía una segunda residencia en Calaceite: los pintores Romà Vallès, Rafols Casamada y su mujer Maria Girona, el escultor y pintor Fernando Navarro, el editor y poeta Antoni Mari...

El alcalde Fernando Latorre acogió muy bien a la pareja. Despejadas algunas incógnitas sobre los nuevos vecinos, los paisanos de Calaceite los recibieron con los brazos abiertos: les llevaban fruta y verdura. Ángel y Pilar se instalaron definitivamente hacia 1990: moraban allí, en la calle Enrufa, desde Semana Santa hasta finales de agosto, y buena parte del mes de diciembre. “A Ángel le encantaba vivir aquí. Salía a pasear por los campos de olivos, hablaba con los paisanos. En cierto modo, recuperamos nuestros veranos románticos de niños; los suyos de Ciudad Real, los míos de Zamora. Disfrutábamos con la nieve, con las nieblas. En cierto modo, en Calaceite encontramos un tiempo mítico. Ángel, que acababa de publicar su libro ‘Ocupación del fuego’, empezó a escribir de otro modo: su pasión por aquella naturaleza pasó a sus poemas. Aquí continuó traduciendo a Pessoa, a Joan Maragall, a los poetas italianos contemporáneos, empezó a redactar sus memorias, que interrumpió luego”.

La casa era lo suficientemente grande para que Pilar y Ángel tuviesen cada uno su despacho, y además cuartos para invitados. “Ángel decía siempre: ‘En los despachos, separados, y en la cama, juntos’. Cuando llevábamos algún tiempo allí, decidió arreglar el viejo palomar, que lo convirtió en otro estudio de verano. Decía que era su torre de inspiración. Allí escribía poemas, fumaba en una de sus pipas, miraba los mapas del mundo o los libros de su infancia que había ido recuperando y que siguen ahí”. Pilar, que es biógrafa de Stendhal y que alimenta en silencio los textos de la carpeta “Relatos en marcha”, define así a su marido, fallecido en 1995: “Ángel era una persona buenísima. No puedo decir lo contrario. Combinaba a la perfección la inteligencia y la ternura. Era divertido, ingenioso, poseía una socarronería de pueblo y a la vez el refinamiento de la gran cultura. Era un gran amigo de sus amigos y muy entusiasta. En él la vida era algo extraordinario: todo servía para algo. Además, era un hombre de percepciones muy seguras, que iluminaba la oscuridad con su punto de vista”.

Pilar Gómez Bedate nos abre su casa. La visitamos allí el bibliófilo Pepe Melero (autor de “Leer para contarlo”, un delicioso libro sobre libros e historias literarias y librescas), el fotógrafo Juan Carlos Arcos y yo. Nos muestra los estudios, la biblioteca (“su poeta preferido era Juan Ramón Jiménez, aunque admiraba mucho la parte esotérica de Pessoa”), la discoteca, los cuadros, como “la máquina de la poesía sin eñe” de Fernando Navarro, y fotografías que fueron acumulando durante 30 años largos de convivencia. “Cuando se murió Ángel en Barcelona, ocurrió algo muy curioso: nevó durante todo el viaje, algo infrecuente; fue como un milagro poético. Lo trajimos a Calaceite y lo enterramos, con nieve, en el cementerio del pueblo, al lado de soldados italianos que habían muerto aquí durante la Guerra Civil. Ángel había escrito: ‘Nieve, es el momento en que Dios nos habla’. Parecía un presagio”. Esta historia la recuerda con emoción y magia César Antonio Molina en su diario “Ver sin ser visto” (Península, 2002).

Parte de su mundo, de su correspondencia, de sus libros, de su vastísimo quehacer -como poeta y traductor, como experto en arte, como curioso insaciable- se expone estos días en el Museo Juan Cabré con el título “Ángel Crespo, con el tiempo, contra el tiempo”: primeras ediciones, cartas, fotografías íntimas y más sociales, libros de bibliofilia, objetos, pensamientos y versos, todo ello envuelto bajo la música predilecta del poeta manchego. El Gobierno de Aragón ha colaborado “con absoluta generosidad” en la muestra, que han producido el Círculo de Bellas Artes, la Fundación Jorge Guillén, la Comunidad de Castilla-La Mancha y el Instituto Cervantes. El legado de Ángel Crespo irá a parar a la Fundación Jorge Guillén, aunque a Pilar Gómez Bedate no le importaría colaborar en un proyecto de “Casa de las lenguas” con parte de sus fondos e incluso con la propia casa, con esta casa hechizada de las palabras.

LAS TERTULIAS DE LOS AUTORES DEL “BOOM”
En Aragón siempre ocurren cosas sorprendentes. Casi prodigiosas. Calaceite forma de parte de esas rarezas extraordinarias. No sólo es la cuna de Juan Cabré, Enrique Alcalá o Santiago Vidiella, sino que durante los años 70 fue uno de los territorios predilectos de los escritores latinoamericanos del “boom”. El foco de atracción inicial fue el profesor y traductor Didier Coste, que descubrió ese paraje ideal del Matarraña, y arrastró hacia él a José Donoso y su mujer María del Pilar Serrano. Coste traducía entonces “El obsceno pájaro de la noche” (1970) del novelista.

José Donoso compró en 1971 tres casas del siglo XV por 600 euros, 100.000 pesetas de las de entonces. Y tras él, del cual se dice que tenía “en préstamo” las llaves de las iglesias del entorno, fueron llegando García Márquez, Julio Cortázar, Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Jorge Edwards, Bryce Echenique, etc; más tarde, también llegaría el novelista y traductor chileno Mauricio Wacquez, que vivió en el pueblo hasta su muerte. Casi a la vez, visitaban Calaceite otros creadores como Luis Buñuel, Carlos Saura y Geraldine Chaplin, y varios miembros de la “gauche divine” barcelonesa como Carlos Barral, Rosa Regàs, Juan Benet, Juan Marsé o los hermanos Terenci y Ana María Moix. A la vez, atraídos por la fonda Alcalá, también acudían Néstor Luján, Juan Perucho o Álvaro Cunqueiro. Mi compañero de “Heraldo de Aragón”, Alfonso Zapater recordaba sus charlas con José Donoso y su mujer en su casa, y recordaba –igual que sucedía con Crespo- cómo se aislaba en el palomar que había convertido en despacho. Y otro compañero como Joaquín Aranda me ha dicho que Luis Buñuel, que conversó en muchas ocasiones en Calaceite con Donoso, quiso llevar al cine su novela “Lugar sin límites”, y que incluso llegó a hablar con Fraga o con alguno de sus ayudantes. Éste, o éstos, le dijeron que enviase el guión y Buñuel remitió la novela. Donoso, entonces, se sentía un poco marginado de lo que se llamaba la primera fila del “boom”.

A finales de los 80, se instalaron otros intelectuales como el editor Gustavo Gili, el diseñador Yves Zimmerman, el poeta Antoni Marí, la periodista Elsa Arana, la escritora Natacha Seseña, autora de “Las mujeres de Goya”, el poeta y editor Alex Susana, o artistas como Rafols-Casamada, María Girona, Romà Vallés o Fernando Navarro, entre otros. Y Ángel Crespo y Pilar Gómez Bedate.

A la sombra de esta ebullición de estos intelectuales, la Fundación Noesis organizó ciclos y encuentros literarios que tuvieron una importante repercusión. Noesis interrumpió sus actividades tras la muerte de una joven rumana, llamada Otilia, un hecho que conmocionó Calaceite y que nunca se aclaró del todo. Este año, el madrileño Emilio Ruiz Barrachina publicó el libro “Tinta y piedra. Calaceite. El pueblo donde convivieron los autores del Boom” (Imagine, 2005), donde documenta un viaje de cinco días de la mano de Rosa Doménech, concejala del ayuntamiento de Calaceite, y de su marido, el cartero Joaquín Gimeno. Barrachina incorpora a su libro un dvd.

PERFIL DE ÁNGEL CRESPO
No es fácil hallar en la cultura española a un personaje de la talla de Ángel Crespo (en la foto, en Calaceite). Círculo de Lectores acaba de publicar el libro “La realidad entera. Antología poética (1949-1995)”, donde se recoge su importante lírica, iluminada por el simbolismo y la huella de Juan Ramón Jiménez, Pessoa y Ungaretti, que busca siempre la identidad más íntima del hombre y del poeta. Este volumen se publicará en Calaceite en el otoño. Ángel Crespo fue biógrafo de Fernando Pessoa, traductor insuperable del “Cancionero” de Petrarca (por su versión rimada recibió el Premio Nacional de Traducción en 1984) y de “La Divina Comedia” de Dante, de Guimaraes Rosa o de Cesare Pavese, entre otros. Estudió el aragonés, escribió con pasión sobre Miguel Labordeta como poeta expresionista (más que surrealista o social), publicó en Olifante y Puyal, y fue amigo de muchos poetas aragoneses. Al final de sus días, como había soñado alguna vez, se reencontró a sí mismo y a su edén en Aragón.
02/09/2005 22:14 Enlace permanente. sin tema Hay 5 comentarios.

DOS POEMAS EN PROSA

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¿Qué se te había perdido a ti aquí, en esta ciudad donde el cierzo golpea el terciopelo de los ojos? Llegaste con el alba y sin maletas. La estación era como un gran animal desvelado, como una guarida de moribundos. Los viste, uno a uno, sobre los sacos de dormir: pugnaban en los rincones con un sueño imposible y tres noches sin ducha. Las luces se alzaron más allá de los túneles y las máquinas piafaban con lamentos de metal. Recuerda, ¿qué llevabas encima? Entonces leías lo justo y soñabas con las palabras. Entrecerrabas los ojos e imaginabas versos que no ibas a escribir. Allá, junto al mar, habías dejado a Valentina, aquella mujer que te enseñaba los pechos, el ombligo y su oloroso pubis, y te decía: “Cómeme el corazón y no te atragantes”. Aquí te esperaba ella. Pero no era para ti, aunque llegaste a creer lo contrario: te gustó verla caminar, tararear canciones, contar historias sin parar mientras el mundo esclarecía sus sombras. En la cocina de su casa, puso “Al final de este viaje” y te dijo: “¡Si supieras como te he buscado en cada canción mientras llegabas!”. Os habíais hecho amantes por carta. Ahí, en la piel del papel, eras infalible. Cuando os disteis el primer beso tranquilo y le volcaste en el oído un poema que habías escrito para ella, te advirtió: “Mi corazón no sólo te pertenece a ti”.

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Primer encuentro, desengaño inmediato. ¿Te atreverías a luchar con alguien, cuyo nombre desconocías, cuyo rostro no querías ver, por ella? Pensaste: estoy demasiado lejos de mi mar y sus orillas de refugio. Os veías todos los días, a mediatarde; os buscabais entre los autobuses en la plaza de todas las citas y de todos los adioses. Te debatías en una batalla mental con un fantasma. Intentabas aliviar tu espera absorbiendo la ciudad y sus ofrendas: visitabas el Casino Mercantil y oías a los rapsodas; buscabas la intimidad del ángelus en la Basílica y cantabas entre las columnas, bajo las cúpulas de Goya; te asomabas al Ebro y empezabas a verlo como el caudaloso río que te había negado la infancia, un río con labios de mar. Durante el paseo, parecía que ibas a lograr tu objetivo: hundirle tu risa y el olor de tu piel hasta el fondo de su sangre, encerrar su cuerpo menudo entre tu desesperación bajo la flor blanca de las magnolias. Ya habías descubierto el Jardín de Invierno, el Parque Grande y el Rincón de Goya: qué bien se besa en la pradera que se desliza inclinada hacia el sucio río Huerva, qué diferidas tardes de pasión imposible. Pero no tardaste en declararte perdedor. Lo dejamos así, si tú no hubieras existido no habría dejado el mar y sus riberas, y te agradezco esta forma de exilio, le dijiste. Huías, de nuevo, como un forajido en tierra extraña. Sin saberlo, acababas de descubrir que el desamor era el primer laboratorio de destierros.

PD. Esta foto es de Clarice Lispector (1920-1977), con su belleza lejana.
05/09/2005 13:45 Enlace permanente. sin tema Hay 6 comentarios.

NOTICIA DEL ESCRITOR PASCUAL ESTRADA AZNAR

fuendejalon.jpgPascual Estrada Aznar era un completo desconocido entre nosotros. En España, en Aragón o en Zaragoza. Sabían de su existencia en Fuendejalón, donde pasó imborrables periodos en su niñez, sus familiares (su hermana Maribel, su primo José Aranda Aznar, su vieja amiga Naty Casanova, a quien le enviaba sus escasos libros dedicados y nos puso en contacto con su figura), pero su biografía y su trayectoria literaria han pasado inadvertidas entre nosotros. Incluso un viaje por Internet apenas revela datos de Estrada Aznar, a pesar de que publicó dos libros en Monte Avila y era asiduo colaborador de “El diario de Caracas”, donde inició una autobiografía que interrumpió, y “El magazine español”, en el cual entre 1997 y 1998 redactó unas memorias de todo un poco: de su condición de escritor, de su trabajo de impresor, de su éxodo en 1955, de su pasión por el lenguaje. Cuando lleva varias entregas de artículos, narra la vida de un joven Galter, nacido en Zaragoza, recriado en Madrid y finalmente emigrado a Venezuela, a Caracas, adonde se había ido su padre. Está claro que este Galter, Galtercico a veces, es algo más que un “alter ego”: es el propio Pascual Estrada que llevaba el puñal de la soledad y del desamor en el centro del pecho.

Pascual Estrada nació en Zaragoza en 1932. Se sentía afín con aquellos que decían y asumían: “Cuanto más de su aldea, más del mundo”. Cuanto más de Zaragoza y sus callejas, del entorno del Pilar (presumía de recordar al carnicero, al bodeguero, a los seres inadvertidos), más de Venezuela, del universo, de la antigua Grecia, que tanto le gustaba. En uno de sus textos, dice: “Querría tener dinero como para vivir seis meses en Aragón y seis en Caracas”. Esta frase establece el costal de su perpetua contradicción. José Aranda, a quien admiraba como escritor Pascual (hasta tal punto que glosó sus libros en Caracas), dice que su primo era “un hombre desdoblado, inclinado a la soledad e incapaz de venderse. Echaba mucho de menos Aragón. Tenía vocación y a ella se debía. Fue desinteresado y desprendido, estúpido, en el buen sentido del término, quiero decir que se sentía reconfortado como escritor. La palabra era su terapia. Los libros jamás le dieron ningún dinero”. Esa escisión se revela, desde muy pronto, en pequeños detalles: cuenta que sentía nostalgia de las migas aragonesas y que salía a comprar “pan duro y sebo de cordero en Caracas” para hacerlas. Pero los motivos de ese extrañamiento esencial –Pascual perseguía el enigma de su propia identidad mediante el lenguaje- son más abundantes: los recuerdos de su infancia, los paseos por la ciudad, el Ebro, Goya, una atmósfera concreta, los ponientes entre las viñas en Fuendejalón y un amor que le perturbó durante muchos años. A esta herida sentimental le dedicó varios artículos y describe la belleza y el sentido de la libertad de su amada que llevaba escrito en el jersey la palabra N.

Debió ser un niño peculiar, abrazado a los libros en su “pequeña mesa de pino”. Era hijo de un militar que volvió pronto de la Guerra Civil y el ambiente familiar era “conservador y muy religioso”. Quizá por ello, entre otras razones, dijo: “Soy un desclasado”, y agregó que se sentía hermano de los trotamundos Eneas y Odiseo. Estudió en Maristas y desde muy joven debió experimentar la fascinación por la escritura. Escribió en “El magazine español”: “El lenguaje es el juego –dramático juego- que a mí me atrae. Soy, además, verbalista o verbófilo”. Y agregó en otro lugar: “El ejercicio regocijante, ingenuo, con los instrumentos a mi mano, juntar palabras, ordenarlas, estructurarlas, relacionarlas... Era una fiesta. (...) Mi afición más destacada es la lectura-escritura y coincide con la práctica de mi trabajo cotidiano”.

Nos hemos adelantado a su futuro oficio: será impresor. Ya en Madrid, como adolescente, estudió en Maristas. De vez en cuando regresaba a Zaragoza o Fuendejalón y se sentía fascinado por la sabiduría popular de su tío Emiliano Gómez Aznar, que se dedicaba al cuidado de árboles, pero además afilaba y contaba historias maravillosas. De aquel paisaje iba a recordar para siempre los vientos helados, la ondulación de las viñas, los hielos, los celajes. Y quizá sus primeros amores. Pronto, viviría uno de los episodios amorosos que le perseguirían, durante casi toda la vida, como “un fantasma en el aire y en el alma”. De vez en cuando, retrata el clima que se vivía en su casa y dice que “no se podían oír emisoras rojas”. Él, al margen de la poesía, quiso ser maestro, pero se encontró con la oposición familiar. Debieron sugerirle que “un Estrada debería ser otra cosa que maestro muerto de hambre en una aldea”, y le encauzaron hacia el Derecho. “Aunque pronto se sintió agobiado y acabó marchándose”, dice José Aranda. Él mismo anuncia que aquella vida no era la suya y aprovechó, si seguimos su biografía, que su padre había desaparecido en el Caribe para seguir sus pasos. Embarcó en Barcelona en 1955, pero llevaba un compromiso de matrimonio con la que iba a ser su primera esposa: María del Rosario. Su progenitor debió de ir a buscarle con un Pontiac azul oscuro y le ayudó al principio, en otras cosas a conseguir su primera casa. María del Rosario, al cabo de un mes, le recordó sus palabras y viajó a su lado. Le daría dos hijos. De un posterior matrimonio, Pascual tendría otros dos.

En Caracas hizo de todo: dio clases, debido a su buena formación humanística, en el colegio Jesús Obrero de los Frailes de Catia; fue vendedor de máquinas de contabilidad y al final logró un puesto en un banco. Intuyó que podía ser simpático con los clientes y entró a solicitar un empleo con éxito. El trabajo le duró un tiempo (confiesa: “Vivía sin poder sentarme en paz”), hasta que se cruzó con el señor Mas y Mas que le enseñó los secretos de la linotipia y la composición, que iba a ser su oficio definitivo. La literatura, los libros y el conocimiento serían el norte que le guiasen. Asentado, aunque viviendo con más estrechez que opulencia ( “carecía de un auténtico sentido práctico”, afirma José Aranda), empezó a desarrollar su obra literaria compuesta por cinco libros: “Pie en el barro” (Editores Mexicanos Unidos, 1963), de poesía; y cuatro volúmenes de narrativa: el experimental “Parvum Speculum”, que contiene un modesto ejercicio tipográfico suyo, una alianza entre texto y disposición gráfica; “Rostro desvanecido memoria” (E. Expediente, Caracas, 1973), que refleja un claro eco de Samuel Beckett; “Orión en el Meridiano” (Monte Ávila, Caracas, 1975), volumen que José Aranda considera el mejor de los suyos o “el que más me gusta a mí”; y “Regreso a Ítaca” (Monte Ávila, Caracas, 1979). Pero además ha dejado otros textos inéditos: reflexiones, juegos lingüísticos, poemas sueltos, fragmentos de memorias o de autobiografía, como los que venimos glosando. Frecuentó los periódicos, tuvo amistades importantes como Rómulo Gállegos, “del que hablaba con admiración”, García Bacca y el ministro de Educación José Ramón Medina, “con quien tuvo una relación muy directa. Le pulía los discursos. Se los pasaba en bruto y le decía: ‘Métele pluma’. Hizo de negro”, recuerda José Aranda.

Regresó varias veces a Aragón. En algunos de sus textos recuerda al director de orquesta Dimitri Berberoff, con sus cabellos al viento y su agitada batuta en el Teatro Principal. Alaba a Goya, La Aljafería, Los Bañales, a Ramón y Cajal, pero no es capaz de sentirse feliz. Escribe: “Volvía a Zaragoza a llorar”. Lágrimas heladas. Falleció en 2001 y nunca, a pesar de que recompuso su existencia, de que dejó hijos a los que adoraba, tuvo la sensación de tener un lugar en el mundo ni en la literatura. Además, e insistimos en ello porque él lo hace, una y otra vez “el fantasma antiguo de la muchacha de la N en el pecho surgía porfiado en ensoñaciones”.
05/09/2005 12:41 Enlace permanente. sin tema Hay 5 comentarios.

LA POESÍA, LOS POETAS Y PACO IBÁÑEZ EN VERUELA

PACO.jpgPaco Ibáñez encendió la llama de la emoción en la iglesia de Santa María de Veruela el pasado sábado 3 de septiembre y fue un colofón indescriptible y vibrante del IV Festival Internacional de Poesía Moncayo. Sobrio, de negro, justo de voz pero pletórico de entusiasmo y de utopía, Paco Ibáñez evidenció que no canta exactamente con la garganta: “La canción me sale del fondo del pecho”. La gente, 2.205 personas según la organización, lo escuchó en silencio o cantó con él canciones como “Andaluces de Jaén” de Miguel Hernández, “El Lobito bueno” de José Agustín Goytisolo o “Como tú” de León Felipe, aunque los momentos más entusiastas, ese instante inefable en que el temblor colectivo puede mascarse o cortarse en rebanadas como el pan, se produjeron con “Soldadito boliviano” de Nicolás Guillén, “Palabras para Julia” de Goytisolo y “La poesía es un arma cargada de futuro” de Gabriel Celaya.

