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EL AMANTE DE LAS NIEVES Y LOS SARRIOS

La montaña, la fotografía y la caza: Perfil de Lorenzo Almarza
Uno de los proyectos culturales más coherentes de Aragón es el trabajo de la Fototeca de Huesca: recupera fotógrafos, ordena y sistematiza los archivos, los expone y publica catálogos realmente importantes. La última edición de “Signos” fue un magnífico ejemplo. Y ahora, siguiendo la nueva línea de diseño y la labor de fondo, en Benasque se expone la muestra “El valle de Benasque en los años 20” de Lorenzo Almarza (Ezcaray, Rioja, 1887-Zaragoza, 1975), y se ha editado un bello y cuidado catálogo, que prologa Covadonga Martínez. El libro recoge una amplia selección de las 2.677 placas de cristal estereoscópicas y algunos cientos de negativos normales. Como su padre, Lorenzo muy pronto se inclinó hacia el ejército y además estudió Ingeniería. Durante su estancia en la Academia de Guadalajara, hacia 1911, coincidió con el gran fotógrafo navarro José Ortiz de Echagüe: parece fácil deducir que él fue su maestro, que le enseñó las técnicas que tan bien dominaba, aunque el camino de Lorenzo Almarza sería muy diferente, alejado del pictorialismo artístico y etnográfico que practicó Echagüe.
Hacia 1913, Lorenzo Almarza conoció a la zaragozana Carmen Laguna. Se casaron en 1914 y realizaron una completa luna de miel por Francia, Italia y Suiza, países de magníficas montañas y picos. Almarza aprovechó aquel viaje para dar rienda suelta a su gran pasión por la fotografía. Más tarde, estuvo en distintas misiones en el norte de África, en el protectorado español. Lo trasladaron a Zaragoza, a Jaca, a distintos lugares del Altoaragón, donde asumió tareas de control de distintos proyectos. A la par, desarrolló una constante actividad cultural en la Sociedad Fotográfica de Zaragoza, a la que se incorporó en 192, en el Sindicato de Iniciativa y Propaganda de Aragón (SIPA), cuyo lema era “Todo por Aragón y para Aragón”, y en “Montañeros de Aragón”. En 1915, realizó una visita a Chistaín a la casa de los familiares de su mujer y aquello tuvo el impacto de una revelación: se quedó admirado ante las montañas, la belleza del paisaje, la tersura de los ríos, la huella de los animales, la luz tamizada, los pastores. Y casi a la par nació en él otra afición decisiva: la caza. Los instigadores fueron José Español, de Casa Sort de Anciles, y José Cereza, “Fades”, que sería su cómplice, su explorador y el amigo con quien se atrevería a cruzar peñascos y sendas.
A partir de entonces, Almarza tomó fotos de todo: de las fiestas, de las procesiones, de los bailes, estampas de puentes que se alzan sobre los ríos, pueblos, horizontes arañados por las cúspides. Y además, solía retratarse a sí mismo, o bien con “Fades” o con los grupos que formaba. En el libro hay fotos de su mujer, asomada a un fastuoso precipicio, de niños que anticipan a los que captaría Buñuel en “Las Hurdes. Tierra sin pan”, grupos de montañeses en la nieve. Almarza era un hombre esbelto, casi siempre con lentes redondas, y elegante. Se atrevió a mirar a la cámara con confianza, y con esa confianza captó una forma de vida, un tiempo, una cultura. Sus fotos reflejan una sensible y espontánea artesanía contra la muerte y el olvido.
*Este texto aparece hoy, en página 2, en el Heraldo de Huesca. La foto es de Manuel Parrado Segura hasta que pueda reproducir una de Lorenzo Almarza.
ADIÓS A JOAQUÍN ARANDA, ESCRITOR, EDITOR, CRÍTICO*

La primera vez que oí hablar de la elegancia de Joaquín Aranda fue en un Premio Planeta, a Lola Ester, redactora o subdirectora ya del periódico más o menos rival, si en este oficio plural puede hablarse de algo así: dijo que Aranda la había arropado, recién llegada a las noches del galardón, y que la había presentado a todos como redactora cultura de ese “estupendo periódico que es ‘El Día de Aragón”’. Entonces, para todos Joaquín Aranda era una referencia: como crítico literario, como director de la desaparecida editorial de “HERALDO”, donde publicó a autores como Julián Gállego, Luis Buñuel, José Ramón Arana o Manuel Andújar, entre otros, y también por otro detalle con carácter casi legendario: en las fotos de los años 50, con Borau, con Hemingway, con tantas otras personas ilustres que pasaban por Zaragoza, como Max Aub, por ejemplo, siempre estaban un hombre joven: Joaquín Aranda. Más tarde, como otra leyenda urbana, empezaron a decirme que Joaquín Aranda era como un acostado de fin de semana: “se mete en la cama con un montón de libros, y lee y lee como si estuviese a punto de llegar el fin del mundo”. Un sábado, en la librería Central, me lo presentaron, hablamos de libros. Siempre pensé que lo había encontrado antes de su ritual de lector que se oculta del mundo entre sábanas.
Cuando llegué a HERALDO, Joaquín Aranda ya se había jubilado, pero pronto establecimos una relación entrañable porque venía todos los días. Joaquín Aranda era lisonjero y cariñoso con los compañeros; con todos tenía un código particular: a Christian Peribáñez lo admiraba y lo llamaba Gunter, por Gunter Grass, por su formación alemana y por su audacia constante. A Rebeca Cartagena le preguntaba siempre por los imaginativos platos que cocinaba para su chico; su pregunta era: “¿Qué le has hecho hoy?”. Y ella, que es una gran cocinera, le dejaba patidifuso con su imaginación, la variedad de sus condimentos y su ausencia de pereza. Tenía debilidad por todas: por Nuria Casas, por Ana Usieto, por Esperanza Pamplona, la última por incorporarse, por Victoria Martínez, por Elena Gracia, a la que llamaba “nuestra Marilyn”. La lista de anécdotas podía ser interminable, sin duda. Venía del cine, del teatro, de la música clásica o de la danza, y salíamos a conversar al pasillo. Diez minutos, quince, veinte, el tiempo exacto de fumarnos un Marlboro. Siempre estaba leyendo un libro: unas veces releía “Tirant lo Blanco”, otras a Lorenzo Villalonga o a Espriú. O a Carles Riba. Y a Jesús Moncada, me pidió “Camí de sirga” en catalán y me dijo: “Es bueno, pero es un catalán muy difícil para mí”. Pero también a Tolstoi, Dostoievski, autores franceses e ingleses o italianos, Dino Buzzatti, por ejemplo, a los que leía en su lengua original. O Ezra Pound, que se convirtió durante unos meses en su poeta preferido. Dijo: “Estoy haciendo un poema erótico de ocho versos. Llevo varios meses trabajando en ello. Y sólo tengo un verso. Quiero que sea mi obra maestra”. Aprovechaba para hablar de Juan Ramón Masoliver, de Max Aub, con quien hizo un viaje por Alcañiz y Calanda, de Luis Buñuel, que era pariente suyo y cómplice; lo visitó en México con Agustín Sánchez cuando iban a preparar la edición de "La obra literaria de Luis Buñuel" (Heraldo de Aragón, 1982). Y hablaba de Eduardo Fauquié y de su amigo Manolo Derqui. De Juan Ramón Jiménez, a quien consideraba el mejor poeta español. Su poema favorito era “Espacio”; a Christian Peribáñez le regaló ese libro, recordaba hace un instante. Le encantaba hablar de José Luis Borau, al que había admirado mucho: “¡Quién habla mal de Borau es un cretino! Encarna la bondad”. Pero también hablaba de su padre, médico de pueblo en Luco, y de los años que pasó en el pueblo el pintor Rafael Barradas, que se desposó allí.
Le interesaba todo, y tenía su propio método crítico. Eso, con la música clásica, por ejemplo, siempre andaba con sus diccionarios franceses o ingleses, o las impecables ediciones de Turner. Parecía tener los conceptos claros: si no le gustaba la ciencia ficción, iba y lo decía sin ambages; si le parecía detestable una obra de Víctor Mira, “El cielo de las mujeres”, lo escribía. Y se quedaba tan ancho. Se sentía..., intentaba ser un hombre libre.
Su pasión eran los libros, los escritores, las anécdotas literarias. Siempre tenía varios volúmenes abiertos, era de las personas que iban todos los días a las librerías, siempre andaba buscando algo, y a veces si aparecía una nueva edición de algo iba y a comprar. Y además, su pregunta más constante era: “¿Qué estás leyendo? ¿Qué lees?”. En lo que leían los otros, esperaba encontrar algo definitivo, algo que le hiciese la vida más hermosa y más llevadera. Ahora ha decidido, discretamente, hacer verdad su leyenda: se ha metido a leer en un lugar escondido y para siempre. A fumar un Marlboro, a leer, a soñar con sus películas favoritas.
*Joaquín Aranda falleció ayer por la tarde. Fue redactor jefe de HERALDO, crítico de cine, teatro y música clásica, editorialista, y director de la editorial donde publicaron Julián Gállego, José Ramón Arana, Manuel Andújar, Ana María Navales, Luis Buñuel y Agustín Sánchez Vidal, etc. Era un apasionado lector. La foto es de Luco de Jiloca.
BORRADORES, DOMINGO 3, A MEDIANOCHE

El programa “Borradores” se abre con la presencia de la cantante María Pérez y el teclista Faustino Cortés, que interpretarán “Mar y Mar”, y regresarán hacia el final con “Rumba del cansancio”. La cantante, además, es la primera invitada del programa, que recibirá también al historiador Manuel Gracia Rivas, autor del “Diccionario biográfico de Borja” y de una biografía del explorador y marino Pedro Porter y Casanate. El otro invitado será el escritor y periodista Sergio del Molino, que ganó el premio de Literatura Joven de Aragón con “Manual de autoayuda”. Además, “Borradores” visitará el estudio del gran pintor Daniel Sahún (Zaragoza, 1935), cuya obra colgará en el estudio. Además, se emitirán reportajes sobre la exposición fotografía C Photo Magazine, que se expone en la FNAC, vídeomontaje de David Rodríguez, que se realizó en el Centro de Historia, y también se proyectará una selección de las ilustraciones, dibujos y caricaturas de Alberto Aragón. Por otra parte, “Borradores” entrevista al historiador Juan Manuel Calvo Gascón que explica la historia de los aragoneses deportados en Mauthausen y se centra en figuras como Mariano Constante y en el ex púgil Segundo Espallargas, “Paulino”. “Borradores” se despedirá con la visita a la librería Albareda y con un poema de Ana María Navales.
*Una foto inspirada en Goya de Yasumasa Morimura.
"Borradores" se emite la medianoche del domingo, está anunciado a las 0.00.
LOS OJOS DEL MUNDO / 22

Una mujer de cine negro: Gloria Grahame, actrir de películas como "Que bello es vivir" de Capra, "Encrucijada de odios", "Cautivos del mal" de Minnelli o "Los sobornados" de Fritz Lang. Nació en 1923 y murió de cáncer en1981. Estuvo casada con Nicholas Ray, con el escritor Cy Howard y con su hijastro Nicholas Ray, entre otros. Siempre daba un perturbador perfil de "femme fatale", aunque aquí parece mostrar un genio más apacible. Mira a James Stewart.
EL RUISEÑOR DEL EBRO: JOSÉ OTO (1906-1961)

De los cinco cantadores míticos, que cubren la historia de la jota -el Royo del Rabal, Juanito Pardo, Cecilio Navarro, José Oto y Jesús Gracia-, José Oto es, sin duda, el que recoge una práctica unanimidad en cuanto a su excelsitud. Al ser tan variadas y numerosas sus excelencias, lo que mejor lo caracterizaría sería la voz", dice Javier Barreiro acerca del gran cantador zaragozano, nacido un seis de septiembre de 1906, en la calle Casta Álvarez, hace ahora un siglo. Otro gran experto como José Luis Melero, coautor con el escritor citado del LCD "La jota. Ayer y hoy" (Prames, 2005), afirma: "José Oto es el gran jotero moderno, el auténtico número uno de la historia de la jota aragonesa. Es el espejo en el que todos han querido mirarse para aprender y mejorar, es el hombre que subió a los altares uno de los estilos más bravos, el de la "fiera", que llegó a grabar sin respirar en los dos últimos versos". Demetrio Galán Bergua dice que los cantantes más importantes del siglo XX fueron José Oto y Pascuala Perié, "eran baturros por antonomasia", y recuerda el multitudinario homenaje que les rindió Zaragoza el día de su muerte: ambos, de alguna manera, hicieron recordar el no menos masivo entierro de Joaquín Costa.
Alfonso Zapater, que llegó a bailar en Albalate y Alcañiz con Carmen Bringuis mientras cantaba José Oto, dice: "Oto poseía una voz espléndida, poderosa, era un estilista que no precisaba de calderones (adornos) para engatusar al público. Entonces no se utilizaban micrófonos: cantaba en plazas públicas, en plazas de toros, y su voz atronaba. También cantaba en salas de fiestas y en locales de variedades. Y tenía algo que me parecía realmente conmovedor: era un personaje de un gran calado popular. Poseía carisma. Recuerdo que en el año 1947 o 1948 vino a cantar a Urrea de Gaén (Teruel), en cuyo molino vivían mis padres. Yo tendría 15 o 16 años y pasamos el día juntos. Me sorprendió que toda la gente quería estar con él, que lo adulaba, que lo admiraba, y él se comportaba con campechanía y con aquel tic que tenía algo de coquetería: se ajustaba una y otra vez la faja. Ya estaba un poco grueso".
La formidable voz del Gancho
José Oto nació en la calle Casta Álvarez, en el barrio del Gancho. Empezó a interesarse por la jota a los siete años, gracias a las enseñanzas de su padre, que "cantaba con buen estilo y excelente voz", según Galán Bergua. Sin embargo, ingresó como tañedor de guitarra y bandurria en la rondalla del maestro Calabia, que le enseñó también solfeo. Uno de los momentos de revelación de su talento se produjo, a los pies de la estatua de Alfonso el Batallador, en el Parque Grande: de golpe, se arrancó cantando fragmentos de las zarzuelas más conocidas del momento y tonadas. Miguel Asso lo oyó, se quedó fascinado y decidió incorporarlo de inmediato a su cuadro de jota. Oto hizo su presentación en la plaza de toros en compañía de la gran jotera Jacinta Bartolomé. Más tarde se integró en la rondalla del maestro Orós, y con ella asistió a la Exposición Internacional de Barcelona. Allí cantó un día ante Alfonso XIII, que escuchó por primera vez, con perplejidad y embeleso, esta estrofa tan patriótica: "Quien oyendo un "¡Viva España!" // con un "¡Viva!" no responde, // si es hombre, no es español, // y si es español, no es hombre". Realizó distintas giras por Francia y Alemania y por todo el territorio español. Allá donde iba triunfaba con su "voz clarísima y limpísima", como dice José Luis Melero.
Iba de primera figura en los cuadros de jota de Isabel Zapata, Mariano Cebollero y Pese Esteso, entre otros. En Barcelona, por ejemplo, según recuerda Galán Bergua, "formó cuadro con Camila Gracia, Gregoria Ciprés y Felisa Galé", que acabaría siendo su novia. Además, cantó las coplas de "La Dolores", en la comedia "Rondalla" de los hermanos Quintero o en "La muerte del ruiseñor". Un cantador republicano Encadenó triunfos constantes, y participó en una gira por Andalucía con "La gitana embrujada". En 1927, se presentó por primera y única vez al Certamen Oficial de jotas y ganó el máximo galardón. "Mi padre, Alfonso Zapater Cerdán, que fue un gran bailador y venció siete veces en el certamen, me decía siempre: "Vámonos ya, Alfonso. El premio de baile es para ti y el de canto es para mí". Siempre tuvieron una gran relación, Oto le pedía a mi padre que bailase con él. Se entendían a la perfección. Venía mucho por nuestra casa, con Felisa Galé o solo. Pasaban el día juntos, y ensayaban estilos nuevos. Mi padre tañía muy bien la guitarra y la bandurria, y les he visto atacar estilos de una vez", recuerda Alfonso Zapater.
José Luis Melero aporta una noticia no muy conocida: "Tras la proclamación de la II República, José Oto grabó jotas republicanas. Existe en Aragón una gran tradición de jotas republicanas, y él tiene varias en un disco. La misma relación con Felisa Galé, tan libre, tan escandalosa en una ciudad como Zaragoza, invita a pensar en eso: en su condición de hombre de izquierdas y republicano". Como sucedería con Felisa Galé, Miguel Fleta se quedó asombrado ante sus cualidades, y le recomendó con insistencia que se dedicase a la zarzuela e incluso a la ópera. Había razones objetivas para ello. Señala Galán Bergua: "La voz de José Oto, que empezó siendo tenor, llegó a alcanzar tan amplia tesitura que muy bien pudo dominar los más extensos registros del barítono atenorado. Voz excepcional, clara, potente, gratísima y muy afinada". Del éxito al abandono y la pena Otro experto en el mundo de la jota como Fernando Solsona, autor de "La jota cantada" (Zaragoza, 1978), lo define así: "Colosal cantador de jota y símbolo aragonés entre 1930 y 1960". Esos treinta años fueron los de su absoluto liderazgo, aunque algo cambió en 1948 tras la muerte de su novia Felisa Galé.
Un jovencísimo Emilio Lacambra, que era tañedor en la rondalla Bretón, coincidió con él en dos fiestas del Pilar a mediados de los años 50. "Era un niño de apenas ocho o nueve años y tengo una visión más bien difusa. Eran los tiempos de la rivalidad entre Manolo Garcés y Jesús Gracia. Nos mandaban de rondalla por los barrios, parábamos en una taberna y los joteros decían aquello: "A las puertas de … // hemos venido a beber". Él bebía mucho. Lo recuerdo muy abrigado, con bufanda y muy gordo. Colorado. Coincidiendo con el estreno de "El último cuplé", con Sarita Montiel, también pasaron "Por los caminos de la jota", una película de unos 20 minutos, que se abría con un plano cortísimo sobre el corazón de mi guitarra, luego la cámara se iba alejando y se veía toda la rondalla. Aparecían Isabel Zapata, Pepe Espeso, pero ahora no estoy seguro si aparecía José Oto o no". Desde 1948 hasta su muerte en 1961, José Oto sucumbió al dolor y al alcohol. Alfonso Zapater recuerda su pasión excesiva por la cerveza y sus paseos, tambaleante, por El Tubo, de garito en garito. Javier Barreiro también ha indagado en esta dirección: "Efectivamente, sus últimos años fueron tristes. Vivía, creo, en una pensión y paupérrimamente. Y bebía mucho, frecuentemente incitado por los tasqueros o por los propios parroquianos que le invitaban para que animara y cantase". Consta que nunca tuvo ambiciones personales y que se atrevió a abordar los estilos más difíciles, entre ellos, también, las denominadas "femateras".
Fernando Solsona recuerda: "Hizo de la "fiera antigua", la "fiera zaragozana", la creación máxima de la jota y su disco de ella se escucha siempre con la máxima devoción". Barreiro añade: "Su importancia en la historia de la jota es capital, en cuanto a que se le considera el iniciador de la jota moderna. ¿Sucesor? Creo que no lo ha tenido respecto a su forma de cantar; en cuanto a importancia y protagonismo en la historia de la jota, evidentemente, sería Jesús Gracia Tenas". Su producción discográfica fue más bien generosa con casi una veintena dediscos. En su despedida final, lo acompañaron hacia Torrero alrededor de cien mil personas. Manuel Lahoz escribió un romance, que culminaba así: "Hoy ha salido un baturro // de ronda hacia los luceros. // Hoy ha muerto el ruiseñor // de las orillas del Ebro".
UNA BELLA Y DRAMÁTICA HISTORIADE AMOR CON FELISA GALÉ
Los amores de Felisa Galé y José Oto fueron públicos. Felisa Galé nació en Zaragoza en 1912 y era nieta de jotero y tañedor. Pronto empezó a dedicarse al canto y en 1929 debutó en el Teatro Principal. Obtuvo el Primer Premio en el Festival de Jota en 1931, y a partir de entonces inició una gran carrera que la llevó a viajar por distintas ciudades españolas y a triunfar con todos los honores en Madrid. Demetrio Galán Bergua destaca en ella su "voz clara y gratísima", así como su condición de jotera simpática y atractiva, de suaves maneras y un carácter más bien dulce. El propio Miguel Fleta, que se había iniciado en la jota sin demasiada fortuna, quiso llevársela a Madrid y él mismo se ofreció para pagarle la carrera de canto. Al parecer, Felisa Galé contestó de manera inesperada: "Yo no dejo Zaragoza por nada del mundo". Quizá para entonces ya le hubiese echado el ojo a un cantador seis años mayor que él, no demasiado conocido y enjuto aún, que poseía una voz prodigiosa.
Demetrio Galán Bergua dicen que "formaban la pareja obligada, la que más sugestionaba al público". Cantaban cualquier copla de jota, cualquier estilo; ambos poseían facilidad, dominio y una continua inspiración. El periodista de HERALDO y escritor Alfonso Zapater recuerda aquella relación: en algunos casos la vivió desde cerca, en otros se la contaron sus propios padres. "Eran compañeros sentimentales. Novios. Pero además fueron compañeros de cantos. Recuerdo perfectamente sus canciones de picadillo. Eran un dúo genial, imprescindible. Felisa Galé llevaba la voz cantante, y Oto desarrollaba la voz de bajo. Tenían una gran complicidad".
En 1946, Felisa Galé enfermó gravemente. Y dos años después, durante las fiestas de San Roque falleció. Era el año 1948. Tenía 36 años como la citada Asunción Delmás. José Oto se quedó absolutamente desencajado. "El bache le duró mucho tiempo. Cada vez que iba a cantar se emocionaba excesivamente. Siempre la tuvo presente", recuerda Alfonso Zapater. Unos días después del fallecimiento de Felisa Galé, José Oto debía cantar en Caspe. Intentó hacerlo: salió al escenario, entonó, pero rápidamente el llanto y el dolor le atoraron la garganta. Inerme, miró a la gente que lo había oído cantar muchas otras veces con aquella garganta arrolladora, con aquella energía que hacía temblar la plaza al aire libre. Los caspolinos prorrumpieron en una cerrada ovación. A nadie se le escapaba su estado de orfandad amorosa. Javier Barreiro, que está preparando un ciclo de charlas sobre Oto para Ibercaja, señala: "Efectivamente es lugar común que la muerte de Felisa Galé le afectó muchísimo".
Escribe Demetrio Galán Bergua, en su inexcusable "El libro de la jota aragonesa" (1966), que José y Felisa estaban a punto de casarse. Felisa Galé, además, tenía una gran habilidad para escribir cantas de jota. Una de ellas fue ésta: " No hay Virgen como mi Virgen, // ni tierra como Aragón, // ni mañica que me quite // al maño que quiero yo".
LA JOTA DE "LA FIERA"O UN INCIDENTE EN BARCELONA
Cuenta Demetrio Galán Bergua una de las mejores anécdotas del cantador: "En cierta ocasión, en una sala de fiestas de Barcelona, José Oto cantaba maravillosamente sus célebres estilos de jota que provocaban repetidas ovaciones. En una de las primeras filas estaba un individudo de tipo achulado y gesto de matón. Y cuando Oto llevaba cantadas media docena de tonadas, al terminar la última, el necio, cretino y salvaje espectador, lanzó al escenario una moneda de cobre que cayó a los pies de nuestro jotero. (...) Oto sí que acusó la gamberrada y, con mucha tranquilidad, se agachó, recogió la moneda, la levantó a la vista del auditorio, la arrojó con fuerza hacia los bastidores y, mirando fijamente al imbécil, exclamó dirigiéndose a la rondalla: "Allá va mi despedida..." Y con los ojos echando fuego (...) espetó la famosa copla y el siguiente estilo: "No tires piedras, cobarde //, que el tirar es cobardía;// saca tu navaja en mano, // que yo sacaré la mía".
*Este artículo apareció ayer en "Heraldo de Aragón". Javier Barreiro me escribe y me dice que son casi 50 los discos grabados por José Oto.
LOS OJOS DEL MUNDO / 23

