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NOTAS DE LECTURA. EL MAR, LOS CABALLOS, LAS ROSAS

CLARICE LISPECTOR: CERCA DEL CORAZÓN SALVAJE
Desde hace varios días, me acompañan en la mesilla de noche el libro “Revelación de un mundo” de Clarice Lispector, la gran escritora brasileña nacida en Ucrania. Nació en 1925 y murió en 1977 donde encuentro momentos magníficos sobre la vida, la necesidad de escribir, la maternidad, la confidencia y la relación ambigua o ambivalente con la muerte. Dice Lispector: “Hay tres cosas para las que nací y por las que doy mi vida. Nací para amar a los otros, nací para escribir, y nací para criar a mis hijos”. Más adelante explica: “Sólo pido una cosa: en el momento de morir yo querría tener a una persona amada a mi lado para que me sostenga la mano. Entonces no tendré miedo, y estaré acompañada al atravesar el gran pasaje”.
El libro, publicado en Adriana Hidalgo en Argentina en 2004, tiene muchos momentos maravillosos. Recoge una porción de sus textos periodísticos, y en uno de ellos, “Baños de mar”, dice esto: “Mi padre creía que todos los años había que hacer una cura de baños de mar. Y nunca fui tan feliz como en aquellas temporadas de baños de mar en Olinda, Recife. Mi padre creía también que el baño de mar saludable era el que se hacía antes de que saliera el sol. ¿Cómo explicar eso que yo consideraba un regalo inaudito, salir de casa a la madrugada y tomar el tranvía vacío que nos llevara a Olinda cuando todavía estaba oscuro?A la noche me iba a dormir, pero mi corazón se mantenía despierto, expectante. Y de puro alborozo me despertaba a las cuatro y pico de la madrugada y despertaba al resto de la familia. Nos vestíamos de prisa y salíamos en ayunas, porque mi padre creía que debía ser así: en ayunas. (…) No nos quedábamos mucho. El sol salía, y mi padre tenía que empezar a trabajar temprano. Nos cambiábamos de ropa, y la ropa nos quedaba impregnada de sal. Mis cabellos salados se me pegaban a la cabeza. (…) Mi padre creía que no se debía tomar enseguida un baño de agua dulce: el mar debía quedar en nuestra piel durante algunas horas. Era contra mi voluntad que yo tomaba una ducha que me dejaba límpida y sin sal”.
En otro capítulo, de la serie “Bichos”, dice eso sobre los caballos. Y pienso en ello porque Víctor Juan está haciendo un establo y toma lecciones de equitación. “En cuanto a los caballos, ya escribí mucho sobre caballos sueltos en el morro de pastura (“A cidade sitiada”), donde de noche el caballo blanco, rey de la naturaleza lanzaba al aire su prolongado relincho de gloria. Y ya tuve perfectas relaciones con ellos. Me recuerdo adolescente, de pie, con la misma altivez del caballo, pasando la mano por su pelo aterciopelado, por su crin agreste. Yo me sentía así: ‘La muchacha y el caballo’”. En otro lugar, confiesa que de niña fue una ladrona de rosas. También me ha acompañado estas noche, el libro de fotografía “Women seeing Women”.
UN FOTÓGRAFO CADA DÍA (3) / ANNIE LEIBOVITZ, I

Annie Leibovitz (Westport, 1949). Una serie sobre "Alicia en el país de las maravillas" con Olivier Theyskens y Natalia Vodianova, como el Reverendo Dogson y Alice Liddell.
UN FOTÓGRAFO CADA DÍA (3) / ANNIE LEIBOVITZ, II

Annie Leibovitz adquirió su primera cámara en 1964, era una Kodak Brownie, y ya en 1970 asistió a un curso de fotografía y pintura en el Instituto de Arte de San Francisco, y luego realizó estudios con el gran Ralp Gibson, el maestro absoluto del contraste. Colaboró en la revista “Rolling Stone”, época en la que hizo su magnífico reportaje sobre John Lennon, y fue directora de fotografía de la publicación. Posteriormente trabajó en “Vanity Fair”, “Paris Match” y “Vogue”, y ahora es una excelente profesional, una de las mejores, especializada en el retrato, la moda y la publicidad. Ha fotografíado a los músicos, a los atletas, a los grandes actores de Hollywood, a numerosos escritores. Compartió los últimos años de su vida con Susan Sontag, hasta que ésta falleció.
Cuelgo aquí una nueva foto suya. He aquí un retrato de Jessie Norman, de 1995.
LA LUZ Y LA MAGIA DE JOSÉ ANTONIO MELENDO

El espléndido fotógrafo José Antonio Melendo saluda hoy con un amanecer diáfano, de aire invisible, como en un cuadro de Velázquez, la llegada del año 2007. Melendo ha sido toda una revelación en 2006, ha sido la revelación de 2006 probablemente. Nos lo presentó a casi todos Javier Torres. Y en mayo apareció por los Encuentros de Albarracín para engatusar a los chavales con sus conocimientos de fotografía. Trabajó como nadie: fue el testigo, el ojo que mira, el buscador infatigable de luces y de instantáneas. Fue el confidente, el puerto de paz.
Este año interrumpo los Encuentros Literarios de Albarracín. Me tomo un descanso, con toda la pena de mi corazón. Para repensar los Encuentros, para volver a empezar de otro modo en dos o tres años. Estoy seguro de que uno de los vacíos que voy a sentir, además de no encontrarme en ese paraíso de piedra e historia con tantos amigos y niños, será el de no verlo a él, azacanado, casi sudoroso, con la falsa sensación de que no llega, pero siempre ahí, tomando fotos, construyendo una enciclopedia de imágenes.
Felizmente, José Antonio Melendo ya no nos necesita a nadie: ni a Javier Torres, ni a mí, ni a tantos otros cómplices que conquista a diario. No hay más que ver su blog y los blogs de los otros: en todos está, en todo está como un dios acaso invisible. Como un pájaro libre, como un pájaro que se atreve a mirar para ver, vuela solo. Y vuela alto. Tanto que atrapa con la máxima nitidez el primer cielo de 2007.
UN FOTÓGRAFO CADA DÍA (4) / ELLIOT ERWITT. I

MAINER, BOADELLA Y AQUARIA EN BORRADORES

Arranca “Borradores” con una actuación de Los Titiriteros de Binéfar, que ofrecen un retablo navideño en el Teatro del Mercado. Y visita la exposición de dibujos de Alberto Duce en el Museo Gargallo, recorre la muestra “Aquaria. Agua, territorio y paisaje en Aragón” que se expone en La Lonja, en una carpa anexa y en el Palacio de Sástago. También nos trasladamos al CDAN de Huesca para ver la muestra “Naturalezas silenciosas”, una colección de fotografías divididas en varias esferas (lo doméstico, lo excesivo, el artificio y la “vanitas”), donde hay obras de Irvin Penn, Andrés Serrano, Witkin, Fontcuberta, Man Ray, Ana Mendieta, entre otros muchos. Conversamos con las escritoras Eugenia Rico y Vanessa Monfort, premios Ateneo de Sevilla, y con Javier Reverte, autor de “La aventura de viajar”.
José-Carlos Mainer habla de la edición española de “1001 libros que deben leerse antes de morir” (Grijalbo), que ha coordinado, y recomienda el volumen “Todos los relatos” (Gadir) de Italo Svevo. Albert Boadella reflexiona sobre el teatro y la vida y la modernidad, a propósito de “En un lugar de Manhatan”. Y Julia Millán recomienda el “Libro de las preguntas” de Isidro Ferrer y Pablo Neruda y la impresionante colección de retratos de Juan Manuel Díaz Burgos; Vicky recomienda una publicación de fotos de la antigua estación de Canfranc.
POEMA DE MARINA DE MIGUEL ARRIVI*

Hormiga
En un sueño inventado la margarita quiso ser una hormiga.
Un sol apenado maduró su aceitunada piel, ayudado por las cosquillas del aire.
Con su innata habilidad, algunas arañas tejieron una coraza con la que resguardar el enclenque cuerpo.
Un corsé de finas hojas le otorgó la flexibilidad para poder transportar alimentos.
El ciempiés le prestó seis zapatos para las patas confeccionadas con el débil alambre
que sujeta los deseos a este inquietante mundo.
El peluquero del reino vegetal, el saltamontes, afeitó con gran esmero los amores no
correspondidos de la flor.
Dicen que la hierba lloró al recogerlos.
Los ojos y la boca fueron un regalo de las abejas por tantos años de servicio e incluso
el insecto palo rompió por unos instantes su meditación diaria para moldear unas antenas con dos ramas secas.
Gracias al pisotón de un niño, abandonó las alturas y se adentró en la terrosa oscuridad.
Como despedida, la cigarra improvisó una letanía que enmudeció al orgulloso girasol.
Desgraciadamente, la tierra no quiso perder a su más bello adorno y no liberó las raíces.
Cuando encuentres un níveo pétalo en el suelo, piensa en la margarita que ahora vive desnuda por un día soñarse hormiga.
Marina de Miguel Arrivi
*Marina de Miguel Arrivi es una joven poeta y periodista de "La Voz de Galicia"
La foto es de Edouard Boubat.
UN FOTÓGRAFO CADA DÍA (5) / ROBERT FARNHARM

Uno de los grandes fotógrafos de desnudos, Robert Farnharm. El favorito, me han dicho, de Don Rijoso.
UN FOTÓGRAFO CADA DÍA (6) / SARA FACIO. I

[Pablo Neruda dijo de Sara Facio, la fotógrafa argentina nacida en 1932: "He conocido a todos esos escritores más por tus fotografías que por cuanto he leído sobre ellos. Me entusiasman". Sara Facio es autora del libro “Pablo Neruda en Isla Negra”.
Julio Cortázar escribió: "Sara ha fotografiado Buenos Aires con un soberano rechazo de temas insólitos; sus imágenes nacen de algo que participa de la caricia, de la queja, de la llamada, de la complicidad, de la amarga denuncia, todos los gestos interiores de una sensibilidad coincidiendo con la razón estética". Y Gabriel García Márquez le propuso: "Quiero que vengas a Cartagena y hagas un libro sobre mi y sobre mi pueblo como el que hiciste sobre Neruda y su Isla Negra".
María Elena Walsh, retratada en varias ocasiones por Sara Facio, anotó: "Sabiduría de ojo, suma de un don innato, una larga paciencia y el sentido de la revelación. Saber ver es amar la vida, capturar el gesto fugaz sin congelarlo, sorprender a la gente sin agredirla ni profanar su privacidad. Sara Facio se siente en profundidad —sin alarde ni recogimiento— es hija de esta ciudad de Buenos Aires, donde va imprime su singular carácter, una melancólica complicidad, una manera de aludir, una especie de entrega de soslayo, sin estridencias, características que Borges definiría como una suerte de pudor propio de estas latitudes".
*Retrato de Julio Cortázar en 1968. Así de largo y juncal era el señor de Rayuela.
UN FOTÓGRAFO CADA DÍA (6) / SARA FACIO (2)

Así vio Sara Facio a Pablo Neruda.
NACE EL BLOG DE ARAGON TELEVISIÓN
Ese nombre que todo lo sabe de Internet, Mariano Gistaín, da noticia de que Aragón Televisión tiene un blog. Debe localizarse en www.aragonenelmedio.com/. No sé enlazar desde aquí, desde el texto, pero enlazo al lado. Enhorabuena.
ACERCA DE PABLO NERUDA: RECUERDOS Y DISIDENCIAS