La actuación de Paco Ibáñez -ese hombre que “ha hecho más por la poesía que los propios poetas”, tal como dijo Ángel Guinda, que pidió el premio Príncipe de Asturias para el cantautor, que declaró de nuevo su inmensa admiración por Georges Brassens- fue el broche a un diálogo de pueblos, lenguas, poetas, tendencias y palabras esenciales, que se sirvió entre la guitarra clásica de Javier Lizalde, el violín y el piano, la canción de autor de Zángano, el trapecio de Emma Luna (que deslumbró por completo a César Antonio Molina, director del Instituto Cervantes, que ya la ha contratado para una actuación en el extranjero), el hip hop de Puskas de Logroño y la guitarra de Luigi Maraez. En Veruela, donde Bécquer escribió sus “Cartas desde mi celda”, se oyeron a jóvenes poetas de diversos lugares como Paolo Álvarez Correyero, que sólo leyó un texto y dejó al público estremecido; Roxana Popelka, irónica y de un feminismo divertido, alterna la lírica con la actividad artística; Rosario de la Varga, de gran pujanza; un magnífico Kirmen Uribe, que recordó a la escritora Clarece Lispector; el poeta del rock y de los registros multimedia, Octavio Gómez Milián; Chusé Raúl Usón, que mostró la calidad y la inspiración de su lírica en aragonés; Xaviel Vilarejo uno de los jóvenes vates asturianos de ahora; el premio Nacional de Literatura Carlos Marzal, un tipo de una calidad humana increíble, hondo y tradicional a la vez, cada vez menos cañí; Miriam Reyes, que sigue triunfando allá donde va con su sensualidad desposada con la tierra y un sentir con desgarros; un solvente Rui Teixeira…. También recitaron autores que se asoman a la madurez inicial: el siempre carismático Ángel Guinda, que puso una nota dramática y otra de ironía con el arte de hacer versos; el siempre cuidadoso y turbador Kepa Murúa; Joaquín Sánchez Vallés, que leyó un segundo poema tremendo acerca de un familiar próximo que era ejecutor de los “rojos”; César Antonio Molina, que acaba de publicar “El mar de las ánforas” y repasó su épica del viaje; la colombiana educada en Nueva York, Anabel Torres, autor de “En un abrir y cerrar de hojas” (Prames, 2001); Miguel Ángel Marín Uriol, que presentaba un nuevo homenaje de amor a su musa Inma en el tercer año de su pasión que se acrecienta; Emilio Pedro Gómez, ese matemático de Astorga, afincado entre nosotros y aficionado a la exactitud del haiku, que recordó a su madre y que tiene un libro que se titula “La nieve horizontal de los vilanos”; Leopoldo Alas, que debutó como poeta en Olifante asomándose a “Los palcos”; el catalán Marià López o el veterano poeta y artista Ginés Liébana. Y entre los extranjeros, recitaron Nina Malinovski, Alime Hüma, José Rui Teixeira, Antonio Sagredo, etc. A todos ellos los acompañaron distintos rapsodas, sobre todo mujeres: Pilar Peris, Mercedes Ventura, Asun Nogueras, la citada Inma… O Luisa Gómez Gascón, que acaba de terminar un nuevo libro sobre el Moncayo y que aparecerá en breve con un prólogo de Ángel Guinda. Vimos por allí también a Mercedes Corral, nueva directora de La Casa del Traductor de Tarazona, ojos azules de un mar terso y lejano. Carla Giampaolo, melenas al viento sagrado del recinto y delicadeza en el sentir, integrante de Karlosycarla, casi una historia de amor, realizó una presentación lírica muy bella y elaborada que yo compartí con mucho gusto.

Se rindió homenaje a Miguel Cervantes, cuya “Poesía” completa ha publicado Olifante –la edición es de Alberto Blecua, las notas de Pérez Lasheras, hay dos textos de Luis Alberto de Cuenca y de José Jiménez Lozano, el motivo gráfico es de Vicente Pascual Rodrigo-, y Manuel Martínez Forega leyó un soneto suyo en castellano, y luego distintos poetas hicieron una versión en su lengua respectiva: italiano, portugués, catalán, asturiano, vasco, inglés. Molina dijo que “este libro de Olifante debe ser nuestra edición canónica de la poesía de Cervantes, como la del Quijote, dirigida por Francisco Rico, es la canónica de este año y de nuestra institución”. Trinidad Ruiz-Marcellán hizo balance: “Todo ha resultado maravilloso, y la gente se ha ido encantada. Yo creo que hemos conseguido que estos pequeños pueblos hagan universo, es decir, que somos universales desde lo más pequeño. Una señora de Trasmoz me dijo: ‘Todo lo que he oído me llegaba al alma’. Esa es la mejor definición. Ha sido un certamen con mucha participación, con voces muy interesantes y muy plural”.

Trinidad Ruiz-Marcellán y Marcelo Reyes se atreven a difundir la poesía sin complejos. Paco Ibáñez, que se quedó el domingo en su casa de Litago, les dio la razón: recordó que la poesía se necesita ahora más que nunca.

El V Festival Internacional de Poesía Moncayo podría estar dedicado a la inmigración y su vasto mundo de mestizajes.
05/09/2005 00:11 Enlace permanente. sin tema Hay 2 comentarios.

PACO IBÁÑEZ, ETERNO Y AHORA*

pacoibanez.jpgMás de dos mil personas asistieron este fin de semana al concierto de Paco Ibáñez en el Monasterio de Veruela (Zaragoza) que clausuró el IV Festival Internacional de Poesía Moncayo dedicado, este año, a la poesía de Cervantes. Durante dos horas nuestro juglar atravesó de emoción al auditorio con su alma en la voz, en los ojos y en la exquisita guitarra de sus manos. Desde la verdad y sencillez de su mundo interior contra la pobreza, complejidad y farsa del mundo exterior. El esplendor de su genio idealista contra las ruinas de la realidad.

Paco Ibáñez supo siempre que la poesía es palabra de música. Fiel a este principio presta su música lectora y su personalísimo cantar (cada vez más profundo) al mensaje de los grandes poetas en lengua castellana.

Su talento y sensibilidad han conseguido hacer vida la palabra, hacer palabra la vida. Sus recitales son una concelebración de los sentimientos universales del ser humano con un auditorio enfervorizado. Un acto de encantamiento y moralidad.

Paco Ibáñez canta los poemas con la exaltación del silencio interior. Su voz es el grave susurro de la meditación, el grito contenido de la denuncia, la alianza de la ironía con la ternura y la rebelión. Su estética es la constatación de esa becqueriana ansia perpetua de algo mejor hasta convertir su obra en una propuesta de libertad, amor y dignidad contra la injusticia, la violencia y el horror en la tierra. Eterno y ahora.

ÁNGEL GUINDA


*La editora Trinidad Ruiz-Marcellán ha pedido a uno de sus poetas de cabecera, Ángel Guinda, un texto sobre la tarde-noche del sábado, cuando Paco Ibáñez encandiló a media voz, pero exacto el timbre del alma. Y aquí coloco el artículo. Ángel Guinda es autor de numerosos poemarios: "Vida Ávida", "Claustro", "Conocimiento del medio" o "Biografía de la muerte".
05/09/2005 18:25 Enlace permanente. sin tema Hay 3 comentarios.

DOS POEMAS DE ÁNGEL GUINDA*

guinda.jpgNO

Soy un claro interior, el porvenir
de una puerta que siempre está atrancada.
La trampa de vivir y ver morir.

Contra la destrucción de la conciencia
bramo, reviento, clavo en Dios los codos.
Soy un zarpazo roto de paciencia.

Una luz que, arañando los escombros,
borra la niebla y sigue hacia adelante.
Un hombre con la sombra hasta los hombros.

Como hambre y bebo sed con todos
los condenados a escarbar la nada.
Esto no es un poema, es un desplante.

Profundamente grito un no rotundo.
Yo no quiero vivir en este mundo.

CAJAS

Lo diría una indígena y tendría razón.
“Ustedes tienen la vida organizada en cajas.
Nacen y les dejan en una cajita,
su casa es una caja, y las habitaciones
son cajas más pequeñas.
Suben a la casa en una caja,
bajan a la calle en una caja.
Viajan en una caja.
Duermen y hacen el amor sobre una caja.
A través de una caja ven el mundo.
Cambian de casa: lo meten todo en cajas.
Y cuando mueren
les introducen también en una caja.
Los Bancos y las Cajas tienen caja,
los establecimientos tienen y hacen caja.”
Todo está hecho para que encajemos.
Nos encajan la vida.
Algunos no encajamos, y nos desencajamos.

*Ángel Guinda (Zaragoza, 1948) leyó estos dos poemas en el monasterio de Veruela el pasado sábado. Aquellos que frecuentan esta página, ya saben que me gusta mucho incorporar textos ajenos.
05/09/2005 18:33 Enlace permanente. sin tema Hay 25 comentarios.

LOS ALQUIMISTAS DE LO PRIMITIVO*

Barro, agua, fuego y la mano del hombre. La cerámica es tan antigua como el mundo. El escritor José Saramago eligió a un alfarero en su novela “La caverna” para vincularlo directamente con el enigma de la creación, del misterio y de la filosofía misma. Algo que también solía hacer el escultor Pablo Serrano, que lo emparentaba con el labrador y el panadero: son los alquimistas de lo primitivo. La cerámica cuenta con una larga tradición en Aragón, y algunos de sus focos son especialmente importantes. Muel es quizá el paradigma más llamativo: allí se instaló una cultura milenaria de la arcilla que alcanzó su apogeo con los mudéjares, hasta que desaparecieron en el siglo XVII con la expulsión de los moriscos en 1610. Hasta entonces se cocían “platos, platillos, escudillas, conquillas y jarros para dar aguamanos”. Esa tradición fue recogida y alimentada por los cristianos y se prolongó hasta la posguerra del siglo XX.

Poco después ocurrieron dos hechos muy significativos: la Diputación de Zaragoza abrió la Escuela Taller de Cerámica de Muel, cuyo objetivo era desempolvar la estética mudéjar, el impacto del azul cobalto, la apariencia sutil del cristal, la belleza depurada de las piezas del pretérito. Y algo más tarde, impulsados por el afán y el azar, un puñado de ceramistas decidía establecerse a orillas de aquel río Huerva casi legendario. Venían para quedarse, para afirmarse en aquella atmósfera de trabajo y sigilosa gesta, venían con la idea y la voluntad de transformar la cerámica que ya había desarrollado una orientación contemporánea, muy imaginativa y libre, en la obra de Llorenç Artigas, Pablo Picasso o Joan Miró, entre otros.

Los nombres de los recién llegados eran Javier Fanlo, Montserrat y Esther Mazas, Joaquín Vidal y Rafael Guzmán, e iban a formar un colectivo, “La Huerva”, que operaba en una doble dirección: la recuperación de la artesanía del pasado, la búsqueda de nuevos caminos desde la certeza de que la cerámica es un territorio de infinitas posibilidades, un campo de investigación, de emoción y de sutileza, un lugar a la lumbre de manufactura y de invención. Con algunos de estos alfareros, se afirmarían en Muel Juan Antonio Jiménez, los hermanos Rubio, Pilar Bazán, María Dolores Pina y Amado Lara. Pasada esa suerte de Edad de Oro de la cerámica contemporánea, que coincidió con los domingos de la Plaza de San Felipe de Zaragoza y con las primeras ferias a finales de los 80 y principios de los 90, cada taller ha ido desplegando un modo de vida, un estilo, una línea de investigación, sin perder nunca de vista la tradición. Todos, a su manera, analizaban el color, los materiales, la cocción, las formas, los óxidos, el efecto de los humos, la energía visual de los esmaltes… Muel volvía a ser como un gran obrador hacia el mundo con las exigencias de un arte que asume y desafía el fin de siglo.

Javier Fanlo, bajo la denominación de “La Huerva”, utiliza la técnica del pellizco, ciertos tonos del negro y usa el engobe. Además, él, que es un apasionado de la arqueología (descubrió el Cabezo de la Cruz), se ha volcado en el estudio de las técnicas y los materiales, anteriores a la irrupción del torno, de la Edad del Hierro y del Bronce. Le gustan las evocaciones históricas y las resuelve con refinamiento, delicadeza y lirismo. Juan Antonio Jiménez ha defendido siempre el uso del torno. Su obra es muy variada y extensa. Se mueve a la perfección en la cerámica tradicional y en la creativa. Jamás ha querido adocenarse: lo mismo ha rendido homenaje a Pablo Picasso, en bellos tonos azules, que crea objetos y piezas únicas, dominados por el brillo, las veladuras del humo, los engobes, o la incorporación de arena y pasta de papel. Los hermanos Rubio son claramente depositarios de la tradición, defienden la utilidad, la hermosura sin estridencias de un quehacer consolidado, el peso de la historia de Muel, que con tanta exhaustividad planteó María Isabel Álvaro Zamora en su libro “Cerámica Aragonesa” (Ibercaja, 2003).

Pilar Bazán alterna la cerámica tradicional con innovadoras obras únicas, sobre todo vasijas y platos, que rinden homenaje a los pueblos y ecos celtiberos: filigranas, seres, elementos de ornamentación y los vocabularios de signos impregnan sus figuras. María Dolores Pina se ha inclinado claramente hacia una labor tradicional, que se centra en modelos clásicos de utilidad inmediata y una gran fuerza decorativa. Amado Lara ha evolucionado mucho en los últimos tiempos. La cerámica contemporánea ha pasado por muchos estadios en Aragón; uno de ellos, acaso de los más evidentes, fue el periodo arquitectónico. Amado Lara podría estar renovando esta línea de creación con sus piezas de gran formato, auténticas construcciones arquitectónicas o mecanos de arcilla ensamblados con hierro; le interesa mucho la geometría, el color, la armonía, la combinación de piezas, y hay a menudo un rigor mudéjar en su sentido del orden y de la plasticidad.

El fotógrafo Antonio Ceruelo ha visitado los talleres de los ceramistas. Es tal la fuerza de los obradores, la plasticidad de las piezas en las estanterías, el poder de esa obra en marcha en barro, es tal la evocación de este diálogo de la luz y la sombra con la tierra transformada que estas instantáneas rezuman hechizo, sentido de la laboriosidad, creación. Son el refugio y el centro de operaciones del brujo en su caverna. Ceruelo ha atrapado un mundo fascinante donde se logra el milagro de convertir el agua, el barro y el fuego en algo indeleble, en memoria de la vida que nos conecta con nuestros antepasados y con el porvenir que soñamos.

*Texto, escrito hoy, para un catálogo de la tradición cerámica de Muel asumida por seis talleres actuales, los aquí citados. La muestra se expondrá próximamente en la Escuela Taller de Cerámica de Muel que dirige Luis Navarro. El texto, gentilmente, me lo han pedido Teresa Tomás y Alberto Carasol.
06/09/2005 21:40 Enlace permanente. sin tema Hay 4 comentarios.

LAS BANDAS SONORAS DE LA VIDA

ET.jpgENTREVISTA CON JAVIER CÁMARA (MADRID, 1967),
COMPOSITOR DE BANDAS SONORAS PARA EL CINE.

-IMPARTE DESDE HOY, EN EL JA JA FESTIVAL, UN TALLER SOBRE "LA MÚSICA EN EL CINE"

-¿Cuál es la importancia de la banda sonora?
-Es decisiva. La utilizamos para potenciar los momentos narrativos, el montaje u otros aspectos de las películas. También ayuda a matizar momentos sutiles o los sentimientos, y a veces ilumina cosas que no son evidentes.

-¿Es un arte de encargo?
-Lo es, quien manda en una película es el director. A veces tienes que cambiar cosas, adaptarte a sus ideas. Pero aún así, dentro de un cierto límite, se puede ser libre.

-Uno oye a Nino Rota y parece que haya tenido gran libertad.
-Desde luego. Nino Rota ha sido uno de los exponentes de las bandas sonoras líricas y melancólicas. O John Williams, que es un caso especialmente poderoso. Gracias a él, se han despertado muchas vocaciones. No se puede imaginar la cantidad de fans que tiene.

-La relación entre Spielberg y Williams parece la ideal, ¿no?
-A Williams, en buena parte, le debemos la popularidad del compositor de banda sonora. El compositor debe tener una formación integral. Williams, además, tiene mucho talento y muchas ideas.

-Pónganos un ejemplo donde la película, la narrativa, la interpretación y la historia se acomoden perfectamente con la banda sonora.
-“ET, el extraterrestre” de Steven Spielberg. Williams no lograba meter la música, con la sincronización adecuada, en tantas imágenes y tan intensas del final. Los músicos trabajamos desde el momento en que está montada definitivamente la película. Pero Spielberg, decidió montar de nuevo su final para que se adaptase mejor a la gran sinfonía de Williams. Y quedó soberbia. Y también me parece magnífica la banda sonora de Barrie de “Memorias de África”: lo envuelve todo. Y la de “La misión” de Ennio Morricone ocurre algo maravilloso: funciona tan bien en disco como en la propia película.

-Hablemos de músicos españoles. Pienso en José Nieto o Alberto Iglesias.
-Son dos maneras muy diferentes de trabajar. José Nieto es el gran maestro de una generación anterior, que incluso ha teorizado mucho, y que incorpora elementos de la gran industria. Fue el primer en introducir los conceptos modernos de la banda sonora.

-¿Alberto Iglesias?
-No es sólo un compositor de bandas sonoras. Hace muchas cosas y ha tenido la gran suerte de trabajar con Pedro Almodóvar y Julio Medem, gente muy buena y con éxito. Es muy importante para el conocimiento de las bandas sonoras el destino comercial de las películas. Pero para mí el mejor compositor español de bandas sonoras es Roque Baños, que ha estado dos años en Estados Unidos y ha firmado obras como “Goya en Burdeos” de Saura, “El corazón del guerrero” de Daniel Monzón y “Segunda piel” de Gerardo Vega. Su trabajo es increíble.

-¿Y Javier Cámara?
-Yo me muevo en lo que llamo música sinfónico-orquestal, utilizo música electrónica de base, trabajo con ordenadores, que ahora ya ofrece resultados impresionantes, o directamente con músicos. Y trabajaré en dos películas, “Trastorno y “Homeless” de David Alonso y Fernando Cámara para el 2006.

-¿Es consciente de que lo confunden constantemente con el actor Javier Cámara?
-Sí, y lo llevamos los dos muy bien. Incluso nos hacemos bromas. Además, los dos nacimos en el mismo año, en 1967. En realidad, mi nombre es Francisco Javier Martín Cámara. No se me ocurrió otra cosa que cambiar el nombre mucho antes de que Javier Cámara fuese conocido.
07/09/2005 14:05 Enlace permanente. sin tema No hay comentarios. Comentar.

"EL GUIONISTA ES UN OBSERVADOR DE LA VIDA"

ENTREVISTA CON TIRSO CALERO*, QUE IMPARTE
DESDE HOY UN TALLER DE GUIÓN EN EL JA JA FESTIVAL

-¿Cómo se cuenta una historia?
-Lo importante es estructurarla en tres partes: planteamiento, nudo y desenlace. Ése es el abc del guión. El planteamiento avanza algo de lo que va la película; el desarrollo presenta las peripecias que viven los protagonistas y los deja al borde de la culminación; y el final resuelve esa culminación y revela si los personajes logran su objetivo o fallan en el intento.

-¿En qué se inspiran los guionistas?
-En la propia vida. En lo que les ocurre a los vecinos, a la panadera, en las noticias de la prensa o en el comentario que te hace el taxista. Para encontrar buenas historias no hay que ir tan lejos. El guionista es un observador de la vida.

-¿Cómo se crean los personajes?
-Yo creo que hay que dimensionarlos con los elementos que da la propia vida. Ahí tenemos el ejemplo de William Shakespeare, que creó el mejor personaje posible: Hamlet. Es sumamente contradictorio. Es celoso, posesivo, y a la vez noble y leal; es asesino y generoso, está enfermo y cuerdo, todo al mismo tiempo.

-¿Cuáles son los grandes personajes del cine?
-Muchísimos. Por ejemplo, Hannibal Lector, que es un psicópata y a la vez culto y refinado. O “Terminador” O Norman Bates, el personaje de “Psicosis” de Alfredo Hitchcock, que es incapaz de matar a una mosca y sin embargo asesina a jovencitas por designio o mandato de su madre.

-Explíquenos las fases de la redacción del guión.
-Me está usted pidiendo que resuma el taller del Ja Ja Festival.

-De eso se trata. Siga…
-Serían cinco fases. Primera: es la idea, que debe poder resumirse en 25 palabras. Segundo: la sinopsis, que no debe pasar del medio folio. Tercera: el argumento, que debe poder concentrarse en un par de páginas. Cuarta: el tratamiento, que ya debe tener todas las secuencias de la película, entre 100 y 120, susceptibles de resumirse en 40 páginas. Quinta: dialogar, convertir el tratamiento en el guión final, que puede revisarse una y otra vez.

-¿Cuál es su modelo de guionista?
-De los de afuera Woody Allen, y de los de España, Rafael Azcona. Son espléndidos.

-¿Qué no debe hacer un guionista?
-No conviene olvidar que un guión se escribe para un soporte que no es literario. La retórica es prescindible; dialogar en el cine es un arte. Sólo se debe decir lo estrictamente necesario. Aquí vale más una imagen que una palabra.

-Ser guionista en España, ¿es reír, llorar o sobrevivir simplemente?
-Acaba de hacerse un informe sobre la situación de los guionistas en España, y sólo un 20 % vive holgadamente de su trabajo; los demás deben buscar trabajos alternativos. Ser guionista es llorar un poco. Es la profesión más ingrata y menos reconocida del cine.