LOS OJOS DEL MUNDO / 24

Los ojos que sólo captan la claridad de la música. Los ojos del ciego abrazado a un violín.
La foto es de André Kertesz.
EL FOROFO IDEAL DE LUIS ALEGRE*

Adiós a mi forofo favorito
Poco antes de que se despidiera de este mundo, fui a ver a mi padre Alberto al hospital con la noticia: “Papá, ha renovado Zapater”. Y él, muy aliviado, dijo: “Pues menos mal”. Miguel Pardeza y el consejero José Luis Melero habían tenido el detalle, para mí conmovedor, de pedirle a Zapater una camiseta para mi padre con esta dedicatoria: “De Alberto para Alberto con mucho cariño”. Y, luego, Zapater tuvo el inmenso gesto de presentarse en el Miguel Servet para ver a su tocayo y hacerle sonreír. Mi padre, casi sobra decirlo, era un fan total de Alberto Zapater.
Él se empeñó en contagiarme su pasión por el Real Zaragoza y él me llevó a ver los primeros partidos de mi vida, en el teleclub del tío Eduardo de Lechago y en el campo del Calamocha. Su momento de oro como forofo fue el gol de Nayim, con su amigo Pardeza en el campo y con Félix Romeo, José Luis Acín y Melero abrazándole como si el que hubiera marcado el gol hubiera sido él. Justo al día siguiente nació Pablo, su primer nieto y futuro lateral izquierdo. No hay espacio aquí, desde luego, para explicar por qué, tampoco como forofo, nunca le voy a llegar a mi padre a la altura de las alpargatas. Adiós, papá. Hasta siempre.
*Este texto de Luis Alegre, que no había tenido ocasión de leer, apareció en el diario "As" a los pocos días de la muerte de Alberto Alegre, padre de Luis. Ayer logré hacerme con él y lo pongo aquí porque me parece emocionante, porque está lleno de gestos hermosos, porque está lleno de cariño y emoción, ... y porque el domingo empieza la Liga en la Romareda.Alberto Alegre, no sé cómo, pero se las apañará para ver a su joven ídolo Alberto Zapater. Seguro. Hay pasiones que ni vence la muerte...
LOS OJOS DEL MUNDO / 25

LOS OJOS DEL MUNDO / 26

Los ojos de la pintura. Otra foto de André Kerstesz.
LA OBRA DE VÍCTOR MIRA, EN BINÉFAR

