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DONNA LEON, VENECIA Y LA NOVELA POLICIACA

Sólo estuve una vez en Venecia. Lo recuerdo casi como hoy. Fue una experiencia irrepetible; desde entonces tengo siempre a mano colecciones de fotos de Venecia, un reportaje sobre Ezra Pound en la ciudad de los canales y Campo Stefano, varios libros sobre los palacios asomados al Gran Canal, un diccionario del amante de Venecia, y “En busca del barón Corvo” (Libros del Asteroide; existía una edición anterior de Siruela) de A.J.A. Symons, un libro que tengo muy en cuenta en la confección de un reportaje sobre un personaje italiano en la Zaragoza de los 40 y 50: una de las mejores biografía literarias que se han escrito jamás. Quizá por ello, por mi pasión por Venecia, donde hice también un pequeño diario de 1990 con fotos en blanco y negro, capté una góndola que se llevaba el féretro al cementerio, le tengo un cariño muy especial a Donna Leon. Me gustan mucho algunos de sus libros (“Pruebas falsas”, “Muerte en La Fenice”, “Un mar de problemas”, acaso mi favorito porque investiga un asunto de pesca) del inspector Brunetti, su historia de amor más bien apacible con Paola, profesora y formidable cocinera, el encanto de su hija Chiara. Donna Leon define la relación familia de Brunetti así: “Para Brunetti, la familia es como aire fresco, un lugar seguro, un útero en el que se siente tranquilo y feliz. Cuando cruza el umbral de su casa entra en otro mundo. A mí, como escritora, esta familia me es útil”. Y recuerda, ya de paso, que su gran pasión es la música.
Vuelvo a casa, tras cenar en casa de mis suegros (Pepe Melero me había puesto los dientes muy largos porque me llamó desde una sobrecena con los Pisón y los Conget) y cae en mis manos este libro: “Primer Encuentro Europeo de Novela Negra. Homenaje a Manuel Vázquez Montalbán” (Planeta), en el cual se analizan diversas cuestiones sobre el género. Ricard Ruiz Garzón entrevistó a Donna Leon, y leo alguna cosas que quiero anotar aquí, al fin y al cabo las leí hacia las cuatro de la mañana, resguardado de la lluvia, mientras Noa se adueñaba de la explanada sin darse cuenta de que estábamos ya en el primer día del año.
Anoto dos reflexiones sobre la novela negra:
-“La literatura criminal necesita de una sociedad corrupta. Basta con leer a Chandler, Hammett, Ross MacDonald… Si no tienes este tipo de sociedad, debes crearla; el policial es el tipo de libro que exige una serie de clichés de género. Y yo no soy Jane Austen ni Henry James”.
-Alguien del público le pregunta “qué opina de Pepe Carvalho y de la novela policiaca del sur o mediterránea?”. Y contesta Donna Leon: “Para alguien cuya lengua materna es el inglés –puesto que yo leo siempre en inglés y acaso en italiano- es difícil encontrar todos los libros que quisiera leer. Para mí, entre los mediterráneos, el mejor es Leonardo Sciascia: lo entiende y lo escribe todo. Montalbán me gusta por su comicidad; es un autor que ve y narra el mundo sin falsas polémicas, explicando la marcha de las cosas. En inglés leo a los nórdicos, como Hanning Mankell, a quien admiro por sus historias y por el tipo de sociedad que describe (aunque debo confesar que su personaje, Wallander, me resulta antipático). Y también leo a autores ingleses, como Ruth Rendell.
Y leo esta opinión sobre el mundo y sus desafueros:
-“Yo soy una ecologista pesimista. (…) El problema no es que existan musulmanes fanáticos, seres malignos que violan a nuestras hijas y mujeres. Creo que el gran enemigo de la humanidad, en estos momentos, es el capitalismo fanático. Toda América enloqueció por esos tres mil muertos de las Torres Gemelas. Lo siento, eran inocentes. Pero ni siquiera se molestaron en contar a los muertos de Bhopal, que fueron quince mil. Las víctimas de las Torres Gemelas y sus familiares recibieron millones de dólares; en Bhopal, no recibieron nada. No quiero justificar lo que pasó, pero no fue el fin del mundo”.
DESDE EL CUARTO DEL MARINO EN TIERRA

Ayer, en diálogo con Beatriz Pécker, una de las mujeres que mejor ríe en la radio, el crítico Félix Romeo recomendó tres libros: la novela “La hora azul” (Anagrama) del peruano Alonso Cueto (Lima, 1954), ganadora del Premio Herralde, cuya portada es un retrato de René Burri, un magnífico fotógrafo; recordó que uno de sus libros favoritos del 2005 es “La vieja escuela” (Alafaguara) de Tobbias Wolf, y recomendó el libro de un joven narrador de 24 años, “El fumador pasivo” de Daniel Gascón (Zaragoza, 1981). Además de calificar su literatura de “potente” y señalar que era como una falsa novela protagonizada por el narrador en cinco historias, dijo que le parecía sorprendente que “un chico tan joven conociese tan bien el alma humana”. El chico, la madre del chico, la hermana actriz del chico y el padre del chico ni parpadeaban en la habitación desordenada de marinero en tierra del chico escritor.
Más allá del cariño que había en la visión, me encantó lo bien que da Félix Romeo en la radio, la pasión con la que habla de los libros, el tono desenfadado pero hondo, la serenidad, la erudición amena y parsimoniosa, y lo bien que comunica, llenando su intervención de risas y de guiños con el público y con Beatriz, que fue entrevistadora en “La Mandrágora”, cuando la dirigía Félix. Esta nota le molestará al viajero y lector de Las Fuentes porque el elogio entra en lo que él considera los parámetros del pelotilleo, aunque lo dice de otro modo. Pero como no entra nunca en estas páginas y no se habla mal de él, no se enterará. “La hora azul” está desde hace varios días en mi mesilla de noche; tras oír a Félix, me apetece más leer la novela. El libro es el descubrimiento por parte de un abogado de la espeluznante figura de un padre militar que torturaba, violaba y mandaba torturar a las prisioneras. Y a la vez se entera de que vivió una historia de amor con una indígena…
Anoto un fragmento importante, tras el encuentro del abogado y la indígena:
-“A su papá lo odié tanto, le digo, a su padre pude haberlo matado si hubiera podido, porque me engañó tanto, y abusó de mí, en ese cuartito, yo lo odié tanto, por culpa de ellos, de los soldados, de los morocos, perdí a mi familia, ya no pude ver a mi familia, ya no los alcancé, se murieron, se murieron sin mí, y yo lo odiaba tanto a su papá, pero ahora ya lo odio, ya casi lo quiero”.
*René Burri (Zurich, 1933) se ha confesado "un optimista incurable en estos tiempos terribles". Pertenece a la agencia Magnum, vino a Madrid el pasado 2004 para participar en Photo España. Esta foto, datada en Amboise en 1967, se titula "Yasmine y David". Me parece ideal, como los libros recomendados, para empezar el año. Os dejo: es casi la una, tomo mi revista "Matador" y me subo a la bicicleta en dirección a Oriente.
RUBÉN SOSA: JUVENTUD Y ESPLENDOR DE UN PRÍNCIPE

El Real Zaragoza afrontaba en la campaña 1985/1986 un importante número de bajas: el centrocampista Juan Alberto Barbas fue traspasado al Lecce, Jorge Valdano partía al Real Madrid y Surjak, el exquisito extremo e interior de la selección yugoslava, regresaba a casa. Ángel Aznar asumía la presidencia con un entrenador cercano, curtido en mil experiencias futbolísticas: Luis Costa. Los directivos habían lanzado una vasta ojeada hacia los campos de Europa y de Latinoamérica, y se habían quedado sojuzgados por un muchachito de 19 años del Danubio de Montevideo. Era un zurdo nato, más bajo que alto, con determinación y potencia, y una rapidez de gamo saltador y veloz. Además, poseía una zurda de impacto: una zurda sin educar, de trallazo seco, de fogonazo súbito. Él fue la gran apuesta del club, junto a otros jugadores nacionales como Pardeza y Paco Pineda. Ambos formarían con el futbolista charrúa --conocido como "el poeta del gol" y "el principito"-- una delantera que iba a sorprender y a maravillar muchas tardes.
Real Zaragoza afrontaba en la campaña 1985/1986 un importante número de bajas: el centrocampista Juan Alberto Barbas fue traspasado al Lecce, Jorge Valdano partía al Real Madrid y Surjak, el exquisito extremo e interior de la selección yugoslava, regresaba a casa. Ángel Aznar asumía la presidencia con un entrenador cercano, curtido en mil experiencias futbolísticas: Luis Costa. Los directivos habían lanzado una vasta ojeada hacia los campos de Europa y de Latinoamérica, y se habían quedado sojuzgados por un muchachito de 19 años del Danubio de Montevideo. Era un zurdo nato, más bajo que alto, con determinación y potencia, y una rapidez de gamo saltador y veloz. Además, poseía una zurda de impacto: una zurda sin educar, de trallazo seco, de fogonazo súbito. Él fue la gran apuesta del club, junto a otros jugadores nacionales como Pardeza y Paco Pineda. Ambos formarían con el futbolista charrúa --conocido como "el poeta del gol" y "el principito"-- una delantera que iba a sorprender y a maravillar muchas tardes.
El equipo avanzaba a trancas y barrancas, y miraba hacia lo alto de la tabla. Rubén Sosa exhibía sus credenciales a cuentagotas: ni en La Romareda ni fuera acababa de encontrarse con el gol y más que un gran jugador, parecía una promesa asustada, sin pulimentar. Tenía ráfagas de clase, sembraba a su paso destellos de peligro. Poseía del don del zambombazo, un regate aseado y veloz, y capacidad para irrumpir por sorpresa, pero se revelaba un tanto tímido, como si estuviese desconcertado. En noviembre marcó su primer gol, que significaba el número mil del club. Ese fue un agasajo del destino. Sosa mejoró y acrecentó sus prestaciones. El equipo acabó cuarto al final y consumó una importante gesta: eliminó al Real Madrid en semifinales ("el poeta del gol" estuvo espléndido en La Romareda: goleó por partida doble a los merengues) y se enfrentó a un grandioso Barcelona en la final, a un Barcelona aciago dirigido por Bernd Schuster. Sosa lanzó un disparo seco y raso desde lejos, tocó el ex zaragocista Pichi Alonso y Urruticoechea fue incapaz de detener el nuevo curso del balón. Aquel gol fue suficiente: el Barcelona se desgañitó, pero los aragoneses vencieron y celebraron el título, en 1986, como solían hacerlo años atrás: en la plaza del Pilar. Era casi un milagro: un equipo modesto había sorprendido a los grandes y recuperado el trono de "Los Magníficos".
En la segunda temporada, 1986/1987, Pardeza volvió a Chamartín a disputarse un puesto con Valdano. Ángel Aznar, en medio del estupor colectivo y del entusiasmo del éxito, anunció su retirada. Le sustituyó Miguel Beltrán, que no iba a tener lo que se dice un mandato apacible. El equipo fue cediendo en todos los terrenos, aunque realizó una excelente campaña en la Recopa: eliminó tras un partido legendario a la Roma de Boniek (el fabuloso jugador polaco que había maravillado con la selección y con la Juventus, junto a Platini), tumbó al Wrexham y cayó con dignidad ante el futuro ganador de la competición: el Ajax de Cruyff (entrenador), Van Basten o Frank Rijkaard. Sosa nunca se halló cómodo en el conjunto, marcó sólo cuatro tantos y sus goles se necesitaban, se exigían, se imploraban en el estadio. El equipo padecía convulsiones interiores ("Pato" Yáñez y Pepe Mejías no habían aportado lo que se esperaba de ellos), vivía en el letargo, en zona de nadie.
La última campaña de Rubén Sosa resultó la mejor. Jugó 36 partidos en la Liga y marcó 18 goles, y participó en once encuentros con la perla negra Frank Rijkaard. Fue el segundo máximo goleador del campeonato, aunque muy lejos de Hugo Sánchez. Ahí recobró de golpe su pegada y lució con toda brillantez: era el ídolo absoluto de La Romareda. Los aficionados coreaban su nombre, se deshacían en cánticos en su honor: cada tarde marcaba su gol; Señor le lanzaba o el mismo Pardeza, y de golpe allí aparecía "el principito", con una filigrana, un golpe de cadera, un impacto seco y exacto, un gambeteo, un cabezazo en plancha, y adentro: Gol. Gol. Gol. Fue determinante en muchos sentidos: como goleador inapelable, como futbolista completo en los aledaños del área e incluso en la trastienda del club: apoyó el cese de Luis Costa y su recambio por Manolo Villanova. Asumió que en aquel polvorín de desencuentros y enfrentamientos, que reproducían el clima de desasosiego de la Liga anterior, acabaría marchándose. El Real Zaragoza, que soñaba con los búlgaros Sirakov e Iskrenov, lo traspasó al Lazio por 192 millones de pesetas. Si no lo hacía entonces --y además la directiva no estaba dispuesta a aceptar sus peticiones de 50 millones de pesetas de sueldo anual--, el jugador acabaría obteniendo la carta de libertad más o menos gratis. Rubén Sosa empezó su gran ciclo futbolístico en el Real Zaragoza: aquí sólo vimos su nacimiento, atisbamos su futuro esplendor, olimos su indudable clase, su explosividad imparable, su regate atropellado pero vertiginoso, con veneno y sentido.
Su trayectoria posterior no engaña a nadie. Jugó en el Lazio, en el Inter, el Borussia de Dortmund (con el cual conquistó su primera Liga) y en el Logroñés, entre otros equipos. Cumplió su último sueño de jugar en el Nacional. Fue una de las figuras de la selección uruguaya que ganó la Copa de América con Enzo Francescoli y Rubén Paz, entre otros, en 1987 y 1995, participó en el Mundial de Italia de 1990 y fue galardonado en su país y en el continente. Era el delantero decidido, batallador, el misil que huye por sorpresa y golea con facilidad, el ariete o exterior más refinado de lo que pudiera parecer que empezó a escribir las páginas iniciales de su grandeza en La Romareda, teatro de la fantasía, semilla del sueño y de la gloria en algunas tardes imborrables.
*Hablo con Pepe Melero y como homenaje de Año Nuevo, de 2006, a su pasión zaragocista extraigo de mi fondo de armario esta nota de la serie "La leyenda del tiempo", que forma parte de un libro sobre el Real Zaragoza, en el que he trabajado a lo largo de estos años. La alineación del Real Zaragoza de aquella memorable noche de 1986 fue: Casuco, Julián, García Cortés, Juan Carlos, Cedrún y Herrera. Abajo están Pineda, Güerri, Rubén Sosa, Juan Señor y Pardeza.
SERGIO DEL MOLINO CREA UN BLOG

Sergio del Molino (Madrid, 1979), escritor y periodista de "Heraldo", acaba de crear un blog: sergiodelmolino.blogia.com donde refleja su vasto mundo, su curiosidad, su sentido de la ironía, su mordacidad y su gran conocimiento de la cultura y de la literatura, en particular. Sergio del Molino es un estupendo narrador, acaba de ganar el concurso de Literatura Joven con "Manual de autoayuda". que es el embrión de un libro de nueve relatos, y además es -con Santiago Paniagua, jefe de información de Galería, y Victoria Martínez- el coordinador del suplemento "Heraldo Domingo".
P. S. Pepe Cerdá, que estará azacanado preparando su exposición en la Luzán, cuadros grandes con algo de pintoresco, según dice él, ya está metido ahora en el link correcto. Siempre me reprochaba que, por envidia de gallego, no quería linkar bien su página para que todos los lectores fuesen a leerlo a él. Cosa que ya hacían antes. No hay más que ver los comentarios que recibe, las disputas que se forjan en su página. Pero además he podido linkar a otros espléndidos amigos: Ana Alcolea, José María Ariño, Antonio Pérez Morte, Javier Burbano, Purnas en o Zierzo, etc. Cualquier otro que quiera ser linkado desde esta página, no tiene más que decírmelo; intentaré hacerlo pese a mi torpeza con la tecnología.
PICASSO, POR IRVING PENN

No tenía demasiadas ganas de escribir. No tenía ideas y me he puesto a pensar en cosas inútiles. Por ejemplo, ahora que celebramos todos los años, todos los números redondos, se da la circunstancia de que también vamos a celebrar los 125 años de Pablo Picasso: nació en Málaga 1881 y el mundo se pone en marcha en torno a él. Siempre es necesario honrar a los muertos: existe un temor terrible a celebrar y a reconocer a los vivos. Los muertos son una bonita coartada: nunca fallan, nunca protestan, nunca significan casi nada, y raras veces sirven los fastos para adecentar el presente. Picasso no necesita ningún homenaje tan postizo, pero vamos a hacérselo. Incluso yo: uno de mis fotógrafos favoritos, de los tres que elegiría en caso de que se acabase el mundo y se pudiesen guardar algunas imágenes, es Irving Penn, nacido en 1917, 88 años del ala. Irving Penn le hizo esta foto en Cannes en 1957.
EL JOVEN CAPOTE, SEGÚN IRVING PENN

Truman Capote fue retratado por Irving Penn de joven, en 1948. El escritor es objeto de dos películas que se estrenarán próximamente. Anagrama publicó hace muy poco sus excelentes "Cuentos completos".
ESTIRAGUÉS "EL SORDO": ELEGÍA POR EL MARCADOR IMPLACABLE
LA LEYENDA DEL TIEMPO (SERIE DE UN LIBRO SOBRE EL REAL ZARAGOZA)
Luis Belló, aquel interior de clase y galanía, aquel entrenador inolvidable que hizo enorme al club en dos meses de felicidad, recuerda a José Estiragués "El Sordo" como un "jugador de brega, batallador e incansable, marcador implacable, pero dotado de una técnica personal, superior a la que siempre se le ha supuesto. No llegamos a jugar juntos en el Real Zaragoza, pero sí en muchos partidos benéficos de veteranos por los pueblos. Era un futbolista de club con más técnica de la que aparentaba". Hace no demasiado tiempo, el empresario y casi legendario volante e interior del Zaragoza durante cinco años moría inesperadamente. El fotógrafo Antonio Calvo Pedrós lo vio jugar cuando empezaba a pasear sus primeras cámaras por el viejo estadio de Torrero: admiraba su pundonor, su entrega, su concentración. El reportero eterno del Zaragoza lo saludó por última vez en el funeral de Noguera: estaba animoso y le gustaba invocar aquella temporada 55 /56 en la cual el equipo logró retornar a Primera División, tras haber jugado una dura promoción. "Era un gran tipo con el que daba gusto conversar", nos dijo Calvo Pedrós.
La Segunda División era un pozo. O un arrabal incómodo del infierno. Aquel Zaragoza no se dejaba asustar. Perico Lasheras estaba a punto de enviar al banquillo a Yarza (que viviría una segunda y prodigiosa juventud con "Los Magníficos"); los niños recitaban la defensa en el colegio como la tabla del siete: Torres, Alustiza, Bernad. Los medios eran Villegas y Gil Rubio. Y arriba jugaban Villarrubia, Estiragués (que se hizo con el puesto del ocho. Más adelante, usaría el cuatro y se ajustaría a las duras labores de medio volante de contención), Serer, el regateador Baila y Parés, que volvía. Chaves, el fantástico Avelino Chaves de Verín (Orense), que había sido máximo goleador de la categoría de plata la campaña anterior, intentaba recuperarse de su violenta lesión de menisco: aún resonaba en Torrero el crujido de sus huesos tras el lance cruel; también esperaba en la recámara un jovencísimo García Traid.
Estiragués realizó una memorable temporada: jugó todos los partidos, salvo uno, y marcó siete goles. Con su sentido del sacrificio, su audacia ante el gol, un conjunto armado en todas sus líneas y la dirección sabia de Mundo, el Zaragoza ascendió. Y eso le permitió enfrentarse a los grandes clubs de la Liga. Quizá fuese Jacinto Quincoces quien le sugiriese a Estiragués que podía prestar una mejor ayuda al equipo si retrasaba su posición y se enfrentaba a figuras rivales.
Para entonces ya era "El Sordo". Dice Ángel Aznar en su libro del Real Zaragoza que ese nombre lo traía de Cataluña: un día, un colegiado, por error, le atribuyó el puñetazo que había recibido en una discusión y lo expulsaron por doce partidos. Desde entonces, cuando veía un árbitro cerca o atisbaba un poco de gresca viril, se daba la espalda y huía bien lejos. Otros dicen que el apodo le sentaba también muy bien porque "pegaba a lo sordo como nadie". Pegaba o entraba con energía sin que el árbitro detectase violencia, y la prueba de ello quizá sea que no lo expulsaron jamás, y eso que marcó, anuló y aburrió a Luisito Suárez, Kubala, Panizo, Puskas o Rial. Narra Pedro Luis Ferrer, en el libro sobre el Zaragoza que redactó con Javier Lafuente, que un día le tocó marcar al merengue Rial (creemos que fue un 19 de diciembre de 1957, ya en La Romareda: vencieron los aragoneses por 3--1), y en los dos primeros envites, Estiragués "El Sordo" le castigó con su contundencia. Rial le dijo: "¿Hasta cuándo va a durar esto?". Estiragués respondió: "Toda la tarde".
Algo semejante le sucedió con Puskas, uno o dos años después, al que sometió a un severo marcaje. Aquel fue un choque de titanes: Puskas usaba su orondo torso y sus codos para alejar al volante, y maniobrar a su antojo con su portentosa zurda, y "El Sordo" le lanzaba las andanadas que podía para detenerlo. Cuando terminó el partido, Puskas lo llamó a su lado, a un rincón. Aparentó que iba a decirle algo y le clavó los tacos en el pie con toda la violencia posible. "El Sordo" miró abajo, más sorprendido que otra cosa, y fue comprobando que el pie se le hinchaba como un melón. La anécdota se la refirió el propio jugador, ya retirado, a Ferrer. Otra historia un tanto apócrifa narra su rivalidad con Di Stéfano. Estiragués se empleó a fondo, y el argentino se le acercó y le dijo: "Tú serás sordo, pero yo me cago en tu madre". Tras aquel lance desagradable, arreglaron el desencuentro; Estiragués solía hablar de la buena amistad que le unía a "La Saeta Rubia".
El equipo, con esfuerzo y constancia, se mantuvo arriba. Estiragués jugó cuatro temporadas completas en Primera División, aunque en las dos últimas, 58/59 y 59/60, sus prestaciones se fueron espaciando. Jugaba menos, pero rara vez desentonaba: era el pulmón, el matagigantes, el anticipo del Víctor Muñoz que vendría luego, el secante que agobia. Era respetado y admirado por el público; cuando se marchó, ya habían empezado a llegar las grandes figuras de "Los Magníficos": Reija, Marcelino, Isasi (que acabó asumiendo su demarcación) o Carlos Lapetra.
Se retiró con 30 años y la consideración de los aficionados. Había sido un atleta ejemplar, un hombre de club, un marcador de fuerza, en el límite de la falta, y sobre todo un profesional esforzado que se vaciaba hasta la extenuación. Se identificaba con el club y con la ciudad, y aquí se quedó para siempre. Se había cumplido la profecía de su padre. "Si a Zaragoza te vas, te quedarás", le había dicho. Se quedó: aquí vivió, aquí ha muerto y aquí ha dejado, temblando, su memoria.
MAN, O SUICIDADO POLA SOCIEDADE*