-Usted es el responsable del guión de “Miguel y William”, que va a dirigir Inés París, donde se narra el encuentro de Shakespeare y Cervantes…
-Soy, con un compañero, el autor del argumento. Imaginamos un encuentro de los dos escritores hacia 1595, fue posible en Italia, aunque aquí se traslada a Toledo, y creamos la figura de una mujer de la cual ambos habrían estado enamorados. La encarnará en el cine Leonor Watling. Juan Luis Galiardo encarnará a Cervantes.

-¿Qué se aprende en sus talleres?
-La gente se apunta voluntariamente, se pasa bien y se trabaja. Y yo, con los alumnos, sigo aprendiendo. Creo que ya le he respondido.

*TIRSO CALERO es guionista de televisión y cine. Ha trabajado en proyectos como “Grand Prix”, “Hay una carta en tu vida”, ha sido argumentista de “Ana y los siete” y de la película “Miguel y William” que rodará Irene Paris con Juan Luis Galiardo y Leonor Watling. Este entrevista es algo más extensa que la que aparece hoy en “Heraldo”.
07/09/2005 17:03 Enlace permanente. sin tema Hay 1 comentario.

ENRIQUE LARROY EXPONE EN MADRID

larroy.jpgENTREVISTA CON EL PINTOR ENRIQUE LARROY.
EXPONE LA MUESTRA "TOMAVISTAS" EN LA GALERÍA DE DOLORES DE SIERRA

-¿Estamos en el gran momento de Enrique Larroy?
-En absoluto. Sí es cierto es que estoy a gusto con mi trabajo, dentro de las grandes dudas que te produce pintar.

-Lo digo porque acaba de realizar una gran exposición en la Diputación de Huesca e inaugura en Madrid la muestra “Tomavistas”.
-Mis exposiciones son espaciadas y tranquilas, sin ansiedad. Esta coincidencia es más bien fruto de la casualidad.

-¿Por qué tiene esas grandes dudas?
-Tengo grandes dudas y grandes ilusiones con la pintura. Cuando te enfrentas a un cuadro arrastras el bagaje de lo que haces, lo bueno y lo malo, e intentas transgredir, rebelarte contra ti mismo, y a la vez te agarras a lo que haces, a lo que has hecho, y buscas una salida, un lateral, una vía de fuga.

-La muestra de Huesca no sólo recogió su obra última, sino que el libro-catálogo proponía una reflexión general de su trayectoria.
-Es cierto. Fue un trabajo arduo y muy bien concebido por Chus Tudelilla, que me ha permitido repasar las conexiones, los círculos, los zigzag, las vueltas de mi carrera. La pintura no es una línea recta ni un camino hacia adelante. Es como un horizonte abierto. Y yo pinto casi cada día porque la pintura es tremendamente sugestiva.

-Pero, ¿no está amenazada de extinción?
-No tengo conciencia de que viva o muera. Convive con otros sistemas de exposición, con otras propuestas; otra cosa son los mecanismos de mercado o las dificultades de la difusión de la obra. A pesar de que he participado en el colectivo pictórico CPZ, en los años 70 cuando creía en la posibilidad de una acción social directa, me siento un pintor solitario con una carrera de fondo, con una evolución. Cuando empecé a trabajar en esto hice unos lunares en blanco y negro, que he recuperado para Huesca y para mi obra actual de una manera consciente.

-¿Lunares? Parece algo muy kitsch.
-Eran formas orgánicas, a contrapelo, que neutralizaban las rectas de la geometría. Más tarde, pasé por periodos en que oscurecí mucho mi pintura, hasta que desemboqué en el color, que es una de las características de mi obra.

-¿Qué ocurrió para dar ese paso?
-Estuve en Madrid, en la Casa de Velázquez, y en la India dos veces. Aquel mundo de contrastes me impactó mucho. Y en la Casa de Velázquez, un hice un trabajo, que se titulaba “Bambalinas”, claramente abstracto con guiños teatrales. Todo ello tuvo su continuación en Roma, que significo para mí el Barroco, la fascinación de Cinecittá, la obra de Alberto Savinio…
-Y de repente…
-De repente no hay nada. He ido radicalizando más el color, hasta hacerlo más limpio, más vibrante y más agresivo visualmente. A mi interesa mucho crear un sistema de desestabilización visual. Quiero que mis cuadros tengan un reclamo, gancho, y a la vez propongan una mirada cortada, como biselada, en la que quieres pero no puedes entrar porque está llena de planos falsos y de un recorrido que ocultaría ese horizonte lejano, que existe en mi obra, pero que yo he fragmentado.

-¿Qué busca usted con la pintura?
-Crear sensaciones de inestabilidad que lleven al observador a una reflexión estética. A mí lo que me interesa es crear la sensación del mago, del ilusionista, aquello de la paloma que sale de la chistera. Mis cuadros pretenden forzar esa reflexión estética desde el asombro y la perplejidad. Me gustaría que la gente se quedase un poco ensimismada y se preguntase qué está ocurriendo aquí.

-¿Debemos calificarlo como un artista conceptual?
-Supongo que todos lo somos, pero yo me siento más un pintor del color y de la vibración. Sé que mis cuadros no son fotogénicos, que se juega en ellos con los planos ocultos, con las capas sucesivas, con los errores, con el azar, pero lo mejor es verlos en directo. La pintura necesita un tiempo de contemplación inevitable, es un lenguaje especializado, si no te abres la mente y no te metes en ella, te pasa como con cualquiera de las artes. En Madrid, en la galería de Dolores de Sierra presento obras que estaban en Huesca y otras nuevas, que descansaban en el estudio.

-¿Qué está pasando con el arte en Aragón? ¿Está todo mal como se piensa?
-Es cierto que están desapareciendo las galerías privadas y que vivimos en una Comunidad muy conservadora e inmovilista que no está dispuesta a aceptar el arte contemporáneo. Pero yo no soy pesimista. Nunca hemos estado bien, pero los artistas se mantienen, sobreviven. Aquí no hay mercado, pero en España tampoco, pero en Zaragoza se está trabajando y se está trabajando muy bien.

-O sea, que eso de que Aragón es un desierto…
-Aragón es un desierto, pero en el desierto también hay vida y maravillas, y no podemos pretender que sea un bosque. La situación no es peor que en otras comunidades, quizá fuese bueno que nos replanteásemos el concepto de la cultura, y que no nos quedásemos sólo en la parte más superficial, ésa que está vinculada con el mercado y con el escaparate.

-¿Y usted, como sobrevive?
-Como puedo. Vivir del arte es un acto voluntario y siempre estás colgado de un hilo, pero éste tampoco es un oficio para hacerse millonario. Yo sólo pinto, y tengo claro lo que me interesa: aprender, poder adquirir libros y catálogos, viajar. Me conformo con poco.
07/09/2005 21:40 Enlace permanente. sin tema Hay 3 comentarios.

DE LA LLUVIA

scorpa-lluvia.jpgA través de los cristales, Golmar Fortesende veía la lluvia obstinada, veía la noche oscura y ciega, iluminada a ráfagas por un relámpago súbito; veía los regueros que dejaba el aguacero a lo largo del camino. Creyó escuchar a alguien que doblaba el sendero, bajo la higuera silenciosa; dejó de oírlo y lo vio pasar frente a la ventana, más allá del leve resplandor del candil. Durante unos segundos más escuchó pasos, un chapoteo en las charcas. El caminante se detuvo y golpeó en la puerta. Golmar se levantó con cierta sorpresa, con cierto temor, y abrió. Era Folgar, su hermano.
Se abrazaron.
-Veo que aún te conmueve la lluvia -dijo el recién llegado-, la misma lluvia pertinaz de entonces.
-Tal vez fue la lluvia la que me trajo a este lugar, después de pelear aquí y allá en numerosas embarcaciones.

...........

Una aparición inesperada y femenina bajo la lluvia se interpuso entre los dos y desvió el previsto destino de sus días. Sucedió en una tarde cenicienta. Habían tomado una sombría senda que les condujo a Anzobre, después de andar perdidos entre encrucijadas y aguas pantanosas sin salida. Un poco antes se había desatado la tormenta y buscaron refugio en el interior de un cobertizo derruido y olvidado entre ortigas y helechos en un principio, bajo el alero de una casa luego. Estaban justo frente al pazo, frente a las gruesas murallas del pazo. Miraron adentro a través de la reja del portalón y vieron los mojados naranjos, las camelias inundadas, las irisadas vidrieras de los altos ventanales, los alargados bancos de piedra tallada y la galería con techo de alambre cubierto de hiedras. Cuando Folgar vio a la mujer vestida de blanco que paseaba por el jardín, pensó que sería un espejismo de crepúsculo, el complemento lírico e irreal que le faltaba a la tarde triste y encharcada que moría. No le dijo nada a su hermano y esperó a que cesase la lluvia. Golmar también la vio, la vio de nuevo después cuando Folgar había dejado de verla, desde un ángulo inverosímil, y le pareció que recogía flores rojas y que se las ponía en el pelo.

*FRAGMENTO DE UN CUENTO DE MI LIBRO "MARINOS Y MUJERES".

Llueve. Fuera la lluvia susurra algo que no entiendo.

Me da igual.

A la tierra también le da lo mismo.

No preguntaremos de dónde viene la lluvia.

Ya no quiero entender nada.

La lluvia suspira al acariciar las hojas de los árboles.

Llueve cuando parecía imposible que lloviera.

Llueve como hablaba mi abuela,

Llueve como cuando sueño que llueve.

*Este es el poema que escribe hoy en su página web VÍCTOR JUAN BORROY, el escritor inédito favorito de Pepe Melero. Me ha gustado esta sencillez tan plena de evocación, esta vida concentrada en tan pocas páginas. Cuando yo era niño, me quedaba a ver los combates de boxeo de noche con mi padre. Afuera, siempre llovía. Mil panderos de cristal, con la tormenta, herían la madrugada. Más niño aún, me tumbaba bajo el cobertizo de nuestra casa, o elpendre, aplicaba el oído a la tierra y escuchaba el cántico de la lluvia. Una vez me quedé dormido; era como si estuviese envuelto en un útero invisible en el aire que ingresó de súbito en la noche...
08/09/2005 10:38 Enlace permanente. sin tema Hay 4 comentarios.

CANFRANC: APUNTES LITERARIOS

canfranc7.jpgGabriel García-Badell (Madrid, 1936-Canfranc, 1994) no sólo convirtió a Canfranc en una suerte de paraíso y en refugio constante para su escritura, sino que lo transformó en un territorio literario que aparece en muchas de sus novelas. Una amplia mayoría está concluida allí, en esa población en cuyo cementerio yace. García-Badell, que era un desasosegado vitalista, incluso se atrevió a encerrar el paisaje de Canfranc y sus entornos, como la canal de Izas, en el espacio real y alegórico de la novela “Saturnalia. Andante visionario”, que terminó en 1984 y que apareció en 1997 en una edición del Ayuntamiento de Zaragoza. En esa historia, donde propone el regreso al edén a la manera de Jean Jacques Rousseau, realiza una descripción pormenorizada de esa naturaleza exuberante. Usa casi todos los nombres de esos espacios infinitos: “el río Aragón, la Estación Internacional de Canfranc, el doble túnel, el Chantal de la Moleta, Samán, La Tronquera y Collarada…”, dice. García-Badell se estremecía ante la orografía imponente. Leemos: “…cuando la melancolía se extiende por el mundo y las nubes marchan enloquecidas, velozmente, por la tierra y las sombras ganan terreno, se proyectan y apropian de los prados, absorben brutalmente la luz y el color que configura las flores”.

Los viajeros franceses del siglo XIX fueron generosos e imaginativos en sus descripciones. Antes de que Lucien Briet saliese de exploración literaria y fotográfica por los “Soberbios Pirineos”, hubo otros autores que se quedaron fascinados con la espectacularidad de la piedra, con la frondosidad de los bosques, con la caligrafía del agua en valles y vaguadas. La antología “El Pirineo aragonés antes de Briet” (Prames, 2004) contempla un capítulo de L’Ours Dominque donde se dice: “¡Canfranc! ¡Primer pueblo de España! Una calle larga, bien construida, coqueta, pintoresca!”; tras asistir a la romería de Santa Orosia, regresan los expedicionarios a Canfranc y hallan a una norteamericana: “La sirena de Canfranc bailaba el fandango con un oficial de la guarnición”, anota el autor.

Años más tarde, Ramón Salanova titularía una novela “Vía muerta”, que transcurre casi íntegramente en Canfranc, aunque no la hemos podido leer; José Antonio Labordeta, que solía veranear allí, le ha dedicado espléndidas páginas de evocación estival en “Banderas rotas” (La Esfera, 2001); María Rosario de Parada escribió sobre la historia del tren y la estación y esos parajes en abundancia; Ramón J.Campo y Jonathan Díaz ha desentrañado el mito del oro de Canfranc. Pero hay otro libro importante como “El país de García” de José Vicente Torrente (existe una edición crítica de Javier Barreiro en Larumbe, 2004), en el cual se le dedican varias páginas. Escribe: “La estación internacional de Canfranc con sus 246 metros de longitud y su lujo de edificaciones recuerda a esas catedrales que como la de Roda mandaron levantar entre montañas los padres de la reconquista, para luego olvidarse de que existían al descender al llano, en uso del acreditado principio de ‘si te he visto no me acuerdo’”. Este texto es de 1972.
09/09/2005 01:19 Enlace permanente. sin tema Hay 3 comentarios.

CARLOS SAURA, EL ETERNO ADOLESCENTE

Saura01.jpgUno de los cineastas españoles más jóvenes es Carlos Saura (Huesca, 1932). No importa que esté a punto de celebrar su 73 cumpleaños o que lleve una treintena de películas a sus espaldas. Carlos Saura es más joven cada día como si hubiese sellado un pacto con el diablo. En cualquier caso, el suyo es el pacto de la lucidez y de la curiosidad. Cada una de sus invenciones es un ejercicio de libertad, un salto en el vacío, un viaje audaz hacia los territorios de la imaginación. No se conforma con el oficio, con lo que ya conoce y ha hecho bien: siempre le da una vuelta de tuerca a su carrera y elude la rutina.

Sabe que lo mejor de la creación no siempre es el resultado final, sino la aventura misma, el largo trayecto hacia la claridad, la búsqueda desde la perplejidad de existir. Y por ahí están ejemplos recientes: “Goya en Burdeos”, un soberbio poema visual sobre el tormento y el delirio del pintor, mordido por las pesadillas de la guerra y el veneno galopante de su memoria insomne; y “Buñuel y la Mesa del rey Salomón”, película que escribió al alimón con Agustín Sánchez Vidal, en la cual asumió el riesgo de partir de caza con el surrealismo y la materia de Bretaña por estandarte.

Carlos Saura nunca deja de deslumbrarnos. Inició su carrera como fotógrafo y como estudiante de Ingeniería; en su casa, pasaban a todas horas músicos o artistas de flamenco(ha publicado un extraordinario libro de textos y fotos del flamenco); el convaleciente Antonio, su hermano, dibujaba, recortaba máquinas y figuras, veía las obras de Miró, Magritte o Picasso en catálogos suntuosos y soñaba ya con irse a París. Carlos con una cámara Leica M-3 al hombro decidió recorrer España y la captó tal como era: muy semejante, en muchos motivos, al país trágico y enfermo que vio Buñuel en “Las Hurdes”. Esas fotos han vuelto a recobrar actualidad hace bien poco, y conmueven. ¡Cómo ha cambiado el país en menos de medio siglo! Aquel parecía un país de pánico, sombrío, cercado por la negrura y la sensación del pecado, un país cosido a la represión furibunda. Un mundo que no debía ser muy lejano del que Carlos Saura vivió en la posguerra en Huesca con su abuela materna, que parecía una matrona nórdica de Dreyer, traicionada por su marido Juan Atarés (se había fugado con una empleada de la chocolatería familiar a Barcelona), y su con tía María Luz, que era la ternura vedada, el silencio que grita, el despertar inefable del primer deseo.

Antes de pasarse al cine, sojuzgado por la fuerza de “Las Hurdes. Tierra sin pan”, cinta de Buñuel financiada por Ramón Acín, vivió como fotógrafo profesional. Esa pulsión no la iba a olvidar más. Si uno visita su casa de Collado Mediano percibe de inmediato que Saura no distingue géneros. El es un artista en marcha: un creador polifacético pero jamás escindido. Lo hace todo con naturalidad. Escribe como respira; dibuja como come; colorea sus fotos como sale al jardín; fotografía, fotografía obsesivamente todo cuanto ve: sus familiares, los vecinos, a sí mismo ante el espejo, a pesar de que dice: “La fotografía es otra cosa, y, como el espejo, da miedo. Tiene la dureza de la objetividad, es terrible, testimonial, puede ser cruel y desalmada”. Y lo más bonito es que siempre ha sido así: minuto a minuto ha tirado fotos con una de sus 300 cámaras. Ha preservado durante los años una disciplina inadvertida, cómoda, que le ha permitido llegar a todo.

Hace no demasiados meses, además de la publicación, sin acotaciones, de los guiones de “Goya en Burdeos” y “Buñuel y la Mesa del rey Salomón”, han rescatado las instantáneas que hizo en dos fines de semana de los años 60 para ilustrar el libro rupturista de Ramón Gómez de la Serna: “El Rastro” (Círculo de Lectores), un volumen cuya primera edición data de 1914. Su obra es admirable: halla otra realidad, inventa un mundo, capta y sublima los pequeños detalles, a los que Ramón Gómez de la Serna (al cual Ramón Acín invitó a dar una conferencia en Huesca. El escritor madrileño mandó dos cuentos para niños para Sol y Katia Acín) puso una prosa libre, rica en matices, en variaciones expresivas, en apabullantes metáforas: el arsenal imaginativo de las vanguardias. La profundidad de las fotos de Saura está a la altura de la ironía, el ingenio y el despilfarro léxico de Ramón Gómez de la Serna.

Y son la mejor demostración de que el oscense, cineasta, narrador, melómano y pintor, ha sido durante medio siglo un cronista admirable y un mago de la luz a través de un objetivo distinto del que le ha hecho famoso e imprescindible. Pronto, muy pronto, nos llegará “Iberia”. Y luego otra película sobre Lorenzo Da Ponte, el libretista de Mozart.
09/09/2005 01:29 Enlace permanente. sin tema Hay 2 comentarios.

MEQUINENZA ASUME LA HERENCIA DE MONCADA PARA SIEMPRE

moncada11.jpgCRÓNICA DEL NOMBRAMIENTO DE HIJO PREDILECTO / 1

“Jesús Moncada ha sido un vecino que ha hecho del amor a su pueblo su profesión”, leyó Beatriz Negrero, secretaria del Ayuntamiento de Mequinenza. Y añadió que “su voz era el altavoz que proyectaba a Mequinenza en el exterior”. Con el espíritu y la memoria de la Mequinenza inundada está construida su obra. Por ello, con carácter póstumo, el autor de “Cami de sirga” recibía ayer la insignia de oro y brillantes y el título de Hijo Predilecto de la localidad.
Al acto, que tuvo lugar el pasado viernes en el cine Goya, acudieron el presidente de Aragón, Marcelino Iglesias, la consejera del Departamento de Educación, Cultura y Deporte, Eva Almunia, el concejal del Ayuntamiento de Zaragoza, Miguel Gargallo, la alcaldesa de Mequinenza, Magdalena Godia y, además de ediles y autoridades de la comarca e intelectuales, el diputado José María Becana.

El hombre en su paisaje
Antes de un acto bañado en lágrimas de emoción, su amigo Héctor Moret dijo que “Moncada ‘el Vell’ formaba parte del paisaje. Éste era su sitio de descanso, donde pasaba tres o cuatro meses al año. Salíamos a pasear con Santiago Arbiol ‘el Segundo’ durante dos horas todos los días. Hablábamos de chafarderías y de historias del pueblo viejo, o recordábamos a Edmón Vallès, que fue determinante en su vocación y en su marcha a Barcelona”. Moret añadió que en su pueblo repasaba sus textos o que terminó la laboriosa traducción de “El conde de Montecristo” y calificó a Jesús Moncada (Mequinenza, 1941-Barcelona, 2005) como “un escritor en catalán de origen aragonés cuya obra, en el 90 %, transcurre en escenarios aragoneses”.

Su hermana Rosa María decía, ante la mirada cómplice de Ramón Acín, con cariño y melancolía: “Se nos fue aquel gamberro… Yo era su primera lectora y su primera crítica. Como ser humano, era humilde y sencillo. Nunca llegó a creerse lo que decían de él. Fue un gran luchador; desde muy pronto supo que quería escribir y pintar, que estaba destinado a esto. Tenía dos vicios: el de escribir y el de la familia, que era como una adicción. Yo vivía muy cerca de él, con mi familia, mi marido y mi hijo. Jeús vivía con mamá. Yo siempre decía que éramos cinco, sin contar a la perra y a la gata”. Rosa María incluso se atrevió a hacer este juicio de valor: “Jesús era un escritor de primera línea. Por el uso del vocabulario, por la potencia de sus historias. Buscaba la perfección por encima de todo, y esa anhelo de perfección ya lo notabas en la primera lectura, ante el primer borrador. Con un barniz de humor negro, era capaz de contar la tragedia más grande del mundo, y sabía quitarle el morbo. Estos meses de ausencia sin él han sido horrorosos para todos. Muy duros. Éramos como almas gemelas, y a mí se me ha muerto el alma. Ahora tengo que reestructurar toda mi vida sin Jesús”.

