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CUERPOS DEL VERANO / 9

CUERPOS DEL VERANO / 10

CUERPOS DEL VERANO / 11

Steffi Graf, que ha sorprendido a mi amigo Fernando Salvador, el caballero alanceador del Maestrazgo, deportista y soñador.
ENTREVISTA CONLA DISEÑADORA ANA BENDICHO*
-En realidad, he oído decir, usted iba para bailarina.
-Me habría encantado, pero he querido ser tantas cosas. Hice algunos cursos de danza hasta que entré en el instituto. Pero sí es cierto que ya desde muy niño yo era la bailarina de una familia de guitarristas y cantautores. Mi hermano cantaba y yo bailaba.
-Y luego le llevaba flores a Labordeta en sus recitales.
-Se lo he recordado luego y se me reía. Fue profesor mío y eso impresionaba mucho. Nos daba clases de historia y de historia de la música. Era muy divertido: nos contaba cotilleos de la corte de la reina Isabel. Y una vez, tras un mitin, me atreví a subirle un ramo de flores.
-Y luego quiso ser modista en Delicias.
-No sé si tanto, pero sí es cierto que tuve una tía que hacía corte y confección, y pasaba mucho tiempo en su taller. Me gustaba mucho porque era muy delicada. Yo recogía los alfileres dispersos con un imán, cogí los primeros dobles de los pantalones, arreglé cremalleras, botones, y así me gané mi primer dinero. Mi tía tenía una encantadora máquina Singer. Yo hacía vestidos para mí y para mis amigas. No me costaba nada hacer patrones y manejar la aguja, hasta que me cansé.-
¿Descubrió que la esperaba el diseño industrial?
-Empecé Filosofía y Letras, y sólo hice un curso. Me atropelló un autobús y tuve que guardar reposo algún tiempo. Decidí estudiar francés e italiano, y un día me apunté, en la Escuela de Artes, a hacer Diseño Industrial y trabajé en diseño de interiores con Joaquín Carbó, sobre todo en bares y cafeterías.-
¿Cuál es el secreto de la decoración de un bar, de una cafetería?
-De entrada, hay que ver qué tipo de gente va a ir, en quién se piensa, qué tipo de comida. Y a partir de ahí, hay que pensar en muchas cosas. Una cosa fundamental es la iluminación, cómo se ve la gente. Los bares tienen que seducir: ese espacio tiene mucho que ver con los sentimientos, con las emociones, con la palabra.
-Usted fue una de las beneficiadas de las becas de diseño del Gobierno de Aragón.
-Sí, y eso me permitió estudiar en el Bilbao y en París. Recuerdo que en Bilbao estudiábamos cuatro becarios aragoneses: de vez en cuando venía el consejero de Industria y sus colaboradores para vez cómo evolucionábamos. Teníamos que explicar nuestra evolución en una reunión tan teatral como rígida, e incluso nos grababan. Tengo vídeos de exposiciones de diseño de una colección de cuchillos o de un tostador de pan. A veces, los he puesto para reírme.
-¿Cómo le fue en París?
-Una maravilla. Estuve dos años. El primero fue un poco más rígido, de adaptación al medio, de aprendizaje constante. Y el segundo fue de escapadas y de paseos: nos íbamos a los jardines de Luxemburgo a dibujar, cogías destreza y soltura. París era, es realmente precioso. Coincidió mi estancia con una magnífica exposición en el Gran Palais. Acaba de crear el twingo, y colocaron en la entrada un montaje espectacular en forma de huevo basado en el coche. Además, yo tenía mucha suerte: ya vivía con Pepe Cerdá, y frecuentaba la amistad de mucha gente como José Manuel Broto, Jorge Gay, el semiótico Juan Alonso…
Demos un salto: en 1998 creó usted su estudio Novo.
-A mí lo que me gusta, más que diseñar un objeto, es que el cliente deje todo el proceso en tus manos: el diseño del producto propiamente, pero también la comunicación, el marketing. Todos los factores. Y eso, por poner un ejemplo, me está sucediendo con Hacienda Iber, una empresa que ha creado una industria del aceite frente al pantano de Mequinenza.
-¿En qué consiste su trabajo?
-El diseño tiene sus limitaciones: los propios procesos de fabricación, los que impone el cliente… Pero aquí, en Novo, nos encargamos de casi todo y nos enfrentamos a un proyecto industrial que va más allá: quiere ser una factoría de cultura, de paseos. Hay que hacer diseños de interiores, de paisajismo. Esta empresa tiene alrededor de 300.000 olivos a lo largo de 20 kilómetros de costas, y sus propietarios quieren que puedan visitarse desde el agua. Además, hay una ruta romana, y la almazara es como un faro. Todo tiene algo de representación teatral muy espectacular.
-¿Fue por el diseño de uno de esos envases por la premiaron en Los Ángeles?
-Sí. Hacienda Iber trabaja con mucha pulcritud y tiene un “enólogo” italiano del aceite. A mí me preocupa mucho la simplicidad de un objeto, la elegancia, la estética, pero todo ello debe estar supedidato a la utilidad, al uso. Al hablar de diseño hablamos de sencillez, de seducción, de emoción. Y una de las cosas que más me interesan del diseño es el fermento de ideas. Ahora acaban de encargarme en Ibercaja un curso sobre creatividad que me apasiona. Me mosqueo con los productos que no sirven para nada, con los manuales de instrucciones infinitos, odio las teteras que vierten el té por todo… Los objetos tienen que ayudar a que la vida sea más fácil y emocionante.
-¿Qué espera del 2008?
-Creo que van a cambiar las cosas: que vamos a adquirir otra cultura, otra forma de mirar, la gente hablará de arquitectura, de proyectos. Nosotros organizamos aquí encuentros con diseñadores europeos: me gusta que veamos lo que se hace fuera y que se confronten nuestras ideas con las de otras latitudes. Hace poco estuvo aquí Michel Millot, que había sido profesor mío en París, y fue maravilloso. Él es apasionado y sistemático. Nos enseñó mucho.
-Por cierto, usted también es fotógrafa.
-Siempre me ha gustado la foto. Desde niña. Siempre llevo la cámara en el bolso. Hace algunos años revelaba y me emocionaba ver cómo aparecía la foto en los líquidos. Experimentaba. Con la cámara digital, llegué a emborracharme de imágenes y estuve un tiempo sin hacer nada, pero ahora no puedo prescindir de la fotografía. Tengo tres cámaras: mi cultura es muy visual y toda mi vida es como un travelling con muchas imágenes. Ayer mismo me ocurrió algo muy bonito: vi a un montón de niños que se bañaba en la fuente del Pilar, se refrescaban, se arrojaban desde la cascada, se lo pasaban pipa. Y para eso me gusta llevar la cámara: para atrapar estas escenas de la vida.
*Ana Bendicho (Teruel, 1963) es diseñadora industrial y fotógrafa. Posee su propio estudio: Novo.
UNA HISTORIA FAMILIAR

Mi hermano y el fantasma
Mi hermano Luis creció muy de prisa. Iba a los bailes, ligaba con chicas mayores, viajaba de aquí para allá. Y una noche, mi padre estaba en el extranjero, le ocurrió algo increíble. Venía de una verbena en una de las primeras DKW que hubo en el pueblo. Un compañero suyo creyó ver a alguien en el interior de la galería de la estación y le dijo: “Luis, no vayas por ahí, que hay alguien esperándote”. Se lo dijo así, como si nada. Mi hermano fue por otro sitio que salía a mitad del camino, en un desvío de la senda. Tenía catorce años y estaba intranquilo. De repente, llegó al camino de siempre por la otra vía de la encrucijada, y oyó que alguien seguía sus pasos. Alguien que debía estar esperándolo. Ni se atrevió a mirar. Y aceleró. De repente oyó: “Chaval, espera un momento”. Mi hermano se quedó aterrorizado. No reconoció la voz y percibió que aquellos pasos ajenos también aceleraban. La voz insistió: “Chaval, espera ahí un momento, no seas tonto”. Y repitió: “Chaval, espera un momento que tengo que hablar contigo. No seas tonto”. Aceleró aún más sin echarse a correr, y su perseguidor hizo lo mismo. Entonces no había maíz en aquel tramo, sólo una hierba más bien rasa. El viento gemía. La noche era tan cerrada que no arrojaba ni sombras. Mi hermano salió al camino de carro, avanzó y escuchó el ladrido de la perra Bruna. No quiso mirar atrás, y entonces sí se echó a correr en compañía del animal. Llamó a la puerta, golpeó con auténtico frenesí y mi madre bajó a abrir. Entró y sin decir nada se desplomó directamente en la cocina de tierra. Tardó casi diez minutos en volver en sí: el corazón se le salía del pecho. Y llevaba un rictus de pánico grabado en la cara. Y contó esta historia. Mi madre puso todas las trancas de la puerta y esperó al alba. Nadie pudo dormir aquella noche. Afuera, ladraba Bruna y eso tranquilizaba a cualquiera. Aquel incidente dio mucho que hablar en Baladouro. No había sido una broma, mi hermano no podía decir a quién pertenecía la voz. Al final, hubo una conclusión casi chusca: “Será algún padre receloso de que hayas besado a su hija”. Aquel episodio me favoreció: mi hermano jamás me volvió a decir: “Antón, cagón, quien canta sus males agiganta”.
*La foto es del gran fotógrafo gallego José Suárez. No estoy seguro de que yo me pareciese a este niño.
CUATRO NUEVOS LIBROS SOBRE BÉCQUER

Gustavo Adolfo Bécquer (1846-1870) está indisolublemente unido al monasterio de Veruela. No sólo permaneció en él varios meses entre 1862 y 1863, sino que redactó uno de sus mejores libros, nueve de las diez cartas de “Desde mi celda”, y compuso varias leyendas inspiradas en el entorno. Desde hace un lustro la Diputación de Zaragoza inauguró un Espacio Bécquer, dedicado tanto al poeta como a su hermano el pintor Valeriano. Y ahora, de la mano de la Comisión de Cultura, surge la colección “Desde mi celda”, que se inaugura con “Vida y obra de Gustavo Adolfo Bécquer” de Franz Schneider, una tesis doctoral de 1914, traducida por vez primera al español por el biógrafo de Bécquer Robert Pageard, que cedió buena parte de su biblioteca becqueriana a la Diputación de Zaragoza. El libro es “sin lugar a dudas, el primer estudio crítico serio de la producción becqueriana”. El autor, nacido en Dessau (Alemania) en 1883 y fallecido en Los Angeles en 1876, fue un hispanista prestigioso que estudió la recepción de la obra de Heine, E. T. A. Hoffman y Goethe en España. Realizó una compleja labor de investigación que mezcla el ensayo biográfico y cronológico, que fija la publicación de los poemas y las prosas, y establece el hilo de amistades y relaciones de un poeta que alcanzó la fama póstuma y que se ha considerado un emblema del amor. El volumen lleva un prólogo del propio Pageard y varios apéndices, entre ellos uno de la traducción de los poemas de Heinrich Heine aparecidos en “El Museo Universal”. Siempre se ha dicho que una de las principales fuentes de inspiración de Bécquer había sido el poeta alemán.
El segundo título de la colección es “Estudios sobre Bécquer” de Dionisio Gamallo Fierros (1914-2000), con introducción y edición de Jesús Rubio Jiménez, director de esta colección y de la revista “El gnomo. Boletín de estudios becquerianos”, en la que también colabora la Diputación de Zaragoza. Gamallo Fierro es uno de los grandes expertos españoles de Bécquer: recopiló sus “Obras completas”, y sobre todo publicó aquí y allá numerosos artículos sobre el poeta sevillano, que se recogen en este libro. Gamallo Fierros habla de precedentes del vate, como Ángel María Dacarrete, de contemporáneos como Augusto Ferrán, de la relación de Bécquer con Campoamor y con Larra. Desde un prisma biográfico muy personal, Gamallo aborda sus amores con Julia Espín, con su esposa Casta Esteban o la fantasmal Elisa, la musa de las “Rimas”, e incluso recupera textos perdidos o poco conocidos.
Jesús Rubio Jiménez dice que el libro que siempre soñó editar sobre el poeta, narrador, dramaturgo y periodista es “Bécquer y la tradición de la lírica popular” de Rubén Benítez, un libro muy demandado ya que se divide en cuatro partes: Teoría, que se centra en la estética del sentimiento y la mezcla de poesía natural y popular; los modelos, que bien podrían ser Garcilaso, Herrera, Ossian o la poesía hebraica, entre otros; las formas, entre las que predominan el romances, las baladas y las coplas; y los rasgos internos, donde se analizan asuntos como la oralidad, la sencillez formal y la musicalidad. En un texto final sobre la corrección de textos, Rubén Benítez, catedrático de Literatura Española en la Universidad de los Ángeles, dice: “Bécquer domina su arte en los momentos fundamentales: el de la creación y el de la corrección de los textos (…) Bécquer tiene total conciencia sobre las fuentes de su sensibilidad y sus correcciones son en este caso un homenaje casi a sus autores admirados”. El diseño gráfico de la colección es de David Vela, ilustrador también del libro “Leyendas aragonesas: La corza blanca. El gnomo” de Bécquer que han publicado las Prensas Universitarias de Zaragoza en su colección Larumbe chicos, que lleva un extenso prólogo de Jesús Rubio.
LOS ORDENADORES INCLUIRÁN LA LETRA IBARRA*

JOAQUÍN IBARRA (ZARAGOZA, 1725-MADRID, 1785),
EDITOR DE "EL QUIJOTE"
Aragón inició la conmemoración de la publicación de “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha” en el otoño de 2005 de una de las mejores maneras posibles: con la reedición en facsímil de la impresionante edición que realizó en 1780, tras siete años de trabajo, el impresor Joaquín Ibarra y Marín (Zaragoza, 1725-Madrid, 1785), considerado el mejor impresor del siglo XVIII (a pesar de que también fue ésa la centuria de Antonio de Sancha y de Benito Monfort) y tal vez uno de los mejores de todos los tiempos en España. Como muchas de las cosas que conciernen al Quijote están preñadas de leyendas, también existe una que explica la edición de este proyecto en cuatro volúmenes, en cuarto mayor.
Un proyecto con leyenda
Se cuenta que el rey Carlos III recibió de otro monarca extranjero una edición ilustrada del Quijote (tal vez la de J. y R. Tonson, publicada en Londres en 1738, en cuatro tomos en cuarto real), un libro que se convirtió en un “best-seller” no sólo en España, y se quedó entre asombrado y un tanto receloso. Pidió que le trajesen la mejor edición española existente de la obra de Miguel de Cervantes y, no satisfecho del todo con lo que vio, calibró y hojeó, encargó a la Real Academia de la Lengua y al impresor Joaquín Ibarra una nueva, comparable o superior a la que había visto en lengua extranjera. Insistió en que “no se escatimasen ni gastos ni esfuerzos tipográficos” en una gran edición del Quijote. No había ninguna duda de quien debía realizar ese trabajo. Joaquín Ibarra, nacido en Zaragoza en 1725, en el barrio del Gancho, había estudiado en la Universidad de Cervera (Lérida), donde era impresor su hermano mayor Manuel. El joven Ibarra alternó ese trabajo con el estudio, por lo cual llegó a dominar el latín como un auténtico erudito. Más tarde, hacia 1754, se trasladó a Madrid y se incorporó a la imprenta de su tío Antonio, del cual acabaría por separarse para abrir su propio taller tipográfico. Tuvo algunas dificultades al principio. Una de sus primeras obras, “Catón cristiano”, se publicó sin autorización y con mala calidad de papel, según alguno de sus biógrafos. Ibarra remontó de inmediato ese error y pronto fue llamado para trabajar en el Consejo de Indias, en el ayuntamiento de Madrid, en el arzobispado de Toledo y, finalmente, en el Palacio Real.
Una obra maestra de las prensas
Antes de enfrentarse a uno de los empeños más ambiciosos de su vida, había dado muestras irrefutables de su pulcritud, su minuciosidad, su eficacia y su elegancia en el uso de las prensas. E incluso creó una letra, la “ibarra”, recuperada por el Gobierno de Aragón, Ibercaja y por Gráficas San Francisco en 1993 a partir de “La conjuración de Catilina…” (a través de una impagable labor de Pablo Murillo y José Luis Acín), que merece colocarse al lado de algunas célebres, como la “bodoni”, “baskerville” o “garamond”, entre otras. Impresores como Bodoni y Didot, por citar algunos de los más famosos, le dedicaron al aragonés toda suerte de alabanzas. Ahí estaban proyectos como el “Diccionario de Autoridades”, las dos primeras ediciones del “Diccionario de la Academia”, tres de la “Gramática”, el “Misal Mozárabe” y, en especial, una edición casi insuperable: la ya citada de “La conjuración de Catilina y la guerra de Yugurta” (Madrid, 1772), la obra de Salustio, patrocinada por el infante don Gabriel Antonio, que presentó con el texto latino en letra redonda, ligeramente inferior a la versión al castellano que se ofrecía en cursiva. El libro, una obra maestra de la impresión, contiene ilustraciones de Mariano Maella, varias a página completa. Como solía ser habitual en Joaquín Ibarra y Marín, el proyecto era una perfecta sinfonía formal de tintas, ilustraciones, tipografías, márgenes, texturas e incluso soluciones técnicas, como el hecho de no partir al final de línea las palabras bisílabas. Se imprimieron 120 volúmenes para la familia real, instituciones y personalidades principales de España y del mundo. “La conjuración de Catilina y la guerra de Yugurta” le reportó prestigio internacional, y el mismo Benjamin Franklin (1706-1790) recibió un ejemplar. Ibarra fue considerado un auténtico innovador del oficio: dicen que tuvo la idea de satinar el papel para quitarle las huellas de la impresión (algo que haría precisamente con “El Quijote”), que exigía que sus operarios conociesen muy bien el latín, los examinaba él mismo para admitirlos, y que era tan dulce y paternal como exigente. Uno de sus biógrafos señaló: “Corregía, enmendaba, aconsejaba…; ser operario de aquella casa era en toda España, motivo de orgullo”. Se dice que poseía una especie de secreto para lograr la nitidez de la impresión y la energía y la brillantez de las tintas en sus estampaciones. Pues bien, en su taller -que contaba con 16 prensas y más de un centenar de operarios, entre ellos importantes grabadores y pintores como Salvador Carmona o Mariano Maella-, se imprimió “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha” (1780) en cuatro volúmenes en cuarto mayor (la empresa se empezó en 1777), con unas dimensiones de 305 mm. de alto por 255 mm. de ancho. El papel de hilo lo fabricó ex profeso el catalán José Llorens. En el prólogo de la Academia se matiza: “Se hicieron tres fundiciones nuevas de letra destinadas precisamente para esta obra, con las matrices y punzones trabajados en Madrid por Don Gerónimo Gil para la imprenta de la Biblioteca Real”. Ibarra siguió la segunda edición de Juan de la Cuesta de 1605, que se consideraba entonces la primera del Quijote, y la de 1608 del mismo impresor, en lo que atañe a la primera parte de la novela; y la del propio de la Cuesta de 1615 y la realizada en Valencia por Pedro Patricio Mey en 1615 en lo que concierne a la segunda parte. Todas fueron revisadas con esmero.
El primer “Quijote” moderno
La supervisión de la parte artística la llevó a buen puerto la Academia de San Fernando. Intervinieron varios de los mejores ilustradores de la época. Las 36 láminas fueron dibujadas por Antonio Carnicero, Pedro Antonio Arnal y Jerónimo Antonio Gil, y grabadas en cobre por Fernando Selma, M. S. Carmona y José Ballester. En la página del retrato de Cervantes se dice:“Joseph del Castillo la inventó y dibujó; Manuel Salvador y Carmona la grabó”. Para ajustar las ilustraciones a la época cervantina, en cuanto a vestuario y ambientación, los artistas emplearon como fuentes iconográficas los retratos del Palacio Real y del Buen Retiro. En el prólogo, la Academia añade: “Pudieran haberse omitido las estampas, cabeceras y remates, sin que por eso faltase ninguna cosa esencial a la Obra. Pero la Academia, sin detenerse en los crecidos gastos que era necesario hacer, ha querido que no la faltasen tampoco esos adornos, en obsequio del Público, y con el objeto de contribuir al mismo tiempo por su parte a dar ocupación a los Profesores de las Artes”. Tras los siete años de trabajo constante (ese proyecto se considera hoy la primera edición moderna del Quijote), se tiraron 1.600 ejemplares, cuyo coste se elevó a las 60.000 pesetas, y se vendió cada uno al precio de 320 reales. En cuanto Carlos III tuvo el libro en sus manos (el mismo que ahora se puede adquirir en edición facsímil, merced a la recuperación del Gobierno de Aragón), “muy complacido”, mandó llamar a sus embajadores extranjeros y a los personajes de la Corte, según recuerda su biógrafo Inocencio Ruiz Lasala en el volumen colectivo “Joaquín Ibarra. Impresor, 1725-1785” (DGA / Ibercaja, 1993). Lasala también indica que la Academia entregó 20 doblones al impresor para que los repartiese entre sus empleados. Se dice que el ilustrado rey Carlos III frecuentaba de vez en cuando el taller de Ibarra. Y un día, ante uno de sus bellos ejemplares, el monarca le preguntó cómo era posible que un libro tan perfecto tuviese erratas. Joaquín Ibarra contestó: “Señor, no es obra perfecta la que carece de tal requisito”. Joaquín Ibarra y Marín siguió imprimiendo piezas espléndidas como la “Biblioteca Hispana Vetus e Nova” (1783-1788), en cuatro volúmenes, que no llegó a ver al completo. Falleció, exultante de gloria, un trece de noviembre de 1785.
La letra del impresor.
En 1993, se publicó “Joaquín Ibarra. Impresor. (1725-1785)” (DGA & Ibercaja), que contenía una amplia biografía redactada por Inocencio Ruiz Lasala, una visión global de la imprenta en España (Inocencio era biógrafo de Benito Monfort), y había un trabajo -que incluía dos disquettes- donde se explicaba la recuperación de la tipografía “ibarra”, a cargo de Pablo Murillo y José Luis Acín. Ibarra creaba un tipo de letra propio para cada libro.
PASEO NOCTURNO POR CONDE DE ARANDA