Por Xoán Abeleira
Todo o mundo en Camelle dá por feito que Man se suicidou ou -recorrendo a un eufemismo- que "morreu de mágoa", hai agora tres anos. Fose cal fose a causa da súa morte, pode que o último -non o derradeiro- que fitase Man antes de entrar no estadio do pasamento (esa palabra tan nosa e que tan ben traduce o concepto do bardo dos budistas tibetanos) foran as reproducións dos cadros de Van Gogh que, cubertas de anotacións, tiña il alí, no seu casoupo. De feito, sabemos que Man cría se-la reencarnación de Vincent Van Gogh, e mesmo chegou a confesarlle a algún testemuño que, ás veces, sentía medo por iso... Á marxe de que Man fose ou non Van Gogh, outra vida de Van Gogh (pois quén pode negar tal cousa a ciencia certa?), o realmente significativo da súa convicción é que il se sentía como Van Gogh. Un vidente. Un ser que vía máis aló cós demais, por diante dos demais, e, xa que logo, un incomprendido. Un marxinado - e un automarxinado. E, se cadra, tamén un poseso axexado polos seus demos. Por iso tiña medo, porque temía acabar igual que o pintor holandés. Suicidándose. Ou, mellor dito, suicidado...
Van Gogh ou le suicidé de la societé. Non sei se Man coñecía esa obra de Antonin Artaud o "Mômo", o "pesanervios", mais estou certo de que, de lela, deixaríase cegar por cada un dos seus flashes. Por luzadas como esta: Quén é aquí o enfermo? "As cousas van mal porque, niste momento, a conciencia enferma (da sociedade) ten un interese capital (e capitalista) en non saír da súa enfermidade". Ou esta: "Non, Gerard de Nerval non estaba tolo, mais acusárono de estalo coa intención de desacreditar certas revelacións fundamentais que se aprestaba a facer. E, amais de acusalo, unha noite zoscáronlle na cabeza para que perdese a lembranza dos feitos monstruosos que ía revelar e que, por mor da malleira, pasaron, dentro dil, ó plano supranatural; porque toda a sociedade, secretamente confabulada contra a súa conciencia, era forte abonda, nise intre, como para facerlle esquece-la súa realidade..."
Non, Antonin Artaud non estaba tolo. Nin tampouco Man. Man, en todo caso, e seguindo a definición que nise mesmo texto dá "o anarquista coroado", sería "un verdadeiro alienado: un home que prefire devir tolo, no senso no que socialmente se entende esta palabra, antes que traizoar certa idea superior do honor humano". A tolemia de Man, en todo caso, consistiu en consagra-la súa vida a unha Obra que, para il, era toda a súa vida. Por iso creo sinceramente que, por moito que nos poñamos no seu lugar, endexamais chegaremos a enxergar ata qué punto lle debeu afectar aquela traxedia. Un desastre que, ós seus ollos, talvez acadara trazas de vinganza. Pois, por moi cruel que nos resulte, hai que recoñece-la patética ironía que entraña o feito de que un ser coma il, que percorrera media Europa á cata dun lugar no que poder afastarse da sociedade, acabara alcanzado, precisamente, polo peor da sociedade: os seus excrementos. Foi como se esta lle devolvese, regurxitados en forma de marea negra, tódolos desaires, tódolos desdéns, tódalas imprecacións e tódolos insultos que il lle guindara á cara.
Porque Man "non se suicidou nun ataque de tolemia, pola anguria de non acha-lo lugar do ser humano. Máis ben viña de achalo, e de descubrir qué era e quén era il mesmo, cando a conciencia xeral da sociedade, para castigalo por afastarse dela, suicidouno. Así se introduciu no seu corpo esta sociedade absolta, consagrada, santificada e posuída, borrando nil a conciencia sobrenatural que viña de adquirir, e igual ca unha inundación de corvos negros nas fibras da súa árbore interna, asolagouno nunha última ondada, e, ocupando o seu lugar, matouno."
Así, desa maneira tan funesta, cumpriuse a lóxica terrible que o propio Man explicara diante dunha cámara de televisión, aseverando que, se alguén pretendía destruí-las súas obras, primeiro habería de matalo a il. E, así "como houbo feitizos unánimes" para acabar con "algúns iluminados superiores cuxas facultades de adiviñación amolaban" ós conspiradores, elementos como "Baudelaire, Edgar Poe, Gerard de Nerval, Nietzsche, Kirkegaard, Hölderlin, Coleridge", Van Gogh ou o propio Artaud, aquil mes de decembro do 2002 deu a impresión de que a parte do mundo que nos rexe, esa que está verdadeiramente enferma, artellara un plan maquiavélico para facer de Manfred Gnädinger, o Home de Camelle, outro suicidado pola sociedade.
*O escritor de Maracaibo Xoán Abeleira (os lectores tamén o poden coñecer como Juan Abeleira se leron "Umbral del centinela", Olifante, ou "Identidades" en Hiperión, entre outros títulos en castelán), está a piques de publicar un libro de textos poéticos e reflexivos e de fotografía súas sobre "Man, o alemán de Camelle", que chegou a ter un auténtico e vivido museo mariño no pobo do concello de Camariñas. Recollo aquí unha fermosa foto de Eva Sala. Xan, autor do poemario "Animais Animais", que le publicou o inmenso amigo e vate que é Miguel Anxo Fernán Vello, publica todas as semanas un artigo en "La Opinión" de A Coruña. Estes días apareceu este que é o derradeiro capítulo do seu libro. Sen decirlle nada a Xan Abeleira, póñoo aquí porque é ben fermoso e suxestivo. Este artigo é, no fundo, o regalo de Reis que me envía Xan, que tivo e ten sempre xestos de moito cariño conmigo e coa miña familia. Cando se rodou "La buena vida" de David Trueba ofreceunos a súa casa enmeigada, chea de elementos orientais e de poesía do coñecemento, poesía mística e simbólica. Fon uns días ben fermosos: mentres Daniel rodaba cos seus amigos Jonás Groucho, Fernando Ramallo e Lucía Jiménez (fíxenlle, por certo, unha vasta colección de fotos), Aloma e eu íamos a ver exposicións: El Prado, Thyssen, Reina Sofía....
DOS POETAS: MARINA Y ANNA

¡Oh musa del llanto, la más bella de las musas!
Oh loca criatura del infierno y de la noche blanca.
Tú envías sobre Rusia tus sombrías tormentas
Y tu puro lamento nos traspasa como flecha.
Nos empujamos y un sordo ah
De mil bocas te jura fidelidad, Anna
Ajmátova. Tu nombre, hondo suspiro,
Cae en es hondo abismo que carece de nombre.
Pisar la tierra misma que tú pisas, bajo tu mismo cielo;
Llevamos una corona.
Y aquél a que a muerte hieres a tu paso
Yace inmortal en su lecho de muerte.
Sobre esta ciudad que canta brillan cúpulas,
Y el vagabundo ciego canta loas al Señor…
Y yo, yo te ofrezco mi ciudad con sus campanas,
Ajmátova, y con ella te doy mi corazón.
Círculo de Lectores publica “El canto y la ceniza”, una antología poética de Anna Ajmátova y Marina Tsvetáieva, que han traducido y seleccionado Monika Zgustova, novelista y magnífica traductora de Bohumil Hrabal, y la poeta Olvido García Valdés. Copio un poema de Marina Tsvetáieva a Anna Ajmátova de 1916, que aparece en la foto.
HISTORIA DE TRES CAMARADAS

Mi gran amigo Jorge Sanmartín, seis años largos, me escribe desde Malta. Envía una preciosa postal del fuerte de St. Angelo que se recorta como una península o una lengua de piedra en el mar. Jorge, que ha enseñado a jugar al fútbol en los últimos tiempos a su padre, el poeta y dietarista Fernando Sanmartín, es un enamorado de las sirenas, algo que nos une. Me dice: “Estoi en Malta, aun no he visto sirenas. Jorge”. Y en letra diminuta, su progenitor añade: “De Jorge Sanmartín. Desde Malta, antes de subir a un barco para llegar a Trípoli”. Parece evidente que Jorge, además de buscar sirenas y los primeros recuerdos de mujeres enigmáticas, va a seguir la afición de su padre: viajar, recordar la belleza y las sensaciones, y escribir luego. Contar la vida a lomos del viento. Gracias, Jorge, conquistador de sirenas.
Mariano Gistaín concluye una sesión vespertina de tertulia en el Babel y me llama. Hace días que no nos vemos. Lo nuestro es un amor imposible, un amor mitigado por algunos e-mail y algún sms, suyos, claro. Ya es de noche, ya es hora de estar en casa, pero paseamos por la plaza de Los Sitios. El cielo, blancuzco y añil, asoma entre los edificios. Las muchachas improvisan tertulias y una cena sobre los bancos del parque. Limpian con sus culos una llovizna fría. Se desata dentro de mis ojos y de mi cerebro una nostalgia por las alegres noches de la adolescencia entre tantas novias imposibles. Corretean algunos perros. Me encanta el paseo, charlar de nada (o hablar del hecho de que el 25 % del presupuesto de Aragón no pase por ningún control parlamentario: la democracia en ocasiones espanta, y un aire sutil y endiablado de franquismo se instala en la gestión diaria), oír a Mariano y sus proyectos de un diario en internet, habla de “Actualización Compulsiva”. Siempre va tres kilómetros de lucidez por delante. Siempre me ha intrigado por qué Mariano no ha sido asesor o colaborador o galanteador de ideas de ningún cargo público de esta Comunidad a lo largo de estos 25 años: cómo ama el periodismo, cómo ama la ciudad y su crecimiento, los matices que la enriquecen cada día, los personajes, cómo genera proyectos sin parar con un vendaval de ternura. Es un hombre alerta, vertiginoso desde el teclado, con ademanes de despistado que parece huraño. Que una Comunidad no haya sabido descubrir y reconocer su talento y ponerlo en acción da, para mí, una medida de un cierto fracaso. Mariano Gistaín es la antisecta. Es un genio dulce que a veces, cuando el Ebro se queda sin nadie en su orilla, tiene la fatalidad de considerarse poca cosa…
Javier Delgado ama el Parque Grande casi como a sí mismo. Lo ha estudiado, lo ha recorrido, ha hecho inventarios de sus monumentos, de su flora, de los pasos y las huellas del viento en la floresta cuando se avecina la noche. Javier Delgado es un poeta en desbandada: en íntima retirada a sus jardines cercanos. Y es también un apasionado hombre de gestos. Se opone a que el Rastro se instale en el Parque Grande, que debía ser el ombligo alegre, el oxígeno más cordial y puro de la ciudad, el refugio de lo cotidiano y lo sublime de nuestro existir. Si pienso un momento en mi vida en Zaragoza, el Parque Grande ocupa muchos días, muchas horas. Fue lugar de citas, de paseos, de huidas, de algunos placeres. He hecho unos cientos de kilómetros a su alrededor, he jugado al fútbol con mis hijos, los he enseñado a montar en bicicleta, he paseado bajo las magnolias, he soñado una y mil veces en el Jardín de Invierno o en el Paseo de los Bearneses, he escuchado a cantantes que veneraba: Camarón, Lluis Llach, Paco Ibáñez, Amancio Prada, hasta oí a Alberti y Nuria Espert, a Gwendal… Javier ha hecho correr un río de sms contra la pálida y perezosa decisión de Juan Alberto Belloch. Y ha amenazado con ponerse en huelga de hambre. Javier Delgado, que andaba abatido y que creía que toda su carrera de boxeador con ángel en la política y en la cultura ciudadana había servido de poco, ha encontrado un motivo, un pretexto, una razón: es la hora del combate de nuevo. Y él, con una fortaleza atrapada al vuelo, alza su voz en el cierzo en vísperas de Reyes. Como un personaje de Shakespeare.
*Tomo esta foto de una web del Ayuntamiento. Dice que es de 1996, y lleva entre paréntesis el nombre de Abilio Lope. ¿Es el fotógrafo o será este paseante bajo el delicioso sol?
DÍA DE REYES: MIQUEL ÁNGEL RIERA, PLA Y OTROS RECUERDOS

En el Día de Reyes siempre recuerdo a mi amigo Miquel Ángel Riera (Manacor, 1930- Palma, 1996): aquel escritor mallorquín, autor de un libro espléndido como “Isla Flaubert” o de un poemario como “El pis de la badia”, con quien solía encontrarme en Barcelona tal día como hoy. Paseábamos por el barrio Gótico, comíamos escalibada y pescado con su mujer, Roser, pura elegancia y amparo de diosa, y hablábamos de todo: de Tommaso de Lampedusa, que era uno de sus dioses y soñaba con volver a visitar su universo y a releer “El Gatopardo”, de Thomas Mann, otra de sus referencias, y de Virginia Woolf, a la que releía una y otra vez con auténtica delectación. Miquel Ángel, creo que en un día de Reyes, tuvo un acto de cortesía máxima: quedamos en su hotel una mañana con tiempo por delante y le invité a hacer una traducción oral e improvisada de ese libro, “El pis de la badia”, que mereció al menos dos ediciones, la segunda tenía algo de reescritura, de última destilación de una intimidad trabajada beso a beso. Comprobé que existía el piso de la bahía: era su refugio en Palma ante el mar y el castillo alzado en el aire y en el roquedal, era su refugio de amor, de tertulia, de confidencias con Roser. Estaba bellamente decorado, tenía cuadros preciosos y parecía habitado por un aire especial: sereno y dulce, navegado de pasión, de sueños, de poesía. He extraviado su voz en uno de los traslados, pero hacia finales de febrero voy a mudarme de casa de nuevo y seguro que encuentro esa cita, sus comentarios, sus apostillas a un libro de absoluta madurez poética, una suerte de autobiografía de amor en la línea de Kavafis, un autor al cual releía en vísperas de su muerte. Releía sus biografías y sus versos. Entonces, Patricio Julve le hizo una extensa colección de fotos en blanco y negro. Una vez, Roser, su viuda, me dijo que tenía una de ellas en la mesilla de noche.
Miquel Ángel Riera me decía algo que constituye ya un afán lejano, casi una pesadumbre. “Sueño con abrazarte aquí, en Barcelona, el día que ganes el Premio Nadal”. No tuve tiempo de hacerlo mientras vivió, murió en 1996, apenas un año y medio después de la aparición de “El testamento de amor de Patricio Julve” (Destino, 1195; 2000, tercera edición); no he sabido escribir una novela convencional, de premio, desde que partió hace ya casi una década. Miguel Mena, que no sé si andará hoy por Barcelona como futuro autor de Destino (su magnífica novela “Días sin tregua” aparecerá en mayo), me dijo que deseaba lo mismo, que soñaba lo mismo para mí. Ahora, que he descubierto mi nulo talento para la novela, sospecho, sé que antes de cinco años el Premio Nadal recaerá en él. Ya tiene muy avanzada una nueva novela. Ese día yo seré muy feliz: Miguel Mena empezó en este oficio algo más tarde que yo, pero ha llegado mucho más lejos, y lo miro con absoluta admiración y cariño, con la complicidad inalterable hacia el amigo al que ves poco y quieres siempre. El oficio de novelista precisa de la constancia y de la vocación absoluta de narrador ordenado de Miguel o de Martínez de Pisón, dos ejemplos que miro con creciente respeto. Y quizá Miguel Ángel Riera también se alegre en su cielo ese día, en aquel cielo que anticipó en un libro como “Los dioses inaccesibles”, la novela que yo le traduje para Destino cuando vivía en Urrea de Gaén.
Hoy se entrega el Nadal y se rinde homenaje a un gran escritor vinculado con Destino: Josep Pla, uno de mis escritores de referencia, una de las guías de estas páginas, sobre todo a través de un libro definitivo y grandioso como “El cuaderno gris”. Me da pena no estar ahí, pero me resarciré muy pronto: en febrero asistiré al fallo del Premio Biblioteca Breve. Esa criatura maravillosa y delicada que es Nahir Gutiérrez, madre por partida doble y excelente bailarina, bailarina maravillosa ante la cámara fotográfica de Patricia Vargas Llosa en los tiempos de Tusquets en un velador de jardín encantado, me llama e insiste siempre con uno, dos o tres meses de antelación para que vaya. Siempre he encontrado una razón para no asistir, una razón que fuese una coartada para mi timidez, para mi temor a esos lugares, una esquiva razón más fuerte que mi vanidad. Pero este año ya le he dicho que voy a ir. Hace ya demasiados meses que no estoy en Barcelona y es una de mis ciudades favoritas; he sido demasiadas veces huraño con alguien que insiste en quererte casi con dulcísima ostentación. Los autores, aunque seamos periodistas en declive, somos un material incontrolablemente vulnerable: como ha dicho Mario Muchnik con alguna acritud lo cambiamos casi todo, hasta los títulos, por un poco de cariño verdadero de los editores. Son ellos los primeros que creen en nosotros, que casi nunca creemos del todo, o creemos con una dolorosa incertidumbre. [Recuerdo que este año los VII Encuentros Literarios de Albarracín, que se celebrarán del 11 al 14 de mayo girarán en torno a la edición en España, y ya ha confirmado su asistencia Jaume Vallcorba de El Acantilado. Y también Ricardo Vila, en su doble condición de editor y autor. Estoy ultimando el programa: quiero que venga editores de todo el país, y sobre todo de editoriales pequeñas, quiero que vengan ilustradores, maquetistas, libreros y distribuidores, y escritores que hablen de su relación con los editores, en España y en el extranjero]. La última vez que estuve en Barcelona vi, nada menos, la obra fotográfica de Robert Frank. Y hablé de Cervantes y Aragón con la presencia de gente espléndida: Cruz Barrio, Luis Esteve o, entre otros, Ánchel Conte, que hizo una muy bella y generosa presentación.
RESULTADOS DEL DÍA DE REYES: JORGE GANA; DIEGO PIERDE

Hemos tenido que levantarnos muy temprano. Tocó a diana a las siete y media de la mañana. Jorge, con el San Gregorio, en la máxima categoría de infantil, se enfrentaba al Pablo Iglesias, algo más abajo en la clasificación. Niebla y frío cortante. El equipo rojillo entró pronto en el partido, y se colocó tres cero, con un gol de Jorge. Al final, el San Gregorio, venció por 4-1 en un partido con muchas ocasiones. Marcaron Adrián, un golazo desde lejos, y dos Víctor Domingo, que fue observado por un ojeador del Villarreal. Realizó un excelente partido: posee potencia y poderío, rapidez, disparo, ejecuta bellamente los movimientos, y cabecea con mucha intención. Jorge realizó varias bonitas jugadas: dos pases impecables al primer golpe, casi por sorpresa, una internada hasta el fondo y el gol, que le regaló Víctor Domingo. Jorge realizó un buen partido: creó peligro, tuvo presencia, combinó bien y se sumó al ataque siempre. Olisqueó un remate de cabeza en la boca de gol, que desvió al final el arquero. Jorge está en línea ascendente en los últimos partidos: éste es su tercer gol. Por cierto, acudió al córner, reclamó la llegada de sus compañeros y lo celebró allí; entonces, dijo que se lo dedicaba a su hermana Sara de siete años. Era su personal regalo de Reyes. [A Jorge los Reyes le han traído el álbum de "The Joshua tree" de U2; un par de chándales Boomerang, unas botas de fútbol Adidas, y ya van allá más de media docena, y un Diccionario del Western, de Electa; lo vio y descubrió un error cometido con la filmografía de Maureen O'Hara. Va a enviar un e-amil con correcciones a la sección de Random House en España. A Sara, entre otras cosas, le han regalado un disco de Hillary Duff, el novio de la bratz Cloe y un reloj de pulsera, repleto de colorido, de los de verdad].
Diego jugaba en el campo del Ebro, que va de líder en cadetes. Se echó el equipo a la espalda, pero los rojillos perdieron ante los arlequinados por 8-4. Diego realizó un buen partido: de control y derroche, correteó muchos kilómetros, de pugna y personalidad, y llegó arriba desde la posición de medio centro armador. El equipo añoró a Rubén, sancionado, al central Toño y a Hugo, que se quedó en el pueblo, aunque los chicos del Ebro ganaron con claridad. Tienen varios jugadores de mucho nivel: un libre elegante que sabe conducir y extraer el balón jugado desde atrás; un mediocampista grandón y con apariencia de fondón que controla muy bien el balón, orienta bien el desarrollo del choque, y ha sido sido seguido por el Villarreal, y un ariete rapídisimo. [A Diego los Reyes le han regalado dos chándales también, un cómic, un dvd de la última gira de U2 y unas botas de fútbol Adidas].
*La foto de Diego es de Mariano Gistaín; corresponde al choque entre el San Gregorio y el Fleta, el equipo que puja por el liderato con el Ebro, que se mantiene arriba una semana más tras la victoria por 8-4.
JAVIER RUIBAL CANTA HOY Y MAÑANA EN EL TEATRO DEL MERCADO