El salón del cine Goya, para entonces, se había llenado hasta la bandera. Todos querían rendir homenaje de gratitud y cariño a su hijo más ilustre, al narrador que situó a Mequinenza en la historia de la literatura y en la guía de los lugares imaginarios, ese libro de Manuel donde habrá de figurar en una próxima reedición. Ramón Sabaté, director gerente de la Biblioteca de Aragón, presentó el acto. La sombra del escritor, invisible y aleteante, se instaló en algún lugar del local. La emoción se agigantó cuando sus familiares, María Estruga, su madre, y sus hermanos Rosa María y Alberto, recogieron la insignia de oro y brillantes y el pergamino de Hijo Predilecto.

La alcaldesa Magdalena Godia dijo que el dolor de la pérdida del escritor se había visto mitigado por “el respeto, la admiración y los elogios a su obra literaria. Éste no es un día triste: es el reconocimiento de un pueblo a un autor al que sentía y siente como algo muy suyo. Sabíamos de su gran humanidad: era próximo, discreto, cordial, poseía una amplia sonrisa. Y era, sobre todo, una persona elegante, con mayúsculas y con todo lo que ello comporta. Su obra es nuestra gran herencia. Debemos conservarla, cuidarla, protegerla, mimarla y divulgarla con la dignidad que se merece”. Resaltó Godia, en un discurso medido y apasionado, que “Moncada dignificó nuestra lengua, el catalán, y con esta lengua minúscula ha logrado ser universal”. Concluyó con una feliz imagen: ahora era Mequinenza quien hablaba con voz alta y fuerte, y que “como pueblo agradecido, nombra a Jesús Moncada su Hijo Predilecto”.

El padre de “uno de los nuestros”
Rosa María Moncada agradeció el gesto desde dos percepciones: “la amargura porque el escritor ya no está con nosotros, y el orgullo de que Jesús es nuestro”. Como si fuese su mensajera de voz temblorosa, explicó en catalán: “De todos los premios y nombramientos, del que estaría más orgulloso sería de éste. Él sabía que era de aquí. Sin engaños ni máscaras. Unos días antes de morir, Jesús me dijo: ‘Llévame a casa’. Él se encontró en Mequinenza”. Rosa María cerró su intervención, tras leer un texto del editor Ernest Folch, de modo magistral: rindió homenaje a su padre Josep Moncada ‘el Vell’ porque él ayudó a florecer a Jesús Moncada.

El presidente de Aragón Marcelino Iglesias, en un perfecto catalán, recordó que la primera vez que oyó hablar de Moncada fue gracias al alcalde Miguel Godia, que le regaló el libro “Cami de sirga” y “me entusiasmó”. Dijo que le resultaba curioso, muy curioso, que dos de los más grandes autores de Aragón, Jesús Moncada y Ramón José Sender, hubiesen nacido en esa zona, entre el Cinca, el Ebro y el Segre, “a muy pocos kilómetros el uno del otro”. Matizó: “Hoy no es un día triste, sino de una gran satisfacción, de recuerdos, muy entrañable porque celebramos el reconocimiento de que uno de los nuestros es uno de los grandes de la literatura universal. Ha sido traducido a treinta lenguas, entre ellos el coreano o el japonés. ¿Qué les habrá interesado de él? Moncada es uno de los mejores escritores de Aragón que mantuvo una gran fidelidad a su pueblo, a sus ríos, a sus gentes, y eso es muy importante, y es muy emocionante. Los mequinenzanos están muy orgullosos de Moncada, ¡lo pueden estar! Y todos los aragoneses también”. Abajo corrían las lágrimas y afuera corría el Ebro.
11/09/2005 08:59 Enlace permanente. sin tema No hay comentarios. Comentar.

EN MEQUINENZA, CON MONCADA Y SUS FANTASMAS

mequine1.jpgI.VIAJE A LA RAÍZ DE LA MEMORIA
Gilberto Obiol, concejal de Mequinenza -“ostento muchas responsabilidades porque ya estoy jubilado”, dijo con humor y bondad- nos enseñó lo que queda del pueblo viejo que inspiró a Jesús Moncada: el castillo con su muralla que es el auténtico centinela del cauce y de las huertas; el colegio María Quintana, donde impartió clases de francés y dibujo; el lugar donde estaba el campo de fútbol antes de que llegase la presa, llena hoy de cormoranes y de gaviotas de río, o las ruinas de la casa del autor, en la calle Zaragoza, donde se esparcieron sus cenizas. “Aquí –decía ante el beso del Ebro y el Segre- era donde transcurre el cuento ‘Balompié fluvial’. Nosotros aprendíamos a nadar en el propio río. Los que ya sabían hacían una especie de muro de protección a uno diez metros de la orilla. Así aprendíamos, y luego cruzábamos los 50 metros que tenía la corriente y asaltábamos las huertas de al lado, llenas de higos o de uvas. En casa no querían que nos bañásemos, y antes de regresar a casa nos embadurnábamos de tierra para que no se diesen cuenta. El río se cobraba una o dos personas al año”.

Gilberto Obiol recordó que la casa familiar de los Moncada, ante sus ruinas, donde se han arrojado las cenizas de Moncada y donde hay un ramo de flores, era la tienda de ultramarinos del carrer Zaragoza, que se prolongaba hasta la Costereta del Forn. El río estaba a unos 100 metros, ahora a unos 100 o así. Y al lado mismo está el viejo cine Goya, cuya casa no ha sido derribada porque sus dueños se negaron a venderla a ENHER. En el colegio María Quintana, que fue una maestra de Mequinenza, responsable de Educación durante los tiempos de Primo de Rivera, Jesús dio clases de francés y dibujo, y tuvo de alumna a la actual alcaldesa Magdalena Godia. En el colegio iban chicos y chicas: las chicas tenían sus aulas en la planta baja y el patio a la derecha, los chicos arriba y el patio a la izquierda. Todos llevaban en invierno leña de su casa para calentarse. Carmen Alcocer, estudiosa de Jesús Moncada, nos contó que sus canciones favoritas eran “La gavina” y “El canto dels ocells”, y que un familiar le había revelado que el escritor había vivido una bella relación de amor con una mujer durante algunos años. La interrumpieron, pero nunca perdieron la amistad. “De hecho, me dijeron, ella estuvo en su funeral”.

II.EL PINTOR JESÚS MONCADA
El homenaje a Jesús Moncada se completa con una exposición bibliográfica y fotográfica, y con una sorprendente muestra de pintura en la que se percibe la mano maestra del escritor: pasa por momentos del surrealismo a la manera de Ernst, Lam o Matta, pero también del surrealismo metafísico de Giorgio De Chirico; frecuenta el expresionismo alemán, con ecos de Otto Dix, o el cubismo, un cubismo muy personal e intenso. “Hubiera vivido del arte, sin duda”: éste fue el comentario más oído en la sala Miguel Ibarz. Jesús Moncada era un buen dibujante, “lo mejor que hacía”, dijo alguien, y un cuidadoso pintor que llegó a exponer en varias ocasiones. Le gustaba mucho Antoni Tàpies. Pintó hasta principios de los 80. Rosa María, su hermana, nos dijo que había encontrado más de 50 nuevos dibujos, pero todos ellos sin fechar.

III. MEMORIA LITERARIA DE JESÚS MONCADA.
Ramón Acín ha sido el coordinador del volumen que se regaló ayer en el homenaje: “Jesús Moncada. Su universo literario” (DGA / Ayuntamiento de Mequinenza). El libro, de 200 páginas, consta de varios apartados: una sección de homenajes, firmados por el propio Acín, autor de una bibliografía final, Eva Almunia, Magdalena Godia, Lucinda Estruga y Ernest Folch; varias entrevistas con el escritor en castellano y catalán; una selección de crítica literaria, en la que se rescatan textos de Jaume Pont, Antonio Blanch, Joaquín Marco, Santos Alonso o Luis Carandell, entre otros.
Félix Romeo, Pepe Melero, Ramón y José Luis Acín y Ramón Barnils ofrecen opiniones desde la proximidad. En el capítulo de estudios hay páginas de Héctor Moret, Carmen Alcover (define bellamente al autor como “l’últim llauter de l’Ebre”), Mario Sasot y Emili Bayo i Mercè Biosca.
11/09/2005 12:12 Enlace permanente. sin tema Hay 11 comentarios.

HISTORIA DE JIM BRADDOCK O "CINDERELLA MAN"

braddock.jpgHace algo más de un año, el ex boxeador y escritor Francisco Fernández Feu publicaba el libro “Grandes campeones de los pesos pesados” (Ediciones del Cobre, 2003), un libro donde hace el retrato y la biografía de 16 grandes púgiles de la máxima categoría: desde John L. Sullivan, que boxeó y se coronó a puño desnudo, hasta Joe Louis, más conocido como “El bombardero de Detroit”, que estuvo once años, nada menos, invicto como campeón del mundo y así se retiró. Louis, que había ganado a Max Schmelling, Primo Carnera, Paulino Uzcudun, Jack Sharkey o Max Baer, sucumbió en su regreso a la potencia de los puños del gran campeón blanco Rocky Marciano en 1951. Fernández Beu habla de James Corbett, más conocido como “Gentleman Jim” y primer campeón con guantes; de Fitzsimmons; Jack Johnson, que estuvo en Barcelona y peleó con Arthur Cravan, y de otros mitos del boxeo: Jack Dempsey, aquel blanco con pegada de mulo que peleó con Luis Firpo, el “toro salvaje de la Pampa”; Gene Tunney, estudioso hasta de su sombra; Jack Sharkey; Schmelling, fallecido hace algunos meses, Max le propinó una paliza a Joe Louis en 1936 y éste lo dejó k.o. en 1938 en el primer asalto; o Primo Carnero, aquel mastodonte de mandíbula frágil y escasas maneras que inspiró a Budd Shchulberg su libro “Más dura será la caída”, y luego la homónima película de Mark Robson, con Humphrey Bogart.

Fernández Beu también habla de James J. Braddock y de su gran rival Max Baer, muy de actualidad estos días por la película “Cinderella Man”. Baer sale un poco malparado en la cinta, más que en el libro: era un gigantón con una brutal pegada que había matado a dos púgiles; debutó en el cine en 1941. Según un folleto de doce páginas que encontré en el rastro de Zaragoza ni era tan chulo ni tan crápula. De hecho, tras ver “Cinderella Man” de Ron Howard, su hijo ha protestado por el modo en que es tratado su padre.

La actitud y el carácter de Max Baer, que era un extraordinario y feroz boxeador, contrasta con la de Braddock, que parecía y parece un héroe ideal para los tiempos de la posdepresión y del poskatrina. Empezó siendo un púgil prometedor, con buenas maneras, aunque sin la “genialidad” de sus compañeros de generación –Tuney, Sharkey, Schmelling, Louis, Baer-; orilló la cumbre, realizó inversiones en bolsa y todo eso, pero el destino le dejó sin nada. Fue una víctima brutal de la Gran Depresión. Todo se le vino abajo como en un espejismo, incluso se rompió la mano derecha. Durante unos cuantos años sobrevivió a la hambruna, a la miseria, al paro con auténtica madera de héroe, que no tiene reparos en mendigar ayudas. Padre ejemplar de tres hijos, excelente marido, enamorado y suave marido, incapaz de echar un borrón nunca, de repente un golpe de azar le facilita la posibilidad de volver al ring. Y como un elegido de los dioses retorna y logra algo absolutamente impensable en aquellos momentos: tumbas a aspirantes grandiosos, recibe y da monumentales palizas, y llega a ese momento sublime que lo redime de tantos años de incertidumbre y dolor: la memorable noche del Madison Square Garden en la que tendrá la posibilidad de enfrentarse al “asesino” Max Baer.

Y en esa noche, en ese momento en que una vida pasa de súbito de la nada al infinito, gana Braddock. Contra todo pronóstico. La pelea, según la realidad y según la película, fue terrible. Espeluznante. Parecía imposible que ganase Braddock o que no saliese de allí camino del hospital o del cementerio, pero lo logró.
Eso es lo que cuenta a grandes rasgos “Cinderella Man”, una película demasiado almibarada, demasiado llena de buenas intenciones –algunos creadores se olvidan de que la realidad no siempre funciona bien en la ficción, ya sea la literatura o el cine; cada género exige su código de verosimilitud y aquí no se han observado esas reglas-, demasiado sentimental. Braddock tiene algo de mensajero de Jesús y de la bondad, y de mensajero de América. Es el hombre gris, sin especial talento, sin otro talento que su bonhomía, que debió ser así casi por completo, que se convierte en un profeta del dolor de los demás, en un espejo en el que todos se reconocen.

La película es una buena película, demasiado blanda, ya digo, elude ese mundo del gimnasio y de los entrenos casi por completo, está muy bien interpretada por Russell Crowe, que vuelve a alcanzar una increíble altura, dudo más de la interpretación de René Zelwegger (a su favor, además de la ternura, está el magnífico sentido del humor que posee su personaje), y aplaudo la extraordinaria actuación de Paul Giamati (el feo, sentimental e intelectual de “Entre copas”), en su papel de preparador Joe Gould. La ambientación es excelente, hay momentos increíbles como esas secuencias en que los tres hijos se encierran a escuchar por la radio el combate con Max Baer. Julio Cortázar, creo que en “Último round”, tiene un precioso texto donde recuerda como toda Argentina, y también él y su madre, oyeron por la radio la pelea de Jack Dempsey y Luis Firpo. Éste derribó al campeón blanco, no sólo lo derribó, lo echó lejos de la lona por entre las cuerdas y estuvo fuera durante dos minutos. Le permitieron volver y Firpo acabó perdiendo. Y Argentina se bañó aquel día en lágrimas de impotencia.

Salvando la blandenguería, la apología de la familia y el carácter hagiográfico del boxeador, “Cinderella Man” se ve bien e incluso llega a emocionar. No está a la altura de películas realmente memorables como “Cuerpo y alma”, “El ídolo de barro”, “El hombre tranquilo”. “Más dura será la caída”, “Marcado por el odio” o, por supuesto, “Toro salvaje”, pero se deja ver muy bien, y aproxima la desesperación del país en aquel momento. Con “Toro salvaje” de Martin Scorsese –podríamos decir que en complejidad, tormento y negrura del protagonista está en los antípodas- tiene una sorprendente coincidencia: James J. Braddock fue “el hombre que nunca se dejó tumbar”. Y Jake La Motta, tampoco, ni siquiera cuando se enfrentó al maravilloso Sugar Ray Robinson, el hombre que anticipó a Cassius Marcellus Clay.
12/09/2005 08:58 Enlace permanente. sin tema Hay 44 comentarios.

EL ARTE DE LOS CAMPEONES DEL OPEN USA

clijsters19.jpgHe visto las dos finales, femenina y masculina, del Open Usa, antes Forest Hills. Con ese nombre todavía, venció Manolo Orantes al gran Jimmy Connors en 1976. En chicas se enfrentaba Kim Clijsters, la belga de cara redonda, hija de gimnasta, minada durante algún tiempo por la fortaleza de Justine Henin, por las lesiones y por una historia de desamor: el australiano Lleyton Hewitt la dejó (o lo dejaron los dos) cuando estaban al pie del altar. Clijsters tenía enfrente a una jugadora resucitada: Mary Pierce, algo veterana ya, más fornida ahora. Antaño tenía algo de virgen gótica escapada de una pintura italiana.

Cljisters había vencido en la final a Maria Sharapova con una fortaleza increíble. Necesitó tres sets; la rusa le ganó el tie break en el segundo set, y parecía que Kim iba a estar algo diezmada de ánimo. En absoluto. La arrolló. Y en la final sucedió lo mismo: Pierce, que había jugado excepcionalmente bien ante Mauresmo y Dementieva, casi ni entró en el partido. Aguantó un poco al principio, pero luego todo fue coser y cantar. Kim golpeó con fuerza, se movió con rapidez, se jugó la vida y el destino en cada golpe. Esta tenista, por cierto, ha anunciado su retirada para 2007. Tendrá 25 años.

Federer es prácticamente invencible, pero el domingo se encontró con el mejor rival de su historia: André Agassi. Trar perder el tie break del tercer set, se vino abajo. Había jugado al menos tres eliminatorias a cinco sets, dos antes Blake y Ginepri. Ahí es nada. Pero, antes de ceder, impartió una lección de tenis: en el saque, en el resto, aún superior al extraordinario de Federer, en el drive, en la rapidez y vehemencia que imprime. Fue un partido increíble de dos jugadores maravillosos. Ganó Federer, llamado a ocupar un lugar en la leyenda. Quizá resulte, por perfecto e indolente, frío. Era emocionante, o a lo mejor un poco cursi, ver a Steffi Graf, la mujer de Agassi y quizá la mejor tenista de todos los tiempos, nerviosísima, entrando y saliendo de la grada. Pensé, claro, en la relación de Rusell Crowe y René Zelwegger en “Cinderella Man”. Soy así de católico y sentimental.
12/09/2005 11:05 Enlace permanente. sin tema Hay 5 comentarios.

PAREJA DE CAMPEONES CON NIÑO

agassi-graf129.jpgUna foto de revista del corazón en el blog de un gallego sentimental y mitómano. Steffi, André Agassi y uno de sus hijos.
13/09/2005 08:44 Enlace permanente. sin tema No hay comentarios. Comentar.

EL GRAN CAMPEÓN SIN CORONA

AGASSI.jpgEl hombre que pudo reinar. Se le interpuso un delicado y letal monarca suizo: Roger Federer. Agassi, con 35 años, disputó en 20 ocasiones el Open Usa, ganó dos torneos; disputó 15 finales de Gran Slam y venció en ocho. En el escalafón de la historia del tenis está a la altura de John McEnroe.
13/09/2005 08:55 Enlace permanente. sin tema No hay comentarios. Comentar.

POEMAS DE EMILIO PEDRO GÓMEZ*

Veruela.jpgPOETA ADENTRO

Sumido en la belleza de las sílabas
-inaccesibles confidencias interiores
a la luz más oblicua del lenguaje-
nunca sudó mi mano

el sudor colectivo de otras manos,
jamás nombré “exterminio”, “Sarajevo”, “tortura”.....

¿Es genocida mi silencio?
¿Acaso las víctimas
no son mis acreedores?

Si gané la palabra
he perdido la voz.
Ahora lo siento.

* * * *

TUVE AMANTES
que confundían el amor
con la pasta de dientes.
Las hubo que albergaban
fragmentos de cilicio
o una mueca románica en el sexo.

Mas conocí también
la autoridad de un cuerpo hermoso
independiente
silencios de una piel tumultuosa.
Amantes que sabían duplicar
la juventud
y el sida
(con alguna de hurañas apariencias
rocé el Adán del paraíso).

Pero tú estabas honda
y siempre.

* * * * *

Ascensión pirenaica
MOCHILA AL HOMBRO
remontas paso a paso
la vertical audacia del sendero.
Abandonas la sombra edificante
de bojes y avellanos
(lágrimas de sudor
sin su cobijo).
Funde su trasparencia
el azul venoso del acónito,
el vibrar del silencio en las campanas
púrpuras-rosadas de la digital,
la amarilla pupila de las nomeolvides.

Dejas atrás las bayas rojas del serbal
el acebo esplendente
las alas protectoras del hayedo,
y un sarrio parpadeante
como el pasar la página de un libro.
Despide el rododendro al pino negro
a la herbosa pendiente la pedriza.
El avanzar te asciende
como un beso.
Asoma la implacable
nitidez de los vértices
las formas más osadas en su abismo.

Al alcanzar la cumbre
atónito de cielo
transparece de cuajo la alegría
arrullando el supremo silencio
de la cresta.
Sacias la sed de soledad
bendices el esfuerzo
(qué lejano el dolor
y las muecas hurañas del camino)
inauguras la piel de confidencias
inéditas al viento....
Lento de gozo arribas
al poema imposible:
el lenguaje más aéreo de la piedra.
la escritura sin fondo de las águilas.....
vuelas adentro
accedes a tu propia lejanía.

Y sabes que jamás fue tan íntima
tan extensa ni plena, tan hermosa
nunca fue tan eterna
-roza la piel del tiempo-
tu mirada.
(las palabras en cursiva pertenecen a Leopoldo Panero)
* * * * * *

Para mi madre, vulnerada por el mal del alzheimer

Los enfermos son pacíficos monstruos inocentes
que saben recordar el porvenir.

Carlos Marzal

ÁLAMO BLANCO
en una celda.
¡Qué extraña la belleza
tan densa
de un cuerpo contraído!

Puro estado de pétalo
desnudos los surcos del alma.

Transita de una mirada indescifrable
réplica en el cristal
de su honda sombra
a unos ojos sobreiluminados.
La luz desengañada de la luz.

Salvo la desposesión
nada posee.
Sólo le quedan dos objetos preciosos
que ofrecer:
sus besos (a veces ya no acierta
le salen hacia adentro
o se rompen sin llegar a tu mejilla)
el virgen resplandor con que sonríe
y –sin pretenderlo-
te desarma.

Es lo que queda de ella.
Nada más.
Un mínimo belén de
gestos desvalidos.

Me hago un harén
con sus miradas:
un incendio de pájaros
perdidos
a los que doy cobijo
-le acaricio- en su cara.

Cuando nadie me ve
uso sus gestos:
me estremece
un pasado futuro
a flor de aire.

Investigo en su ausencia
de nostalgia
la raíz del perdón.

Ahora que no estás
nunca me faltas.