Tenía que haber ido al concierto de Michel Camilo y Tomatito, pero me dio algo de pereza. Había comprado tres entradas para Carmen, que ya es Médico de Familia (aprobó su examen en Madrid), para Aloma y para Pipi, nuestra diseñadora de joyas predilecta, neozelandesa para más señas. Pensaba que no me iba a dar tiempo a llegar. Hacia las diez me fui a dar un pequeño paseo por la calle Conde de Aranda: tengo que escribir algo sobre esa avenida -mi cuñado dice que en el argot de los taxistas se dice ahora "destino a Marrakech"- que fue durante algunos años la mía: viví en Ramón y Cajal, San Pablo, Las Armas y Casta Álvarez, y todas las noches en mis expediciones nocturnas a las basuras o con mi amigo Nacho Rojo pasaba por ella. Recuerdo en el primer verano que estuve en Zaragoza, en 1978, que fue en esa calle en la que me di dos topetazos con dos farolas: leía Hamlet con un afán insano. Con el segundo golpe rompí las gafas e inicié mi colaboración con Ulloa Óptico. Recuerdo que una vez eché a correr muerto de miedo fue una noche en que regresé solo: varios tipos intentaron detenerme y me eché a galopar como un loco, como un alazán sin desbravar, como cuando era niño y jinete y pistolero a la vez en las lomas de As Croas frente al mar de Barrañán. Hasta la plaza de San Domingo no me atreví a mirar para atrás.
Conde Aranda es, hoy, con su laberinto de colores y gentío, como una síntesis de los cinco continentes. Di un pequeño paseo en una dirección y en otra. Un aire suave y zumbón, mitigado en sus fuegos, acariciaba las palmeras y esas luces de la noche que avanza, que tizna, que mancha, aún tenían un tono final rosáceo o dorado. La luz, allá arriba, parecía una bandada celeste de resplandores. Me fijé en todo lo que pude: no tomé notas. La gente habla en distintos idiomas, pasea en multitud, pasea en familia, y a la vez parece estar de paso: a la espera de una llamada mientras ronda por los locutorios, de un gesto del destino que oriente los pasos. Me acerqué al colmado latino y allí me llamó mucho la atención una colonia de áloe y, sobre todo, un erector, un medicamento al que definían como metafísico y espiritual.
*La foto no es exactamente de la Conde Conde de Aranda, pero no tengo una. Pongo esta, cercana a Conde de Aranda, porque me ha parecido muy sugerente y también es uno de los territorios de mi juventud en Zaragoza.
CUERPOS DEL VERANO / 12

Silvana Mangano.
CUERPOS DEL VERANO / 13

Simplemente Nastassja Kinski vista por Richard Avedon. O la bella y la sierpe.
CUERPOS DEL VERANO / 14

UNA HISTORIA DE AMOR

Mi primera novia imposible se llamó Pepita y tenía al menos doce años más que yo. Cuando yo tenía seis, ella tendría dieciocho. Era hija de José do Nacho y fue como una institutriz, una amiga, una profesora, una prima deliciosa: me enseñó los secretos de su casa, las alcobas y las escaleras interminables, los armarios misteriosos, yo tenía la sensación de que vivía en un palacio encantado. Me enseñó cómo hacían el pan y me invitaba cuando venían los cosechadores. Nuestro grado de intimidad era tan bello que cuando llegaba mi cumpleaños me regalaba un pastel con forma de serpiente. O de salamandra de fuego, igual que la que veía todos los días en la fuente que estaba cerca de casa. “Son animales mágicos. Nunca se debe matar una salamandra”. Además, me enseñaba a contar y a leer las historias de santos del almanaque, me enseñaba a bailar con una escoba con le había enseñado a mi hermano, a contar, a multiplicar, me hablaba de los secretos del trigo, de la avena. Pero lo que fue determinante fue cuando me vio orinar en la calle. Me dijo: “Toniño, te he visto el pito, ahora tendrás que casarte conmigo”. ¡Qué otra cosa habría soñado yo! Y me acostumbré a esa idea. Además, ella me decía que no crecería ni envejecería y que me esperaría. Había dos cosas que abonaban mis esperanzas: era famosa su desdén por los hombres y me daba un par de besos cada vez que me enviaba a un recado a Casa Recouso. Yo, dependiendo del grado de enamoramiento de ese día, me olvidaba adrede de algo para cobrar ese trofeo de ternura. Ya ven que era mimoso, miedoso y sentimental. Nadie me quitaba la ilusión de aquel amor. Hasta que un día, apareció mi padre, que venía de la emigración en Suiza y subió al piso. Se desnudó ante mi madre y ante mí, y mostró los billetes que llevaba en el interior de los calzoncillos. Dijo: “Hemos comprado un piso en Arteixo y lo estrenaremos antes de un mes”. Arteixo, que estaba a cuatro kilómetros o así de Santa Mariña de Lañas, me parecía hallarse en las antípodas. Siempre recordaré el día de nuestra partida: vino un tractor, cargamos algunos muebles, la loza, me despedí de Pepita, soltamos al gato Acuña en medio del camino y avanzamos hacia el fin del mundo.
Apenas un mes después, alguien me dijo que Pepita iba a casarse con un carnicero. Ya habían oído en misa las primeras amonestaciones. Entonces, escribí mi primera carta de amor, a los nueve años con una única frase: “Nunca te olvidaré, Pepita”.
*La foto es de Edouard Boubat y se titula "Lella". Dicen que está tomada en Bretaña en 1947. Yo me inclino a pensar que está tomada en Santa Mariña de Lañas hacia 1967.
CUERPOS DEL VERANO / 15

Henri Cartier-Bresson se despidió del mundo con discreción y con los ojos muy abiertos, aquellos ojos vívidos que se abrieron en 1908 en Chanteloup para absorber toda la luz del mundo. Antes de ser fotógrafo quiso ser pintor y antes, adolescente aún, se entusiasmó con la poesía. Tal vez amase a su madre, que era un espíritu cultivado y encantador y aspiraba a vivir en ciertas formas de la belleza y de la lírica. Tras aprender geometría y observar las primeras revueltas de los surrealistas, a los que frecuentó, abrazó una cámara de fotografía: primero fue una Kodak Brownie y luego la definitiva Leica II, menuda, ligera, rápida como la centella, cuyo visor era casi una trasposición literal del ojo. Y ahí empezó a absorber imágenes con el alma, con la razón y con el sentido de la oportunidad. Teorizó sobre “el instante decisivo”, ese lapso donde todo se armoniza para que la imagen rebose ternura, paradoja, gracia, acción y vida. Cartier-Bresson se sintió más artesano que artista, un documentalista que atrapa el existir tal como llega, pero para captar su esencia, su gama de matices íntimos, debe estar atento. Cartier-Bresson lo estuvo en México, antes y después de la Guerra Civil en España, en la liberación de París, en Moscú, en la India, poco antes de que Gandhi fuese abatido, en los países del Este, en aquellos lugares del planeta donde había emoción, verdad, espanto. Pero además de ese legado increíble y totalizador, y de la Fundación de la agencia Mágnum en 1947, nos ha dejado algunos de los retratos más conmovedores que se han hecho jamás. Y al tomarlos lograba casi un milagro: revelaba lo invisible a través de lo visible.
Esta foto de Marilyn es tan sencilla como eficaz, de espontaneidad que lo dice todo.
SCHIAFFINO, EL HÉROE DE URUGUAY

URUGUAY SIEMPRE ha tenido magníficos jugadores. Ahí están, en los anales de la leyenda, Alcides Gigghia, Enzo Francescoli, el negro Obdulio Varela (capitán de la selección que reventó Maracaná en 1950), Pedro Rocha o Fernando Morena. De todos ellos, el más grande fue Juan Alberto Schiaffino, hijo de emigrante italia no y de paraguaya, nacido en 1925. Schiaffino cosechó una colección de adjetivo s: "El dios del fútbol", "el barón", "Pepe el diablo" o, sencillamente, "el Pepe", un atleta portentoso y largo, de exquisita factura corporal y anímica, que se relajaba pescando. Forjado en los partidos del barrio, pronto empezó a llamar la atención su juego, basado en la creatividad, la fantasía, una técnica que nunca dejó de crecer y esa fineza que algunos sobrellevan como un don indecible. Su formación contempla el paso por el modestísimo Palermo, el Olimpia, el Nacional y, final mente, el Peñarol, en el cual jugará once años, del 43 al 54, con un rendimiento incuestionable: obtuvo cinco Ligas. Schiaffino era el animador y el mago, el regate y la llegada, la ductilidad vestida de elegancia y una seguridad portentosa. En esos once años pasaron varias cosas definitivas. Una, aquel primer gol mítico en Maracaná a Barbosa, cancerbero de Brasil (y desde entonces "o goleiro maldito"), por el ángulo izquierdo tras recibir de Alcides Gigghia; éste, remataría la faena con otro tanto casi imposible que daba el título del mundial a los charrúas. Uruguay lloró de alegría y se alimentó de gloria; Brasil lloró de desesperación sobre un montón de suicidas. El mejor jugador de aquel campeonato fue Juan Alberto Schiaffino. Otra: cuatro años después, en el Mundial de Suiza, ni Schiaffino ni Uruguay pasaron inadvertidos: llegaron a la semifinal, pero la clase de "Pepe el Diablo" no fue suficiente para vencer a aquella orquesta de virtuosismo y garra que era la Hungría de Bozsik, Hidegkuti, Czibor, Kocsis y Puskas. Vencieron los magiares por 4-2. Al empezar la nueva campaña, Schiaffino fichó por el Milan, ganó tres "scudettos" y fue finalista de la Copa de Europa en 1957-1958, jugó cuatro choques con l a selección italiana, y se retiró en la Roma en 1962. La estrella de Uruguay, "el hombre que no se despeinaba jamás", el interior que adoró Italia entera, murió en noviembre de 2002 a los 77 años de edad con el orgullo de figurar en la nómina de los héroes imprescindibles del fútbol.
ARTE Y LIBROS EN BORRADORES, ESTA NOCHE

1. Invitados en plató: Ana María Navales y Adolfo Burriel.
2. Reportajes: Antonio Pérez Lasheras, Pedro Avellaned y Gregoio Villarig.
3.Once libros para leer en verano.
4. El poeta: Joaquín Sánchez Vallés.
El programa “Borradores” (Televisión Autonómica) recibe hoy domingo en el plató a Ana María Navales y Adolfo Burriel. Ana María Navales, premio Aragón de las Letras de 2002 y codirectora de la revista “Turia”, hablará de su poesía reunida, “Travesía en el viento” (Calambur, 2006) y del último número de la publicación, que tiene a José García Mercadal como uno de sus temas claves. Y Adolfo Burriel, el exdiputado de Izquierda Unida que escribía versos desde hace años, habla de sus dos primeros libros, ambos galardonados en Sevilla y en Santander. Además, “Borradores” entrevista a Antonio Pérez Lasheras, director de la Asociación de Pensas Universitarias Españolas, sobre la edición universitaria; emitirá un reportaje sobre el último libro de fotografía de Pedro Avellaned, “Cinco lunas”, que publicó Prensas Universitarias; visitará la Librería Los Portadores de Sueños, y ofrecerá una lista de 11 libros para leer en agosto. El artista invitado en esta ocasión es Gregorio Villarig: “Borradores” acude a su estudio y exhibe en el plató cinco cuadros suyos de gran formato. El programa se despide con un poema de Joaquín Sánchez Vallés.
EVOCACIÓN DE RAMÓN ACÍN AQUILUÉ

Víctor Pardo recuerda hoy en el "Diario del Altoaragón" que tal día como hoy hace 70 años mataron a Ramón Acín en su ciudad. Y Víctor Juan Borroy, el alma gemela de Víctor, lo traslada a su blog. Tenéis aquí el enlace.
Aquí un retrato del artista con sus bigotes de bohemio o bandolero.
CUERPOS DEL VERANO / 16

CUERPOS DEL VERANO / 17

[CARTA DEL COMPOSITOR VÍCTOR REBULLIDA AL BLOG
No es posible adjuntar una foto a este correo pero hay una impactante que Helmut Newton hizo a la actriz Sigourney Weaver en la cual no se sabe qué atrae más si su gran y evidente erotismo de la misma o la inquietud, casi pavor, que emana del rostro de la actriz y las luces de la foto.
Newton es una mina para esta corporal sección estival. H.N. dió una vuelta de tuerca al erotismo fotográfico llevando las tomas más explicitas a cotas de belleza maravillosa y sus retratos no tienen ningun desperdicio: además del citado de S.W. el de Paloma Picasso, p.ej.]
Aquí están, en dos piezas, las dos fotos que tanto le gustan a Víctor Rebullida.
UN COMENTARIO AL GOL DE NAYIM

Valero entra en el blog, en el texto "El gol de Nayim" y deja esta confesión de amor por los colores del Real Zaragoza. Es tan desaforada y sincera su pasión que me parece oportuno dejar aquí constancia de ella:
[No tengo palabras para describir lo q siento al ver este gol, soy zaragocista de corazon como muxos otros y daria mi vida por mi equipo y por mi ciudad. Todavia recuerdo ese dia, esa noche del 10 de mayo de 1995, magica e inolvidable. Todos hemos visto el gol de nayim, merece ser recordado como el mejor gol de la historia, lo tildo asi no solo por mi arraigado sentimiento zaragocista sino tambien por la manera y el momento en q fue marcado (recordemos q solo faltaban 10 segundos para los penales). "Ahi esta el bufandeoooo, de todos los seguidores españoles... (porque los maños somos y estamos orgullosos de ser españoles no como gente de otros lugares de españa a los q respeto pero no comparto su opinion) ...se han venido arriba y se estan comiendo en el ultimo instante, en el ultimo suspiro de la final de la recopa a la aficion inglesa, y ojo q puede haber peligro intenta pegarle desde lejisimos siiiiiii , GOOOOOOOOOOOOLLLL ¡¡¡¡¡¡ gol del zaragozaaaaaaaaa, increibleeeeeee, el zaragoza campeon de la recopa, la pego desde 40 ,no se ni quien fue creo q fue nayim, zambombazo, se la trago seaman, gol del zaragoza, el zaragoza campeon de la recopa, no hay tiempo para mas, estamos en el descuento ......." no tengo palabras. Los que sienten el color blanquiazul y sienten el leon en el corazon me podran entender y como dijo el gran Andoni Cedrun entre sollozos, ESTA COPICA PÁ LA PILARICA ¡¡¡ Nuestro Zaragoza el equipo del leon es grande de españa y grande de europa, recordarlo. "El que quiera ver buen futbol q se pase por la Romareda" frase de un sabio del futbol, sea dicho q por supuesto sereis bien recibidos seais de donde seais porque en nuestra tierra Aragon somos grandes y muy buena gente. Perdonad por la extension de mi opinion pero me ha salido el coraje despues leer a un "personajillo" por no llamarlo de otra manera que por otra parte se le quedaria corta. gracias a todos los que habeis llegado hasta el final y ...... AUPAZARAGOZA ¡¡¡¡¡¡
Valero]
CUERPOS DEL VERANO / 18

Anne-Sophie Mutter. La mujer y el Stradivarius.
EL LAGO DE LOS ABEDULES

(Vida y ficción)
Estaba lejos y allá íbamos siempre mi madre y yo por hierba para la vaca y los animales. Me gustaría decir algo que puede parecer raro: mi padre, emigrante en Suiza (Vevey, Ginebra, Lausanne, Berna y Zurich), me había concedido una especie de poderes: yo iba a ser, en su ausencia, el rey de la casa. Y eso exigía dedicación, responsabilidad y un cometido esencial: debía proteger a mi madre. Por eso, pensaba yo, la acompañaba al Lago de los Abedules. Eso me decía por las noches. Desde muy pronto supe que era un lugar mágico y a la vez peligroso. Se decía que estaba infestado de hambrientos lobos y que padecía periódicas invasiones de sapos. Los lobos moraban en los lugares poblados de vegetación, húmedos y sombríos, y dejaban flotando su propio aroma, su mirada hipnótica, una especie de aire que lo envolvía todo y que podía dejarte petrificado de miedo si te sorprendía en un paseo. Del lobo se repetía que era sanguinario y terrible: si lo veías, adiós al mundo. Era como ver la santa Compaña, aunque no te devorase. Todos te contaban historias de lobos que habían acabado con la gente y con los rebaños.
Todos tenían un pariente al que una noche se le había aparecido una manada de lobos: él ya sabía que ellos, si no corres, no atacan, pero realizan un acoso implacable: se ponen delante, te tocan las pantorrillas con el rabo, o en la misma entrepierna, condenados, van a tu lado como en un desfile marcial en la noche de las sombras, y sólo esperan un gesto de flaqueza para devorarte.
A Pura del Quejigal se le había muerto así, una noche que volvía del baile, su hijo mayor; a María do Nacho su propio marido, al que nunca había visto nadie. Y Lino podía contar historias de ese tipo cuantas quisiera porque había vivido en Lugo, tierra de lobos. Esta historia también justificaba otra: cada cierto tiempo, aparecían por Baladouro dos o tres hombres que traían un lobo pestilente, atadas las piernas en un varal de fresno; lo enseñaban un instante, explicaban que lo habían matado en tal o cual lugar, muy cerca de aquí, y exigían el pago a su heroísmo: algo de dinero, ropa, comida, una noche con derecho a cena y cama, etc. Eso sucedía también con los cazadores de zorros, que tenían la incómoda costumbre de provocar catástrofes familiares por su afición a las aves domésticas en las eras e incluso en casas como la mía que tenían el gallinero contiguo a la cocina de tierra.
Un día, mi madre, que no mentía jamás, anunció: “Esta noche han entrado los zorros y nos hemos quedado sin gallinas”.
Y de los sapos se decía que si te orinaban a los ojos te quedabas ciego para siempre. ¡Cuántas veces me he imaginado un ciego de pedir por puertas como aquellos que venían con su violín al hombro y la niña o el niño lazarillo que cantaban con él! Así que cuando veías a los sapos, marrones y pegajosos tras la lluvia, te cubrías la cara e intentabas matarlos aunque fuera a pedradas.
La leyenda más bonita del Lago de los Abedules era aquella que nos hacía creer que en él se había ahogado un caballero medieval que había venido a estas tierras en busca de amores. De tarde en tarde, irrumpían desde el fondo sus calzas, la espada y su vaina, y un pañuelo de su dama con las letras bordadas en hilo de sangre. Esperé algunas tardes a ver esas imágenes pero fue imposible. Y mi madre me decía que su abuelo le había revelado que había un instante en las tardes con una determinada luz que en la superficie del agua se reflejaba un mapa que indicaba los molinos de agua, los senderos ocultos por los matorrales y los tesoros enterrados. Aquel abuelo, que era el mismo de los ternerillos muertos, tenía un perro, Amancio, que vio aquel mapa y se le quedó reflejado, en miniatura, en el fondo de sus pupilas. Al poco tiempo se volvió loco y desapareció para siempre.
Me gustaba mucho aquel lugar, todo rodeado de árboles y surcado por prados y regatos. Allí se fortalecía la imaginación. Un día, Pura del Quejigal me dijo el nombre del caballero: “Se llamó Atanís de Val y era antepasado mío”.
ADIÓS AL AMIGO, AL BUEN PADRE, AL SABIO DEL CAMPO