EL ARREBATADO AMOR, SEGÚN JAVIER RUIBAL*
El cantante gaditano, actúa esta noche y mañana, a las nueve, en el Teatro del Mercado, donde presentará su disco “Lo que me dice tu boca” y una selección de sus canciones.Javier Ruibal (Puerto de Santa María, Cádiz, 1954) es uno de los cantantes y compositores más elogiados por sus compañeros. Es, en cierto modo, el “cantautor de los cantautores” por su personal música que abraza ritmos andaluces, todos los palos del flamenco, y árabes, sonidos del jazz y de Brasil, ecos africanos, sefardíes y latinoamericanos, caribeños (él habla de “la furia del dios Caribe”) y cubanos. Su forma de interpretar ha sido calificada como “apasionada y exuberante”, tan exuberante como la magia erótica de sus textos, tan apasionada como ciertas música de baile. Javier Ruibal acaba de publicar su octavo disco: “Lo que me dice tu boca” (18 Chulos Records), que grabó en dos días de septiembre de 2005 en la sala Galileo Galilei y que incluye también un DVD. La producción es de Javier López de Guereña.
Javier Ruibal (Puerto de Santa María, Cádiz, 1954) es uno de los cantantes y compositores más elogiados por sus compañeros. Es, en cierto modo, el “cantautor de los cantautores” por su personal música que abraza ritmos andaluces, todos los palos del flamenco, y árabes, sonidos del jazz y de Brasil, ecos africanos, sefardíes y latinoamericanos, caribeños (él habla de “la furia del dios Caribe”) y cubanos. Su forma de interpretar ha sido calificada como “apasionada y exuberante”, tan exuberante como la magia erótica de sus textos, tan apasionada como ciertas música de baile. Javier Ruibal acaba de publicar su octavo disco: “Lo que me dice tu boca” (18 Chulos Records), que grabó en dos días de septiembre de 2005 en la sala Galileo Galilei y que incluye también un DVD. La producción es de Javier López de Guereña.“Con este disco he querido romper una especie de maleficio: la gente piensa que los discos se hacen un laboratorio de sonido. Quería recuperar la esencia de nuestro oficio: hacemos canciones y subimos a un escenario, y es ahí donde convocamos al público, donde ponemos el apasionamiento, la intensidad, donde nos desnudamos por entero. No es lo mismo estar oyendo por un auricular lo que estás cantando, con el retorno y todo eso, que esto. Y yo me alegro mucho de haber vuelto a grabar en directo. No lo había hecho desde 1994 con ‘Pasión Triana”, dice Javier Ruibal. Y explica que muchas de estas canciones no las había grabado nunca en un disco, apenas las cantaba, aunque hay otras muy famosas como “Habana mía” o “Bendito veneno”, escrita al alimón con Joaquín Sabana. Algunas fueron concebidas para programas de televisión, como “Los ratones coloraos” de Jesús Quintero; otras para documentales y espectáculos de flamenco como “Contrabandista” (que canta en la peligrosa noche: “Me llevo tu nombre escrito // por los montes de la luna // cómo puede ser delito // en este mundo maldito // quererte como a ninguna”); otras como “Atunes en el paraíso” para la película “Atún y chocolate”de Pablo Carbonell.
El tema general del disco, como casi siempre en la obra de Ruibal, es el amor, salvo la graciosa canción “Fugitivos del Hamelin. Los ratones coloraos”. El amor complejo y plural, encerrado en un puñado de variaciones, donde hay tiempo para contar historias trágicas, para la confidencia, para elogiar una ciudad o varias, para narrar los amores de Picasso (“el divino impertinente”, al cual también le dedica otra pieza muy juguetona) y Françoise Gilot, o para armar atmósferas que parecen cocinadas en la imaginación de García Lorca, el poeta que más admira el gaditano. Más que del amor mismo, habla de la fascinación que ejerce el cuerpo de la mujer, de su belleza cimbreante y de su gracia, siempre con un trasfondo muy narrativo e irónico. “Existe esa fascinación desde luego, ese cántico. Hablo de mujeres que pasan por la vida de uno, a las que a veces puedes alcanzar, con las que a menudo sólo sueñas una aproximación. Escribo de emociones y sueños, aunque no llegues a las caricias ni al contacto real, pero me contento con haber vivido esa sensación. Por eso, las mías son más bien canciones arrebatadas, canciones para eternos amantes o no tan eternos que aspiran a algo más definitivo”. Canciones que dicen, por ejemplo: “A favor de tu piel // que aprendí mejor que la mía, // llené mi cuerpo // con tu geografía”. Los 16 temas del álbum son de Javier Ruibal, salvo uno que escribió con Joaquín Sabina, un confeso admirador de su trayectoria.
“En lo estrictamente musical, ha habido algunos cambios. Hay bulerías de Cádiz, pasodobles, el mundo sonoro de Andalucía, pero no sé por qué razón veo que me he inclinado más por el universo latinoamericano. Siempre me gusta experimentar, juntar sonoridades, abrirme a nuevas sensibilidades. Utilizo mucho más la mandolina y la guitarra española, y también las guitarras eléctricas, pero no ha sido preconcebido, ha salido así. Yo compongo, busco un paisaje sonoro, fabrico mi propio reino de la imaginación y también de la musicalidad”. Javier Ruibal va a grabar con un cantante senegalés un disco con canciones de aquí y de allá, fábulas infantiles, y hace poco iniciaba la gira que lo trae a Zaragoza, al Teatro del Mercado, el siete, hoy y ocho de enero de 2006. Admira a Paco de Lucía, a Carmen París, que ha grabado una de sus mejores canciones, “Ave del paraíso”, a Dulce Pontes y a Pat Metheny, el autor de “American Garage”. Entre los artistas, destaca la trayectoria de Santiago Calatrava. Sueña con escribir una novela.
*Esta noche y mañana, a las nueve de la noche, Javier Ruibal ofrece dos conciertos en el Teatro del Mercado, donde presentará su disco “Lo que queda de tu boca”, que también tiene un estupendo DVD. A Javier Ruibal, que ha pasado estos días en Irún con Pilar, su mujer, lo acompañarán el guitarrista Tito Alcedo (guitarra española, laúd árabe y mandola) y su hijo Javi Ruibal (percusión). Acabo de comprar dos entradas, a las doce, para esta noche, a quince euros la localidad, y quedaban 43 para la sesión de esta noche. Y algunas más para mañana. Los directos de Javier son espléndidos. Quienes lo hayan visto en Sos del Rey Católico sabrán que no miento. [Este texto apareció en “Heraldo” y en el blog el pasado mes de diciembre. La foto, con Jorge Drexler, es de Sito Ortega].
EDUARDO LAGO, PREMIO NADAL

Eduardo Lago (Madrid, 1954; no sé por qué siempre había pensado que era gallego; un apellido muy frecuente en mi infancia en Santa Mariña de Lañas y alrededores era Lago) ganó el Premio Nadal, que recuperó su inclinación por las apuestas literarias que hacía en el pasado. Eduardo Lago, al que he leído mucho en la revista de “Libros”, que dirige Álvaro Delgado y coordina la estupenda poeta Amalia Iglesias, venció con “Llámame Brooklyn”, una novela dentro de una novela, según las agencias. El jurado valoró la novela como “una historia de amor, amistad y soledad” que constituye “un canto al misterio y al poder de la palabra escrita, así como su concepción caleidoscópica, a modo de rompecabezas”. Ha sido calificada ya como “un artefacto insólito en la narrativa española actual”. El argumento cuenta la historia de un periodista del “New York Post” que se entera de que su mejor amigo, Ackerman, ha muerto, y debe recuperar entre los cuadernos que Ackerman dejó en un hotel de Brooklyn una novela a medio acabar. Ackerman la escribió con el afán de que llegase a una mujer, a una única lectora: Nadia Orlov, un completo enigma por ahora… Recuerdo a Eduardo Lago como un crítico intenso y atrevido, a veces de sinceridad feroz, con una gran capacidad interpretativa; tengo mucha curiosidad por su novela. Doctor en Literatura por la Universidad de Nueva York, Eduardo Lago da clases en el Sarah Lawrence Collage. El madrileño había ganado en 2002 el premio Bartolomé March por un estudio de tres traducciones españoles del “Ulises” de James Joyce: las de Eduardo Chamorro, José María Valverde, la de Salas Subirats para Rueda… Y además ha traducido a la poeta y narradora Silvia Plath, a Henry James, a John Barth, a Junot Diaz y a Christopher Isherwood, entre otros.
La finalista fue Marta Sanz (Madrid, 1967) con su novela “Susana y los viejos”, una novela coral sobre amores y desamores… Es autora de libros como “El frío”, “Lenguas muertas”, “Los mejores tiempos” (Premio Ojo Crítico, 2001) y “Animales domésticos”. Lluis Maria Todó ganó el premio Josep Pla con “El mal francés”, traductor y autor de una docena de novelas. Aquí, Lago y Marta Sanz posan ante el escritor malagueño Antonio Soler.
NOTA. [El gran diseñador Fernando Lasheras me envía una amabilísimo recordartorio: Eduardo Lago publicó en Prames, en el año 2000, un libro titulado "Cuaderno de México", de 105 páginas, un volumen ya revelador que se me había pasado por alto. Gracias a Fernando y gracias a Prames por su visión].
EL CANTOR EN LA NOCHE DE LA ALHAMBRA

Gran fiesta de la música y de la sensibilidad en el Teatro del Mercado. Él, Javier Ruibal, mismo se quedó sorprendido de que la gente conociese sus canciones, de que fuese capaz de improvisarse un coro con algunos temas. Empezó tal vez algo frío, temeroso, hacía 17 años que no cantaba en Zaragoza; comenzó con “La reina de África” y “El Ave del paraíso”, y pronto, muy pronto, se metió al público en el bolsillo y en el alma. Fue uno de esos conciertos emocionantes, pleno de entrega y de belleza, que se te quedan en la memoria: con swing, con sonidos aflamencados y negros, con ecos mediterráneos, con impacto árabe. Ruibal, con su hijo Javi Ruibal (un espléndido percusionista: él es capaz de llenar de sonidos y de ritmo la sala) y el maestro Tito Alcedo a la guitarra, culminó un concierto excelente. Así me lo dijo un profesor del Instituto Elaios. “Es el concierto más impresionante al que he asistido en años”, señaló. A mi lado, Carmen Gascón lloró lágrimas gruesas cuando atacó “Los náufragos del Sahara”. Y se rio cuando cantó las dos canciones de Picasso que escribió para Diego el Cigala. Tocó más de media docena de temas de su nuevo disco, entre ellos “Los ratones coloraos”. Ruibal regaló tres bises y se despidió cantando sin micrófono, o únicamente con el micrófono cosido a su guitarra. En ese momento, barbado y transido, parecía el trovador que entonaba el desesperado canto de amor en la noche mágica de la Alhambra. Él ya lo ha dicho muy bien, de otro modo: "¡Cómo no va a haber una mujer ocupando lo mejor del paisaje!".
LA NIÑEZ ENCANTADA DE LUIS FRANCO EN BERGE

Ese coleccionista de amigos memorables que es Félix Romeo, que frisa los 38 con extrema delgadez, convoca un encuentro nocturno urgente para celebrar que el jueves cumple años. Su casa, como la de Pepe Melero pero con otro orden, es como una gran biblioteca: libros por aquí y por allá, libros de todo, libros de lo inesperado, libros leídos y devorados, libros que definen al erudito que agigantó su curiosidad en Madrid, libros con las páginas dobladas, que es lo que más le gusta a Félix, arrugados en el lomo, con indicadores improvisados y máculas en las propias páginas. Había muchos, muchísimos amigos, al calor de los anfitriones Félix y Cristina, Cristina y Félix. Vino, licores, cafés, pastas, crema de garbanzos, quesos de todos los tipos. Ya en el rellano de la casa retumbaban las voces del segundo izquierda. No voy a hacer inventario de la gente que estaba –sobre todo ahora que uno descubre que hacer inventarios urgentes es lo más difícil del mundo, y lo que más excita algún enojo; por ejemplo, quizá fuese Ismael Grasa quien me recordó que entre la nuevas editoriales nos habíamos olvidado de Chorrito de Plata de Enrique Bunbury, donde han publicado Sergio Algora y Octavio Gómez-, pero sí me hizo mucha gracia algo que reveló el arquitecto Luis Franco, que es seguidor de este blog y en especial de algunas notas de fútbol, a él que no le gusta en exceso el fútbol: su padre era de Berge (al lado de Alcorisa, Molinos y Ejulve), y allí ha pasado imborrables momentos de su niñez, momentos que están inscritos en un aroma de leyenda. Los montes y las pardinas, las parideras, las colinas a lo lejos, las montañas, y sobre todo el pantano de Gallipuén, todo eso llena aún ahora de fábulas su magín. Yo he escrito de gallinas fantásticas en Gallipuén y de una sirena que se asoma en algunas neblinosas noches cuando el cielo se enturbia y se atasca de luna. Le conté a Luis Franco que, durante los veranos que hemos pasado en Ejulve, donde se hicieron novios los padres de Carmen Gascón, vamos siempre a la piscina de Berge. A la piscina y al campo de fútbol sala y frontón, que está rodeado de campo y, sobre todo, de viñedos.
Por cierto, Luis Franco y Mariano Pemán están haciendo el nuevo Centro de Salud de Calanda, que no está muy lejos de Berge. Y Calanda también tiene un pantano con sirenas.
VIDA, ARTE Y MUSICALES DEL TROMPETISTA MARIANO ABADÍAS

ENTREVISTA CON EL MÚSICO ASENTADO EN VIENA
[Mariano Abadías López (Pedrola, Zaragoza, 1935) es trompetista y estudioso de su instrumento. Durante más de treinta años ha desarrollado su trabajo en la Orquesta Teatral Estatal de Viena, y ha sido profesor del Conservatorio Estatal de Viena. En 1994, en uno de sus retornos a España, impartió un Curso de Trompeta con el Conservatorio Superior de Zaragoza. Ha tocado música clásica y numerosos musicales como “Cats”, 3.490 representaciones, o “El baile de los vampiros”, ante el propio Roman Polanski. Ha pasado las navidades en Zaragoza con su discípulo Carlos Roldán, profesor de música, trompetista y director de la Banda Musical de Garrapinillos y de Miralbueno.]
¿Qué le parece si viajamos un poco por su biografía?
-De acuerdo. Nací en Pedrola en 1935. Mi padre era militar del ejército republicano y mis padres vivían en Madrid, pero como mi madre era de Pedrola quiso que yo naciese aquí, en casa de mis abuelos maternos. Estuve en Madrid mis primeros años, hasta que Franco arrojó aquel pan duro…
-¿A qué se refiere?
-El ejército de Franco acabó ocupando Madrid, y uno de los anuncios de esa ocupación lo hizo bombardeando pan duro desde los aviones. Piense que hasta entonces las habíamos pasado canutas, y ése era su gesto: ya viene la abundancia. Yo descubrí que carecía de dientes, por lo mal alimentado que había estado, por la falta de leche, sobre todo, y no pude comer. Al perder Madrid, mis padres se vinieron aquí a Pedrola e iniciaron una nueva vida. Y en Pedrola empecé a tocar la trompeta.
-¿No hostigaron a su padre por su pasado republicano?
-Yo creo que jamás le reprocharon nada. Aquí se empleó de sastre, que era su verdadero oficio. Trabajaba en casa, hacía trajes a medida. Mi madre y yo lo ayudábamos a coser.
-¿Por qué eligió la trompeta?
-Empecé a tocar la trompeta con siete años. La había visto en la pequeña banda de Pedrola y me llamó la atención. Aprendí una pieza que se llamaba “María Dolores” y ensayaba una vez a la semana. El director de la banda me enseñaba solfeo y piano también; me decía que el piano era muy importante para aprender a tocar todos los instrumentos.
-¿Se atrevería a definir el sonido de la trompeta?
-La trompeta suena con el viento. El profesor me decía que oyese el sonido y que sintiese el aire que salía de mis pulmones. El resultado de ese aire es esa música tan peculiar. La trompeta era el instrumento de los Reyes, de las grandes ocasiones; cuando alguien hacía sonar una trompeta, estaba anunciando que pasaba algo importante o que iba a pasar. Cuanto más claros eran los sonidos, más atención prestaba la gente. La trompeta tiene un sonido metálico y solemne, sagrado en cierta forma. Juan Sebastián Bach escribió siempre misas y oratorios de Navidad para las trompetas altas.
-Sigamos con su evolución. De Pedrola a Zaragoza…
-Sí. Hacia 1950 entré en la Academia General Militar con la idea de aprender un oficio. Estudié música con Arturo Villar, que era trompetista en la Orquesta Sinfónica de Zaragoza que dirigía Dimitry Berberoff, un director que tenía un gran éxito en la ciudad con sus melenas al viento. Empecé a prepararme para obtener el diploma en el Conservatorio de Zaragoza, aunque lo obtuve finalmente en San Sebastián, donde estudié con Jaime Gurruchaga. Con él aprendí, además, piano y acordeón.
-He leído que su carrera de solista se desarrolló, inicialmente, en Madrid.
-Me marché en 1953. Y allí trabajé con Vladimiro Bass, especializado en jazz, que siempre me ha interesado mucho; y con Arturo Fornier, conocido como “El Raspa”, que hacía por entonces prácticamente todos los programas de televisión. Al poco tiempo, inicié una gira con la orquesta del italiano Franco Davis por Oriente Medio.
-¿Qué tipo de orquesta era?
-Era una orquesta de baile. Franco Davis era el cantante. Realizamos una gira extensa por diversos países: Líbano, Siria, Persia, Jordania. Recuerdo que en Teherán vivíamos al lado del palacio del Sha y de repente nos llamaban por la mañana porque quería oír música en directo; le gustaba mucho la música italiana. Le encantaba una pieza que se titulaba, creo recordar, “Oh Mustafá”. Entonces vi a Soraya, pero apenas hablamos. Luego estuvimos varios meses en Beirut y también en Amán, donde tocamos para Hussein de Jordania. Más tarde, firmé un contrato con la orquesta francesa de Mario Lives, y eso me permitió trasladarme a París.
-¿Qué ocurrió allí?
-Estudié y toqué prácticamente desde 1960 a 1968 con el profesor Pisctiereu. Fue una época especial para mí, que me llevó a reflexionar y teorizar sobre mi propio instrumento. Pisctiereu me enseñó una nueva forma de tocar, me enseñó psicología y pedagogía del instrumento. Me enseñó a no ser esclavo de la trompeta. Y me orientó para que no apretase la trompeta, de hecho la colocaba sobre una madera. Me enseñó a tocar sin apretar el cuerpo, y me enseñó a soplar: a concentrar en un punto la fuerza de los músculos que produce una aerodinámica especial: el aire suena ya.
-¿Qué pasó luego?
-Trabajé en distintas ciudades con importantes profesores: en Copenhague con Kund Hovaldt, trompetista de la Orquesta Sinfónica de Escandinavia, y en Ginebra con Michel Cuvit, solista de la Orquesta de la Suisse Romande. Pero yo no estaba satisfecho de mí mismo, quería tocar siempre mejor e inicié un libro teórico que arranca de esta premisa: “En el subsconciente está el principio de todo lo que se aprende”. Y por entonces, a finales de los años 60, en el festival de jazz de Montreux me oyó tocar el vibráfono y músico de jazz Bill Graht, y se entusiasmó conmigo. Aquella noche hablamos, comimos sin parar, bebimos, y al final me dijo: “Tiene que venir usted a Viena tocar en mi orquesta”.
-Así que aquí está la clave de su residencia en Viena.
-Desde luego. Al cabo de un tiempo recibí una carta oficial de la Orquesta Estatal Teatral de Viena, gané la oposición y allí he permanecido desde septiembre de 1970 hasta septiembre de 2002.
-¿En qué ha consistido su trabajo?
-He sido integrante de la orquesta y solista, y profesor de conservatorio desde 1975 a 1988. He tocado la trompeta, la trompeta picolo y el flisscorno en algunos miles de conciertos y en musicales como “El baile de los vampiros”, en una ocasión asistió el propio Roman Polanski a la función, “Cats” de Andrew Weber (hemos contabilizado 3.490 funciones), “Chicago”, “La bella y la bestia”, “Jesucristo Superstar”. Solíamos hacer alrededor de 320 conciertos al año, a veces ocho o nueve a la semana. Con el paso del tiempo, actué como solista en la orquesta. Ahora, felizmente, soy un músico jubilado que no se aburre en absoluto: me interesa la parapsicología, el esoterismo, los fenómenos misteriosos. Soy una persona muy curiosa.
-¿Quién es su compositor favorito?
-Juan Sebastián Bach. Es el dios de la música. Mejor, rectifico: cuando uno oye su música, tiene la sensación de que acude al lado de Dios o de lo divino. Cuando se oye su música se empieza a creer que existe un más allá. Luego estarían Beethoven, Schubert, Brahms, Mahler. Y Wolfgang Amadeus Mozart, del cual ya estamos un poco atragantados en Viena antes de que empiece el año del 250 aniversario de su nacimiento.
-¿Cómo definiría Viena?
-Es una ciudad maravillosa. Es el jardín de la cultura en Europa y en el mundo. Es tranquila, relativamente segura. Soy feliz allí. Me encanta volver, pasear por Zaragoza, encontrarme con mi amigo Carlos Roldán, pero mi mentalidad ha cambiado y yo ahora tendría problemas de adaptación a la vida española.
-¿Quiénes son sus trompetistas preferidos?
En mi juventud lo fueron Clifford Brown, Chet Baker y Maurice André, que ha revolucionado la trompeta en la música clásica.
NACHO ESCUIN CONVERSA CON DANIEL GASCÓN Y J. J. ORDOVÁS