Sucedes a través
de lo desconocido:
el átomo infinito
la dulzura sin dueño.....

Has dejado en mis manos
un hueco de paloma
que respira.

* * * * * *

*EMILIO PEDRO GÓMEZ LEYÓ ESTOS POEMAS EN EL IV FESTIVAL INTERNACIONAL DE POESÍA MONCAYO EN VERUELA. HA TENIDO LA CORTESÍA DE ENVIÁRMELOS Y AQUÍ LOS CUELGO. ME GUSTA QUE HAYA POESÍA EN MIS PÁGINAS. CUANDO ERA JOVEN QUERÍA SER POETA Y LLEGUÉ A ESCRIBIR TRES POEMARIOS EN GALLEGO: UNO, DONDE EMULABA A LOIS AMADO CARBALLO Y A LORCA, QUE YACE EN EL POLVO DEL OLVIDO EN CASA DE XESÚS ALONSO MONTERO; OTRO, "O PRAIAL DOS AFOGADOS", QUE LE ENVIÉ A LUZ POZO GARZA Y LO PERDÍ PARA SIEMPRE. LO HABÍA ESCRITO CON BOLÍGRAFO BIC NEGRO EN SERVILLETAS DE BAR, Y UN TERCERO, DEL QUE SÓLO EXISTEN DOS COPIAS: UNA DEBE TENERLA GABRIEL SOPEÑA Y OTRA LA ARROJÓ A LA BASURA CON BUEN CRITERIO UN PROFESOR DE LITERATURA DE COMPOSTELA.
13/09/2005 18:57 Enlace permanente. sin tema Hay 1 comentario.

"DIRECCIÓN NOCHE": CRISTINA YA TIENE TÍTULO

Cristina.jpg"Dirección noche" es el título del nuevo libro de relatos de Cristina Grande, que aparecerá antes de Navidad en Xordica. Cristina había publicado con anterioridad un excelente y fresco libro: "La novia parapente" (PUZ y Xordica), que ha hecho de ella una de las más personales autoras de narraciones breves del país.

Cristina Grande tiene una columna dominical en "Heraldo de Huesca", donde ha convertido a su abuela de Lanaja en un personaje que conecta la ficción y la realidad de manera intercambiable. Acaba de rodar un vídeo extenso con ella, centrado en sus recuerdos y en la memoria mítica de Mariano Gavín, "El bandido Cucaracha".
14/09/2005 09:03 Enlace permanente. sin tema Hay 8 comentarios.

"EL FUMADOR PASIVO", NUEVO LIBRO DE DANIEL GASCÓN

16.jpgDaniel Gascón (Zaragoza, 1981), el hermano mayor de Aloma, Diego, Jorge y Sara, también tiene un nuevo libro: “El fumador pasivo”. Lo publicará Xordica, la editorial de Chusé Raúl Usón, después del Pilar. “El fumador pasivo” consta de cinco relatos (de él sí puedo decir algo más porque lo he leído): uno es el retrato de un atrabiliario y encantador profesor universitario, visto por un alumno al que le gustan las muchachas italianas y algunas mujeres maduras, y no tanto las clases.

Otro es la crónica de un viaje, de un doble viaje en realidad, y de una mudanza que acentúa la complicidad entre un ingeniero y su sobrino.

Otro se titula “Los extranjeros” y narra la historia de un grupo de estudiantes en Norwich con una increíble sorpresa de fondo, emparentada con el escritor W.G. Sebald, autor de “Austerlitz” o “Los anillos de Saturno”.

Otro relato es la historia de un joven y su novia, en ese instante en que no saben si seguir o dejarse para siempre; buena parte de la acción –que tiene una estructura de pliegues, de vaivén que se parece un poco al amor físico, a las intermitencias del amor a secas- sucede en casa de la novia que tiene alma de campeona olímpica de natación. Esta pieza estaría muy vinculada a su anterior libro:”La edad del pavo” (Xordica, 2001).

Y el quinto, dicho así a la brava, como todo lo anterior, cuenta la historia de un joven y su abuelo en un instante tan dramático como tierno en que el hombre maduro se aleja del mundo. El protagonista recrea un complejo panorama de vidas cruzadas y evoca el descubrimiento de los coches, los cuentos o la felicidad junto a ese anciano que fue todo un talento para el carbón vegetal, en la mina, en la caja de una empresa gigantesca de alimentación y en las artes del cariño.
14/09/2005 09:26 Enlace permanente. sin tema Hay 7 comentarios.

ENTREVISTA CON MERCEDES CORRAL

Ginzburg.jpgMERCEDES CORRAL. DIRECTORA DE LA CASA DEL TRADUCTOR DE TARAZONA

-¿Quién es Mercedes Corral?
-He nacido en Madrid y he vivido allí siempre, salvo tres años que estuve en Italia. Me había licenciado en Filología Hispánica, y en Italia aprendí el italiano. Descubrí un libro de Natalia Ginzburg, “Léxico familiar”, y me puse a traducirlo. Le escribí al editor Mario Muchnik. Me dijo que era imposible de traducir.

-Se quedaría con un palmo de narices…
-Insistí, le envié mi versión y se quedó encantado. Me contestó: “Lo publico”, pero al poco tiempo me dijo que Trieste había adquirido los derechos. Más tarde, lo reeditó Ediciones del Bronce y luego Círculo de Lectores.

-¿Qué le atrajo tanto de ese libro?
-Me identifiqué con la forma de ser de Ginzburg y con el contexto familiar del que habla. En mi casa somos 12 hermanos. Eso que ella propone acerca de la existencia de un léxico familiar que se va repitiendo, el énfasis que adquieren algunas frases, me resultó muy íntimo y reconocible. En mi casa ocurría algo semejante.

-¿Conoció a la gran escritora italiana?
-Sí, le hice una larga entrevista. Era una mujer muy difícil de entrevistar, tenía una hija paralítica y era muy silenciosa. Poseía una preciosa casa llena de libros en el Trastévere. Todo ese mundo suyo de alguna manera se esponja en ese libro que es la historia de su familia durante la época de Mussolini. Carmen Martín Gaite, que había traducido “Querido Miguel”, elogió mi labor. Su reseña fue un espaldarazo para mí.

-¿Qué ocurrió luego?
-Traduje “Las raíces del cielo” de Roman Gary, “El Simplón guiña el ojo al Frejus” de Elio Vittorini, "La historia del buen viejo y la bella muchacha" de Italo Svevo. Y me convertí en una traductora profesional. Ahora, estoy embarcada en un proyecto apasionante para la editorial El Acantilado: la traducción de los cuentos de Dino Buzzatti, el formidable autor de “El desierto de los tártaros”.

-¿En qué consiste el placer de la traducción?
-Es algo muy personal e intimista: en la traducción me encuentro muy a gusto, como encerrada en un capullo con el autor o la autora, te compenetras con él o con ella, y es un lugar de creación. Un cuarto propio mental. Me gusta tanto este oficio que cuando no lo practico, lo echo de menos.

-¿Qué es lo más bonito que le ha ocurrido como traductora?
-Traduje una novela de Agnès Desarthe, “Cinco fotos de mi mujer” (Grijalbo). Fue una experiencia increíble. Por las noches notaba que me llamaban el texto y los personajes. No podía dormir. Y tenía que ir a continuar la traducción. Luego supe que Agnès era de ascendencia judía, que estaba vinculada a la cábala y que era una mujer muy misteriosa.

-¿Quién o qué la llamó para venir a Tarazona?
-Había estado en las Jornadas de Traducción, dando un taller sobre el editor Feltrinelli, y además tengo una abuela zaragozana. Comprobé que aquí se compartían dudas y que se dialogaba mucho. Me encuentro muy identificada con el paisaje, con la gente. Cuando llegué para quedarme tuve la sensación de que Tarazona y el Moncayo me recibían, de que también es mi sitio. Aquí he recuperado el idioma de las estaciones: la belleza del otoño, el invierno crudo, me quedé aislada cinco días por la nieve en Añón…

-¿Qué debe ser este centro de las lenguas que dirige?
-Un lugar con una relación de familia. Estamos construyendo esa atmósfera: trabajamos, hablamos, discutimos, vemos las películas juntos. Quiero que sea un auténtico hogar de las palabras y los profesionales. La Casa del Traductor de Tarazona puede recibir a cinco personas a la vez, y alrededor de unas 40 ó 50 al año.

-El edificio es inadecuado y pequeño. ¿Qué pide?
-Necesitaríamos uno en condiciones. Podría ser la Casa del Cinto o la de los Capitanes. Sería maravilloso. Tenemos apoyos institucionales de aquí, aunque nos faltan más becas. Quizá debiéramos establecer nuevos convenios de colaboración con otras comunidades, abrirnos a políticas editoriales con empresas aragonesas y El Acantilado para crear una colección específica nuestra. Estoy entusiasmada con Aragón.

-¿Cuál es la labor del traductor?
-Es decisiva porque facilita la comunicación entre los países y las lenguas. Ortega dice que el lenguaje está poblado por palabras y silencios, y que los silencios son los secretos que quieren guardar los pueblos. La traducción debería desvelar esos secretos.
15/09/2005 20:41 Enlace permanente. sin tema Hay 1 comentario.

RAMÓN ACÍN, APOLOGÍA DE LA LIBERTAD*

ramonacin1.gifRamón Acín llevaba impresa en el rostro una languidez de gitano. Usaba patillas de bandolero y tenía descarnadas las facciones, angulosas y pétreas. El cabello vuelto hacia atrás le otorgaba un sello de rebeldía, de confrontación permanente contra todo: contra las alamedas y los claustros por donde paseaba, contra los sacerdotes, contra la negra provincia en que medraba. Parecía un desasosegado irremediable que demandaba libertad por las esquinas. Libertad y más aire. Libre vuelo en paz por los recodos y las avenidas. Aunque esa imagen novelesca es engañosa. En el fondo, este creador, este hombre que fue tantos hombres -pintor, pedagogo, político, dibujante, periodista y escultor-, era un caballero apacible y enérgico, lastimado por una infinita tristeza y una inocencia dulce y lenta.



Nació en el verano de 1888, creció y se despidió del mundo en la Casa de Ena, una mansión solariega que parecía un palacio doméstico de espesas paredes, techos altos y barandas a la calle y a las colinas de la ermita de San Jorge. Las estancias estaban salpicadas de un fulgor de sombra y oro, y las alcobas se multiplicaban entre muebles lacados, consolas, arcones, pasillos umbrosos y quinqués de cobre. En su interior creó un edén de pajaritas de papel y de cuadros enigmáticos, un laberinto de intimidad donde revelaba el envés de su personalidad pública: su candor, su sensibilidad inabarcable, su talento imaginativo frente al lienzo o al papel en blanco y su melancolía. y ese paraíso se prolongó desde la niñez, cuando vivía bajo la protección de su padre, el ingeniero agrimensor Santos Acín, hasta sus últimos días, cuando ya era un republicano combativo y un artista reconocido que exploraba los caminos de la vanguardia y la investigación más osada.

Varias anécdotas dispersas jalonan sus comienzos. Las fiestas de San Lorenzo, con sus fanfarrias y aquellos gigantones de espanto que meneaban en los desfiles sus hercúleas mazas; los soldados de plomo; los tiovivos de colores y el circo con su mujer sierpe, los equilibristas, los renos y los violinistas húngaros. Otra imagen entrañable se impone en su infancia: la figura beatífica del pintor local Félix Lafuente, con sus pobladas barbas, su magisterio artesanal y aquel caballete que paseaba por las afueras en busca de un ángulo original de la ciudad. Ramón Acín asistió a sus clases en los ornados salones del Museo Provincial y de él aprendió a trabajar al natural y a desarrollar con precisión una copia, un bodegón o un paisaje que se abre camino entre las montañas precípitas del Pirineo. Las clases eran amenas y entrañables; discurrían bajo la muda mirada de los lienzos místicos de los hermanos Bayeu. El joven intentó ser químico, pero la vocación gráfica lo disuadió de ello. Con algo más de 22 años, se trasladó a Madrid e intentó encontrar un lugar entre la bohemia de principios de siglo. Allí realizó una obra incipiente y tradicional, con derivaciones satíricas. Reprodujo estampas del casticismo, figuras tradicionales de la zarzuela, deambuló entre los setos de la Castellana y las fuentes de alabastro de los edificios señoriales y estampó su primera colaboración en la prensa con una firma irónica: Fray Acín.

De regreso a Huesca -que sería siempre el epicentro de su revuelta-, empezó a colaborar en el Diario de Huesca con sus viñetas críticas sobre la actualidad. Afrontaba, con un gran sentido del humor, las males del país: el descontento de las gentes, la subida de precios, la obsesiva presencia del clero, el alcohol o el machismo, etc., y no dudaba en rescatar, con evidente desparpajo, personajes baturros. Los trazos eran sencillos y de gran eficacia. Conocía a los grandes dibujantes alemanes, el modernismo catalán acaudillado por el exquisito Ramón Casas y se han encontrado, entre sus materiales de aquella época, grabados japoneses y modélicos libros de ilustración con increíbles fábulas orientales. Por entonces, el director del periódico altoaragonés era Luis López Allué, quien alternaba con brillantez las columnas de opinión con numerosos relatos de carácter tradicional, que el joven artista solía acompañar con dibujos muy logrados. Pero quizá lo más resonante de aquella etapa sea su faceta de caricaturista: Acín -como sus admirados Castelao o Luis Bagaría- lograba piezas de una gran expresividad y una estilización indiscutible. Les agregaba una pequeña leyenda, cargada de intención y de mordacidad. Además, había inaugurado un estudio en los bajos de su casa y, casi de inmediato, fue saludado por un cronista local como un libertario de la pintura. Con relativa frecuencia, desmayaba el tiempo con el escritor Manuel Bescós, Silvio Kosti, que llegaría a ser alcalde de la ciudad, y se aficionó a la fotografía, a raíz de sus viajes por toda la provincia con el farmacéutico y documentalista Ricardo Compairé. La memoria local aún los recuerda a ambos por Alquézar, Benabarre o Aínsa, amarrados a las arcaicas cámaras, o en las cúspides nevadas, departiendo con los leñadores o los pastores pirenaicos, envueltos en pellizas de oveja y rodeados de canes.

El primer arrebato de audacia estaba a punto de llegar. En 1913, junto a un grupo de amigos, fundó en Barcelona el periódico semanal La Ira, que pretendió ser el órgano de expresión del asco y de la cólera del pueblo. Sus miembros, según escribió Ángel Samblancat, otro oscense ilustre y anarquista, aspiraban a que la política se haga con pasión y con fervor y con ansia y con violencia La estancia en la Ciudad Condal no fue demasiado larga, pero sí duró lo suficiente para que la expresividad de Acín se decantase también hacia el género literario y se hizo corresponsal de la prensa aragonesa. Durante años, a la par que acrecienta y consolida la calidad de su producción artística, desarrollará una apasionante tarea en el periodismo. La denuncia, en algunos casos corrosiva, será permanente, pero de su pluma también saldrán justas reivindicaciones sociales, manifiestos, necrológicas de amigos, críticas de arte o textos atravesados por el amor al país, elaborados con un estilo ajustado y rico, no exento de arabescos, frase corta y un sentimiento sincero.

En 1916, vuelve a recalar en Madrid. Establece su residencia en el Torreón de Velázquez, que luego sería ocupado por Ramón Gómez de la Serna. Allí, entre sus corredores sombríos y sus ventanales abiertos a la colmena de la gran urbe, instalaría el autor de Greguerías sus magníficas colecciones de libros insólitos, de muñecas de plástico y de cera, de retratos y de dibujos. Algunos años después, alrededor de 1927, coincidiendo con una conferencia que dio en Huesca, presentado precisamente por el aragonés, Gómez de la Serna recordó que el Torreón de Velázquez se lo había cedido el "raro Acín", que tenía por insólita costumbre arrojar un zapato a la calle cuando quería que el conserje le sirviese algo. Ramón Acín aprovechó su permanencia en Madrid: estudió, observó de cerca las nuevas tendencias del arte, maduró en su vertiente política y ganó una plaza de profesor de dibujo para la Escuela Normal de Maestras y Maestros de Huesca.

Casi paralelamente al ingreso en su nueva ocupación, inició sus clases particulares de dibujo en la Casa de la Ena y emprendió una tarea esforzada de renovación pedagógica. Era como si reemplazase al maestro Lafuente en sus oficios del pasado. No cesaba ni un momento: trabajaba sin descanso, inventaba revistas con los anarquistas altoaragoneses, y suscitaba polémicas a ciento. Ya no se trataba sólo del vigor punzante de sus viñetas ni de la toma de postura con cierta hostilidad ante conflictos candentes, sino de empeños tan insólitos como Las corridas de toros en 1970: un conjunto de caricaturas de asunto futurista e intención desacralizadora, a propósito de la fiesta nacional. El tono es beligerante y paradójico; los dibujos estilizado s al máximo, repletos de gracia y delicadeza, y el único protagonista que sale bien para- do de la ceremonia sangrienta es el caballo. Ningún editor quería publicar un volumen que lo hubiese enfrentado con las figuras en alza de los diestros locales y, por si fuera poco, Acín tenía el atrevimiento de cuestionar la construcción de un nuevo recinto taurino. Con brillantez y un acento jocoso incuestionable, proponía que se edificase en su lugar un campo de deportes. El tomo va dedicado a Conchita Monrás, con la que se había casado ese mismo año de 1923. Era una mujer apasionada, juncal y sensible, que tocaba perfectamente a Mozart en su inmenso piano de cola. Sus hijas Sol y Katia la han recordado como una criatura extraordinaria y simpática, dotada de una gran vitalidad.

La política seguía apasionándole y paso a paso fue asumiendo nuevos compromisos, responsabilidades que, una y otra vez, pondrán en peligro su pellejo. Acín era un confeso antifascista y su actitud militante era conocida por todos. La tarea del creador y la misión del sindicalista que defiende al obrero se entrecruzaban en muchas ocasiones. A veces, la falta de comprensión era unánime y la ausencia de libertad de expresión daba con sus huesos en la cárcel. No obstante, Ramón Acín jamás descuidó su formación estética. En 1926, se desplazó a París donde coincidió con Luis Buñuel, al que le financiaría en 1932 la película Tierra sin pan merced a un agracia- do boleto de lotería. Visitó las galerías de arte y algunos estudios de artistas de renombre; estuvo en los grandes museos, vagó con la mirada perpleja por los cafés de la medianoche, por Le Rotonde con el doctor Aznar y el cineasta y los boulevards atestados de demoiselles y genios desheredados, y aspiró aquellos perfumes de iconoclastia, que se traducirían en una obra de claro signo postcubista y en la búsqueda de un lenguaje radical. Su valentía y su rectitud fueron siempre inamovibles. Firmes como los sillares de la catedral. En 1928, Acín se quedó solo en el homenaje a Francisco de Goya y defendió a capa y espada el criticado Rincón de Goya, un monumento racionalista de líneas netas que diseñó Fernando García Mercadal. No se amilanó pese a las deserciones, algunas muy célebres como la de Zuloaga, y redactó un texto feroz contra la ignorancia, el cazurrismo y el temor a las nuevas artes. Y justo al año siguiente, celebró su primera exposición verdaderamente importante en Barcelona, en la galería Dalmau, donde mostró resoluciones originales en chapas de una sola pieza y pinturas de inspiración cubista.

En 1930, Acín desde su militancia en la CNT colaboró en la sublevación de Jaca de Galán y García Hernández, y en la posterior huelga de trabajadores que debería celebrarse en Huesca. Pero al fracasar, se vio obligado a exilarse en París e incluso se planteó muy seriamente quedarse allí a vivir con su mujer y sus hijas. Sin embargo, la proclamación de la República facilitó su retorno y favoreció diversas exposiciones en Madrid, en Zaragoza (precisamente en el Rincón de Goya), en Barcelona e incluso en Huesca. A lo largo de un lustro se fueron observando las mudanzas y los logros de un artista de “rebeldías modestas pero continuadas”: piezas de láminas metálicas, cartones de embalar que adoptaban formas surrealistas, pinturas, siluetas y figuras ingenuas de gran fantasía. Las muestras no pasaron desapercibidas en ningún sitio. Ni desde el prisma estrictamente creativo ni humano. Algunos críticos subrayaban la orientación tan diferente a la de Pablo Gargallo que le confería a sus diseños el altoaragonés y otros recalcaban su talante humanista, su exaltada bondad, su afirmación en la solidaridad con el pueblo y sus íntimas tragedias. La participación en la revuelta de Jaca le otorgaba una aureola casi legendaria e incluso, en círculos privados, se elogiaban actitudes que no dejaban lugar para el equívoco o el recelo: Ramón Acín, sin hacer ostentación de ello, socorrió a muchos compañeros y a sus familias en períodos de extrema necesidad, aunque en la Casa de la Ena no sobraba nada.