[Querida Magda de México, aragonesa espiritual en el exilio: Leo tu nota sobre su relación de amor y desamor con Pablo Neruda, más de desamor en realidad, y te contesto de varias formas, si no te molesta. De joven, soñé con Albertina Rosa, la mujer que le inspiró “Veinte poemas de amor…”, quedé perturbado con una relación amorosa, clandestina, en el pajar una noche, y me conmovió durante años “Residencia en la tierra”. Luego, es un poeta que me parece irregular, desigual, un poeta del exceso, del que me interesa la poética de los objetos, la mirada cotidiana… y algunos poemas casi épicos como “Fulgor y muerte de Joaquín Murieta”. En el libro “Golpes de mar” (Destino, 2006), que saldrá la próxima semana hacia tu casa, me he quedado sin ningún ejemplar, hay un cuento donde se cuenta esta historia en el relato “Dos tardes con Beatriz de Sousa”, dedicado al escritor Enrique Vila-Matas, felizmente retornado a la vida y a la escritura tras una época muy dura. Te selecciono este fragmento, Magda Días Morales, aragonesa de México, uno de mis favoritos del libro.]
Beatriz de Sousa me pidió mis poemas y le dejé una carpeta entera, de la que extraje todas aquellas composiciones donde apareciese su nombre o cualquier referencia explícita a su persona. Tardó una semana en devolvérmelos. Sólo me dijo: “Me gustan, pero he visto que no eres feliz”. “Bueno, eso ya lo sabías”. Insistió: claro, que lo sabía, que lo habíamos hablado, pero no es lo mismo, ese dolor, me ha perturbado eso que haces algunas tardes de domingo antes de marchar a las playas: te metes debajo de la cama con el cuchillo de matarife de tu padre para cometer una locura. Y de inmediato agregaba con una voz protectora, casi maternal: “Qué haríamos si no tuviéramos la vida. Dime, Eduardo, ¿de qué nos sirve la muerte?”. No supe qué responderle, y aún me alivió más cuando me dijo que al día siguiente avisaría en casa de que volvería tarde, en el autobús de las ocho, y que en esas casi tres horas que nos quedaban nos iríamos al mar de Valcobo y de Marburgo.
La propuesta me sorprendió y me llenó de felicidad. Por la noche, la ansiedad no me dejó dormir y no hice otra cosa que imaginar una y otra vez cómo iba a ser el paseo, de qué podríamos hablar o cómo debería comportarme. Con su naturalidad habitual, por la mañana me dijo: “Hemos quedado esta tarde”. Aquel día fui a la biblioteca y descubrí que había discos de poesía y que incluso se contemplaba el préstamo de un aparato reproductor. No recuerdo ahora si el tocadiscos -en casa no teníamos- era de la biblioteca o del colegio al que pertenecíamos los mediopensionistas, pero sí recuerdo con total nitidez que me lo prestaron con un disco de Pablo Neruda, donde él mismo recitaba sus Veinte poemas de amor y una canción desesperada.
Antes de ir a la costa, fuimos a mi domicilio, conecté el tocadiscos y oímos aquella voz arrastrada y nostálgica, aquel obstinado lamento de amor y pérdida del escritor chileno. Miraba a Beatriz, me asomaba a sus ojos y yo me sentía el poeta de la lenta voz que canta a su enamorada presente. Ella sonreía y me devolvió a la realidad que nos había reunido: “Ya está bien de provocar lástima. Tenemos que ir al mar o perderé el coche”. Partimos hacia las playas por la carretera de Caión, y apenas tardamos en llegar, quizá veinte minutos. Excitado por Neruda y el descubrimiento del tocadiscos, me di cuenta de que había malgastado más de una hora y que apenas nos quedaba otra para caminar por la arena. Comenzaba la primavera: Beatriz se quitó los coreanos que llevaba y recorrimos Valcobo y Marburgo de extremo a extremo; de repente dijo: “¿Hay confianza, no?”. Dije que claro que sí, que la había. Se desvistió hasta quedarse en ropa interior y se metió en el mar. Yo estaba turulato: atardecía sobre el mundo y las playas, el aire era frío, y mis pupilas se habían agigantado de estupor, de curiosidad y de deseo. Sin embargo, nada de eso le importó a Beatriz. Se metió en el agua -nunca olvidaré su silueta encerrada en una braga y un sujetador blancos; nunca olvidaré sus pasos atropellados de ninfa del crepúsculo, su piel contundente, la armazón incontestable de sus muslos-, chapoteó y agitó sus manos en el aire llamándome. Apenas tuve tiempo a desvestirme, tampoco me hubiera atrevido; tiritando vino corriendo hasta su ropa, me dijo que me diera la vuelta, y lo hice. En un brevísimo lapso en que me temblaba hasta el alma, percibí cómo se despojada de la ropa mojada y cómo se ponía el pantalón negro de pana, la blusa y la chaqueta, percibí ese movimiento excitante y animé en mi cerebro la ceremonia: puse tamaño y turgencia a sus pechos, imaginé el color del pelo de su pubis, la rizada sombra de la entrepierna, el olor salobre e intenso de la carne, de la piel de gallina contra la heladora brisa del océano, imaginé la piel desnuda y sin ropa interior contra la pana. Dijo mientras arrugaba su ropa interior: “Me gusta nadar, pero lo que más me gusta es entrar en el mar y mear en el agua”.
*La foto, "Sin título", es de Lola Álvarez Bravo.
UN PASEO BAJO LAS NUBES CON LA RADIO

Había salido a llevar a Jorge a sus entrenamientos a Utebo y a Miss Pippi Tetley a dar sus clases de inglés. Luego, con algunos libros bajo el brazo y un folio para tomar notas, me fui a tomar a café. Hice algunos esbozos: tengo que comprar nuevas estanterías, nueve en total para el estudio. Después de hacer algunos esquemas de decoración, empecé a trabajar al arrimo de un café con leche corto de café: ahora sí, este año será el de la novela de Lastanosa. No hago más que darle vueltas y vueltas a los personajes, al prócer, a la época, y busco un pretexto que me permita viajar a su mundo de jardines, laberintos, jesuitas y arte. Quiero que sea una novela negra. Desde hace días me acompaña Clarice Lispector y varios libros de Lastanosa, entre ellos el famoso de Ricardo del Arco de 1934.
No habían llegado las estanterías. Tomé el coche cuando oscurecía. Encendí la radio: la tenía colocada en RNE, anoche oí a Paloma Zuriaga de “El ojo crítico” y a Luisa Perruca de Senda, que recomendó con buen criterio el nuevo libro de Elifio Feliz de Vargas, estupendo. De inmediato, creí reconocer una voz acariciante, casi algodonosa, envolvente. Esa voz invitaba a Abraham García a que hablase de cómo se cocinan las aves, de sus condimentos, y él en un instante citó a la becada, “segadora del aire”, y abogó por el sabor fuerte y natural de las aves, incluida la perdiz. Me pareció que aquella voz era la de Lara López, que alterna un deje soñador y lento con una sonrisa tamizada por una suerte de melancolía. La suya es la voz refugio, la voz maternal, una voz que se alza como un abrigo o cueva contra la tormenta o estos atardeceres metafísicos.
Volvía a casa, y quería seguir paladeando la radio. Se trataba del programa “La plaza”, que suele conducir Beatriz Pécker, del que también soy fan, como le dije en una ocasión, en un viaje por el Maestrazgo, a su padre José Luis Pécker, el conductor de “Las diez de últimas”, pongamos por caso. La tarde adquirió la tinta apabullante de la aurora boreal: el infinito se teñía de rosa, rojos, granas, ocre, de polvo de oro. Acababan de soltar los riegos sobre los campos, y mientras deambulaba por aquí y por allá, entre higueras y un llano inacabable, perfilado por un celaje de asombro, vi una finca inmensa y anegada: me recordó un cuadro de Pepe Cerdá. Era como un perfecto espejo que copiaba un cielo envolvente como la voz, arrastrada y dulce, de Lara López.
Acababa de entrar la poetisa Blanca Andreu, a quien no conozco, aunque es gallega y coruñesa como yo. A quien admiro desde que publicó un libro que me ayudó a ser feliz durante años recién llegado a Zaragoza: “De una niña de provincias que vino a vivir en un Chagall” (Rialp, 1980) [Transcribo el asombro: “DI que querías ser caballo esbelto, nombre // de algún caballo mítico, // acaso nombre de Tristán, y oscuro. //Dilo, caballo griego, que querías ser estatua // desde hace diez mil años, // di sur, y di paloma adelfa blanca, //que habrías querido ser en tales cosas, morirte en su substancia, ser columna. //Di que demasiadas veces //astrolabios, estrellas, los nervios de los ángeles, //vinieron a hacer música para Rilke el poeta, //no para tus rodillas o tu alma de muro.]Podría decir, como dijo García Márquez tras leer “La metamorfosis”: “Si se puede escribir así yo también quiero ser poeta”.
Blanca Andreu hablaba de las operaciones y de los añadidos, decía que ella se sentía bien así, como estaba, y recordó que su padre, que es médico, le decía que el cuerpo sólo se abre, sólo se opera, en casos de extrema necesidad. Para ilustrar su punto de vista recordó el libro “Los hechos del Rey Arturo y sus nobles caballeros” (la edición de Edhasa fue uno de mis libros de cabecera; aún la conservo. Llegué a empezar una novela artúrica que arrojé a la basura), y contó una bellísima historia de las cuatro brujas (entre ella Morgana) que intentan seducir al mejor caballero del mundo, que era Lanzarote. Éste, viéndolas llenas de afeites y engaños, dice que prefiere a Ginebra porque ella es de verdad, sabe lo que hay de verdad: los fracasos y las derrotas así como los instantes bellos también han modulado su belleza.
Lara y Blanca disfrutaban de lo lindo. Y yo más. Con la radio, con ambas (Blanca se adornó con un tono de seca dulzura y mucho convencimiento; Lara estaba encantada: había encontrado una filosofía de vida y le pidió que repitiese la metáfora),, dando vueltas de aquí para allá en medio del laberinto de riegos, con ese crepúsculo casi irreal, yo también era feliz. Tenía la sensación de estar en un mundo preñado de sensaciones inolvidables. Algunos de los mejores recuerdos de mi vida están asociados a la radio. Y este atardecer, exaltado por el misterio de dos voces con magia, también pasa a figurar en ese inventario.
*Hallé esta foto del atardecer en Zaragoza (espero que José Antonio Melendo me regale una de las suyas, tan magníficas, en la página web: www.aragonesadigestivo.org, que tiene otras fotos bonitas. La pongo aquí, con la correspondiente cita, porque se ajusta muy bien al texto, al espíritu del texto.
CARLOS SAURA CUMPLE 75 AÑOS

Carlos Saura cumple hoy 75 años. Nació en Huesca en 1932, dos años después que su hermano Antonio. Y sin embargo, no lo parece. Está lleno de proyectos. Prepara una película sobre Lorenzo da Ponte, otra sobre el fado, y será objeto de un gran homenaje en el Festival de Cine, que expondrá una vasta exposición de sus fotos de todos los colores, estilos, épocas temas y técnicas.
JAVIER NAVARRETE, MÚSICA PARA GUILLERMO DEL TORO