In Memoriam Alberto Alegre
Creo que conocí a Alberto Alegre, el padre de Luis, Carmen y Salvador, en la calle Boggiero hacia 1987: menudo, vivaz, de una ternura impagable. Miraba a sus hijos con un orgullo entrevisto y lento, como si los acariciase, como si se sintiera el hombre más seguro del mundo a su lado. Más tarde, hacia los 90, se trasladaron a la calle Conde de Aranda: Felicitas y Alberto vivían abajo, y Luis y Salvador arriba. Las tortillas de patata deliciosas iban y venían por el ascensor, o eso creía yo, pero los dos, Alberto y Felicitas, como una pareja ideal, siempre andaban por allí, entre los libros de cine, entre los pósters de Marilyn, Bogart y Lauren Bacall, del salón a la cocina, y trataban de igual a igual a Ana Álvarez, David Trueba, Pep Guardiola, Gabino Diego o Maribel Verdú, pongamos por caso. O a cualquiera de los habituales: su peculiar familia de apegados: Mariano, Félix, Pepe, Cuchi, Daniel, Ignacio, Ismael, Pardeza, Miguel, Labordeta, Cristina...
Alberto Alegre era un sabio de aldea, un agricultor que parecía haberlo leído casi todo: un enciclopedista formado en los libros, en la radio, en la televisión, en Lechago, en Calamocha, allí donde pisaba. Tenía una curiosidad absoluta. Recuerdo que una vez, cuando yo trabajaba en el libro “Aragoneses ilustres, ilustrados e iluminados” (Gobierno de Aragón, 1992) me dijo que le gustaría leer los textos antes de publicarlos. Se los mandaba a Luis con la esperanza de que los leyese él y lo hacía. Una vez me llamó Luis y me dijo las notas o reparos que me había puesto su padre: que en Teruel no existían adelfas porque hacía demasiado frío, al menos no donde yo las había situado, y que, tras leer un perfil de Marcial, me preguntaba por qué no había aludido explícitamente al magnífico poema que le dedica a Bíbilis, la sierra de Armantes, su tierra de origen, un poema por cierto que él se sabía en castellano. Nos vimos después en su casa, y me dio otras indicaciones sobre Miguel Servet, Agustina de Aragón o Ramón y Cajal; cualquier tema parecía ser de su dominio. Conociéndolo a él entendías mucho mejor a Luis y a sus hermanos: eran su reflejo, el envés de un espejo de ternura y de generosidad. Él y Felicitas les habían enseñado a vivir a favor de la vida, desde la amistad y el afecto. Creo que nadie se ha sentido incómodo jamás en aquella casa, ni en la de arriba ni en la de abajo. Hay casas donde uno nunca es extranjero.
Alberto tenía la voluntad inmediata, si eras amigo de Luis o de Carmen o de Salvador, de hacerte miembro de su familia. Recuerdo muchos días de conversación, pero uno especialmente hermoso e imborrable: tenía que hacerle una entrevista a Luis para el periódico y previamente hablé con Alberto de él, de su pasión por el canto subido a una mesa, en las fiestas, bajo el televisor, o allá lejos, en la fronda del campo. Alberto pronunció la frase que le decía entonces: “Canta, hijo mío, canta, que eres muy feliz”. Hablamos del sueño de Luis de ser santo, de su condición de futbolista de toque, de los años en Cheste y Huesca. Y recuerdo la manera de contar de Alberto, aquel entusiasmo, aquel modo absolutamente hermoso de sentirse feliz evocando al hijo particular, al hijo que, en el fondo, ha seguido su senda de rabiosa humanidad. Alberto Alegre, el agricultor que leía novelas de amor y de aventuras, el amante del cine clásico, era un fabulador, un contador de historias, un campesino tranquilo que no había perdido la calma en la ciudad ni la habilidad de sobremesa en el guiñote.
Ahora, Alberto Alegre se ha ido y descansará en Lechago (en la foto) para siempre. En Lechago y en el lugar donde reposan los que sueñan.
[Nota de hoy, martes: Alberto Alegre será incinerado y enterrado en la iglesia de Santo Domingo de Lechago a las seis de la tarde]
NOTAS DE UN VIAJE INOLVIDABLE A LECHAGO

Hacía años que no iba a Lechago. Muchos. En el trayecto, Ángel Artal recordaba sus viajes a Calamocha-Zaragoza y viceversa, y recreaba la historia de Botorrita y su bronce, la historia de las torres mudéjares, evocaba aquellas carreteras imposibles de antaño, preñadas de curvas, e incluso recordó un viaje que hizo con el escritor y profesor José Luis García Martín. Artal, como un anfitrión del aire y de la sabiduría de Aragón, le contó todo: le recordó la cerámica de Muel y su leyenda; le habló de las torres de Mainar; le dijo que de Paniza eran Ildefonso-Manuel Gil y María Moliner, Domingo Agudo y Miguel Antonio Catalán; luego, le recordó que en Luco de Jiloca estuvo convaleciente el gran Rafael Barradas y que se casó allí con la hija de los dueños de la casa que le acogieron. Y así sin parar. Hasta, dijo Ángel, yo tenía en la cabeza la idea de haber visto un dibujo en la pared del artista uruguayo en el que representaba a un carro con heno, no sé con certeza si es un sueño o algo que vi de niño.
De alguna manera, camino de la iglesia de Santo Domingo de Silos, Ángel Artal rememoró otras muchas cosas, aunque su corazón –yo iba en el asiento de delante; él, en el de atrás: no podía verle la cara de felicidad; Labordeta conducía; Carmen y Aloma, silenciosas, bonitas y sonrientes- se alegró al llegar a las tupidas frondas del Jiloca, a las amenas sombras de olmedas y sotos, a las planicies y vaguadas agrestes. Allí parece que huele de otra forma, y Teruel se embosca en un nuevo paraíso de verdor, de vegetación salvaje, de regatos como el invisible Pancrudo del estío. José Antonio Labordeta, que vivió varios años en Teruel, recordó distintos episodios: algunas tardes en las que se detenía en un merendero con Juana a tomar un bocado en aquella travesía de tres horas. Y recordó también un día de nieve horrible a la altura de Retascón: Emilio Alfaro había preparado un homenaje a su hermano Miguel en Zaragoza, poco después de su muerte en el verano de 1969, y José Antonio se dirigió hacia aquí. Pero a la mitad del camino, como en el cuento ruso, empezó a nevar. Y a nevar y a nevar. Quedó varado, con la sensación de que jamás saldría vivo de allí. Salió vivo, llegó a Zaragoza y recitó un poema inolvidable.
Llegamos a Lechago. Reinaba una emoción especial: a todos nos había conmovido Alberto Alegre. Hablé un instante de ello con Gabino Diego. Y con David Trueba, que recordó la pasión del finado, del anfitrión y del erudito humilde por una actriz como Loretta Young, y ese espíritu conciliador que había impreso en su familia, la siembra de prodigios minúsculos e intensos en su entorno, el envidiable vínculo familiar tan bellamente entretejido. Uno se pone a soñar una familia y piensa en la de Luis, sin duda. Había muchos amigos: vinieron de todas partes. Luis encarna la revolución constante de la amistad honda y franca. El entierro fue de ésos que no se olvidarán jamás por múltiples razones y sensaciones. Lechago, tan hermoso, tan sugerente, parece en este momento un territorio inhóspito, un confuso laberinto de palas y proyectos que se hilvanan bajo un cielo majestuoso, entre lomas, sobre la vía del tren, en las concavidades donde se dibujará el pantano. El cementerio parece de cuento: está construido a algo más un kilómetro en una ladera. Fuimos en procesión campo a través, sorteando obstáculos y practicando la escalada. Y ahí, en la cima del mundo se aposenta en Lechago, quedó Alberto Alegre, rodeado de otros Alegre, rodeado de antepasados, en un espacio que tiene algo de santuario y de observatorio del gran valle, de las colinas del crepúsculo, de la claridad totalizadora con que se inunda el día. La despedida, entonces, resulta uno de los momentos más conmovedores: ahí, en el aire, en el nicho, en el dolor se quedan los recuerdos, las horas imborrables, la forja de la vida junto a un padre, a un amigo, a una persona irrepetible que había encontrado su lugar en cada uno de nosotros. Y, sobre todo, en el corazón de Felicitas, de Luis, de Salvador, de Carmen.
Con Mariano Gistaín recordamos el entierro, en Terrer, de Mari Nieves, la madre de Roberto Miranda en un atardecer de lluvias, antes, mucho antes de que Ángel Petisme nos recordase aquello de donde muere la carretera y la vanguard del bar de la plaza... Aquella vez tuvimos la sensación de vivir una escena de los cuentos de Juan Rulfo. Ayer, quizá también: el galope intenso de las nubes, la alianza del viento y del sol, el silencio habitado del recinto, la memoria transparente de otros muertos, el tren regional que parece ir hacia ninguna parte o un espejismo de la tarde. El cementerio alejado de Lechago es recoleto e íntimo, un mirador hacia la eternidad y el curso de las estaciones. Pensé en otra desaparición conmovedora, de ésas que no te dejan dormir en varios días: la del joven David Díez, hijo de Plácido y Lola, que reposa en otro cementerio increíble como el de Fuentes Claras, no muy lejos de allí, en el corazón de Teruel.
Luis (y con él su hermano Salvador) pareció mitigar su infinita pena, pareció ocultar un instante su dolor con tantos amigos y hermanos que le reportado su generosidad, y corrieron las cervezas, la tertulia, el cariño, las palabras como un bálsamo. Alberto siempre vivió a favor de la felicidad: tuve una sensación semejante con el padre de Mariano Gistaín, al cual recordé mucho ayer, para mí, y luego con David Trueba. Reconozco que en los últimos tiempos, más que nunca, la figura del padre ha alcanzado una dimensión especial en mis pensamientos, en mis emociones. Soy hijo y padre a la vez...
Volvimos con Carmen Gascón y Aloma, y recordé tantos y tantos viajes pasados por esa carretera (nuestros años en Camarena, nuestra estancia en Urrea de Gaén…). Recordé, y disfruté, algo que siempre me fascina de este viaje: esa luz herida y luminosa que acaricia las murallas y las tierras rojizas, que se interna en los bosquecillos que dibuja el Jiloca en su avance; esa luz herida y matizada que esculpe oteros y llanos con su beso; esa luz herida y melancólica que empezaría a matizar de sombra y melancolía la primera noche lejos de casa de Alberto, de nuestro amigo Alberto.
*Retrato de la actriz Loretta Young, que era una de las favoritas de Alberto Alegre.
CUERPOS DEL VERANO / 18

DIARIO DEL EUROPEO DE ATLETISMO / 1 Y 2

Ya lleva dos jornadas el Europeo de Atletismo de Gotebörg. De la primera jornada, el lunes, lo más sobresaliente fue la victoria de la rusa Bitova en los diez kilómetros: menuda y vivaz, se agazapó tras la corredora holandesa de color y sólo asomó cuando faltaban alrededor de 600 metros. Ahí, pegó un acelerón increíble y logró una victoria formidable, casi con excesiva suficiencia. Entró en la meta doblando corredoras. Marta Domínguez corría su segunda prueba del 10.000 y sólo aguantó en cabeza hasta los 9.000: con todo realizó una buena carrera que le valió el séptimo puesto, muy poco para ella y para su pundonor constante, y el récord de España que tenía Julia Vaquero. Manolo Martínez, como suele ocurrirle al aire libre, realizó una serie pésima en peso, y quedó noveno, que debe ser su peor puesto en muchos años.
Ayer fue otra cosa. Paquillo Fernández, como hizo en Munich 2002, se adueñó de la victoria de 20 km. marcha con un tiempo de 1.19.08: es un corredor seguro, con determinación de campeón. La prueba de 10.000 metros, hombres, fue maravillosa, sobre todo para el hasta ayer discreto corredor alemán Jan Fitschen, que venció con unos 200 metros finales increíbles. Fitschen, que estuvo muchas veces fuera de la carrera, renqueante y semihundido, en el puro anonimato del pelotón, se enganchó en los últimos 800 metros a la cabeza. Chema Martínez iba arriba: se veía vencedor antes de cruzar la meta, sabía que Juan Carlos de la Ossa le iba a abrir la brecha, y en el sprint final el vencedor era él. Ambos menospreciaron un poco al alemán, le permitieron entrar en la carrera, y el germano fue como el reaparecido y como el ciclón: su tramo último pareció el de un corredor de 800 metros. Chema Martínez recordó un poco a Fermín Cacho: parecía más preocupado de mirar hacia atrás que de tirar hacia delante, y lo vio pasar a su lado como una bala, a una velocidad supersónica. Su rostro de estupor fue todo un poema de desolación e impotencia. Martínez y De la Ossa hubieron de conformarse con el segundo y tercer puesto. De la Ossa hizo todo lo que pudo: tiró, movió la carrera, aceleró con su diminuto cuerpo de titán modesto, le imprimió ritmo, intentó desordenarla, y obtuvo lo que soñaba: el podio. Por esto estaba sinceramente tan feliz, tanto que cuando lo cogió en brazos Chema Martínez parecía un niño perfecto que se reía de su última travesura. Tatiana Lysenko realizó un soberbio lanzamiento en martillo y venció con dos metros de diferencia: 76.67. Buscó el récord del mundo sin suerte. Es una mujer relativamente delgada, fuerte, alta, sonriente, pero no se parece a las esforzadas y pesadas campeonas de la modalidad. Celebró su triunfo con absoluto entusiasmo, igual que la rubia valkiria Carolina Kluft, la atleta más completa en Goteborg que pasó del cansancio a la exaltación absoluta y luego a las lágrimas durante la recepción de medallas. Campeona olímpica y campeona del mundo, su triunfo sólo tiene una sombra: la lesión de la francesa Eunice Barber, que le iba ganando.
En el salto de altura se está produciendo un retroceso absoluto. Andrew Howe ganó con 8.20; hace no demasiado, Yago Lamela se iba a los 8.50 con enorme facilidad e incluso el propio Joan Lino, que no se clasificó para la final, superaba de largo este salto casi escandalosamente vergonzoso. Es una de las pruebas más decepcionantes del momento. Francis Obikwelu, el portugués por nacionalidad, venció en los 100 metros lisos con 9.99. Su carrera tuvo dos partes: una decepcionante salida, pareció clavado literalmente sobre el tartán, pareció muerto y enterrado como la mano de Miguel Juan Pellicer, y unos 50 metros últimos realmente prodigiosos. A falta de 30 metros se descubrió aún perdedor: irguió las rodillas al máximo, impulsó sus caderas y sus brazos, desovilló la energía de su corazón indomable, y ganó con dos metros de ventaja. Este corredor, con un poco más de constancia y algo menos de fragilidad mental, haría sombra al mismísimo Asafa Powell, ahora que se ha probado que Justin Gatlin también envenenaba su sangre.
Mayte Martínez es una de mis corredoras favoritas. Es una mediofondista extraordinaria, con un poderoso final. Me recuerda a una mujer de los años 50, con horquillas en el pelo aplastado por fijador, captada por el objetivo de Virxilio Vieitez. No es elegante, no parece poderosa, da la sensación de que un momento a momento a otro se va romper en una contracción de quijada, en la tensión estremecida de los muslos. Pero ayer volvió a hacer una estupenda carrera ante la mismísima Svetlana Cherkasova, que es la gran favorita, y se ha metido en la final. La carrera de 800 metros me parece cada vez más bella, y especialmente entre las mujeres. En ella, en los últimos tiempos, destacaron y destacan formidables damas como Ana Fidelia Quirot, ahora sustituida por la bellísima gacela Zulia Calatayud, Maria Mutola, Katie Holmes... No querría olvidar la pasión por el atletismo de Marlene Ottey: esa mujer jamaicana, nacionalizada ahora eslovena, se presentó de nuevo en el Europeo a sus 46 años, y pasó a semifinales. Quizá no pueda acceder a la final, como le sucedió en las Olimpiadas, pero es algo excepcional: acumula más de 30 podios, aunque pocos de oro. Ha sido la eterna segunda más bella de la historia: la hermosa de ébano.
Vi un momento también a mi adorada Kajsa Bergqvist, la gran saltadora sueca, la única que puede acercarse al récord del mundo. Se clasificó casi sin despeinarsepara la final: altísima, elegante, primorosa en la técnica y en el garbo cuando ataca el listón. Y esta tarde gran velada: se corre el 1.500 masculino, una de las pruebas reinas de cualquier competición atlética. España presenta tres corredores, tres candidatos: Juan Carlos Higuero, un atleta desconcertante, capaz de lo peor y de lo peor aún, eterna promesa a sus 28 años y un mal estratega, que acude muy seguro de sí mismo y dispuesto además a fajarse en los 5.000 también; Arturo Casado, que podría estar en el podio, y Gallardo. Sus rivales serán Baala, el francés, todo un profesional de las finales, un excelente mediofondista, un clásico, y el atrabiliario Heshko, que siempre impone un poco de respeto. Baala ha restado trascendencia a los españoles: ya ha dicho que bueno, que sí, que están ahí, pero quien le preocupa es Heshko.
*En la foto, vemos la victoria de Fitschen, ante Chema Martínez y Juan Carlos de la Ossa.
DIÁLOGO CON LUIS MATEO DÍEZ*

-¿Cuáles son las palabras de la vida?
-A bote pronto, serían la imaginación, la memoria y la vida propiamente dicha. Supongo que la vida sin imaginación y sin memoria se quedaría más corta de lo que a mí me gustaría, y desde luego la imaginación y la memoria sin vida se quedaría demasiado secas. Les faltaría la sustancia.
-¿Qué modelo de escritor se siente usted?
-Un escritor que se conforma con contar la vida para intentar saber quién es, donde está, qué cuatro cosas puede contar a los demás para acabar teniendo conciencia de sí mismo.
-Ahora se habla poco de compromiso.
-Sí, es una palabra que echo en falta. Ciertamente que es difícil escribir sin tener, por lo menos, conciencia de por qué y para qué se escribe. Como poco más allá de un compromiso político siempre complicado e indeterminado, sí que me parece que el escritor debe asumir un compromiso moral.
-Parece que es infrecuente también la beligerancia del escritor ante el poder.
-Un escritor que escribe y que aporta al escribir elementos que den sustancia a la complejidad de lo que se vive, irremediablemente está enfrente del poder. Está en contra de cualquier norma que imponga simplificaciones a la idea de vivir. Y desde luego impone siempre simplificaciones, estrecheces y limitaciones. Todo gran escritor sólo por el hecho de escribir, como todo gran artista, establece distancias con los poderosos y hace siempre un acto subversivo. Toda la gran literatura y el arte son siempre un acto subversivo, de conmoción, de zozobra, una forma de poner en cuestión las cosas establecidas.
-¿Cuál sería el mayor ejemplo de rebeldía de un escritor?
-El límite de la rebeldía está en vivir sin ningún tipo de contemplación y que la literatura exprese todo lo que la imaginación puede dar al acto de vivir. Que sea la posibilidad de que lo imaginario sea el espejo roto por explosión de lo que puede ser meramente la existencia del ser humano. El arte es siempre un espejo disparatado, exacerbado y estrambótico del acto de vivir. Hay un límite en la libertad del arte que la vida por sí misma no lo puede asumir. -
¿Cuál es la novela de “Gran Hermano”?-
Sería aquella que expresara la estupidez y la ridiculez de lo que somos. El límite estúpido de romper los secretos de la intimidad. Cuando uno hace un espectáculo de la intimidad está haciendo una exposición degradada de sí mismo. Lo íntimo es el extremo de lo secreto y quien cede lo íntimo rompe el secreto de lo que somos. Reconvertir eso en un espectáculo televisivo me parece el límite de la estupidez. “Gran hermano” me parece un programa sobre la vanidad y la tontería del último vanidoso y tonto del mundo. “Gran hermano” es tan ínfimo que ni la novela más degradada podría contar tamaña estupidez.
-Y un observador de la vida como usted, ¿tiene opinión sobre “el botellón”?
-No es que yo tenga una opinión estricta sobre el botellón, pero me acuerdo de los botellines. El botellón es la acumulación de los miles de botellines que bebíamos los de mi generación de una manera más moderada. Lo único que me disuena es que normalmente ese tipo de bebida del botellín era discreta e íntima, y el botellón es como un acto colectivo. Yo aborrezco la demostración de la juerga colectiva. Me parece más interesante la celebración más íntima de las cosas divertidas y gozosas.
-Le he leído una frase que dice: “La Universidad es un monstruo”.
-Sí. Supongo que deriva de una experiencia universitaria en mi caso absolutamente negativa. Yo me sentí en la universidad como alguien que vivía un mundo elitista; yo tenía un poco la conciencia de vivir un mundo elitista de un medio pelo terrible. Era aquella universidad del franquismo que yo no he podido olvidar. Se parecía a un territorio del conocimiento, de la sabiduría y de la inteligencia absolutamente impresentable y yo me encontraba allí muy a disgusto. Espero que ahora haya cambiado. Ahora hay profesionales más razonables. En mis años universitarios lo mejor que hice fue no ir a la universidad, hacer novillos.
-¿Cómo resumiríamos una jornada particular en la Real Academia?
-Bueno, es una jornada de trabajo. Yo pude tener alguna previsión indeterminada de lo que podía ser la vida de un académico en la Academia, y ahora puedo decirle que es una vida extremadamente responsable y estricta, y casi minuciosa y hasta avara de lo que es el trabajo. Creo que es uno de los ejemplos más fascinantes que he visto en todas las instituciones en las que yo he estado hasta ahora. A la Real Academia la gente va a trabajar, no le gusta nada perder el tiempo ni hablar más de lo debido. Nunca he visto trabajar tanto en menos tiempo.
-Perdone, ¿es usted tan serio como aparenta?
-No, la verdad. Por la mañana cuando me levanto y me miro en el espejo me río de mí mismo, que es la única manera de empezar a reírse de todo lo que pasa cuando uno sale de casa. No soy nada serio. A veces echo en falta mi falta de seriedad.
*Rescato esta conversación con Luis Mateo Díez (Villablino, León, 1942), que ha publicado este año en Alfaguara sus cuentos en "El árbol de los cuentos", textos cortos desde 1973 hasta 2004. Este diálogo arrancó con una alusión a su libro "Las palabras de la vida" (200).
GALICIA: A VIDA E A PAISAJE A ARDER