En su domicilio, la intimidad había sido arrebatada desde hacía tiempo. El universo familiar estaba asediado por sombras exteriores, por indicios funestos y veladas amenazas. Sin embargo, más de medio siglo después, sus hijas seguían recordando el clima de exquisita convivencia y de total seguridad que se percibía, la sensación de habitar una felicidad sumergida en medio de jaulas doradas, mesas filipinas e instrumentos de música. La madre tocaba el piano al atardecer, el padre pulimentaba lámina tras lámina en su estudio o fundía estatuas y relieves; ellas, bajo el rumor del viento, jugaban en la explanada del Hortal con la pelota y los muñecos de trapo entre briznas y acacias, o releían aquellas cartas con palomas que su padre les había mandado alguna vez desde el calabozo. y al anochecer, con el temor dibujado en el rostro, Conchita Monrás despedía así a su marido, que acudía a las reuniones del sindicato: “Moncico, Moncico, vuelve pronto”. De repente, la situación se agravó y la casa de los Acín empezó a llenarse de gente, de pasos clandestinos y de voces murmura- doras en el salón de la biblioteca. Una tarde, una de las niñas lloraba asomada al balcón de las rejas o en alguna estancia interior, sin razón aparente. Su madre le preguntó por qué plañía, y la muchacha contestó con una frase enigmática: "porque te matarán". Algunos días después estalló la Guerra Civil y las calles se llenaron de estruendos, de soldados y de estertores en las cunetas de la noche.

El 6 de agosto, una columna de falangistas, armados con fusiles, sacó al escultor de su casa. Una voz desesperada clamó desde arriba: “Ramón, Ramón”. Esa misma madrugada lo fusilaron ante las tapias del cementerio. Dos semanas más tarde, su esposa Conchita, fue abatida del mismo modo: llevaba el cabello desgreñado, la ropa hecha jirones y el corazón invadido de furia, de desesperación y de mazmorras.

*Este texto apareció en 1992 en mi libro "Aragoneses ilustres, ilustrados e iluminados", que tenía magníficas interpretaciones al retrato de José Luis Cano. Se trata de mi mejor libro posiblemente. Tuve en la cabeza durante su redacción a Lytton Strachey, Marcel Schwob o al Pierre Michon de "Vidas minúsculas" que aún no conocía, pero también los retratos de Ricardo del Arco,Fernando Castán Palomar y de Ramón de Lacadena. Vicente Martínez Tejero me dejó una treintena de libros. Para ese proyecto, en el que invertí ocho meses, leí alrededor de 500 libros. Lo escribí en Urrea de Gaén (Teruel), y fue una de las mejores experiencias de mi vida.
16/09/2005 07:38 Enlace permanente. sin tema Hay 8 comentarios.

LECTURAS DE DOMINGO*

pajaricas2_small.jpg1.He leído en las últimas semanas, en “Heraldo” y “Abc”, tres artículos de Félix Romeo donde cuenta cómo abre carpetas de casi todo. Es una memoriosa factoría cultural de iniciativas y sueños, y precisamente recopila sueños reales de escritores, textos que encuentra aquí y allá. Un editor atento tendría que llamarlo de inmediato y contratarle ese libro. Yo, que soy muy desordenado y que se me desmanda la información en miles de montones, cajas y archivos, tengo carpetas desde hace muchos años de fotógrafos, bandoleros, sirenas, ballenas, crímenes (serie que titulado pomposamente, a la manera de Borges, “Historia universal de la infamia”), faros y, entre otros asuntos, boxeadores; ya metidos en el deporte, tengo varios coleccionables de prensa de los Juegos Olímpicos (uno de mis muchos sueños es escribir una historia de las Olimpiadas a través de los grandes campeones, digamos 40, por ejemplo) y una colección de grandes entrevistas a deportistas. También recorto fotos. Esta mañana, he metido entre mis recortes en desorden dos de Nadia Comaneci, una de Juliette Binoche como María Magdalena, y otra, virada en sepia, de Henry James, la que ilustraba un artículo titulado “El gran amor de Henry James”, que no era una mujer sino la vivienda Lamb House.

2.Vi anoche “Obaba”, la película de Montxo Armendáriz. Debía estar un poco cansado porque me dormí en un par de ocasiones. La historia que más me gustó, sin duda, es la de la maestra, que encarna Pilar López de Ayala. El trabajo de Bárbara Lennie es eficaz y sensible; Montxo ordena muy bien un libro fragmentario y crea un mundo suspenso en la superstición. La historia del lagarto que se mete por el oído y come el cerebro de la gente se contaba en Galicia; los gemelos Dubra, que aparecen en mi libro “El álbum del solitario”, me decía que a uno de sus abuelos le había ocurrido eso, aunque luego un lagarto corrió en ayuda de su padre que dormía a la sombra de un árbol: una víbora avanzaba hacia él con malas intenciones, y el lagarto le pasó por encima de la cara hasta tres veces para despertarlo. Cuando lo hizo, la víbora ya le subía por el pantalón. Esta historia se contaba en el legendario Campo do Bosque, que había visto jugar a Luis Suárez y Arsenio Iglesias. Volveré al cine más despejado, pero sí me gusta mucho la sutileza poética, la ambientación, la vertiente mágica de la propuesta, la fusión de géneros que utiliza. No sé analizar la mirada política: reconozco que soy un completo inútil. No entiendo nada de nada. Pensaba, viniendo hacia casa: “¿Qué ocurriría si algún día se publicase mi libro de relatos ‘Marinos y mujeres’ y un director quisiera llevarlo al cine –ya se ve que sigo soñando- y ordenar todo ese universo intemporal en un contexto histórico?”. Tres cosas: o se volvería completamente loco, o tendría que inventar un código completamente nuevo o se daría cuenta de que hay cosas que funcionan muy bien como ficción intemporal, en el orbe de los sueños, pero que encajan mal con la cronología de la realidad. También tendría que decir que descubriría que soy un mal escritor, pero Pepe Melero me ha prohibido que diga, ni aquí ni en ninguna parte, eso nunca. Nunca máis.

3.Ignacio Martínez de Pisón, que es un prosista extraordinario y límpido (uno, que lleva unos cuantos años dedicado a este oficio de juntar palabras, recibe siempre de él la lección de la exactitud, la elegancia, el rigor en la información y de la ausencia total de retórica), publica hoy en “El País Dominical” un artículo sobre dos maestras que une a Carmen Castro Cardús y a María Sánchez Arbós. Carmen era hermana de Julio Alejandro Castro Cardús, guionista de Buñuel de quien se habla en este blog, fue discípula de María, dirigió la cárcel de Ventas cuando fueron fusiladas las “Trece Rosas” y murió demasiado joven, a los 38 años. María fue depurada de su puesto de maestra y no lo recuperó hasta 1952, creo recordar. Publicó en México “Mi diario” y más tarde, gracias a los trabajos y los días de Víctor Juan Borroy, se reeditó en Aragón por el Gobierno de Aragón. Curiosamente, hoy, en el artículo que publicó en “Heraldo Domingo”, “La caja de música de Ramón Acín”, hablo de María Sánchez Arbós y de su hijo José Manuel Ontañón, el geólogo que se casó con una mujer que se dedica al cultivo de las rosas.

4.Ayer hice la crónica de los dos partidos de Jorge y Diego, pero se me borró. Por si a alguien aún le interesa, anoto: Diego ha debutado en el San Gregorio C de cadetes con un triunfo ante el Gancho: 4-2. Hizo un buen partido; actuó como medio centro y tengo cada vez más claro que, quizá por su falta de envergadura y corpulencia, juega mucho mejor hacia arriba que en las labores de contención. El Gancho se puso 1-2, en ese instante tiró dos veces a los palos, pero luego los locales remontaron. Y Jorge, extremo izquierdo del San Gregorio de infantil, División de Honor, ganó 3-0 al Montecarlo. No fue su mejor partido, corrió bien al remate, pero no profundizó por la banda. No consigue jugar como entrena por ahora. Quien hizo un partido formidable fue Víctor Luna, el ariete, que marcó dos golazos de oportunismo, potencia, inteligencia y velocidad.

*La foto está tomada de la página web de Víctor Juan Borroy. Buscaba la foto de Barbara Lennie o la de Pilar López de Ayala, incluso la de María Sánchez Arbós, pero no he sido capaz de encontrarlas.
18/09/2005 13:45 Enlace permanente. sin tema Hay 4 comentarios.

UN CUENTO DE CINE DE LUIS ALEGRE

LA CHICA QUE ME DESCUBRIÓ EL AMOR*



El verano de 1970 tuve mucho tiempo para pensar. Tenía ocho años y vivía con mis padres y hermanos en una finca a las afueras de Calamocha, Teruel. Hacía un par de años que habíamos venido desde Lechago, nuestro pueblecito de al lado. No éramos ricos pero vivíamos en una finca de ricos. Había dos casas pegadas, una grande que ocupaban los dueños cuando venían de Madrid y otra pequeña en la que estábamos nosotros. También había una granja de conejos, un corral, cerdos, varias huertas y una caseta para la perra, “Caracola”. Mi padre se encargaba del cuidado de la tierra y de los animales. Eso es lo que nos permitía vivir allí. A este lugar le llamábamos “La Granja”.



Acababa el verano y yo estaba a punto de comenzar 3º de EGB. Vivir alejado del pueblo hacía que, en vacaciones, apenas viera a mis compañeros de la escuela. Pasaba las tardes en “La Granja” jugando con una pelota roja de goma. Para que pareciera un balón de verdad, le dibujaba los hexágonos con saliva. Imaginaba que jugaba en el Real Zaragoza y que era una estrella del fútbol. Me regateaba a mí mismo, lograba goles de dibujos animados y el público-yo-me vitoreaba, mientras daba saltitos de alegría. De vez en cuando, mi gran amigo de la escuela, Pascual Peiró, venía a verme con Doña Paquita, su madre, que se hizo muy amiga de la mía.



A mi padre le encantaba el cine y le encantaba leer. Un día me leyó un poema de Antonio Machado,-“Yo voy soñando caminos de la tarde”- y luego me sentó en la mesa y me lo hizo repetir hasta que lo retuve. Otra noche, me evocó, arrebatado, “Recuerda”: Ingrid Bergman, Gregory Peck y Alfred Hitchcok. Fue la primera vez que alguien me hablaba de una película.



Hacía muy poco que mi padre nos había llevado, por primera vez, al cine de Calamocha. Vimos “¿Arde París?” y me aburrí un poco También hacía nada que había entrado en casa una Philips en blanco y negro. Nuestras noches, desde entonces, habían cambiado. No me perdía ningún capítulo de “El Conde de Montecristo”, “Los tres mosqueteros” y “La pequeña Dorrit”. Alejandro Dumas y Charles Dickens eran los reyes. En “El Conde de Montecristo” me había gustado muchísimo Emma Cohen; en “Los tres mosqueteros”, Elisa Ramírez y en “La pequeña Dorrit”, Ana Belén.



Pero el martes 1 de septiembre de 1970 sería un día decisivo. Esa noche me iba a enamorar. A las 10, en el VHF, ponían “Del rosa al amarillo”. Yo nunca había visto una película española. “Del rosa al amarillo” incluía dos historias de amor, una de niños y otra de abuelos. En la primera, Guillermo, un crío de 12 años, se enamoraba de Margarita, una preciosa chica de su edad que parecía mayor que él. En una escena, Guillermo coincidía en un autobús con Margarita y el chico reparaba en los pelos de las axilas de la chica –que él aún no tenía- mientras ella entonaba “Mirando al mar”. El final era muy triste porque Guillermo, a la vuelta del verano, se enteraba de que Margarita se había echado novio.



Pero, esa chica, Margarita, era totalmente adorable y esa noche me fui a la cama encendido, en un estado de shock.



Nunca, nadie, me había hecho sentir algo así. Tardé un buen rato en pillar el sueño porque soñaba despierto con Margarita. No podía pensar en otra cosa. Estaba convencido de que ese fuego nuevo e incontrolable que me había subido tanto la temperatura y que me impedía dormir, era eso que llamaban amor.



A la mañana siguiente, proseguía la fiebre. Mientras le daba patadas a la pelota de goma, comencé a rumiar algo. Ese verano tenía demasiado tiempo para pensar y yo era un niño muy soñador. Y, entonces, fabulé con la idea de ir a Madrid, solo. Allí vivía mi tía María con mis primos y allí vivía Margarita. Mi gran sueño era encontrar a Margarita y decirle que me había vuelto loco de amor por ella.



No fui a Madrid. Pero, al curso siguiente, me enamoré de la chica de la escuela que más se parecía a Margarita. Se llamaba Pilar Palomar Murillo y le regalé un anillo de juguete que le robé a mi hermana. La inolvidable Pilar era la hija del capitán de la guardia civil de Calamocha. A su padre le ofrecieron un traslado y, al finalizar el curso, se marchó del pueblo. Me sentí tan desgraciado como Guillermo.



Desde “Del rosa al amarillo”, siempre aspiraba a enamorarme de la chica de la película. A veces lo conseguía. A los 12 años, me quedé paralizado al ver a Ingrid Bergman en “Encadenados” y le escribí una carta de amor. Poco después me dio un vuelco el corazón cuando descubrí a Jacqueline Bisset en “La noche americana”. Y a Rita Hayworth en “Gilda”, a Sofía Loren en “La bella molinera” y a Claudia Cardinale en “El gatopardo”.



En el cine, las mujeres de las que te enamoras no te abandonan nunca.



Y ella, Margarita, había sido la primera.



La actriz que interpretaba a Margarita en “Del rosa al amarillo”, la chica que me descubrió el amor, se llamaba –se llama- Cristina Galbó.



A lo largo del tiempo fui averiguando cosas sobre ella. Nació en Madrid en enero de 1950. “Del rosa al amarillo”, su primera película, la rodó en 1963, con 13 años. La película, de Manuel Summers, uno de los directores más prometedores del “Nuevo Cine Español”, tuvo una notable repercusión y con el tiempo se convertiría en un pequeño clásico. Cristina recibió la Medalla de oro “Revelación” en el Festival de Cine de San Sebastián. Luego encarnó a la legendaria Bernadette en “Aquella joven de blanco” e intervino en películas de tanto éxito como “La ciudad no es para mí”, “Nuevo en esta plaza” o “La residencia”. También había protagonizado el debut de Pedro Olea (“Días de viejo color”) y había coincidido con Joan Manuel Serrat en “Palabras de amor”. Todo eso antes de cumplir los 19 años. Con esa edad se casó con Peter Lee Lawrence, un actor alemán con el que había rodado “La furia de Johnny Kid”, y se fue a vivir a Roma. Tuvo un hijo. Continuó rodando películas (“No profanar el sueño de los muertos”, “Las adolescentes”) pero cada vez de forma más espaciada. También me enteré de que se quedó viuda muy pronto. En teatro hizo “Drácula”. Sus últimas apariciones –pequeñas colaboraciones- eran de 1988: “El último guateque 2” de Juan José Porto y “Suéltate el pelo”, de Manuel Summers, su director en “Del rosa al amarillo” y la pareja de su hermana, la actriz Beatriz Galbó.



Y, después, el silencio.



En Madrid, una mañana de enero de 2002, me desperté pensando en Cristina Galbó: ¿Qué habrá sido de la chica que me descubrió el amor?. De repente, me apeteció buscarla, conocerla y contarle todo, como aquella mañana en la que con ocho años planeé viajar solo a Madrid para verla. Yo acababa de cumplir 40 años y pensé que encontrar a Cristina podía ser una buena manera de celebrarlo.



No sería fácil. Pero seguro que, si lo lograba, merecería la pena charlar con ella y, quizá, escribir un relato alrededor de su extraña vida. La vida de una actriz, una de las profesiones más frágiles y maravillosas que se conocen. La vida de una chica que vivió sus días de gloria y que, aunque nunca fue un mito, seguramente, en algún momento, de algún modo, había sido importante para gente como yo. Cristina había desaparecido a lo Greta Garbo. Pero muy pocos cinéfilos jóvenes sabían de quién se trataba. Cristina también era un símbolo de eso, de la fugacidad de la fama, de la capacidad depredadora del mundo del cine y de la particular derrota del cine español.



Las incógnitas se me acumulaban en la cabeza. Pero si algún día la tenía delante, no sé si me atrevería a formularlas todas: ¿Qué recuerdos tenía de sus años en el cine español y de aquella España?. ¿Fue feliz en esos tiempos?. ¿Lo era ahora?. ¿Sentía nostalgia de algo?. ¿Por qué, hacia mediados de los 70, en su esplendor, con sólo veintitantos años, comenzó, poco a poco, a apartarse de la interpretación?. ¿De qué manera la temprana muerte de su marido influyó en ese abandono?.¿Cómo era ahora su vida cotidiana?. ¿Leía, iba al cine, veía “Crónicas Marcianas”?. ¿Cómo era la relación con su hijo?. ¿Mantenía algún contacto con antiguos compañeros de profesión?. ¿Estaba enamorada?. ¿Tenía el DVD de “Del rosa al amarillo”?.



En el fondo, más que arrojar un poco de luz sobre su misterio, lo que yo quería era rendirle un homenaje a ella, al cine y, de paso, a todas las mujeres que, desde una pantalla, me habían hecho soñar. Lo que quería era rendirle un tributo a mi propia infancia. La noche que la vi en “Del rosa al amarillo” algo cambió. Esa noche nació mi amor por el cine y por las mujeres, dos de las grandes alegrías de mi vida. Supongo que las pasiones, como tantas cosas definitivas, suelen arrancar así, por puro azar, porque una noche de tu infancia emitan en la tele una película con una niña irresistible.



Esos días, cuando se me ocurrió buscarla, veía a menudo a mi amigo Jonás Groucho y le conté mi proyecto, más o menos literario. Me animó mucho que a Jonás le pareciera una idea muy bonita.



El primer paso fue llamar a una amiga periodista redactora de la revista “TP” para conocer exactamente la fecha de emisión de “Del rosa al amarillo”. Así pude precisar el día y la hora en que me enamoré por primera vez: el martes 1 de septiembre de 1970, pasadas las 10 de la noche. Luego, decidí iniciar una pequeña investigación para llegar a Cristina. Hice un pequeño sondeo entre varios amigos del cine y nadie sabía nada de ella. Hasta que, un día, José Luis García Sánchez me contó que él creía recordar que hace muchos años ella y Antonio del Real fueron muy buenos amigos e, incluso, puede ser que novietes. Telefoneé a Antonio y, cuando le hablé de Cristina Galbó, se quedó mudo durante un par de segundos: “Madre mía, Luis, hacía siglos que no escuchaba su nombre. Era una chica deliciosa. Pero no tengo ni idea de cómo encontrarla. Si lo consigues, dile que eres amigo mío”.



Probé suerte con la guía telefónica. Sospechaba que en Madrid debía haber cientos de personas que se llamaran Galbó. Pero, oh sorpresa, sólo había un apellido Galbó en toda la guía. Llamé y me contestó la voz de un señor mayor. Pregunté por Cristina. Él, muy desconfiado, me preguntó qué es lo que quería de ella. Me puse muy contento porque comprendí que la pista era buena. Le dije que era amigo de un amigo suyo, Antonio del Real, y que quería hablar con ella. Enseguida me dio la impresión de que el hombre con el que hablaba era su padre. Y, entonces, él me dijo que ella no vivía en esa casa y que estaba fuera de Madrid. También me dejó caer que Cristina pasaba por allí de vez en cuando y que si le quería remitir una carta a esa dirección, él se la guardaría.



Así lo hice. Le envié a Cristina la carta más delicada que fui capaz de escribir. Le narraba, más o menos, mi historia con Margarita. No le decía que ella fue la chica que me descubrió el amor, porque entonces era muy posible que me tomara por un loco o por un idiota, tal vez con razón. Pero sí le confesaba que me encantaría escribir algo alrededor de ella. En el sobre, metí “Besos robados”, un libro mío donde la citaba un par de veces, por si eso le podía transmitir algún tipo de confianza. A última hora, en vez de enviarlo por correo, opté por coger un taxi y dejarlo yo mismo. Una casa normal en una calle normal. Llamé a un timbre, dije que estaba repartiendo publicidad, me abrieron, entré, metí el sobre en el buzón y me fui. Eran los primeros días de julio de 2002.



El 21 de noviembre de 2002, recibí en mi casa, desde París, una carta postal de Cristina Galbó.



La carta era breve y amable. Agradecía mis palabras y me insinuaba que le halagaba que alguien pensara escribir algo sobre ella. Pero me aclaraba, sin rodeos, que el cine formaba parte de una época de su vida que prefería olvidar.



Me daba una dirección de correo electrónico y me advertía que lo abría muy de tarde en tarde. Nada más leer su carta le mandé un email donde le contaba lo que me había gustado que me escribiera y le preguntaba si vivía en París. También le decía que, por descontado, respetaba su postura. Y que, algún día, me encantaría conocerla.



No he vuelto a recibir noticias de Cristina.



Pero, hoy mismo, le voy a enviar este relato.



Sobre cómo ella me descubrió el amor.





Luis Alegre



Lechago, Teruel, 1 de septiembre de 2005.

*Este texto de Luis Alegre -autor de "Besos robados", trabajos sobre "El apartamento" / "Belle Epoque", y dos biografías muy particulares de Vicente Aranda y Maribel Verdú- aparecerá en el libro colectivo "La estrella que me deslumbró", que publicará unaLuna próximamente.
19/09/2005 14:08 Enlace permanente. sin tema Hay 8 comentarios.

LAS PAJARITAS DE VICTORIANO DE MIRA

Ayer, a mediatarde, me dicen desde conserjería que un señor, Victoriano de Mira, quería tener un cambio de impresiones conmigo a propósito de un artículo. Dicho así, daba un poco de miedo. Bajé de la tercera a la planta calle de “Heraldo de Aragón” y allí estaba un hombre más bien menudo. Me contó que el domingo por la tarde lo llamó un amigo y le dijo: “¿No nos habías dicho que tú eras el único que hacía pajaritas de hojalata en Zaragoza? Mentías. Hay otros que hacen lo mismo. Mira las páginas de ‘Heraldo’”. Se refería a mí artículo “La caja de música” de Ramón Acín, donde se explicaba que María José Menal se había destrozado los dedos haciendo 40 pajaritas de hojalata de caja de galletas.