El compositor turolense es candidato al premio Goya por
la banda sonora de “El laberinto del fauno” de Guillermo del Toro
Javier Navarrete (Teruel, 1956) es uno de los compositores más personales de bandas sonoras de España. Podría decirse que es el músico favorito de Agustín Villaronga y, desde hace algún tiempo, el de Guillermo del Toro. Su trabajo para “El laberinto del fauno”, esa fantasía onírica que mezcla la posguerra y la infancia es candidato al premio Goya a la mejor banda sonora.
Javier vivió en Teruel hasta la primera juventud, y esos días están asociados para él a “a amigos con los que tocaba y escuchábamos música. En cuanto al paisaje puramente sonoro de mi infancia en Teruel recuerdo con mucha nostalgia una campana de la Catedral que tocaba (probablemente aún toca) a las diez de la mañana, y una sirena antiaérea que, inexplicablemente, en plenos años sesenta, daba las doce justo enfrente de mi casa, con un rugido atronador, digno del mejor futurismo italiano”. Antes de instalarse en Barcelona, en vísperas de la muerte de Franco, vivió en Zaragoza la “época dorada de los cineclubs”. Empezaba a soñar una música clásica de vanguardia en la línea de creadores como Stockhausen, Ligetti o Luciano Berio. “Quería hacerla y la hice, vinculado como estuve a un grupo de compositores llamado Phonos. Posteriormente me pareció que era una línea de trabajo demasiado especulativa y, al fin y al cabo, aburrida –recuerda Javier-. Eran los años de la transición española y estaban llenos de sorpresas e influencias dispares y enriquecedoras. Yo escuchaba todo tipo de música pero a la vez comencé a escribir partituras muy minimalistas. Ese esfuerzo de síntesis que hice entonces, aproximadamente cuando tenía veinticinco años, ha sido la base de todo lo que he hecho después”.
De ahí dio el salto a la música para cine con aquella perturbadora película que fue “Tras el cristal” (1987) de Villaronga, donde hacía un subrayado melódico bastante inquietante. Para Javier Navarrete fue “un trabajo muy atípico, en parte improvisado en el estudio, y hubo muy poca comunicación con el director. No pensaba que volvería a hacer más películas. Ahora estoy más atento a la narrativa y me planteo mi trabajo como una pieza de la máquina que es una película”. Hizo bastantes más películas, por supuesto: con Villaronga de nuevo en “El mar”, con Oscar Aibar, Luna (“Náufragos”, “Yo, puta”), Mathew Parkhill, Xavier Villaverde (“Trece campanadas”), con Patricia Ferreira (“El alquimista impaciente”), casi siempre directores noveles. “Me gusta mucho trabajar con un director novel porque, a pesar de todo el descontrol que suele haber, tienen una fe y una fuerza que después no siempre queda compensada por el oficio que adquieren”.
La música de Javier Navarrete ha sido calificada de árida, quizá porque suele carecer de melodía, y posee siempre una especie de lirismo oscuro, de belleza turbadora, seca. “Es un buen retrato, pero más de lo que he tenido ocasión de proyectar que de lo que soy. Hace poco hice música de circo para un parque temático, y funcionaba muy bien. Las películas oscuras deben ser alguna deuda kármica que tengo que pagar. ¿O quién sabe?”. J
avier Navarrete tiene fama de músico tan talentoso e inspirado como modesto. De repente lo llamó Guillermo del Toro para que hiciese la banda sonora de “El espinazo del diablo” (2001), entre otras cosas porque había oído su trabajo para “El mar” (2000) de Villaronga, una película que presentaba algunas semejanzas de época y atmósfera con la que él iba a rodar en Madrid de inmediato. Del Toro tiene fama de director de una sabiduría ilimitada, arrollador, de gran vitalidad. “Sí, es un fenómeno –confirma Javier-. Y lo sabe todo, en particular de cine y literatura. Trabajar con él es tan divertido que no te vas dando cuenta de que en realidad es un perfeccionista absoluto. La posproducción y, sobre todo, el sonido y la música le encantan. ‘El laberinto del fauno’ es la segunda parte de una trilogía ambientada en la guerra civil española.
En ésta predominan los protagonistas femeninos, y también la música es más melódica y fluida”. Dicen que Del Toro empieza a preparar la banda sonora desde el mismo día en que empieza el rodaje prácticamente. “Es cierto, en cuanto tiene una escena montada ya empieza a trabajar los efectos visuales, la música y todo. De día rueda y por la noche va al montaje. No sé cuándo dormirá. No estuve en Belchite, paisaje al que han pintado una espléndida serranía de fondo en la película, pero iba y venía a Madrid con mis maquetas, o las mandaba por internet”. Navarrete señala que la película tiene un doble registro: el de la dura realidad de la guerrilla y los militares y el mundo de las fantasías de una niña. “Ese mundo fantástico es bastante crudo, también, así que los dos registros están muy conectados –explica-. La clave de la música es una nana muy sencilla, un poco medieval, que canta uno de los personajes y que acaba siendo el símbolo del desamparo y las aspiraciones de esta niña protagonista”.A Javier Navarrete el premio Goya no le quita el sueño. Ni el Goya ni ningún otro galardón. “Yo soy consciente de que mis gustos no siempre conectan con los de la mayoría de la gente, y por lo tanto no aspiro a que me premien por mi trabajo”. Es consciente de que sus rivales poseen mucho nivel. Son Alberto Iglesias por “Volver”, Roque Baños por “Alatriste” y Lluís Llach por “Salvador”. “Alberto Iglesias y Roque Baños son posiblemente los dos mejores compositores del cine español. Me gustan los dos y, sobre todo, Alberto. La música de Lluís Llach me queda un poco más lejos”.
El método de un compositor muy personal
Javier Navarrete no tiene inconveniente en explicar su método de trabajo: “Te pasan una copia en bruto de la película y escuchas lo que tiene que decir el director sobre la misma. Al revés que lo que ocurría cuando hice mi primera película, ahora se maqueta todo muy cuidadosamente, con ayuda de programas y samples, y se puede discutir con el director hasta la última nota y hacer todo tipo de pruebas antes de grabar con músicos o pasar a limpio. En un plazo que va de cinco a digamos diez semanas compones entre veinte y sesenta minutos de música lo mejor que puedas. A menudo voy a grabar a Praga o Moscú, lugares donde hay orquestas, estudios y directores especializados en grabar música para películas, gente que lo hace todos los días del año. Después mezclo las pistas que he traído, normalmente en Barcelona”.
KARLOS GIMÉNEZ ESCRIBE DE IMANOL LARZÁBAL

LABORDETA ESTRENA DOS TEMAS EN BORRADORES

UN FOTÓGRAFO CADA DÍA (8) / LEOPOLDO POMÉS. I

Esta mañana me he levantado en Barcelona a las nueve en el Palace-Ritz, y he cogido “El Periódico de Catalunya”. En contraportada había una estupenda entrevista de Arturo Sanagustín con el fotógrafo Leopoldo Pomés, que dice que siempre intenta fotos sin anécdota. Soy un admirador incondicional de él (en realidad de ambos), y cuelgo aquí varias de sus fotos. Apasionado de la comida, de los zapatos, de las mujeres, su obra es de una enorme sutileza y está siempre tocada de misterio y de fuerza.
UN FOTÓGRAFO CADA DÍA (8)/LEOPOLDO POMÉS.II

UN FOTÓGRAFO CADA DÍA (8)/ POMÉS.III

VIAJE A BARCELONA. PASEO ANTES DEL PREMIO NADAL

Hacía algunos meses que no iba a Barcelona y llevaba más de una década sin acudir al Premio Nadal. Aún recuerdo mi última estancia: estuve con Miquel Ángel Riera, le tomé fotos, tradujimos al alimón “El pis de la badia” y paseamos por la ciudad con su mujer Roser. La noche de Reyes de entonces, contra todo pronóstico, ganó Pedro Maestre, creo recordar. Ayer ya tenía algún indicio de quien iba a ser el vencedor.
Llegué temprano. Llamé desde la estación a Julio Frisón, a quien no veo hace muchos años (está a punto de publicar en Edhasa), pero andaba liado: se marchaba a comer al Ampurdán con una de mis uruguayas favoritas: Margarita. Busqué otros nombres de amigos, Malcolm Otero Barral me diría, medio en serio, medio en broma, que estaba preparándose para recibir a los invitados en el Palace-Ritz. Al llegar, en vez de tomar un taxi en Sants, me eché a andar como un paleto con su maleta en Alemania. Luego fue casi imposible detener un taxi: la ciudad estaba semivacía. Al final, tras caminar y caminar, le pregunté a un señor dónde estaba el hotel: era gallego, y me llenó la ciudad de meandros y distancias. Con sentido práctico, me dijo que tomase el bus 50 o 56, que llegaría antes. A aquella hora, vencida la hora de comer, no sería fácil hallar a un taxista.
Comí en un lugar más bien discreto pero con vistas a la Gran Vía: ensaladilla rusa, rodaballo en salsa y postre. Afuera, en la terraza, dos mujeres escribían nombres, anotaban cosas, y se pasaban las hojas. Parecían extranjeras. Terminé entonces de leer la novela “La ofensa” de Ricardo Menéndez Salmón, que acaba de publicar Seix Barral. Los editores están encantados con el texto: narra la historia de un joven sastre, también músico, que es llamado a filas por Hitler, y se incorpora. Ya en el combate, asiste a un hecho que le marca la vida y que lo convierte en una criatura que no reaccionará ante el dolor. La segunda parte del texto lo muestra internado en un sanatorio en Bretaña, con vistas al mar, donde reside como si fuera un vegetal, un miserable, alguien que renuncia a la dignidad, hasta que aparece la bella Ermelinde, un fantasma o una samaritana. La tercera parte presenta al joven sastre en Londres, adonde ha llegado tras haber usurpado el nombre del responsable del hospital, y se encuentra con algo que ni siquiera recordaba casi: las huellas y las sombras del Mal… El libro plantea muchos asuntos: qué significó el nazismo en muchas vidas, sus límites, plantea cómo interrumpió la vida cotidiana de muchas gentes y de muchos países. Entre ellos, el sastre y músico Kurt Crüwell, enamorado de la joven mecanógrafa judía Rachel… El libro es turbador y está muy bien escrito. Te atrapa y te deja sin aliento en sólo 130 páginas.
Tras llegar al hotel, dejé todo en la habitación 205 y salí a dar una vuelta. La noche envolvía Barcelona, y empecé a caminar. Tomeo me anunció que se preparaba para el partido Zaragoza-Sevilla. Me encanta pasear por Barcelona: es una ciudad llena de voces e idiomas, de belleza arquitectónica, de sugerencia, de una explosión de luz y sombra constante. Tomé el paseo de Gracia, e hice kilómetros: me detuve un buen rato en La Pedrera, vi los anuncios de la exposición de Pablo Gargallo, me dio mucha pena que estuviera cerrado el Happy Books, y me asomaba a los quioscos, a los escaparates. Conseguí “La Vanguardia” y leía una espectacular entrevista con un farero de Chile, del Cabo de Hornos, creo, en la confluencia del Pacífico y del Atlántico: el tipo contaba increíbles historias de navegaciones, de apariciones, de vendavales, de luces que son como el testigo y el refugio de esas oleas que alcanzan los 25 metros. Y decía que vivía seis meses solo al año, que ahora lo acompañaba su mujer y su hijito, al que tenía que llevar de la mano para que no le llevase el viento. Aseguraba, además, que había que atar la casa de madera para que no se llevase el viento… Seguí andando. Me encanta ver escaparates. Oír a la gente que pasa y habla en rumano, francés, inglés, alemán, catalán, castellano, chino, japonés. Había una cola interminable para visitar una de las bellas casas de Gaudí, y todo el mundo andaba disparando sus cámaras con flash para captar aquella belleza. Barcelona, hacia las seis, era una Babel de lenguas.
Hacia las siete, en el sótano del hotel, Malcolm conversaba con Antonio Soler y su compañera María del Mar, con Pablo Aranda, el escritor malagueño, con Gonzalo Pontón… Empezaba la fiesta, a la que se sumarían pronto Eduardo Lago, cuyo traje de pana marrón me recordó al de mi padre cuando volvía de Suiza, Andrés Trapiello, que volvía de su casa en Extremadura, donde acababa de cortar un laurel tan grande que “habría servido para coronar a todos los poetas españoles”, Mauricio Bach, Emili Rosales, Antoni Vilanova…
LA NOCHE DEL NADAL / Y 2