VÍCTOR MIRA: LAS HUELLAS
DE UN CREADOR A LA INTEMPERIE
I. RETRATO DEL ARTISTA
El artista aragonés que más me ha perturbado en los últimos años es Víctor Mira por la complejidad de su universo, por la imbricación entre su obra y su existencia, por su destino final. Poco antes de decir adiós a todo esto, recibí algunas cartas suyas, algunas notas escuetas, dos o tres catálogos dedicados que me parecieron premonitorios. Víctor Mira (1949-2003) era como una casa con fantasmas. Había un momento, una estación o un golpe de viento que los agitaba todos en su interior, y Víctor pasaba de la calma del místico –“Me arrodillo y espero hasta que siento que puedo pintar como un ángel”, dijo. “Para mí el pintor es como un santo, comparte los mismos problemas, la perfección”, declaró-, del tormento interior al insulto, al exabrupto, a la teatralización de su espanto, al rechazo del mundo. Entonces, entendía que la distancia exacta ente los otros y su angustia, y el único bálsamo de su inmenso dolor también, eran la brocha, el lápiz, el bolígrafo, la cámara fotográfica, sus propias manos. El silencio. Incluso en esos estados de creación, que estaban próximos al éxtasis, parecía infeliz, herido en algún cuarto de la sangre por exceso de sensibilidad. O porque era su mejor amigo, era el otro y él mismo simultáneamente, y a la vez su propio lancero homicida. Padeció el drama de la insatisfacción radical.
Se sentía perseguido y se convertía en un perseguidor. Y al revés: cualquier detalle exterior minaba su fuerza y su entereza, a pesar de que podía ser sarcástico, hiriente, provocador o de una lucidez apabullante, amasada con razones y erudición. Ha sido un rebelde ilustrado –le estimulaba la música, la literatura, el teatro, la poesía, la filosofía…, y de todo ha dejado abundantes huellas- que rara vez podía huir del desarraigo, de la incertidumbre, de la urgencia de trascender y, en el fondo, de la imperiosa necesidad de ser querido. En esa casa con fantasmas que era Víctor Mira, ese árbol humano desmelenado por el vendaval, se aliaban la materia, la materialidad avasalladora, y la creación, la ira con el lirismo más excelso, y el desgarro aparecía una y otra vez entre sombras. Como una mancha de destrucción que se expande. Como una tupida textura de tenebrismo que avanza. Una de esas sombras era la incansable vecindad de la muerte, su demonio particular: quería “ser un artista capaz de soportar el espectro, la metáfora de la muerte”.
Se entregó a combatirla en una batalla interior, desabrida, que le hacía sentirse víctima y verdugo. Que no le dio un instante de sosiego. En la muerte estaba casi todo: su propio envés, que era la energía misma de la vida, el sexo, la soledad, la inspiración, el arte, el amor y el desamor, la política, la invención… Víctor Mira fue una ardiente paradoja. Como Goya. Pasión y nieve de llanto sobrehumano. Pese a vivir siempre al límite, en una suerte de exilio buscado, desarrolló una obra rica en hallazgos expresivos, vías de comunicación, experiencias simbólicas y hondura. Mezcló, y modernizó a su manera, la gran tradición del Barroco español (Zurbarán, Valdés Leal, Velázquez); frecuentó la naturaleza muerta con ecos españoles y de los interiores holandeses; asumió una línea mística en la que podía sentirse santo, mártir y hereje, de ahí esas cruces constantes, esa obsesión por el predicador en el desierto, que es el estilita, altivo y solitario, de ahí esa insistencia en el “pájaro solitario”; conectó con las pinturas negras de Goya, con George Baselitz, con Joseph Beuys, con Otto Dix, con Vincent Van Gogh, con Andy Warhol, con Salvador Dalí, con Antoni Tàpies y Antonio Saura. E incluso halló otro término en el que se reconocía muy bien: la figura del caminante, ese viajero constante, mental y físico, que desea saciarse de paisajes, de travesías, de laberintos, de un celaje idóneo para el sueño. De ahí que otro cuadro con el que se sentía identificado fuese “Monje junto al mar”, y también con “El viajero contemplando un mar de nubes”, de Caspar David Friedrich, un pintor que fue calificado como “el místico con pincel”, frase que no resultaría inexacta como epíteto de Víctor Mira. Este artista, igual que su interés hacia la poesía de Novalis, lo emparienta con el romanticismo alemán. La suya es una pintura cósmica, matérica y rotunda, llena de expresividad y de convicción.
En los últimos años realizó numerosos dibujos y tintas donde anunciaba constantes y turbios diálogos consigo mismo ante el espejo, la muerte se mira al espejo, dijo alguna vez, e incluso señaló la senda fatal que iba a tomar. Vivir para él (vivir, amar, pintar: respirar día a día, levantarse de un sueño de espectros) era casi una tarea del héroe de la pintura que no se soporta a sí mismo ni se acomoda, ni halla vericuetos para estar en paz o un camino hacia la felicidad y hacia la risa. Mira fue héroe y antihéroe. Escribió: “El héroe enfatiza la fuerza; el antihéroe personifica la poesía”. Ésa es una de las sensaciones más nítidas que nos invade al enfrentarnos a su arte, a sus diarios, a sus confesiones, a su teatro. Sin embargo, de cerca, era divertido, risueño, cariñoso, apasionado. Vulnerable como un niño, proclive al asombro o al candor. Alocado como la sinrazón y el deseo. Tenía algo de animal extraviado y a la intemperie, acosado por otras alimañas, que se adentra en el infinito bosque de la noche.
De golpe, reflexionaba y sentía que tenía raíces. Bajo la estampa del cielo azul de Zaragoza, elogiaba el Juslibol de su infancia, el río Ebro, Zaragoza, la ciudad donde dijo haber nacido en 1949. La ciudad donde quiso que se iniciase su biografía. En uno de sus espléndidos libros: “En España no se puede dormir”, había anticipado su destino: “Niego que en mí exista vida alguna y me horroriza no estar muerto y tener que sentir la repugnante vida latir como un animal antiguo”. En otras prosas, de manera aún más explícita, dijo: “Lo intenté varias veces [el suicidio], la más serie de las veces fue en Madrid. Pero también en Zaragoza, donde un día, con toda la desolación de la necesidad, puse mi cabeza sobre los raíles y esperé, todo envuelto en adioses, la llegada de un tren”. Víctor Mira, como Francisco de Goya, a quien pintó como el perro con sombrero de su propio cuadro, sucumbía a su aniquiladora cabeza y resucitaba desde ella con toda la lucidez del delirio. Era una cabeza que, tal como señaló el propio artista, se alimentaba de escalofríos.
II. LA OBRA: LAS SERIES Y SUS SÍMBOLOS
La Fundación Alcort presenta una amplia selección de la obra de Víctor Mira en Binéfar, en la sede de sus proyectos. Recoge piezas de casi todas las épocas: desde 1971 hasta el año de su muerte. En ese recorrido de 32 años se aprecian el nacimiento, el crecimiento y la evolución de un artista que trabajaba por temas, en un variado campo de disciplinas: la pintura, el dibujo y la obra gráfica, la escultura y la realización de distintos objetos, la fotografía, la cerámica, y por supuesto la literatura. Han sido, y son, muchos los pintores que escriben. Con Víctor Mira da la impresión de que escribe casi como pinta: con energía, con constantes visiones, con una capacidad insólita para desarrollar su pensamiento, su tormento, su insatisfacción. Le da vueltas una y otra vez a las palabras, moldea su zozobra íntima, su constante naufragio, con una belleza telúrica, casi filosófica, con una carga poética exuberante. Le encanta explicar el hecho físico de la pintura: en sus libros de estética y autobiografía, en sus catálogos, en sus poemarios. Quizá por ello citase al gran poeta Matsuo Basho en “Humus”, que le sugiere esta visión de sí mismo: “Sentado en mi taller, frente a un cuadro en blanco, doy un fuerte brochazo y mi idea salta al estanque del lienzo. ¡Plop!”.
He aquí una imagen recurrente, un punto de partida para explicar su condición de artesano y místico de la pintura: “Con los ojos abiertos a la gloria de lo oculto, de lo que yace en el interior de la tierra, me siento bulbo retorcido en su negrura, pero lleno de futuro en la alegría, en el éxtasis de la espera. (…) La pintura, como las raíces, es oscuridad, misterio, silencio. (…) Pintura, por lo tanto, espíritu. Pintura, por lo tanto, materia. Pintura, por lo tanto, veladuras. 1, 2, 3, tres pasos con los que acercarse a la cosa, confundirse con ella y devorarla por asimilación, por engullimiento, hasta quedar solo en lo mío, en la insatisfacción del hartazgo de la cosa”. Partimos de “Humus” (DPZ, 1999) porque en ese diario, fechado entre 1994 y 1998, Mira hace una evocación de sus inicios. El desamor hacia Zaragoza y hacia España, lo llevó a Madrid. “Llegué a Madrid sin nada, a matar mi tormento y lo primero que hice fue aquella irreverencia de sentarme en las nobles ventanas del Museo del Prado. (…) En el Madrid hastiado de los primeros años 70, me encontraba confundido y atormentado, con un dolor casi físico que me mutilaba, sin esperanza ni ser capaz de apreciar en mí valor alguno. Sabía que no estaba loco, sabía que no era un santo, pero respiraba cada vez más con el respirar veloz de los suicidas”.
Habla de paseos que tenían algo de liberación, de soledad y de sexo sin amor. De aquel estado de ánimo derivan sus primeras obras y esa serie inicial titulada “La manía del sexo”, en la que aparecen un hombre y una mujer, informes y desproporcionados, casi grotescos, que igual se ofrecen los ojos que parecen prepararse para el coito. Están inscritos sobre fondos planos de color azul y destacan en ellos su carácter más bien monstruoso, sus pies gigantes, que poseen algo de fálico, y sus sexos pintados de rojo. Escribió: “Todos somos víctimas del sexo. Nos guste o no reconocerlo, todos somos sus víctimas”. Son estampas entre esquemáticas y surrealistas en medio de un paisaje vacío, casi lunar, que por su cromatismo y su atmósfera recuerdan un poco a Yves Tanguy; a menudo, las figuras aparecen acompañadas de animales, en concreto de vacas y mariposas. Mira fijó su atención en un bestiario personal, que desarrolló a lo largo de numerosas obras, entre las que estaban “Caballo” (1973) y unas piezas en las que convive un monstruo muy peculiar con la floresta más voraginosa. Son cuadros que parecen nacidos de la pesadilla: cuerpos fetales en algún caso, cabezas de las que brotan flores, raíces y órganos, e incluso una especie de pez. Estas criaturas inquietantes y a la vez desamparadas tienen algo de prolongación de su “Grupo de miranianos”, como si hubiesen nacido de una compleja metamorfosis con tejidos arborescentes por todo el cuerpo. Aquí Mira ya utiliza unos sugerentes campos de color de fondo, muy trabajados.
Después de aquellas expediciones madrileñas, Víctor Mira se trasladó a Barcelona. Y conoció a esos personajes noctámbulos que tenían algo de desterrados, de marginales, de “freaks”. En ellos y en sí mismo debe estar inspirada una serie como “Espejos”: seres exacerbados, con aspecto de extraterrestres caracterizados por su extraño rostro y sus grandes orejas, de ojos entre atónitos y melancólicos. Mira añade aquí unas franjas verticales con la palabra espejo. Estas pinturas tienen una intención alegórica y son, a pesar de su extrañamiento y de su carácter espectral, mucho más amables que dos de los grandes cuadros de ese periodo: “Super gran super nada” (1977-1979) y “Interior con puñal” (1978-1979). Aquí está el mundo de Otto Dix o Baselitz, pero también parece existir un acercamiento al cómic. El hecho de que los titule “Espejos” invita a pensar en que Víctor Mira también se veía a sí mismo en estos rostros: su dolor, su atónita desolación y su estupor también eran los suyos.
Una de las creaciones emblemáticas de Víctor Mira es el personaje del “Caminante”. Aquí se expone una pieza de 1983, una de las más esquemáticas que tiene algo de borrador o génesis para los desarrollos posteriores. Ese caminante, que lleva la cabeza replegada sobre el pecho y a menudo una vela en la mano, es una metáfora del artista insatisfecho y en constante movimiento; del hombre que piensa y siente y deja en cada huella el itinerario de su emoción; del peregrino extraviado lejos de su patria, desasido de la raíz. Lacerado por la distancia, el pintor escribió hacia 1990: “Odio los viajes y me asombra ver a la gente viajar. Yo sólo deseo el viaje de regreso a casa. Un viaje duro y agotador, pero el más hermoso. Cuando encuentre el camino lo haré. Tengo fe y espero paciente. Regresar a casa, de donde nunca debí haber salido, eso es lo que quiero”. Otro elemento complementario de esta serie podrían ser los zapatos, por los que Mira tenía una gran obsesión: zapatos que dejan su rastro por donde pasan, zapatos que son el testimonio de su paso por la tierra, zapatos metafísicos de los que igual brotan flores que cruces, sobre todo cruces.
Las naturalezas muertas del artista siempre han tenido una gran fuerza: constituyen otro tema, otro icono de su trayectoria. Tienden al abigarramiento expresionista, como es lógico, y muestran casi siempre sus objetos y elementos básicos: las cruces, la cruz, el tálamo, mesa o tumba, la calavera, el ángel. La pieza que se exhibe tiene gran personalidad y establece un claro diálogo con obras como “Hilatura” (1984), “Amarrados a un pedazo de cielo” (1987), los dos “Estilitas” (uno de 1986 y otro de 1988), y “Montserrat” (1988-1989), que forman parte de series esenciales que definen al artista. De entrada, es obvia la filiación con el Goya que anticipa el expresionismo, con el Goya de “las pinturas negras”. Aquí, en estas obras, está el gran Mira de los años 80, el más rotundo en expresión plástica, en desgarro y en ambivalencia mística. El “estilita” es el monje junto al mar, el quietista que no opone su voluntad a la tentación ni al éxtasis, el asceta, y el hombre humilde que se aleja para orar y a contemplar el mundo desde lo alto de su columna, situada bajo ese cielo tan determinante y obsesivo del artista. En Munich, en Madrid, en Barcelona, en el refugio de cada uno de sus talleres, Mira jamás pudo olvidar el cielo azul de Zaragoza, y en ese espacio mental donde ubica a su pensador, la figura más simbólica de su producción, suele aparecer ese celaje tan añorado casi siempre como un decorado celestial. En esa figura hay una reflexión sobre el valor del cuerpo, desnudo y perplejo ante la mudanza de las estaciones. Ese estilita pertinaz también rememora el “pájaro solitario”, el propio Cristo (Mira realizó poderosas crucifixiones), o incluso San Sebastián. No lo es específicamente, pero en una interpretación de signos y símbolos tampoco estaría demasiado lejos esa identidad del estilita.
Son varios los estudiosos de Mira que hablan de su “ambivalencia religiosa”, entre ellos Joachim Pedersem. Era ateo y religioso a la vez, era místico y pagano, Dios era el Dios bíblico y la pintura era Dios también, por eso llaman la atención la abundancia de elementos religiosos en su obra, e incluimos aquí otra serie como “Montserrat”, que propone una cordillera rocosa, ordenada, que se extiende hacia el cielo con sus cruces escalonadas. En cierto modo, también hace pensar en esas voraces figuras que estiran su boca en “Amarradas a un pedazo de cielo”. Se trata de una obra muy matérica que concentra su foco en una cima que en otros cuadros, tal como escribió Joachim Petersen en “Madre Zaragoza”, bien podría ser el yerto y solo Monte del Calvario.
Víctor Mira se confesó siempre un admirador de Goya. No era necesario que lo hiciese público: su propia trayectoria es el mayor homenaje de admiración. Le ha dedicado varios cuadros y varios grabados. Un 7 de abril de 1991, desde Munich, le escribió una carta a Antonio Saura, muy aficionado a las cartas imaginarias a otros pintores. Le decía algo que también define a nuestro artista: “Díselo tú, que has pintado al hombre como un escándalo existencial; diles que un homenaje sobre la tumba es un baño en casita materna y no en el Ebro repleto, inundado de pasión, de anhelo, de éxtasis, de embriaguez y de menosprecio”. ¿Acaso Goya y Mira no han pintado al hombre “como un escándalo existencial”? La frase es prodigiosa y tiene la divisa exacta de un inmejorable autorretrato. Le recuerda, por cierto, que el propio Antonio Saura ha dicho que “no hay más verdad que el negro”, lo cual le permite decir a Mira que, si es cierto lo que dice, “no hay más verdad que el negro y el azul purísimo del cielo de Zaragoza”. Y termina así: “Goya, Buñuel y tú, y aún añadiría al primero de todos, a Gracián, perro agudísimo, cuyo ingenio fue ladrar en mudo para mejor dejarse entender. Sería yo, pues, quinto perro y sordo, y aún me querrían ver sin dientes por no ser de sitio alguno que no sea mi origen propio en la perrera de Zaragoza, la misma de donde salieron el perro mudéjar y el perro judío y el perro de Goya y tu perro y yo mismo, perro mío que va rasgando el cielo en su caída, dolido de caminar por semejante sendero, sin advertencia y con hartazgo de sacrificio”. “Mira. El quinto perro” fue el título de una exposición que se presentó en 1996 en la Galería de Miguel Marcos y en la sala de Exposiciones Ignacio Zuloaga de Fuendetodos. Víctor Mira retrata a su maestro al óleo y en grabado, y explica: “Autorretrato, pedazo de carne de inhumana intensidad, rostro de radical descontento, de dolorosa contemplación. En él aparece el Goya que hoy día todavía sigue siendo indigerible, aquel al que se ha hecho clásico a la fuerza, aún a pesar de todo dominio”. Si alguien dudada de la calidad de la escritura de Mira, creo que ya habrá cambiado de opinión. Era también un magnífico escritor que pintaba.
En 2001, en Electa, Víctor Mira revisó el cuento de Caperucita y publicó “Caperucita roja. Viaje de una generación”, compuesto por 98 dibujos que había realizado en gran parte hacia 1984. Era una reinterpretación del cuento vinculado con su propia vida y con su vieja quimera de retornar a casa. “Quise inventar una Caperucita fuerte, capaz de luchar contra su destino, pero la historia verdadera tal como la recogió la leyenda popular se impuso cruelmente. De ella partí para elaborar mi viaje trágico de las generaciones, porque el de Caperucita (…) es más bien el cumplimiento del destino trágico de los hombres donde no cabe el regreso a casa del hijo pródigo”. El trabajo contiene situaciones de perversidad y de zoofilia. Mira rescribe el cuento y dice: “El lobo salió corriendo tras ella y, cuando le dio alcance, la convenció con su lengua elocuente. Por su propio pie, volvió Caperucita y se metió en la cama. Esa noche descubrió aquello que a todos les parece lo mejor”. En la fábula, cobra especial dimensión en el desenlace del cuento literario y de su desarrollo gráfico un cementerio con ominosos espectros en forma de mujeres arrugadas y con perros cancerberos.
También hay dos piezas de la serie “Antihéroes”, un tema que se convirtió casi en un microcosmos del artista y que estaba inspirado en un homenaje a la Quinta Sinfonía de Beethoven. Lo desarrolló en dibujos, pinturas, cerámicas y una obra de teatro, “Antihéroes”, que estrenó Luna de Arena en Arco. El protagonista es el muerto: el antihéroe habita literalmente en la pesadilla y en la tumba, que es un desnudo somier. Mira nos introduce en su espeluznante y glacial teatro de visiones y terrores cuyo protagonista es un difunto tendido en una especie de morgue, más bien metálica, con rejas y máscaras mortuorias; en el centro del abdomen, el personaje tiene una gran herida o agujero donde caben nuestros desechos. Un flexo ilumina su cuerpo, que tiene algo de espantapájaros embalsamado, que recuerda sus “vanitas” de los 80 o sus “pájaros solitarios”. No siempre está solo. El artista explicó con su habitual lucidez su tentativa: “En la esencia del antihéroe hay un rebelde y alguien que fracasa con el consecuente reconocimiento de la realidad. Los antihéroes son la imagen de nuestro mundo, idea de peligro, de enfermedad y de inminente muerte. Cuerpo humano creado con tierra interpretada en términos de segmentos, donde la realidad ordinaria no se distorsiona por visiones irreales. Antihéroe y artista: muerte seguida de renacimiento en un estado de saber, se relacionan estrechamente con las mariposas, con los animales que cambian de piel, como las culebras y los cangrejos”.
Víctor Mira realizó en esa serie una disección clínica de la muerte, sin contemplaciones, un paseo violento por la otra orilla que no excluye nada: ni un sentido de macabra representación, ni la misma idea de ser él mismo el finado. La muestra se completa con dos obras del proyecto “Moods”, estados de ánimo, su último trabajo: una pintura con algo más de anécdota, que insiste en su soledad, en su desamparo y en viejas imágenes del pasado, como sucede en ese óleo sobre lienzo de 2003 que presenta un autorretrato suyo y el retrato de Goya con rostro de calavera, con la mano que avanza entre margaritas. O el cuadro de 2002, donde se ve una vía del tren, al paseante y a una mujer junto al mar. Algunos han supuesto que esa era una obra de anticipación, un preludio del final, pero en realidad Víctor Mira se ha pasado buena parte de su existencia de creador, de viva voz, en su escritura y en su pintura, anunciando la despedida.
En la muestra se incorpora una escultura de bronce de sus turbadores seres, esos monstruos enajenados que parecen a punto de devorarse los unos a los otros. Mira confesó en 1995: “En la base de mis esculturas hay una especie de amor por las cosas que los demás tiran”. Esta colección de la Fundación Alcort constituye un acercamiento a la trayectoria tumultuosa y variada de Víctor Mira, el artista que se atrevió a meter los ojos, las manos y el cuerpo entero en el abismo. Su testamento es el desgarrador e íntimo álbum de un hombre que siempre se sintió fuera de casa, perdido bajo la nevada y envuelto en la atroz melancolía del desesperado.
*Este próximo viernes, en Binéfar, a las 19.30, en la Fundación Alcort que fundó y dirige Miguel Ángel Córdoba, se inaugura una exposición de 50 obras de Víctor Mira: una selección de obras bastante representativas de su trayectoria, y el delicado proyecto "Bachcantatas", tal vez el de mayor rigor expresivo y de mayor contención, su aproximación a Juan Sebastián Bach. El catálogo lleva textos del propio coleccionista, de Víctor Mira, de Javier Lacruz y también este texto. Ana Bendicho ha diseñado un catálogo de 120 páginas, y los hermanos Michel y José Robert son los encargados de montaje.
VÍCTOR MIRA: PASIÓN POR BACH*

“BACHCANTATAS”: ORACIÓN Y PUREZA CON MÚSICA
A Víctor Mira le apasionaba la música. Dos de sus compositores más amados eran Juan Sebastián Bach y Ludwig van Beethoven. A ambos les dedicó dos series intensas. En 1989 comenzó un trabajo sobre las “Cantatas” de Bach que culminó hacia 1995. Lo expuso en diversas ciudades de Alemania, de España y de Francia. Fernando Castro Flórez dijo que era “una de las series más intensas y esencialistas (…) donde las cruces se imponen en ambas superficies, rojas, negras o azules, en una politonalidad del virtuosismo barroco”. Clara Renau describió así en 1995 la propuesta y sus logros: “La cruz, como color, y el color como nota. En cada una de sus obras ocupan un lugar distinto, estableciendo una melodía concreta que propone en su trabajo vías inéditas de exploración”.
El propio artista explicó sus intenciones ante la obra del autor de los “Conciertos de Brandenburgo”: “Puse mis ojos de ateo en una música perfecta porque deseaba crear su réplica en imágenes, y eso que siempre supe que sin ellas las cosas del alma suben más derechas a Dios. Así, de mis manos vacías de fe fueron surgiendo con humildad, con santa simplicidad estas ‘Bachcantatas’ que debían ser casi perfectas para que, de ese modo, el aliento recibido no me fuese atribuido a mí sino al Señor”.
Víctor Mira se inclina por la máxima depuración y por la abstracción absoluta. Sobre el fondo plano, irrumpe la cruz, a veces dos cruces, o tres. El cuadro es contenido, pintura pintura casi, con una aproximación a la lisura cromática de Mark Rothko y a la exactitud geométrica de Piet Mondrian. La colección tiene un aire fúnebre y Mira ha prescindido de cualquier gesto para alcanzar la cima de la pureza, de la linealidad, de la intensidad más sobria. El artista está transido, rezuma misticismo, y tiene la habilidad de crear una estructura en la que suena la música, o cuando menos ordena la serie como las notas del pentagrama. Quizá sea aquí donde Mira se vacía más, se despoja de cualquier artificio o histrionismo y se asoma al arrebato religioso. Podría haber levitado mientras trabajaba: se percibe la concentración, la delicadeza, la calma, la destilación precisa de colores, la voluntad de hacer desde la inteligencia. Víctor Mira conecta consigo mismo y se acerca a sus crucifixiones o a la serie “Montserrat”. Es un proyecto que tiene algo de oración, de responso ante el rigor nocturno de la muerte. Es el arte seco de la última melodía.
*Este texto es una brevísima aproximación a una de las series más místicas e intensas, de puro rigor de construcción de Víctor Mira, una serie de 13 serigrafías y un óleo que podrá verse en la Fundación Alcort de Binéfar.
LIBROS CONTADOS*

En estos días se pone a la venta el libro de José Luis Melero Los libros de la guerra. Bibliografía comentada de la Guerra Civil en Aragón (1936-1949) (Rolde). Un bosquejo de este libro estaba en la conferencia que Melero leyó en Huesca, invitado por José Domingo Dueñas, y que después apareció publicada en Literatura, cine y guerra civil (IEA, 2004). Una parte considerable del libro está dedicada a ediciones, episodios o autores oscenses: Felipe Alaiz con su Vida y muerte de Ramón Acín, o los títulos variados de Cirilo Martín Retortillo, entre otros muchos. Melero va dando a conocer todo este fondo bibliográfico, extrayendo citas o comentarios que hacen que el volumen, con estructura de catálogo, se convierta en un libro de lectura. La erudición de José Luis Melero es sorprendente, con un estilo en el que cada línea ofrece datos e informaciones variadas, a la vez que no abandona su punto de vista irónico y, pese a lo terrible de la materia, ameno. Melero es autor también de Leer para contarlo (BARC, 2003). Antes de que publicase, hace tres años, ese primer libro en solitario, cuando había que escribir sobre José Luis Melero se le acompañaba de la palabra "bibliófilo". Como experto en autores raros, en jotas, o cualquiera de las otras materias de las que es conocedor, aparecía nombrado en los artículos de prensa y antologías como "el bibliófilo José Luis Melero". Ahora, de un modo natural, es también escritor. Ser amigo suyo y de Yolanda es una de las mejores cosas que me han pasado en la vida. La pasión de José Luis Melero por los libros no ha dejado de dar silenciosamente frutos a su alrededor. Ha sido soporte y fuente de otros muchos buenos libros, como el Enterrar a los muertos (Seix Barral, 2005), de Ignacio Martínez de Pisón.
Creo que me parezco poco a José Luis Melero. Él tiene una memoria admirable, mientras que yo apenas consigo, a final de curso, haberme aprendido el nombre de mis alumnos. Él es un hombre preciso, aficionado a los datos, capaz de decir siempre los cargos que han ocupado las personas (ex ministro, consejero, cónsul, secretario de notarías.), mientras que yo soy despistado y tiendo a ir un poco a bulto. Él tiene una biblioteca ordenada, ya legendaria, mientras que yo amontono libros de un modo más bien desperdigado y casual. Aunque quiero pensar que en el fondo coincidimos en algunas cosas importantes, además de en unos cuantos amigos. Melero es todo un ciudadano. Desde que dejé la casa de mis padres he vivido en más de una docena de pisos, la mayor parte compartidos. Supongo que esto ha contribuido a que entre mis primeros propósitos no estuviese el crear una biblioteca. Por otra parte, quizá por mi propensión a la melancolía, me he mantenido al margen de, por así decirlo, campos de especialización. Esta prevención a ser especialista de algo hizo que acabase la carrera universitaria a contrapelo. Pero puedo decir que me gusta la vida, que no dejo de obtener placer de los libros y que no renuncio a aprender.
*Este artículo de Ismael Grasa apareció publicado en el "Heraldo de Huesca" el pasado martes. El libro es magnífico y nació en los IV Encuentros Literarios de Albarracín sobre la GuerraCivil. Allí avanzó Pepe alrededor de 40 o 50 libros de los aquí compilados, que incrementó en Huesca y posteriormente en ese libro que lleva una espléndida portada de Pepe Cerdá. Ismael Grasa es autor de libros como "De Madrid al cielo", "Días en China", "La tercera guerra mundial", entre otros títulos. Próximamente, publicará en Xordica "Trescientos días de sol".
LOS OJOS DEL MUNDO / 27