Victoriano de Mira me explicó que él era de Zaragoza, nacido en 1931, y que había sido mecánico de Renault. Ha hecho miles de pajaritas, miles, desde hace 50 años. Y mucha gente las tiene; insinuó que en alguna ocasión habían sido regalos de empresa. Una de las anécdotas más curiosas es ésta: durante muchos años ha seguido la Vuelta a Aragón, “cuando era más nuestra y entrañable”, y siempre llevaba unas cajas de cien unidades de pajaritas que les regalaba a todas las azafatas y a los periodistas extranjeros. “No tuve contacto con los ciclistas, pero no me hubiera importado darles alguna”. Las pajaritas son su mejor obsequio: cuando va a hacer un recado o una gestión y lo tratan bien en la ventanilla, les regala a los funcionarios una pajarita. Mis compañeras de “Heraldo” de atención al público tienen varias. Victoriano de Mira hace sus piezas de hojalata de lata de gasolina o de lata de refrescos; les añade varias inscripciones: una cita de un escritor o un pensador; firma la obra en español y en inglés; puede hacerles pequeños dibujitos a modo de friso y dedica la obra.

Me dijo que tenía en una especie de pergamino enrollado en papel de estraza, taraceado en los extremos, con infinitas citas y también con los romances de ciego de Casañal, que los ponía a menudo en fragmentos, claro. Aseguró que, como las pajaritas, era un auténtico trabajo artesanal. Recordó que le había regalado dos de sus últimas piezas a Fernando García Vicente para su despacho. Me dio una que traía cuidadosamente envuelta, y sacó otra. “¿Está usted casado? ¿Cómo se llama su mujer?”. Se lo dije y escribió: “To Carmen”. Un poco más arriba, había escrito con su punzón. “Manufactured by Victoriano de Mira”.
20/09/2005 10:04 Enlace permanente. sin tema Hay 4 comentarios.

LA CAJA DE MÚSICA DE RAMÓN ACÍN

4Ramon_Acin.jpgEl paso del tiempo magnifica la leyenda de Ramón Acín Aquilué (1888-1936). Quienes lo conocieron o frecuentaron su Casa de Ena, en la calle de las Cortes de Huesca, aún creen haber visitado un paraíso en la tierra: un auténtico refugio de la creación, de la felicidad y de la ternura. Más de medio siglo después de que el periodista, político, pedagogo y artista fuese fusilado el seis de agosto de 1936, el geólogo José Manuel Ontañón Sánchez aún recordaba las visitas que había hecho al domicilio de los Acín Monrás, de la mano de su madre María Sánchez Arbós, quien, en el fondo, es la espiral que abre esta historia de amor, de admiración y música.

Marieta (así la llamó Pepín Bello), que sería expulsada de la Enseñanza por el régimen de Franco y que publicó en una corta edición “Mi Diario” (México, 1961), era amiga de Ramón y Conchita, y los veía a menudo en aquella casa encantada, en la que había libros ilustrados de Gómez de la Serna, pinturas, esculturas populares, jaulas, un sinfín de objetos. A su hijo se le iban a quedar grabadas en la memoria una caja de música y una melodía.

El profesor e historiador de la pedagogía Víctor Juan Borroy fue uno de los editores de los “Mi Diario” (DGA, 2000) de María Sánchez Arbós. Como sabía que ésta había estado casada con Manuel Ontañón y Valiente, se le ocurrió mirar en las páginas amarillas si en Madrid había algún Ontañón Sánchez. Al cabo de unos días contactó con el citado José Manuel Ontañón Sánchez, que era geólogo, que había trabajado en los Nitratos de Chile y que había creado su propia empresa. Le gustó mucho un detalle que también tendrá un cierto simbolismo en esta narración: se había casado con una mujer que se dedicaba al cultivo de las rosas.

Ontañón y Víctor establecieron una relación muy cariñosa, alimentada con cartas y llamadas de teléfono, y el recuerdo de la caja de música empezó a convertirse en una obsesión. “Además -recuerda Víctor-, Ontañón decía que aquella melodía también la tocaba su abuelo José Ontañón Arias, amigo de Francisco Giner de los Rios y de Joaquín Costa, bibliotecario del Senado y profesor de canto; la tocaba al armonio para sus nietos. Un día, poco antes del homenaje que le rendimos a Ramón Acín en Huesca el 12 de diciembre de 2004, recibí por correo una carta apaisada con unas cuantas notas. Ontañón, casi ciego ya, le había tarareado la melodía a un nieto, que la había transcrito al pentagrama, y anunciaba el posible título de la obra: ‘La última rosa del estío”.

LA MELODÍA RECUPERADA
Víctor Juan inició entonces sus pesquisas en internet, y en una página brasileña encontró el fragmento “La última rosa del verano” de la ópera “Martha” del músico alemán Fiedrich von Flotow (1812-1883), que había sido estrenada en Viena en 1847. La bajó, la grabó en un cedé y se lo envió. En cuanto lo recibió, Ontañón lo llamó y le dijo: “Ésta es la melodía. No la había escuchado desde hace 70 años. Me hace recordar aún más el último verano que pasé con Ramón Acín”. El día del homenaje al escultor y a su familia en Huesca, tras los discursos, sonó esa pieza tocada a la guitarra y con flauta tenor. Víctor Juan evoca así aquel día, marcado por un silencio conmovedor: “Casi 70 años después del asesinato de Concha y Ramón aquellas notas volvían a acariciar el aire y nos reconciliaban, en parte, con la memoria”. Unos días más tarde, en una de las tertulias literarias de los sábados por la mañana en el entorno de la librería Antígona, el bibliófilo y escritor José Luis Melero dijo: “Tendríamos que recuperar la caja de música de Ramón Acín”. Se conjeturó que la pieza debió ser muy famosa en su tiempo y que el artista de las pajaritas pudo adquirirla en uno de sus viajes a París. Víctor Juan, que ha dedicado una novela a Acín y a su discípulo Paco Ponzán, quemado por los nazis en Francia, se entusiasmó con la idea. A partir de ahí, se inició la tarea: Víctor Juan y José Luis Melero, con otros amigos, fueron a ver la tienda de cajas de música Redondo, en el Tubo. Les pareció que ninguna se adaptaba del todo, porque eran muy barrocas o muy pompier, porque tenían excesivas filigranas o resultaban muy exóticas.

“No se acomodaban al espíritu del artista, amigo de Lorca, de Gómez de la Serna, de Luis Buñuel, que realizó su obra con materiales pobres”, señalan ambos. Entonces contactaron con el arquitecto Basilio Tobías, que asumió la tarea de diseñar “una caja austera, compacta, sencilla, apaisada” que albergase tal vez un chip con la reproducción de la música, aunque muy pronto cambiaron de opinión. No sería un chip, sino un auténtico mecanismo de los de siempre. El azar quiso que se cruzase en la elaboración de la quimera el impresor y coleccionista Paco Boisset: le contaron su deseo, y éste se ofreció de inmediato para publicar un folleto que contase la historia que estaban viviendo. “Ésta es una de esas cosas inútiles en las que siempre me gusta tanto participar”, dijo.

LOS FORJADORES DE UN SUEÑO
Los promotores de la idea se plantearon de inmediato quién podría ser el ebanista que pudiese hacer una caja así, basada “en un croquis elemental en el que la caja impone sus propias reglas”. Pensaron en un luthier, en alguien que estuviese habituado a construir el corazón de un violín, que dominase el secreto de los ensamblajes, que fuera delicado. La titiritera y músico María José Menal les sugirió el nombre de Óscar Sánchez, y éste se implicó de inmediato en la tarea. Les advirtió que se trataba de una obra complicada y laboriosa, y que sólo podría hacer 20 ejemplares. Víctor Juan explica: “Óscar, que hizo del proyecto algo muy suyo, pasó a ser para nosotros ‘el artesano de lo imposible”.

El autor de “La tarea de Penélope. Cien años de escuela pública” empezó a hacer indagaciones acerca de quién construía mecanismos musicales de este tipo. Dio con la figura de Philippe Sayous, un profesional de cajas de música y de autómatas con tienda en París, en la calle de Sèvres, cerca de donde tenía su estudio el arquitecto Le Corbussier. Cuando se le contó el proyecto, Sayous dijo: “En mis talleres, todo es posible”. Era marzo de 2005, Sayous les dijo que el mecanismo musical tendría 28 láminas y que lo iba a encargar a una fábrica de Suiza, en Saint Croix, fundada en 1865.

Pasaban los días, Óscar Sánchez acumulaba las maderas de roble en su taller y descartaba el uso de cualquier barniz, aunque empleó un aceite natural que tiñó la madera; Víctor Juan lo define como un “enamorado de la madera y del trabajo reposado. Halló unas bisagras de acero que no se han comercializado y ha logrado un ensamblaje perfecto”.

EL ANSIOSO PLACER DE ESPERAR
El arquitecto Basilio Tobías perfeccionaba la caja, insistía en la sobriedad de las líneas, en la ausencia de ornatos, y evocaba el libro “Las siete lámparas de la arquitectura” de John Ruskin; para él Sánchez encarna la lámpara del sacrificio. Paco Boisset hacía 20 folletos numerados con un papel especial, inglés, con su pulcritud incomparable. Víctor Juan iba dando pequeñas pistas del empeño en su página web como quien realiza una novela gráfica con entregas y con sucesivos “continuará”, y Víctor Pardo descubría nuevos datos del fusilamiento: el relato del zapatero Juan Arnalda, el mejor amigo de Acín, que se disfrazó y pudo escapar de la ciudad; el grito de los enemigos del escultor: “Matadlo, matadlo”, que se oía desde las ventanas cuando se produjo la leva; la visita posterior a su casa de dos o tres camiones para apropiarse del arte y los objetos. Todos se preguntaban: “¿Habrían reparado los saqueadores en la caja de música?”.

Transcurrían los meses, y no llegaban los mecanismos, que se habían pagado por adelantado. La empresa suiza había dicho que no podía hacer menos de 40, y el ebanista sólo ha hecho 20 cajas. Con lo cual, cada uno de los patrocinadores del proyecto recibirá una caja completa y un mecanismo en solitario. Sayous recordaba con alguna ironía: “Trabajamos con proveedores suizos a los que les gusta tomar su tiempo”.

Les envió un mecanismo similar para avanzar en la construcción de la caja, y finalmente se sumó al proyecto María José Menal con la ardua confección de las pajaritas de hojalata que culminan la caja. “María José se ha roto las manos de doblarlas, pero las pajaritas han adquirido vida propia”.

Por fin, llegó el mecanismo musical con la pieza “La última rosa del verano”, la música que sonaba en casa de Ramón Acín, de Conchita Monrás y de sus hijas Katia y Sol. El viernes, en Casa Emilio, los promotores de la idea se reunían para repartir las 20 cajas y celebrar la admiración hacia Ramón Acín, “que representa la bondad, el sueño del conocimiento y la libertad que se rompió con la guerra civil. Hemos recuperado la vida, la alegría: en esta tierna melodía también se oyen las risas de Katia y Sol en el edén”.
22/09/2005 00:39 Enlace permanente. sin tema Hay 3 comentarios.

JORGE EN EL TEATRO. DIEGO, CON LOS ROLLING

Diego, virgo, cumplió ayer 15 años. Su hermano Daniel le regaló el último disco de Los Rolling Stones. Diego, que tien un gran sentido del humor, dijo: “Leo y leo y no reconozco ningún tema”. Jorge, libra, acaba de cumplir 13, y como regalo de cumpleaños hemos ido a ver “La vida es sueño” de Pedro Calderón de la Barca, un montaje sencillo, de gran pureza musical, una excelente música de José Luis Romeo, que ha dirigido Mariano Anós. No es fácil montar “La vida es sueño”, sobre todo porque lo mejor de la obra está en el monólogo inicial. Anós prescinde aquí de cualquier asideroo referencia, y enfrenta al espectador con una representación de gran pureza visual, contenida, que recibió casi cinco minutos de aplausos. A Jorge le gustó la obra, más al principio, en el monólogo de Segismundo, que a medida que avanzaba. Mariano Anós ha hecho un montaje minimalista, gobernado por la luz, una pieza colgante de aluminio, que se agita en el aire como las marionetas, un prisma truncado, y el trabajo de los actores. La obra transcurre en una época inconcreta y plantea el conflicto de la predestinación, la identidad y el libro albedrío. El trabajo actoral es correcto y sólido, y al director le ha importado mucho que, sobre todo, se oiga el texto.
23/09/2005 16:39 Enlace permanente. sin tema Hay 2 comentarios.

SANTIAGO ARRANZ: EL POLVO DE ORO DE LOS SUEÑOS*

foto_centro_historia_zaragoza.jpgSantiago Arranz siempre se ha movido entre el sigilo y la delicadeza, pero con una convicción firme en su vocación artística. La primera vez que vi una pieza suya, de cerca, la primera vez que la pude tocar fue hacia 1987 en casa de Pablo Rico, que me impartió una apasionada lección acerca de un artista entonces expresionista que se movía entre las formas aguzadas y los colores verdes y terrosos con una enorme potencia de pincel. Residía en París y recorría algunos lugares del mundo en una antológica sobre cafés literarios, mientras se afanaba en el estudio desmigajando nuevos territorios. En aquellos días, Santiago Arranz tenía para mí algo de pintor casi exótico o lejano. Cambiaba su estilo, se interesaba por la reinvención de las ciudades del pasado y anticipaba las ciudades del futuro a la luz de Italo Calvino, merodeaba las huellas del tiempo con figuras que adquirían en sus lienzos aspecto de fantasmas míticos, de monstruos con leyenda. Y siempre había algo determinante en su manera de trabajar: el refinamiento, el lirismo, la belleza amasada con texturas y pátinas, una luz atemporal, un código de sensaciones que te asaltaba de inmediato, la reminiscencia del arte rupestre, la rara combinación de un arte primitivo y a la vez futurista.

Han pasado muchas cosas desde aquellos días. El artista se ha aventurado por series, navegaciones y regresos, ha realizado grandes exposiciones y proyectos, vinculados con la literatura, tanto Gerard de Cortanze como Kafka, con la arquitectura y la pintura mural, vinculados con el oficio más íntimo de vivir: crear, recrear, inventarse a diario. Ahí están sus iconografías de signos e imágenes en las Capuchinas en Huesca (1994), en la Casa de los Morlanes (1995) y en el Centro de Historia, en el antiguo convento de San Agustín (1998-2003), en Zaragoza, donde ha desplegado un vasto mosaico de culturas cruzadas. Todo ello converge en esta muestra que abarca casi una década y que resume, de entrada, el gusto por las formas, la afición a las técnicas: el gouache, el dibujo con grafito, el huecorrelieve, la escultura en yeso o hierro, la pintura sobre tabla y lienzo, el collage, el recortable, con todo se atreve alevosamente y con placer. Arranz propone aquí un muestrario de fragmentos visuales, esa caligrafía de sentimientos e imágenes donde bosqueja su universo cada vez más minimalista, cada vez más concentrado y limpio. Los temas son los de siempre: el estremecimiento de los sentidos, el humanismo, la emoción, el pasado como antesala del presente, como embajada del futuro, y también la identidad. Por ejemplo, aquí hay una pieza reciente que se titula “Persona”, nada más sencillo, nada más complejo.

Aquí están los motivos de Arranz, los más pequeños y los inacabables, los emblemas de un mundo, que se ofrece fragmentado en elementos y en su aspiración a la totalidad. Aquí está esa mirada a la infancia, con la serie de los juguetes y su entorno: los barcos, la luna, los lagos sugeridos, las casas, los coches, los atardeceres y las cosas más concretas que modelaron una primera sensibilidad. Aquí está esa forma de compendiar el pretérito, que lo mismo se remonta a las culturas mesopotámicas, auténtica referencia de Arranz, que a la Grecia y Roma clásicas, individualizadas en las ánforas. Y están esos conceptos cada vez menos abstractos en la mano y en la mente de un artista, como son las piezas “Intuición” o “Teatro”. Y están, explícitos o entrevistos por la vía de la metáfora, los cuatro elementos: el aire invisible, el agua, el fuego, la tierra.

Esta es una muestra de alguien que busca salidas, excursiones, veredas para definirse, para explicarse, de alguien que hace apología de la mano y del cerebro. Ha dicho ya Santiago Arranz que odia el pincel y que prefiere la espátula, que se ajusta más a las texturas que anhela, a esas superficies planas muy meditadas, a la épica del origen, que es otro de los asuntos esenciales del artista. El argumento constante de la obra. No hay en Arranz estridencia o desafuero: es un artista múltiple y meticuloso, un poeta que cree en la necesidad del azar y en el método. Pasa de una técnica a otra como se pasa un río, como se adelanta un pie, como la noche se instala en el taller y tizna de mansedumbre ideal las piezas.

A Santiago Arranz se le considera un “pintor literario”. Por sus contactos con Cortanze, porque se reconoce en Franz Kafka, porque ha navegado el tiempo con Italo Calvino, porque hay una narratividad aparente, un cuento que se escribe de súbito, tras el primer golpe de vista. Lo es y no lo es. Es un pintor a secas, es un escultor, un defensor de las líneas, un maestro de la sugerencia que ha quintaesenciado casi al máximo la forma y esos signos que él ya calificado como “abstractos, misteriosos, antiguos y nuevos”. Ha dicho que persigue el conocimiento y la relación con los otros, que se produce en la ciudad, en el ágora de la libertad. Es tan sincero en lo que dice y en lo que hace que no nos queda ni la sombra de una duda.

*Ayer, en la galería Carlos Gil de la Parra (Paseo de la Constitución, 28), Santiago Arranz inauguró la muestra "Obra 1997-2005)",con una treintena de obras.La foto seleccionada arriba pertenece a sus trabajos de iconografía y arquitectura en el Centro de Historia de Zaragoza.
23/09/2005 13:49 Enlace permanente. sin tema Hay 1 comentario.

ESTAMPAS

jorge.jpgAyer. Pasé la tarde en el entorno de la vieja Azucarera, en los nuevos campos de fútbol. Repasaba “La voz de Ofelia” (Siruela) de Clara Janés, la historia de su relación con Vladimir Holan contada de un modo muy poético, e iniciaba la lectura de “Mi oído en su corazón” (Anagrama) de Hanif Kureishi, un curioso libro sobre su padre y una glosa de su condición de escritor a la luz de una novela que dejó inédita, “Una adolescencia india”. Kureishi recuerda a su padre, recuerda su propia biografía y compone un libro muy personal, que es, en cierto modo, una autobiografía. El libro es realmente entretenido, y me ha hecho pensar en Barry Gifford, en Ackerman, en Martin Amis, en tantos escritores que han hablado del padre.

A la vez, de cuando en cuando, mientras los niños peloteaban allá abajo y las jugadoras de Transportes Alcaine correteaban con rabia y entusiasmo, contemplaba los diversos tonos del cielo sobre la ciudad: esa pátina de la naturaleza de azules, de ocres, de rojos turbulentos, de sanguinas, de masas lejanas que parecen vomitar un fuego último sobre algunas fábricas.

Hoy. El San Gregorio de infantil jugaba ante El Ebro a orillas del río, en el barrio de la Almozara. Ganaron los visitantes por 1-3; Víctor Domingo volvió a realizar un fabuloso partido. Estuvo pletórico: se pegó seis o siete arrancadas increíbles, marcó un golazo y dio otro, al final. Jorge batalló, acompañó las jugadas, colaboró en el combate, aunque no brilló. Jugó mucho mejor que el pasado sábado. Mariano Gistaín hizo de reportero: lo pescó en algunas carreras, con el rostro enrojecido y los cabellos, algo hirsutos, al viento.
Diego jugó de visitante ante el Fleta. El titular bien podría ser: “El Fleta mereció más y ganó de milagr”. Fue un choque trabado, de mucho pelotazo, intenso: la potencia y el fogonazo aéreo contra las ganas y la ambición. El Fleta ganó 3-2; faltando dos minutos, el San Gregorio empató a dos, y a falta de un minuto el Fleta le dio la vuelta al marcador, en un ejercicio casi de justicia poética. Había jugado más, habían marrado un penalti, los habían embotellado. Diego hizo un buen partido: peleó mucho, sirvió desplazamientos en largo y en corto (sigue faltándole un poco de fuerza y de fe), robó balones desde la posición del medio centro. Hay que seguir. Diego, que contó con un ojeador excepcional como Mariano Gistaín, ojeador y fotógrafo, recibió una visita inesperada: Carolina Gistaín, que estudia árabe incluso en sábado, Violeta Fernández y Sara de El Burgo siguieron sus evoluciones. Está claro que Diego no las convenció: Violeta y Verónica siguen locamente enamoradas de Fernando Torres.

3. Me enteré a las diez de la noche del resultado del Zaragoza y el Deportivo. Esta mañana, Jorge me dijo que el uno a uno iba a ser el resultado final.
24/09/2005 16:23 Enlace permanente. sin tema Hay 8 comentarios.

DIEGO, EL JOVEN QUE QUIERE SER GENERELO

diego.jpgMariano Gistaín, con su Olympus en bandolera, hizo esta fotografía de Diego Rodríguez Gascón, el ocho del San Gregorio de II División. Como dice un visitante anónimo a propósito de Jorge, su hermano, a él también le viene un poco grande la camiseta.
26/09/2005 01:08 Enlace permanente. sin tema Hay 3 comentarios.