Andaban allí algunas de las bellas damas Destino: Miriam, Carmen Romero y Pilar Lucas, que es la protectora de los escritores, la mamá dulce de casi todos. En el cóctel previo podía verse a Javier Calvo con su simpático traje y sus botas cool, Pablo Aranda tomaba el primer cava y me habló de su admiración y cariño hacia Miguel Mena y José María Conget, José María Pou paseaba sus inmensos 1.90 centímetros en traje negro, Carme Riera iba de rojo con esa belleza fina, casi de porcelana, que le he dado el mar de Mallorca, y su marido, formado en Zaragoza, recordaba que estudió aquí y que ha sido un lector apasionado de Heraldo de Aragón, Ana María Matute tenía algo de dama espectral, más menuda que nunca, envuelta en un traje negro o gris oscuro, no recuerdo…
Malcolm Otero Barral, que fue el último en sentarse, al fin y al cabo ejercía de anfitrión y estaba rabiosamente feliz, me invitó a compartir mesa con él y con un puñado de amigos como Pedro Zarraluki y Concha Alonso, Mónica Martín y Toni Munné, Pablo Aranda, Chus García de Visor, Luis García Montero, Jordi Soler y Joan Barril, al que tenía a mi derecha. Fue como un ángel tutelar toda la noche: divertido, ameno, nos explicaba a Pablo Aranda y a mí la caída de Maragall, el talento de Hereu, el ascenso de Montilla y otros secretos de Cataluña. Acaba de iniciar un programa de libros en televisión y tuvo un gesto de socorro de tímidos: recordó a los camareros que yo no comía carne ni foie gras ni otras variedades del menú en homenaje a Borges. El propio Joan Gaspart se interesó por un nuevo menú y vino varias veces a interesarse si estaba bueno el pedazo de rodaballo y una ensalada llena de colorido. Gaspar estuvo dilecto y amable, y al propio Barril lo conmovió ese gesto de preocupación y cuidado del comensal raro. Con Barril hablamos de todo: de hijos, de mujeres, de periódicos, de escritores, de su programa de radio, de la necesidad de hacer cosas sin morirte en cada esfuerzo y en cada gesto. En la cena, ya sabíamos más o menos quiénes iban a ser los ganadores, había un tema que nos preocupaba un poco: el partido Zaragoza-Sevilla. Mónica Martín llamó a Pisón a las once y éste dijo que las cosas iban bien. El Zaragoza ganaba y convencía. Una hora después estaba satisfecho y feliz, aunque con el susto en el cuerpo: el Zaragoza había ganado pero había sufrido de lo lindo. El valor de la gesta estaba ahí. Y todos, en la mesa, iban con el Real Zaragoza.
Mónica Martín, excelente traductora y lectora y agente de escritores, contó cosas de su madre, la traductora Rosa Berdagué; recordó que Munné prepara para Círculo de Lectores las ediciones de “Obras completas” de Goytisolo, Ayala, Nabokov, Vargas Llosa, etc. Luis García Montero estaba feliz: iba a ganar un gran amigo suyo, Felipe Benítez Reyes, y se declaraba con toda naturalidad madridista. Chus Visor decía que el Atlético es un equipo imposible. Jordi Soler sonreía y miraba las pantallas, y de vez en cuando hablaba con ese fraseo mexicano. Concha Alonso sonreía sin parar. Zarraluki anunciaba que se había retirado un mes y medio en Gerona para ultimar una novela. Malcolm contaba algún chiste: recordaba que de todas las ciudades donde había estado en la única que nunca había ligado había sido en Zaragoza. Y dijo también que hace poco le había dado un consejo a un familiar muy íntimo, algo veterano, que vive un buen momento amoroso. Le dijo: “Usa un condón, por lo menos”. Y el familiar, le replicó: “¿Tú crees que a mis años soportará un nuevo peso?”. Cuando se cantaron los premios, en la mesa se hizo un poco la ola. Hubo aplausos, alzado de servilletas y otras bromas. La farra siguió abajo. Logré entonces felicitar a Pepe Melero, el consejero del Real Zaragoza, que aún temblaba de la emoción de la victoria. Y del temor final, que se resolvió con célebre tangana, que Mariano Gistaín ha llevado a su página web. Pepe me pasó a Eduardo Bandrés, que estaba encantado: él está en el fútbol para soñar y ver al equipo en la cumbre. Éste año del 75 aniversario habrá un título, aunque no sé cuál.
En el sótano prosiguieron las copas. Se incorporó Pisón con su pasión tranquila hacia la cerveza. Y andaba por allí Juan Cerezo, de Tusquets, y Jorge Herralde y Lali Gubern (dentro de unos días presentará su libro en la FNAC. Herralde y Pisón charlaron muy educadamente y con cariño, parecía…), y apareció uno de mis editores favoritos de siempre: Toni Mari, un magnífico escritor de narraciones, y editor de Nuevos Textos Sagrados de Tusquets, que tiene casa en Calaceite y mantiene una gran amistad con Pilar Gómez Bedate, viuda de Ángel Crespo. El gran Miguel Aguilar recordó una anécdota muy graciosa: cómo le había roto los zapatos a Malcolm en Zaragoza y como Félix Romeo dijo que había gasolineras donde se vendían zapatos, y allá se fueron, de trasnoche, a buscarlos. Hablamos un poco de esto y de aquello, y hacia las dos me fui. Había bebido un poco de champán, tenía un inmenso dolor de cabeza, y había mucho humo. Estoy seguro de que me perdí lo mejor de la velada.
Algún día volveré. Esta mañana, vi a Carmen Romero y a Pilar Lucas, con otro sosiego. Cogí la prensa, y subí al tren… Leí una entrevista con Man Ray, otra con Fito Cabrales, vi una película sentimental y me he sentado al ordenador con una inmensa melancolía. Mañana se reinicia el curso…
Carmen Amoraga, finalista, y Felipe Benítez Reyes,ganador del Nadal. Atrás, Emili Rosales, editor de Destino con Malcolm Otero Barral y Mauricio Bach.
LA NOCHE DEL NADAL, SEGÚN JOAN BARRIL
Noche de Nadal en el antiguo Ritz, hoy Palace. Los nombres no hacen las cosas. El Ritz cuesta de traducir a Palace por un pleito de la propiedad. En el hall del Ritz --hoy Palace-- la gente busca su mesa y tal vez su musa. La mesa es la 36 y la musa es Mónica Martín, agente literaria con un reloj de dos esferas, que piensa en los éxitos de Nueva York y en la seguridad de Europa. Se sienta en la misma mesa un caballero con americana marrón y cabello negro. Me dicen que es Luis Garcia Montero. ¿Qué diríamos de un poeta que demostrara su vitalidad, su forma de vestir, su perfume y su coche descapotable? Pensaríamos probablemente que tal vez se trata de un impostor o de un advenedizo al Parnaso de la belleza. Porque el poeta, para triunfar, necesita dos condiciones básicas. La primera es ser invisible. La segunda, mucho más dolorosa, es haber muerto. Y a ser posible haber muerto en el olvido, en la pobreza y a edad prematura.
Pero Luis García Montero está tan vivo como Granada. Hablamos de vinos, de fútbol, de los amores. Recuerdo un magnífico poema suyo dedicado a las mujeres que se levantan temprano para ir a fregar los suelos de los poderosos. "Que la vida te trate dignamente", dijo en su día Luis. Y un servidor, que durante muchos años crucé la ciudad a las cinco de la madrugada siempre pensé en este verso. En unos de esos silencios que se producen en una mesa de desconocidos, me vienen a la memoria cuatro líneas de García Montero y las escribo: "Si alguna vez la vida te maltrata/ acuérdate de mí / que no puede dejar de recordarte / aquel que no se cansa de mirarte". Le tiendo esas frases con las mejillas arreboladas. "Perdona Luis. Mi memoria es frágil. ¿Escribiste algún día esos versos?". Y el poeta, pillado en el ámbito mundano, asiente con un gesto. Como los perros moviendo el rabo nos hemos reconocido. García Montero debe haber escrito 100.000 versos en su vida y un desconocido se acuerda de cuatro. La letra nos salva y la belleza nos lleva, siempre, a la misma mesa.
Gran Gaspart
Continuamos en el Nadal. A mi izquierda se sienta un escritor sensible y entregado. Nació en Galicia y reside en Zaragoza. Nos preguntamos si el premio Nadal todavía es un acto de la burguesía catalana y debo admitir que, en ese lugar, entre funcionarios, comerciantes, escritores y editores tal vez el único burgués catalán, por eliminación y extinción de la especie, debo ser yo. Mi compañero de mesa me advierte de que él no come carne. Consulto el arriesgado menú y le advierto de que no está la noche para muchas filigranas. Me levanto y encuentro a Joan Gaspart, dueño del hotel y de tantos otros hoteles y presidente que fue del Barça. Le digo que junto a mí hay un ictiófago impenitente y que tal vez podría arreglarse. Al cabo de unos minutos es el propio Joan Gaspart el que llega a mi compañero de mesa con un plato de rodaballo y una ensalada. Es, sin duda, el mejor premio de la noche y la evidencia de que no hay oficio humilde sino orgullo de estirpe.
Bisectriz
Hoy vuelve la razón de los días laborables. De nuevo la normal anormalidad de nuestros secretos inconfesables. Se acabó el ritual y llega, de nuevo, la aventura. La vida es la bisectriz entre lo seguro y lo incierto, entre el plato familiar y la sábana del amante.
*Joan Barril publica hoy un artículo en "El Periódico de Catalunya" donde narra la noche del Nadal. Ese escritor del que habla, como se ve en un texto anterior mío, es el gallegoaragonés dueño de este blog. No importa que Joan Barril se olvide mi nombre: fue tan gentil y cariñoso, tan afable, que qué importancia pueden tener los nombres propios. Gracias a los dos Joan: a Barril y a Gaspart, a quien le recordé un guardameta aragonés, Pepe Nogués, que fue arquero del Barcelona y entrenador del primer equipo culé que ganó la Copa del Generalísimo. Un abrazo a ambos.
TUCO, CANO E ISIDRO FERRER, EN BORRADORES

Tuco Requena interpreta dos temas hoy en "Borradores"
Borradores se emitirá a partir de hoy a las 24.00 horas todos los martes. El programa de esta noche tiene como protagonistas a Isidro Ferrer y José Luis Cano. El primero, premio Nacional de Diseño y Premio Nacional de Ilustración Infantil en 2006, hablará de su trayectoria y de las ilustraciones para el volumen “Libro de las preguntas” de Pablo Neruda, que acaba publicar en Media Vaca. Y junto a él estará José Luis Cano, humorista de “Heraldo de Aragón”, pintor e ilustrador de títulos tan conocidos como “Zaragoza” (Media Vaca) y “Félix de Azara”, libro que hace el 19 de la colección Xordiqueta. Todos los trabajos serán objeto de reportajes con música.
Además, el programa contará con la actuación de Tuco Requena y de Soniquete Van, que acaba de publicar su primer disco, al que entrevistará, y ofrecerá otro reportaje sobre los óleos y los dibujos de Ignacio Mayayo, que se exponen en Enate, en Barbastro. El programa visita la librería oscense Más de Libros, y se cierra con un poema de amor de Fernando Sarría.
*La foto de Tuco Requena corresponde a Aragón Digital.
UN FOTÓGRAFO CADA DÍA (9) / DOIESNAU

Robert Doisneau (1912-1994) encarna al fotógrafo humanista -corriente a la que pertenecieron Jean Dieuzaide y Willy Ronis-, y es el gran retratista de París. Esta foto de Picasso y Françoise Gilot es de 1951. A mí me parece extraordinaria, teatral y doliente. Gilot fue la única mujer que abandonó a Picasso. Esos ojos claros ya lo dicen casi todo.
UN FOTÓGRAFO CADA DÍA (10) / ROBERT CAPA

PALABRAS DE IÑAKI GABILONDO*

Arcadi Espada recoge en su blog esta nota:
En un reportaje de “El País”, aparecen estas palabras de Iñaki Gabilondo, “entre las más lúcidas y justas que se hayan dicho nunca sobre la siniestra fantasmada” (dice Arcadi): “[El terrorismo de Eta] ofende los dramas que el mundo tiene de verdad. Yo este año he estado en Gaza, allí he visto lo que es que un pueblo se sienta oprimido; yo he visto en África a gente que no tiene para comer, que tiene que caminar 10 kilómetros a por agua... Y que un pueblo como el mío se esté permitiendo la fantasmada, la chulada de darse la importancia que se está dando, convirtiendo un problema que es sencillamente un problema político como en el mundo hay millones, en un drama de este calibre, jugando batallas de vida o muerte, me parece una ofensa para los asuntos reales de vida o muerte. No puede ser, no puede ser que dediquemos la energía que estamos dedicando a este asunto, que estemos obligando a toda España a tener la paciencia superlativa de dedicar millones de horas de un tiempo que lo necesita para millones de problemas que tiene de verdad. Sencillamente, me parece un insulto, me siento ofendido como vasco y me siento irritado. Me parece que debería haber un problema de categorías. ¡Que esos pobres chicos ecuatorianos estén muertos ahora en nombre de no sé qué anhelo...! Vamos, hombre, hay que ver el problema real de estos dos ecuatorianos que habían venido a sacarse la vida adelante al quinto pino de su país y que les hemos matado porque nosotros creemos que una organización del Estado así es peor que una organización del Estado asá... Es que esto no resiste la comparación. No banalicemos hasta este extremo las cosas y, sobre todo, si las estamos banalizando, pongámonos colorados, que nos dé vergüenza por lo menos”.
*Copio estas palabras de Iñaki Gabilondo, las tomo del blog de Arcadi Espada, y las suscribo por entero. Me parecen conmovedoras...
DIÁLOGO CON LA PINTORA MARÍA PILAR BURGES