MIGUEL MENA, HIJO ADOPTIVO DE ZARAGOZA

Miguel Mena (Madrid, 1959) es uno de los escritores, periodistas y seres humanos más queridos de Zaragoza. Su labor por la ciudad y por Aragón es extraordinaria y fecunda: siempre está ahí, en el camino, abriendo surcos, creando cariño, esparciendo humanidad, ternura y humor, en sus programas de radio, en sus libros, en sus artículos periodísticos. Esta mañana ha sido designado por el ayuntamiento de Zaragoza, esta ciudad que tanto quiere, esta ciudad tan hospitalaria, como Hijo Adoptivo. Cuando son distinguidas personas como Miguel uno acaba pensando que el mundo es un lugar que permite la palabra, la convivencia y el sueño. Junto a Miguel fueron distinguidos, entre otros, el empresario Jesús Morte, el hombre de cine Eduardo Ducay y el empresario Valero López. Desde aquí, la enhorabuena para todos, pero especialmente para Miguel porque es mucho más que un amigo y un colega: es un ejemplo. Y un espejo. Este galardón se suma al que recibió hace un par de años: el Isabel de Portugal, entre otros muchos.
Desempolvo aquí una entrevista que le hice a Miguel con motivo de la publicación de un libro sobre el mundo del periodismo: “Una nube de periodistas”.
--¿Viven los periodistas en una nube?
--Algunos sí. Viven intensamente en el propio mundo del periodismo, y convierten su profesión en la realidad. Eso sucede más en Madrid y Barcelona en la nube mediática y política. Aquí, creo, estamos más en contacto con lo que ocurre.
--¿Es tan pesimista su concepción del oficio? Suele pintar a los periodistas como falsarios, engreídos, desdichados o vendidos en ocasiones...
--Sí, pero quizá sea una estrategia para escribir historias con humor. Hay que exagerar un poco los defectos. La perfección no hace reír, no da para la ironía, y a mí gusta emplear el bisturí de la ironía.
--La ironía, desde luego, pero también emplea la sátira con abundancia.
--Escribí un libro como “Una nube de periodistas” (Zócalo; ahora Onagro) contiene sátira y melancolía, en particular. La sátira se manifiesta en la crítica a esos usos periodísticos que no me gustan nada como la búsqueda desenfrenada de la exclusiva o de la primicia. Contaba Gervasio Sánchez la obsesión de algunos corresponsales de prensa por llegar al conflicto y contar las cosas antes que nadie. Y añadía que él prefería a aquel que las contaba mejor: que toma posición, habla con la gente y entiende el conflicto. Pienso exactamente igual. Hay demasiados yonquis de la noticia: gente con adicción a la tensión informativa, y eso es devorador e inhumano. Son drogadictos de la profesión.
--¿Es el periodista un personaje especialmente literario?
--A mí me lo parece. Está en contacto con ámbitos muy diferentes de la sociedad y de la vida. Es un oficio muy rico: al buen periodista nada humano le es ajeno.
--¿Cómo sería su informador ideal?
--El buen periodista debe ser reflexivo, seguro (y eso quiere decir que debe contrastar muy bien aquello de lo que informa) y ameno.
--Usted es locutor de radio en la Ser, columnista de prensa y un personaje popular. ¿Cuál es su grado de autocrítica?
--Permítame un apunte: la televisión da fama, la prensa da prestigio e influencia, y la radio da familiaridad, aprecio familiar. Cuando la gente me saluda, dice: “Como contigo, te tengo en la cocina, te llevo en el coche”. Respecto a la autocrítica, le diré que quiero huir de la autobiografía. En “Una nube de periodistas había una referencia, una parodia a mi trabajo anterior en “Estudio de guardia”: me pinto como pedante; llama un señor y se queja de que no le dejo hablar.
--Aquel libro constaba de 18 relatos y es el primero específicamente de ese género en su producción. ¿Qué le ha llevado a esta apuesta?
--Me lo planteé como un reto. Había escrito algunos cuentos que andaban por ahí dispersos en revistas. Quise componer un libro unitario en torno al mundo del periodista, que apareciese aunque no fuera necesariamente el protagonista. Quería probar el formato del relato y aquí está. Mi cuento consta de una sola idea, de un desarrollo divertido o ameno y de un desenlace inesperado.
--¿Cuál es su periodista soñado?
--Una mezcla del sentido del humor de Carlos Herrera y de la fiabilidad y sensatez de Iñaki Gabilondo.
*La foto de Miguel Mena la he tomado de "20 Minutos".
MIGUEL MENA, HIJO ADOPTIVO DE ZARAGOZA / Y 2*

[Hace un año, Miguel Mena publicaba uno de sus libros más emocionantes.Conversamos entonces y publiqué en "Heraldo" esta entrevista. La traigo aquí de nuevo porque ayuda a comprender el perfil del escritor y locutor del programa "Aragón". El ingeniero y lector Sergio Cide entró ayer en el blog y dejó esta perla:"Esta decisión del ayuntamiento no hace más que oficializar la manera en la que sentimos a Miguel Mena. Miguel es tan Zaragozano como los adoquines, las frutas de Aragón o los mantos de la Virgen". Por cierto, en esta entrevista hay una frase que dice: "Zaragoza me hizo".]
MIGUEL MENA: "ZARAGOZA ME HIZO"
-¿Qué es “1863 pasos” (Xordica, 2005)?
-Es un libro de viajes por lo físico y lo emocional, por un ámbito geográfico muy concreto de la memoria y de las emociones. Más de las emociones que de la memoria. Antes sólo quería divertir, entretener, ahora también pretendo emocionar.
-Concretemos algo más…
-“1863 pasos” está formado por tres relatos que son como tres homenajes y tres declaraciones de amor. El primero, “Vía muerta”, es una declaración de amor a la generación de nuestros padres, que están entre los 70 y los 80 años, una de las generaciones de la posguerra que ha vivido una España dura, gris y triste. El segundo, “Un dios que ya no ampara”, es una declaración de amor a mi hijo Daniel, discapacitado. Y el tercero, “1863 pasos”, como el título, es una declaración de amor a Zaragoza. Yo puedo decir aquello de “Zaragoza me hizo”.
-Vayamos con “La vía muerta”: un viaje desde la estación de Utrillas hasta la propia localidad minera. Hay historias conmovedoras…
-Es un reportaje, que es el género que me gusta en la radio, en la prensa e incluso en la literatura. Me fascina la pluralidad de voces, la diversidad de puntos de vista. Y aquí cuento historias que me han ido contando y que a veces son conmovedoras: pienso en la historia del maquinista Garcés, que no puede detener el tren en una bajada y se estrella y se muere con su máquina. O en la de aquel maquinista que no se ha enterado de que una muchacha se ha arrojado bajo las ruedas del tren y se ha muerto…
-Igual de estremecedor, o posiblemente más porque le afecta a usted mismo, es la segunda pieza: mientras viaja hacia el Moncayo usted hace una revelación humanísima pero terrible…
-Camino del Moncayo, el viajero, que soy yo, va narrando su propio estupor o incomprensión ante lo que le sucede a su hijo. Parece como si quisiera negarse a entender, a aceptar lo que le está ocurriendo: va descubriendo día a día que su hijo no podrá hablar y que padece el síndrome de Angelman o “de los niños felices”.
-Su viaje físico avanza y, como en otro plano, en una sucesión de revelaciones espeluznantes y cortas, describe la enfermedad de su hijo Daniel y dice en un momento que “es preferible verlo muerto”.
-Sí, pero esa idea se pasa, asumes cosas, las ves de otra manera y descubro en mi hijo Daniel a una criatura que ni me había imaginado que pudiera ser. Esta es una historia que me producía mucho pudor; la conté en una revista como “Rolde”, y recibía tantas muestras de entusiasmo y solidaridad, de cariño, que me animé a publicar. Yo no había barajado hasta entonces el terreno de los sentimientos, pero he contado las cosas hasta donde he querido: siempre hay parcelas de mi vida y de mis sentimientos –sentimientos, frustraciones, tragedias y tristezas- que no compartiré con nadie.
-Hablemos del texto largo que da título al conjunto.
-Nace del intento de convertir la rutina diaria en una especie de viaje en el tiempo. Para mucha gente ir al trabajo cada día es una pequeña desgracia y para mí no. Le encuentro un enorme placer. Tengo la inmensa suerte de cruzar hasta cuatro veces al día el río Ebro y siempre me produce alguna emoción.
-Explíquenos un poco más eso.
-Sí,es verdad. En esos 300 metros, más o menos, del puente hallo sensaciones nuevas y en ese lapso cuento muchas historias vinculadas con Los Sitios, con el pozo de San Lázaro y esa famosa foto de Luis Mompel de la gente saliendo del autobús, de Santo Dominguito de Val, de los Reyes Magos. Me emociona mucho El Ebro porque aunque soy de tierra adentro y el mar me parece un inmenso desierto azul, un lugar demasiado complicado, tengo una querencia especial por las montañas y los ríos. Miro y puedo ver el Moncayo, que parece colgado del cielo detrás de la Almozara, miro y veo los piragüistas, los remeros, una puesta de sol excepcional. Siempre hallas estampas impresionantes y a la vez muy relajantes.
-Otro de los capítulos más extensos se lo dedica al Gran Hotel.
-Está a poco más de 20 metros de mi trabajo en Radio Zaragoza, donde trabajo en el programa “Estudio de Guardia” con Juanjo Hernández y Mónica Farré, emisión que cumple ahora 30 años, y en “La fonoteca”. Llevo en la radio 22 años y prácticamente ahí sólo he visto futbolistas. Pedí un día el libro de firmas y encontré muchas cosas.
-¿Por ejemplo?
-Yo soy muy fetichista de las firmas, y ahí encontré las de Bob Dylan, Walt Disney, George Sanders, Hemingway, Maurice Chevalier, y todo eso me impresionó. Además, yo soy un gran amante de los periódicos antiguos y el Gran Hotel es casi como un periódico del siglo XX.
-La firma que no pudo encontrar fue la de Uma Thurman.
-Es cierto, pero cuento algo que me contó Félix Zapatero. Ella tenía 17 años cuando rodó aquí “Las aventuras del barón de Münchaussen” y Zapatero la acompañó a comprarse unas botas camperas. Me imagino que bien pudiera haberme cruzado con ella alguna mañana, en mis paseos. ¿No le parece que habría sido muy bonito haberla visto camino de la radio, que para mí es como la continuación del ruido de la calle?
-Desde luego. Está a punto de publicar una novela.
-Se titulará “Días sin tregua” [Esa novela ya ha aparecido en el sello D]estino y cuenta una historia de intriga en la España posterior al 23-F, en 1981, en torno al secuestro de Quini.
*Hace un año, Miguel Mena publicaba su libro "1863 pasos" (Xordica), que ya ha llegado a su tercera edición. Es un libro conmovedor y gira en torno al viaje exterior, en el centro del paisaje, y al viaje interior, matizado por el dolor y la melancolía. La foto es de Cristina Grande.
LOS OJOS DEL MUNDO / 28

La artista Ana Mendieta (La Habana, 1948-1985). Declaró en una ocasión: “Sé que si no hubiera descubierto el arte hubiera sido una criminal”.
Estos días estoy leyendo un libro “Amazonas con pincel” (Destino, 2006) de Victoria Combalía, donde cuenta la “vida y obra de las grandes artistas del siglo XVI al XXI”. El volumen está dedicado a Dora Maar, la fotógrafa y pintora que estudió con tanta lucidez esta profesora y crítica de arte, que reivindica en la solapa la figura de su abuelo el ginecólogo Santiago Dexeus Font. El libro, escrito en un tono un tanto frío, profesoral, es irregular: hay personajes tratadas con cierta distancia y otros con una implicación más directa; la autora recuerda que habló con el hijo de Lee Miller, por poner ejemplo, y compone con muchos elementos periodísticos y testimoniales uno de los mejores retratos. Hay mujeres increíbles, que lleven al límite casi su libertad sexual (Lee Miller, Diane Arbus…), que viven en constante duelo con sus compañeros, sobre todo cuando son creadores, que mantienen una turbadora relación con su propio cuerpo, que buscan dolorosamente su lugar en el mundo. Uno de los textos que más me perturbó, y hay muchos de vidas desconcertantes, es el de la cubana Ana Mendieta, obsesionada por la vagina y sus formas de representación, por las máscaras tras las que podía enmascararse, por la piel y las pieles.
El texto de Victoria Combalía acaba así: “El 17 de enero de 1985 contrajo matrimonio con el entonces ya famoso artista minimalista Carl André y el 8 de septiembre de ese mismo año, a los treinta y seis años de edad, se cayó por la ventana de su apartamento en Nueva York. Carl André fue acusado de asesinato, pero como no se encontraron pruebas incriminatorias se barajó la posibilidad de que se tratara de un ‘suicidio asistido’. La polémica sigue abierta y la vida de Ana Mendieta suele ponerse como ejemplo de las dificultades que asolan a una artista que comparte la vida con un compañero de ruta que es, también, su rival artístico”.
LOS 45 AÑOS DE PEPE CERDÁ*

Aniversario
Ayer fue mi cumpleaños. Cumplí cuarenta y cinco, y como decía el poeta: de la vida me acuerdo... ¿pero dónde está? Durante un tiempo me empeñé en tener “una vida interesante” (como la maldición gitana) pero por mi natural y oscense prudencia no la viví tan plenamente como se debía, la viví haciendo trampas, ya que aunque aparentemente iba por el lado más salvaje de la vida, en realidad procuraba vivir como un burgués y era más mirao que un luto. Como si los Sex Pistols hubiesen salido en los conciertos con una rebeca granate al hombro “por si refrescaba”.
Seguramente por eso estoy vivo aún, que ya son algunas decenas de mis cercanos los que están criando malvas por tirarse todo el rato sin red, y con punky fruición, hasta que dejaron un bonito cadáver, muriendo jóvenes tal y como se predicaba entonces. No le hice caso a mi madre cuando me decía: “da la entradica de un piso, que luego lo pagas sin enterarte” y perdí para siempre la posibilidad de ser propietario, de tener patrimonio, y crédito, y todo eso. A cambio me fui a triunfar y a pagar desorbitados alquileres en Madrid y en París, para tener casa y recibir a funcionarios con Moscosos que llevaban al chico a Eurodisney y que siempre me regalaban un chorizo y una maza de jamón.
Ahora con la vida a medio vivir, siendo optimista; sigo cumpliendo años pero ya no me acuerdo de que quería hacer con ella.
*Porque soy un despistado monumental, se me pasó inadvertido este artículo y el cumpleaños del pintor y escritor Pepe Cerdá (Buñales, Huesca, 7 de septiembre de 1961).Ni siquiera lo felicité anoche y estuvimos juntos hasta las dos y media de la mañana. Copio este artículo suyo y lo pongo en mi página. Pepe Melero, que ahora ya no visita este blog, y ya da pena porque hacía unos comentarios divertidísimos, le recuerda la feliz imagen de los Sex Pistols y le invita a que ponga nerviosos a las escritores. Tarde o temprano, más temprano que tarde, Cerdá publicará sus textos del arte de vivir, del arte a secas, de la iconoclastia tan vitalista que practica. Querido Pepe, felicidades. Y que llegues a los 90 con esta buena salud, aunque no tengas patrimonio.
LOS OJOS DEL MUNDO /29

Un retrato de Ralph Gibson. Una mirada tamizada de misterio y contraluz.
BORRADORES: JAVIER ARTIGAS, J. L. CORRAL, DIEGO MARÍN, CHUSÉ R. USÓN

-PLATÓ: Javier Artigas, Javier Ares, José Luis Corral, Diego María y Chusé Raúl Usón.-REPORTAJES: En el taller de Jorge Gay, visita a Fuendetodos, Cómic en Caspe, con Juan Royo y el colectivo Malavida estampas de los Sitios.
-EL POETA: Elvira Lozano.
El programa “Borradores" ofrecerá la actuación del instrumentista de tecla Javier Artigas. El músico interpreta al clavicémbalo una sonata de Domenico Scarlatti y una pieza de Joaquín Laseca, ambas depositadas en el archivo del Pilar. Se conversa con el propio Artigas, catedrático de órgano y tecla en el Conservatorio de Murcia, y con Javier Ares, profesor de coro y orquesta del Conservatorio Superior de Zaragoza y coordinador del ciclo Música y palabra que se celebra en Molinos (Teruel). Además, visitan el estudio José Luis Corral, que habla de su novela “Independencia” y de la Guerra de la Independencia sobre un fondo de imágenes de Brambila, Goya, Bayeu o Marcelino de Unceta; y dos poetas y editores: Diego Marín, editor del libro “Orgullo” del escritor bohemio y loco Armando Buscarini (1904-1940), y Chusé Raúl Usón, autor de “Candatiello” (Piedra angular) y editor de Xordica. “Borradores” visita el estudio del pintor Jorge Gay, ofrece un reportaje de los proyectos culturales de Fuendetodos, desde la Casa de Goya al Museo del Grabado y la sala Zuloaga, y también se emite otro reportaje sobre el encuentro de cómic en Caspe; hablan Juan Royo y los integrantes del colectivo Malavida: Xcar y Chefo. La librería de esta semana es Hechos y Dichos, y la joven poeta Elvira Lozano cierra el programa.
*"Borradores" se redifunde este jueves, y desde el próximo domingo pasará a emitirse a las seis y media de la tarde. El general Palafox pintado por Francisco de Goya.
LA VUELTA AL COLEGIO, POR VÍCTOR JUAN BORROY *

LUNES, 11 DE SEPTIEMBRE
Hace cinco años llevé a Guillermo por primera vez a la escuela. Bueno, venía todos los días a buscar a su hermana Blanca en aquel mismo patio de recreo. Además me había visto hablar muchas veces con María Luisa, la maestra que sería su maestra durante toda la Educación Infantil. Quizá por eso, porque se sabía en territorio conocido, miraba con cierta distancia todo el drama que se representaba a su alrededor: niños que lloraban (madres que lloraban), rabietas, niños que entran en la escuela en volandas, prófugos... Sólo me pidió no ponerse en la fila. Lo encontré razonable. Detesto las filas y la sirenas de las escuelas. Una periodista recogía testimonios para el mismo reportaje de cada septiembre:
- ¿Tenía usted ganas de que empezara la escuela?
- No. Ninguna gana.
- Es usted muy raro.
- Sí, es lo más suave que me dicen quienes no me conocerán nunca.
Cuando llegó la hora, Guillermo me dio un beso y se colocó el último de la fila. Cada hilera de niños seguía a su maestra. La impronta de las gaviotas, de los patos o de los cisnes. Si esto no funciona, si alguno de aquellos niños cosido a una pegatina de colores en la que puede leerse los datos que le identifican no sigue a su maestra, es posible que estemos asistiendo a la forja de un psicópata o de un asesino en serie o de un escritor. Para mi tranquilidad, Guillermo siguió a su maestra. Apenas miró atrás. Ya sabía que cuando toca, toca y no tiene ningún sentido mirar atrás. Repetimos este ceremonial durante unos 10 días. El chaval ni se quejaba ni mostraba grandes entusiasmos por los nuevos amiguitos, por los juguetes, por lo bien que se lo pasaba en el recreo ni por las cosas que aprendía.
Al final de la segunda semana me dijo:
- Ya he venido mucho a la escuela, papa. Mañana déjame otra vez en casa de la yaya.
No pudo ser.
Hoy empieza otra vez la escuela. Blanca, su último año de primaria, su último año de puré de verduras, de estofados y de patatas a la riojana. Guillermo empieza tercero. Dice que lo pasa bien en la escuela, pero él y yo sabemos que se quedaría sin dudarlo con su abuela. Menos mal.
*Víctor Juan Borroy es autor de dos novelas, de varios estudios sobre pedagogía y director del Museo Pedagógico de Aragón. Y es, ante todo, maestro, padre de dos niños: Blanca y Guillermo. Así narra hoy un primer día de colegio. He llevado a Sara al colegio, hemos leído el cuento "La abuela ha perdido la cabeza". Copio aquí el texto de Víctor, tan bello, porque es algo que hemos vivido todos.
REAL ZARAGOZA: LOS MEJORES DEL DOMINGO