El poeta y director del sello Eclipsados, Nacho Escuín, es el coordinador y conductor del encuentro literario “El reto del segundo libro”, en el que participarán los escritores Daniel Gascón y Julio José Ordovás. El acto tendrá lugar a las 19.30 horas en la FNAC.
El crítico y narrador publicó primero “Días sin día” (Xordica, 2005), un diario personal no siempre intimista, y ahora “Frente al cierzo” (BArC), un libro de viajes por distintas ciudades aragonesas, un viaje en autobús en su mayor parte redactado a su modo: con literatura, con ironía, con glosa a otros viajeros previos, con diálogos con los paisanos. El libro lleva bonitas fotos de Ana González.
Daniel Gascón publicó en 2001 su libro de relatos “La edad del pavo” (Xordica), que ha tenido dos ediciones. Y ahora, “El fumador pasivo”, cinco relatos de trasfondo autobiográfico que contienen una mirada nada complaciente al mundo que le toca vivir en la Universidad en Zaragoza, en Norwich, en Castellón, en un viaje de Barcelona a Francia y viceversa.
ENTREVISTA CON LA COMPOSITORA TERESA CATALÁN

[EL ÁLBUM DE TERESA CATALÁN: “Obra de Cámara”. El cedé recoge nueve composiciones, fechadas entre 1986 y 2000. La pieza “Zuhaitz” se basa en textos suyos en euskera; “Poemas humanos”, una pieza para voz y piano, se inspira en César Vallejos, y “Hom fora seny” nace de una elaboración de Teresa Catalán de poemas de Ausiàs March. La acompañan en el disco la soprano Estrella Estévez, el pianista Bartomeu Jaume, y el flautista José María Sáez Ferriz.]
¿Existe una idea general, un estado emocional, una concepción que anime el proyecto? Nos sirve cualquer anécdota, sensación o una reflexión general...
La idea general es la de promocionar la música del siglo XX a través de una colección de discos que llamamos Ars Incognita. Es un viejo proyecto que está tomando cuerpo. Implica necesariamente calidad en la grabación, diseño e información de los contenidos. No hay instituciones ni empresas que se dediquen a estas cosas. La música contemporánea no tiene un mercado significativo, y así las cosas, tiene que ser la ilusión de unos cuantos, adobada con paciencia y altruismo, la que consiga dejar a disposición del público y de la historia, la expresión musical del tiempo que nos toca vivir.
¿Qué diferencia existe entre la obra para cámara y la obra para orquesta?
La obra de cámara es la representación de un desnudo interior. Hay pocos recursos, pocos subterfugios. El compositor frente a sí mismo con las herramientas más sinceras y descaradas. Quizá, el auditor puede comunicar como en una conversación profunda, “entre dos”, con el autor.
¿Podríamos decir de algún modo que la obra de cámara tiene algo de ejercicio de estilo o de conjunto de relatos ante la gran novela que sería la sinfonía?
El reto de la orquesta es abordar la gran forma. Con más medios, más posibilidad de ocupar tiempo, y eso es un problema crucial en la creación. Aquí la escala de las cosas es mayor, más grandilocuente claro, y tanto su manejo como su comprensión requieren otras claves. No sé comparar, pero manejar material completamente abstracto, como hace la música, es un problema que complica mucho las cosas, tanto para abordar el intimismo de la música de cámara como para dominar la ampulosidad de la orquesta.
¿Cómo podríamos definir su música, cómo nace? ¿Qué quiere expresar la compositora?
No soy capaz de definir mi música, como tampoco puedo definirme a mí misma. Aprendemos, cambiamos, pero hay una constante: la necesidad de expresión. Siempre se apela a eso, pero en mi caso es cierto, no es evitar la respuesta. Si soy sincera, es lo único que puedo decir. El tiempo y la técnica moderan esa expresión y tanto la madurez personal como la experiencia creativa van configurando las cosas, así que mi música nace por necesidad y se conforma por experiencia…
Claramente su obra está inscrita en una línea contemporánea. ¿Qué quiere decir eso ahora? Todo el mundo destaca el color de su música, y la inclinación y el cuidado de las armonías...
Mi obra está inscrita en mi tiempo, sin adjetivos. Ya habrá ocasión para calificaciones. Nos falta perspectiva para saber qué es esto que tenemos entre manos, así que mi interés está -más que en cualquier manierismo políticamente correcto-, en el análisis y la crítica del pensamiento y del momento histórico y vital que me toca. El día a día es apasionante. Lo demás, su consecuencia. Sí, todo el mundo habla del color, yo no soy demasiado consciente de ese énfasis, pero sí cuido mucho, muchísimo las armonías. La simultaneidad sonora y su tratamiento es un hallazgo fundamental de nuestra cultura, y entretejerse en esa maraña es un verdadero placer.
Explíquenos un poco qué relación establece el compositor con los instrumentos: el piano (y usted es pianista), la flauta, que tiene aquí una presencia aleteante, espiritual, y la voz.
Cada música nace viva en un instrumento particular, personal e intransferiblemente asignada a su calidad, a su calidez y a sus posibilidades. Y el instrumento hace carne la magia del sonido. El compositor sabe qué, cómo, dónde y con quién. Sin dudas. Forma parte de su bagaje y del dominio del medio, difícil de conseguir, por cierto, pero imprescindible. La técnica, en música, es uno de los graves problemas. Es compleja y difícil.
¿Cuál es la importancia de los intérpretes: Estrella Estévez, Bartomeu Jaime y J. Mº Sáez Ferriz?
Los intérpretes son fundamentales. Sin ellos no hay medio transmisor, todo es virtual. En mi caso, he tenido mucha, muchísima suerte. Los instrumentistas que han trabajado conmigo en este disco son extraordinarios, aunque decir esto parezca una pleitesía protocolaria. Pero no es así, se puede constatar en su trabajo. Mi música es difícil, tanto para comprender su sentido como para su ejecución, y ellos la hacen muy bien, y además encantados. Han trabajado muchísimo y se nota. Para mí es un verdadero privilegio porque esa es mi obra para bien o para mal, enriquecida por el criterio de unos excelentes artistas y profesionales serios.
Incluye aquí textos suyos, de César Vallejo y de Ausiàs March. ¿Desde cuándo escribe, además algo tan simbólico y en vasco, y por qué el poeta peruano?
César Vallejo es uno de mis poetas de cabecera. Creo que injustamente, apenas se le conoce. Pero me encanta. En esa obra, la secuencia muerte-amor es simbólica. La muerte es irremediable, el amor no, es una elección que hacemos a pesar del mal diagnóstico que tiene vivir… Es prodigioso, una fuerza vital fundamental, a pesar de que la muerte acecha… Increíble.
Insisto:¿por qué en vasco?
La letra en vasco es un homenaje a una zona maravillosa de mi Navarra natal: la regata del río Bidasoa. Y efectivamente, hice la letra como homenaje a uno de los lugares que me ha subyugado siempre. El idioma que se habla allá es euskera, que tiene una fonética muy interesante además. Esa es la razón, un doble reto: el homenaje a sus gentes y el reto técnico que impone tratar en música un idioma.
¿Y Ausiàs March, al que tradujo hace algunos años Pere Gimferrer para Alfaguara?
La idea de ir a Ausiàs March es distinta. Quise hacer algo en su idioma, porque tenía un encargo de la Universidad de Valencia, y March me interesaba por razones obvias. El problema es cómo tratar las rimas consonantes… así que me puse manos a la obra, seleccioné miles de versos y, sin retocarlos, construí una nueva historia. La letra de “Hom fora seny”, es por tanto de Ausiàs March, pero me encargué de descontextualizar, de reordenar los versos, hasta conseguir que mi relato tomara forma. Es como si hubiera estado dialogando con March, reflexionando de su mano sobre un tema actual, en el estilo y en el contenido…
Aunque no está de moda hablar de belleza aplicada a la música contemporánea, sino de otros términos (como asonancia, estridencia, quebranto de la melodía, dispersión o eclecticismo), en usted se adivina una voluntad de crear belleza e incluso magia.
Pero, ¿hablar de música no es hablar de belleza y de magia? A mí me interesa poco la moda que impusieron las primeras vanguardias cuando se empeñaron, a la luz de explicaciones complejas, en los interiores matemáticos y técnicos, como si al hacerlo descubriéramos un valor añadido por la dificultad de la cosa y la demostración de inteligencia del autor… La novedad como fin y la complejidad como medio no son absolutamente nada, porque ese marchamo no tiene que ver, más que indirectamente, con el arte.
¿Quiénes son sus referencias, sus hermanos o maestros afines en la música? Se habla una y otra vez de Remacha, González Acilu, Barce, pero podríamos establecer una línea más amplia con Bela Bartok, Maurice Ravel, Oliver Messiaen, Ligetti, Paul Hindemith, Luigi Nono, Shostakovich...
Se menciona siempre en mi historial a los que fueron mis maestros, y lo fueron en sentido real. Fueron generosos y mostraron todo su saber ante mí, lo transmitieron sin engaños, sin trucos, sin reservas… y con ello, además de técnica me enseñaron algo fundamental: el sentido ético que deben tener las cosas si están bien hechas. Eso es impagable. Además, en música, todavía se da el “tronco genealógico”. Quiero decir que si escarbamos un poco, llegamos directamente a los maestros europeos porque los Remacha, Acilu, Barce, han trabajado a su vez con Ligetti, Malipiero, Petrassi, Ghedini (que conoció a Verdi, por ejemplo), etc… y si seguimos podríamos llegar a lugares insospechados. Por tanto, la referencia es incuestionable.
¿Entonces?
En otro orden de cosas, le diré que el modelo musical definitivo para mí, y para casi todos los músicos, es Bach…
La orquesta, compositores, Veruela
Teresa Catalán (Pamplona, 1951) reflexiona sobre algunos temas musicales candentes en Aragón:
La orquesta sinfónica. “Aragón padece los problemas generales, y como es lógico, tiene o crea los propios. El hecho de no tener una orquesta sinfónica estable es increíble. Penoso. Hay que destacar el extraordinario trabajo que está haciendo el Grupo Enigma, pero tengo la impresión que sobrevive más por su entusiasmo que por el reconocimiento institucional. Son generosos. Es difícil comprender la razón por la que no hay una orquesta sinfónica, teniendo referencias claras de un rendimiento extraordinario en otras comunidades con menos potencial. Es un problema que está en el comentario de todos y en la solución de nadie”.
Los compositores. “No creo que Aragón sea consciente de la cantidad y la calidad de compositores jóvenes que tiene. Numerosos premios y unos trabajos impecables ya contrastados y reconocidos fuera de nuestras fronteras avalan lo que digo. Las artes plásticas y la literatura también tienen talentos, pero están más reconocidos. Quizá por la inercia del mercado que la música no tiene, pero eso no es excusa”. Ahí están compositores como Carlos Satué, V. Rebullida, J. M. Montañés, M. Á. Remiro, Agustín Charles, Pilar Espallargas...
JULIO, FÉLIX Y LUIS: TRES CUMPLEAÑOS DE ENERO

-Hoy, nuestro gran amigo, el amigo de todo el cine español y de toda Zaragoza, cumple años también. Creo que nació en Lechago hacia 1962, pero sostengo que jamás ha estado tan bien como ahora: parece un adolescente estancado en una edad juvenil que no teme las tempestades. Luis lleva en los últimos años una especie de vida secreta, lo cual quiere decir que ama mucho y que escribe algo en secreto. Además, ha perfeccionado su técnica en el juego de guiñote y lee y cuenta chistes en la mesa camilla con sus padres y con su hermano. Alzan la vista hacia el horizonte y casi distinguen los 1863 que hay desde esa orilla del Ebro hasta Radio Zaragoza, donde Luis Alegre triunfa hablando de esto y de aquello. Y también triunfa en las tertulias con Concha García Campoy…
*Luis Alegre con una de sus mejores amigas, Penélope Cruz, en La Toscana.
UN FRAGMENTO DE "CONVERSACIONES CON GOETHE"

Entonces la conversación se centró en el “Werther”:
-Ésta también es una de esas criaturas a las que, como el pelícano, he alimentado con la sangre de mi propio corazón. Hay en él tantas cosas íntimas surgidas de mi pecho, tantos sentimientos y reflexiones, que bastarían para equipar una novela tan larga como diez veces este libro. Por cierto que, como ya he dicho varias veces, desde su publicación no lo he vuelto a leer más que una sola vez, y me he guardado mucho de volver a hacerlo. ¡Está lleno de teas incendiarias! Me siento incómodo al leerlo y temo volver a experimentar ese estado patológico del que surgió.
Acantilado acaba de publicar el formidable libro “Conversaciones con Goethe” de J. P. Eckermann, en edición completa de Rosa Sala Rose. Se trata de un volumen en el que entro y salgo a mi antojo, casi todos los días, casi todas las noches, como si busco un remedio. “Werther” es uno de esos libros perturbadores y bellos, de un exacerbado romanticismo suicida, que marcó mi adolescencia y juventud allá en A Coruña, en mis paseos por la dársena, el castillo de San Antón, a Mariña; tengo muy vívida la impresión de su lectura en un volumen de la edición de Juventud. El libro de Eckermann es una enciclopedia de la vida, de la creación, del arte, de la ciencia (a Goethe le apasionaba hablar de física; y de Shakespeare) y también es una invitación a disentir. Me interesan mucho esos fragmentos breves que introduce el autor, donde dice, en el “martes, 13 de mayo de 1823”:
Hallé a Goethe ocupado en recopilar sus poemas más breves y los versos dedicados a ‘personas’.
-En tiempos pasados –me dijo-, cuando yo era más dejado con mis cosas y no me tomaba la molestia de copiarlas, se perdieron cientos de estos poemas.
RECUERDOS DE WEMBLEY: EL ESCENARIO DE LOS SUEÑOS

El 2 de noviembre de 2000 fue demolido uno de los santuarios del fútbol: el estadio de Wembley, la catedral por excelencia, el paraíso de verdín adornado con las célebres torres gemelas. Inaugurado en 1923, ha sido escenario de grandes momentos del deporte como las Olimpiadas de 1948 o aquel memorable combate de boxeo de 1963 entre el zurdo británico Henry Cooper y Cassius Clay, que acababa de pulverizar a Sonny Liston. El inglés, que acabaría con el mito de José Manuel Ibar Urtain, era un estilista prodigioso, zurdo y valiente, y le plantó cara al loco bailarín de Louisville, luego hubo de besar el tapiz como hacían todos los rivales.
Aunque Wembley ha pasado a la historia por el fútbol. Y se adentró en la mitología con la increíble final de 1966 entre Inglaterra y Alemania del campeonato del mundo. En aquel Mundial para el recuerdo destacaron equipos como Argentina, Portugal y los dos finalistas, y jugadores como Antonio Rattin --aquel medio centro albiceleste triturado a golpes por Stiles y sin embargo expulsado con estupor en cuartos de final--, el portugués Eusebio, máximo goleador del torneo, creemos recordar, los alemanes Haller, Schnellinger, Uwe Seeler y un jovencísimo mediocampista llamado Beckenbauer, que marcó a Bobby Charlton y acabó con la cara enrojecida como un tomate. Y los ingleses Gordon Banks, apodado el chino, el citado Charlton, el capitán Bobby Moore y Geoff Hurst, aquel espigado delantero del West Ham que marcó tres goles, uno de ellos el famoso gol fantasma, que no entró en el marco de Tilkowski pero sí subió al marcador. A la postre, en una prórroga apasionante (tanto como la del Mundial siguiente, en México-70, entre Italia y Alemania, en la que vencieron los trasalpinos con Facchetti, Bonisegna, Gianni Rivera o Pierluigi Riva), vencieron los ingleses y se coronaron campeones en la que continúa siendo la página más brillante del fútbol isleño. El legendario Sir Alf Ramsey dirigía a aquella selección formada por Banks; Cohen, Jackie Charlton, Wilson; Stiles, Moore; Ball, Hunt, Bobby Charlton, Hurst y Peeters.
España jugó por primera vez en Wembley en 1955 y fue vapuleada por 4-1; un lustro después, volvió a recibir un correctivo semejante, cedió por 4-2 ante el emergente Jimmy Greaves, a pesar de que la delantera española debía ser una de las mejores del planeta: Mateos, Del Sol, Di Stefano, Suárez y Gento. En 1967, España volvió a caer por 2-0, ahora con el zaragocista y gallego Severino Reija en el equipo, y al año siguiente, en las eliminatorias de la Eurocopa, también fracasó: Bobby Charlton marcó el solitario inglés de los británicos. La venganza de España hubo de esperar nada más ni menos que trece años: el 25 de marzo de 1981, el elenco que dirigía José Santamaría venció en un partido perfecto jugado al contragolpe con dos tantos de Satrústegui y Zamora; redujo diferencias una las estrellas del momento, Glenn Hoddle; la otra era Kevin Keegan. España jugó al contragolpe y venció con todo merecimiento. No volvió a jugar nunca más en Wembley. España vivió otro momento épico en mayo de 1992 con el zapatazo de Ronald Koeman que dio, también en la prórroga, el primer y único título de la Copa de Europa al Barcelona del “dream team” frente a la Sampdoria de Mancini, Lombardo y Vialli.
Quien sí regresó fue Alemania en el otoño. Inglaterra y los germanos midieron sus fuerzas en busca de un puesto para la Eurocopa. Los ingleses, como en 1966, partían como favoritos con sus estrellas David Beckham, Scholes, Owen y Cole. Pero nunca entraron en el combate: Beckham fue el mejor de los ingleses, estuvo a la altura del momento, pero un zapatazo de Dieter Hamman, centrocampista del Liverpool, dio el triunfo a los visitantes.
De alguna manera, los alemanes reparaban una vieja deuda de honor y de justicia: en 1966 aquella estupenda selección --recordamos su alineación: Tilkowski; Hottges, Schulz, Schnellinger; Beckenbuer, Weber; Haller, Held, Uwe Seeler, Overath y Emmerich-- no mereció perder. Se necesitó la ayuda de uno de esos fantasmas que pueblan las casas, los jardines y las mansiones inglesas. Un fantasma convertido en gol.
Esa derrota significó también la despedida como entrenador del último gran jugador inglés de los 70/80: Kevin Keegan, un extremo increíble, dotado de potencia y fantasía, de ingenio y picardía, que logró su consolidación mundial en el Hamburgo de Felix Magath y el gigantón Hrubesch. Keegan, asustado por la antideportividad de los hooligans (recordaron el pasado nazi de los contrarios y justos vencedores), tuvo un gesto de caballerosidad: él, que lo había dato todo sobre el césped, no fue capaz de armar estratégicamente a sus figuras. Por eso se fue. El simbolismo resultó evidente y hermoso: los alemanes se vengaron al fin, Inglaterra debió redactar un nuevo destino lejos de Wembley y Keegan se retiró a descansar en su casa con la cabeza llena de recuerdos.
Ese día estuvo a punto de llorar y se contuvo. Tal vez, el 2 de noviembre de 2000 no pudo resistir el llanto ante los cascotes de los escombros. Entonces recordó que Wembley significó la gloria y el fracaso: como jugador fue distinguido dos veces con el Balón de Oro europeo y como seleccionador hubo de retirarse en silencio, por la puerta de servicio, con un palmarés perfectamente mejorable.
*Geoffrey Hurst acaba de disparar a gol. El balón golpea en el travesaño y no entró. El arqueto Hans Tilkowski sigue la jugada. Ha pasado a la historia por ese gol fantasma...
LA RADIO, LA RISA DE GEMMA, LA NIÑA QUE SE PARECÍA A LEE MILLER

Ya he contado aquí mi afición a la radio. Desde niño, desde joven, desde siempre. El primer recuerdo que tengo de la radio es éste: mi pequeña casa en Castelo, en Santa Mariña de Lañas (A Coruña), la cocina de tierra, la ventana por donde entraban pequeñas culebrillas de agua al fregadero, entraban y las traía nuestro gato Acuña, la ventana que daba al río de lavar y al misterioso y ululante camino hacia ninguna parte. Dentro de la cocina, sobre la alacena, estaba la radio, Vanguard, diría yo que era, pero no estoy seguro, que manaba música y voces. En el dial aparecía escrito Zurich, y estaba yo seguro de que de allí surgiría un día la voz de mi padre emigrante en Suiza, aquel padre que me escribía cartas y preguntaba a mi madre, con los ojos húmedos de emoción: “¿Cómo está el rey de la casa?”. Además, aquella radio la había traído Raúl por aquel camino de espesuras y sombras, Raúl, el electricista y buhonero que tenía una hija guapísima, un sueño para cualquier muchacho de ocho años. La radio también era una forma de amor.
Oigo la radio por lo menos cuatro veces al día. Y a veces más, en la explanada, a altas horas de la noche, tocado de negro sombrero y envuelto en la niebla. Ayer Garrapinillos daba pena y miedo; hasta me intimidaba mi pálida sombra. La niña a la que mató su padre, cinco años de inocencia interrumpida durante el sueño, iba al mismo colegio que mi pequeña Sara, siete años de desorden y pasión por El Sueño de Morfeo, Amaral, Kevin Johanssen y Julieta Venegas. Hablé ayer un instante con Pepe Melero –que me ha prohibido citarlo aquí: dice que le gasto el nombre en exceso y que luego no se reconoce dentro de él. ¡Jamás había oído tal cosa! Parece de un cuento de Rafael Dieste- y me dijo que estaba paseando a la perrica en una maravillosa ciudad como la suya, Zaragoza, que se había disfrazado de Londres de repente. Pues yo igual, a medianoche, con un libro sobre musas, “Vidas de las musas” (Bronce) de Francine Prose; leí varias páginas sobre la modelo y fotógrafa Lee Miller, que vivió tres años maravillosos de creación, pasión y celos con Man Ray. Lee Miller era una de las mujeres, más o menos conocidas, más bellas de su tiempo y tenía una relación muy especial con su padre Theodore Miller, gran aficionado a la fotografía.
Sé que me lío y que lo de la radio parece haber quedado en un segundo plano. Pues no. Las risas que más me gustan en la radio son las de Beatriz Pécker, Mara Torres y Gemma Nierga, que ha vuelto. Ya la había oído vagamente estos días, pero ayer más y mejor. Cogí la entrevista completa de las 16.30 con Manolo García –soy un fan: no lo puedo evitar; el disco de él que más me gusta es “Astronomía razonable”, lo he oído más de cien veces. Seguro-. García parece un tipo un poco seco, llegó un pelín tarde, ya lo esperaba creo que Mercedes, una fan absoluta en el estudio, fan casi inmemorial de Los Rápidos, Los Burros, El Último de la Fila o de él en solitario. García acaba de publicar una caja muy completa (“Singles, directos y sirocos”), una especie de siroco o barrunto de cantante que hace versiones distintas de las canciones, que disfruta de su oficio al máximo. Gemma Nierga, que tiene un increíble poder de comunicación y de seducción, que ríe como nadie, que te comes su risa por necesidad de contagio y por urgencia de felicidad a primera hora de la tarde, siempre tiene un as en la manga. Manolo García, que también es pintor y poeta, reproduce en el disco la carta que le mandó un seguidor al que en un concierto, tras una caída, le rompió sus frágiles gafas; el seguidor le cursó una carta para que se las pagase. Manolo lo hizo, y ayer Gemma lo convocó, y descubrió a un tipo agradecido y simpático, menos fan que su novia. Fue un momento maravilloso de radio, enriquecido además con la sinceridad del cantante, hace lo que sabe y punto, “no quiero hacer musicales”, dijo, y con algunos recuerdos de Javier Cansado, que acudió hace años a un concierto de James Taylor (juraría que dijeron James Taylor) cuando era crítico y recordaba que Manolo García hubo de levantar a un apático público que no conocía de nada a El Último de la Fila, que contaba con otro músico magnífico, Quimi Portet. García levantó al público con buenas canciones y con una presentación subida de tono. Eso dijo Cansado, que es un gran jugador a casi todo: a las palabras, a juegos imposibles de esto y aquello, y tiene en Luis Alegre a un seguidor enfervorizado: cuando éramos amigos y agotábamos la noche en su casa de Conde de Aranda ponía sus cintas, las cintas de Faemino y Cansado, con más afición que “El apartamento”. Gemma Nierga, que tiene también un candor donde se mezcla la curiosidad, la sofisticación y cierta inclinación espontánea al cotilleo, le pidió a Manolo que le cantase en italiano, como había hecho en un disco anterior, pero Manolo se negó dulcemente. Habría preferido irse a tomar un arrocito a Castellón…
Me habría quedado toda la tarde pegado a la radio. Me habría gustado ser entonces carpintero ebanista o pastor de vacas, que es lo que soñaba cuando era niño y escuchaba la radio, mientras mi corazón se deshacía bajo la lluvia de amor por una chiquilla de cuyo nombre ya no puedo acordarme. Aquella niña, más rubia que morena, se parecía a Lee Miller y era tan enigmática y desdeñosa como ella.
*Una de las más bellas fotos de Lee Miller que realizó Man Ray. Vivieron tres años juntos, ella apareció un día y le dijo que quería ser aprendiza, pero Man Ray, que se había trasladado a París siguiendo a Marcel Duchamp, le montó bonitas escenas de celos. Ella fue una importante fotógrafa, que captó por ejemplo el desembarco de Normandía. Después se casó con el coleccionista y experto en arte Roland Penrose, pero esa ya es otra historia.