Chamo a Pepe Cáccamo a Galicia. Vive nas aforas de Vigo, en Vilaboa, fronta á illa de San Simón, nun paradiso entre piñeirais e un fermoso mar de lenda. O lume non chegou á súa casa: xa sofriu hai unha década unha queima como a de agora. Pepe, como toda a xente de Galicia, anda desnortada. Que pasa, quen se volveu un tolo, quen despreza así a natureza, a paisaxe, a vida. Barállanse distintas conxeturas: se é unha vinga dos perdedores das eleccións, se é unha mafia detrás da que andan moitos intereses inmobiliarios e tamén das celulosas, ou mesmo dos labregos. Como é posible que cadran tanta desfeita á vez? 153 incendios se contabilizaban onte pola noite en Galicia. Máis de 60 estaban atallados, pero había perto de 80 incontrolados. Escoitas a xente e quedas pampo: escoitei a un paisano de Padrón que dicía que ata se lle queimaran ata os pementos de Padrón, eses que pican de cando en cando, eses que convidan a comer con bon pan e mesto viño. Galicia ten o corazón fendido polo labaredas, e que magoa, como me dicía onte Ánxel Guinda, que as nosas bágoas, o noso desespero húmido, non sirva para apagar para sempre o lume. Dise que hai desorganización, que no se actuou a tempo: estou seguro, pero é ben gracioso que se empregue este argumento para atacar a Zapatero ou Touriño e non para rexeitar esta posta en perigo de vidas.
Pepe Cáccamo, que ven de publicar un intenso libro: “Memoria de poeta” (Galaxia), díxome que teñen as fiestras pechadas porque a cinza e as moxicas queren meterse para adentro. Na piscina portátil dos cativos, unha tona negra de cinza aboia na superficie. É a tebra da sinrazón.
*Tomo esta impresionante foto da páxina riadenoia.com que ten unhas fotos impresionantes e a vez contidas sobre os incendios.
CUERPOS DEL VERANO / 19

Marlene Ottey o la eterna juventud: 46 años y sigue en activo. Ha corrido con las más grandes: Evelyn Ashford, Florence Griffith, Irina Privalova, Gwen Torrence, Pintuseva, Marian Jones o Gail Devers, y ella sigue ahí.
CUERPOS DEL VERANO / 20

El mitómano y cinéfilo Toni Alarcón me sugiere que esta felina actriz pase a engrosar en esta serie visual: "Los cuerpos del verano". Dice que mejor que alguien que se llama Acquanetta y es así de voluptuosa. Añade esta nota:
DIARIO DE LOS EUROPEOS DE ATLETISMO / 3

Quizá fuese ayer algo duro con Juan Carlos Higuero. Me recuerda a José Luis González, pero con menor palmarés. González, en sus días, venció a Coe en París, estuvo a punto de hacerlo con Said Aouita, pugnó con Elliot, con Cram, con Cheshire y vivió una batalla fratricida entre españoles con José Manuel Abascal. Higuero realizó un espléndido 1.500 en el campeonato de España en Zaragoza, y ayer había anunciado un terremoto, una estrategia secreta. Vi la carrera y no observé nada especial: corrían tres españoles, entraron bastante juntos, tercero, cuarto y quinto, pero no hubo una estrategia predeterminada ni percibí el ardid de Higuero. El corredor entró segundo en la última recta, pero el ucraniano Heshko lo rebasó con claridad. El finísimo Baala, el magnífico corredor francés, venció con absoluta limpidez, casi como Sebastián Coe. Higuero, sin aparatosidades ni un rendimiento deslumbrante, se ha reivindicado y ya parece que puede presumir al menos de una medalla de calado internacional en una competición de mérito. La carrera fue lentísima, pero adquirió vehemencia y una gran aceleración final: se corrió en algo más de 3.39 minutos, que es un tiempo pobre, ideal para la velocidad final de el ucraniano y del francés. Llegaron sin auténtico desgaste. Si España hubiera tenido un plan, habría acelerado la carrera. No lo tuvo, y ganó el mejor. De lejos: el exquisito Baala que realizó unos 300 finales estupendos y la última vuelta en 53 segundos. La decepción fue Arturo Casado, cuarto: de él dicen que encarna al prototipo de corredor de 1.500, que está llamado a grandes carreras y triundoa. Ayer tuvo una gran oportunidad en una carrera limpia, y no logró coronarse.
Fue ayer la tarde de dos grandes campeonas: Tatyana Lebedeva ganó el triple salto con 15.05, y Kim Gevaert venció en los cien lisos, una carrera descafeinada (la animamos aquí con una foto suya de la colección de Athina Simonidou: es un nuevo cuerpo del verano). La otra gran prueba fue el salto de altura masculino: venció contra pronóstico (relativamente, tan sólo) el ruso Andrey Silnov al campeón olímpico Stefan Holm (tercero) y al checo Tomas Janku. La afición saboreó esta prueba: iba con su espléndido atleta, que ha sido en cierto modo el recambio del inolvidable Patrick Sjöberg. Ahora, a sus 30 años, ya parece estancado. Javier Sotomayor sigue estando demasiado lejos de todos.
SUEÑO Y SON DE SAN LORENZO EN CUBA

Una embajada cultural aragonesa partía hacia Cuba: actores, escritores, rapsodas, fotógrafos y cantantes con sus guitarras. Él integraba una compañía de teatro de Huesca que se vio obligada a llevar a Cuba un viejo baúl de cómico de la legua para representar una pieza de teatro dentro del teatro de José Luis Sanchis Sinisterra. Apareció cuando los nervios quebraban la moral del director del grupo: venía de blanco y verde, con el traje de fiesta y el sueño atrasado tras los imborrables siete días de agosto. Solucionó atropelladamente el pasaje, era el único de nosotros que no llevaba kilos de más de equipaje. A los dos minutos ya lo vimos en el suelo, en los bancos, sobre las mochilas, dormido, con una desordenada sonrisa de felicidad y abrazado a la resaca, como si la huella de tanta alegría apasionada se le hubiese estampado en el rostro. Luis de Góngora bien podría haber escrito para él aquello de “las venas con poca sangre, / los ojos con mucha noche”.
Reparé en una cosa: se tumbaba por aquí y por allá, desgalichado como era, pero su traje no presentaba ni una sola arruga y ni una mancha. Creo que olía incluso demasiado bien: a noche de amor al suave relente tal vez, a verbena ininterrumpida de contoneos y besos. Dijo, transido de nostalgias: “Llevo muchas noches sin dormir. Huesca es un derroche”. Algunos pensamos de inmediato en el chupinazo, en la multitud, en un ilusorio olor a albahaca, en los danzantes, en las mairalesas (que siempre nos han parecido las perlas del caos incesante: esas damas, su garbo, y ese nombre: mairalesas), en las verbenas, los veladores, las tómbolas y el vino en torrente de las peñas. Todos pensamos en esa felicidad sin freno de San Lorenzo, en el jolgorio insomne, que con otros tonos y algo más de modestia nos hizo pensar algunas veces en San Fermín.
Recuerdo que hace años tuve un amigo, un tal Chapulle, hijo de un empresario de máquinas agrícolas y estudiante hijo de Económicas o Derecho, que me dijo que la fiesta de San Lorenzo (fue Pío IX quien designó, en 1867, la fiesta del diácono a patrono de toda la diócesis) era como una celebración pagana donde se trasiegan el vino, la amistad y el amor como si fueron los días del fin del mundo. Él, que residía en un bajo sombrío y húmedo del Casco-Histórico de Zaragoza, donde se oían los trabajos y los días de las ratas, tenía muy claro que San Lorenzo era punto y aparte: el paraíso de la farra en una ciudad reducida donde todos eran primos, conocidos desde siempre o amigos entrañables. Como una gran familia con lazos insospechados. Hablaba de algunas danzas típicas como la “Danza de los palos” o la “Danza del degollau”, de aquel punto de la ciudad donde se arrojan periódicos a la comitiva municipal que pasa o de ese hábito refrescante de echar baldes de agua a los paisanos y paisanos que desfilan por el Coso. En el avión hacia La Habana me tocó junto al actor. Me senté junto a él y junto a un gallego al que conocía, sin saberlo, desde hacía 20 años. En aquel viaje a diez mil kilómetros de altura me ocurrieron muchas cosas, muchísimas pese a viajar en un avión (la más inesperada me la dijo aquel gallego de Betanzos, Luna: “estaba seguro de que tú ibas para figura del fútbol”), pero lo más bonito fue un sueño nítido y fascinante: me habían invitado a San Lorenzo y me había vestido de galán laurentino, en blanco y verde. Aunque no era “huesqueta de toda la vida” ni “basura fata”, como suelen decir en broma Luis Lles o Juanjo Javierre, sentía esa hermandad compulsiva y tribal que abraza a los oscenses en ese bullicio de identidad y jolgorio; disfrutaba como el que más con un vermú con gambas en las terrazas o en las atestadas tabernas. Iba de aquí para allá, en aquel bendito desorden, como un danzante improvisado por los efectos del alcohol. En esa película del sueño, no podía ser menos, me encontraba en los lugares más insospechados con los viejos amigos de la ciudad: Javier Brun, Carrera Blecua, Pepa Sánchez, Teresa Sas, Pilar Alcalde, Michel Zarzuela, Isidro Ferrer, José Domingo Dueñas, Fernando Herce, Guillermo Farina, José María Adé, Óscar Sipán, Pepe Escriche, María Jesús Buil, Víctor Pardo, Compairé, Carlos Castán, Damián Torrijos, Yolanda Liesa, Quique Torrijos, Jacques Valat, Fernando García Mongay, Jesús Arbués, Eugenio Monesma, Pablo Otín y tantos otros. Una semana de fiesta en Huesca da para casi todo. Y da incluso para el romanticismo: entre las sombras de mi sueño atisbaba a una mujer que era como una aparición y se ofrecía a enseñarte a correr delante de las vaquillas.
El actor, al llegar a Cienfuegos, se compró otras ropas: camisetas, pantalones, y una caja de puros hechos a mano por un anciano que parecía el hermano gemelo de Compay Segundo. Intenté trabar amistad con él: le tomé fotos, elogié su actuación, nos emborrachamos de ron blanco. Entonces me pareció el momento apropiado para pedirle que me vendiese el traje. Cuelga en mi ropero por si vuelvo otra vez a San Lorenzo...
ARTE E HISTORIA DEL CASINO MERCANTIL

El escritor y periodista Fernando Castán Palomar evocaba en 1946 su primera visita a Casino Mercantil, Industrial y Agrícola instalado en el Coso 29: “Recuerdo muy difusamente unas galerías orladas de retratos, unas estancias prietas de humo y unos tonos ocres en la toda la decoración del Casino. Había en los salones muchos socios; casi todos con bigotes espesos; y algunos con barbas grises o ya rotundamente blancas; hablaban en voz muy alta y era un denso bullicio el que salía a los pasillos cada vez que se abría una puerta”. A este espacio, adquirido en 1990 por Cajalón y restaurado por cuarta vez por el arquitecto José María Valero, le dedica el catedrático e historiador del arte Manuel García Guatas el libro “Una joya en el Centro: un símbolo de la modernidad” (Cajalón, 2005), al que acompaña un texto del poeta y narrador Javier Delgado sobre “La decoración vegetal de la fachada del Mercantil”, realmente sugerente, porque obedeció a un plan muy meditado y a “un cuidado muy personal”.
García Guatas cuenta la historia de este edificio, nacido a imitación los clubes ingleses, cuyo finalidad era “servir de lugar de encuentro para unos socios, abonados, que pagaban sus cuotas, donde poder informarse de negocios de su ramo, encontrar entretenimientos en el juego, en las fiestas y bailes de sociedad y en las tertulias, la lectura de prensa y revistas, y el derecho a asistir a asambleas, mítines y conferencias”. El Casino Mercantil tendría un precedente en el Casino Principal o de Zaragoza, fundado en 1843, pero sería en 1858 cuando nacía el Casino Mercantil, entonces sito en Coso 34. En 1875 se trasladó a su definitiva ubicación en Coso 29, a un palacio que construyó a principios del siglo XVI Juan Francisco Pérez de Coloma, secretario del Consejo Real de los reyes Juan II y Fernando el Católico; más tarde pertenecería al conde Guimerá, que poseía muchas obras de artes y antigüedades y una importante biblioteca. Y aún tendría un tercer dueño: el memorialista y embajador en París y Roma José Nicolás de Azara. El Centro Mercantil se inició con 275 socios y se cerró en 1985 con 775 socios, pero había tenido en otros momentos más de cuatro mil, especialmente en la posguerra, hacia 1945.
El edificio, que respondía a las características de un palacio aragonés del Renacimiento, poseía una espectacular techumbre de madera labrada. La primera transformación verdaderamente importante del antiguo palacio de Coloma y Azara la llevó a cabo el arquitecto Francisco Albiñana (1884-1936), concejal del Ayuntamiento de Zaragoza, socialista y vinculado a la masonería, que fue asesinado a principios de la Guerra Civil. Albiñana, al poco tiempo de volver de Madrid con el título bajo el brazo, ganó un concurso de 1911 y a él le debemos “la imagen arquitectónica y artística primera y principal del flamante Centro Mercantil y que pasará a la posteridad”, dice García Guatas. Albiñana levantó una fachada nueva de estilo modernista y realizó dos intervenciones artísticas claves: los cuatro artesonados y la concepción para los nuevos espacios de “una decoración que integraba la pintura, los relieves escultóricos y los complementos de carpintería, la rejería y la vidriera artística”, todo elementos fundamentales que convertían al edificio en un auténtico centro de arte y artesanía, aspectos que estudia con detenimiento el historiador. Esa restauración se inauguró durante en vísperas de las fiestas del Pilar de 1914, cuando se abría el Salón Doré, y actuaban en la ciudad personajes como “Margarita Xirgu en el Principal, Pastora Imperio que debutaba en el Pignatelli y El Gallo en el ruedo de Independencia”.
En 1932, Francisco Iñiguez transformará la mitad de la fachada posterior, remodelará algunas salas y modernizará su decoración. Iñiguez, que trabajó en el castillo de Loarre, en San Juan de la Peña y en el palacio de la Aljafería, contaría con la colaboración de Regino Borobio. En 1950, tras la decoración interior del cine El Dorado, Santiago Lagunas intentó hacer un proyecto tan vanguardista, pero hubo de conformarse con levantar una entreplanta en la parte posterior y con la decoración de la sala de exposiciones, donde había debutado el grupo Pórtico en 1947, que él lideraba. Aquella muestra fue acompañada de un ciclo de conferencias impartidas por José Manuel Blecua, Dámaso Santos, Pascual Martín Triep e Ildefonso Manuel Gil.
García Guatas analiza casi año a año lo que ocurrió en el Casino, la relación constante con la ciudad, su condición de escenario permanente de música, teatro o exposiciones, la presencia de importantes artistas y artesanos en la configuración de ese espacio majestuoso, donde convivían algunos detalles mudéjar y renacentistas con el arte plateresco, con el modernismo y el art decó. Habla de las pinturas decorativas de Ángel Díaz Domínguez, de los trabajos de forja y cerrajería de Mariano Tolosa, de los espléndidos relieves escultóricos de José Bueno, que se había formado en Roma y conocía muy bien el arte griego. Habla de las exquisitas pinturas de Julio García Condoy, de los grandes lienzos alegóricos, en forma de figuras femeninas, de Félix Lafuente, del gran proyecto colectivo de homenaje a Goya en 1928, de los jardines soñados por Iris Lázaro o recuerda esa intensa apología del cristal que fue el Casino visitado por grandes figuras de la cultura española como los hermanos Quintero, Jacinto Benavente, Azorín, Ramón Gómez de la Serna. Y no elude una reflexión general sobre la postura política que mantuvo el gran referente cultural y social de Zaragoza: “Tomará entonces y después partido de manera notoria por las empresas patrióticas y por aquellas civiles que eran de mayor utilidad pública y, por consiguiente, del poder político de turno”.
*La foto de Iris Lázaro pintando en el Casino Mercantil, sede de Cajalón, está tomada de la página de Javier Narbaiza.
DIARIO DE LOS EUROPEOS DE GOTEBORG / 4

Ayer fue un día más bien regular, tirando a decepcionante, para el atletismo español: Antonio David Jiménez Penti, que parece correr con un aire de suficiencia excesivo, fracasó en los 3.000 obstáculos, y José Luis Blanco realizó una memorable carrera, que le condujo a la plata. Blanco, que se había roto los cuernos con Eliseo Martín en Zaragoza por una plaza para Goteborg, estaba feliz: fue ambicioso, soñó la victoria, se atrevió a ir a buscarla, y obtuvo un galardón de enorme mérito que constituye una sorpresa. Atrás, a pesar del entusiasmo de su ruidosa familia, Penti se descomponía; realizó una de sus peores pruebas. Ganó con poderío el finlandés Jukka Kekislalo. Algo semejante le había ocurrido el día anterior a Mayte Martínez en un espléndido 800, que ella vio desde lejos, a más de tres metros siempre de la cabeza. Mayte, tan humana y tan entrañable siempre, volvía de lesiones, y reconoció que nunca cogió la forma; además, se desgastó en exceso en las series. Y dijo una obviedad para un titular un poco burlesco o violentamente sincero: “Sólo soy una persona humana”.
Glorie Alozie se quedó lejos a un paso de las medallas. Cuarta. Había estado espléndidamente en las semifinales, con un carrerón de imponente sprint que le permitió codearse con la grandullona Holm y superar a una de las Kallur, pero en la final la menuda y vivaz atleta no llegó a tiempo. En el momento de la verdad, venció Susanna Kallur, la gemela mayor, creo, dos horas le conceden esa mayoría de edad. Muy mal Concha Montaner, lejos de su marca; Niurka, en cambio, pasó. Mal las saltadoras de pértiga (horrible Dana Cervantes, discretísima Naroa Agirre, pero se clasificó para la final de hoy) y de altura (mal Marta Mendía, gris Ruth Beitia); mal, para lo que ella es, Kajsa Bergqvist, que ayer no pudo superar el 2.03, a pesar de que el público estaba dispuesto a llevarla en volandas, y la animó con frenesí. Tuvo un gesto entre desesperado y chulesco: falló en 2.03 y decidió jugárselo todo a 2.05 para colocarse líder. Los suecos dejaron de ser de hielo. Quedó tercera como su compañero Stefan Holm, y la vencedora fue la esbelta y feucha belga Tia Hellebaut. Habríamos dicho que Bergqvist era prácticamente imbatible. Se trata de la ca
Ishinbayeva, que tampoco está nada bien, deberá aprender: nadie gana sin competir, sin respetar a los contrarios, sin dar lo mejor de uno mismo. No anda fina: tuvo dificultades para pasar los 4.40, ella que aspira a los 5.02 pronto. Y eso lo saben muy bien Francis Obikwelu y Kim Gevaert: han hecho el doblete en 100 y 200, y son sin duda la pareja de estos Europeos. Una de las imágenes más bellas de ayer la protagonizó un modesto país en el atletismo como Bélgica: Hellebaut, con sus gafas redondas de recién graduada, ya campeona, fue a buscar a Gevaert y le colocó la bandera de su país.
*En la foto, las gemelas suecas Jenny y Susanna Kallur. Ésta ganó, Jenny fue sexta.
LA BODA Y EL MÓVIL