CON EL DEFENSOR ASTURIANO SERGIO FERNÁNDEZ, SÓLIDO Y EFICAZ, CÉSAR YA NO ESTARÁ SOLO ANTE EL PELIGRO POR ALTO
Hay posiciones que son muy visibles como la de defensa central. A nadie la pasa inadvertido el zaguero: es el protector constante del guardameta, es el apoyo de los laterales, es quien bascula y sale al corte. En la avalancha final, los delanteros siempre lo hallan ahí, a la espera, como el perro guardián. Es el fajador en las tierras de penumbra del penalti. El defensa central casi nunca pasa inadvertido: ni siquiera cuando barre limpiamente el balón a su adversario, ni cuando detiene como un frontón inesperado e invisible el avance enemigo. Ni cuando despeja un balón intrascendente a las gradas como si ganase tiempo para recobrar la posición. Pero, además, el central debe ser bravo, debe estar alerta; cada pelota que arrebata le impulsa a mirar hacia arriba, a dirigir y templar. Es como el mar que recomienza e inicia un nuevo despliegue, la agitación y el trayecto de la marea del gol.
La historia ha dado centrales formidables: el último Mundial los ha devuelto a la actualidad, al menos a tres de ellos: Fabio Cannavaro, el rocoso gladiador italiano que jugó a cara y codo de perro y no cedió ni un metro a ningún adversario, ni siquiera a Zidane o a Henry; Lilian Thuram, ese defensor de goma, elástico y primoroso, que parece menospreciar la fortaleza y sentirse puma y látigo de sombras contra quien se mueve; y Ricardo Carvalho, un atleta nervioso e intenso que no sosiega ni un segundo: de pura ansiedad, parece abatirse en las dos áreas, de stopper y cabeceador, con la rara ubicuidad de los dioses menores.
Víctor Fernández entrenó durante cinco temporadas al Celta de Vigo. Y tuvo centrales de casi todos los tipos: Cáceres, Berizzo, Djorovic. Y Sergio Fernández, el jugador asturiano que ha dado un rendimiento solvente, sin estridencias para la condena ni gestos para la leyenda. Ha sido un futbolista de club: leal al sistema y al entrenador, responsable con su cometido y eficaz, un marcador compacto que rara vez se debilita. Es contundente pero no violento; no es un malabarista con el esférico, pero tampoco desentona. Hace lo que sabe, roba, y busca al director de juego. Sin ser excesivamente rápido, no es fácil de desbordar, y además otea los peligros del horizonte con esa testa de jirafa rubia o pelirroja que lo distingue, 191 centímetros de altura, tenacidad y concentración. El entrenador aragonés, que se empecina en hacer un equipo a su medida, cortado línea a línea con la minuciosidad del sastre, ha recordado su rendimiento, su campechanía, su oficio. Precisaba, además, un poste o un gigante en la retaguardia. Sergio Fernández, el largo, siempre está al quite para hacer conjunto, para probarse minuto a minuto, sin ningún complejo, con la sinceridad rabiosa de los trabajadores del mar. César ya no estará solo ante el peligro por alto.
UN AFICIONADO SE RECONOCE EN EL MAGISTERIO TRANQUILO DEL GRAN CAPITÁN ANDRÉS CUARTERO
El fotógrafo Carlos Moncín me ha enviado la foto en una sencilla impresión en papel. Él me conoce bien: son muchos años de aficionado casi furioso. A veces me pongo un poco energúmeno, lo reconozco. Y Carlos lleva quince años por lo menos acudiendo a La Romareda. Luis Carlos Cuartero es una de mis debilidades: aquí muestra los tacos, que simbolizan el trabajo, el sacrificio, su condición de peón constante del juego, nada atrabiliario. Todo un profesional. Y abajo está esa sonrisa contenida, sin afectación, ese gesto del buen tipo, del hombre modesto y polivalente que ha aprendido que el secreto del fútbol es el equipo, el entramado sólido que son capaces de tejer y anudar las figuras y los secundarios. Él es un secundario de lujo que se entrega hasta la extenuación; por algo lleva trece años en el club sin echar un borrón. No hay nada que reprocharle. Otro seguidor acérrimo como yo lo calificó como “actor de reparto”, y estableció, en esa genealogía del club, el inventario de su parentela futbolística: Yarza, Lapetra, Violeta, Cedrún, Señor, Javier Planas, Nieves, Víctor, Güerri, Xavi Aguado, Juliá. Luis Cuartero es el heredero de muchos de ellos. Si juega, es el capitán natural del equipo, el atleta llano y responsable que se descuerna y agrega un plus de combatividad y orgullo. Siente los colores hasta el fondo, allá donde el corazón se vuelve blanco y azul y leonado.
Debutó muy joven, creo que tenía diecisiete años. Reapareció en un único partido en la temporada mágica, 94-95, cuando el Zaragoza enamoró en París. Y desde entonces, no ha desaparecido de la plantilla. Suele jugar una media de 15 a 25 encuentros por campaña, y lo más bonito es que siempre está ahí, dispuesto a correr, a salir. Y si no sale no pasa nada: jamás ha dicho una palabra más alta que otra, jamás ha tenido una salida de tono. Es el capitán tranquilo.
Parecerá que quiero eludir sus características de su juego. En absoluto. No voy a exagerar: llegar a donde está y mantenerse tiene un gran mérito, y él, además, fue internacional en las categorías inferiores. Es un jugador que se adapta a distintas posiciones: lo hemos visto jugar de defensa central, donde quizá resulte algo blando, blando pero no cobarde, y de lateral derecho, que parece su posición más natural, pero también en diversos puestos en la media. A mí me convence en la banda derecha: ahí es un jugador de alzada, que se estira, que se atreve a combinar con los medios y a doblar a su extremo. Posee un centro aseado y buena velocidad de crucero. Es combativo y siente el partido como algo suyo. Vive el Zaragoza como algo que lo retrata y lo define. Cuando pienso en él, me siento orgulloso de mi equipo y de su historia. Estas botas y esta media sonrisa son las del héroe inadvertido. Y acaso el rostro más amable del Zaragoza. Gracias, Moncín.
ALBERTO ZAPATER: EL FUTBOLISTA SOÑADO
La señora se adelantó y anunció: “Aquel portero es primo de Zapater”. La miraron de arriba abajo, con un aire de indiferencia. Al fin y al cabo, en el campo de la Azucarera, aquel portero se estaba comportando como un héroe: había detenido un penalti, dos disparos a bocajarro, y se había arrojado, como un suicida, a los pies del poderoso ariete rival, el hijo de uno de los espectadores. El partido se inclinó rápidamente hacia el equipo de casa, y la mujer insistió: “Recuerdo sus inicios, su fortaleza, las ganas que tenía de triunfar. Es de Ejea. ¿Supongo que lo habrán visto por la televisión? Es alto y fuerte. ¿Son aficionados al Real Zaragoza? Pues entonces, puedo decirles que a mí me recuerda a Víctor Muñoz y a Paco Güerri. Es trabajador como ellos, peleón, no teme a nadie. Y quiero decir a nadie: da lo mismo que se llame Pablo Alfaro, Ronaldinho o Roberto Carlos. Zidane ya conoce su forma de ser: se pegó a él como una lapa y le jugó a cara de perro, como si fuera un veterano resabiado”. El partido había dejado de interesarle. Su hijo ganaba con comodidad. O quizá vio un resquicio en el ánimo vencido de sus acompañantes y creyó que era el instante de contagiar su felicidad. “Su padre es peluquero en Ejea y allí enseñaba la foto de su hijo: él barruntó antes que nadie que allí había un futbolista. Decía que le sentaba muy bien la camiseta de juvenil, que tenía porte, que era pincho como pocos. Y un día se produjo lo que todos habíamos soñado: que debutase en Primera División, que se hiciera importante día a día, que lo llamaran a la selección sub-21. Todo esto se dice pronto. ¿Creen que alguno de nuestros chicos llegará ahí, tan arriba?”.
La gente había dejado de oírla, algunos incluso se habían alejado unos metros, otros parecían escucharla y esbozaban una sonrisa. “Es un medio de corte defensivo, no deja jugar al contrario y siempre está peleando. Y además, si un compañero lo necesita, no tiene más levantar la cabeza: por ahí, cerca, anda Alberto Zapater. El fúbol es una cosa sencilla. Se trata de bordar las jugadas, de combinar, de abrir a las bandas, de frenar al adversario. De tener rasmia. El fútbol se basa en las ayudas. Se basa en la solidaridad y en la cercanía. Un equipo es una estructura, un cañamazo de amigos; debe jugar unido, y en eso Alberto Zapater es insuperable. Sufre por él y por los otros. Se muere por la victoria, que lo sé yo. Da siempre lo mejor de sí mismo, como se vio en el Mundial Sub-21. Ahí tiró la casa por la ventana. Jugó como un veterano. No he visto nunca nada igual”.
Un hombre, que había encajado con ira los goles que recibía el equipo de su hijo, le dijo: “Señora, ya está bien. ¿Habla usted de un hombre o de un sueño?”. Y ella, aspiró su Camel y dijo con absoluta contundencia, con la suficiencia del vencedor: “Ya lo puede decir, malas pulgas. Alberto Zapater es el futbolista soñado. Déle tiempo, cacho borde”. Lo que pasó luego no se debe contar aquí.
D’ALESSANDRO: EL ARTE DEL GAMBETEO, LA LÍNEA MORTAL
DEL ÚLTIMO PASE
El River Plate es una fábrica incesante de maravillas. A lo largo y ancho de su historia ha contado con jugadores formidables: Néstor Rossi, aquella delantera que se apodó “La Máquina” (Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau), Di Stéfano, Pasarella, Kempes, Alonso, Enzo Francéscoli, “Burrito” Ortega o Pablo Aimar. Casi una enciclopedia del fútbol. Uno de los últimos artistas fue Andrés D’Alessandro, un jovencísimo zurdo que, con su bota del 39, era capaz de encender el estadio. Poseía regate, visión de juego, afición al gambeteo y sentido del riesgo. Además, parecía haberse educado repasando la clase y la fantasía de Francéscoli, el uruguayo con alma de Quilmes que pareció la reencarnación de Labruna y Kempes, o en aquel fútbol elegante, de tiralíneas, de “Beto” Alonso. Su aparición activó todas las esperanzas y el diccionario de sinónimos. Pronto se coronó campeón mundial sub-20 e incluso fue campeón olímpico en Atenas-24. Poco antes de que lo reclamase el Wolfburgo de Klaus Augenthaler, D’Alessandro estaba en la agenda de muchos equipos: Valencia, Atlético de Madrid, Deportivo. En Alemania, su forma de jugar, basada en el control, en la técnica, en el manierismo sudamericano, fracasó. O, cuando menos, pasó inadvertido.
Uno de los nuevos recambios de Maradona, como si hubiese sufrido un ataque de melancolía o de incertidumbre radical, se frenó en seco. ¿Dónde estaba el artista, el interior que exigía libertad y metros para ordenar el ataque? De ahí, pasó al Portsmouth; aquel traslado un tanto extraño tenía algo de prematura caída. Marcelo Bielsa había contado con él para la selección, pero José Pekerman le dio la espalda y no lo convocó para Alemania. Parecía proseguir el descenso y el maleficio. Pero entonces apareció el Real Zaragoza. Ni los técnicos ni Víctor Fernández se habían olvidado de su clase, de sus condiciones, y pensaron que él podía ser el recambio de Savio. Y aquí está Andrés en la mejor Liga del mundo, en un conjunto que ama el buen fútbol y que lo espera todo de su bota izquierda, de su cerebro.
¿Cómo juega D’Alessandro? Es un merodeador, un explorador de veredas. Aunque tiende a desplazarse a la banda izquierda; en realidad, su lugar en el campo es esa zona de la media donde se tejen el penúltimo pase, donde se elabora la estrategia del gol. Le gusta moverse de izquierda a derecha y de derecha a izquierda y despejar el campo de adversarios, le gusta conducir y amagar por el centro, pasar con un gesto de sorpresa y de vértigo. Acompaña la jugada y si hay que regatear en el área chica, ahí está. Es un jugador de estampa, clásico, un zurdo nato, que se atreve a llevar la manija y a desbordar. Él y Aimar deben probar que son compatibles, cómplices y ambiciosos. D’Alessandro, en esta nueva oportunidad, tendrá que ser algo menos intermitente, algo más apasionado y atreverse a disparar. ¡Dispare, hombre, dispare!
El Real Zaragoza venció el pasado domingo al Espanyol en un espléndido partido, donde se pasó del susto a la apoteosis. En vísperas del inicio de la Liga, Mikel Iturbe y José Miguel Tafalla me encargaron una serie de retratos de los jugadores del Real Zaragoza; la experiencia fue una de las mejores que he tenido a lo largo de estos 20 años en el periodismo. Estos cuatro jugadores, a mi juicio, fueron los mejores del domingo:pongo aquí sus retratos, en caso de que alguien les pudiese interesar.
ENTREVISTA CON SILVIO RODRÍGUEZ*

Ciertamente ésa es una decisión que no he tomado todavía. Sobre todo, lo de cantante. Mario Romeu, un gran pianista y director de orquesta cubano, me sentó un día ante una cámara de televisión para que interpretara un par de canciones mías que él había orquestado. Entonces lo hice, pensando que era algo momentáneo. Pero lo de tomarlo como oficio todavía me lo estoy pensando.
He leído que usted al principio quería escuchar canciones que no habían sido escritas y ahí empezó todo.
Pensaba en canciones que dijeran lo que mi tiempo necesitaba escuchar, con esa ilusión empecé a escribir canciones y lo sigo haciendo todavía.
¿De qué tradición en concreto arrancaba, quiénes eran sus referencias?
Lo que más me llamaba la atención era la música orquestal, la llamada clásica, trabajos de ese tipo. También disponía de lo que se escuchaba por la radio, que era sobre todo la canción cubana. En mi pueblo natal se hacían bailes semanales y en ellos escuché en directo a las mejores orquestas e intérpretes de los años 50. También en los 50 apareció el rock. Todo me nutrió.
En algún lugar dijo usted también que era un recluta en un campo militar remoto y que la música fue su tabla de salvación. Claro, yo pasé mi servicio militar en la adolescencia y me entretenía por las noches tocando la guitarra.
Usted navegó en el Playa Girón, durante cuatro meses en el Pacífico, combatió en Angola, llegó a abrazar un fusil… ¿Cómo recuerda esta parte de hombre de acción?
Yo navegué con los pescadores por solidaridad, buscando aventuras de alta mar, como en los libros que leía. Fui a Angola, con otros cubanos, cuando estaba siendo invadida por la Sudáfrica del apartheid. Recorríamos los frentes para cantarles a los combatientes angoleños y cubanos. Teníamos que ir armados porque había violencia en los territorios que recorríamos, pero no llegué a ser un combatiente propiamente dicho sino una especie de juglar en la beligerancia.
En 1997 estuve en La Habana y me quedé impresionado con algo: de repente, Omara Portuondo cantó "La Era está pariendo un corazón" y el teatro se vino abajo. La gente de Matanzas, Camagüey, Cienfuegos o Trinidad. ¿Qué tiene esa canción, qué quiso decir?
"La Era" la compuse en 1967, cuando supe que habían asesinado al Che, en Bolivia. Ese mismo día también escribí "Fusil Contra Fusil". Las dos canciones hablan del internacionalismo. Omara fue quien lanzó "La Era" hace casi 40 años, cuando yo acababa de componerla. Ella la convirtió en un suceso nacional y en la primera obra que me dio crédito como autor de canciones.
¿Tiene la sensación de que su obra abarca esencialmente cuatro cosas: la política y su compromiso con Cuba y otros países; la evocación del tiempo ido y su propia memoria, incluso la memoria familiar; y creo que también hay una dimensión mágica, fantástica, su obsesión por los ángeles?
He leído que los temas fundamentales suelen ser aún menos que cuatro. Pero lo importante es la cantidad de matices de cualquier situación de la existencia. Eso es lo que permite diferenciar una expresión de otra.
También hay en usted una vertiente un tanto surrealista, como en "Como esperando a abril".
Fui un entusiasta lector de Saint-John Perse en algún momento de mi juventud. Uno de mis pintores preferidos es René Magritte. Pero la canción "Como Esperando Abril" no creo que sea surrealista. No es más que la descripción de lo que cualquiera puede distinguir en las nubes.
Se ha comprometido usted con Iraq, con Nicaragua, con muchos países que pugnan por su libertad. De Cuba, donde es diputado, dice que es perfectible. ¿Qué quiere decir exactamente?
Eso quiere decir que considero que nuestro socialismo no es algo terminado, por eso es perfectible. Ése es el socialismo en el que yo creo: no el cristalizado e inmóvil sino el que siempre se puede mejorar.
¿Qué queda de aquel cantante, de aquel joven apasionado del inicio de su carrera?
Creo que quedo yo mismo, con más años, pero esencialmente el mismo. Al menos así lo siento yo. Lo que decididamente no me parece igual es parte de lo que me rodea. Eso lo constato muy claramente cuando hoy alguien no me aprecia por la misma razón por la que antes me apreciaba.
¿Qué recuerdos tiene del público español y de Zaragoza?
Cuando estuve por primera vez en Zaragoza, fui con la emoción de que allí había estudiado José Martí. En esa ciudad tuve jornadas de trabajo y de bohemia muy intensas, y conocí a gente admirable e inolvidable, como a José Antonio Labordeta.
¿Cómo es el futuro que sueña para su país?
Cuba vivió la democracia representativa y, según nuestra experiencia, ésta consistía en partidos aparentemente diferentes que en realidad defendían lo mismo: que los ricos vivieran bien y que los pobres allá ellos. Nuestro socialismo no es lo que hemos soñado, es lo que muchas circunstancias adversas nos han permitido realizar. Creo que los cubanos somos capaces de barrer el dolor de nuestra isla y sueño que vamos a hacer un socialismo tan bueno que mucha gente del mundo va a querer tomar una balsa para ir a vivir a Cuba. Y quién sabe si entre ésos haya hasta algunos españoles.
*El cantante cubano, nacido en 1946, actuó anoche en el Auditorio de Zaragoza. Hoy, en "El Periódico de Aragón", Roberto Miranda escribe una espléndida crónica. Ayer no pude ir, a ver si quedan entradas y puedo adquirir una, dos, para hoy. Cuando llegué a Zaragoza, el primer disco que escuché fue "Al final de este viaje" de Silvio Rodríguez.
ESTA NOCHE, A LAS 0.00, BORRADORES, CON CLAVICÉMBALO