MARIO ORNAT Y KEVIN KEEGAN

[El gran periodista Mario Ornat -con quien coincidí en maravillosas noches y tardes en "El Periódico de Aragón" y en "Heraldo", cuando yo escribía de deportes- acaba de crear un blog, ornat.blogia.com. Bueno, lleva algunos meses con él y es excelente: incluye cuentos, crónicas, retratos, impresiones, poesía del deporte. Mario es un gran cinéfilo, un enamorado de la literatura hispanoamericana,de Borges y Bioy, sobre todo, y anglosajona, y un apasionado absoluto del deporte, desde el rugby al fútbol. Ahora escribe en "As" y deja siempre su impronta. Ha enviado esta nota a un comentario sobre la historia de Wembley, pero creo que una anécdota tan bella se merece este lugar. La foto es de nuestro adorado Kevin Keegan, que ganó la Copa de Europa con el Liverpool en 1977 ante el Borussia de Vogts, Wittkamp, Bonhof, Stielike, Simonssen y Heynckes. Aquel día el Liverpool formó así: Ray Clemence; Neal, Smith, E. Hughes, Jones; Case, McDermott, R. Kennedy; Keegan, Heighway y Callaghan.]
Este es el texto de Mario Ornat:
En Wembley estuve una sola vez, viendo a Inglaterra jugar con el Uruguay de Poyet. Debe haber sido el año 95, cuando íbamos camino de París. No recuerdo bien quién dirigía a Inglaterra, pero adivino que Terry Venables, precisamente. A Kevin Keegan lo conocí en esos mismos días, en un partido Chelsea-Newcastle en el viejo Stamford Bridge. Keegan dirigía al Newcastle. Estuve con Glenn Hoddle y luego me acerqué Keegan, casi ebrio de emoción, y comencé a entrevistarle sólo porque quería cualquier motivo para hablar con él. Después de cinco minutos de charla, me rendí, bajé la grabadora y, tontamente, le confesé: "Señor Keegan, no sabe la ilusión que me hace conocerle". Él se rió y para que lo oyeran todos, gritó en chapurreado español: "¡Gracias amigo!".
DE FÚTBOL, DE FERMÍN GALÁN, DE ZARAGOZA

Diego empató 3-3. Iban ganando 0-3, y esa peligrosa táctica del fuera de juego arruinó la goleada. Los chicos del Gancho acabaron empatando. Diego marcó un gol y me dijo que había jugado bien. Conociéndolo, debo pensar que ha jugado muy bien. Me ha dado mucha pena que no haya visto ni uno solo de sus 90 minutos.
P. D. El cuaderno “El Viajero” dedica un monográfico a Aragón: escriben Javier Tomeo, Félix Romeo, Miguel Mena. Maravillosa sorpresa de sábado: un secreto delicioso y bien llevado. También participan Ramón Irigoyen, Silvia Blanco, Fernando Gallardo, José Carlos Capel, entre otros. Ofrecen sus impresiones: Amaral, José Antonio Labordeta, Carmen París e Ignacio Martínez de Pisón. Enhorabuena a todos.
ENTREVISTA CON ROSA TABERNERO

"ARAGÓN VIVE UNA EDAD DE ORO DE LA ILUSTRACIÓN"
[La profesora Rosa Tabernero acaba de publicar una síntesis de su tesis doctoral sobre las nuevas formas de contar y el discurso narrativo infantil en Prensas Universitarias de Zaragoza. Organizadora de cursos de Literatura Infantil y Juvenil (LIJ), con José Domingo Dueñas, su libro recoge la aportación de los ilustradores y ofrece distintas guías y sugerencias de títulos]
Empecemos por la explicación del título. ¿Qué quiere decir con viejas formas de contar?
Me ha interesado destacar cómo el lector infantil del siglo XXI se entiende desde los modelos tradicionales, desde la tradición oral en la que bebe la narrativa y asimismo desde los nuevos modelos culturales en los que se inserta. Scherezade es la clave: supo como nadie entender el poder de la palabra para vivir. La palabra pronunciada, la que escuchamos, la que nos atrapa, la que nos traslada a otros lugares y a otros tiempos, la que nos emociona, la que nos salva. La magia de la palabra, en definitiva. El poder de la palabra contada está en el inicio de los tiempos. También León Felipe pedía que no se le contaran más cuentos… La palabra contada nos ayuda a vivir y también a morir.
¿Cuáles son las nuevas formas de contar: qué matices, qué sensibilidad, qué temas introducen?
Vienen definidas por las peculiaridades del lector del siglo XXI, un lector con una gran competencia en la lectura de imágenes, un lector acostumbrado a la literatura escrita, un lector al que se le lee más de lo que se le cuenta, un lector para el que la recepción colectiva propia de la oralidad es lo extraordinario y, además, un lector escolarizado, lamentablemente a veces…
¿Por qué ha elegido el periodo que va entre los años setenta y ahora mismo?
Son los años en los que asistimos a la consolidación de la mayoría de edad de literatura infantil: se produce la eclosión en el mercado de la literatura infantil. El proceso ha resultado apasionante.
Habla mucho de los paratextos…
El término paratexto hace referencia a todo lo que rodea al texto y no es el propio texto aunque forme parte del discurso. Insisto en él -cubiertas, contracubiertas, entre otros elementos- por el hecho de que la literatura infantil está marcada por la mediación. Es el adulto el que recomienda la lectura, el que sanciona, en última instancia, la calidad de la obra. Por otra parte, la literatura infantil está sujeta todavía al concepto de colección, de edad del receptor, y son los paratextos los que construyen e identifican estas características.
¿Qué lugar ocupa ahora mismo la literatura infantil y juvenil (LIJ) en el panorama literario?
La literatura infantil ha adquirido su mayoría de edad y es un sector muy cuidado dentro del panorama editorial. No ocurre lo mismo con la literatura juvenil ya que esta última no acaba de despegar y no termina de encontrar su identidad literaria, no acaba de confiar en la competencia del lector y eso se refleja en un panorama pobre, salvo excepciones, claro.
¿Qué piensa de la obsesión por lo políticamente correcto?
La literatura infantil nació lastrada por esa necesidad de los autores y de los editores de “formar y educar” al lector. Lo políticamente correcto no es más que la moderna forma de ocultar esa antigua necesidad de instruir al lector. Y la escolarización de la literatura infantil, con esa idea de que hay que trabajar los temas transversales con una apariencia atractiva, ha perjudicado la calidad de las obras que aparecen en el mercado, obras demasiado sujetas a una idea temática prevista de antemano. Obras, en algunos casos, de tesis fundamentalistas que sacrifican los valores literarios en aras de unos fines espurios.
¿Tiene la sensación de que sellos como Ekaré, Kalandraka, Lumen, OQO, Media Vaca, Xordica, Imaginarium o Anaya, entre otros, son los que mejor difunden el arte contemporáneo por la libertad absoluta y por la imaginación en que se mueven?
No es una sensación: es una realidad. El álbum ilustrado es el modelo más innovador dentro del ámbito literario. Esas editoriales son un ejemplo de lo que constituye una apuesta por la calidad y, sobre todo, de lo que supone una confianza plena en la competencia del lector, un lector activo y constructor que concilia a la perfección la simultaneidad de dos códigos que se comunican e interpretan: la imagen y la palabra.
¿Cómo podríamos resumir lo que ha pasado en la LIJ aragonesa en estos años?
La literatura aragonesa ofrece en estos últimos años un panorama espléndido. Escritores e ilustradores de primera fila. Es muy difícil establecer hitos, fronteras. En el caso de Aragón, los nombres de Fernando Lalana y Francis Meléndez, sin ninguna duda, marcan el comienzo del momento extraordinario que hoy vivimos.
¿Cabría hablar de una escuela aragonesa con signos propios?
No. Sin embargo, se ha producido una coincidencia en el espacio y en el tiempo de una serie de escritores e ilustradores que desde perspectivas diferentes ha apostado por una forma de contar comprometida con la calidad literaria. Sergio Lairla, Daniel Nesquens, Ana G. Lartitegui, Ana Alcolea, Félix Teira, Isidro Ferrer, Miguel Mena, Carlos Grassa, Samuel Alonso, Elisa Arguilé, David Vela, Alberto Gamón, David Guirao, José Luis Cano, Bernardo Vergara, Javier Solchaga, Begoña Oro, entre otros, constituyen un elenco de lujo en el panorama nacional. Y los tenemos aquí, todos juntos.
Esta abundancia, ¿es fruto del azar, de la planificación?
Apenas creo en la casualidad. A esta coincidencia hay que sumarle el trabajo serio en Aragón de muchos profesores, bibliotecarios, programas de lectura, libreros, críticos, editores y medios de comunicación que se han acercado al libro infantil desde un rigor excepcional en nuestro ámbito.
¿Podría hacerme una valoración de nuestros ilustradores?
La ilustración define un nuevo modo de contar. La ilustración es la nueva forma de oralidad en nuestros tiempos. Los matices del narrador de antaño se vierten en la imagen de manera que el discurso para a ser un discurso abierto que se deja en manos del receptor. Y la ilustración aragonesa está viviendo una auténtica Edad de Oro por la calidad, por la reivindicación del papel del ilustrador como autor, por las propuestas artísticas innovadoras… Los ilustradores aragoneses han sabido entender como nadie que el lector infantil es un lector tolerante e inocente, que admite e integra sin ningún tipo de prejuicio las propuestas visuales más arriesgadas y sugerentes.
¿Se atrevería a recomendar diez títulos de autores de aquí?“La carta de la señora González” de Sergio Lairla y Ana G. Lartitegui; “Hasta (casi) cien bichos” de Daniel Nesquens y Elisa Arguilé; “Morirás en Chafarinas” de Fernando Lalana; “Una casa para el abuelo” de Carlos Grassa e Isidro Ferrer; “El grito de la grulla” de Samuel Alonso; “La doncella guerrera”, ilustrada por David Guirao (en edición de A. Pérez Lasheras); “Fábulas” de Miguel Agustín Príncipe, ilustradas por José Luis Cano; “El retrato de Carlota” de Ana Alcolea; “Una guerra africana” de Ignacio Martínez de Pisón; “Una luz en el atardecer” de Félix Teira; “Las sonrisas perdidas” de Begoña Oro; “Las aventuras de Harry Pórrez” de Bernardo Vergara y Víctor Rivas… Bueno, me paro, que ya son más de diez...
“La carta de la señora González” de Sergio Lairla y Ana G. Lartitegui; “Hasta (casi) cien bichos” de Daniel Nesquens y Elisa Arguilé; “Morirás en Chafarinas” de Fernando Lalana; “Una casa para el abuelo” de Carlos Grassa e Isidro Ferrer; “El grito de la grulla” de Samuel Alonso; “La doncella guerrera”, ilustrada por David Guirao (en edición de A. Pérez Lasheras); “Fábulas” de Miguel Agustín Príncipe, ilustradas por José Luis Cano; “El retrato de Carlota” de Ana Alcolea; “Una guerra africana” de Ignacio Martínez de Pisón; “Una luz en el atardecer” de Félix Teira; “Las sonrisas perdidas” de Begoña Oro; “Las aventuras de Harry Pórrez” de Bernardo Vergara y Víctor Rivas… Bueno, me paro, que ya son más de diez...
*Una obra de Alberto Gamón. Ilustrador.
LOS OJOS DE REMBRANDT O LAS NOCHES DE LA BOHEMIA

Eran otros tiempos y otros días. Oía a Lluís Llach a todas horas, “I si cant trist”, “Escriu-me aviat” o “Laura”, oía a Maria del Mar Bonet y a Amancio Prada, oía del “Adiago” obsesivo de Albinoni, y vivía en un buhardilla con un dormitorio con el colchón en el suelo, un pequeño estudio de techo inclinado, una cocina minúscula y retrete. Colgaba la ropa por las noches, muy mojada, porque así mis blancas camisas se planchaban solas. Al lado había un Iglesia Evangélica, o lo que fuese, y escuchaba por las tardes cánticos que me recordaban el gospel, gente de color que danzaba y sonreía o entraba en un amago de éxtasis con una Biblia entre las manos. Muchachas jóvenes y oscuras, como gitanas de seda que se hubieran hecho hermosas en las labores del cafetal. Algunas noches, cuando regresaba de hurgar en las basuras o de perderme en el Parque Grande con Nacho Rojo, me salían al paso bandas o emboscados o putas, que acababan de tener una noche bruta con los legionarios. Los recuerdo sí, con sus pesadas botas como apisonadoras, avanzando por las angostas calles con una seguridad marcial. Veía a una mozuela, o a dos, o a tres, miraban un instante y decían: “Vamos”. Y había una que iba y que volvía algún tiempo después, Esther Asís, con los ojos de cristal difunto, como si la hubiesen apaleado durante el coito.
En aquella casa, en aquella atmósfera, Rembrandt (1603-1669) era muy importante en mi vida. Primero había tenido una monografía suya publicada por Noguer. Y luego había logrado hacerme con una reproducción de “La novia judía”, tal vez la obra que más me guste de él. La más vinculada con aquellos días de bohemia, escritura en gallego y hambre. Siempre me han encantado las biografías, y la de Rembrandt más: la suya es la vida de un hombre, hijo de molinero con posibles y nieto de panadero, que se convierte en una referencia fundamental en Leiden o en Amsterdam. Apenas se alejó más de 50 kilómetros de donde había nacido, pero supo hacerse tan importante y tan reconocido que la gente venía a verlo a él. Pintó mucho, más de 100 autorretratos, con un promedio de dos o tres por año, realizó una pintura interior, de atmósferas y de estancias, de seres humanos envueltos en el claroscuro, de importantísimo influjo en todo el arte de su tiempo; tuvo cientos de discípulos, entre ellos Carel Fabritius, maestros de Vermeer. Admiró a Rubens. La suya es una pintura de oro y sombra, de transparencia y de bruñido tul de arena, de una untuosidad trabajada centímetro a centímetro, con la mirada interior del alma. Su pintura es honda, emotiva, con algo de fantasmagoría o adivinación dentro de lo cotidiano.
En la pared siempre estaba aquel retrato (también llamado “Isaac y Rebeca”, y datado en torno a 1662), inspirado tal vez en Saskia, su mujer y gran amor durante una década de insoslayable felicidad. Simon Schama publicó una extraordinaria biográfica del pintor holandés en Areté: “Los ojos de Rembrandt” (2002. 854 páginas). En la página 738, justo debajo de la reproducción, dice: “Los pintores modernos se han quedado absortos y han enmudecido ante ‘La novia judía’ por su invención profética, como si un nuevo universo de pintura se desplegara sobre un lienzo bastamente entretejido. (…) En 1885, Vincent van Gogh, al que de niño le gustaba ir a pasear para contemplar el mundo con los ojos entornados, se sentó en frente del cuadro del Rijksmuseum paralizado por su hechizo hipnótico. ‘Daría diez años de mi vida (…) si pudiera seguir sentado ante este cuadro diez días seguidos sólo con un mendrugo de pan duro”. Saskia fue la gran mujer de su vida, aunque murió demasiado joven, con treinta años. Luego amó a una criada y a una mujer de cierta alcurnia, Henddrickje Stoffels (la representó bañándose), pero en esa época ya había caído en la miseria más absoluta, y el infortunio sacudió a su propia familia: murió su hijo Tito, murió su nuera, se quedó sólo con su nieta, finó él en la más absoluta miseria, hasta tal punto que había tenido que vender la tumba de Saskia. En el año de su muerte pintó varios autorretratos: en casi todos mira con los ojos del desamparado, con añoranza y con la dulzura postrera del genio vencido.
LA INFANCIA DEL PROFESOR Y ESCRITOR VÍCTOR JUAN BORROY*

De Víctor M. Juan Borroy
(Publiqué este texto en febrero de 1998 en La Comarca,
un semanario del Bajo Aragón.
La infancia de Machado era, esencialmente, recuerdos de un patio de Sevilla. La mía está ligada a los lentos trenes que me llevaban hacia el Bajo Aragón. Poco después de pasar Fuentes de Ebro, ya le preguntábamos a mi abuelo Valentín -el último de una larga saga de ferroviarios- que cuanto faltaba para llegar a Caspe. Muy pronto mis hermanos y yo aprendimos la retahíla que terminaba con "Escatrón, Chiprana y Caspe". Al bajar de aquel tren que paraba en todas las estaciones, un olor característico anunciaba que estábamos en territorio conocido. Entonces subíamos por la calle Baja, saludando a mucha gente que nos preguntaba por nuestros padres. Luego, pasábamos por delante del ayuntamiento, el cantón de Cotarrán y nos metíamos en la calle Vieja. En casa de los abuelos comenzaban los planes para los días siguientes. Iríamos a buscar a Luis, a Santiago, a Julio -que se nos fue tan pronto y tan injustamente- a Toño, a Conrado. No había sitio todavía para ninguna chica. Prepararíamos las cañas de pescar o la escopeta de perdigones, las bicicletas... En los días siguientes nos encontraríamos a muchos amigos por las calles. Recuerdo que unos años íbamos todas las tardes a la biblioteca municipal donde estoicamente nos soportaban unas alumnas de los últimos cursos de bachillerato. En el kiosco de la plaza jugábamos a las cuatro esquinas. Carlos, el guardia, no nos dejaba jugar a la pelota. Ahora me parece que nos levantábamos ya riendo y con la risa nos íbamos a la cama. También recuerdo el aburrimiento de unas siestas que por el impuesto silencio se nos hacían eternas. ¡Cómo la edad te enseña a apreciar lo bueno!
Eran los últimos años sesenta, y muchos hombres se afeitaban la tarde de los sábados en la barbería de la plaza. Recogían una ficha que otorgaba un orden. Recuerdo haber pasado tardes pegado a los barrotes del kiosco de la plaza viendo cómo Corita Viamonte tocaba la batería...
Algunos veranos fueron muy movidos: DEIBA, Nucleares-no, el Gurugú, las primeras visitas a La Cabaña, las verbenas en la plaza, la recuperación de las vaquillas, nuestra primera peña en las fiestas de San Roque. Pasábamos entonces ya de la comparsa de gigantes y cabezudos y salíamos más de noche que de día. Según la estación, nos entreteníamos en el callejón de los mártires, en las escaleretas de la Iglesia; salíamos por la noche a La Glorieta, comprábamos polos en la pastelería de Próspero, enredábamos en los jardines de la estación...Mi infancia está ligada a las conversaciones de las mujeres de la calle Vieja cuando salíamos, cada uno con su silla, a tomar la fresca. Los hombres acudían a la Porteta. Durante mucho tiempo me divertía más estar con mi abuela Concha, en el corro de las mujeres que nos recibían generosamente: Mercedes, Pascuala, Margarita... Éramos los encargados de traer los helados. La charrada iba y venía de mujeres a tareas, de desgracias a faenas, de calamidades a alegrías... Todavía se voceaban los entierros por las calles, el colchonero lanero, las gaseosas, el butanero y se veían muchas caballerías tirando de carros.
Mi abuelo me llevara a la taberna donde un grupo de jubilados se jugaban un chato de vino al guiñote. Acudíamos a las sesiones de cine en el Goya o en el Lucero y, como el público más generoso que cabe imaginar, aplaudíamos cuando la música anunciaba que el NODO había terminado y animábamos con nuestros gritos al Zorro, a Tarzán, al pistolero bueno. Mis correrías con Jesús el de Lola... Tiempo de puertas abiertas cuando la sirena municipal marcaba nuestros ritmos: el toque de la una, a comer. A las ocho, la cena. La infancia de Machado estaba hecha de olores de limonero y la mía de excursiones al Vado, al Guadalope, al pino de los conejetes. Luego vendrían las aventuras en la ermita de santa Quiteria, los días de san Bartolomé -en Caspe se celebra el lunes de Pascua- que comíamos con los amigos, los paseos nocturnos en la moto de Javier Herrero...Han pasado casi treinta años y muchas veces me sorprendo con ese sentimiento de placidez y de inocencia que presidía aquellos días. Algunos de las personas que protagonizaron mi infancia se han ido para siempre, pero los recuerdo cuando cojo un tren, aunque cada vez son más rápidos y paran en menos estaciones.
*Soy un coleccionista de infancias ajenas, siempre me lo dice Roberto Miranda cuando repasa algunas de las entrevistas que hice en "El Periódico de Aragón" durante diez años. Hallo ésta tan bella, y tan verdadera, de Víctor Juan Borroy y la cuelgo aquí. Podría decir, con la modestia debida y en otro paisaje (en Santa Mariña de Lañas y en Arteixo, el pueblo de los tres ríos, de los caballos sueltos en el monte y de los aparecidos en los bosques cercanos), que esta niñez se parece mucho a la mía. Espero que a Víctor Juan, el morador de "Villa Albina", no le importe que ofrezca aquí este texto que también está en su maravillosa página web y en su blog. Esta foto es de Joan Colom; sinceramente no creo que este jovenzuelo sea Víctor de niño en Caspe.EL CÓMPLICE, AL AMIGO, EL SUEGRO, EL EBANISTA: LEONCIO GASCÓN