María Pilar Burges (Zaragoza, 1928) encarna el espíritu de creación. La pintura ha sido su oficio y su delirio. Su padre, Juan Antonio Burges, ya le guardaba sus dibujos de niña, y uno de los mayores sofocones de su infancia nació de una escena de película: había amontonado un montón de cuartillas, de tarjetas y de papeles de publicidad en el balcón de la casa de la calle Roda, hoy Santa Isabel, y de golpe se levantó un golpe de cierzo que se llevó los dibujos, los esbozos, las manchas por los aires. María Pilar Burges se deshizo en lágrimas: “Siempre he sido muy realista, como mi padre. Me di cuenta de que perdía todo aquel material para siempre”. Su padre tuvo un gesto de sabiduría y de “sincera compasión”. Le dijo: “No te preocupes. Harás muchos más y mejores que éstos”.
-Con un padre así cualquiera, ¿no?
-Heredó la representación de Martini Rossi de mi abuelo, al que conocían como “el hombre de Martini en Zaragoza”. Mi abuelo paterno vivía en una espléndida casa con jardín, es posible que le tocase la lotería, y debía tener un antepasado inglés o escocés, el bisabuelo o tatarabuelo Ivo, que se llamaba Burgess. Mi padre heredó su trabajo: era un hombre formidable, jamás pegaba a un niño, había sido boy scout de la rama más inglesa. Fue uno de los fundadores del Iberia, conservo por ahí el acta de fundación escrita por dos caras que se redactó en unos bancos de la plaza del Pilar, y además era protector de boxeadores, financió en algún momento a José Oto, que venía bastante por mi casa. Mi padre y yo éramos ambos muy discutidores y muy lectores. Él tenía más experiencia que yo, pero rara vez le daba razón.
-¿Llegaban a enfadarse?
-A veces. Recuerdo que, en una ocasión, discutimos tanto que yo me enfadé y tiré del mantel y arrojé toda la vajilla de la mesa. Vi cómo se le ponían blancos sus claros ojos azules, y yo también me quedé horrorizada. Mi madre dijo: “No habléis hasta que no hayáis tomado el primer plato”. Fue durante la Guerra Civil, que no fue lo peor: lo terrible vino luego con la posguerra porque no quedaba absolutamente nada.
-¿Cómo influyeron sus padres en su vocación?
-Fuimos cinco hermanos. Dos se murieron pronto. Yo recuerdo que mi padre me llevó a oír al jotero navarro Raimundo Lana y a ver los ballets del marqués de Cuevas. Cuando reproduje unos fragmentos de “El lago de los cisnes”, creo que con bastante exactitud, mi padre se quedó obnubilado. Allí aprendí o intuí algo decisivo: el movimiento en el espacio, que no sólo afecta a un bailarín o a un actor, sino a un pintor. Mi madre era una gran lectora también, había tenido una modesta formación en piano y francés, pero lo que le gustaba era la lectura. Leyó a Simone de Beauvoir en francés y una vez me dijo: “Creo que así habría escrito yo”. Era una magnífica anfitriona: hablaba de aviación y parecía que hubiera volado.
-Sigamos.
-Estudié con las monjas de Santa Ana, y llevaba aquel uniforme negro con cinturón rojo. A los catorce o quince años conocí al ilustrador y dibujante Manuel Bayo Marín. Le enseñé algunos de los dibujos que había hecho en 20 minutos. Me dijo: “Cuando cada dibujo de éstos te cueste una semana ya serás pintora”. Tenía su estudio en la calle Pabostría; me enseñó el trabajo con la herramienta y el cuidado académico, y a enseñó a rotular y a tener sentido del espacio para la composición.
-He leído que estudió con Joaquina Zamora.
-Fue siempre muy amable conmigo. Estuve con ella alrededor de tres años, y cuando opositó para obtener una plaza de profesora me dejó en su puesto. Fue ella quien me dio la idea de enseñar, y sé que le gustaba mi manera de estar en el estudio, mi ambición, las ganas que tenía de aprovechar el tiempo. Me decía: “No todo es habilidad manual”. Por entonces iba a escuchar los ensayos de la pianista Pilar Bayona a Radio Zaragoza. Tenía muchas ganas de aprender.
-Creo que también conoció a Francisco Marín Bagüés.
-En varios momentos. Recuerdo una ocasión que me lo encontré en la calle y cogimos un buen capazo. Yo estaba a punto de marchar a Roma y él me dio una peseta para que la tirase en la fontana de Trevi. Yo quería ampliar mis estudios y marcharme a Madrid o Barcelona. Para reunir un poco de dinero empecé a dar clases de Matemáticas, Latín y Química, y además iba a perfeccionar mi técnica artística al Museo de Zaragoza...
-¿Qué hacía allí?
-Copiaba, me aprovechaba de todas las figuras. Joaquina Zamora me había dicho que yo dibujaba muy bien, pero que tenía una resistencia innata a pintar, al color. Allí me convertí en una buena copista. Contaba con la complicidad del conserje señor Enrique, que era muy amable.
-¿No andaba por allí el propio Marín Bagüés?
-Sí, claro. Lo veía mucho en el Museo, donde tenía su estudio. Había retratado a Feliciana, la hija del conserje. Era un hombre prudente, discreto. Cuando tomaba confianza, resultaba un hombre maravilloso. Él estuvo en algunos jurados que me dieron algunas de mis becas.
-Con una, la “Francisco Pradilla” de la Diputación de Zaragoza, partió a la Escuela San Jorge de Barcelona.
-Probé inicialmente en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, que a mí no me atraía porque había visto una exposición y todos sus pintores me parecían iguales. Me presenté a las pruebas y me encontré con un montón de gente mayor que yo que necesitaba la titulación para dar clases. En realidad, me alegré. Yo hacía cartelitos de rotulación para los escaparates de zapatería. Me decía Joaquina Zamora: “Qué bien te salen los zapatos”. Al final me salí con la mía: me fui a estudiar a Barcelona en septiembre de 1951.
-¿Qué aprendió allí?
-Las mujeres éramos una quinta parte, y eso para mí era ideal. Los hombres siempre me han gustado como colegas, como creadores, como compañía. Trasnochábamos mucho e íbamos a todos los espectáculos del Liceo que podíamos; nos colocábamos en la denominada “cazuela”. A mí siempre me han interesado mucho la ópera y el teatro, y he trabajado mucho en figurinismo. En Barcelona aprendí a valorar el color, la irisación de los colores madreperla del cielo de Barcelona, donde el aire es húmedo. Allí encontré las vibraciones intermedias de color.
-¿Quiénes fueron sus amigos?
-Muchos. ¿Querrá creer que tuve la oportunidad de conocer y de tratar a José Mallorquín, yo leía y disfrutaba con sus “mejicanadas”? Un día me hizo un cargo muy curioso: quería que le dibujase 180 dibujos de trajes regionales, muy bien documentados, para hacer cajas de cerillas. Se trataba de un trabajo muy laborioso y exacto. Busqué a pintores como José Gumí y Ramón Lluis para que me ayudasen. Con Gumí se estableció una camaradería especial, una complicidad. Todos nuestros compañeros de entonces estaban convencidos de que Gumí y yo nos casaríamos pero no fue así. Aprendí las técnicas del arte mural con Francisco Labarta y Miguel Ferré.
-¿No hizo por entonces el mural de Fayón?
-Sí. Leí un anuncio, alrededor de 1954 o así, en HERALDO. Era un anuncio del Obispado de Lérida para la ermita del Pilar de estilo neogótico. El arquitecto era Rodríguez Mijares, tenía fama y era muy bueno. Preparé un proyecto sin consultar con nadie, lo mandé y ganó. Lo hicimos con mis compañeros. Y hace muy poco dirigí desde aquí otro proyecto para dos nuevos frescos con Juan Baldellou, aunque esta vez no pude estar a pie de obra.
-De Barcelona se fue a Roma.
-Ya había estado en otras ocasiones. Para mí la pintura ha sido una aventura en la te podías estozolar o desgraciar porque siempre he pintado de verdad, pintaba toda yo, entregada y de cuerpo entero. He sido una profesional. Soy pintora por realización y he querido aprender, investigar, conocer las técnicas. Hice muchas cosas: trabajé en publicidad, fui dibujante de envases, figurinista, me asocié con una modista. Creo que he sido uno de los pintores más vendidos en Zaragoza y desde Zaragoza. Represento a una generación y eso también es porque hice todos los pasos. Me entendí muy bien con el arquitecto Santiago Lagunas, con el dramaturgo José Giménez Aznar, tuve una academia, la Escuela de Artes Aplicadas Burges, desde 1957 a 1971, y he intentado vivir de acuerdo a una frase de Borges, que tengo ahí colgada: “No hay otra virtud que ser valiente”. No sé si le he respondido a su pregunta...
-Se ha definido muy bien. Estábamos en Roma, con una pensión de perfeccionamiento del Gobierno de Italia...
-Fue increíble. Tengo cientos de fotos. Vivíamos en un régimen de pensionado en los pabellones para jefes que se habían utilizado en las Olimpiadas de Roma-1960. Era una ciudad de arquitectura moderna con aparcamientos, teatro, cine, piscinas, jardines, y yo tenía un taller muy grande. A mí me llamaban “España”, aunque había otras chicas. Había gente de 72 países. Los edificios eran de grandes cristales, y de repente veías toda Roma, con sus luces, con sus edificios, con su monumentalidad. Expuse algunas obras inspiradas en “Poeta en Nueva York” y en las casidas de García Lorca, del “Diván del Tamarit”. En aquella estancia maravillosa coincidí con el doctor Fernando Solsona, que estaba pensionado en radiología.
-También ha estado vinculada con París.
-Estuve muchas veces, a lo mejor por temporadas de un mes. Hubo épocas en que no podía comprarme una cerveza. Acudí a las funciones de Marcel Marceau. Era una gran andarina: salía muy temprano de casa, hacía entre doce o catorce kilómetros. Me gustaban la ciudad, la comida, el arte. Allí descubrí toda la tradición decimonónica, y allí tuve un anfitrión especial como Fernando de Nadal, que había pertenecido a la Tertulia del Niké. ¿Puedo decirle una cosa?
-Desde luego.
-Creo que hemos hablado mucho del pasado. Yo he hecho de todo en la pintura: retratos, me parece que he tenido la interioridad necesaria para captar el alma de los retratados. Quizá mi mejor época sea la del hiperrealismo situacional, y siempre me he sentido ilustradora, de lápiz y grafito.
-¿Y ahora, cómo se ve?
-A mí me deslumbra el presente una y otra vez. Y lo que realmente me preocupa es el futuro. Estoy feliz, sorprendida, y ahora me he dado cuenta de que tenía demasiadas cosas que hacer. Querría publicar mi tesis de Bellas Artes sobre el proceso creador, poner el ascensor de mi casa en uso, hacer radio por teléfono, escribir una o varias obras de teatro todavía, y hacer un buen salto de la “pescadilla” en una piscina de gran profundidad, mejor en agua termal.
*No encuentro fotos de María Pilar Burges, le hizo unas preciosas Oliver Duch para esta entrevista que se publicó en "Heraldo". Pilar me envió una preciosa carta. Por eso pongo aquí este paisaje de Fayón con barcas e inundaciones, ya que Fayón fue tan determinante en su vida. Ha vuelto (en realidad, dirigió las obras desde casa) para restaurar medio siglo después el mural de la iglesia.
HISTORIA DE UN BRIGADISTA EN SEGURA DE BAÑOS*

El pasado es como un fortín de vivencias y de acontecimientos que de repente se abre y despliega, uno a uno, sus tesoros ante los ojos de los hombres, en su cerebro estremecido por esa agitación de la memoria y del destino. ¿Quién iba a decirle a Tomás Ferreruela que un muchacho joven, de apenas 21 años, norteamericano de Nueva York, brigadista, al que apenas vio pasar moribundo en plena Guerra Civil, iba a reaparecer su vejez y adueñarse de sus recuerdos? ¿Quién le iba a decir que Hy Greenfield “retornaría” casi como un fantasma más de 60 años después? ¿Y cómo iba a imaginarse que sería su propio nieto, Ramón Ferreruela, licenciado en Físicas, el que iba a recordar la historia y escribirla en la revista “Lindazos”? Recuerda Tomás aquel duro día de febrero de 1938: una de los edificios próximos a la Casa del Lugar se había convertido en hospital republicano, donde ejercía de enfermera su hermana Ángela. Los soldados, algunos pertenecientes a la Brigada Abraham Lincoln, como Hy Greenfield, combatían en la afueras, en La Pedregosa y La Cespedilla, monte bajo con pinares, contra los sublevados de Franco. Y de repente, apareció un grupo con tres jóvenes en camilla, pero uno de ellos parecía malherido. “No recuerdo el rostro ni nadie dijo su nombre. Algunos milicianos nos dijeron a los zagales: ‘Venga, venga. Fuera de aquí’. Y tres o cuatro horas después, volvió a salir la camilla con el joven ya muerto en dirección a la fosa común del cementerio. Es casi todo lo que recuerdo”.
En realidad, Tomás Ferreruela, nacido en 1920 en Segura de Baños (Teruel), recuerda más cosas: a sus padres, Ramón y Juliana, que se dedicaban a la labranza y a la ganadería: lo mismo trabajaban el trigo, el centeno, la avena o la cebada que se esforzaban con las ovejas, las cabras, las gallinas y las cebadas. Constituían una familia más bien modesta con otros dos hijos: Ángela, la enfermera ocasional, nacida en 1917, y Patricio, nacido en 1924. Tomás creció jugando en el trinquete a la pelota a mano, a las tabas y a escondecucas. “Fui poco a la escuela. No aprendí a leer hasta que fui al servicio militar. La primera carta me la enseñaron a redactar mis compañeros. Me sentí tan impotente que durante los seis años que estuve en el servicio militar, me llamó Franco hacia abril de 1938, hice lo imposible por asistir a las clases, y al final dejé el ejército con el cargo de cabo”. Cuando llegó la II República en 1931, en Segura de Baños había un casino republicano y una taberna que frecuentaban los de derechas. Había algún que otro amago de enfrentamiento. Y él desde muy pronto se sintió inclinado hacia las ideas republicanas: tenía dos tíos maternos, Juan José y Vicente Martínez Rojo, que le insuflaron los ideales de la libertad y la democracia. “Mis tíos marcharon a Francia y volvieron años después cuando Franco autorizó la vuelta de aquellos que tuviesen las manos manchadas de sangre”. Tomás rememora los desórdenes de la Guerra Civil: hubo muertes por ambas partes, aunque Segura de Baños quedó en el bando republicano hasta la primavera de 1938. “Cuando estalló la guerra yo iba de pastor y a trabajar con los machos. Como tenía más fuerza que mi padre, llevaba la munición, la comida o la cena a los combatientes. Hacíamos lo que nos ordenaban los militares y el alguacil del pueblo. Eso no sólo lo hacíamos nosotros, sino otra mucha gente del pueblo. Yo andaba con nuestras dos caballerías, casi de continuo, y pasaba mucho miedo: las ráfagas del enemigo siempre te soplaban cerca de las orejas. Ésa es la pura verdad. Yo estuve en primera línea de fuego desde el inicio de la guerra hasta el final”. Luego, dos meses después de la muerte de Hy Greenfield, fue llamado a filas: permaneció de guardia en la cárcel Modelo de Barcelona, estuvo en el Alcázar de Toledo, donde se hizo fuerte el general Moscardó, y participó en una embajada de soldados españoles, “fui seleccionado por mi altura”, dice, invitados por Benito Mussolini que fueron recibidos por Pío XII, “al que le di mano”. Y estuvo en San Lázaro y en la Aljafería en Zaragoza, con las Flechas Verdes en Ateca, “con mando italiano”, y, finalmente, en Larache, Tetuán y Melilla, “que fue lo peor de todo: no había más que miseria, mosquitos y calor”.
Luego, de regreso a casa, hacia 1944, recompuso su vida como campesino, al principio, y luego como peón caminero y como gran cazador de perdices. Hace dos años, recibió una visita inesperada: Jay Greenfield, hermano de Hy, el brigadista, vino con su esposa Judy, otro amigo norteamericano instalado en Madrid, Tom (que tiene algo de “buscador” de brigadistas norteamericanos muertos en combate), a rendir el último homenaje al muerto, al que había visto por última vez en la casa familiar de Nueva York cuando tenía cinco años. Tras mucho buscar por aquí y por allá, dio con sus restos. Para el acto, había publicado un opúsculo con poemas de Ben Jonson, William Wordsworth, Langston Hughes, Pablo Neruda y Dolores Ibárruri, “La Pasionaria”. Le dedicaron un “Kaddish”, una oración fúnebre en hebreo, colocaron una placa en el cementerio y una piedra en la fosa común donde se supone que está enterrado Hy con otros compañeros.
“Es curioso. ¡Cuántas vueltas da la vida! En todos estos años no habíamos hablado para nada de este asunto”, resume Tomás.
UN FOTÓGRAFO CADA DÍA (11) / JOAO ROBERTO RIPPER. I