PROGRAMA BORRADORES
-PLATÓ: Javier Artigas, Javier Ares, José Luis Corral, Diego María y Chusé Raúl Usón.
-REPORTAJES: En el taller de Jorge Gay, visita a Fuendetodos, Cómic en Caspe, con Juan Royo y el colectivo Malavida estampas de los Sitios.
-EL POETA: Elvira Lozano.
El programa “Borradores" ofrecerá la actuación del instrumentista de tecla Javier Artigas. El músico interpreta al clavicémbalo una sonata de Domenico Scarlatti y una pieza de Joaquín Laseca, ambas depositadas en el archivo del Pilar. Se conversa con el propio Artigas, catedrático de órgano y tecla en el Conservatorio de Murcia, y con Javier Ares, profesor de coro y orquesta del Conservatorio Superior de Zaragoza y coordinador del ciclo Música y palabra que se celebra en Molinos (Teruel). Además, visitan el estudio José Luis Corral, que habla de su novela “Independencia” y de la Guerra de la Independencia sobre un fondo de imágenes de Brambila, Goya, Bayeu o Marcelino de Unceta; y dos poetas y editores: Diego Marín, editor del libro “Orgullo” del escritor bohemio y loco Armando Buscarini (1904-1940), y Chusé Raúl Usón, autor de “Candatiello” (Piedra angular) y editor de Xordica. “Borradores” visita el estudio del pintor Jorge Gay, ofrece un reportaje de los proyectos culturales de Fuendetodos, desde la Casa de Goya al Museo del Grabado y la sala Zuloaga, y también se emite otro reportaje sobre el encuentro de cómic en Caspe; hablan Juan Royo y los integrantes del colectivo Malavida: Xcar y Chefo. La librería de esta semana es Hechos y Dichos, y la joven poeta Elvira Lozano cierra el programa.
*Esta noche, a las 24.00, Borradores redifunde el programa del domingo que nadie ha podido ver porque empezó demasiado tarde. Es la primera ver que oímos un clavicémbalo: Javier Artigas tocará dos sonatas, una de Scarlatti y otra de Joaquín Laseca. La afinación ha corrido a cargo del maestro luthier Raúl Martín Sevillano. José Luis Corral habla, sobre todo, de "Independencia" y de su nueva novela sobre templarios. Diego Marín y Chusé Raúl Usón están muy bien: divertidos, simpáticos, sinceros. El cuadro, como recuerda Víctor Rebullida, es de Jorge Gay.
LA ZARAGOZA DEL CIERZO, POR JOSÉ LUIS CANO*

Vicente Ferrer, editor de Media Vaca (Valencia), y José Luis Cano deseaban colaborar en un proyecto editorial desde hacía tiempo. Cano, humorista de HERALDO, le habló de algunas ideas. Y el editor le hizo una contrapropuesta: ¿Por qué no hacía un libro sobre Zaragoza y sus personajes en una nueva colección, "Mi hermosa ciudad", en la que ya habían aparecido Nueva York y Buenos Aires? A Cano le pareció bien y dijo que iba a realizar un libro histórico. Ferrer puso algunas condiciones: debía ser con poco texto, a dos tintas y de formato cuadrado. Y le dijo que el número de criaturas no debía rebasar los 50. Incluso precisaron un poco más: cuando los personajes fuesen muy conocidos, y hay muchos que lo son, debía buscarse una anécdota muy marginal, poco conocida. Así empezó a trabajar el pintor y dibujante. Buscó personajes y se quedó con 80, casi el doble de lo exigido. Organizó el libro de manera muy libre: el hilo conductor es muy leve, cada personaje conduce al siguiente. Por ejemplo: la Virgen del Pilar lleva a Miguel Pellicer, éste a Leonardo Buñuel, el indiano y padre del cineasta que decía tocar el tambor con dos palos hechos con la muleta del "cojo de Calanda", y luego aparece el director empuñando una pistola, y a él le sigue su amor de juventud, Pilar Bayona. "Ese hilo levísimo también alude a que Zaragoza era pequeña y que todos estaban relacionados". La primera frase es nítida: "En el principio era el cierzo".
Uno de los personajes cuya presencia más sorprende es la del militar Gonzalo Queipo de Llano, que no era aragonés. "Soy consciente de ello -señala Cano-. Pero encontré en un texto de Andrés Trapiello una referencia a Zaragoza, a Queipo y a las bombas del Pilar, que aludía a los cinco adoquines que saltaron por los aires y volvieron a caer escribiendo sobre el suelo: ‘¡Viva la Virgen del Pilar!’. Así lo contó Queipo en la radio. Además, no tenía una imagen del piloto que arrojó las bombas..., y cómo Jalón Ángel le había hecho esta foto. Jalón Ángel aparece tomando la foto de Franco y también es el autor de una famosa foto a Pilar Bayona, que yo utilizo en mi dibujo". Todas las mujeres y la niña milagrosa Asegura Cano que "ha intentado dibujar a todas las mujeres que ha podido". Por eso aparecen Carmen de Lirio, Santa Engracia, Josefa Amar y Borbón, Agustina de Aragón, Amparo Poch, la condesa de Bureta, María Moliner, Leonor Salas de Urzaiz, la Madre Rafols, más, algunas más, como la niña Marisica, "que volvió del más allá para revelar a su padre la fórmula secreta de una piedra esméril llamada a revolucionar el mercado. La piedra, llamada Ferrisa, fue la ruina de la familia Cañas", unos alfareros de la Bozada. Cano define en las primeras páginas a Zaragoza como "una ciudad de curas y militares, una ciudad mitad monja, mitad alférez, una auténtica madrastrona". Le digo que quizá sea la nota más arriesgada del libro. ¿Lo cree de veras? "Sí, ésa es mi visión: veo a Zaragoza como una madrastrona. No estoy hablando de la Zaragoza actual, evidentemente. Pero ésta es una ciudad que siempre le ha hecho la puñeta a los suyos. Piense en la Madre Rafols, en Palafox, que fue el defensor de Zaragoza y acabó como acabó. Piense en Goya. Aquí todos, de un modo u otro, terminaban en precario".
Dice Cano que la exigencia del formato cuadrado también ha condicionado mucho el resultado final. "He intentado que los dibujos tuvieran un carácter gráfico más que pictórico. He repetido algunas obras hasta doce veces, hasta encontrar esa falsa sencillez. Creo que me acerco al dibujante Sanz Lafita, al que tanto admiro. He buscado una línea muy sencilla y contundente". El libro está gustando, "sobre todo a la gente que no conocía la editorial Media Vaca. Se han quedado impresionados por la calidad de la edición". Cano (Zaragoza, 1948) se siente especialmente contento e identificado con algunos personajes como Miguel Labordeta, A. Fernández Molina, Basilio Paraíso, Goya, Carmen de Lirio, "que encarna el espíritu de los 50". Hay otros seres que no pasan inadvertidos: Ava Gardner y Luis Mompel, ella en los toros y él haciendo un dolorido escorzo de cabeza para retratarla en los tendidos, Joaquín Costa, Cajal, San Lamberto... Es el mundo de Cano, tan genuino.
*José Luis Cano acaba de publicar en la editorial Media Vaca de Valencia este libro que se presentará próximamente en la Zaragoza. El martes 19, Miguel Mena y José Antonio Labordeta presentarán un excepcional libro de José Luis Melero: "Los libros de la guerra" (1936-1949) (Rolde). Este es un autorretrato de José Luis Cano para el libro "Retratos imaginarios" (Mira Editores).
ALBUM DE FOTOS DE ANSÓ

Un viajero estremecido por Ansó
Ansó es uno de esos lugares que atrapan de inmediato. Con la indumentaria de sus paisanos, con su arquitectura, con la belleza de sus paisajes parece evocar otro tiempo, un mundo ideal de serenidad bucólica, la naturaleza amena e inagotable que se disuelve en aire limpio, en mansedumbre, en melodía del viento. Alfonso Foradada (Vilanova i la Geltrú, 1909- Barcelona, 1980) sucumbió a sus encantos desde muy joven: en realidad vivió allí, entre paisanos, campesinos en las eras o pastores, tres veranos: de 1943 a 1945. En ese periodo entabló relación con las gentes, realizó escapadas, practicó el excursionismo y supo integrarse como pocos. Y sobre todo realizó una amplia colección de fotografías. Muchas de ellas han sido rescatadas para una exposición y para un espléndido libro, otro más, modélico, de la Fototeca de Huesca: “El valle de Ansó en los años cuarenta”.
Alfonso Foradada, que se incorporó a la Agrupación Fotográfica de Cataluña desde muy joven, trabajaba con cámaras de 6x9 y de 6x6. Poseía un estilo personal. Recuerda su hija Mercedes que le gustaba el vagabundeo con un alto componente bucólico. Esa percepción idílica es evidente y también parece obvio que Ansó –que entonces tenía 1200 habitantes y hoy poco más de 500- fuese su “paraíso en la tierra”. Algunas de sus fotos aparecieron en “La Vanguardia” y en un libro clásico como “El Pirineo español” (1949) de Violant i Simorra. Foradada operó en varias direcciones: realizó un trabajo de reportaje, pero siempre meticuloso, con gusto, con refinamiento, con una preocupación esteticista. El libro tiene un sentido elegíaco y evocador, sin duda, porque atrapa universos muy concretos: el mundo de la trilla, con las eras, ese polvo de oro que parecía alzarse en el aire en el atardecer; el de la leña y los leñadores, con especial hincapié en algo casi simpático: Foradada captó los primeros camiones que llegaron al valle; el ámbito de los pastores o rapatanes, tan sugestivo, ahí están las majadas, los cubilares, los tránsitos, la sensación de multitud esparcida de los rebaños. Y por último, Foradada aborda los núcleos arquitectónicos, tanto en Ansó como en Fago. Hay instantáneas transidas de magia, de claroscuro, poderosos y suavísimos contraluces, las luces del edén. Foradada, como recuerda su hija Mercedes, tomó muchos retratos a sus hijos (llegó a acumular al menos quince álbumes de piel), pero también se autorretrató en un paisaje de pastores con las montañas y las vaguadas al fondo. Aquí es imposible no recordar a Ricardo Compairé o la exquisita sensibilidad de José Oltra. Hay fotos estupendas, lecciones del tiempo y de la claridad, memoria del ayer; algunas de las más bonitas son las de los jóvenes pastores que, encaramados en el collado, cortan el pan para las migas mientras el aguijón del sol les nimba el rostro.
Después de aquella estancia de tres veranos, Foradada no regresó hasta 1962. Llegó a comprar una casa, “la casa de los catalanes”, y se murió en 1980 con la nostalgia de aquellos días de estío, con la sensación de que Ansó era un caudal de hermosura y poesía para siempre.
LOS OJOS DEL MUNDO/ 30

BORRADORES, EL DOMINGO 17, A LAS 0.45 HORAS

La cantante Carmen al Natural, tan personal, tan extraña y maravillosa, abre el programa “Borradores” con “Me estás matando” y lo cierra con “El mundo”. Además, ella es la primera invitada al plató, donde hablará de su trayectoria y de algunos de sus discos como “Siddharta”. También visitan el programa la escritora Pilar Laura Mateo, autora de “La voz quebrada y otros relatos” (Mira editores), y José Luis Melero Rivas, autor de “Los libros de la Guerra Civil, 1936-1949” (Rolde), que hablará de historias conmovedoras que se han producido en ambos bandos, y además de su condición de consejero del Real Zaragoza. Además, el programa visita el estudio del coleccionista Javier Lacruz, que acaba de publicar “Equipo Realidad 1966-1976)” (Mira Editores); ofrece un reportaje sobre dos libros de fotografía de Alberto García-Alix, “Fotografías” y “Aquella que creyó amarme”, ambos publicados por La Fábrica; visita la exposición “El oficio del dibujante” de Luis Germán y Pedro García Aznar, que ha coordinado Eduardo Laborda; conversa con María del Mar Bonet, a propósito de su trayectoria, y emite un reportaje con Carmen Ruiz, Cristina Peri Rossi y Miriam Reyes durante el Festival Internacional de Poesía de Veruela. Por cierto, Cristina Peri Rossi recuerda que a las tres de la tarde, mientras se desplomaban las Torres Gemelas, ella hacía el amor. “Borradores” se despide con un poema de Elizabeth Hernández, esa poetisa mexicana que llegó a Huesca por amor y ahora sigue ahí fomentando el amor a la poesía.
LOS OJOS DEL MUNDO/ 31

Una de mis actrices favoritas: Marisa Tomei.
*Joaquín, muy amablemente, corrige el error que había;: había puesto actores en vez de actrices. Gracias Joaquín. AC
PILAR MIRÓ: IRA, PASIÓN Y VOLUNTAD*

Tras asistir a un concierto en el Teatro Real, un 18 de octubre de 1997, a la mañana siguiente se recibió una noticia esperada pero igualmente conmovedora: el terco y vulnerable corazón de Pilar Miró dejó de latir. Su memoria no se ha borrado de nuestra cabeza: ella fue pura determinación y coraje, y tenía las cosas muy claras. Creía en la televisión pública y de 1986 a 1989 la elevó a sus mayores cotas de calidad: apoyó la cinematografía y la producción propia, le dio el programa de fin de año a un transgresor Javier Gurruchaga y recuperó la emisión de boxeo. Había dicho en alguna ocasión: “Desde muy pronto supe que el mundo de la imagen sería el eje de mi vida; sé que hay que ser muy fuerte, fuerte como un roble para hacer cine y televisión, hay que tener una paciencia como el santo Job (...) También sé que para dejarse arrastrar por esta pasión hay que pagar un precio que es acondicionar tu vida a lo que quieres hacer...” La palabra pasión fue clave en su vida; en sus amores (el malogrado Claudio Guerín y Mario Camus fueron dos de los más conocidos, pero también amó a José Luis Balbín, a Manolo Summers y a Adolfo Marsillach, entre otros), en sus convicciones y en su trabajo. Estudió Derecho y Periodismo y se licenció en Guión en la Escuela Oficial de Cinematografía, donde impartió clases de montaje y de escritura de guión. En 1962 se incorporó a Televisión Española como auxiliar de redacción, existe una imagen donde se le ve cortando teletipos, pero en 1963 ya dirigió su primer programa, “Revista para la mujer”, al cual luego siguieron más de 300: series, “Estudios 1” o novelas como “Lili”, que significó su debut en el género.
Pilar Miró, por aquella época, era compañera de otros dos aragoneses que han hecho un gran trabajo en TVE: pensamos en Alfredo Castellón, que realizó más de 400 pogramas de diversos géneros (series, dramáticos, emisiones culturales del tipo “Mirar un cuadro”) y José Antonio Páramo, a los que podríamos agregar, entre otros, Joaquín Vera o Manuel Serrano.José Antonio Páramo tuvo un gesto excepcional hacia ella: la acompañó a Italia a abortar y le hizo de conductor.
Pilar Miró debutó en el cine en 1976 con “La petición”, una película interpretada por Víctor Manuel y Ana Belén basada en una obra de Emilio Zola. Aunque la que le daría la fama y bastantes problemas con la Guardia Civil fue “El crimen de Cuenca” (1979), prohibida durante algunos meses; recreaba la novela de Ramón José Sender, “El lugar de un hombre”, basada en un hecho real. Al siguiente, tras haber realizado su primera operación a corazón abierto, rodó “Gary Cooper que estás en los cielos”, una cinta autobiográfica acerca de una mujer un tanto madura y sola (encarnada por su actriz fetiche, Mercedes Sampietro) que repasa su existencia. Y en 1982 empezó a asumir puestos de responsabilidad pública: fue nombrada Directora General de Cinematografía. Elaboró una Ley de Cine, la “Ley Miró”, con mención explícita a las subvenciones por anticipado al cine español, que intentó proteger. Dimitió en 1986, aprovechó para rodar otra película, “Werther”, y asumió la jefatura de TVE (reemplazó a Calviño), y se mantuvo hasta 1989, momento en que fue expulsada por haber abusado del gasto público en sus gastos de representación: cuatro millones de pesetas en distintas prendas, bolsos y lencería sobre todo, de la marca Loewe. Aquella fue una “vendetta” socialista hacia la mujer que pintó de blanco las patillas de Felipe González. El tiempo ha demostrado que aquello fue pecata minuta (comparado con la corrupción que se venía encima) y un afán desmesurado de los enemigos íntimos del secretario general socialista y de ella misma, que “sabía hacerse odiar como nadie”. Tras aquel calvario, Pilar Miró recobró su mejor pulso. Abandonó sus veleidades políticas y se centró en su faceta de directora.
Dirigió “Beltenebros” (1991), que adaptaba una novela de Muñoz Molina sobre una venganza y recibió el Oso de Plata a la mejor película en el Festival de Berlín, y dos años después estrenó “El pájaro de la felicidad”, en la que recuperaba a Mercedes Sampietro. Aún le quedó tiempo para dirigir dos películas desiguales: la excelente “El perro del hortelano” (1995) de Lope de Vega, como Emma Suárez y Carmelo Gómez, en verso, que fue un intento de emular la tradición británica de trasladar a Shakespeare a la gran pantalla, y “Tu nombre envenena mis sueños” (1996), basada en una novela de Joaquín Leguina. Por “El perro del hortelano” le concedieron el Premio Goya a la mejor dirección y al mejor guión adaptado.
Uno de sus últimos trabajos para la TVE fue la realización del programa de la boda de Cristina de Borbón y de Iñaki Urdangarín. Mujer entusiasta, polémica, corajinosa y sensible, fue –con Josefina Molina- uno de los personajes femeninos claves de la cinematografía y de la televisión. Puro corazón. Sensibilidad a flor de piel. Terquedad luminosa y a menudo desabrida. Y despiadada. Una precursora joven que jamás se durmió en los laureles.
*Escribí este artículo hace algún tiempo, cuando se cumplían cinco años de su muerte. Ahora, Diego Galán publica “Pilar Miró. Nadie me enseñó a vivir”(Plaza & Janés). Tiene jugosas notas sobre sus relaciones con José Antonió Páramo, Carlos Saura, Luis Buñuel... Ya lo he leído y os lo contaré aquí.
LOS OJOS DEL MUNDO/ 32

Esta es la cantante georgiana Madeleine Peyroux, que suele acompañarse de guitarra. Se mueve en los registros del Jazz y a algunos les recuerda a Billie Hollyday. Ésta es la portada de "Careless love".
LOS LIBROS DE LA GUERRA