Si hiciese un inventario básico de aragoneses que han sido, que son determinantes en mi vida, la lista sería bastante larga. Y uno de los imprescindibles, de ésos que tiene que figurar entre los primeros y los mejores, es Leoncio Gascón: mi suegro, un segundo padre, un amigo, un cómplice, un fabuloso contador de historias, el pícaro observador de las trastadas de mis hijos. Fue masovero, listero de mina, escritor de romances, redactor de epistolarios de amor para su novia Isabel, fue un sabio de aldea que lo mismo hablaba del contubernio de Munich, que de la Campana de Huesca y de Ramiro II el Monje, que del padre de Fernando Lázaro Carreter, quien le anunciaba día tras días en los aledaños de la avenida Goya que su hijo iba bien en Salamanca o en Madrid o en sus viajes a lo largo y ancho de las Universidades del mundo. Leoncio fue durante muchos años un espléndido cajero de Spar, aficionado a la galantería inofensiva, a la comida (por cierto, hacía un riquísimo gazpacho: yo jamás comí gazpacho antes de llegar a Aragón), y es padre de cuatro hijos y es abuelo de diez nietos.
Nos conocimos hacia 1979 en Ejulve (Teruel). Quizá nos hubiésemos visto antes cuando yo rondaba a su hija mayor y rondaba sus ventanas en la Avenida Goya. Entonces, como ahora, yo tenía un raro atrevimiento: cantaba a Lluis Llach, Amancio Prada, Maria del Mar Bonet, Serrat, Luis Emilio Batallán, Sisa, Emilio Cao o Silvio Rodríguez, con una exagerada desafinación (superior, me han dicho siempre, a la suya cuando cantaba “Muñequita linda”, su canción de cuna favorita); a cambio tenía que oír canciones de Joaquín Carbonell, que fueron las primeras que me hicieron entrever Teruel y Ejulve como un espacio mítico. Llegué a Ejulve casi irreconocible, eso sí con mis camisas blancas, casi planchadas, que tanto le gustaban a él. Ni mi novia me conocía: me había cortado el pelo, la barba y parecía tener algo menos de 19 años con aquel cuerpo imposible y famélico que apenas pesaba 52 kilos. Trabajé en una pequeña obra familiar de los Gascón Brumós haciendo y dando masa, y al final cuando llegó la hora de cenar y de las pequeñas confidencias con aquel intruso gallego que acababa de tomarse demasiadas confianzas, Leoncio me preguntó: “¿Imagino que serás cristiano?”.
Jamás me volvió a decir nada semejante. Jamás se volvió a preocuparse por esas cosas. Tenía, tiene un sentido pragmático del existir: asume a las personas de una pieza, las integra con esa forma tan espontánea que tiene de ser, primaria y auténtica, y le importa más la vida tal como llega que nada. Y le llegaba, sin haberlo deseado, un yerno que además colaboró en hacerlo abuelo por sorpresa. Recuerdo que en aquellos años yo era un desamparado absoluto que no sabía hacer nada: escribía un poco en gallego y aprendía mecanografía en su preciosa máquina de escribir, había trabajado en derribos y pegando carteles, sobrevivía de esto y de aquello, había obtenido un contrato de seis meses de camarero de bingo, y además me había metido en el barullo de una paternidad precipitada. Mi novia, su hija mayor, estaba en cuarto de Medicina y cuando podía trabajar de cajera en un supermercado.
Cuando conseguimos nuestro primer piso en Toledo 20, el primero que acudió a trabajar allí fue Leoncio. Subía los cuatro pisos con su evidente cojera y se ponía a dirigir la obra de carpintería. Él era el maestro ebanista, el que dibujaba planos, el que usaba los taladros y la sierra, el que resolvía un problema en un santiamén, tal como había hecho en su casa con el precioso armario empotrado de su dormitorio. Su hijo Paco y yo éramos sus ayudantes. Habíamos recogido toda la madera en las basuras, Paco y yo, Carmen, Isa, María Ángeles y yo, o a lo mejor yo solo. Y hacía maravillas: llegamos a tener dos tres estanterías grandes que soportaron un traslado a Estudios 11-13. Aquellos meses previos al 5 de noviembre de 1980 en que nos casamos por lo civil, en un día hermoso de cierzo, son inolvidables: terminaba el trabajo en Spar y allá estaba Leoncio, con un entusiasmo juvenil, con una alegría desbordada, con sus chistes constantes, a veces le gustaban los verdes y de trazo un poco grueso para un tipo tan remilgado como yo. Allá oíamos su hijo Paco y yo historias que no solía decir: hablaba de su niñez en Ejulve, de su madre, que era un personaje de William Faulkner, su vida era un torbellino de novela; hablaba de su hermano Vidal, de secretos ajenos de alcoba, de cacerías y de paisajes, de su hermana Almerindica, la rubia, de su escuálido padre que narraba su servicio militar en África como la aventura más formidable de su existencia, incluía en la narración el aroma salobre de alguna morilla de piel suave. Hablaba de sus inicios en Zaragoza, cuando era un mozo de pensión y recitaba un romance donde explicaba quién vivía en Ejulve, quién y dónde y cómo era, que se extravió entre el moho de los días. Leoncio estaba tan feliz que olvidó la precipitada boda de su primogénita, el complicado porvenir que se le avecinaba con aquel yerno tan bisoño y sin donde caerse muerto. Estaba tan feliz que parecía que el novio era él.
Y en realidad, el novio siempre ha sido él. El novio de mi suegra Isabel, que lo ha protegido, que lo ha querido, que lo ha mimado hasta el último poro de la sangre, que se ha esforzado en que uno y uno fueran siempre uno y dos a la vez, indivisibles, anudados, pura pasión de complementarios, unidad de luz. Ha sido Isabel quien lo ha remansado cuando se ha encolerizado, quien le ha perdonado que se le fuera la mano de la gula y dejase a un hijo sin un trozo de jamón o sin postre, o que bebiese un poco más de vino rancio de la cuenta. Fue Isabel quien supo disimular que se fuese a comer una enterita, o que tolerase una gamberrada súbita de uno de sus diez nietos. El que más lo disfrutó siempre fue el joven escritor Daniel Gascón: viajaba por los diccionarios y enciclopedias como si viajar por el mundo pudiese hacer desde el salón buscando palabras e imaginando. Isabel es la humanidad apacible, el dulce abandono, la confianza en el otro, el amor con todos sus atributos, y Leoncio es el torrente, el arrebato, el genio súbito, el talento arrollador, el entusiasmo casi irreflexivo, es la vida tumultuosa –lujuriosa, placentera, enardecida, transida de cariño y de humor casi en despilfarro- tal como llega.
Ese hombre, a quien tanto le debo, ese hombre que ha sido mi padre aragonés sin presumir jamás de ello y sin darse cuenta probablemente porque nunca ha exigido cuentas de nada, ese hombre acaba de cumplir 78 años. Nació en 1928 como mi madre, Carmen de Castro. Y ya nunca podrá leer esta nota, esta declaración de cariño y de gratitud, que jamás hubiera necesitado oír o leer. El jueves, el día de su cumpleaños, fui a verle un momento, no más de diez minutos o quince. Le llevé un disco de música clásica, un doble disco con muchas piezas de Beethoven, de Haydn, Bach, Albinoni, Vivaldi, Mozart. Lo habrá oído ya, pero se ha quedado sin palabras para contar de nuevo sus emociones, para decir en alta voz que ha sido feliz en este mundo y que nos manda un beso a todos, caballeros, amigos de este planeta único. Y a su Isabel, conjuro permanente contra el vendaval, contra las pequeñas tiranías de la carne, del cuerpo o de la enfermedad.
LAS ANDANZAS DEL SEÑOR BONI Y EL CARBONERO LEONCIO*

En estos días de ajetreo, de viajes del cementerio a casa y viceversa, he conversado en varias ocasiones con mi suegra Isabel Brumós. Y anoche, cuando volvíamos hacia Torrero a las doce de la noche, la luna se replegó sobre sí misma en forma de medio limón, surgió en el diálogo el señor Boni.
¿Qué quién era el señor Boni? Es un personaje que adquirió una presencia importante en la vida de mi suegro Leoncio, durante el largo lustro en que tuvo una carbonería en la avenida Goya haciendo esquina con San Antonio María Claret. Mi suegro regentó aquel establecimiento entre 1954 y 1960, más o menos. Un empresario amigo, también del negocio del carbón, le “cedió” al señor Boni. O le invitó amablemente a que lo recogiese. Ahora lo único que podía ofrecerle. El señor Boni, apócope de Bonifacio, era un hombre esbelto y seco, muy alto, con cabello canoso y trajes andrajosos. Había sido rico durante un tiempo: cuando recibió una herencia, dijo que en ese instante podría cumplir su sueño, que no era otro que meterse bajo las sombras de los árboles a leer o encerrarse con un montón de papeles. De esa época, derivaba su importante, su educación, sus buenos modales. Al parecer, el señor Boni no supo administrar bien sus rentas y, además, debió entregarse con alguna alegría al alcohol.
Cuando se lo ofrecieron a mi suegro Leoncio, y eso quería decir exactamente que al masovero turolense lo invitaban a realizar un acto de generosidad y de humanidad, lo aceptó y lo incorporó a su carbonería. La materia prima en muchas ocasiones era de las carrascas de Ejulve y alrededores. El señor Boni tenía que llevar pedidos a algunas casas con su carromato. Algo propio de la época. Un día, el hombre le pidió a Leoncio que si podía dormir en el taller. Prometería seguir leyendo un poco y no causar malestar alguno. Mi suegro le ofreció su propia casa, y el señor Boni vivió con los Gascón Brumós un tiempo. Estaba a punto de llegar al mundo la primogénita Carmen; cuando llegó Isabel, hacia febrero de 1961, Leoncio ya no tenía carbonería. El señor Boni, unos meses antes, se había puesto malo, fue ingresado en el hospital y allí murió con 50 años más o menos.
Leoncio realizó dos trabajos más: uno como representante de productos de peluquería y otro como recaudador de impuestos. Poco después se incorporó como cajero a SPAR, en la Avenida de Cataluña, y allí lo llevé yo (yo y todos sus hijos: siempre decía que la que conducía con mucha alegría era la menor de sus hijas: María Ángeles) muchas veces a partir de mediados de los 80 cuando aprendí a conducir. Primero lo llevé en un Renault 8 verde, que había vendido a la familia Juan Bautista Billoro, de La Fresneda, luego en un Simca 1200, en un 127 blanco que se me quemó en Carrión de los Condes (allí, una monja de clausura que hacía pasteles de almendra y bordaba ángeles nos dijo que íbamos a tener mucha suerte: que Carmen, la madre de mis cinco hijos, iba a tener un trabajo de médico de inmediato, y así fue) y finalmente en mi amado Ibiza rojo, que se me quemó también en La Iglesuela del Cid, ante nuestra casa. Anoche, mientras repasábamos cuánto habíamos querido todos a Leoncio, cuánto él nos había querido, recordamos al señor Boni, sus años en SPAR y su jubilación de 18 años: desde 1987 hasta su muerte, el día de San Antón de 2005. Hoy, vinieron varios compañeros de SPAR a su entierro y se encontraron con un puñado de amigos y familiares a los que Leoncio habría querido decir: “Gracias por venir. Y no tengáis prisa en encontrarme en el reino de las sombras. La vida aquí es bastante bonita si hay comida, amigos, placer y un poquito de conversación”.
*La película favorita de Leoncio Gascón era, probablemente, "Tasio" porque le recordaba su época de carbonero. Así trabajaba él. Así trabajó con el señor Boni.
NOTA BREVE DE UN VIAJE A GALICIA

Cuando llegué a A Coruña me esperaba Xoán Abeleira, el autor de “Animais Animais”, el hombre que es presentado como un gran traductor y como compañero sentimental de la poeta Olga Novo. De ella, he estado leyendo, hasta hace un instante, un ensayo sobre el poeta Uxío Novoneyra, que fundó un espacio legendario y poético, suspenso en el decir de las cosas y en la toponimia, en las tierras de O Caurel: “Uxío Novoneyra: lingua loaira” (Fundación Caixa Galicia, 2004). En la estación de A Coruña estaba Gustavo Martín Garzo; ayer publicaba un estupendo artículo en “El País” sobre King Kong, hablamos y dijo que vendría en abril a Zaragoza en un ciclo sobre el placer de leer que organiza Ramón Acín.
También vi a Xulio López Valcárcel, que me dio muchos recuerdos para sus amigos zaragozanos. Xulio está en un periodo absoluto de plenitud: es un gran viajero y un sabio de vinos y de gastronomía; ha estado en Montevideo, escribía de ello ayer en “El Ideal Gallego”. Y vi también al poeta y experto en patrimonio Cesáreo Sánchez Iglesias. El autor de “O antonte das salamántigas”, tocado de sombrero y peinado el pelo a lo Rafael Alberti, es el nuevo presidente de la Asociación de Escritores en Lengua Gallega, que acaba de recuperar la revista “Escrita contemporánea” y dedica un monográfico completo al editor, fusilado en 1936, Ánxel Casal, del cual reproduzco aquí la foto. Casal publicó en a Rúa do Vilar alrededor de 150 libros.Otero Pedrayo dijo de él: "Endexamais saíu da imprensa de Ánxel Casal unan páxina baixa, ruín, ou intresada". Su compañera fue María Miramontes.Y además fue alcalde de Santiago, por eso el ayuntamiento ha designado 1936 como el año de Ánxel Casal.
JAVIER TORRES, EL SEÑOR DEL MÓVIL ABRE BLOG
El maestro de internet, tecnologías, vida íntima en la red y corazón del móvil, Javier Torres, abre su propio blog: http// javiertorres.blogia.com. Y lo inicia con esta nota:
Punto de partida

Más adelante explicaré la forma de poder hacerlo por si alguien más se anima.
La imagen es de Alcalá de Ebro, de fondo el Moncayo. Va dedicada a
Mariano Gistaín y
Miguel Mena
JORGE Y DIEGO GANAN TRAS EL MINUTO DE SILENCIO
He seguido a pie de teléfono el desarrollo de los partidos del fin de semana. Jorge con el San Gregorio infantil se enfrentaba al Ebro y Diego, en cadete, al Fleta, uno de los gallitos de su categoría. Los entrenadores Javier y Pepe tuvieron un bonito gesto: pidieron un minuto de silencio por la muerte el pasado martes del abuelo, Leoncio, y además los rojillos salieron al césped de la Azucarera con crespones. Un detalle de cariño, sin duda.
-Jorge venció 3-1, y de él arrancó el primer gol del equipo, desbordó por la izquierda, buscó la línea de fondo, vio la llegada de Javi y se la puso dormida y pulcra para que golease. Se fueron los jugadores hacia una esquina y le dedicaron el gol a Jorge y a alguien que podría haber visto el lance desde la ignota región de los adioses. Su madre, que no entiende demasiado de fútbol, dice que jugó el mejor partido de su vida, que luchó a cara de perro, como si le vida se le fuese en cada balón, en cada regate. El equipo de Jorge sigue cuarto, peleando por la tercera plaza con el Casablanca, el Montecarlo y el propio Amistad.
-A quien estuvo a punto de írsele un poco la vida fue a Diego. Habituado a jugar al máximo de su resistencia y del dolor, el gozoso dolor del fútbol, salió al campo diezmado. Había vomitado por la noche y tenía un poco de fiebre. Pero él también le quería dedicar la victoria a alguien. Le dijo a su madre: “Yo que sufro tanto en todos los partidos, que me muero, ¿cómo sabré que me estoy muriendo más que otros días?”. Su madre le dijo: “Porque te morirás antes”. El partido con el Fleta fue auténticamente aguerrido, feo, de constantes faltas y patadas y gresca clandestina. Un jugador visitante fue expulsado por un escupitajo. Al final, Diego jugó el partido completo y los rojillos vencieron por 4-1. Llegó a casa hacia las siete de la tarde y se quedó dormido como un lirón, como una piedra. A las doce volvió en sí para cenar. Al parecer, contagió su sueño profundo hasta a la cocinera, y se le quemaron las verduras al horno. Se produjo una alarmante humareda de medianoche.
LOS PAISAJES PINTORESCOS DE PEPE CERDÁ, EN LA LUZÁN

El pintor Pepe Cerdá se encerró en diciembre de 2005 y a principios de enero de 2006 a pintar: cuadros grandes, paisajes pintorescos, tierras íntimas y calladas que observa cada día desde Villamayor, panorámicas de las cosas del campo y de las afueras de la ciudad. Le ha salido una colección de quince o dieciséis piezas, "Puntos de vista", de gran formato, superior a los dos metros en alguna ocasión, cuyo tema central es la naturaleza, la estampa cotidiana que aquí ha sido revisitada y reinventada sin complejos, con un formidable dominio de la técnica, del guiño, de la capacidad de representación. La muestra se inaugura mañana en la CAI-Luzán y va a ser toda una conmoción, porque los cuadros crean una nuevo espacio, fundan de nuevo el territorio, son la pirueta, el artificio y la verdad de un artista que se atreve a pintar como se podía pintar en los años 20, en los años 50 o incluso en el siglo XIX, pero con todos los conocimientos y vivencias de un hombre del siglo XXI.
En la exposición hay un gusto absoluto por la pintura, por sus reflejos, por la luz formidable, por la capacidad de sugerencia, por la vida transmutada en óleo. Por la untuosidad de sus líquidos derramados y esparcidos a conciencia. Hay dos cuadros del Ebro: uno, con la perspectiva del Puente de Hierro; otro, con el Pilar a la izquierda, y una gran sensación de fuga y tránsito hacia el mar. Ambos están ejecutados con esos brochazos amplios y casi agresivos (más agresivos y tumultuosos desde cerca; puro remanso e intención desde lejos) que recuerdan el expresionismo abstracto norteamericano. Hay tres nocturnos fantásticos, que quizá sean las piezas más bellas y evocadoras de la serie: nocturnos que tienen un aroma impresionista con sus luces lejanas, apenas bosquejadas entre manchas negras o cárdenas, nocturnos que anuncian una existencia secreta, una impresión de calma y misterio, un espacio mágico bajo la sombra y las montañas a lo lejos; uno de esos nocturnos, es una vista de los tejados de Villamayor, matizado con levísimos destellos, como instantes concretos de claridad en el sueño y en la paz de los durmientes.
Otro cuadro espléndido es el de un día de nieblas en Villamayor, convertido ya en reino de la luz y de la sombra por Pepe Cerdá, en solar de creación. Pepe Cerdá ha pintado una carretera blanca, muy blanca, con un coche como varado cuyas luces son dos manchas rojas. En la pieza, como en toda la puesta en escena del pintor, hay matices, detalles, una atmósfera específica, un halo de verdad, sentido de la composición, poesía cotidiana e inesperada que en ocasiones te hace pensar en Edward Hopper, aunque los maestros de Cerdá sean otros. También hay paisajes con las características carreteras del pintor, paisajes más o menos idílicos con árboles (Cerdá pinta con convicción y espontaneidad los árboles y su espesura: los adivina en la sombra y al contraluz), pinta otra carretera con gasolinera, en una obra semejante a la que empleó Miguel Mena en la portada de su libro “1863 pasos” (Xordica, 2005), pinta unas montañas que parecen los Mallos de Riglos, pinta un paisaje de pantano con una construcción extraña que hace recordar algunas obras de David Hockney.
Y una de las piezas más bellas y efectistas es un campo, cuyos surcos están encharcados. Cerdá construye un cuadro de grandes reflejos que invita a entrar en él y a recorrerlo hacia lontananza, en esa línea que huye y se expande hacia el infinito. Aquí Cerdá, con una leve inclinación al efectismo, ofrece una meditación acerca del lugar del espectador, de su posición ante el lienzo, y ofrece el virtuosismo de un pintor que se atreve a ser brillante, envolvente, luminoso, hasta decorativo si se quiere emplear ese término que vincula manierismo y hermosura. Todos los cuadros necesitan espacio para ser vistos, posibilidad de andar hacia delante y hacia atrás. La relación del público con los paisajes es algo muy especial, muy pensada; se enfrenta a la grandiosidad de los formatos y a la segura sobriedad de la ejecución, a la sabiduría del oficio con muchos recursos y a la sensación de que la vida de las cosas late ahí dentro, muy de veras. Hacía tiempo que no veíamos una exposición donde el espectador fuese tan determinante en la obra: sus pasos fuera del cuadro forman parte misma de esta aventura pictórica.
Y además, Pepe Cerdá, que es un pintor reflexivo y amigo de las teorías, de la provocación y la ironía, es el autor del catálogo, lleno de perlas verbales y visuales. Esta exposición dará bastante que hablar, aunque sólo en la charleta de café. Y el artista lo sabe.
*La exposición "Puntos de vista" de Pepe Cerdá se inaugura mañana en la CAI-Luzán (Avenida de la Independencia 10) a las 20 horas. Esta es una acuarela del artista de su serie "Apuntes del natural" que presentó en el palacio de Montemuzo en 2004.
LA POETISA SENSUAL DELMIRA AGUSTINI