Esa mujer de acción, de armas tomar y de sensibilidad indesmayable, esa mujer comprometida con los males del mundo y autora de uno de mis libros favoritos sobre el mundo de las fábricas y las empresas de Zaragoza, esa mujer que se llama Marisancho Menjón nos descubre hoy a un excepcional fotógrafo, heredero en cierto modo de Sebastiao Salgado en su blog: Joao Roberto Ripper. Es un regalo que nos hace a todos, que yo continúo aquí, con gratitud y afecto. Conocía a este fotógrafo, diría aquello de “manda huevos” con perdón, por unas fotos preciosas de fútbol cotidiano y marginal. No os olvidéis, además, que Marisancho ha publicado en Pirineum la versión corregida y ampliada de su Jánovas, periodismo del bueno, militante, transido de cuerpos y almas. Transcribo aquí una frase de Joao Roberto Ripper, y una pequeña biografía que publica “Imagen latina”.
"O documentarista é, sobre tudo, um fotógrafo que rompe com a hipócrita imparcialidade jornalística" El reportero gráfico es, sobre todo, un fotógrafo que rompe la hipócrita imparcialidad periodística”
João Roberto Ripper, 44 años. Es fotógrafo desde hace 25 años. Trabajó en los diarios Luta Democrática, Diário de Notícias, Última Hora, O Globo, además de hacer trabajos free lance para varios periódicos y revistas en Brasil y en el exterior. Ex-socio de la Agencia F4 es idealizador y coordinador de Imágenes de la Tierra. Con la propuesta de colocar la fotografía al servicio de los Derechos Humanos, hizo la documentación de conflictos de tierra e indígenas, de vivienda, trabajo esclavo e infantil (carboneros) y proyectos de recuperación de niños.
Entre algunos premios suyos, están el Interpressphoto, Wladimir Herzog, ICA (Premio Internacional de Ecología) y el Premio Nacional de Fotografía 1998. Trabaja hace ocho años con los indios de Mato Grosso do Sul (principalmente los Guaranies). Actualmente desarrolla una documentación sobre la sequía en el Noreste brasileño.
JOAO RIPPER.II

Una de las mejores series, y son varias impresionantes, es la de sus marisqueiras. Me ha hecho pensar en una estampa de mi adolescencia en la ría del Pasaxe en las afueras de A Coruña.
JOAO RIPPER.III

Casi podría decir lo mismo, aunque también me hace evocar a una lavandera que lava sus prendas en el mar.
Gracias Marisancho .
CUMPLEAÑOS DE LUIS ALEGRE

Luis Alegre ha cumplido hoy años. De niño cautivaba a su padre Alberto con sus canciones en medio del campo. Le decía: “Canta, hijo mío, canta. Que eres muy feliz”. Y Luis Alberto cantaba. También lo hacía en las bodas o en el bar, encima de la mesa, cerca del tinto y de la botella de gaseosa, como si fuese la reencarnación de Pablito Calvo o Joselito. Entonces, quería ser santo y hacía lo indecible para serlo. Más tarde, descubrió al primer amor de su vida: Merceditas. O la bella Mercedes, simplemente. Y se percató de que hay mujeres que valen un tesoro, una isla completa, un palacio encantado, 23 días de suspiros y 3500 noches. Y se fue a Cheste: experimentó la fascinación del cine, escribió de esto y de aquello, impartió las primeras lecciones de embrujo, y recordó, de nuevo, que había visto las mejores películas de cine negro con su padre y su madre Felicitas.
Luego se trasladó a Huesca y se atrevió a pasear una nueva novia por el Coso. Eran una pareja de cine. Eran una pareja cinéfila: los amantes a la luz del día y en la oscuridad ideal de las salas. Desde entonces, Luis Alberto Alegre Saz ha hecho de todo y ha sido el embajador del cariño, el sabio del cine, el cómplice de Imperio Argentina, el hombre dulce para un milagro. Y hoy, exactamente hoy, ha cumplido 45 años. Creo. Porque la edad de un tipo así, tan extraordinario a mi manera de ver, es un misterio…
*Foto de Heraldo de Aragón, tomada hace unos meses cerca de Casa Hermógenes.
JACQUES FIESCHI: GUIONISTA Y REALIZADOR FRANCÉS

“El cine español tiene ilusión, frescura, energía, y respira sensualidad”
Diálogo con Jacques Fieschi, realizador y guionista de “El adversario” o “Nelly y el señor Arnaud”
Jacques Fieschi hace casi de todo en el cine. Antes de ser guionista y director, fue actor ocasional en películas de Maurice Pialat. Es un apasionado del cine que presentó hace unas semanas en Cinefrancia su obra “La Californie” (2005) con Nathalie Baye. “El cine siempre ha estado en mi vida. Mi condición de actor ha sido más bien algo ocasional: es cierto que he trabajado con actrices como Sandrine Bonnaire, pero no he padecido los silencios, ni las expectativas, ni las esperas de los actores”. Confiesa que “el cine siempre ha estado en mi vida. Nadie me empujó hacia él, pero, poco a poco, se estableció ese vínculo”.
Nieto de una abuela murciana, Jacques Fieschi –coguionista de proyectos tan conocidos como “Un corazón en invierno”, “El adversario” o “Nelly y el señor Arnaud”- se hizo espectador en su niñez y adolescencia en Orán, “donde había un clima de cinefilia popular, con mucha gente de origen español. Allí, en las sesiones nocturnas, tenía la sensación de vivir el ambiente de ‘Cinema paradiso”. Fue periodista, realizaba entrevistas, reportajes y críticas de cine. “Ocupé el puesto de redactor jefe de una revista de cine, y entrevisté a cineastas como Martin Scorsese, Rohmer, Cukor, Truffaut o Sydney Pollack, entre otros. De repente recibí la invitación de Maurice Pialat y de André Techiné de que escribiera para ellos”.
Su segunda película, como guionista, fue “Un corazón en invierno” (1993), de Claude Sautet, “con quien he hecho cuatro películas”. Fieschi explica su metodología como guionista: “Para mí es muy importante la intuición. De entrada, no sé demasiado del argumento ni de la evolución de los personajes. Doy vueltas y vueltas. Me cuesta mucho empezar. Organizo los personajes, y jamás intento aplicar soluciones exteriores. Sigo a mis criaturas en su interior”. Fieschi revela que antes de redactar un guión suele elaborar un auténtico y completo reportaje periodístico “de los ambientes, los oficios, de la realidad y la época que afecta a la película. Buscando buscando aparecen soluciones, y también la voz de los protagonistas”.
Fieschi volvió a probar su destreza en “Nelly y el señor Arnaud” (1995), también de Claude Sautet y con la bella y frágil Emmanuelle Béart como protagonista de nuevo. En 2002, colaboró muy activamente en “El adversario” de Nicole Garcia, basada en la novela de Emmanuel Carrère que narra las mentiras de un hombre que acaban conduciéndolo al asesinato de su familia. “Ésa es una historia que ha fascinado a mucha gente. Fue muy difícil escribir el guión porque se trataba de un hecho real, terrible y sombrío. Fui al lugar donde sucedieron los hechos, vi la casa del crimen, hablé con algunos testigos, aunque nunca quise ver al asesino. La película fue un éxito en Francia, la vieron más de un millón de espectadores. La crítica se mostró divergente, igual que la sociedad francesa. Era una película, en el fondo, sobre la fascinación del mal y la espiral trágica de la mentira”.
Fieschi es autor de otros guiones como “Nathalie X”, de Anne Fontaine, con Fanny Ardant, Gerard Depardieu y, otra vez, Emmanuelle Béart. “También he escrito para Catherine Deneuve o Isabelle Huppert. Intento que en mis criaturas exista siempre misterio. Aborrezco los trucos, el artificio, aunque siempre hay una parte de manipulación en este trabajo, nunca se es inocente”.
Añade que “guiones perfectos” le parecen “La regla del juego” de Jean Renoir y “Amanece” de Marcel Carné, de 1939, y “Mi noche con Maud” de Eric Rohmer, de 1969. “Conozco a autores españoles como Luis Buñuel, que me gusta mucho, y a Almodóvar y Amenábar. De Carlos Saura me gusta ‘Elisa, vida mía’. El cine español responde a la imagen del país: tiene ilusión, frescura y energía, parece tener una buena conciencia respecto a sí mismo y respira sensualidad. El cine francés, en cambio, está como cansado y abrumado por el peso de su pasado. En Francia vivimos un clima de descontento y de autodestrucción, aunque exista mucho talento”.
UNA TARDE PARTICULAR, FÉLIX ROMEO CUMPLE AÑOS