Cuentos de Martín Mormeneo / 28
“No existe ningún abonado con este número”, oyó por primera vez. A Pedro Etura le habían encargado un reportaje de verano en Delicias: se trataba de captar la nueva vitalidad del barrio, el clima de agitación, el colorido, la impresión de que la Zaragoza del extrarradio se había convertido en las afueras de París o en un zoco de Marrakech. El asunto podía ser bonito, sin duda; exigía paciencia, instinto, y una idéntica porción de ocultamiento y descaro. El fotógrafo debe ver sin ser visto, era su lema, aunque él no era partidario de las fotos robadas. Vio una tienda china con la dependienta entre jarrones y un periódico inmenso escrito en chino mandarín sobre el mostrador, y disparó. Buscó otro ángulo, y volvió a disparar, dos, tres veces, sin mucha convicción. Marcó, otra vez, en el móvil. Pasó a su lado una mujer africana, embutida en uno de esos vestidos verdes y amarillos, que llaman la atención, que atraen la mirada de los más despistados. No se dio cuenta de que los ociosos hombres de la terraza alzaban la cabeza a la vez para mirarla: el movimiento de danzón o ritual lejano de sus caderas, el porte seguro, aquella elegancia que olía a selva y jengibre, la exuberancia del cuerpo que se bamboleaba con la preciosista geometría del traje. Su compañero le advirtió un poco tarde. Una voz insistió: “No existe ningún abonado con este número”. Se fijó en una cesta de verduras de un colmado latino, y la misma voz repitió: “No existe ningún abonado…” Cerró de golpe, miró la agenda del teléfono y comprobó los números. Era el mismo. El suyo, el de siempre, el de la noche anterior. Tenía que afanarse un poco más: los reportajes de ese tipo se vestían básicamente con fotos, aunque su compañero poseía una prosa cuidada, inclinada a la poesía y las anécdotas impresionistas, poco periodística tal vez. Había que realizar planos generales, detalles llenos de vida, debía captar personajes confiados en su contexto. Primero avanzó por la acera derecha y entró en varios locutorios, y supermercados, y bancos improvisados que sugieren una existencia provisional; luego hizo lo mismo por la acera izquierda. Era consciente de que su cabeza estaba en otro sitio. Llamó de nuevo, con la certeza de que no se había equivocado, de que no se equivocaba: aquel era el teléfono de Marta, la mujer con la que había estado viéndose en los seis últimos meses, la mujer de ojos de agua que le había hecho perder la cabeza en un plenilunio de amor inagotable. “No existe ningún abonado…” En ese momento, Pedro Etura dijo, como si hablara consigo mismo, pero también con su compañero y con Marta: “Ya lo siento, nena. Sólo era para decirte que me habría casado contigo tal como querías”.
*La foto es del artista peruano de Cuzco, Martín Chambi.
MAÑANA, BORRADORES: LOLA DURÁN, MARÍA ZABAY, VERUELA...

1. Dolores Durán, María Zabay, Pilar Benítez y Fernando Sánchez, en plató.
2. Reportajes: Las fotos de José Antonio Melendo (exposición en el plató, y selección de su obra), "Tesoros de Veruela" y Open Art. Centro de Historia.
3. El poeta: Octavio Gómez Millián.
El programa “Borradores”, que realizan Teresa Lázaro y Yolanda Liesa, como ayudante de realización, recibe en el plató a la historiadora y comisaria de arte Dolores Durán, responsable de una exposición de Arte Bruto en el Círculo de Bellas Artes y encargada de la confección del catálogo razonado del escultor Pablo Serrano; a la exmodelo y novelista María Zabay, autora de “Diosas de papel”, y a dos representantes del proyecto de Academia de Lengua Aragonesa, Fernando Sánchez y Pilar Benítez. Además, se emiten reportajes sobre el proyecto “Open Art”, que se ha desarrollado en el Centro de Historia, un extenso reportaje sobre la muestra “Tesoros de Veruela”, guiada por uno de sus comisarios, Jesús Criado Mainar, y las recomendaciones de Librería Antígona, que realizan Pepito Fernández y Vicky. “Borradores” emite un reportaje sobre las fotografías de José Antonio Melendo (ver su blog aquí), que decoran también el estudio de "Borradores", y se despide con un poema del joven poeta Octavio Gómez Milián, rodado en la plaza de Independencia.
"Borradores", se emite mañana domingo, día 13, hacia las doce de la noche. La foto es de José Antonio Melendo.
LA TRANSPARENCIA DEL CORAZÓN

Hay cosas que no se cambiarían por nada. Aunque sepas que son mejores, que te habrían dado la felicidad, que con ellas serías más sabio o más rico. Hay seres que son irrepetibles y que forman parte de tu sangre, de tu modo de respirar. Seres a los que nada les pides, seres que te habitan y a los que no necesitas perdonarles nunca nada porque aunque lo quisieran no lograrían agredirte. A veces sientes una indecible nostalgia cuando te encuentras con un padre que se desvive discretamente, que entiende sin palabras, que arroja tesoros en tu vida de modo imperceptible. Con la magia del cariño, con la transparencia del corazón. No habrías necesitado casi nada más que estar a su lado, percibir su olor cuando vuelve del trabajo, aspirar su aureola de confianza, oír su voz que posee la energía del trueno, el bálsamo contra la angustia o la incertidumbre.
Pero si además tiene paciencia y te enseña inadvertidamente, con ese gozo que rebasa el sacrificio; si ese hombre te descubre el misterio de la copla, la música de los versos de Machado y la dolencia de aquel país que se estremecía como la nave de los locos; si ese hombre apacienta las estaciones, bajo la higuera o entre los manzanos, y narra historias de la vendimia, o desmenuza la belleza de Heddy Lamarr, pelo a pelo, o acaricia con los sueños la piel delicada de Loretta Young. Ese hombre, sin afectación alguna, hace ver que existir es una conquista despaciosa de un espacio, de los otros y de uno mismo, sin ansiedades, una forja lenta o tan vertiginosa como una partida de guiñote. A un padre no se le cambia por nada. Aunque sea imperfecto o egoísta. Casi nunca. Pero hay padres que, además, parecen haber inventado la condición ideal de la paternidad, la condición ideal de amantes de mamá, los atributos del cómplice. El otro día, mientras avanzábamos hacia lo alto de Lechago, sorteando obstáculos y con el dolor a cuestas, pensé que Alberto Alegre, el padre de Luis, de Carmen, de Salvador, era ese hombre. El labrador voluntarioso que quiso saber y soñar y reír hasta su último suspiro.
[Escribí este texto el jueves, debía haber aparecido publicado ayer domingo en “Heraldo”, pero al final me dio pudor, me pareció demasiado íntimo, y no se lo mandé a Encarna Samitier para opinión. Felizmente, Félix Romeo le dedicó una pieza antológica: el formidable retrato, "Alberto", de alguien que siempre ha estado muy cerca. Pero este fin de semana he estado en Ejulve, donde se percibe la ausencia de mi suegro Leoncio, su silla vacía y acomodada a sus proporciones, lo cual es un milagro de su hermano Vidal, el masovero milmañas. Y él también fue un hombre así: recordamos la primera vez que estuve en su casa, amasando, recordamos aquellos días de la calle Toledo 20 cuando hacíamos muebles a medida, recordé su ilusión con tantos nietos: “Cuánta producción, Isabel”, solía decirle a su mujer. A su modo, con semejante inteligencia y pasión, Alberto y Leoncio se parecían. Y por eso cuelgo hoy aquí este texto. Ellos son, de algún modo, el padre que yo habría aspirado a ser alguna vez, el padre que aspiro a ser. El padre. Hoy, en la iglesia de Ejulve, se recordará a Leoncio Gascón en una ceremonia que incluye un sincero elogio fúnebre, una confesión de su primer nieto Daniel y el cariño sincero de tanta gente que no sabría olvidarlo].
CUERPOS DEL VERANO / 22

CUERPOS DEL VERANO / 23

VIAJE A BENASQUE: UNA AVENTURA CON AMIGOS

Me encanta viajar y a la vez me dan miedo los viajes, lo desconocido. Nunca he estado en la Costa Brava, nunca he estado en Salou, Cambrils, Miami Playa, pero eso en realidad me importa poco. Siempre temo perderme para siempre y no encontrarme luego. Jamás he estado en Londres o en Roma, conozco fatal Europa y desconozco, sobre todo, el Pirineo. Quizá por esa aprensión a lo desconocido, por ese miedo constante a verme en una caravana terrible en una carretera angosta, o sencillamente por pereza. Ayer nos levantamos a las siete –el plural aquí abarca a Daniel y a sus amigas de Oceanía Pippi Tetley y Jessica Wilsen, y abarca a Aloma, que tiene esta semana muchos bolos como actriz de animación con “La odisea” y otros proyectos- con el objeto de ir a Benasque: allí exponían “La ruta nos aportó otro paso natural”, un proyecto pictórico, fotográfico y literario de Pepe Cerdá, Luis Pita y Carlos Castán. Los tres, y otros amigos que no temen viajar, otros amigos cómplices en la exploración permanente de la vida y del territorio y diálogo constante, estuvieron en Seira, en el valle de Benasque, trabajando: captaban la naturaleza, conversaban, atrapaban instantáneas, hablaban de esto y de aquello bajo aquellos celajes imponentes, a la sombra de esos farallones que producen vértigo sólo de verlos, y les salió un proyecto muy sugestivo. Nada ambicioso en la forma, pero muy íntimo, limpio, transido de atmósferas, de color, de palabras. Lamuestra lleva un subtítulo que aclara más el contenido: “Cuadernos de viaje del valle de Benasque”.
Allá nos fuimos. Nos esperaba Mariano Gistaín. En otro lugar, he dicho que me encanta conducir, enfrentarme al reto de tragar kilómetros y kilómetros, absorber paisajes. Mariano, que ha hecho la carretera Zaragoza-Barbastro miles de veces, contaba cosas: cosas como un latigazo impresionista de humor y dulzura. Al pasar por Graus recordó que allí habían tocado el piano sus sobrinés el pasado domingo en el claustro, recordaba que solía ir allí con su padre y su madre, y recordaba los soportales, el color de los montes, las paredes colgadas de un hilo invisible de las nubes. El camino hacia Benasque es impresionante. El congosto de Ventamillo es toda una odisea de piedra y rambla mínima. Por allí la espesura, la energía indómita del cantil y los labios entreabiertos el peñascal cobran un especial vigor. A veces, en medio de esa penumbra permanente donde la luz se oscurece y se adensa de intimidad y evocación, parece que ni se viese el cielo, parece que te adentrases en un serpeante túnel que lleva al corazón de la tierra. Tras la calzada estrecha y sinuosa, como el lomo de una víbora que huye, llegamos a Anciles. Con tiempo. Yo había pensado que íbamos justos de tiempo: la inauguración era a la una y media, y no a las doce y media. Cristina Grande, Eva Puyo, Félix Romeo e Ismael Grasa se nos habían unido antes de llegar a Barbastro. Estuvimos en un jardín, tomado por la publicidad y las abejas. Apareció Ana Bendicho con Luis Pita, el artista, fotógrafo, ilustrador y jardinero.
Después se inauguró la muestra. Iba a llegar de un momento a otro Marcelino Iglesias. Había muchísimos amigos; Lola Aventín, a la que ayer bautizamos como la Sandra Bullock a la italiana de Benasque, era la anfitriona, la morena alegría del jardín del valle. Al lado, por cierto, había un picadero de caballos. Y arriba, las montañas conferían al espacio una sensación irremediable de estar en el umbral del Edén. La sombra era ideal. Triscaba la brisa. Y la exposición también: Cerdá, sin fatuidad, pinta como quiere, con una sencillez absoluta, gracia y colorido. Pepe Cerdá es un pintor clásico, de siempre, que se enfrenta a la acuarela en busca de sensaciones directas y sencillas. Pinta como se ha pintado siempre: como han pintado los clásicos, con impacto, con sugerencia, con energía, con el afán de partir de lo visible y volver a él, transmutado en arte y artesanía, con una lección de color y sensibilidad que no exige mixtificación. Carlos reflexiona sobre la frontera, sobre el paisaje, sobre la soledad, sobre los animales, sobre el tiempo que ahí está como remansado, o que chisporrotea en las aguas del Ésera. Carlos está terminando un libro de relatos y redacta una novela sin prisas: se le ve feliz, tranquilo, seguro de sus ficciones y de su excelente prosa. Me contó ayer que su libro “Museo de la soledad”, la edición de Círculo de Lectores, ha vendido 7.500 ejemplares, algo que se dice muy pronto. Y Luis Pita toma instantáneas: camiones que se encuentran en los congostos, máquinas, telesillas, animales muertos. Luis Pita es jardinero, pero además concibe portadas para libros infantiles y juveniles de Alfaguara o La Librería, y su participación en la muestra es total. Los tres conforman una manera de mirar, un mundo, una poética de la convivencia y de la hermosura, una aventura conjunta al abrigo de la vegetación y los collados. El montaje de los hermanos Robert era espléndido: sencillo y elegante, meditado y de trallazo inmediato. El texto del catálogo de Ismael Grasa es muy bonito y atinado, así como el poema de Luis Pita. Ismael es el gran cómplice literario de Pepe: el autor que adivina lo que Pepe va a pintar. O a lo mejor ocurre al revés: Pepe intuye lo que Ismael va a escribir y lo pinta. Son complementarios y almas gemelas a la vez: dos pensadores en oficios distintos.
Al presidente Marcelino Iglesias le gustó la muestra y la sombra de la arboleda. Cerdá le había dedicado previamente un catálogo con dibujos. Y también le gusta especialmente el blog de Mariano Gistaín: se lo dijo, es seguidor, sabía su prehistoria y su actualidad. El presidente le reconocía ayer su condición de pionero del universo de la red y le profesó su admiración más sincera. Fui testigo. Juntos, allí evocaron sus tiempos en el seminario de Barbastro: Marcelino, que estuvo algunos años antes, recordó que había aprendido a traducir a Virgilio, “La Eneida”, y aún recordaba algunos fragmentos en latín. Evocó a un cura que le enseñó y que le hizo muy feliz con la estructura rítmica de aquella pieza y con los pasajes del caballo de Troya, y también recordó a otro profesor que le había enseñado literatura. Entre otros, fue testigo de la conversación Carlos Barrabés, asiduo frecuentador del blog de Mariano, y gran promotor del mundo tecnológico y de las ventas por internet y ahora, también, de su bella novia que es pintora y está a punto de exponer en Zaragoza.
No hubo palabras, sí un ágape y muchas conversaciones por aquí y por allá: con José Luis Ona, que excava en Canfranc; con Alejandro Sahún y Cristina Remartínez, de la Televisión Autónoma de Aragón; con los hermanos Robert, con Miguel Ángel Córdoba, con la siempre grácil Ana Bendicho, con Luis Pita… La lista es interminable. Bajamos a comer a Eriste, frente al río Ésera. Ramón Justes, el gran hombre de Enate, nos explicó que era el río más traidor y peligroso de Aragón por sus continuas crecidas. Y recordó que su mujer Teresa era prima de Rafael Conte: hablamos, habló Teresa con cariño, un instante de él, de una entrevista que le hice hace algunos años, de un familiar acostado de Abiego y que de Rafael está ahora un poco enfermo. Un abrazo desde aquí, Rafael viejo amigo, viajero por el Maestrazgo, sabio encelado con Marcel Proust y Saint Beuve. También hablamos de su mujer, la delicada y elegante Jacqueline. La comida fue espléndida. Sobre todo por la compañía: Ismael y Eva, Félix y Cristina, Ramón y Teresa, Mariano, Pippi y Daniel, Jessica, Luis Ariño, con su aire de dandy de Collado Mediano que combina todo, empezando por los zapatos… Comimos al margen del presidente y de Pepe y Carlos y Luis y Ana y Lola, y de Miguel Ángel Córdoba, que colaboró activamente en la exposición y en el catálogo. Por la tarde, fuimos a Castejón de Sos: allí, al lado del cementerio viejo, está la iglesia que ahora es el Centro Cultural. Santiago Arranz ha recogido las obras de su taller, quiero decir su propia colección personal, la suya y la de sus hijos, la guarda para la familia Arranz-Raso, y ha organizado una muestra por parejas: dos piezas, de distintas épocas, dialogan entre sí y dialogan con todo la muestra, que son 16. El espacio es bonito y Arranz lo ha salvado con dignidad, buenas solucciones y con estupendas obras.Y no sólo eso: ha decorado muy bien la portalada de acceso. Su producción es cada día más deudora de sus trabajos arquitectónicos. Ahora, Arranz, de nuevo, trabaja en un nuevo proyecto en el viejo edificio de Almacenes Gay. Esta exposición ha quedado bonita: revela la búsqueda de la esencialidad y del signo en el artista, que se aproxima más al esquematismo de los artistas rupestres.
Miguel Ángel Córdoba preparaba una gran fiesta para sus convivados. Se habían sumado Mary Burges, una de las mujeres más bondadosas y felices de la tierra, y Rodolfo Notivol, el autor de “Autos de choque”, un poco desalentado con el nuevo Zaragoza. ¿El menú? Carne y un vino especial, y la atmósfera de un edén con llamas, caballos, perros, superficies aterrazadas y practicantes de Ala Delta en el cielo como inmensas águilas de terciopelo negro. No podíamos quedarnos. Esta mañana hay que trabajar y Daniel se va a Madrid: ultima un guión con el gran Jonás. Realizamos el viaje de vuelta de un tirón, cuando declinaba la tarde. Conversamos sin parar, de esto y de aquello, pero a la salida de Graus, con todo el horizonte por delante, el cielo empezó a preñarse de colores: la paleta del pintor de las luces ideales, el inventario de las gamas, los pájaros rosados de fuego y sueño allá arriba. Avanzamos muchos kilómetros con esa sensación, con esa estampa, que era como un compendio, un corolario: aquella salida, aquel madrugón, había valido la pena. Mariano Gistaín es un magnífico copiloto. Y Daniel, como si hubiera leído el post de ayer, aludió entre risas a mi terrible condición de padre que maltrata a sus hijos, aunque sea con grueso humor. Algo en lo que insistió luego, mientras recenábamos, y algo que también dijo con su maravilloso candor, tamizado de humor, Carolina, la hija de Mariano y Pilar, una adolescente estupenda que bebe los vientos por un defensa central, y es correspondida, claro, y empieza a interesarse definitivamente por el fútbol.
Es curioso, me doy cuenta ahora de que jamás he realizado ningún viaje con mi padre Benito do Touciñeiro. Bueno, uno, a Bande, cuando vivía ya en Zaragoza y me dieron el premio Pedrón de Ouro: conducía bajo la nevada mi hermano Luis. Mariano me dijo que era muy tranquilo conduciendo...
*Esta foto es de Mariano Gistaín, la tomó ayer saliendo de Barbastro, y puede verse en su blog textocasidiario, frecuentado por el mismísimo presidente Marcelino Iglesias.
EL HUMOR DE ALBERTO CALVO, EL ALTER EGO DE SUPERMAÑO