El pasado sábado, en O Pendello, al arrimo de un buen vino, pulpo á feira, tortilla de patatas y empanada de atún, surgieron varios nombres de poetas latinoamericanos. Xulio López Valcárcel, que posee una memoria poética prodigiosa, se sabe cientos de poemas completos, comenzó a hablar de José Asunción Silva. Y yo, no sé bien por qué, también hablé de Delmira Agustini -y con ella, ya de paso, de Dulce María Loynaz, Juana de Ibarbourou, Gabriel Mistral y Alfonsina Storni; Cesáreo Sánchez dijo entonces que había estado en Mar de Plata, donde se había suicidado, tras escribir "Me voy a dormir" y otro poema posterior que ahora no recuerdo-, una poeta de elevada sensualidad que fue asesinada por su marido, Enrique Job Reyes . Se habían separado hace algún tiempo, y concertaron una cita a modo de despedida. No es improbable que hubiese sexo en el adiós, pero él acabó disparándole.
Acabo de ver la página de Magda Díaz Morales, profesora y ávida lectora de literatura, apasionada de las artes plásticas, y encuentro este texto sobre Delmira Agustini (1886-1914), que había firmado en los periódicos "Joujou". Lo pego aquí, recordando su procedencia:
[En el seno de una familia perteneciente a la burguesía acomodada y culta de Montevideo nace Delmira Agustini (1886-1914). Su formación poética y la realización de su obra se produce en el período más culminante del Modernismo, siendo en 1902 que comienza a publicar en la revista La alborada, teniendo a su cargo una sección que titula "Legión etérea" donde escribe con el seudónimo de Joujou sobre las mujeres destacadas del mundo cultural de la época. Frente al discurso sentimental del Romanticismo donde lo permisible y lo reprobable, lo bueno y lo malo, lo que era pecado y lo que era virtud, estaba seriamente regido por las categorías del catolicismo de la pureza y la castidad, el Modernismo hispanoamericano, en su deseo de conocer la realidad a través de la revelación de las formas e interpretando el misterio de las cosas, introduce un discurso sensual que desafía estos valores constitutivos del Romanticismo.
Esta diferencia entre el erotismo romántico que busca la trascendencia en lo divino, lo ideal, lo espiritual, y el erotismo modernista que busca la trascendencia en el diálogo entre el cuerpo y el espíritu, se desarrolla fuertemente en el discurso erótico y metafísico de Delmira Agustini. Nos detendremos en su poema El intruso, en este soneto el sujeto de la enunciación refiere esa experiencia que se vive después de conocer a través de la unión sensual, el éxtasis. Poder penetrar al éxtasis, es haber hallado en esta unión con otro y a un mismo tiempo, la satisfacción del deseo del espíritu, del pensamiento y del cuerpo. La pareja, a partir de ese momento, sólo desea que se prolongue la identidad hallada, que sea siempre un gozoso presente:
Amor, la noche estaba trágica y sollozante
cuando tu llave de oro cantó en mi cerradura;
luego, la puerta abierta sobre la sombra helante,
tu forma fue una mancha de luz y de blancura.
Todo aquí lo alumbraron tus ojos de diamante,
bebieron en mi copa tus labios de frescura,
y descansó en mi almohada tu cabeza fragante;
me encantó tu descaro y adoré tu locura.
¡Y hoy río si tú ríes, y canto si tu cantas,
y si tú duermes duermo como un perro a tus plantas!
¡Hoy llevo hasta en mi sombra tu olor de primavera;
y tiemblo si tu mano toca la cerradura!,
¡y bendigo la noche sollozante y oscura
que floreció en mi vida tu boca tempranera!
El modernismo es una corriente que nació en Hispanoamérica, se habla de dos grandes precursores: el cubano José Martí y el mexicano Manuel Gutiérrez Nájera. Después, por supuesto, el gran Ruben Darío. Además, poetas tan importantes como Leopoldo Lugones, Amado Nervo, Salvador Díaz Mirón, José Asunción Silva, José Juan Tablada, entre otros].
LA MIRADA INTERIOR DE LOS ESCRITORES, SEGÚN MORDZINSKI

Me gusta visitar la librería Los Portadores de Sueños (Calle Blancas), porque es un lugar acogedor, donde los libros no sólo han sido colocados: han sido destilados en su propia belleza, han sido acomodados con respeto, con goce, con una delectación más que sensual, sexual y definitiva. Todo se ve, todo se alcanza; en un lugar así, parece que los libros sean más importantes aún, más bellos, más necesarios. Casi todos imprescindibles, y especialmente cautivadores los libros de la planta superior de literatura infantil y juvenil. Gusta incluso el olor. Incluso no, sojuzga con su magia lejana el aroma a papel, a prensas, a sabiduría expuesta y laboriosa. Compré cosas de Raymond Carver, de Miguel Hernández, de Isidro Ferrer & Grassa Toro, un libro sobre tigres, que es una de mis antiguas pasiones, dos ejemplares de “El fumador pasivo” para mis hermanos. Y también adquirí un libro de uno de mis fotógrafos favoritos de escritores: Daniel Mordzinski. Tengo numerosos amigos que lo conocen, pero no me importa no conocerlo. Sigo sus fotos, colecciono siempre que puedo sus libros, sus instantáneas tan elaboradas para la prensa, y sin saberlo, durante algunos años, colgó de uno de mis estudios, si puede llamarse así a mis mesas artesanales, un retrato suyo de mi adorado Jorge Amado. Más adorado que leído por mí. Uno suyo, con sus zapatillas de baño o de andar por casa ante sus ojos, y otro con su mujer y enamorada Zélia Gaitán, que parecía el emblema de la dulzura y la bondad.
“El país de las palabras” de Mordzinski lleva un subtítulo: “Retratos y palabras de escritores de América Latina, 1980-2005” (Roca Editorial; 25 euros), y arranca de un proyecto aparecido en 1996, “La ciudad de las palabras”, donde varios escritores, retratados por el artista nacido en Buenos Aires en 1960, escribían sobre París. Parte de esos textos se recogen aquí de nuevo, pero también se incluyen más escritores, nuevos textos, nuevas fotos de alguien que, como señala José Manuel Fajardo en el prólogo, sabe mirar dentro de la mirada de alguien, y alude en concreto a una foto de Lucho Sepúlveda y a otra de Santiago Gamboa, extraviado entre miradas ajenas y su propia mirada en el metro de París.
Aquí están muchos de los escritores del “boom”: Vargas Llosa, García Márquez, Cortázar, Donoso, Sábato, Adolfo Bioy Casares, aparece en una espléndida foto posando como Borges exactamente, con bastón y además con gorra; otros de la generación u hornada que vino luego como el incomparable Juan José Saer, Ricardo Piglia, Álvaro Mutis, Bryce Echenique, Cabrera Infante, Jorge Edwards, Fernando del Paso, César Aira y el siempre maravilloso y llorado Osvaldo Soriano. Vemos a poetas como Roberto Juaroz, Juan Gelman (aquí ha desaparecido un espléndido retrato del siempre fotogénico Octavio Paz), o autores mucho más jóvenes como el citado Gamboa, Pablo de Santis, Rodrigo Fresán, Zoé Valdés, en doble instantánea, Rodrigo Rey Rosa, Eduardo Berti (un escritor al que sigo con mucho placer desde hace años desde su novela “Agua”), Juan Carlos Botero, Jorge Volpi. Hay buenos retratos de mujeres de la literatura: la siempre elegante Nélida Piñón, a la que da gusto imaginársela en su poderosa e imparable juventud, Karla Suárez, Claribel Alegría, la refinada y soñadora Patricia Melo, la jovencísima Andrea Maturana, Elsa Osorio que parece mascar hojas de otoño; por gustarme mucho me gusta la mirada de Rodrigo Fresán con su compañera: otean la lejanía o se fijan con una dulzura inusual en el objetivo, pero conviene observar el abrazo, las manos que se anudan levemente, la sutileza de los anillos, el dulce abandono. Es la foto más tierna de Fresán que conozco, del erudito, frío y casi siempre algo freak Fresán. De Alberto Manguel me gustan sus zapatitos o botines de defensa lateral retirado a una biblioteca o a un parque, su humanidad y su sabiduría se sostiene también simbólicamente sobre esos zapatos. Dos de mis fotos predilectas, hay más de 80, son las de Martín Caparrós, novelista, gran amigo de nuestro Fernando García Mongay y reportero, que posa ante la maleta abierta en cuyo interior se ve un disco de Miles Davis y John Coltrane, nada menos, y una novela policiaca o del oeste, así como la cámara de fotos y lo que parece un par de calcetines ya sucios; y la de Alberto Ruy-Sánchez, que está sentado con un gesto de añoranza y pérdida sobre la tumba de Carol Dunlop, aquella escritora de belleza elaborada con vida y pelo corto de chico que fue la compañera última de Julio Cortázar. Escribe Ruy-Sánchez: “En París descubrí nuevas dimensiones del amor pero también de la melancolía. Sus calles se volvieron imagen cifrada de los laberintos del deseo: mapa cambiante de mis afectos. Aprendí a nutrirme de los rostros inesperados de la belleza multiforme a la vuelta de cada esquina, y a compartir mis sueños y mis días y mi cuerpo con una mujer”.
Me gustan los libros de fotos de escritores. Tengo varios, algunas docenas tal vez. Pero éste ya está entre ellos. Uno de mis sueños antiguos, que llegué a poner en marcha, era hacer una serie de escritores aragoneses y españoles. La empecé pero ya hace varios años que no hago fotos.
*Este retrato del gran Jorge Amado me acompañó en Urrea de Gaén y en La Iglesuela del Cid. Lo había recortada de un suplemento de “El Periódico de Cataluña”.
EL ÍDOLO DE UNA TARDE INOLVIDABLE

EL POETA PACO URIZ Y EL ARTISTA DEL BALOMPIÉ, LUISITO BELLÓ
Hace años frecuentaba mucho a Paco Uriz y a su gallega ideal Marina Torres. Ambos han dedicado media vida a trasladar al castellano las lenguas escandinavas: desde Gunnar Ekeloff hasta Ingmar Bergman, entre otros muchos. Los veía una vez al año en Tarazona, en la Casa del Traductor, y hablábamos de todo: de literatura, de atletismo, de fútbol, de cine, de amigos comunes como José Luis Borau, Joaquín Aranda, Alfredo Castellón, José Luis Batalla y tantos otros, de mujeres irremediablemente hermosas como Anouk Aimée o Sofía Loren o Ingrid Thulin, fresa salvaje de deseo. Paco Uriz y yo teníamos otro punto de unión infalible: un mago del balompié danés llamado Michael Laudrup, un centrocampista de seda y sensibilidad de artista, un falso delantero que realizaba los mejores pases por el aire y que parecía deslizarse con chaqué sobre el césped, con chaqué de seda y zapatos de charol. Laudrup tenía algo de ángel caído en el torbellino de los estadios como un diamante en el fango. Quizá el danés también se hubiese merecido esta frase, que Uriz destina a Maradona: “Laudrup: el camino más bello entre dos puntos”.
Andando el tiempo, Paco Uriz nos sorprendió con un libro, “Un rectángulo de hierba” (Libros del Innombrable, 2002), al que le dediqué unas notas demasiado exiguas, casi perezosas, aunque leí el libro con delectación. Recuerdo que un día Paco Uriz, con cariño y queja, me dijo: “¿No crees que debieras hacer una lectura realmente seria de este libro?”. Hoy, cuando el Zaragoza inicia la batalla por las semifinales de Copa del Rey ante el Barcelona –no quiero decir nada del impresionante crochet de Marchena anoche a Arizmendi-, he vuelto a releer el libro. En realidad, lo he vuelto a leer porque Raúl Herrero, uno de esos tipos que admiro por su tenacidad y su pasión por la literatura, me lo ha enviado de nuevo. Releyéndolo, he encontrado este poema que habla de un ídolo al que veo muchos días por la calle: Luisito Belló, aquel finísimo mediocentro del Zaragoza, acaso el antecedente de Luis Suárez, que estuvo a punto de fichar por el Atlético de Madrid. Cuelgo aquí esta pieza, dedicada a los grandes forofos del Real Zaragoza, de esos que anoche visitaron la exposición de Pepe Cerdá y, quizá, cenaron con él y con sus musas en El Bole. Me dicen algunos allegados a Cerdá que cerró El Bole para más de medio centenar de personas. Pepe, cuando se pone, es así de generoso. [Mientras transcribo este poema suena uno de los discos que más he oído en mi vida: “Astronomía razonable” de El Último de la Fila. La edición en compact es poco matizada].
MONUMENTOS¿Que no se olvida el primer amor?
¿Que no se olvida el primer amor?Pues yo no recuerdo quién me llevó a mi primer partido.
Tal vez fui solo.
Sé que subía a Torrero
envuelto en el chirrido de las abarrotados jardineras.
Luego cuando nos cambiamos de casa siempre andando.
Solía atravesar a pie el parque Pignatelli
donde campaba la estatua de un destacado prohombre
en medio d e la fuente y una fecha MDCCCLVIII
-mi concepto de parque lo inculcaron
sus pinos, su hilera de palmeras, sus magnolios.
Pasábamos por delante de los Capuchinos y
El “Sagrario militare italiano”
Que proclamaba en piedra
“L’Italia a tutti i suoi cadutti in Spagna”.
Eran los mismos
“Caídos por Dios y por España” que oíamos en el colegio.
Y cuando bajábamos victoriosos
¡Qué nos importaban los caídos!
Un día me pregunté qué hacía el prócer
usurpando con su obsceno vientre el lugar del ídolo.
A quién le importaba Pignatelli si éramos de Luisito Bello…
Por cierto, creo que la mejor temporada de Luisito Belló, Belló II, en el Real Zaragoza fue la de 1951-1952. Marcó 9 goles (aquel año los máximos goleadores fueron Pahiño, 28, y Kubala, 27) y el equipo tipo era algo así: Higinio o Vélez; Juanito Jugo, Riera, Calo; Hrotko y Ezquerra o Venys; Pitarch, Noguera, Pío, Belló y Rosendo Hernández o José Davi. En aquella campaña, Pío y Hernández marcaron diez goles. Nada menos.
EVOCACIÓN DE GALDEANO CON MOTIVO DE UNA RETROSPECTIVA
Andrés Sánchez Sanz de Galdeano (Arcos de la Frontera, Cádiz, 1939) murió en su taller en 2004: el refugio de todos sus sueños y de sus pensamientos. Vivía prácticamente en él, ante sus cuadros, ante sus cerámicas. Su estudio era el centro del mundo, el laboratorio inicial de su heterodoxia y de su búsqueda constante de casi todo: de razones para vivir, de impulsos para crear. Artista de formación autodidacta, llegó a Zaragoza en 1959 y aquí descubrió, casi por casualidad, las posibilidades de la cerámica, que sería la disciplina a la que le dedicaría más horas, aunque jamás se olvidó de su condición de pintor y de dibujante. Teórico a su manera, conversador incansable en la atmósfera del bar casi siempre, que era otro de sus lugares predilectos, se inició esta actividad hacia 1964 y desde ella desplegó una actividad incesante. Visitó alfares españoles, recogió tierras (acabó inclinándose, para trabajos específicos, por la de Pereruela, en Zamora, y la San Juan de Mozarrifar) y aprendió el oficio de la manipulación de la arcilla.
A principios de los años 70, comenzó una etapa de cierto barroquismo, donde la forma y el color se unían en una obra abstracta, que ofrecía sugerentes texturas y un dinamismo constante. Aunque apenas pintaba, la pintura reaparecía una y otra vez en su cerámica, ya fuese en los murales que colocó en distintos lugares –desde la Editorial Hernando (en el que colaboró con Manuel Viola a mediados de los años 70) o en el edificio CAMPSA, ambos en Madrid, en la cafetería Gurrea o en la estación del Portillo, que fue destruido con la protesta consiguiente del artista- o en los cuadros de gres. Posteriormente, simplificó su producción y pasó por dos periodos muy diferentes: empleó dos colores, y luego un único color, el blanco. En algunos de sus trabajos rindió homenaje a mitos como el de Sísifo y a libros como “El principito” de Saint-Exupery o “La metamorfosis” de Kafka. Y más tarde, casi en los 80, abrazó una suerte de collage donde la cerámica dialogaba con otros elementos. En cierto modo, ya desde la pintura, en el año 1995, en la galería Odeón volvió a una serie de personajes que le obsesionaba: Unamuno, Torquemada, Albert Camus o Valle-Inclán, caracterizados por la gestualidad y por el uso de punzón sobre papel.
Confesaba entonces a los periódicos: “El arte no es una mercachiflería. Sin estética no se puede vivir y yo no estoy metido dentro de los tópicos. Bendita sea la belleza que ofrece la fealdad El infierno es bello”. Artista de su tiempo y fuera del mercado, solitario y bohemio, oculto y vehemente, su obra en gres puede verse en la sede central de la CAI, en varias casas, o en el banco Gredos. La historiadora Ana Isabel Zamora dijo de él: “Su proyecto es el arte del futuro, al que piensa llegar gracias a la ruptura de la ortodoxia, al empleo y amoroso conocimiento de esa técnica que parte de lo más auténtico y pudo de la Creación, tierra, agua, aire y fuego, unidas en una manipulación casi ritualista”.
*Andrés Galdeano es objeto de una retrospectiva en la galería Ruizanglada, que se inaugura esta tarde a las ocho.
EL ZARAGOZA VENCE POR 4-2 AL BARCELONA

EL RITUAL DE LOS SÁBADOS: UNA VICTORIA Y UN EMPATE

Ya se ha cumplido el rito matinal de los sábados. Jorge y Diego han jugado fuera de casa, lejos del campo de la Azucarera con resultado positivo. El equipo de División de Honor de San Gregorio ganó a domicilio a El Salvador por 0-2; Diego, con el San Gregorio C de cadetes, empató cuatro a cuatro ante el Escalerillas.
El partido del equipo de Jorge fue feo. El Salvador, que lucha por eludir el descenso, opuso mucho esfuerzo, trabajo constante en el centro del campo, aunque se olvidó de rematar, algo que también le sucedió al San Gregorio. Con Jorge y Víctor Domingo en el banquillo, y sin llegar a controlar en ningún instante el centro del campo, los rojillos jugaron demasiado atrás, apenas penetraron por las alas y parecieron un tanto apáticos y cansinos, romos de inspiración. Con los cambios, entraron los dos, el partido ganó en profundidad. Víctor pescó una pelota sin dueño, casi entre rechaces, y marcó. Jorge regateó por la banda, penetró, aguantó la salida del arquero y pasó hacia Adrián “Gallur”, que llegaba. Segundo gol, y punto final a una mañana pegajosa e incómoda; el Salvador trabajó a destajo a lo largo de 70 minutos. Un instante antes de finalizar el choque, Jorge desbordó por su banda, al lateral primero, luego al central, y asistió bellamente a Adrián, de nuevo, pero éste cruzó el balón en exceso. No hubo mucho más en este lance espeso.
Del partido de Diego sólo vi la segunda parte. Llegué al campo cuando los rojillos perdían por 3-2. Se habían puesto 0-2 ante los blanquiazules del Escalerillas, pero éstos lograron darle la vuelta. El público la tomó con el árbitro –los insultos, bastante ostentosos y perturbadores, iban desde “Hijo de puta” y “cabrón” a aquello de “Albóndiga con patas”-, después de que éste expulsase a un jugador local, y el partido ganó en intensidad y alternativas. El lateral Carlos, del San Gregorio, marcó un gol a lo Pernía, de libre directo; la falta la provocó Diego en una de sus estiradas hacia el marco; y poco después el central también acertó en un penalti. El público se enfureció, la mañana parecía encerrarse en un microclima de violencia cada vez más insoportable, y el equipo rival logró empatar. Aún se produjo un nuevo y clarísimo penalti en el área local, pero esta vez el árbitro, bastante grueso, es verdad, no se atrevió a señalar lo que se había producido. Temió un nuevo arrebato de ira. Y así quedó todo. Pero el fútbol base vive un apasionamiento exagerado, antideportivo y soez; lejos de una mínimas reglas de civismo y educación. Al árbitro se le analiza como si tuviese linieres y también un árbitro auxiliar, y una moviola en el cerebro. Es fácil sentir vergüenza ajena, y soy de los le gustan los partidos disputados e intensos. Hay que tener una mentalidad muy particular para soportar cuatro o cinco partidos así a lo largo de una mañana. Para aguantarlos estoicamente y sin miedo en el cuerpo, como hacen los árbitros cada sábado.
ALGUNAS DISPUTAS ENTRE ESCRITORES