Salgo hacia Zaragoza a hacer unos recados: llevo a Daniel al autobús porque se va a Madrid a hallarse con su camarada Jonás Trueba, que acaba de abrir un espectacular blog (ver su magnífico trabajo sobre el libro de Budd Schulberg. Jonás es un tipo sorprendente y listo al que le apasiona la poesía y algunos artistas como Sorolla), y luego hago tiempo en la calle para hacer una fotocopia.
Me encuentro con Mercedes Gallizo, que vive un periodo de calma tensa, de felicidad e incertidumbre a la vez, y que se siente muy realizada en su trabajo al frente de Instituciones Penitenciarias. Siempre le han preocupado los seres humanos, y aquí puede realizarse, puede hacer muchas cosas inadvertidas que llenan su vida. Hablamos de su bella hija Anaïs, licenciada en Derecho y a punto de trasladarse a Madrid; hablamos de hijos, y a tras fumar un cigarrillo mentolado, hablar de las pequeñas menudencias del existir, concertamos una cita sin fecha para comer un día en Madrid y nos despedimos. Me anuncia que el domingo estará en el palco del Bernabéu, que se verá con Pepe Melero y Eduardo Bandrés, entre otros, y que espera sonreír con esos ojos de agua de mar, tiznados de sombra, cada vez que marque el Zaragoza. Le digo que veo que a Rodríguez Zapatero errático y triste, metiéndose en un hoyo dialéctico, uno tras otro. Y ahí es prudente y sigilosa. No cae en la inocente provocación y acude a su cita médica. Salgo a la calle de nuevo, tengo que andar mucho me han dicho, debo empezar por ahí para adelgazar y privarme de la fruta, y me encuentro con mi hija Aloma, que va a dar unas clases.
La veo como cansada y melancólica, con una belleza en desorden y el cabello más undoso que nunca. Está cambiándose de casa, preparando las paredes para pintar, decapando ventanas, soñando espacios en su nueva casa de la avenida Goya. Me ha parecido una zaragozana errabunda y soñadora en París. Le digo que acabo de llamar a Félix Romeo que cumple años: Félix se ha convertido con el paso de los años en el hombre que más sabe de literatura contemporánea de Aragón, y acaso de España, en el curioso infatigable. Sus pasiones son infinitas: le encanta visitar centro de arte contemporánea, espacios de vanguardia como La Casa Encendida, imparte unos talleres literarios basados en la libertad y la imaginación (le encanta jugar con Georges Perec o Natalia Ginzburg), le apasionan las ciudades, las revistas literarias (de todos los países), los columnisas, la gastronomía, la vida cotidiana, el mestizaje cultural, cultiva amigos con el primor dulce con el que se cultivan las fresas. Y está siempre ahí, al quite, para atender correspondencia, para celebrar cumpleaños, para dar ideas, para enojarse también, para disentir, para descubrir vinos, para fomentar la alegría, para charlar afanosamente con Pepe Cerdá o con Pepe Melero, dos de sus grandes cómplices. Es en estos momentos uno de los referentes culturales de Zaragoza: el más abierto, el más dadivoso probablemente. De todo tiene un punto de vista propio. Zaragoza es la ciudad que lo enloquece: la recorre en coche cada semana al menos, la reinventa, y se siente desde aquí ciudadano del mundo.
De regreso del Gobierno de Aragón, adonde he ido a cumplimentar una solicitud de Carmen Gascón, me encuentro con Juan Antonio Gordón, con su mujer Claire y su hijico. Ella, que es adorable y posee un acento francés “que le añade picante a vuestra forma de hablar”, conversa con su niño Leo, aprendiz de ciclista en triciclo, en la lengua de Flaubert. Juan Antonio lo hace en español y el niño es un bilingüe perfecto, como mis sobrinos Tristán y Elsa. Con Juan Antonio hablamos de muchas cosas, y al final recordamos que Maurizio Pollini viene a Zaragoza el 19 a dar un recital de piano. Recordamos su vida, su técnica, su lugar en la música, y yo recuerdo que ese día tengo que dar una charla con Jorge Gay en Teruel y que me lo voy a perder.
[Hago aquí un pequeño inciso: llevo varios días oyendo mucho la radio. A Miguel Mena sobre todo, siempre tan puntilloso, tan dominador y tan lúcido en sus entrevistas, siempre tan afortunado en su selección de temas musicales y de personajes: he oído sus conversaciones con Ubieto e Hipólito, con Columna Villarroya. Adquiere día a día el sabor de un clásico. Y esta mañana, como un bello regalo de Teruel, me llamó Conchita Hernández, que es una periodista estupenda, una voz llena de encanto, sensibilidad y alegría, para hablar de “Golpes de mar”, y me hizo mucha ilusión. Ella siempre se acuerda de que de vez en cuando escriba; le comento que este año interrumpo los Encuentros Literarios de Albarracín, y lo lamenta. Sentimos los dos una vieja pasión por Teruel, por el Maestrazgo. Agotamos la entrevista recordando a Patricio Julve y a Gerardo Sancho, el fotógrafo de Navarrete que lo inspiró. Gerardo Sancho acaba de fallecer nonagenario, y tanto Conchita como yo le teníamos un inmenso afecto].
De ahí me voy a Los Portadores de Sueños, de Félix y Eva, a comprar tres ejemplares de “Golpes de mar” para enviar a Conchita, a Magda Díaz Morales y a Cruz Barrio. Vamos a presentar en febrero (no podrá ser en enero) el libro en el Centro Aragonés de Barcelona con Cruz como anfitriona, y Víctor Juan Borroy, que tiene más amigos libreros que yo en A Coruña y más contactos, ha hablado con Xiada y es posible que también se presente en febrero. Víctor Juan Borroy, ya está confirmado, publicará su primera novela “Por escribir sus nombres” en Prames y saldrá en vísperas de San Jorge. Puede ser uno de los pelotazos del Día del Libro porque glosa la historia de amor, fugaz, soñada, efímera acaso, de Paco Ponzán y Palmira Pla, y aparecen al fondo Ramón Acín y Conchita Monrás. Vuelvo a casa. Con la radio. Son las siete menos cuarto. No encuentro a Gemma Nierga ni a Máximo Pradera (me gustan sus historias de música clásica, me gustan mucho, de veras), y sí hallo en el dial “El navegador” de Julio César Iglesias, donde se están contando peripecias de amor con final feliz. Cuando llego a casa, ya ha caído la noche y el cielo, sobre el albérchigo y la noguera, se ha cuajado de estrellas. El cielo se ahonda hacia dentro como una bóveda morada con luciérnagas.
[Cojo un sobre que he recibido de Carmen Morte, sobre el conde de Guimerá y Lastanosa, me abro una carpeta. Carmen es una mujer adorable; tomo notas, disfruto y sueño con los ojos abiertos con el coleccionista don Vincencio… Pongo en el aparato de música “La consagración de la primavera”…]
LA COLUMNA DE FERNANDO GARCÍA MONGAY*

El tercero en discordia | |
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UN FOTÓGRAFO CADA DÍA (13) / SAMANTHA APPLETON.I

Un grupo de mujeres negras debaten en Washington. Sammantha Appleton es una espléndida reportera, discípula de James Natchwey, que impartirá un curso de fotografía y periodista en el Congreso de Periodismo Digital de Huesca.
ALBERTO MANGUEL: EL ACTO DE LEER*

María Luisa Blanco, a quien conocí hace algunos años y de quien conservo un magnífico recuerdo, ha entrevistado para “El País” en Mondion, Francia, a Alberto Manguel (Buenos Aires, 1948), uno de mis escritores-incitadores favoritos. Manguel, autor de la Guía de lugares imaginarios (Alianza Editorial, 1992), dice algunas cosas muy bonitas.
-Recuerda que Aby Wargburg, que poseyó una Biblioteca Circular, tenía este lema: “Vive y no me hagas daño”. El lema que preside su biblioteca de Le Presbytère (Mondion) es: “Lee lo que quieras”.
-Acerca de la rebeldía, afirma que la lectura es un acto de rebeldía. “Siempre lo ha sido. Primero porque valora la acción y no la inacción, y porque conduce a la reflexión y eso siempre es peligroso. Y porque a través de la lectura empezamos a conocer quiénes somos. En el futuro, leer será no sólo un acto de rebeldía, sino también un acto de supervivencia. Si como lectores nos resignamos a que nos impidan leer la buena literatura nos vamos a condenar a ser menos humanos. Ya estamos al borde de la catástrofe porque hemos destruido el mundo natural y ahora estamos haciendo todo lo posible para destruir el mundo intelectual”.
-“El amor por la lectura es algo que se aprende pero no se enseña. De la misma manera que nadie puede obligarnos a enamorarnos, nadie puede obligarnos a leer un libro. Son cosas que ocurren por cosas misteriosas, pero de lo que sí estoy convencido es que a cada uno de nosotros hay un libro que no espera. En algún lugar de la biblioteca hay una página que ha sido escrita para nosotros”.
*La foto es de Olivier Roller.
PICHI ALONSO EN AVISPAS Y TOMATES (CARTV)*

Pichi Alonso: el don del gol
Ángel Pichi Alonso adoraba el fútbol desde niño. Diminuto, frágil y pícaro, empezó a apuntar algo más que maneras en La Salle, en los partidos domésticos del recreo. Años después, el esbelto muchacho de Benicarló (donde había nacido en 1954) que jugaba en el Castellón fue fichado por el Real Zaragoza, que pasaba su temporada en el infierno con Arsenio Iglesias como entrenador. El equipo se aupó de inmediato al primer lugar de la tabla pero no convencía a nadie. O bruxo de Arteixo era un entrenador tan pragmático con paternal, tan honesto en su compromiso con el club como rutinario con el juego.
Por entonces, Ángel Pichi Alonso no era nadie. Ni daba la impresión de que hubiese un portento detrás de su débil complexión. Necesitó tres o cuatro partidos para anunciar su olfato de gol: su endiablado instinto ante la portería. En 28 choques logró 22 goles. Amenazó el récord de Seminario. Nino Arrúa y Pablo García Castany, que ya se arrastraban por los campos (uno por indolencia; el otro por una lesión que estaba a punto de retirarle), eran sus mejores aliados: lo veían desmarcado o dentro del área, lo veían buscando un ángulo entre la empalizada de defensas, y allí le servían el prodigioso pase. Alonso, con la cabeza, con el pie, cayéndose, por pura astucia, acababa goleando. “¡Alonso, Alonso, Alonso,... y gol!”, era la frase más repetida por los comentaristas y locutores de radio.
El equipo volvió a la categoría que le pertenecía con un nuevo preparador: Vujadin Boskov, que ni completó una campaña: fue despedido en mayo. El conjunto flirteó una y otra vez con el desastre: desde la temporada 1978/79 hasta la 1981/1982, en la cual Pichi Alonso se marchó al Barcelona, los blanquillos no subieron más arriba de la undécima plaza y llegaron a aproximarse de nuevo al abismo al estar en la décimocuarta. El jugador incontestable en todos esos años fue Ángel Pichi Alonso. Había conflictos en el vestuario, enconos (el caso Arrúa tal vez fue uno de los más inquietantes), fracasaba el míster y el colectivo al completo, pero siempre había que ver la eficacia, la rentabilidad, el oficio de Pichi Alonso.
Su primera campaña en Primera División fue excepcional. Armando Sisqués era el nuevo presidente. Jugó 33 partidos y logró 19 tantos, y en cinco ocasiones al menos marcó por partida doble. Ésa era su especialidad: el doblete, que lo alcanzó más de diez ocasiones, además marcarle cinco goles al Español y cuatro al Burgos. Kubala lo reclamó para la selección e incluso llegó a figurar en la lista de preselección para el Mundial de Argentina (no llegó a vivir la atribulada aventura de La Martona) y el Barcelona lo tentó por primera vez, a pesar de que tenía a Hansi Krankl. En su tercera campaña, jugó los mismos partidos y marcó un gol más; en 80 / 81 cosechó 16 tantos, y en la última que estuvo en La Romareda, repitió sus números: 33 partidos de Liga y 16 goles. Era la quinta vez en que se distinguía como máximo goleador del grupo y aparecía en las primeras posiciones de la tabla nacional. Y ese año, el Zaragoza jugó con una de sus mejores delanteras: Alonso, Amarilla y Valdano (antes lo había hecho con otra nada desdeñable: Alonso, Amorrortu y Valdano). A la postre sirvió de poco; el equipo prometía y prometía --ya fuese con Boskov, con el laborioso Manuel Villanova o con Leo Beenhakker, al que Alonso consideró su mejor entrenador--, pero no sucedía nada. Las Ligas se liquidaban con más pena que gloria.
Ángel Pichi Alonso ha sido el rematador por excelencia. Le otorgaron, desde su llegada, la camiseta del siete y asumió del deber de hacer olvidar a Laureano Rubial, el extremo explosivo de Los zaraguayos. Su juego era completamente diferente: Alonso no era un extremo convencional, de ésos que apuran, regatean, culebrean hasta el fondo y sirven el centro soberbio que espera cualquier ariete. Podía hacerlo, tenía técnica y un apreciable regate, pero Alonso vivía de otra manera. No era exactamente rápido ni poseía una gran habilidad en la jugada individual, pero tenía un olfato incomparable: intuía la proximidad del gol, olisqueaba los rechaces, adivinaba los centros, y siempre hallaba la posición ideal, la colocación, el movimiento que le dejaba en ventaja. Entre el balón y él había un secreto código de magnetismo. Marcó tantos de todas las facturas: de cabeza y con el pie, tirándose, a trompicones, por astucia o en los rechaces. Fue un delantero que tuvo la suerte que buscaba, un tipo largo y escuálido con buena suerte. Siempre estaba allí, en el polvorín, planeando como una amenaza, como un cazador, como un depredador al acecho. Su eficacia era definitiva.
Al final de campaña 1981/1982 fue traspasado al Barcelona. Se encontraba en plena madurez, seguro de su juego y de sus goles, pero apenas jugó. La palabrería de César Luis Menotti y el desdén de otros acabaron con su ilusión. Colgó las botas en el Español y desde hace años alterna las labores de preparador con las de comentarista de fútbol desde Barcelona.
En Zaragoza jamás podrá ser olvidado: goleó con generosidad, resolvió muchos partidos difíciles y se entendió a la perfección con los excelentes centrocampistas que le tocaron en suerte: Güerri, Pérez Aguerri, Señor o Herrera. Logró un total de 119 goles, 71 de ellos en Primera División, y figura en la lista de honor de goleadores de leyenda del Real Zaragoza con Marcelino y Murillo.
*Cuelgo aquí este retrato de Ángel Pichi Alonso, que apareció en una serie que escribí sobre jugadores del Real Zaragoza titulada “La leyenda del tiempo”, porque mañana es el invitado al programa “Avispas y tomates” de Aragón Televisión, a las 21.45 horas, que presenta el simpático y gran comunicador Juan Martínez.
ANTONIO ANSÓN ESCRIBE DE FOTOGRAFÍA Y LITERATURA