ACERCA DEL CENTRO DRAMÁTICO DE ARAGÓN

RicardoIII.jpgEl Centro Dramático de Aragón (CDA) parece atravesar por un periodo de incertidumbre. La oposición teme por su desaparición; el gobierno apunta que va a cambiar de política. Y da la sensación de que estamos en ese instante de nebulosa en el que empezamos a dudar de su sentido y de la importancia de sus objetivos. Además, se halla sin director, y tampoco está demasiado claro en quien va a recaer esa responsabilidad, aunque se hable de Mariano Anós, de Carlos Martín, Alfonso Plou, Cristina Yáñez y de Jesús Arbués como firmes candidatos, de perfil muy distinto. El Departamento de Cultura anunciaba estos días que va a cambiar su orientación y sus objetivos, lo cual resulta lógico porque si en algo había fracaso el CDA había sido en que sus montajes apenas se pudieron ver ni siquiera las ciudades de Aragón ni en los pueblos donde puede haber un teatro más o menos modesto. Quizá hubiera un desajuste en las representaciones: no se estudió a fondo la adecuación a los espacios escénicos de la Comunidad ni se buscó el mínimo de rentabilidad indispensable, que debe ser, antes que la propiamente económica, la de difundir el teatro entre los aragoneses, desde el rigor, la calidad, la variedad de disciplinas y el intercambio.

Dicho esto, y sé que podríamos hallar alguna otra imperfección, el trabajo del CDA ha sido estupendo porque se ha levantado de la nada en poco tiempo y exhibió un menú de propuestas de mucho interés. Tanto dinamismo con fundamento en tan poco tiempo aquí era inconcebible. A Paco Ortega, su director, y a su equipo no les faltó capacidad de gestión, entusiasmo, profesionalidad y ambición. Ahí están los montajes de Shakespeare (aquí vemos una foto de "Ricardo III", Sanchís Sinisterra, Javier Tomeo o Fernando Fernán Gómez (recibió el premio Max, por "Morir cuerdo, vivir loco"); ahí están los talleres, algunos impartidos por Jean Fabre, nada menos; ahí están sus colecciones de textos, incluyendo un premio de teatro que ha tenido una extensa participación; ahí está la política de intercambio, el ejercicio constante de autoestima, la ausencia de complejos, la vocación internacional. El CDA ha hecho un trabajo espléndido, con luces y sombras, con detractores y apologistas, como sucede siempre en cualquier actividad artística, porque los secretos del corazón, cuesten lo que cuesten, siempre son frágiles. Tirar por la borda estos logros, sí que sería despilfarrar el dinero, las ideas, el oficio. Mejorar aspectos de la gestión -conectar el teatro con las poblaciones de Aragón y de fuera y crear un proyecto diáfano, convivir e integrar a las demás compañías…- es necesario. Lo que no es de recibo, aunque sea muy bonito en política, es la negación constante de lo que hace el otro, sea del signo que sea. Si algo necesita Aragón, son proyectos como el CDA.
27/09/2005 11:31 Enlace permanente. sin tema Hay 1 comentario.

"LAVIDA ES SUEÑO", EN EL TEATRO PRINCIPAL

REBOLLO.jpgPureza e ilusión de verdad

“La vida es sueño” es un como un río con constantes afluentes. Y también es como el fondo de un espejo de sombras. Abundan las tramas solapadas, los secretos del corazón, los vaivenes. Aquí la vida se presenta como una representación teatral y, en su envés, el teatro como una metáfora perfecta del existir. El texto de Calderón es complejo, alambicado, mira hacia adentro y hacia fuera, hurga en las heridas y en la culpa, y está trabado con una poesía excepcional y elegante que posee momentos excepcionales, como el monólogo inicial de Segismundo. Mariano Anós, el dramaturgo, poeta y pintor, usa un lirismo seco, un cuidado absoluto en las escenas, que parecen pintadas; aboga por la exacta dicción de la melodía del texto y la creación de un ambiente.

“La vida es sueño” concentra en sus versos y en sus mudanzas la potencia y la variedad y la desmesura del Barroco. Sin embargo, Anós ha optado por la máxima pureza escénica: el desarrollo dramático de la voz y del gesto en medio de una construcción escénica minimalista. Esa pieza más o menos articulada de aluminio que pende del techo puede ser una cueva sombría, una fortaleza, un inmenso insecto, un monstruo de ciencia-ficción o un laberinto donde los seres se extravían. La función se apoya en otra pieza, en forma de trapecio o de prisma. No hay nada más. Ni siquiera los actores llevan la espada a la que aluden, ni los retratos que tanto invocan.

Anós se propone crear un espacio ilusorio, atemporal. Lo crea por la vía de la sugerencia, porque cuenta con otros elementos que adquieren un valor esencial: la sobria escenografía; la música, otra auténtica sinfonía de cine de José Luis Romeo, bella, perturbadora y muy bien grabada; y la iluminación, que matiza el movimiento con la filosa precisión del bisturí. Ahí, en este territorio de la imaginación, se mueven los personajes que se afanan en transmitir esta pieza sobre el vaticinio atroz, la predestinación, la identidad, el libre albedrío y la libertad, algunos de los asuntos capitales de “La vida es sueño”. Anós propone un regreso al origen del teatro, y a su magia más directa: un actor, la palabra, el gesto. Tres elementos que, armonizados en la ilusión de verdad, bastan para la invención de un mundo.

Anós forja un universo intenso y hondo, sin aspavientos. Quiere dar más con menos. El trabajo interpretativo es profesional y sensible, aunque brilla Pedro Rebollo, que crea un Segismundo muy particular, melancólico y volcánico, rebosante de matices, de violencia, de íntimo desgarro. Sí nos pareció que la pareja Estrella y Astolfo (Nuria Herreros y Carlos Martín, dos buenos actores), algo aplacada no sabemos si por afán de distanciamiento o calculada contención, merecería mayor viveza y alegría. El día del estreno tuvimos la sensación de que el equipo de actores perdía un poco de fuelle y la obra ofreció dos o tres caídas de ritmo, fácilmente subsanables. Esta semana continúa en el Teatro Principal, y luego realizará una gira por varias localidades de Aragón.

LA FICHA

La vida es sueño.

Autor: Pedro Calderón de la Barca. Centro Dramático de Aragón. Intérpretes: Virginia Ardid, Alfonso Pablo, Pedro Rebollo, Santiago Meléndez, Javier Aranda, Francisco Fraguas, Carlos Martín, Nuria Herreros y Antonio Duque. Escenografía: Pepe Melero. Iluminación: Javier Anós y Javier Romero. Música: José Luis Romeo. Dirección: Mariano Anós. Teatro Principal.
27/09/2005 13:17 Enlace permanente. sin tema Hay 3 comentarios.

PARA "LA ESTRELLA QUE ME DESLUMBRÓ"*

Sanda01.jpgLA VIDA SIN TI, DOMINIQUE

No hay vida sin ti, Dominique. Esa fue la frase que escribí tras ver las seis horas de “Novecento” de Bernardo Bertolucci en el cine Cervantes. Al principio, me quedé prendado de Stefania Sandrelli: la proletaria que amaba al rudo Olmo (Gerard Depardieu). Pero en cuanto apareció ella, rubia, esbelta, con aquel rostro casi gótico de porcelana, de una pureza que se me antojó sobrehumana, me quedé estupefacto. Mucho más, incluso, que con un gesto que desconocía y que aceleró mis fantasías: el rudo, el apasionado Olmo se hundía en el interior de la falda de Stefania Sandrelli, hurgaba y hurgaba, y estallaba la tierra con un gemido de placer en el rostro de la actriz italiana. Dominique Sanda se entregaba a un coito salvaje con Robert de Niro en un pajar. Y luego, en compañía de un preceptor que la había introducido en una vida mundana de alcohol, droga y frivolidad, paseaba por un paisaje neblinoso junto a un lago, a caballo. Parecía una diosa, una amazona de la arcadia que sale de expedición con sed de mal en el cuerpo. Más tarde, la vi enamorada, enamorada sin decírselo, de Olmo. Se acercaba al revolucionario, al paria con ideales, con auténtico embeleso, como quien descubre que su existencia hasta entonces ha sido excéntrica, banal y mezquina. Sin saber qué encarnaba o a quién, intuí que Dominique Sanda era la primera “moderna” que yo veía en el cine: una mujer libre que busca sus paraísos artificiales, incomodada con el mundo, inteligente y audaz, y sin demasiados escrúpulos hasta que Olmo le hace ver el envés de las cosas, la furia de existir. Eso lo había intuido, pero no sabía cómo decirlo, cómo decírmelo, hasta que un artista bohemio que hacía pajaritas y avispas de barro en la calle Pabostría, Doroteo Callén, me lo explicó: “Estás enfermando de amor. Esas mujeres existen y son de carne y hueso y van al baño. Búscalas. Yo vivo con una: Alexia”. No había comparación, aunque Alexia también tenía su misterio, un aire desdeñoso de mujer satisfecha, obscenamente segura de sí misma, y un maravilloso trabajo en un jardín botánico que la hacía más apetecible.

Vi “Novecento” tres veces en un mes: 18 horas con Dominique Sanda. Estaba cautivado, quizá como no lo estuve nunca con una actriz. Iba a los cineclubs a ver cualquiera de las películas en las que había intervenido anteriormente: “Una mujer dulce” (1969) de Robert Bresson; “El jardín de los Finzi-Contini” (1971) de Vittorio de Sica; “El conformista” (1970), también de Bertolucci, donde había coincidido con Stefania Sandrelli y encarnó a “una mujer turbiamente andrógina”, tal como escribió un crítico; “Confidencias” (1974) de Luchino Visconti, en la que tenía una aparición tan fugaz como intensa e inolvidable; o “La herencia Ferramonti”, una película de Mauro Bolognini sobre la decadencia de una familia, en la cual daba vida a una “femme fatale”, papel con el que ganó el premio a la mejor actriz en el Festival de Cannes. Todas esas obras me hacían admirarla más, amarla, soñar con ella: era misteriosa, ambigua y seductora, pero también anticonvencional, y elegante. Descubrí entonces el libro “Ada o el ardor”, y me empeñé en pensar que Vladimir Nabokov, sin saberlo, anticipaba a una mujer como Dominique Sanda. Como hacía siempre con las cosas que me interesaban, sólo adivino el mundo a través de la palabra, abrí un archivador con muchas carpetas sobre ella. Recogía críticas a sus películas, fotos y carteles, historias relacionadas con los personajes que interpretaba, noticias de París, donde había nacido en marzo de 1951 (en múltiples biografías breves dice que en 1948), y anotaba cuidadosamente los libros donde se hablaba de ella, ya fuesen monografías de directores, revistas o historias del cine italiano y francés. Cuando encarnó a Lou-Andreas Salomé en “Más allá del bien y del mal”, una película de Liliana Cavani de 1977 que yo vi cinco años después, mi veneración por Dominique Sanda se incrementó hasta lo indecible. Si quería elogiar a una novia a la vista, le decía: “Te pareces a Dominique Sanda”. Casi siempre tenía que explicar quién y cómo era, y eso me producía una inmensa delectación, aunque como táctica de seducción resultaba nefasta. De aquella película perturbadora, recuerdo sobre todo su independencia, su belleza matizada y a la vez pérfida, su afición a los carruajes, su poderoso erotismo, su capacidad para esquivar a un neurótico Nietzsche (Erland Josephson); recuerdo cómo de nuevo se inclinaba hacia el hombre infeliz, aquel vulnerable Paul Ree (Robert Powell), al que le introducían una estaca por el culo.

Vivía yo entonces en la calle Estudios. Cada primero mes iba a pagar el alquiler a José Lapuente, que acababa de quedarse huérfano de padre y madre en menos de seis semanas. Su pasión eran las películas pornográficas. Me hacía pasar un rato mientras buscaba el recibo. Un día, no se preocupó de apagar el televisor, y allí, en una cinta francesa de sexo refinado, donde se insinúa la morbidez y el placer, la descubrí. Allí, en una película menor, pretenciosa, estaba ella: flotaba entre muselinas o velos, mientras un seno surgía por aquí, mientras la luz esculpía sus nalgas, mientras un hombre avanzaba para poseerla en un cuarto barroco. José, ante mi interés, dijo: “Es aburridísima. No sirve ni para empalmarse”. Confieso que estaba un poco decepcionado, o más bien aturdido, le conté era mi actriz favorita, y él como si quisiera hurgar en la herida, añadió: “¡No sé cómo puede gustarte una mujer así! Es de las que prometen mucho, y no dan nada”. Estaba tan habituado al mete y saca explícito que aquel refinamiento le parecía empalagoso. En el fondo, aquella frase casi me consoló: la película, cuyo título no recuerdo, no era pornográfica ni siquiera ordinaria. Era mala.

Esa pasión se mantuvo durante mucho tiempo. Convertí a Miguel Sánchez-Ostiz en mi escritor preferido porque todos sus libros están dedicados a una mujer llamada Dominique. Volví a ver a Dominique Sanda, creo recordar vagamente que por aquellos días fue madre, en algunas cintas irregulares, quizá la que más me gustó fue en “Yo, la peor de todas” (1990), de María Luisa Bemberg, ya muy posterior. En los últimos años, tras atiborrar tres archivadores, le había perdido un poco la pista. Había leído que se había casado con Christian Marquand, pero hace un par de años leí que estaba en Buenos Aires, trabajando en el teatro, viviendo con su hijo y su nuera. En la foto del diario “El País”, seguía admirablemente hermosa, con el viejo enigma de entonces, con esa dulzura que me había cautivado desde siempre, con la serenidad conquistada a los desafueros del “corralito”. A un amigo mío que se fue a Buenos Aires le pedí un favor: que fuese a verla al teatro, que le llevase una gardenia con mi nombre y la colección de poemas que le he escrito durante estos últimos 25 años y que he titulado: “La vida sin ti, Dominique. Manual de supervivencia”.

Al cabo de dos meses, mi amigo me mandó un escueto mensaje por correo: “Le he hablado de ti, le he dado tu gardenia y tu libro. Y me dijo: ‘La vida está en todas partes, incluso en los sueños’”.

*Libro que aparecerá en unaLuna. Unos días atrás colgaba aquí el texto de Luis Alegre sobre Cristina Galbó.
28/09/2005 13:23 Enlace permanente. sin tema Hay 10 comentarios.

EL ARTE DE WILLY RONIS: LUZ, EVOCACIÓN Y PROFUNDIDAD

WILLY RONIS.jpg

La fotografía es una sorpresa continua. Siguen siendo muchos los fotógrafos admirables de los que sabíamos poco. Demasiado poco. Y ahora, en una espléndida edición, muy asequible, Taschen ofrece una amplia selección de la obra de Willy Ronis (París, 1910), un creador que tuvo periodos de auténtico esplendor a mediados de los años 30, cuando frecuentaba a David “Chim” Seymour y a André Friedmann, que estaba a punto de hacerse célebre como Robert Capa, y a partir de los años 80 cuando fue redescubierto tras los Encuentros Internacionales de Fotografía de Arles, gracias a la labor de Lucien Clergue y de Michel Tournier, entre otros. Willy Ronis aún vive y ha firmado fotos en 2001, superados los 90 años.

Ronis nació en una familia culta. Su padre era fotógrafo profesional, retocador de negativos y aficionado al bel canto; su madre era profesora de piano. En la infancia saboreó los aromas de la música y los secretos del laboratorio, pero además le encantaba dibujar y era un visitante asiduo del Louvre. Su padre le regaló muy pronto una cámara Kodak de 6.5 x 11, y él mismo tenía la curiosidad de visitar la librería La Pléïade, donde buscaba las grandes ediciones de fotografía. Hacia 1932, tras regresar del servicio militar, su padre enfermó y le rogó que se hiciese cargo del negocio. Willy Ronis no se conformó con la foto de estudio, sino que buscaba otros motivos de inspiración en las montañas (sus primeras fotos, primorosas de composición, de texturas, de líneas, recuerdan a las del aragonés Aurelio Grasa) y en las calles de París. Paseando de aquí para allá, con una inagotable curiosidad, Ronis lo captaba todo: las sombras de cine negro de la ciudad, al modo de Brassaï; las estampas idílicas de las meriendas en el campo o de los baños a orillas del río; atrapaba la vida cotidiana casi a la manera de Robert Doisneau. Hemos citado algunos nombres de grandes maestros, con los que colaboró en distintas revistas, porque en Willy Ronis hay un poco de ambos, y de Henri Cartier-Bresson. Y de Robert Frank. Es un fotógrafo de vasta inspiración, de amplio registro, cuya características esenciales podrían resumirse en dos sustantivos: evocación y profundidad.

Poco antes de la muerte de su padre en 1936 conoció a David “Chim” Seymour (que sería uno de los fundadores de Mágnum), que venía a revelar a su estudio, y al ya citado Capa. Adquirió un Rolleiflex y decidió abandonar el negocio: quería ser fotógrafo independiente. Trabajó para “Plaisir de France”, donde publicó su primer reportaje, “Ce Soir” o “Regards”, fue testigo de la guerra civil española, más bien episódico, y realizó numerosos viajes por diversos países del Mediterráneo. Como era judío, tuvo que huir de los alemanes; de 1941 a 1944 hizo asumió la dirección de escena de una compañía de teatro, fue ayudante de escenografías en el cine. Regresó a París y vivirá hasta 1960 una etapa de esplendor y de colaboración con muchas publicaciones, como “Vogue”, “Life”, e incluso fue reclamado por el empresario Raymond Grosset para que trabajase con Brassaï o Doisneau, entre otros. En 1947 se había hecho acreedor al premio Kodak, y diez años después recibió la Medalla de oro de la Bienal de Venecia. Tres años antes había publicado “un libro de culto” como “Belleville-Ménilmontant”, que mereció elogios de profesionales. El volumen, que cosechó grandes éxitos de la crítica y un importante fracaso comercial, recoge algunas de las constantes de Ronis: la luz y la felicidad, la melancolía y la sombra, una mirada esencialmente humanista. Ronis siguió trabajando, dejó París a principios de los 60, vivió algunas “horribles experiencias con los editores” y prácticamente hasta 1981 no se recupera del todo su labor. Fue en ese año cuando recibió el premio Nadar, y posteriormente recibiría los grandes galardones del Gobierno Francés, al que le donó sus archivos con efecto póstumo.

Su libro, redactado por el periodista e historiador de la fotografía Jean-Claude Gautrand, propone un viaje extraordinario al mundo de la foto en blanco y negro. Willy Ronis parece dominar cualquier disciplina: el reportaje, el retrato, el desnudo, las fotos de niños, las estampas parisinas. Posee una sensibilidad especial, un acusado sentido de la perfección y del detalle, y tal como dijo Régis Debray supo arrebatarle al material efímero de la vida “algo eterno e imborrable”, quizá porque fue, quiso ser, sobre todo, un artista que captaba la humanidad y el idioma del corazón delator cada vez que miraba a través del objetivo.

28/09/2005 23:45 Enlace permanente. sin tema Hay 3 comentarios.

EL ABUELO VÍCTOR, UN HOMBRE PARA TODO

CUENTOS DE MARTÍN MORMENEO / 18

Martín Mormeneo tiene, en Garrapinillos, un gran amigo: el abuelo Víctor, 79 años, dentadura postiza, un candor constante y fuertes dolores en las piernas. Víctor es como un libro abierto para el fotógrafo, que ha iniciado un reportaje sobre la historia, el paisaje, la gente y los secretos del barrio. Martín Mormeneo no ha hecho demasiadas fotos por el momento: desconfía de las cámaras digitales y tiene la sensación de que sus analógicas se le han quedado antiguas.

 

Martín Mormeneo, en el fondo, es un ser ansioso que parece todo lo contrario: el viajero más lento. El abuelo Víctor le cuenta historias de algo que le interesa mucho: la presencia de los americanos de la Base que alquilaban aquí pisos y casas, que cerraban los bares los sábados o domingos por la tarde y contraían unas deudas monumentales. Había un supervisor o jefe, llamado Leo, que les obligaba a que saldasen sus cuentas; ya les retenían el dinero de alquileres o cualquier otra deuda. También le ha contado la historia del asesinato del “Prestamista”, lo mataron a él y a su mujer y jamás se supo nada de los criminales. Conchita, la peluquera, le contó a Martín Mormeneo que cuando eran niñas hacían expediciones a esa casa, aunque los padres siempre les decían que se alejasen de la casa del terror, de la casa embrujada. De otra embrujada casa más de Garrapinillos. Eduardo Martín, su mecánico y sobrino del abuelo Víctor, también le contó que él y sus amigos, tras el horrendo crimen, entraban en la casa y se bañaban en la piscina. El día que se enteraron los padres, hubo un auténtico follón.

 

         Víctor, a la par que evoca otros tiempos, algunas peleas e incluso increíbles accidentes mortales de soldados norteamericanos, le cuenta a Martín Mormeneo historias personales. Estuvo trabajando en el ferrocarril en África, pero hubo un momento en que, soltero y sin ninguna mujer que le esperase en casa, trabajaba por la noche en la Base Americana, donde estuvo 18 años de conductor de coches; por la mañana cosechaba y por la tarde llevaba y traía a los chicos al colegio en el autobús. “¿Y cuándo dormías?”, le preguntó Martín Mormeneo. “Por las noches, en el Base Americana, si no había faena. Allí tenía una tumbona, y si no me llamaban dormía”.

 

 

29/09/2005 11:35 Enlace permanente. sin tema Hay 2 comentarios.

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