José Luis Melero es una referencia inexcusable para quienes amamos los libros. Él los ama con locura: se entrega a ellos con una pasión renovada, con placer, con una dedicación absoluta. Pepe Melero vive una historia de amor de casi cuarenta años con los libros. Yo lo conocí en 1987 en El Ángel Azul, recuerdo que me regaló la historia de Aragón que acababa de publicar con motivo del nacimiento de su hija Iguácel, y desde entonces no he hecho más que aprender de él. “Leer para contarlo” ha sido una primera confirmación pública de su sabiduría, de su modo de vivir junto a los libros y a los autores y a los editores. Su casa es un paraíso con libros: los mima, los cuida, los acaricia como un enamorado irreductible, les cambia la piel, los encuaderna para la inmortalidad. Siempre escribe con su caligrafía casi gótica cuando ha adquirido cada volumen, y luego anota a lápiz qué ha descubierto, qué página o qué personaje le han conmovido. Es prácticamente imposible citar un título de libros aragoneses del que no sepa algo: lo normal es que cuenta detalles del autor, del editor, del impresor.
Si aquel volumen era un viaje y una autobiografía de un hombre con los libros, también en “Los libros de la Guerra” –el libro que se presenta esta tarde en el salón de actos de la Facultad de Económicas, Gran Vía 2, en compañía de dos de sus grandes amigos: José Antonio Labordeta y Miguel Mena- no lo es menos: es una autobiografía de un lector fascinado por la historia y por la Guerra Civil. El libro de Pepe, publicado por Rolde, arranca con tres textos que se escapan un poco del contexto elegido, entre 1936 y 1949. Son las memorias del párroco mosén Jesús Arnal, “Por qué fui secretario de Durruti”, que se publicó por primera vez en Tárrega en 1972, y que gira en torno al anarquista Justo Bueno de Munébrega; “556 Brigada Mixta” de Avel.lí Artís Gener, que se publicó en México en 1945, y “Yo fui asesinado por los rojos” de Jesús Pascual Aguilar, el hombre que había nacido en Alcorisa y que tenía parientes en Molinos cuya peripecia se parecía mucho a la de Rafael Sánchez-Mazas; de hecho salió ileso de idéntica ejecución en El Collell el 30 de enero de 1939. El libro, del que les habló a Pepe Melero y a Félix Romeo David Trueba, está muy vinculado con el proyecto literario y cinematográfico de “Soldados de Salamina”.
A continuación, Pepe Melero ordena 128 libros publicados a lo largo de trece años, redactados por aragoneses o vinculados con Aragón. La selección comentada es un auténtico tratado de erudición: Pepe comenta los libros, los ha leído a fondo, lo ha vivido con intensidad, ha extirpado notas pintorescas de asesinatos masivos, de mutilaciones terribles como la del obispo de Barbastro, de conspiraciones, de actos de una crueldad casi insoportable y también de instantes llenos de ternura y humanidad. Estos comentarios, esta glosa pormenorizada de libros y asuntos, están repletos de información, de detalles de la vida aragonesa, de personajes de vida casi oculta que aquí irrumpen con mucha fuerza. Por aquí desfilan Calvo Sotelo, que estudió Derecho en Zaragoza, los periodistas Alardo Prats o José Gabriel o Benjamín Bentura, el Obispo Polanco o Rey D’Harcourt, Ramón Acín y Sol Monrás, el extravagante Adolfo Capella, el tenor republicano Carlos Lizondo, que fue fusilado en Zaragoza cantando “Adiós a la vida” de “Tosca”, por poner algunos ejemplos. En el libro, con bella portada de Pepe Cerdá, hay muchos más, como la tierna y humanísima historia del periodista de Franco El Tebib Arrumi.
Es un libro extraordinario, de erudición constante, de un gran contador de historias, de una gran finura intelectual. Hay horror por ambos bandos, hay historias conmovedoras, hay desmesura y surrealismo. No puede dejar indiferente a nadie. Y parece casi inconcebible que algo tan específico como una bibliografía pueda convertirse en un manual de narrativa, en una enciclopedia de seres y cuentos, y por supuesto paisajes y batallas. Es difícil encontrar en el panorama aragonés de hoy, y creo que en el español, a un intelectual, a un lector, a un loco por los libros como Pepe Melero, tan entretenido, tan brillante, tan proclive a la divulgación. Ante sus trabajos, ante su conocimiento, uno se zambulle y dice: “Voy a aprender, voy a soñar, voy a disfrutar”.
*Pepe Melero ha tenido un hermoso gesto, que le agradezco con todo el cariño del mundo. Le ha dedicado el libro a dos magníficos escritores como Félix Romeo e Ignacio Martínez de Pisón, y al gallego que esto escribe, que tanto ha aprendido y aprende de él, y que tanto y tan sinceramente le admira. La ficha completa es "Los libros de la Guerra. Bibliografía comentada de la Guerra Civil en Aragón (1936-1949)" (Rolde). Hace unos días, Mariano García publicaba una entrevista con José Luis Melero; hoy le dedica un bello artículo Mariano Gistaín y un reportaje Roberto Miranda en "El Periódico de Aragón".
Víctor Juan Borroy, el hermano del alma que el cielo le ha dado a Pepe Melero en los últimos cinco años o así, ha colgado la entrevista de Pepe Melero del pasado domingo en "Borradores".
Pongo una foto de "Soldados de Salamina", película muy citada en el libro de Pepe.
DIÁLOGO CON SANTIAGO SÁNCHEZ JERICÓ

-Ha confesado una y mil veces su pasión por Miguel Fleta. ¿A qué se debe tanto amor?
Mi abuelo era fletista. En casa sonaba todo el día Miguel Fleta, en aquellos días discos de piedra de 78 revoluciones, en un pintoresco gramófono. Mi abuelo cambiaba constantemente la aguja y la llevaba a afilar a un especialista. Es algo que me ha quedado marcado. Mi abuelo era fletista, pero su nieto no podía ser cantante, entendía que ése era un mundo difícil. Así que tuve que estudiar, y estudié contabilidad en la Escuela de Comercio y entré a trabajar en la empresa Marino Goñi, de molinería.
-¿Por qué es importante Miguel Fleta?
-Es él quien descubre el canto moderno, como se realiza ahora, en un tiempo en que predominaban los tenores huecos. Él marcó el camino a seguir, como lo hizo Aureliano Pertile, el rumbo que luego adoptarán cantantes como Alfredo Kraus o Plácido Domingo, que tanto lo admiran. Creo que lo han reconocido poco en nuestra tierra. Fleta tiene una placa en el Teatro Colón de Buenos, en La Scala de Milán.
-Quizá le haya perjudicado su muerte, ese gesto último de despedirse del mundo envuelto en la bandera falangista.
-No lo sé. Creo que ha sido un hombre empleado por la monarquía de su tiempo, por la II República y por el Falange. Eran otros tiempos. Además de un artista de impacto universal, era un hombre de una gran generosidad: tras un concierto, salía al balcón y se ponía a cantar para sus seguidores de nuevo. Quizá lo que más le perjudicó fue su ruptura con Luisa Pierrick: esa mujer era extraordinaria, le enseñó a cantar, a elegir los repertorios. En dos años, Fleta pasó del huerto al escenario. Y en cuando ella desapareció de su vida, inició su ocaso.
-Volvamos a usted…
-Yo compaginé mi trabajo con mi pasión por el canto. En 1970, me presenté a la primera edición de “La gran ocasión”. Entonces, aún no se concursaba por géneros, y ganó una cantante de copla. Yo quedé entre los finalistas, y aquello fue importante para mí, porque me vio y me oyó Lola Rodríguez Aragón, y me llamó para la Escuela Nacional de Canto. Yo estudiaba con dos grandes profesores de Zaragoza: Margarita y Berta Martín. Berta impartía bellas lecciones de solfeo, y Margarita era la maestra de canto. Con ellas también estudió Pilar Lorengar.
-¿Coincidió con ella entonces?
-No, era algo mayor que yo. Pero tuvo un gesto precioso y entrañable algún tiempo después hacia mí. Me recibió en Berlín, me escuchó cantar y me dio una carta de apoyo para la beca Humboldt, que me concedieron. Le estoy hablando del año 75. -¿Qué ocurrió luego? ¿No estuvo varios años en La Scala?-Pedí el traslado de la beca a Milán. A mí me gusta más el italiano: me parece la lengua ideal de la música, es el idioma perfecto para cantar, es musical de por sí, melodioso; algo que también ocurre con el español. Me dije: “Voy a Milán y me perfecciono”. Me trasladaron la beca durante dos años, y aún permanecí año y medio más por mi cuenta.
-¿Cómo le fue?
-Maravillosamente. Estudiaba con Floriana Cavalli, vi muchos espectáculos en La Scala y me ocurrió algo increíble: Hetore Campogaliani, el gran maestro de Mireia Freni o Luciano Pavarotti, entre otros, me oyó cantar “I puritani”, la endiablada ópera de Bellini, y me daba clases gratis.
-¿Gratis? ¿Cuántos días?
-Iba a verlo cuatro días a la semana. Y me decía siempre: “No se preocupe de nada. Usted venga y estudie. Esto ya lo pagarán los japoneses”. De esa ópera, que también cantó Fletá, llegué a participar en 80 funciones a lo largo de diez años, y actué en Nueva York, México, Venezuela, Buenos Aires. Estoy a punto de cumplir 30 años en la ópera. Soy un tenor lírico ligero, tipo Alfredo Kraus, un padre para mí, un maestro y un amigo; ahora, con la edad, soy más lírico, pero aún doy el do de pecho. Y creo que me caracteriza el hecho de que yo manejo el canto sobre el texto: vocalizo, intento pronunciar muy bien en cualquier idioma. Ésa es una lección de Kraus, también. -
¿Cuántos personajes ha llegado a encarnar?
-Alrededor de 85 en cerca de 70 óperas, calculo.
-¿Cuál es su vinculación con Aragón?
-Absoluta. Y siempre la he mantenido. Incluso en los siete años en que he vivido en Zaragoza, he pagado impuestos y he votado aquí. Zaragoza es la ciudad donde he nacido, he nacido en la calle Jusepe Martínez, y cada vez que paseo por el entorno de la plaza de Santa Cruz o Santa Marta, La Seo o la calle Alfonso estoy verdaderamente conmovido. De la emoción, a veces he sentido ganas de llorar. Zaragoza es una ciudad grande y acogedora, pero si paseas por Independencia siempre te encuentras con alguien conocido. Tengo casa en Madrid, pero ahora con el AVE vengo a dormir a Zaragoza, a San Mateo de Gállego, donde vivo.
-Usted ha defendido la idea de que el Auditorio de la Expo 2008 sea un Teatro de Ópera.
-La Expo-2008 es un evento importantísimo. Y yo tengo la ilusión de que Zaragoza, como ha hecho Sevilla con su teatro redondo de La Maestranza, disponga de un Teatro de Ópera. Es un legado musical importantísimo para las generaciones futuras. No hablo de mí: tengo 60 años y una trayectoria. Eso cambiaría la ciudad, como ha sucedido con el Auditorio. -En cuya inauguración cantó usted con Pilar Torreblanca, Pilar Márquez…-Eso es algo que no podré olvidar. Por el hecho en sí mismo tras tantas polémicas, por la “Novena Sinfonía” de Beethoven, por los compañeros, por Orquesta Nacional y el Coro Nacional, por su director gerente Miguel Ángel Tapia, al que conozco desde la mili, por lo que aquello significó para la ciudad. Muchos directores, entre ellos Barenboim o Metha, han dicho que es la mejor sala de Europa. Le ha dado a la ciudad un prestigio universal. Hace poco, un programador musical de Buenos Aires, al enterarse de que yo era de Zaragoza, me dijo: “Es la mejor sala de conciertos en la que yo he estado en todo el mundo”.
-¿Tenemos recambio para usted?
-Yo creo que sí. Le cito algunos nombres: Isaac Galán, que se ha ido a estudiar a Innsbruck; María López de Félix, que ganó la beca Montserrat Caballé y estudia con Mireia Freni, o la mezzosoprano Pilar Belaval, hija de Emilio Belaval. Ahí tenemos una formidable cantera, tenemos un gran futuro.
*Ésta no es la foto de Santiago Sánchez Jericó (Zaragoza, 1946), sino de su admirado Miguel Fleta Burro.
VUELVE MI PERSONAL CANTERA DE CAMPEONES

He tenido una semana especialmente agitada y con algunas experiencias muy bellas: una conversación con la abogada Altamira Gonzalo, una de esas mujeres que adora esta ciudad, este territorio y tiene tiempo para sonreír y para entonar un constante “carpe diem” sin renunciar al compromiso, a la solidaridad con los desheredados y a una pasión constante hacia la cerámica antigua; un encuentro casi urgente con Santiago Sánchez Jericó (que he colgado aquí en su versión en largo) y otro con Víctor Fernández. El entrenador del Real Zaragoza estuvo especialmente inspirado. Paco Giménez, que es cronista del Zaragoza desde hace muchos años, me dijo que una entrevista tan sincera no se le había leído tal vez en muchos años. A mí me encantó verlo tan ilusionado con el equipo, al que llama, por cierto, un equipo en construcción que tiene muchas dosis de magia, y eso supone cierta inclinación a la intermitencia.
No me esperaba algunas revelaciones sobre su pasión zaragocista y sobre la dimensión mágica del fútbol: ese instante en que se convierte de golpe en un espejo de un amplio sector de la población. También volví a hablar con Javier Sierra, que se hallaba en Úbeda en compañía de Iker Jiménez; el autor de “La cena secreta” sigue enamorado de Teruel, ahora ya en Málaga. Me dijo una cosa muy bella: ha realizado gustosísimamente la labor de embajador cultural de Teruel en Estados Unidos, pero no quiero adelantar demasiadas cosas porque el lunes se publica una entrevista con él en “Heraldo”.
LA CRÓNICA DEL SÁBADO
Hoy mis hijos Jorge y Diego han jugado su segundo partido. Jorge, que cumple hoy catorce años, ha fichado por los cadetes del Utebo. La semana pasada jugaron contra el Cristo Rey y vencieron los chicos de Utebo por 2-1 con el gol definitivo de Jorge, según él con un trallazo cruzado que buscó la escuadra y la alcanzó. Hoy, los azules de Utebo se enfrentaban al Hernán Cortés y vencieron por 10-0. Jorge marcó dos goles, uno en cada tiempo, ambos con la zurda. Cuando marcó, más que celebrar sus catorces años, miró al cielo que habita su abuelo Leoncio y se los envió como muestra de cariño en un día tan señalado. Jugó alrededor de 60 minutos a buen nivel; tardó en entrar en juego, pero en cuanto lo hizo penetró por la banda, generó peligro, combinó mucho e incluso incurrió en el fuera de juego. El Utebo tiene un buen equipo, con muchas posibilidades. Y Diego, que cumplía ayer 16 años y había perdido el primer partido con La Jota, ha vuelto a casa: juega en el Garrapinillos de juveniles. Hoy, por la tarde, viajó a Pina de Ebro. Vencieron los visitantes por 1-6; Garrapinillos posee un buen equipo, se salió el ariete Oscar, impartió una lección de brega, ambición y clase Mario Martín.
Y Diego, que no marcó, realizó un estupendo partido como medio centro: combatió mucho, robó balones, asistió a los compañeros, ofrece siempre su ayuda en las salidas de balón tanto a los defensas como a los medios, apoya a los delanteros, y en ocasiones inició la estrategia de ataque. En la segunda parte, realizó una espléndida jugada de interior, sorteó a varios contrarios y dejó un balón algo largo a Luisito Salas, que acabaría marcando en otra jugada un soberbio gol de cabeza. Fue un partido muy completo; el entrenador le dio descanso tras 65 minutos, y por primera vez desde que lo conozco lo felicitó efusivamente por su despliegue y su entusiasmo. Toda mi familia ha ido a ver la obra de teatro de Rosa Maria Sardà, “Wit”, pero toca un tema que a mí siempre me asusta. Hoy por cierto, vino a Pina, Modesto Calvera, el padre del capitán Samuel y del medio Mario; acaban de amputarle un brazo tras descubrírsele un cáncer. A mi madre es una enfermedad que le da tanto miedo o respeto que jamás pronuncia su nombre. Dice, casi enigmáticamente: “Ese mal que acaba coa xente”.
*Visión de la plaza de España de Pina de Ebro (Zaragoza).
GARGALLO Y CONGET EN BORRADORES

El cantante Juan Caballero, acompañado a la guitarra de Javier Pérez, abrirá el programa “Borradores”, que mañana aún se emite a medianoche. Juan Caballero cantará “Gatos”, luego “Niños otra vez”, y hablará de su disco “Tantas luces”, que publicó hace algo más de un año. El programa emitirá a continuación un reportaje sobre el Museo Pablo Gargallo, antes de la ampliación y de la creación de un gabinete climatizado de dibujo, y otro sobre los 25 años de la Escuela Municipal de Teatro. Hablarán su directora Marisa Nolla y profesores como María Pérez Collados, Carlos Blanco, Félix Martín o Amparo Nogués, entre otros. Además, se ofrecerán otros reportajes: una conversación extensa con José María Conget y otro sobre el fotógrafo Joaquín Alcón, el fotógrafo de Pórtico y del Grupo Niké, con una selección de sus fotos. Conget, sereno y sabio, está estupendo: confiesa su pasión por las ciudades, por los libros, por los cómics. Borradores recibe a Marisa Azuara, que acaba de publicar “Justicia” (Amares), una novela sobre las alteraciones de 1591 y algunos acontecimientos posteriores, y a Julio Crystellis, autor de los nueve cuentos de “Camino de Ronda”(Huerga & Fierro). Visitamos la librería Cálamo y oímos un poema de Pedro Pablo Azpeitia.
BORRADORES. Redactora: Ana Catalá. Ayudante de Producción: Raquel Guzmán. Producción: María del Carmen Delpon. Ayudante de Realización: Yolanda Liesa. Realización: Teresa Lázaro. Emisión: Domingos y jueves, hacia la medianoche.
LOS OJOS DEL MUNDO / 33

LOS OJOS DEL MUNDO / 34

UNA FOTO ENTRAÑABLE

María Callas y su profesora de canto, la aragonesa Elvira de Hidalgo.
OTRA FOTO ENTRAÑABLE

María Callas y Elvira de Hidaglo, nacida en Valderrobres, en Verona.
ENTREVISTA A FÉLIX ROMEO*

"ES UNA SATISFACCIÓN SABER QUE
HAS ESTADO EN EL CAMINO DE UN AUTOR"
Por ÁNGELA CELA
En el taller que impartes en el Festival Eutopía06 Así se hacen las Efes , ¿cómo enfocas la enseñanza?
--Seguimos un programa en el que fundamentalmente trabajan los alumnos con ejercicios que yo les planteo. Es una gran aproximación a la escritura práctica, porque no paran de escribir desde hoy lunes (por ayer) a las nueve de la mañana hasta el viernes a las dos de la tarde. Y por otra parte, se trata de una aproximación a muchos textos literarios que tomaremos como base y luego ellos inventarán a partir de un patrón.
¿Sigues alguna metodología?
--No sé si se puede llamar metodología, pero si hay alguna más o menos es el juego con la literatura, pero al mismo tiempo ahondando. Estoy seguro de que todos saldrán con otra idea de la literatura y otra forma de entenderla.
Además de éste estás participando en gran número de talleres, ¿casualidad, o estás descubriendo una vocación docente?
--Supongo que si no me gustara no daría talleres, además aprendo mucho y me permite reflexionar la literatura de otra manera; y a descubrir muchos autores. Mucha gente que ha pasado por talleres míos luego se han convertido en escritores y han publicado libros. Francamente, es una satisfacción saber que de alguna manera has estado en el camino de un escritor. En la cultura anglosajona esto es mucho más frecuente, en España todavía los talleres de literatura son algo que se ve con cierta distancia, aunque poco a poco se va normalizando y este encuentro de Eutopía es una forma de hacerlo.
¿Escribes todos los días?, ¿sigues un horario?
--Hoy les contaba a los chavales, que Margarite Duras decía eso de que los escritores necesitan un ambiente, un sitio, una hora específica,...¡eso son "pamemas"!, la literatura va con uno. Yo escribo en todos sitios. Junto al hotel tengo un cibercafé y seguro que voy a ir a escribir allí.
Has dirigido un programa de televisión, La Mandrágora , has publicado dos novelas, muchísimos artículos, impartes talleres..., ¿cómo te definirías?
--Hago las cosas y las hago ahora. Ahora estoy enseñando en un taller, esta tarde escribiré un cuento que tengo pendiente. Yo creo que lo mejor es no ser definido, sino estar en la vida. Y lo que me gusta es vivir profundamente.
¿Para cuándo tu siguiente novela?
--Estoy trabajando pero en nada muy concreto,... soy muy "secretudo", y no me gusta hablar de las cosas en las que aún estoy trabajando.
*El escritor Félix Romeo (Zaragoza, 1968) imparte un taller literario en Córdoba. El "Diario de Córdoba" publica esta entrevista de Ángela Cela. La veo en la página de Mariano Gistaín y la pego aquí. Félix imparte muchos talleres literarios por todo el país. Es un enamorado absoluto de la literatura.
UN CUENTO EN MÉXICO*