Alberto Calvo es un turbión de intuiciones. Abre la boca, lleve o no bajo el brazo la recopilación “Pa qué tanto” de su alter ego Supermaño, y dice: “¿Habrá agua caliente en Orense?”. Y así establece el clima del diálogo y dibuja el perfil de su humor. “¿Sabe una cosa? La primera vez que apareció Supermaño fue en el ‘Diario Vasco’ hacia 1985, en un suplemento de fanzines, Cuando iba a aparecer la segunda entrega, me dijeron: ‘Tú eres maño y tenemos que sacar a los humoristas de aquí’. Supermaño surgió por casualidad: al principio era un personaje íntimo, sólo para mí, pero en cuanto empezó a conocerse un poco era el que llamaba la atención. Y como a la fuerza ahorcan, tuve que darle más vida”.
Explica Alberto Calvo que él nació en la Jota, que iba a la escuela de la Jota, que paseaba por calles con nombres de joteros, y que además “como las jotas eran tan aburridas para una persona joven, mi hermana y yo subíamos y bajábamos el volumen del tocadiscos, acelerábamos las revoluciones y gritábamos ‘oé, oé’, y así nació este personaje satírico y satirizable, que acabaría pasando al Víbora. Yo intento ser satírico hasta donde me alcanza la imaginación, me meto con todo y si es un poco sagrado, mejor. Recuerdo que cuando empecé a colaborar en ‘El Jueves’ me dijeron: ‘Con la religión no te metas’. Sin embargo, uno de mis primeros éxitos fue aquel de un pescador que está pescando en el Ebro, y de golpe se produce una aparición con sonidos y luces. El pescador dice: ‘Aparta bicho que me espantas a los peces”. De repente, se da cuenta de la música de fondo, bastante insoportable, y dice: “Con esta música me ocurre como con aquella que pusieron en el metro de Barcelona, acompañada además de cierto olor a rosas. Al final, nadie quería coger el metro porque las rosas y la música invitaban al suicidio. Pues aquí, igual. Siempre me he preguntado por qué le gustaba Wagner a Luis Buñuel. Pues porque es una música patética y ahí reside el secreto del humor”.
A pesar de su carácter satírico, Alberto Calvo matiza: “Yo me meto con las actitudes, nunca con las personas. Lo que es exagerado es caricatura en sí misma, pones algo fuera de contexto y si hace reír, eso es el humor. Pero yo tengo claro que la crítica empieza por la autocrítica. ¿De qué te puedes reír? De la falta de sustancia general, pero sobre todo mis viñetas son parodias de mí mismo. Yo cuento cosas que me pasan a mí: reírme de mí mismo es la base de mi humor; reírse de los demás, no es humor, es mala fe. Me agarro a los tópicos para destruirlos. Un ejemplo: aquello del ‘Chufla, chufla’ y el progreso. Y también me agarro a la mitología porque explica muy bien los tópicos. El humor es una reducción constante al absurdo”.
Alberto Calvo es un creador extraño. Lo mismo escucha a Philip Glass o Kurt Weill, que pasea bajo el brazo el libro “Aragón en el mundo”, textos sobre la perversión del lenguaje, o cita de memoria un cuento de Kafka. “Mi humor, lleno de surrealismo aragonés, se inspira en lo universal, y lo universal está en lo cotidiano, por eso me importan las vivencias. La experiencia es como echar carbón al tren de las ideas y del ingenio. La forma de expresarse es muy importante, somos palabras, silencios y miradas. Pienso en los chimpancés, que tienen mirada de hombres. Es como si nos dijesen: ‘Sacadme de aquí. ¿Quién me ha metido en este cuerpo?’. Yo valoro las cosas sencillas, como puede ser el diálogo interior”. Sostiene Calvo que la filosofía del aragonés es la de los pies en la tierra, lejos de fantasía. Aquí se teme a la lluvia, al pedrisco, a las pozas del río, pero “no somos los aragoneses fantasiosos. Y ahí estoy yo también, aunque no sé si lo he sabido hacer muy bien. Mi destino es casi patético: he hecho muchas cosas, incluso cursos de soldadura. Voy a empresas de trabajo temporal a ver si me cogen, y tampoco. Supongo que me habré equivocado en esa filosofía de los pies en la tierra. Y le digo otra cosa de mi sentido del humor: la humildad es el punto de vista desde el cual hay que colocarse, y no siempre es fácil saber hacerlo”.
Alberto hojea las páginas de “Pa qué tanto (El libro)” de Supermaño!, prologado por Guillermo Fatás, y dice: “Hay que apoyar a esta editorial Tomo Shibi, y recordarles a nuestros gobernantes que en este proyecto hay política y cultura, y también otra cosa llamada empresa. Vivimos la vida del cursillo y del tiempo, y hay que comer, hay que comer. Yo no soy un snob: me inspiro en mis propias limitaciones. Hago mis dibujos con economía, sentido de la síntesis y con el deseo de que sean agradables a la vista”. Antes de despedirse, dice que a veces tiene la sensación de ser de otro sitio, de haber caído aquí y de haber olvidado el código. Y ya en la calle, imita el gallego, como hizo durante años con Faemino, y pregunta: “¿Está seguro de que en Orense hay agua caliente?”. Alberto Calvo, Supermaño!, genio y figura.
CUERPOS DEL VERANO / 24

LOS CUERPOS DEL VERANO / 25

Jennifer Lopez. La exuberancia en blanco y negro: la gata se despereza.
RECUERDOS: EL POETA EN SU DESPACHO

Evocación de Idefonso-Manuel Gil
Hay estudios de poeta (“poesía es lo que más he escrito. Me siento sobre todo poeta”, solía decir Ildefonso-Manuel Gil) que pasarán a nuestra historia cultural. Pensamos en Miguel Labordeta y lo vemos con su aire meditabundo fumando en pipa de calavera. Pensamos en Ildefonso y lo vemos garabateando versos con un bolígrafo “paper mate”, corrigiendo una conferencia o un tomo de sus memorias, releyendo sus diarios secretos de adolescencia o preguntándose: “¿Dónde habré dejado un borrador sobre Gómez de la Serna?”. La casa de Ildefonso era una casa encendida. Si aparecían sus amigos a media tarde, les sacaba whisky, les acompañaba y hablaba de sus devociones: Bécquer, Benjamín Jarnés (del que sabía vida y milagros y al que consideraba como un padre literario), Juan Ramón Jiménez (el sobre del futuro Nobel remitido a Daroca era un icono sentimental en la pared), Lorca (fue el coordinador del volumen “Lorca. El autor y la crítica” de Taurus, quizá su libro más vendido) o Antonio Machado. Todos, junto a Jorge Guillén y Pedro Salinas, figuraban en fotos, en carteles, en numerosos libros dedicados, habitaban sus recuerdos. Y con ellos evocaba a su “hermano” Antonio Mingote, a Alvar, a Seral y Casas, a Ayala o a Blecua, que le enviaba unas bellísimas cartas de pulcra caligrafía. Un escritor –e Ildefonso fue un poeta existencialista del amor, de la vida, del paisaje, de la familia y la muerte- también se define por sus amigos.
En ese espacio, y en el salón, estaban todos sus libros, incluso la memorable traducción de “Os Lusiadas” de Camoens, un encargo que le hizo Francisco Ayala desde Puerto Rico. Eran la cartografía de una existencia dedicada a las letras, el tesoro de una pasión irreductible: “Borradores” (1931), su primer libro de “paleto deslumbrado y feliz por la Biblioteca Nacional”, como dijo varias veces; “La voz cálida” (1934), en el cual ya había asimilado las modernas corrientes del 27 y a los surrealistas extranjeros. La Guerra Civil fue un paréntesis y una porfía: estuvo encerrado siete meses y siete noches con la sensación de que lo iban a fusilar cualquier día, y esa pesadilla le persiguió en el sueño, en la poesía y en la memoria. “Homenaje a Goya” (1946), de modo oblicuo, es una metáfora del dolor donde la aspereza de la posguerra encuentra acomodo en la pintura de Goya. Ese libro volvería a rescribirlo en 1972 con “Luz sonreída, Goya, amarga luz”. En medio quedan otros libros, navegados por cierto desarraigo, la añoranza de un pasado con un periodo feliz (la niñez en Daroca, la sombra del padre, “el ser que más admiré en la tierra”) que se volverá materia elegiaca, la condena de la violencia, la defensa de la libertad y la constante del paisaje, al que le dedicó muchos versos. Su trayectoria la resumió en esta frase: “Yo soy quien fui y he sido y estoy siendo // en la unidad de tiempo que es mi vida”. Publicó más poemarios, “De persona a persona”, “Las colinas” o “Por no decir adiós”. Fue novelista de altura en libros como “Juan Pedro Dallador”, casi un reportaje con el campo al fondo, “La moneda en el suelo”, una metáfora de desolación de la posguerra a través de un violinista frustrado o “Concierto al atardecer”, el libro que era un contenido ajuste de cuentas con su memoria y con el horror. También hizo relatos en “La muerte hizo su agosto”, estudió a Mor de Fuentes y redactó dos volúmenes de memorias: “Un caballito de cartón” y “Vivos, muertos y otras apariciones”.
Su evocadora casa era un santuario de la palabra (“siempre he tenido presente que la escritura es un aprendizaje que sólo concluye con la muerte. El servicio y amor a la palabra son una apasionada lucha”, dijo), en el cual entraban y salían su musa y esposa Pilar Carasol, los amigos, y las diversas suertes del numen. Y la intuición: el crisol en el cual la experiencia se transformaba en materia poética, en raíz del ser.
CUERPOS DEL VERANO / 26

CUERPOS DEL VERANO / 27

Las mujeres indómitas de Helmut Newton.
Para Fernando Salvador, ese embrujado perpetuo por la belleza femenina.
CUERPOS DEL VERANO / 28

EDUARDO PAZ. UNA ENTREVISTA

Eduardo Paz (Alcorisa, Teruel, 193) es profesor de música e intérprete. Formó La Bullonera con Javier Maestre y estudió canto con Pilar Andrés. Ha publicado un disco de música folk del mundo, “Nomadeo”, y recientemente apareció “Caminí”, de música judía sefardita. Ahora, prepara un nuevo trabajo sobre música judía askenazi.
El otro día, José Antonio Labordeta me dijo: “Eduardo Paz canta cada vez mejor”.
Creo que es cierto. Me agoto mucho menos que antes y percibo que tengo más recursos tanto antes, como durante y después del concierto. He ganado una cuarta de voz…
-¿Qué quiere decir con eso?
-Que tengo un cuarto más de voz, que llego a niveles que antes no lo hacía, que mi tesitura ha aumentado.
-¿Qué le debe esa certeza a sus estudios con Pilar Andrés?
-Ella fue decisiva. Me ayudó a conocer mi voz. Mi época con La Bullonera, sobre todo al final, la voz para mí era una tirana: hacía lo que quería. Pilar Andrés me ayudó a controlar todo eso. Me enseñó mis puntos flacos y mis puntos débiles.
-¿Cuáles eran los flacos?
-Por ejemplo, pronunciar la letra i. Siempre me ha llevado de cabeza. Alfredo Krauss me dijo una vez: “Aprende a pronunciar la i y tus conciertos serán mucho mejores”. Eso me lo decía todos los días Pilar, y yo, como profesor de la Escuela de Música, se lo digo todos los días a mis alumnos.
-¿Y los puntos fuertes?
-El color de la voz. Creo que tengo una voz que puede ser amable y muy agresiva a la vez cuando me da la gana. A través de la voz se puede conocer a la gente, es un instrumento hipersensible. Conozco alumnos que preferirían desnudarse en público antes que cantar. Cantar es desnudarse.
-Intentó usted ser tenor.
-Y además fue un intento en serio. Hice cursillos, estuve en Zurich, en Utrech, pensé en dedicarme a la ópera, pero lo dejé porque me faltaba pasión por esa historia. Me gustaban otras músicas. La ópera es como un sacerdocio, unidireccional, exige dedicación absoluta.
-Y de ahí dio el salto hacia un proyecto de canciones folclóricas del mundo.
Fue una bonita experiencia, la grabé en el auditorio, pero poco después cuando iba a iniciar los conciertos tuve una hernia discal, y luego otra. Estuve dos años por lo menos baldado. Tardé un tiempo en volver, ingresé como profesor en la Escuela de Música y Danza, que exige mucho tiempo y mucha energía. Dar clases es un trabajo muy serio.
-Reapareció con un gran interés por la música judía.
-Siempre he tenido ese interés. Siempre he ido acumulando canciones, sonidos, proyectos. Tanto de la tradición sefardí, los judíos españoles que partieron al éxodo, como de la askenazi, los judíos oriundos de Rusia y Europa central. Por ejemplo, soy un gran lector de Isaac Bashives Singer, yo creo que su libro “Amor y exilio” es tan importante y maravilloso como “Libro del desasosiego” de Pessoa o “Poesía y verdad” de Goethe. El mundo judío siempre me ha interesado: llevo años ideando sonidos, trabajando canciones e ideas. La música festiva judía es la más triste del mundo.
-Esa pasión suya ha desembocado en “Caminí”…
-Quiere decir “Caminé”, y habla de la tristeza, del éxodo, de la desolación de abandonar el lugar en que has nacido. Es un proyecto sin fecha de caducidad: ni es música folclórica ni antigua, no es fusión ni mestizaje, cosas que detesto tanto. Y ahora estoy trabajando en un nuevo disco para el que ya ha elegido catorce temas del otro judaísmo, el askenazi, algunos tan bellos y envolventes como una nana. Algunas canciones las cantaré directamente en yídish. La música es deudora de la palabra en las canciones.
-Por otra parte, ha recuperado La Bullonera.
-Hubo un rebrote de la canción de autor o de protesta con el trasvase. Me doy cuenta de que disfruto bastante y al ver la reacción tan positiva de la gente me siento muy gratificado. Con el primer disco de La Bullonera vendimos 110.000 discos, que casi no los vende ahora Amaral. Pero no tengo planes a lo largo plazo: disfruto del momento. A mí la canción protesta no me interesa mucho: creo que la música lo único que puede transmitir son emociones, no ideas, porque eso sería volver a una época oscura.
-Por cierto, ¿está usted a favor del proyecto de la SGAE para el Fleta o en contra?
-Creo que hay que hacer algo, y ahí ya sabemos que no se puede hacer un teatro de ópera. Por el momento, me da la impresión, el proyecto de la SGAE es el único que hay.
-¿Qué echa en falta en la música?
-Sobre todo nos faltan programas específicos de música, tanto en las televisiones nacionales como en la autonómica.
CUERPOS DEL VERANO / 29

EVOCACIÓN DE GARCÍA LORCA*

Descubrí a Federico García Lorca quizá demasiado tarde: tendría 17 años, había dejado de soñar con ser futbolista y estaba embarcado en unos absurdos estudios de Electrónica, yo que le tenía miedo a la electricidad y había demostrado mi absoluta inutilidad: mi padre me recordaba todas las noches que había desmontado una radio Marconi de válvulas y que era incapaz de diseñar una lámpara conmutada para el ático. Recuerdo que era un libro blanco, ahuesado, de Círculo de Lectores, titulado lacónicamente Obras. Contenía fragmentos de Impresiones y paisajes, un texto solanesco de viajes y descripciones de ciudades, fondas y gentes, Romancero gitano, Yerma y La casa de Bernarda Alba. Y el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías. A un chico escasamente ilustrado —había leído hasta entonces a Bécquer, a Daudet, un libro que se me antojó menor de Flaubert, Salambó, algunas cosas gallegas y el As color, me gustaban las entrevistas y reportajes de Julián de Reoyo— lo sorprendió el lenguaje, tan poco gallego, tan musical, tan vinculado a un mundo remoto de fatalidad, muerte, jinetes sonámbulos y de colorido. Jamás había oído palabras como yerma, espuerta, un carámbano de luna, ecuestre, o versos tan espectaculares, quizá cinematográficos, de serena movilidad, como «el día se va despacio, / la tarde colgada a un hombro, / dando una larga torera / sobre el mar y los arroyos». Tardé días en darme cuenta de que Yerma, el nombre de la protagonista de la pieza de teatro, se llamaba así porque era seca de vientre, estéril (o la volvía estéril el desamor de Juan, su esposo). Jasca.
Leí aquel libro, aquellas Obras, de cabo a rabo más de diez veces. Sólo vivía para él. Y fue toda una revelación: contenía la literatura, la belleza, la fascinación de la palabra, el hechizo de las imágenes, la tragedia encerrada en unas estrofas que contienen una historia, sueños y fábulas, tormento, mujeres enardecidas por la pasión imposible. Me aprendí el Romancero gitano de memoria y recuerdo que en una edad de aislamiento —repudiaba el balompié y el Campo de los Bosques, había dejado de leer las crónicas de boxeo sobre González Dopico, Perico Fernández, Carlos Monzón o mi héroe Cassius Clay—, me internaba por los senderos frondosos o el río Bolaños para recitar el «Romance de la pena negra» y «Thamar y Amnón». Entendí entonces mejor la Biblia y el incesto.
Lorca fue la puerta para casi todo. Si podía escribirse así, a lo mejor yo querría dedicarme a eso. Con los años fue un lugar al que acudir, un pozo sin fondo, tenía la impresión de que siempre que me acercaba a él descubría cosas nuevas: el flamenco en todo su estremecimiento, los sonidos negros, el duende, el caballista onírico, el surrealismo. Y descubrí también su vida, su encanto, aquello que escribió Jorge Guillén: «En su presencia ni hacía frío ni calor, sólo hacía Federico». Creo que en el invierno de 1976–1977 descubrí en la biblioteca una antología de estudios para Taurus, preparada por un tal Ildefonso–Manuel Gil. Me encerraba a leerla y casi reproducía los artículos uno a uno; aún conservo mis notas, los poemas reproducidos, las interpretaciones, enriquecidas o abortadas con mis propias notas y con horribles dibujos de guardias civiles, mujeres solas, ángeles y arcángeles o el burlador don Pedro a caballo. Me hice asiduo de sus estudiosos: Ángel del Río, Marie Laffranque, Vila–San Juan, Ian Gibson, Mario Hernández, el propio Aleixandre, y descubrí a García Lorca en toda su integridad: excepcional, inspirado constante, mago de la invención, profundo y reflexivo, homosexual y comprometido con los desheredados. Años después, entablé amistad con otro gran lorquiano: Agustín Sánchez Vidal.
Han pasado veinte años. Mi veneración crítica por el poeta sigue indemne, aunque mi libro favorito de él no es ninguno de los citados ya ni siquiera Poeta en Nueva York, que me perturbó durante algún tiempo recién llegado a Zaragoza, si no Diván del Tamarit, un poemario oscuro, atormentado, de dicción secreta y de amores que arrollan y que duelen. De elevada e irreductible poesía.
*Exactamente hoy se cumplen 70 años del asesinato de Federico García Lorca. Si he escrito algunas páginas, se lo debo a él, a García Márquez, a Bécquer y a Manuel Vicent.
CUERPOS DEL VERANO / Y 30