Las polémicas entre escritores están a la orden del día. Algunos libros, como la segunda parte del Quijote, no habrían sido posibles tal como los conocemos si no hubiera por medio alguna rivalidad, alguna tensión más o menos violenta entre escritores. Avellaneda –sea Jerónimo de Pasamonte, fray Baltasar de Navarrete, Tirso de Molina…- odiaba a Cervantes, se apropió de sus personajes y de sus planes, y redactó el libro apócrifo. Avellaneda llamó a Cervantes, entre otras lindezas de un prólogo que llegó a ser atribuido al propio Lope, “agresor de sus lectores”, “manco”, “viejo” y “murmurador”. Ya la primera parte también le debe algo a las burlas de Lope de Vega hacia Cervantes, que lo llamó en un soneto de 1605 “cornudo”. Su actitud fue determinante para que Cervantes escribiese uno de los mejores prólogos que se conocen a un libro propio, aunque los expertos dicen que su enemistad jamás alcanzó el rabioso encono que existía entre Góngora y Quevedo, que se imitaban espléndidamente en versos salpicados de agudeza, brillantez y mala leche. Quevedo, por citar un ejemplo posible, escribió la sátira “Receta para hacer Soledades en un día”, donde se burlaba de los cultismos utilizados por Góngora: “Quien quisiere ser culto en sólo un día // la jeri (aprenderá) gonza siguiente: // fulgores, arrogar, joven, presiente, // candor, construye, métrica, armonía”.
En Zaragoza, a principios del siglo XX, se produjo un duelo auténtico entre dos escritores y periodistas: Juan Pedro Barcelona (1851-1906), fundador de periódicos satíricos como “La colada” o “Juan Palomo” y redactor del “Diario de Avisos”, falleció el 21 de octubre de 1906 a consecuencia de las heridas de bala que le produjo Benigno Varela en el soto de la Almozara el día ocho. El duelo iba a ser con armas blanca, pero como Barcelona desconocía su empleo, emplearon la pistola. Se dijo que Varela se había anticipado a la voz “fuego” y fue encerrado trece meses en prisión. Ambos estaban en posiciones ideológicas muy diferentes. A consecuencia de aquella muerte, nació en Zaragoza la Asociación Antiduelista de Periodistas.
Manuel Bueno y Ramón María del Valle-Inclán años atrás no habían llegado al duelo, pero en 1899 el novelista le propinó un bastonazo al escritor gallego que le provocó la amputación del brazo izquierdo. No llegó a tanto la disputa entre Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez pero fue realmente espectacular. Esto ocurrió en México en 1976, y así lo contó el diario “Visión” de Lima: “Terminada la proyección, el autor de Cien años de soledad se acercó al peruano con la aparente intención de abrazarlo. Para su sorpresa (y la de todos) fue recibido con un tremendo golpe de puño que lo derribó con la cara totalmente bañada en sangre. ¿Qué había ocurrido? Las palabras con que Vargas Llosa rubricó su puñetazo, no contribuyeron a aclarar las cosas: "¿Cómo te atreves a querer abrazarme -dijo- después de lo que hiciste a Patricia en Barcelona?". Patricia es la esposa de Vargas Llosa pero... ¿qué podría haberle hecho García Márquez para provocar reacción tan violenta?
La respuesta, al parecer, la tenía el cronista Juan Gossain, del diario El Heraldo, de Barranquilla, Colombia. Según el mencionado periodista, todo comenzó cuando Vargas Llosa, apasionado por una bella modelo norteamericana, abandonó a su esposa e hijos durante varios meses. Frente a esta situación, García Márquez le aconsejó a la esposa de su colega que tratara de legalizar la separación conyugal en vista, más que nada, de la situación de sus hijos. Comenzaron los trámites... y sobrevino la reconciliación. Y sucedió lo que tenía que suceder: charla va, charla viene, la señora de Vargas Llosa le contó a su marido lo que le había aconsejado García Márquez. Esta información puede buscarse en internet: es como un jugoso material rosa de la literatura.
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Ese clima, menos bélico pero igualmente intenso, se ha reproducido en algunas disputas recientes, que no siempre han tenido altura intelectual. Frente al gran debate entre Javier Marías y Antonio Muñoz Molina, éste cuestionó la violencia y la crueldad de “Pulp Fiction”, hemos asistido a otros donde se mezcló la divergencia con la sátira y el humor y la pura antipatía. Javier Marías se ha burlado en varias ocasiones de Andrés Trapiello, la última vez a propósito de la reescritura del Quijote por parte del leonés; Trapiello, más o menos explícitamente, también ha sido duro con autores que bien podrían parecerse a Julio Llamazares o Pere Gimferrer, entre otros muchos, aunque por lo general elimina los nombres. Javier Cercas, tras el éxito de “Soldados de Salamina”, hubo de vérselas con Félix de Azúa, Arcadi Espada o Gregorio Morán, que negó en “La Vanguardia” que la fuga de Sánchez Mazas fuese cierta. Savater ha tenido intensas divergencias con Eduardo Haro Tecglen y con Bernardo Atxaga recientemente. Cela menospreciaba a los narradores jóvenes y también a los homosexuales, y eso le valió severas críticas de Julio Llamazares y de Terenci Moix y Antonio Gala, entre otros. Cela fue uno de los autores más odiados de las letras españolas: hace ya algunos años, el librero Inocencio Ruiz enseñaba a quien se lo pidiese un documento donde Cela se ofrecía como delator; luego, hinchado de vanidad, dijo que “El Cervantes estaba lleno de mierda”, lo cual no le hizo renunciar al galardón.
El escritor más guerrillero de los últimos tiempos ha sido Umbral. Criticó ferozmente a José Luis Sampedro, cuando le ganó el sillón de la Academia, a Francisco Ayala, “nunca he entendido el prestigio literario de este autor”, dijo, y no ha perdido oportunidad de meterse con quien se le antoja; uno de los escritores que más le detesta es Juan Marsé, que dice que escribe “una prosa sonajero”. Una referencia al estilo de Pérez-Reverte le ocasionó una iracunda respuesta de éste hace cinco años, y hace bien, al presentar la novela “Pasiones romanas” de Maria de la Pau Janer, también aludió al estilo de Pérez-Reverte. Éste ha vuelto a contestarle como más le gusta: criticando su obra de principio a final, recuerda la frase de Giménez Arnau de “[Umbral] Padece cáncer del alma”, aludiendo al “sexo turbio que impregna sus novelas”. Y dice: “A todo eso añade una proverbial cobardía física, que siempre le impidió sostener con hechos lo que desliza desde el cobijo de la tecla. Pero al detalle iremos otro día. Cuando me responda, si tiene huevos. A ver si esta vez no tarda otros cinco años”. Esta vez, Umbral no ha dicho nada. Pérez-Reverte tiende a utilizar este tono de gresca callejera: lo había hecho en varias ocasiones, incluso con su antaño compañero de página durante un tiempo Javier Marías. La sangre no llegó al río, y hoy Pérez-Reverte, que está a punto de publicar “El pintor de batallas”, forma parte de la selecta corte de Reino de Redonda.
Días atrás, José Manuel Caballero Bonald dijo que la novela de César Vidal era “ideológicamente detestable”, éste le agradeció “el favor”. Pero César Vidal –que ha recibido numerosos dardos desde diversos frentes- también es un maestro de la crítica o del insulto. Dijo en HERALDO acerca de Ian Gibson, cuando presentó la novela con la que ganó el Premio Torrevieja de novela: “Gibson no ha sido nunca un historiador, no se puede hacer historia sólo con entrevistas personales y material de hemeroteca. La última vez que coincidí con él mendigaba subvenciones por los pasillos para poder acabar una biografía de Machado en la que debe estar trabajando”.
MARIANO VIEJO: LA MEMORIA DEL MUNDO QUE NOS LLEVA

Mariano Viejo se considera un pintor artesanal y un artista independiente. Artesanal porque se prepara sus pigmentos, los acrílicos, las telas, y en esa fase previa hay un primer acto de entrega y de delectación: entrega que significa desnudez, vaciado, asomarse al exterior, revelar lo que uno lleva dentro en forma de estructura, color y búsqueda. Y la delectación quiere decir en su caso pasión por el oficio, arrebato, una inclinación permanente a mancharse las manos con un regodeo primitivo, con un placer exultante. Pintar para él es un destino. E independiente porque no sigue a nadie ni reconoce el nombre de sus maestros: es un heredero y un discípulo de la historia del arte que le entra por los ojos y se le queda allá, depositada y cociéndose en las habitaciones de la sangre, como un arsenal de materia sin control. En una charla con él, en ese estudio abigarrado de brujo en que crea, salen nombres como Tàpies o Velázquez, o Klee, Kandinsky, Dubuffet, o incluso los integrantes del Grupo Pórtico, de quienes le atrae, sobre todo, su arrojo. Aquella valentía a contrapelo que les permitió ser rebeldes desde la sombra, libres desde la expresividad y el desgarro.
Mariano Viejo representa a ese artista que va a su antojo, en la atmósfera acogedora del Gancho, pesando el aire, palpando las conversaciones, como un bohemio sin edad. Mira, oye, asiste al magnífico espectáculo de la vida con un cigarrillo entre los labios y el cabello alborotado, pero siempre al acecho: nada de lo que ocurre le es ajeno, aunque es un hombre con obsesiones, ensimismado en sus quimeras. Es el pintor irreductible: hace lo que le viene en gana, experimenta y se fatiga, pero siempre es leal a su origen: las formas esquemáticas y a la vez simbólicas. Las espirales, los tótems, los menhires, los dólmenes, los atardeceres del campo, entre dos rocas que se alzan contra un sol que se desvanece. Este mundo, de emoción primitiva, casi prehistórica, propone siempre un misterio: un código que debe ser interpretado porque en él hay erotismo, con una explícita alusión al falo, ambivalencia, hipnosis, extrañamiento y acaso una certeza: la tierra es un imán. La tierra es un imán y Mariano Viejo, como artista y como hombre, siempre vuelve a la tierra y sus barnices. Hay en su obra, sobre todo en la de finales de los 80 y principios de los 90, una inclinación a lo arcaico, o a eso que el artista llamó sucintamente Memoria. ¿Memoria del mundo, memoria de la infancia en Zaragoza con reminiscencias de Sabiñánigo, memoria de los sueños, memoria visual construida con el eco de las caracolas? Memoria, a secas, con los todos matices y a la vez exenta: pozo de luz, sedimento y sueño.
Ahora, en una pequeña retrospectiva de más de tres lustros, recoge su obra sobre papel. Son piezas paralelas y complementarias, mucho más que bocetos, a las grandes series sobre tela que ha hecho en estos años. El inicio se remontaría a su exposición en la Aljafería, de 1989, pero luego pasa por periodos como “Pintura entre amigos” (1990), “Pinturas” (1993), “Memoria” (1994-1995), “Obra de Estudio” (1998), “De la música y la danza” (2000) y “Del oficio de pintar” (2003). En todos esos periodos hay un modo de expresarse: un compromiso constante con la pintura. Del círculo y la espiral pasó a formas más despojadas -lunas, tallos, tridentes, porches-, como signos enigmáticos, trabajados con pardos y ocres-amarillos sobre negros, tamizados aquí y con el blanco del papel, apenas insinuado, que es como una punta de fuga a tanta noche de los tiempos. Más tarde, en una evolución que nace de la búsqueda y de la experimentación, surgen formas más sensuales, más explícitas en su magia cotidiana: “De la música y la danza”, que es de lejos la serie más narrativa del artista y, en cierto modo, la única que ofrece argumento, anécdota, la posibilidad de una leyenda. Ahí está el Mariano Viejo más poético, más etéreo también: el cuadro es un pentagrama de formas y gestos, un campo cromático de pardos que se alían con manchas negras, con sombras que se agigantan, con meteoritos que han caído sobre el papel o que ejecutan casi un paso de baile. En ese territorio suena una música subterránea que brota del alma. “Pinto lo que el alma me pide. Yo no intelectualizo nada. Hablo del ser humano. Mis obras buscan la espiritualidad, y creo que suelo encontrarla cuando mi cuerpo y yo pensamos de la misma manera. Cuando vamos en la misma dirección, todo marcha”, dice Mariano Viejo.
La metamorfosis es algo que le ha interesado mucho. En realidad, el pintor lo que hace es transformar lo que ve, lo que siente, lo que se imagina en forma, color, textura y trazo. Y Mariano, además, ha querido abordar dos temas vinculados a la pureza extrema y a la metamorfosis: su trabajo con las crisálidas que desembocan en mariposas de vuelo libre, y con el Ave Fénix: el dramático relato de alguien que se reinventa a tras la muerte, que nace y se extingue en el fuego. Aunque, esas piezas no han sido trasvasadas al papel. Se han quedado en una tentativa y en una obsesión sobre la tela, pero han tenido una inequívoca proyección en la trayectoria del artista. Buena muestra de ello, es la presencia que tienen estos cuadros en su taller: el pintor se acercaba a la mitología de la creación; la creación fecundaba el mito de un artista.
En los últimos años, el quehacer de Mariano Viejo es una apología de la mancha, de la tensión cromática, de la composición abstracta. De lo que él llama vibración interior del cuadro: los colores se expanden, se encuentran, se interfieren y se funden, pero siempre hay islas, vacíos, abismos y oasis donde reposa el ojo. Explica: “Yo no soy un pintor geométrico, aunque sí hay algo de geometría en mi obra –comenta-. Propongo un mundo dinámico, ambivalente. Como artista, experimento y evoluciono, vivo en pasado mañana, yo no vivo en el anteayer. Intento inventar para el futuro, para cuando ya no esté”. Estas series, que llevan el expresivo título de “Del oficio de pintar”, ocupan una parte central de esta muestra, y tienen algo de horizontes imprecisos y sombríos, de fragmentaciones del corazón de la tierra que se ofrece con todas sus capas y esos hilos de humedad que siguen yendo hacia el fondo, hacia la raíz del mundo, como un alocado disparo de lluvia.
Mariano Viejo también ofrece un trabajo inédito de formas muy simples, estilizadas en su máxima expresión: columnas, tótems, montañas cortadas a pico, pintadas de negro sobre fondo azul. Son papeles profundamente sugerentes y rotundos, de asunto muy depurado, de un pintor seguro de sí mismo y de sus temas, que intenta avanzar dos o tres pasos en cada papel, aunque de cuando en cuando meta la cabeza en las profundidades del tiempo y se empape de prehistoria, de noche, de identidad y de memoria.
*El martes 31 se inaugura en el palacio de Montemuzo (en la foto) una selección de obras sobre papel de Mariano Viejo. Éste es uno de los textos que acompañan el catálogo.
LOS CUENTOS DE LA VIDA, SEGÚN CRISTINA GRANDE

Cristina Grande (Lanaja, Huesca, 1962) nos sorprendió en 2002 con un excelente y original libros de relatos: “La novia parapente” (Xordica). Un libro lleno de sabiduría vital y de transparencia que tenía en cada pieza una detonación, un fondo apacible de perversidad y de magia, de magia de las cosas de cada día que adquirían de golpe un inesperado punto de fuga. El próximo día seis se distribuirá su nuevo libro: “Dirección noche” (Xordica, 2006. 94 páginas), 24 piezas de mayor o menor brevedad, la más larga no pasa de seis o siete páginas, y la más breve apenas supera una. Son cuentos que constituyen un original tratamiento de la realidad, una manera de mirarla con métodos más o menos diferidos, exentos de énfasis, que no eluden la crueldad, la ternura, la brutalidad, la desolación, la pasión y su envés, la alegría del sexo, del vino, de la aventura, de la curiosidad…
Cristina Grande escribe una prosa sin adjetivos, elegante, cargada de lucidez e intuiciones. Intuiciones como éstas: “Las buenas personas no están tan seguras de sí mismas como para afirmarlo en voz alta”; tras cortarse el pelo, una mujer tentada por otra dice: “Era el único gesto de amor que iba a hacer por ella”. Anuncia así los desórdenes del porvenir: “Supe entonces que se acercaba un tiempo de borrascas”, tras haber mirado en un aeropuerto al hombre del tiempo Mario Picazo. O, tras narrar tres historias de amor y desamor vinculadas al hotel Ibis, dice otra mujer: “Me sale la sonrisa malévola que creo que a ti te gusta”. También he subrayado una de esas frases que dicen más de lo que aparentan decir, que dicen dos que viven una pasión imposible con semejante desgarro en el cuento con nieve “Caperucita”: “Estamos muy guapos los dos cuando nos ponemos tristes”.
El libro tiene un tema esencial: las relaciones humanas, las relaciones de pareja, sobre todo, con novios, maridos y amantes, pero también las relaciones entre madres e hijas. El libro posee un carácter muy cosmopolita, aparecen muchas ciudades, muchos viajes, y pronto se ve que Cristina Grande tiene un mundo propio, un mundo que se afirma en los gestos de la vida diaria, en los detalles que nos pasan inadvertidos la mayoría de las veces, y en la convivencia, casi siempre perturbadora, con los objetos y los accidentes imperceptibles: un bikini bordelés, un bogavante, una cotorra, una llamada de teléfono, un abrigo. Crea un constante universo de climas, de atmósferas, de situaciones inesperadas. Si lo que se cuenta es poderoso y desasosegante, lo que se oculta es todavía más poderoso y emerge en la lectura y tras haber finalizado el relato, como una potencia subliminal. El tono del libro es cautivador, cruel y poético a la vez, incluso en las distancias más breves, pienso en una pieza como “Camarero” o “Nubes veloces”. Cristina Grande tiene la virtud de ofrecer en muy pocas línea el temblor del escalofrío, la perplejidad, la sensación de un vacío interior al que no es necesario ponerle sustantivos: existe una serie de gestos externos, de actos y de palabras que lo revelan con fuerza.
Cristina Grande está aquí muy cerca de Natalia Ginzburg, de nuevo, de Chejov, de Nabokov, de Carver, pero tiene su propia personalidad. Hay piezas magníficas, que figurarán pronto en las antologías, como “Dirección noche”, la historia de una mujer y sus dos alumnos, Alejo y Lorenzo; “Día 13”, “Dos canciones”, “Nubes veloces”, que redunda en un tema que anda por ahí varias veces como es la importancia del sujetador, “El hombre del tiempo” o, entre otros, “Diuréticos”, un cuento de terror con un trasfondo de amor y desamor, resuelto con una frase que es otro fogonazo de lucidez y de dolor. El relato que cierra el libro, “Señorita”, es un perfecto retrato de mujer que se adentra en la crisis de los 40 y que disimula sus conflictos, igual que sus amigas.
Esta es una somera aproximación a un libro, “Dirección noche”, que dará mucho que hablar. En este momento, tengo la sensación de que hay pocos escritores que tengan un universo tan hilvanado y desapacible, tan contemporáneo, como el de Cristina Grande. La conozco, la veo, me invita a fumar alguna vez un Marlboro light, pero en sus libros siempre descubro a otra persona, a una escritora elegante, misteriosa, con experiencia y con un gran conocimiento de los seres humanos. Sus libros, de relámpagos breves y bruscos, se arman por acumulación, página a página, y son frisos impecables de la vida.
*La escritora Cristina Grande en uno de sus viajes a Praga. (Es una excelente fotógrafa y pueden verse sus fotos en gistain.net, sección 10lineas, voz Cristina Grande).
LOS DIARIOS INDIOS DE CHANTAL MAILLARD

Tengo unos cuantos libros que me esperan. Hubo una época de mi vida, cuando vivía en La Iglesuela del Cid, que mi tarea consistía en escribir y leer, y redactar reseñas, e incluso viajar por España. Estuve con Valente en Almería; con Sampedro, Ayala, Guelbenzu, en Madrid, con tantos otros. Fue una época muy bonita, que estropeé yo mismo, al aceptar volver a una redacción. No es una queja: es una forma de melancolía que no excluye la gratitud hacia el periódico que me llamó. Sólo quería hablar de libros, confesar mi falta de tiempo para leer, mi afán de viajar por las novelas, por los poemas, por las biografías, sólo quería hablar vagamente de mi obra interrumpida.
Hace días que tengo en medio del desorden de mis estanterías un libro muy especial: “Diarios indios” de Chantal Maillard, de quien he leído un poemario muy bello: “Matar a Platón” (Tusquets. Premio Nacional de Poesía, 2004). Es un libro de una extraña densidad, de hondura inefable, donde la autora aporta su don poético, su capacidad de observación, su voluntad de trascendencia en cada línea, su sementera mística y filosófica. Hay muchas páginas hermosas y perturbadoras, pero me ha gustado mucho ésta, que resume muchas cosas del volumen: la mirada, la lucidez, el desgarro.
“Violaron a una niña inglesa, anoche, en Bangalore. A él, le mataron. Dicen que fue casualidad, que no estaban juntos, que sus almas se habían separado mucho antes. Pero no lo creo. Yo los vi, a ambos, cruzando la tarde, ayer, ella sosteniendo una pereza azul en su vientre, él, unos anteojos dorados. Tan sólo los separaba la tela de algodón transparente que cubría sin ocultarla la estela de su cuerpo.
No fue casualidad, fue aquella blancura del tejido. Hay veces que la vida no soporta tanta blancura”.
Salto algo más allá y leo: “Algo de mí está triste. Yo no lo estoy. Yo miro esa parte de mí, la miro y observo. Está cansada. Su tristeza está ligada a algunos recuerdos. Éstos forman una cadena sostenida por el cansancio, una larga cadena cuyos eslabones más antiguos, oxidados ya, arrancan del pasado”.
Retrocedo unas páginas, y releo:
“Yo tal vea sea aquella que oculta sus ojos en un pliegue de su blusa para que no los hieran, para que nos toquen con las manos sucias, para que no se los arranquen otros ojos, miles de ellos, ojos tan oscuros que no lograría jamás anidar en ellos un suspiro, ojos incansables que profanan sin tregua lo que tocan, y me sangra el rastro, se me queda atrás, atrapado en sí mismo y ojalá –pienso-, ojalá no trate de retenerlo la memoria”.
*La foto corresponde a una mujer nómada India, de raza gitana.
LA AMÉRICA DE NORMAN MAILER

“América”, con sus pinceladas de subjetivismo controlado, es un libro que refleja el talento de Norman Mailer y su visión radical del país contradictorio, cambiante e inagotable.
*Foto del dramático combate entre Paret y Griffith.