LA VIDA CRIMINAL DE ADOLFO MIRABÉN
No sé si he matado a un hombre. En esa segunda vida que es el sueño siempre tengo la sensación de que bajo mi aspecto tranquilo se oculta un criminal. Hay un momento que, en mitad de la nebulosa de imágenes y acontecimientos, adquiero conciencia de mi condición y de mi fechoría: no sé muy bien cómo ni cuándo pero acabé con la vida de alguien, a quien desconozco. Mi imaginación le pone rostro, vaqueros y un cabello rebelde con perrera. Y eso me ocurre todas las noches. Unas veces, como si asistiera a fragmentos enigmáticos de películas de mi propia existencia, el crimen guarda relación con coches que van y vienen por el arrabal de la fábrica de salazones, con motos al galope por el acantilado de mis playas de siempre, con gentes reunidas en torno al coñac y al dominó en dos bares que se parecen mucho a Casa Recouso y Cafetería Sanchís, aunque en el sueño las cosas rara vez son idénticas a la realidad. A menudo se produce un salto brusco, un disfraz o una situación inverosímil que las aleja de la cotidianidad. Ni siquiera, a primera vista, tienen nada que ver con mis hábitos de ahora ni con la ciudad donde vivo; la atmósfera del sueño me remite a Baladouro, el pueblo donde nací y crecí, bastante lejos de aquí.
Pero lo peor viene luego, con el despertar, durante la larga vigilia. Ando errabundo y melancólico, con la faz alargada y hostil, como un condenado. Sé que debo una muerte al mundo, y me angustia que los demás puedan enterarse. Me horroriza la posibilidad de que en la oficina de la inmobiliaria donde trabajo alguien pueda percatarse y que Ramón Pernas, que es el más bullanguero, vocee ante todos: "Con nosotros trabaja un asesino. Adolfo Mirabén". Pero lo que más me intranquiliza es que a media mañana de un día cualquiera, en la calle o en la oficina, sin venir a cuento, yo pueda matar a alguien. Así, sin más, porque me da la gana, porque no me ha gustado su mirada o me ha erizado el ánimo su pantalón fucsia Burberry's. No hay nada peor que convivir con un asesino por sorpresa si además es uno mismo.
Fue hace tres noches cuando en la bruma de mis visiones distinguí un rostro adolescente que se me hizo familiar. Por la mañana, lejos de preocuparme de las casas de campo de Zuera, Pinseque y Movera que querían ver varios clientes, no hacía otra cosa que internarme por los laberintos de mi memoria e intentar recordar aquella faz. Fui escribiendo los nombres de mis compañeros de colegio y repasé con la mente sus caras: Lisardo, Da Ponte, Rebolo, Pedriño de Raúl, Amancio, Sanjurjo Sietecabezas, Juanín, Chago Veiga... A la mayoría hacía cerca de un cuarto de siglo que no la veía; a otros, sí, incluso en la ciudad donde ahora resido. ¡Cómo voy a olvidar la tarde de cierzo enloquecido en que me encontré a Tolín Iglesias por la calle Conde de Aranda, entonces General Franco, vestido de militar! Estaba como alelado de felicidad: miraba escaparates, coches, autobuses, castañeras. Tras el efusivo abrazo y los comentarios de sorpresa, me dijo: "Chico, no he visto tantas mujeres bonitas nunca. Esto es para morirse de gusto". O aquella noche que descubrí a David Pombo hablando a gritos por teléfono en el Paseo de Independencia, al lado de Correos. Había sido mi ídolo local en el fútbol muy de niño. Lo conocían por O Pelé de Uxes y decían que era más rápido que aquel viejo ferrocarril que pasaba por la solitaria estación llena de pájaros una vez por semana. También hizo aquí, creo que en San Lamberto, el servicio militar.
A la noche siguiente, las ráfagas de imágenes fueron igual de perturbadoras y yo rara vez aparecía en ellas; quizá me descubrí en un fotograma lluvioso, durante la proyección de Los chiripitifláuticos, jugando al ajedrez con Pepe do Carmo, el dueño de Cafetería Sanchís. Al final, después de haberme desvelado y haber consultado el reloj varias veces, vi con nitidez a Eduardo El tigre, montado en su derby trucada de 49 centímetros cúbicos, doblando por la avenida del Balneario y el puente del río Bolaños. Eduardo El tigre, ¿cómo es posible?, me pregunté devuelto a la realidad al alba. Lo había visto con toda claridad tal como era: con el pelo rojizo y corto, la cara moteada de pecas, atigrada, y aquel cuerpo fibroso de junco que había hecho de él nuestro mejor jugador de baloncesto hasta que descubrió las motos y la pasión por la mecánica en el taller de Ramón Milmañas, que lo acogió como aprendiz durante el verano que tuvo como mascota a un zorro llamado Perico. Mi padre, que era malicioso, decía que no sabía bien si lo había contratado para aprender el secreto de las bielas y bujías o como cuidador del indomable animal.
Eduardo El tigre y yo apenas fuimos amigos. Primero, porque él tardó mucho en venir a nuestra escuela y tampoco frecuentaba la doble sesión de fin de semana del Cine Real. En A Catuxa y Figueiroa, los muchachos iban a otro colegio, justo al lado de la vieja presa del molino en Candame. Y luego porque, cuando se trasladó a enfrente de mi casa, no nos caímos en gracia. Ambos vivíamos en un segundo piso y nuestras ventanas estaban a la misma altura, separadas por la avenida de plátanos que lleva al balneario. Yo, desde el balcón o nuestro comedor, cuando sus persianas estaban levantadas, oteaba los movimientos de su madre Clarisa Petón, enlutada y gruesa, o los suyos; si lo deseaba, sabía cuando iba al baño, cuando veía la televisión o si hacía los deberes. Y él, algo parecido. Sabía cuando yo leía tebeos o jugaba en la mesa con mi ejército de botones, pero estábamos en mundos diferentes. A mí me entusiasmaban el deporte, el monte y el río, y Humildad, la nieta de la carnicera, a la que vi desnuda, de cintura para abajo, en Valcobo cuando se le cayó la toalla y dejó al descubierto los rubios y rizados pelos del pubis; él era un chiflado de las motos, y solía ganar en las gymkanas infantiles de velocidad y equilibrio en bicicleta y moto ante Peirallo y los gemelos Balay.
Mi padre trabajaba de operario en una fábrica de bloques de hormigón que tenía su propia cantera. A diario rebañaba con explosivos una inmensa roca. Un día, los artilleros debieron exagerar la carga y la explosión dejó una enorme secuela de cristales rotos en A Pedreira, Catuxa y Figueiroa, la parte alta y marítima de Baladouro. Y a mi padre le tocó la tarea de reparar tantos desperfectos. Mi padre era un tipo divertido de puertas afuera; igual le preguntaba a una mozuela por qué llevaba minifalda que le decía a una mujer casada lo guapa que iba y "como se ve que los años pasan de balde sobre ti. ¡Quién tuviera una mujer así! Vaya fiesta". Unas sonreían, otras le devolvían una mueca de enojo o de indiferencia y muy pocas le respondían abruptamente aquello de "¿Qué se habrá creído ese vieje verde?" Así que por aquí y por allá su actitud daba lugar a episodios jocosos y a equívocos más bien molestos que ensanchaban su aureola de seductor de aldea y acentuaban el mal humor de mi madre. Lo he dicho bien: el malhumor de mi madre, que no los celos.
Una de las mujeres más simpáticas de A Pedreira era Mari Luz Merelas, Lucita para todos. Había sido peluquera en Suiza, y le gustaban las picardías. Aseguraba que mi padre, en cuanto a piropos y decires, "tiraba a dar como un viejo galán". A su marido aquello no parecía importarle; decían que era un aragonés sabio de Belchite, seguro de sí mismo. "A Ceferino se le van las fuerzas por la boca. Es inofensivo", solía decir a propósito de mi padre en las tabernas ante los cada vez más insistentes rumores, que se hicieron más constantes cuando mi progenitor pasó una tarde completa reparando los cristales de la casa de Lucita y exhibió alguna de sus mejores frases sin importarle que hubiese vecinas delante. Tal vez lo hiciese por eso, porque había vecinas y no corría riesgos. El conquistador de boquilla siempre precisa testigos. A los pocos días, recién llegado a nuestra escuela, Eduardo El tigre y yo tuvimos una disputa en el recreo. No recuerdo quién tenía razón. Y en medio del viejo solar del Frente de Juventudes, nuestro pedregal de juegos, desafiante y con ese tono de voz adecuado para que lo oyesen todos, dijo:
--Y tú cállate, Mirabén. Mejor sería que vigilases a tu padre. Todo el mundo sabe que se entiende con Lucita. Jamás había oído tal cosa ni me había percatado de las veleidades de mi padre. Recuperado de mi asombro, avancé unos metros para que retirase eso de inmediato, aunque sabía que no podría pegarle. Era mayor y mucho más alto que yo. Juanín y Chago Veiga me hicieron el favor de alejarme de él: me hubiera roto la cara; si quería era un auténtico abusón. Seguro. Pero yo estaba rabioso; notaba que la ira me salía por la boca y por los ojos, y que me ardían las orejas. Durante la cena, cuando vino mi padre, fue lo primero que le pregunté delante de mi madre. --No le hagas caso. Es malo como toda su parentela -respondió.
Y mi madre, sin perder su habitual frialdad, apostilló:
--¡No le hagas caso, no le hagas caso...! Es muy bonito, hombre, que tu hijo oiga a la vista de todos que su padre va por ahí jodiendo con extrañas.
Así lo dijo. Mi padre insistió:
--Mira, mujer, no empecemos. Esta es una cháchara vieja. ¿Por qué no le ha dicho también que su padre se quedó en Suiza con otra y ahora van diciendo que se murió en el extranjero?
Le cogí tal tirria a Eduardo El tigre que no podía ni verlo. O lo hacía a hurtadillas. Lo vigilaba desde mi ventana, creo que le eché alguna que otra maldición espantosa y juré vengarme en cuanto pudiese, no sabía muy bien cómo. Tal vez difundiendo lo que había dicho mi padre, aunque mi madre le cortó categórica: "Eso no es cierto". El azar acudió en mi ayuda a los pocos días: Eduardo El tigre se cayó de su derby trucada por un terraplén, rodó algunos metros, se hizo unas cuantas heridas, pero no le dio más importancia al accidente. Le dijo a su madre que le dolía un poco la cabeza, aunque no le refirió nada acerca de la caída. Y el sábado, a las siete de la mañana, empezó a sentirse mal y falleció de súbito, antes de que el doctor Amenedo se enterase bien de que se había desplomado por un promontorio del playerío de Barrañán. Dijeron que había muerto de una hemorragia interna. A mí, en aquel momento, no me importaban las causas. Me sentía vengado, y esa era una sensación íntima, pecaminosa, que no podía compartir con nadie. Aun tuve valor y morbosidad para contemplar desde la ventana el ritual del luto: la luz pálida del velatorio, el coro de plañideras, las flores, el tránsito de los muchachos de la clase, el pésame del profesor que vino ex profeso desde A Coruña. Fui el único que no acudí a su casa ni al entierro. Tampoco alargué la mano unos días más tarde para recibir la foto del muerto, embutido en un albornoz blanco, que le había hecho Manuel Seara de Castro en el comedor familiar con la ayuda de su inseparable Marica Doce, pintora y decoradora.
A mi cruel felicidad, le siguió un insoportable sentimiento de culpa. Tenía la convicción de que mis deseos se habían materializado en el infortunio de El tigre, de que yo era, en cierto modo, el brazo ejecutor de su desgracia. Me recordaba implorando a no sé quién aquel desenlace. La pasada noche, en una nueva y dilatada pesadilla, volví a verlo como entonces, en la playa de Cambouzas en Barrañán: con su moto rugiente, su cazadora de cuero y aquellos vaqueros llenos de remaches plateados y pegatinas de campeón. No me cabe ninguna duda. Era él e iba a toda pastilla como si quisiera salir del sueño para recordarme que yo era su asesino y que ahora, tantos años después, volvía para vengarse.
Aunque nunca lo sabrá, ya lo está haciendo desde hace quince años por lo menos. Mi padre huyó a Ginebra con Lucita y yo esta misma mañana he ido al psiquiatra con una incertidumbre en los labios: "Señor Lacruz --le dije al médico--, no sé si maté a un hombre". Y él me dio una de esas respuestas que salen en las películas de Luis Buñuel: “No te preocupes. Aunque quisieras, la imaginación no delinque. Es inofensiva”.
No logro consolarme.
*Magda Díaz Morales y Carlos Manzano, dos espléndidas y cariñosas personas, publican en su revista "Narrativas" este texto mío que al final no aparecerá en mi próximo libro de relatos, que publicará Destino en dos o tres meses.
ENTREVISTA CON LUIS ALEGRE*

Lechago, Calamocha, Cheste, Huesca. Y después, hacia 1980, Zaragoza. ¿Era ya un cinéfilo?
Mi padre me hacía memorizar los poemas de Antonio Machado y me hablaba con arrobo de Ingrid Bergman, de Buñuel y de Hitchcock. Ahí empezó todo. Él me contagió mi pasión por las palabras, por las mujeres y por las películas. Me di cuenta de que era un chollo enamorarse de las estrellas del cine: ellas nunca te dicen que no. Nunca te abandonan.
¿Cómo se produjo su acercamiento a "Andalán"?
Yo escribía de cine en "El Bejorro", una revista muy loca liderada por Perico Arrojo. Eloy Fernández Clemente me leía y me propuso escribir en "Andalán". No sé por qué, tenía el estúpido prejuicio de que esa revista estaba llena de tipos de "cejas altas", de gente intelectualmente arrogante. Pero qué va. Me reí muchísimo con ellos.
Hay figuras clave en su vida. Una de ellas sería Eloy Fernández. Otra, Manuel Rotellar.
Rotellar no sólo fue un gran amigo sino una referencia absoluta. Era elegante, sabio y bondadoso hasta decir basta.
Antes de convertirse en el embajador oficioso de Aragón, el entrevistador de "El reservado" y el coordinador del ciclo "La buena estrella", existió un Luis Alegre navegante de la noche, bohemio, capaz de seguir, con Mariano Gistaín y José A. Ciria, el rastro de Perico Fernández.
No me recuerde aquella época que se me saltan las lágrimas. Entre 1986 y 1999 pasé más horas en seis lugares -La Avenida de la Ópera, La Marioneta y el Bambalinas, Casa Emilio, La Nicolasa y el Oasis- que en mi casa. En el verano de Perico rozamos el delirio. Mejor dicho, entramos de lleno en él. Qué alegría y qué libertad.
¿Cómo logra ser un enamorado de Zaragoza y que sus amigos se enamoren de ella también, que sea su segunda ciudad?
Por fortuna, las ciudades no son como las chicas. Hay amores que te apetece compartir: los amigos, la familia, los libros, las películas o los lugares. Hay que estar muy tarado para sentir celos por culpa de una ciudad.
Zaragoza, por usted, es la segunda ciudad de los Trueba, Penélope, Maribel Verdú... ¿no?
Han pasado aquí muy buenos ratos. ¿No le pasa a usted que sus lugares favoritos son aquellos en los que mejor se lo ha pasado y en los que vive la gente que quiere?
Cuando alguien busca un refugio le halla a usted y a Zaragoza. ¿Es por eso que suele decir que la bondad es revolucionaria?
Sí, sí, la bondad, la auténtica bondad, es revolucionaria. Incluso, desconcertante. Y la amistad, la auténtica amistad, es un lujo total. Yo, sin mis amigos, sería un pobre imbécil.
¿Cómo ha llegado a conocer los secretos de tocador de Penélope Cruz, Emma Suárez o Inés Sastre, sin perder la cabeza?
Disculpe, pero he perdido muchas veces la cabeza en ese intento.
¿Qué le emociona de esta ciudad? ¿Cómo la percibe, cómo la ama? ¿O también la odia?
Cuando me voy de ella, siempre quiero volver. Y, por otro lado, es imposible que no te conmueva el lugar donde vive tu madre.
Se habla una y otra vez, por tradición, de Zaragoza como ciudad del cine. ¿Qué habría que hacer?
En general, potenciar ese idilio. Hay algo que siempre me ha puesto un poco de los nervios: en Zaragoza muy pocos saben dónde está la calle Luis Buñuel. Es una buena metáfora de uno de nuestros defectos: es ese desprecio a la excelencia que, como dice Fernando Fernán-Gómez, es un rasgo muy acusado de la personalidad española.
Acaba de codirigir una película-conversación sobre Fernán-Gómez, con David Trueba. ¿Que le ganó para siempre de él?
No he visto reunidas nunca en una sola persona tanta gracia y tanta genialidad. Como diría Butragueño de Florentino Pérez, se trata de "un ser superior".
Figo lo llama antes de jugar una final de la Eurocopa; Guardiola le pide consejo. Y sin embargo, no han conseguido alejarle de su pasión por el Zaragoza. Pero hombre, ¿qué le da este equipo?
Porque, en parte, fui un niño feliz gracias a él. Mi padre me llevaba con cuatro años al teleclub de mi tío Eduardo de Lechago para ver a Los Cinco Magníficos. Cuando el Real Zaragoza ganaba, mi padre me daba un beso, me cogía de la mano y volvíamos muy contentos a casa. Eso nunca se olvida.
*Esta entrevista se publicó el pasado viernes en la contraportada de "Heraldo", en la sección "Con acento aragonés". La foto es de Javier Pardos y está tomado en la calle Libertad.Víctor Juan la recogió de Heraldo, la trató como él sabe y me la envió.Y ahí está.