ESTA NOCHE, A LAS O.00, BORRADORES

Casa del Poeta
LUDMILA MERCERÓN, JUAN VERÓN Y JOSÉ VERÓN GORMAZ, ALEJANDRO RATIA, RAÚL HERRERO Y JAVIER DELGADO... EN BORRADORES
BORRADORES, DOMINGO, 20 DE AGOSTO
1. Dos temas en directo de Ludmila Mercerón.
2. Entrevistas a Juan Verón, Alejandro Ratia y Raúl Herrero.
3. Reportajes: fotos de José Verón, La Casa del Poeta y Centro Buñuel de Calanda.
4. El poema: Javier Delgado. La librería: Taj Mahal.
El programa “Borradores”, que realiza Teresa Lázaro, se abre con una canción de la cantante cubana, afincada en Zaragoza, Ludmila Mercerón, que acaba de publicar su disco “Maferefún Ochún”, y se cerrará con otro tema suyo. La cantante está acompañada del percusionista Fletes. “Borradores”, además, recibe al músico y compositor Juan Verón, que acaba de publicar el álbum “Balada del cautivo”, inspirado en la poesía de su hermano José Verón, del cual se emite un amplio reportaje de fotografías y se expone una selección de sus obras, que forman parte del decorado del programa. Y también recibe al escritor Alejandro Ratia, que acaba de publicar “Los viaductos de Albentosa” (Libros del Innombrable), ilustrado por Gonzalo Tena, y al poeta y editor de Libros del Innombrable, Raúl Herrero.
El programa se completa con un reportaje sobre La Casa del Poeta de Trasmoz, en el que hablan la editora Trinidad Ruiz-Marcellán y el poeta Ángel Guinda; con una visita al Centro Buñuel de Calanda y con las sugerencias de la librería Taj Mahal de cómics. “Borradores” se cierra con un poema de Javier Delgado.
*Casa del Poeta de Trasmoz. El programa se emite esta noche a las 0.00.
EL ROBO DE LOS LIBROS DE LA SEO

o la inverosímil historia de Enzo Ferrajoli
En octubre de 2006 se cumplirán 42 años de la sentencia del juicio del robo de libros de la catedral de La Seo de Zaragoza. La desaparición de incunables, códigos y manuscritos, así como folletos medievales de enorme importancia, fue tratada por el franquismo y por las autoridades eclesiásticas con enorme cautela. Aquel hecho -del que se escribió en diarios ingleses y norteamericanos, y por supuesto en estas páginas, en la edición aragonesa de “Pueblo” y en otros-, supuso la pérdida de un patrimonio de incalculable valor para Aragón, y habría constituido, si alguien lo hubiese escrito o rodado, una novelesca e increíble historia, basada en el fraude, la apariencia y la lasitud.
Hace algo más de un años Channel Dos de Londres, con Chris Ledger al frente, rodó en Zaragoza imágenes para un reportaje sobre el principal implicado en el robo: el italiano, de origen aristocrático, apuesto, alto y culto, Enro Ferrajoli. Grabó a Eloy Fernández Clemente, autor de un excelente artículo, “La desaparición de los incunables de La Seo” (aparecido en “Andalán” en 1985) y conversó con Emilio Gastón, que fue el defensor de uno de los acusados. La investigación sobre Ferrajoli, que aparecerá en un DVD que se comercializará en Inglaterra y Estados Unidos, no está provocada directamente por la desaparición de los libros de La Seo, sino por su vinculación con el “Vinland Map”, que él vendió a la Universidad de Yale en 1959 tras habérselo comprado, junto a otros dos libros como “Hystoria Tartorum” y “Speculum Storiale”, a coleccionistas o aristócratas de España posiblemente. Los responsables de Channel 2 querían conocer la lista de los libros expoliados en La Seo (a él se le atribuyeron 110 en el juicio a puerta cerrada en la Audiencia Territorial de Zaragoza) para comprobar si figuraba ese mapa que demostraría que los vikingos llegaron antes al Nuevo Mundo que Colón. Y esa lista no sólo existía, sino que fue publicada por Librería General en 1961 con el título de “Manuscritos, incunables, raros (1501-1753)”, que recoge 107 manuscritos, 180 incunables y 276 raros, y fue confeccionada, durante la Guerra Civil, por el canónigo e historiador Pascual Galindo, ayudado por el beneficiado de La Seo Francisco Izquierdo Trol, que fue el informador religioso de este diario. El “Winland Map” no figuraba en ese cátalogo.
Eloy Fernández explica: “Lo que ocurrió fue por una negligencia absoluta y por un gran exceso de confianza. Podemos decir que fue como el timo de la estampita. Channel quería que les hablase de Enzo Ferrajoli, quien, tras el juicio, salió de la cárcel por enfermedad y se dijo que había muerto en Suiza a los tres o cuatro años, pero también hay quien dice que fue una estratagema, una especie de ‘caso Paesa’. Chris Legder y su equipo querían que les diese mi visión de historiador, mi opinión”.
Alguien desordena los libros
¿Cuál es el enigma del Robo de los libros de La Seo? ¿Cómo sucedieron las cosas? La desaparición venía produciéndose desde la inmediata posguerra y se prolongó hasta finales de los 50, cuando varias personas por distintos conductos se percataron de que desaparecían los libros. Eloy Fernández recordaba en su artículo que la sospecha se produjo primero, quizá con cierta vaguedad, en el rabino de Jerusalén, que presidía el Instituto de Manuscritos Hebreos (en La Seo había varios de enorme valor), el rector de la Universidad de Lovaina o un experto de la Biblioteca de Cambrigde, Norton, que estuvo en Zaragoza con A. de Odriozola. Una pista que ya parecía más que casual la halló en julio de 1957 el canónigo archivero de la catedral de Pamplona, Goñi, que quiso fotografiar un texto del comentario de Pedro de Osma a las sentencias de Pedro Lombardo, algo que le había pedido un investigador alemán, Friedrich Stegmüller. Al revelar sus fotos, vio que varias copias estaban veladas y volvió para repetir las tomas, pero no encontró el libro. Y a la par, un dominico español que preparaba en Yale una tesis sobre Santo Tomás de Aquino encontró en la biblioteca un libro de la catedral de La Seo, y le escribió a su amigo Pascual Galindo.
Éste, que entonces vivía en Madrid, ejercía de capellán del CSIC, poseía dignidad de chantre y era canónigo de Zaragoza, se puso en marcha. Recordó sus trabajos, buscó su fichero, del que había hecho una copia, y descubrió el lamentable estado de la biblioteca de la catedral de La Seo. Se dio cuenta de que algunas tapas de los libros no se correspondían con sus contenidos. El ladrón intentaba disimular los huecos y hacía desaparecer la ficha de cada ejemplar. El desbarajuste, además de la falta de método y de abandono en que vivían las salas (recuerda Fernández Clemente que José Puzo, canónigo presidente accidental del Cabildo, reconoció “descuido y negligencia”), tenía otro motivo casi disparatado: el entonces bibliotecario auxiliar del Pilar desde 1956, Francisco Gutiérrez Lasanta, había llevado a cabo una reorganización de la biblioteca con el objetivo de agrupar todo lo relativo al Pilar sin importarle ni el valor ni la época de los volúmenes.
Pascual Galindo se quedó estupefacto. El ladrón se estaba llevando los mejores libros: el criterio de selección del robo era realmente sofisticado. Y entre los volúmenes que faltaban estaba el “Manipulus curatorum”, que pasó durante años por ser el primer libro editado en España, en Zaragoza en concreto, por Mateo Flandro. El funcionamiento de la biblioteca era bastante caótico. La visitaba poca gente, y uno de los más asiduos era el paleógrafo, profesor e historiador Ángel Canellas López, que editó los “Anales” de Jerónimo Zurita o “Los cartularios de La Seo”, y ejercería años después de perito y de testigo en el juicio. Fernández Clemente señala como otros visitantes de las salas a “Francisco Oliván Bayle, Fernando Zubiri y los sacerdotes Teófilo Ayuso, Francisco Fernández Serrano, Gil Ulecia y Leopoldo Bayo”. A pesar del apartado primero del capítulo del “Estatuto Capitular de la Santa Iglesia Metropolitana de Zaragoza”, editado en 1928, que aquí reproducimos y que prohibía sacar libros del recinto, desde 1953 cualquiera de los 32 canónigos podía hacerlo y hecho se hacía, sin demasiado entusiasmo tampoco. El Canónigo bibliotecario era don Leandro Aína, calificado por algunos que lo conocieron como “un bon vivant”, de talante más bien ingenuo, al que le gustaba comer bien, beber un poco y fumar puros, algo bastante infrecuente en el Cabildo. Era profesor en el Seminario y el informador religioso de “El Noticiero”. Y su ayudante, apenas tres años mayor que él, era Salvador Torrijos, un modesto investigador y escritor aficionado de libros religiosos como “Conchas y bordones”.
Pascual Galindo le comunicó su descubrimiento al entonces arzobispo Casimiro Morcillo, quien creó un Tribunal Eclesiástico, presidido por el teólogo Leopoldo Bayo, capellán de las monjas del Sagrado Corazón, hombre de enorme prestigio social en Zaragoza y excelente orador. Se trataba de lavar los trapos sucios en casa, habida cuenta, además, de que Morcillo admitió que no dominaba los secretos ni los fondos de la biblioteca. Ese Tribunal llamó a testificar a Leandro Aína, Salvador Torrijos, al portero Jerónimo Sebastián, que se incorporó en 1955 a ese empleo y que será determinante en este relato, al propio Ángel Canellas y al canónigo archivero Francisco Fernández Serrano. Los canónigos devolvieron los libros que tenían en sus estancias, pero las conclusiones del Tribunal fueron desalentadoras: alguien había robado los libros y habían desaparecido muchos títulos de incalculable valor. Eso era todo. Morcillo convocó un Cabildo Extraordinario antes de pasar el asunto a la jurisdicción civil. Tampoco resolvió nada. Y entonces intervino la policía, que en poco tiempo resolvió el enigma. Se comprobó que los libros habían salido por la puerta con permiso de alguien: no había señal de violencia. Era la obra impoluta de un guante de seda. Llamaron a declarar a mucha gente: anticuarios, sacerdotes, bibliófilos y finalmente llamaron al portero, que les habló de “un hombre elegante y sabio, de refinados modales, que solía entrar entre las nueve y las once, amigo de Leandro Aína”. Ese hombre era Enzo Ferrajoli.
Ferrajoli: retrato del impostor
Pero, ¿quién era exactamente Enzo Ferrajoli? ¿Cómo podía entrar como Pedro por su casa sin levantar sospechas? Parece que al principio, Salvador Torrijos lo miraba con recelo, con desconfianza. Pero Ferrajoli usó un ardid inapelable. Le entregó hasta 8.000 pesetas para misas dos veces, le prometió editarle sus libros y un cargo de camarero secreto del Papa. Además, tenía un pasado glorioso como teniente de Cuerpo de Tropa Voluntario, era uno de los italianos que habían peleado con Franco, del que presumía ser amigo, decía tener amigos en todo el mundo y además se presentaba avalado por el propio Vaticano, en concreto por el cardenal Palandicini de Roma, y exhibía una cultura asombrosa. Hablaba en varias lenguas. Había sufrido algunas heridas de guerra y tenía varias condecoraciones. Según el catedrático Fernández Clemente se había casado con Margarita Maristany (extremo que no hemos podido comprobar en Barcelona), y “sus relaciones con el mundo del libro antiguo eran excelentes y, como demuestran las declaraciones en su favor en muchos puntos de Europa y Estados Unidos, estaba muy bien considerado”.
En 1961 fue detenido en Barcelona. Y poco después ingresaba, con el portero Jerónimo Sebastián, en la cárcel de Torrero, de marzo a octubre de ese año; luego salieron en libertad condicional. Pero lo peor estaba por llegar.
Y llegó el trece de octubre de 1964 con la sentencia de la Audiencia Territorial de Zaragoza en uno de los “casos más oscuros que he conocido nunca, de un oscurantismo total”, según dice Emilio Gastón, abogado del ayudante Salvador Torrijos. Para entonces ya era arzobispo de Zaragoza Cantero Cuadrado. Se constató que habían desaparecido 583 libros (110 de ellos a manos de Enzo Ferrajoli, que se los llevaba él o se los hacía llevar a Jerónimo Sebastián, en paquetes o sacos, a cambios de gratificaciones que oscilaban entre las 500 y las 15.000 pesetas), y las condenas se repartieron así: a Ferrajoli le cayeron ocho años y un día; a Torrijos y Aína, dos años, cuatro meses y un día, y los pasaron en la cárcel de los conventos de Pasionistas y Agustinos, y a Sebastián, cuatro años, dos meses y un día. El quinto procesado, el bibliófilo y farmacéutico Enrique Aubá, fue absuelto. La sentencia fue confirmada por el Tribunal Superior en Madrid. Con los años, La Seo recuperó apenas una docena de libros. Y “esa -dice Gastón- sigue siendo una inmensa tragedia cultural”.
*Cuelgo aquí este texto, que es la materia de un libro y una investigación que estoy haciendo. Cualquiera que tenga datos sobre el asunto, le agradeceré la información.[Interior de la fastuosa catedral de La Seo de Zaragoza].
LOS OJOS DEL MUNDO / 1

Encuentro estos ojos de mujer, del fotógrafo Mark Tucker y los cuelgo aquí.
Una encuesta dice que lo primero que vemos son los ojos del otro.
LOS OJOS DEL MUNDO / 2

He aquí los ojos de la felicidad. La mirada del amor, la sonrisa de la luz. Romy Schneider y Alain Delon: se bebían con las pupilas.
LOS OJOS DEL MUNDO / 3

Debra Winger, esa actriz enigmática e inolvidable, retratada a mediados de los años 80 por Helmut Newton.
Quizá nunca mostró una mirada tan desgarrada.
LOS OJOS DEL MUNDO / 4

EL CRIMEN DE CARMEN BROTO. LA ESPIRAL DEL MITO*

El mito de la aragonesa Carmen Broto tiene una deuda inequívoca con Juan Marsé y con su novela "Si te dicen que caí". Marsé, aprendiz de joyero en 1949 y además improvisado recadero de alhajas a lugares como el hotel Ritz, según ha contado, escribió: "Al salir de casa me asomé a la calle Escorial y vi cómo una docena de personas observaba con cierta expectativa un coche, un Ford tipo sedán, que estaba parado en la esquina de Escorial con Legalidad. Me acerqué: los vidrios estaban manchados de sangre y ahí estaba también la maza con la que acababan de matar a Carmen Broto". Esta escena, que también pudiera ser el recuerdo inventado de un escritor de ficciones, habría sucedido un martes, once de enero de 1949. Carmen Broto fue apaleada de una manera brutal por tres hombres: Jaime Viñas, el cerrajero Jesús Navarro Gurrea, padre del ambiguo amante de la joven, Jesús Navarro Manau, que también colaboró en el crimen, al parecer contra su propia voluntad. Los planes previos de los ladrones se fueron al traste de inmediato, ante la resistencia de Carmen, y todo se convirtió en una auténtica chapuza. Carmen Broto, envuelta en un abrigo de astracán, pereció empapuzada de sangre, Jaime Viñas y Jesús Navarro Gurrea se suicidaron con cianuro, y el hijo de éste fue condenado a muerte. Finalmente, logró que le conmutaran la condena por 30 años de cárcel, gracias a las gestiones de sus abogados. Tras tres lustros en el Penal de Ocaña, fue liberado por buena conducta. Llegó a escribir al menos dos libros sobre su compañera: en uno la convierte en turbia confidente de los nazis y en otro la vincula con los maquis, en esa línea de "miliciana roja" de la que también se habló bastante. En 1965, Jesús Navarro Manau cuenta en una carta que viajaba en coche por Zaragoza.
Carmen Broto, el mito erótico con el todos querían acostarse, fue desde entonces objeto de novelas y evocaciones, de reportajes y de películas. "Causaba un cierto impacto visual, con su melena clara y un aire altanero", decían unos. Y otros: "Era una mujer de bandera, en el sentido de que no pasaba desapercibida, alta, esbelta, bonita, quizá algo vulgar. Una de aquellas mujeres que se hacen mirar". El arquitecto Oriol Bohigas la había visto en el Tívoli, con cuyo dueño, Juan Martínez Penas, estaba "enredada". Otros la comparaban con Veronica Lake por su rubia melena al viento o con Jayne Mansfield. Su muerte desató una imparable corriente de rumores, que se extendió como la pólvora.
El novelista Alberto Speratti escribió: "Estoy convencido de que mientras haya franquistas con poder en España, los móviles del crimen (…) permanecerán sepultados. Es posible que los que se vieron envueltos en él hayan muerto, pero sus familias seguirán velando por su buen nombre. ¿Militares? ¿Banqueros? ¿Industriales? ¿Ministros? Usted nunca podrá averiguarlo, no tiene fuerza suficiente para desmontar una trama macabra entretejida por poderosos". El director y productor Pedro Costa, que le dedicó un capítulo en "La huella del crimen", dijo: "Es un crimen con un trasfondo político impresionante. En otros países en que se produjeron crímenes parecidos provocaron caídas de gobierno (…) La Broto, al verse apartada de los círculos de Muñoz, y saber tantas cosas del submundo sexual de Barcelona, de los vicios de la gente del poder, intentó vengarse, pero la muy ingenua fue a denunciar todo ello a Jefatura; se la cargaron a los pocos días". Cortesana, confidente, maquis ¿Quién fue, en realidad, Carmen Broto? Aquí ya han aparecido los nombres de dos de sus protectores: Julio Muñoz, que hizo de ella "la amante del rey del estraperlo de la ciudad", tal como escribió Enrique Vila-Matas, y Martínez Penas, el empresario gallego del Tívoli, que vivía en el hotel Ritz y la utilizaba como coartada para enmascarar su homosexualidad. Con él acudía a su palco del Liceo y a los tendidos de la Monumental. "Eso no era lo habitual. La figura de la querida o la mantenida se mantenía oculta; al presidente de la Diputación de Barcelona tras verlo en Madrid con otra acompañante que no era su mujer lo destituyeron", dice Josep Guixá, autor, con Manuel Trallero, del libro "La invención de Carmen Broto" (Aurea Editores), que es el fruto de casi seis años de investigación, una minuciosa lectura del sumario del juicio y del análisis de testigos. Guixá recuerda que Carmen Broto había tenido otro amante, Ramón Pané, que le ayudó a montar uno de sus pisos y que le pasó durante un año y medio una cantidad fija al mes, algo que también haría Martínez Penas, "con quien, por otra parte, no tenía sexo".
Carmen nació en Casa Pardina de Guaso en 1924 y asistió a las clases de doña Dolores. Se trasladó pronto a Boltaña con sus tíos. Tenía tres hermanos: Andrés, que fue fusilado por republicano (no ha aparecido su certificado de defunción), Ramona, que se quedó en Guaso, y Quiteria, que se trasladó a Barcelona y se casó con un constructor. María Victoria Broto, directora general de Política educativa, de Guaso, decía a HERALDO que en Casa Pardina se jugaba al guiñote, se tomaban cervezas y se vendían escobas y chocolate. "Un día, Ramona nos enseñó la esquela de Carmen Broto, entre lágrimas. No nos decían mucho de ella, pero había un misterio: de amor, de muerte". Algunos dicen que Carmen Broto se trasladó a Barcelona y se inició de sirvienta. Y de ahí pasaría a hacer la calle como prostituta del Barrio Chino y en burdeles como "La Carola". Guixá cree que no llegó a ejercer la prostitución en la calle, sino que se apoyó inicialmente en su cuñado, y de ahí dio el salto. "Era un mujer compleja, sin demasiados escrúpulos. No digo que no frecuentase algunos salones y bailes, y debió ser ahí donde entró en contacto con Pané o Martínez Penas. Más tarde estableció relación con Navarro Manau, que no tenía inconveniente en acostarse con hombres".
De hecho, sería su amante, el pianista y profesor de piano Eusebio López Sert (él volumen reproduce dos cartas de despedida, una especialmente estremecedora, a su amante) quien avaló a los asesinos para que pudiesen alquilar el coche; él había cerrado el grifo de sus asignaciones a su amante Jesús Navarro, y la familia se quedó sin dinero. De ahí la decisión a la desesperada del padre de éste. El objetivo no era sólo el de sustraer las joyas de Carmen Broto, sino que ella los condujese a Martínez Penas para robarlo a él. Luego matarían a la joven, la harían desaparecer y sobre ella recaerían las sospechas. Pero se truncó todo y se abrió una espiral interminable de leyendas. Trallero y Guixá han escrito un mentís contra esta especie de unánime "todos mienten".
EL LIBRO
Manuel Trallero y Josep Guixá en "La invención de Carmen Broto"* (Aurea; Barcelona, 2006; 478 páginas) han llevado a cabo una paciente labor de investigación. Su libro intenta huir del sensacionalismo y del mito. En cierto modo, con sus reiteraciones deliberadas, el volumen es un intento de contar un crimen chapucero que se utilizó sistemáticamente contra el franquismo. Los autores -que tiran de la ironía y repiten "Los hechos, simplemente los hechos, no necesitamos más" y otras fórmulas parecidas- han hablado con parientes y allegados de jueces y abogados de la causa, con los amigos y testigos de la asesinada, y han analizado la abundante bibliografía existente, tanto literaria como cinematográfica. Sostienen que ni fue alcahueta del obispo ni puta de calle, que no fue violada de joven por un policía, tampoco fue una cortesana del Ritz. Con todo, la realidad que envuelve a Carmen Broto, la más sórdida, es tan compleja e imaginativa como una novela. La verdad de una vida tan convulsa es la mejor ficción.
LOS OJOS DEL MUNDO / 5

La mirada de una mujer fascinante y turbadora: Karoline Charlotte Blamauer. Pasó a la historia como Lotte Lenya. Maltratada por un padre alcohólico, que quería que suplantase a su hermana muerte, llegó a ejercer la prostitución. Luego se casó con Kurt Weill en Berlín, en 1926, y obtendría un enorme éxito en Estados Unidos como actriz y cantante. Tuvieron una relación tumultuosa, llena de amores contingentes. Su relación, en ocasiones, recuerda a la de Jane y Paul Bowles. Existe en España una biografía, publicada en Circe, de Donald Spoto, biógrafo de Alfred Hitchcock, Marlene Dietrich o Ingrid Bergman, entre otros. Esta magnífica foto, que es la de la edición española de su biografía, la realizó la fotógrafa alemana Lotte Jacobi (1896-1890).
LOS OJOS DEL MUNDO / 6

LOS OJOS DEL MUNDO / 7

Los ojos de Tyrone Power y Frances Farmer.
LOS OJOS DEL MUNDO / 8

LOS OJOS DEL MUNDO / 9

Esta señora no es Bette Davis, pero también ha hecho algunas películas inolvidables: "Sospecha", "Rebeca" y "Carta de una desconocida", pongamos por caso. Siempre me ha gustado: hoy cumplo 47 años y me regalo esta mirada. Y os a la regalo a los que os acercáis por aquí.
Por supuesto que es Joan Fontaine.
LOS OJOS DEL MUNDO / 10

Luis Antonio Alarcón me envía una colección de retratos: Kim Novak, Joan Fontaine, de nuevo, Gene Tierney. Las dimensiones de sus fotos exceden los 5 del blog. Le correspondo con estos ojos, con esta delicadeza, con este modo de mirar: es su idolatrada Gene Tierney, de nuevo.
LOS OJOS DEL MUNDO / 11

LOS OJOS DEL MUNDO / 12

Una de mis películas favoritas es "Raíces profundas" (1953) de Goerges Stevens, con Alan Ladd, Van Heflin y la siempre dulce y melancólica Jean Arthur. Esta escena, la del encuentro entre el niño y el forastero Ladd siempre me ha cautivado.
RETRATO DE PABLO AIMAR*

Existen jugadores que parecen inventados por el aire. Son ligeros, rápidos, poseen elegancia; el balón, entre sus piernas, es un apéndice inevitable. Es la prolongación de su sombra. Y uno de ellos es Pablo Aimar. Sobre el césped, reclama la atención de inmediato por su movilidad, por su finura, por el modo en que conduce el balón. E incluso por su fragilidad de alambre: es compacto y hermoso, quebradizo como junco. Hay en él algo de gimnasta menudo y pícaro, de equilibrista que ordena y desordena naranjas con el pie. Su posición ideal es la del enganche, arranca mejor que nadie al contragolpe y es verdaderamente peligroso cuando se acerca hacia la medialuna del área arriba. Le da igual la derecha que la izquierda: siempre busca la penetración, es vertiginoso en el gambeteo, siempre se escurre y busca el gol con ambas piernas. No esquiva el pase, la triangulación, el más difícil todavía del malabarista que improvisa con el desparpajo de los niños consentidos.
Ante sus ojos, en ese instante casi definitivo del ataque, contempla una empalizada de adversarios. Y como si fuera un saltimbanqui que descubre la ciencia del peloteo en el patio de recreo, burla a uno tras otro, por talento, por rapidez, por pura química con el balón. Lo hace como si nada: como lo hacía Butragueño, con un resorte oculto que provoca el corrimiento del rival, el estremecimiento de la táctica y del campo mismo. Pablo Aimar tiene cara de ángel, la sonrisa del bribón que disfruta y halla la felicidad en cada pelota. Pablo Aimar siembra el dulce desconcierto a su paso y hace de su oficio algo más que un enfrentamiento entre guerrilleros o titanes: su fútbol posee el condimento de la sorpresa, del enigma, de la poesía.
Estaba llamado, como un puñado de argentinos más, a ser el nuevo Maradona. Estableció una alianza de dioses chicos con Javier Saviola, y de aquel River extraordinario dio el salto al Valencia. Se dijeron maravillas de él. A veces la prosa no se corresponde con el juego: el comentarista también sueña, también describe el fútbol que desea. Y Aimar, que concentró imágenes y afanes, pronto se aplicó a probar la exactitud de algunas metáforas. Su paso por el Valencia puede decirse que fue irregular, porque aquel equipo tenso y de fortaleza, enhebrado con sacrificio y tenacidad defensiva, nunca confió del todo en su sutileza, en su inclinación al peligro dibujado con belleza. Realizó tardes maravillosas, y también le deslucieron las lesiones y la pizarra opaca de Benítez. Es uno de los grandes, sin duda. Y llega al Real Zaragoza en su mejor momento: maduro, luminoso, etéreo, dispuesto a solazarse y a enamorar en el camino hacia el gol.
*Hoy, "Heraldo de Aragón" publica un suplemento especial sobre la Liga. Publico una colección de retratos de los jugadores del equipo, de la que forma parte ese texto sobre el finísimo jugador argentino. Creo que es una de las experiencias más bonitas en las que he participado en los últimos tiempos. El perfil de Chus Herrero, Longás, Miguel y César Jiménez lo han realizado los compañeros de redacción. Yo apenas conozco a esos chicos, apenas los he visto jugar.
JORGE SANZ CUMPLE AÑOS

Uno de mis actores favoritos, desde hace años, casi desde “Valentina”, es Jorge Sanz. Hoy, este actor madrileño, que mira a la cámara como nadie, cumple años. Nació en Madrid un 26 de agosto de 1969. Y ha participado en un montón de películas como “Si te dicen que caí” (recibió el premio Goya por su trabajo), “Belle Epoque”, “La niña de tus ojos”, “El embrujo de Shanghai”, “Amantes” o la última de David Trueba, “Bienvenido a casa”, donde está espléndido. Me ha sorprendido el silencio que ha envuelto esta película, “La buena vida”, tan madura, tan personal, de David, emparentada con la primera, donde Jorge está espléndido: maduro, sabio, con un punto de ironía que es un magnífico contrapunto al personaje de Alejo Sauras. No hay muy buenas fotos suyas en la red, por eso pongo ésta subido a una moto, en la que se parece un poco a Valentino Rossi. No encuentro el nombre del autor, y ya lo siento. Felicidades, Jorge.
LOS OJOS DEL MUNDO / 13

Me apasiona la fotografía. Uno de mis artistas favoritos, entre el largo centenar de preferencias, se encuentra Andre Kertesz, autor de preciosas y minimalistas fotos, como la del estudio de Piet Mondrian. Encuentro esta, la de estos dos niños en el colegio, un colegio que se parecía mucho al mío en Galicia, y pongo aquí sus miradas. La marea de otro tiempo, la hondura de un candor perenne. Me parece una foto ideal para ese gran profesor que es Víctor Juan Borroy. Por cierto, mañana, Víctor Juan Borroy, Víctor Pardo Lancina, Paco Lahiguera y Blanca de Haes (ambos de El Galgo Rebelde) salen en “Borradores”.
LABORDETA RECITA EN "BORRADORES"

1. Invitados en plató: Víctor Juan Borroy, Víctor Pardo Lancina, Blanca de Haes y Paco Lahiguera (El Galgo Rebelde)
2. Reportajes: Colección de Rolde de Arte, Fotos de la Guerra en Aragón, Julio Alejandro visto por Cano en el CBC, la colección permanente de José Orús.
3. El poema: José Antonio Labordeta.
El programa “Borradores”, que se emite esta medianoche en la Televisión Autonómica, tiene como invitados al pedagogo y escritor Víctor Juan Borroy, al periodista y escritor Víctor Pardo Lancina, y a los músicos de El Galgo Rebelde, Blanca de Haes y Paco Lahiguera. Víctor Juan Borroy habla de la nueva entrega de la revista “Rolde”, que está a punto de cumplir 30 años y de la colección de arte “Rolde”, de la que se ofrece un amplio reportaje. Víctor Pardo aborda la reciente exposición sobre la guerra civil en Robres, comenta el libro “A una milla de Huesca” (Rolde /IEA / DGA...) de la australiana Agnes Hodgson y avanza la gran exposición que se celebrará el próximo mes de octubre, comisariada por él y por Ángela Cenarro. Víctor Juan y Víctor Pardo también glosan la figura de Ramón Acín, ejecutado por “sus buenos vecinos de Huesca” un día de agosto de 1936, objeto de un artículo de la revista “Rolde”. Blanca de Haes y Paco Lahiguera explican la trayectoria de El Galgo Rebelde, su actuación en el festival Luna Lunera y las claves de sus canciones. El programa emite un videoclip con la tercera canción del álbum: “El Galgo Rebelde”, precisamente. Además, “Borradores” se traslada al Centro Buñuel de Calanda y ofrece una muestra sobre Julio Alejandro, dibujada por José Luis Cano y dirigida por Javier Espada. Y realiza un amplio reportaje sobre la colección permanente de José Orús el centro Mariano Mesonada de Utebo; el pintor cuenta sus inicios, su amistad con Santiago Lagunas y Miguel Labordeta; sus estancias en París y la apuesta por una pintura de indagación cósmica que explora los efectos de la luz. Y para cerrar la emisión, entre otros asuntos, José Antonio Labordeta recita un poema.
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Dos miradas de cine negro: Alan Ladd y Veronica Lake.
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Los ojos de Jacqueline Bisset y Jean-Pierre Leaud, una de las parejas preferidas de Pedro Zapater, uno de los organizadores del Ja Ja Festival.
LOS OJOS DEL MUNDO / 17

Leí anoche un precioso artículo sobre Ernst Leitz II, redactado por Úrsula Moreno para le revista de "El Mundo", y cuenta la historia del impulsor de la cámara Leica que salvó a u´n montón de obreros judíos. Es el Oskar Schindler de la fotografía, y tuvo la habilidad de que sus trabajadores tuviesen pensiones, seguros médicos y de enfermedad. La cámara Leica fue inventada entre 1912 y 1915, Leitz II la desarrolló hacia 1925 en la Feria de Leipzig. Aquel año llegaron a fabricarse más de 1.000 Leicas.
Cuelgo aquí una bellísima foto donde el beso abole una mirada: corresponde a Alfred Eisenstädt, uno de los pioneros del fotoperiodismo, que captó este beso apasionado de un soldado norteamericano a una enfermera. Los ojos del mundo se entierran en el beso más apasionado.
EN EL COCHE CON JANIS JOPLIN

Paso algunas de mis mejores horas en el coche, oyendo voces. Hace pocos días, apenas una semana me fui a Ejulve por donde voy ahora siempre: por Belchite. Logré salir antes de las diez porque me había enterado de que Juan Cruz, ese milagro maravilloso de la ubicuidad, entrevistaba a Julio Llamazares. Supe entonces que iba a estar una hora completamente desvelado. Llamazares habló de la memoria, de Vegamián, de su padre maestro, de la inundación de su pueblo, de la materia que constituía su literatura, e incluso me pareció oírle algo así como que estaba hasta las narices de esos agoreros novelistas que se pasan la vida diciendo que la novela ha muerto quizá porque no se atreven a decir que quienes han muerto son ellos.
Paso algunas de mis mejores horas en el coche oyendo música. La que sea: desde Alejandro Fernández a Hermosilla, desde Coti a Julieta Venegas, que es mi favorita junto a Luz, desde Antonio Orozco a Amaral, que es mi favorita absoluta casi siempre. Pero también siento una gran debilidad por Janis Joplin: cuando me trasladé a la calle Toledo 20, poco después de casarme un 5 de noviembre de 1980 con 21 recién cumplidos, una de las primeras cosas que hice fue comprarme en Gay dos cintas: una de grandes éxitos de Janis Joplin y “Pearl”. La escuchaba a todas horas en un modestísimo casete que era la alegría de la casa, junto a una máquina de escribir Olivetti, de cara gigante. Siempre me fascinó esa mujer de voz desgajada y rota, de excesivas noches, de amores contingentes. Tuve entonces un amigo que me contaba siempre una anécdota de Janis (por cierto, en aquel año de 1980 el cantante gallego Bibiano Morón cantó en el Jardín de Invierno una canción dedicada a Janis; me pareció tan mala que no pude ni llorar): en un concierto, excitada como estaba, se pudo a orinar hacia el público. Fue un espectáculo fascinante de lluvia dorada: nadie rechistó. Siempre me pareció una prometedora leyenda urbana.
Paso algunas de mis horas más bellas oyendo programas de radio. Estos días me gusta mucho Celia Maldonado, por su risa, por la iconoclastia de sus invitados, por la originalidad de sus temas, por esa voz cada vez más cuajada y con mayor personalidad. Ayer tuvo como invitados en “La Ventana” de la Ser a Santiago Roncagliolo y Fernando Iwasaki. Diego A. Manrique, hermosa voz de radio también, elogió el último disco de Bob Dylan (por cierto, hoy lo descuartiza Matías Uribe en “Heraldo”) y calificó al maestro judío Zimmerman como uno de los grandes poetas del siglo XX. Roncagliolo dijo: “Detesto con toda mi alma a ese tipo”. Iwasaki añadió que le resultaba indiferente. Manrique agregó que tenía mucho mérito tener tanto éxito a pesar de una voz tan mala. Cambié de emisora y allí estaba, de nuevo, Janis Joplin. Me pareció un bello y circular prodigio del dial.
[Esta nota redactada a las 1.30 de la madrugada ha tenido una banda sonora especial: el disco “Las jugadas imposibles” de Tachenko].
LOS OJOS DEL MUNDO / 18

¿No era este uno de los besos más hermosos e intensos de todos los tiempos? Robert Doisneau, un ejemplo de fotógrafo humanista, captó esta imagen. Durante años circuló la idea de que era una puesta en escena.
LOS OJOS DEL MUNDO / 19

LA VIDA, LA POESÍA Y EL MISTERIO DE CARLOS BAYLÍN*

Zaragoza, en los años 20 y 30, fue cuna de un puñado de importantes vanguardistas. En ese núcleo de modernos estaban, entre otros, los artistas González Bernal, Alberto Duce, Federico Comps y Alfonso Buñuel, el cineasta Luis Buñuel, los arquitectos Regino y José Borobio y Fernando García Mercadal, el galerista y escritor Tomás Seral y Casas, escritores como Raimundo Gaspar, Ildefonso-Manuel Gil, Maruja Falena o Gil Comín Gargallo, enamorado de una pionera de la liberación sexual de la mujer como Amparo Poch. Y en un grupo distinto también se movía un joven odontólogo (se licenciaría médico en 1936), poeta y periodista en diversos medios, llamado Carlos Eugenio Baylín Solanas, que había nacido en la ciudad en noviembre de 1913.
Baylín era todo un personaje: había estudiado en los escolapios, en el Instituto de Enseñanza Media y un curso en los escolapios de Alcañiz, y arrastraba fama de hombre culto. Entre los detalles legendarios que adornan su biografía está el hecho de haber respondido a un examen de Histología en verso o el de haber pronunciado, con 19 años, una conferencia en la iglesia de San Pablo con el título de “Divagaciones académicas”. Desde muy pronto se carteó con el filósofo Eugenio D’Ors y se reunía con un colectivo de amigos más conservadores, de militancia católica en su mayor parte: entre ellos figuraban José María Castro y Calvo, Luis Monreal o el sacerdote y filósofo Manuel Mindán, uno de sus grandes amigos, que le dedicaría muchos años después magníficas páginas de evocación en sus memorias.
Al amparo de Baylín, durante algún tiempo, se congregaban estos amigos y otros en su domicilio de la calle Alfonso, en la denominada Cofradía de la Pipa. Todos estos datos y muchos más aparecen en los estudios de la recopilación de sus versos en edición facsímil, en un precioso estuche, a cargo de los expertos Juan Manuel Bonet y Luis Ballabriga Pina. El conjunto, “Poemas 1936-1939”, editado en la colección Larumbe, patrocinada por la Universidad de Zaragoza, el Gobierno de Aragón y el Instituto de Estudios Altoaragoneses.
Un santuario de amigos y pipas
Juan Manuel Bonet, autor de un imprescindible “Diccionario de las vanguardias en España: 1907-1936” (se excusa el autor por haber dejado fuera a Baylín) y ex director del Centro Reina Sofía, analiza los ecos del narrador y poeta. El joven escritor -muerto en 1940 “a consecuencia de enfermedad contraída en el frente”, según escribió HERALDO aludiendo a su nefritis-, fue recordado por vez primera por el crítico Benítez Claros en 1943, antologado en 1946 por César González-Ruano en su voluminoso libro “Antología de poetas españoles contemporáneos en lengua castellana” y vindicado, entre otros, por José Enrique Serrano en varios lugares, entre ellos el libro “Estrategias de vanguardia” (IFC). Ruano define a Baylín como “un tipo curioso, uno de esos ‘raros’ que no se olvidan después que han sido olvidados”, y se centra en su despacho, que haría correr luego riachuelos de tinta. “Lo que más le caracterizó fue su estudio, un cuartito pequeño en la típica y zaragozana calle de Alfonso, donde las paredes estaban materialmente tapizadas de dibujos, de letreros y de firmas”, anotó Ruano. Manuel Mindán, que lo consideraba “el alma” de su grupo, describió más por extenso el famoso estudio con su colección de pipas y “un mapa amatorio de Europa”, porque en él figuraban no los países o ciudades sino los amantes reales y de ficción: Abelardo y Eloísa, Romeo y Julieta, los Amantes de Teruel, y “entre La Rioja y Zaragoza, en letras muy visibles: ‘Tú y yo”. Aludía Baylín a una novia de Logroño; al romper con ella le envió por tren una pesadísima lápida con un texto fúnebre en latín.
Baylín compaginaba la odontología, era ayudante de su padre, con el periodismo -especialmente en “El Noticiero”: usaba muchos seudónimos como Personne, Testes o Coriolano; con el nombre de El Agente X hizo la crónica sobre “El misterio de la Casa del Duende”- y con la literatura. De 1936 a 1939 compuso cuatro “plaquettes” de poesía, que él mismo se financiaba en pulcras ediciones, y en el último año de su existencia redactó tres novelas policiacas en la revista “Letras”. Católico y conservador nada ultramontano, se afilió a Falange (dicen que fue detenido unos meses antes de julio del 36), y fue médico y corresponsal de guerra, en San Sebastián, al principio, y en Balaguer al final. Era un gran deportista, en tenis, hockey, ajedrez y tenis, poseía una magnífica biblioteca, dominaba idiomas “extraños” como el copto, el árabe o el japonés, y fue considerado por algunos críticos, con cierta desmesura, como “el mejor poeta de la nueva era”.
INSPIRACIÓN Y ESTILO: "POEMAS" *
“Poemas”. Así se titula el estuche de gran formato que incluye el estudio introductorio de Juan Manuel Bonet, que realiza una brillante labor de contexto y análisis de su producción poética y narrativa, y de Luis Ballabriga. Este analiza diversos aspectos de su biografía y exhuma los artículos y opiniones que le dedicaron Ruano, Benítez Claros, Castro y Calvo, M. Mindán, Eugenio Frutos o Serrano Asenjo. Además desmenuza su actividad periodística y dedica un capítulo a su completísima biblioteca.
Cuatro poemas. “Plaquette” aparecida en 1936 de la que se tiraron 16 ejemplares. Poesía de textura arcaizante en ocasiones, religiosa, pero también amorosa con un homenaje náutico a Julio Castro, más famoso como Julio Alejandro, guionista de Buñuel. Llanto de ausencia. Seis poemas que aparecieron en 1937, en una tirada de 150 ejemplares. Paisajes, amores imposibles, diálogos del poeta consigo mismo...
Retorno a la tierra. Un libro complejo del que se editaron 140 ejemplares en 1938. Bonet lo define como el más duro, el más unitario, el más desolado, casi siniestro, que ofrece una atmósfera que huele “a destrucción y a ruina”. El primer poema, “Pigmalión”, dice:“Hombre de ojos y cabellos / Tan negros como la muerte. /Loco por ausencia de desorden...”
Fuego interior Siete sonetos de amor, centrado en los atributos físicos y espirituales de la amada: ojos, manos, el cabello, el silencio, la voz. Aparecieron en 1939 en un volumen minúsculo, en dieciseisavo, por eso el estuche ofrece una lupa, aunque está reproducido a tamaño legible en la introducción. Bonet, a diferencia de Serrano Asenjo (que prefería “Retorno a la tierra”), dice que esta es “la más depurada de sus entregas poéticas”.
*Baylín era un gran apasionado del cine negro.Por eso colocamos aquí esta instantánea de Lauren Bacall y Humphrey Bogart.
LOS OJOS MORTALES DEL MUNDO / 21

Acaba de morir Glenn Ford. Tenía 90 años y esta mirada, algo lánguida al lado de la turbadora Gloria Grahame.