Todos aquellos interesados en la fotografía, en la literatura, e incluso en ambas cosas, encontrarán en el último número de la revista CLARIN (noviembre-diciembre, nº 66) un ensayo sobre algunos escritores y libros de viajes con la fotografía como protagonista: Gautier, Sebald, James Agee, Cortázar, González Ruano…
De muestra ahí va este botón.
VIAJEROS CON CÁMARA
Antonio Ansón
Dicen que todos los viajes, que el único viaje posible, es a uno mismo. Será por eso que viajar resulta siempre tan pesado y aburrido. Porque nos tenemos muy vistos. Y hasta penoso. Sobre todo si lo prometido al final del trayecto se augura incierto (todavía recuerdo la cara de Charlton Heston abriendo las aguas del mar Rojo de par en par con su varita mágica). Por eso Rimbaud dijo lo de “Je est un autre”, por cambiar de aires. Por eso Xavier de Maîstre decidió darse un paseo y salir, como poco, alrededor de su cuarto, mejor que recluirse en la rancia trastienda de los de Maîstre. ¡Son tantos los viajes!, algunos de ellos sin retorno: al infierno, por las autopistas del opio y por carreteras secundarias, al día en ochenta mundos, al final de la noche, al centro de la tierra. Leí Viaje al centro de la tierra en la edición de Bruguera, con 250 ilustraciones de Ángel Badía. Cada cumpleaños mi tía Piluca me regalaba un libro de esa colección: Las maravillas del mundo submarino, La flecha negra, El último Mohicano… Lo de leer es un decir, porque lo único que me interesaba entonces eran las viñetas, de las que ni siquiera leía los bocadillos. Y ahí sigo, interesándome por las viñetas. La edición de Bruguera de 1970 cuenta con “licencia eclesiástica”, la de 1972 ya no. Así pues, yo viajé al centro de la tierra con licencia eclesiástica.
*La foto pertenece al libro "Hablemos ahora de hombres famosos", escrito por James Agee y fotos de Walker Evans. Ésta es una de ellas: "Ancianos de Alabama".
FERRER, ONFRAY Y RIVAS, PREMIOS CÁLAMO 2006

Isidro Ferrer, Michel Onfray y Manuel Rivas, Premios Cálamo 2006.
Fallo de los VI Premios Cálamo, Convocatoria año 2006.
El Premio Cálamo “Libro del año 2006” ha sido otorgado a Libro de las preguntas, de Pablo Neruda e Isidro Ferrer publicado por la editorial Media Vaca.Obra singular y apasionada, fruto de la complicidad entre un editor arriesgado, un poeta ausente presente y un insaciable y genial “devorador” de imágenes.
El Premio Cálamo “Otra Mirada” 2006 ha sido concedido a Tratado de ateología del filósofo francés Michel Onfray, editado por Editorial Anagrama. Un libro polémico y rompedor que enfrenta con lucidez y valentía el fenómeno religioso contemporáneo.
El Premio Cálamo Extraordinario 2006 se otorga al periodista y escritor gallego Manuel Rivas, autor que ha cultivado todos los géneros de manera brillante, y que es un ejemplo de responsabilidad y compromiso social. Su último libro, Los libros arden mal publicado por Editorial Alfaguara, resume gran parte de sus preocupaciones éticas y estéticas.
Los Premios Cálamo son organizados por Librería Cálamo de Zaragoza, y cuentan con la colaboración de las siguientes instituciones públicas y privadas: Ayuntamiento de Zaragoza, Universidad de Zaragoza, Gobierno de Aragón, Fundación CAI-ASC, Institut Français de Saragosse, Sansueña Industrias Gráficas, KreftBrubach GmbH, Restaurante Garden y Bodegas Guelbenzu.
La cena de entrega de los Premios Cálamo se celebrará, con la presencia de los autores galardonados, el viernes 16 de febrero de 2007 (información y reservas en Librería Cálamo 976557318).
*La foto corresponde al escritor gallego Manuel Rivas.
UN FOTÓGRAFO CADA DÍA (14) / EVE ARNOLD.I

La trayectoria de Eve Arnold (Filadelfia, 1913), hija de emigrantes rusos, está ligada a su impresionante colección de retratos de Marilyn Monroe. Dejó la Medicina y abrazó a partir de 1947 la fotografía. Colaboró en Harper’s Bazaar, estuvo emparentada con Mágnum, y es una trabajadora inmensa.
UN FOTÓGRAFO CADA DÍA (15) / BRUCE DAVIDSON

Bruce Landon Davidson (Oak Park, USA, 1933) ha trabajado para Magnum o para Vogue. En el periodo 1966-1968 realizó un inolvidable reportaje de Nueva York, Harlem y el universo de los negros. Publicamos algunas de sus fotos.
CANO, VISTO POR INMA*

José Luis Cano nunca se asoma a este blog, así que no se enterará de este bello comentario de Inma, pero me parece tan tierno y humano que lo pongo aquí, y al lado pongo coloco una de los grandes libros de José Luis: este trabajo sobre Goya, donde glosa el mundo moderno de Picasso.
[A Cano no le conozco personalmente,pero sí un poco su obra. A quien conocí fue a su padre, genial acuarelista, y excelente persona. Recuerdo cuando iba a buscar a mi hermana al estudio del Sr. Cano, como así le llamábamos(entonces éramos unas niñas). Mi hermana pintaba, yo solo observaba el mundo lleno de olor a óleos, acuarelas, acrílicos... en aquel viejo estudio del casco viejo. También recuerdo el humor somarda y la risa del Sr, Cano. ¡Qué buenos recuerdos!]
BRUCE DAVIDSON.II

BRUCE DAVIDSON.III

Ésta por su calidad, su contraste, la escena que propone, el viaje en coche hacia Brooklyn, ésta que es del año en que nacía yo, me encanta.
BRUCE DAVIDSON.IV

Ésta lo dice todo y un poco más.
BRUCE DAVIDSON/ y V (Por ahora)

CRONICA DEL MADRID-ZARAGOZA, DE MARIO ORNAT

[Uno de los blogs que visito todos los días es el de Mario Ornat. Y copio aquí su crónica del partido de ayer, que tanto nos hizo sufrir a todos. Se estropeó el Canal plus en Casa y lo vimos en el teleclub, entre más de50 o 60 personas. Ya no soy capaz de escribir una crónica de un encuentro, me doy cuenta de que cuantas menos cosas haces, más te cuesta hacerlas... Leo el texto de Mario y lo suscribo en muchos puntos... ElZaragoza, creo, cometió un pecado básico: no analizó bien cómo ganaron en el Bernabéus equipos menores y acudió a Madrid como si quien estuviera en crisis fuera él. Le faltó arrojo, intención, ganas de desordenar el choque desde el minuto uno...Y además este Madrid victimista, que tiene uno de los entrenadores más absolutistas y engreídos del mundo, tiene la suerte del arbitraje... La foto es de Alberto Zapater, tomado del blog de José María Ariño.]
El partido del Bernabéu me resultó uno de los más decepcionantes en mucho tiempo. Creo que ni siquiera el 4-1 de la última final de Copa me dejó una impresión de vacío tan profunda, y mira que aquella noche nos hicieron un socavón bien doloroso en salva sea la parte: es decir, en el alma. Jorge Soláns deja un titular hoy en su comentario en AS que me parece bonito y acertado, porque alcanza a definir la verdad con serena tristeza, también con un aire lírico de nostalgia: "Nadie siguió la música de Aimar". A Juanma Trueba, el alegre cronista del Madrid, le parece que el equipo blanco se ha reinventado. Se refiere al esfuerzo. A mí me parece (con todo el respeto) que esa apreciación supone un esfuerzo voluntarista de levantar el ánimo, tan voluntarista como el partido que jugó el equipo blanco. Habla muy bien de Higuaín y de Gago. A mí Higuaín me gustó; Gago no me dijo tanto. Pero el fútbol tiene puntos de vista y estados de ánimo. Seguramente Trueba los miró con una mirada más certera que la mía. Yo me fijé en la inanidad del Zaragoza. El centro del campo del Zaragoza no llegó ni a la goma espuma. El Madrid le puso apenas rasmia a la cosa, de tal modo que encumbró a gente como Van Nistelrooy: con esa boca de huracán que abre en la foto, la farola holandesa se merendó lo poquito que era el Zaragoza.Capello está desnudo y en manos del esfuerzo de sus futbolistas. Por lo demás, se diría que ya no tiene el mando de ese cuerpo que es el Madrid. Porque tácticamente, el Madrid tuvo momentos de ausencia total, que denuncian a un equipo que no cree en lo que le dice ese señor que jubila futbolistas de su equipo en enero. La energía blanca que glosaron al final los cronistas como razón de su esperanza le sobrevino al Madrid después del gol. Porque, antes, uno podía verlos caminar por el campo, sin siquiera presionar a los medios opuestos. Otra cosa fue que el Zaragoza no llegara ni al área. En ese sentido, y en todos, el partido resultó una castaña. "Uno muy malo le gana a otro peor", trató de titular Pedro Bellido, de Equipo. Creo que al final la cosa terminó en "Planchazo", que viene a resumir el caso con contundencia, como quieren los titulares. No sé si el otro pasó el corte. Los titulares de Pedrito suelen comprometer el manual de este oficio, porque sitúan a las reglas de la profesión frente a perspectivas para las que no está preparado. Los titulares de Bellido son como esos casos excepcionales de las leyes que vuelven locos a los juristas. No parecen académicos pero, claro... suelen resultar divertidos y el que tiene que admitirlos se queda así dudando y diciendo: "Joder, yo no lo pondría pero... es que es franco, está bien, es divertido, cuenta la verdad e invita a seguir leyendo". ¿No quedamos en la Universidad que eso era un buen titular?Fue una noche de flojera. Nos fuimos del Bernabéu sin los tres puntos, sin De la Red y sin ver estrictamente nada. Nada por aquí, nada por allá: en eso se resume la presunta magia blanca y el sortilegio de este Zaragoza. Puro truco de humo. Como el velocista anda en paradero desconocido, hasta esta mañana no se me ha ocurrido el titular. Lo pongo en Somniloquios: Bandera Blanca. Ese era. Rendición sin condiciones ni rehenes. Sin el velocista, que es el de la repentización, yo también me quedo en nada.
CARLOS MARTÍN, ANGUILA, LORENA Y CERDÁ EN BORRADORES

Borradores recibe en el plató al actor y director de teatro Carlos Martín, formado en el Piccolo de Milán, que dirige en breve en el Teatro Principal una obra sobre Andy Warhol con su compañía El Temple. El programa ofrecerá dos vídeos con una imitación de Lou Reed, a cargo de José Luis Esteban, y otros momentos del programa. Y también recibirá a Pedro Hernández e Iván Moreno, dos de los integrantes del grupo fotográfico Anguila, que ha hecho fotos de los grandes cantantes de la música pop y rock, en el proyecto “Aleluya”. El programa, además, contará con la actuación en directo de la joven cantante Lorena, que interpreta sus canciones en inglés.
Borradores visita el estudio del pintor y escritor Pepe Cerdá, acaba de publicar los textos de su blog, “Pintor pinta y calla” (BArC) y está lleno de proyectos pictóricos. Cerdá muestra su estudio de Villamayor y el de Zaragoza. Y conversa con Laura Gallego, autora de la trilogía de “Memorias de Idhún”, con la poetisa Alicia Silvestre, y ofrece un reportaje de fotos de naturaleza de Ricardo Vila, centradas casi todas en el atardecer. Además, oiremos las recomendaciones de Taj Mahal, tienda especializada en los cómics, y Brenda Ascoz despedirá el programa con un poema de amor y soledad, tan breve como un suspiro, tan fugaz como el paso del cierzo.
Borradores. A las 0.00 horas. Televisión Aragón.
UN FOTÓGRAFO CADA DÍA (16) / ARNOLD NEWMAN

Por puro azar esta mañana me encuentro con el catálogo "Paul Strand. Sixty Years of Photographs". Strand nació en Nueva York en 1890 y falleció en París en 1976. Hizo de todo: plantas, rocas y flora marina, temas etnográficos, fotografía documental, ciudades, retratos de intelectuales franceses (se instaló en París en 1955) y también se dedicó al cine documental. En 1937, rodó "The heart of Spain", y dos años antes fotografió "Redes" de Fred Zinnemann.
Esta foto se la hizo, en 1966, el gran retratista Arnold Newman, fallecido el pasado 2006.
DÍA DE SAN ANTÓN

He recibido ayer varias felicitaciones preciosas por el día de mi santo. Incluso desde Galicia, Madrid, Huesca y Barcelona. Y Zaragoza, claro. Jesús Vázquez, desde “Escúchate” de Radio Aragón, tuvo el bello gesto de llamarme en directo: fue afable y cariñoso como siempre, y hablamos de todo un poco y de “Golpes de mar”. Ayer Rosa Tabernero me escribió una de las más bellas cartas que he recibido nunca con motivo de uno de mis libros. Una de sus compañeras del grupo de lectura le dijo que había leído hasta tres veces el libro, lo cual me parece casi una exageración. O un desmedido gesto de cariño, que agradezco. El grupo ha dicho que su cuento favorito, por amplia mayoría, es “El jardín después de la lluvia”, la historia de Clara, pintora que sueña desde la enfermedad, y su hermano Alexandre, traductor en Galway y en otros lugares de Irlanda. Este cuento también es el preferido de Pepe Melero [Por cierto, vi ayer al Real Zaragoza, 60 o 70 minutos, y tiene un jugador que me encantó: Antonio Longás. Si deja de ser melancólico, si aprende a recibir mejor el balón y si tiene un pelín más de ambición, podría estar a la altura de Juan Señor. Cómo pasa el balón.Precisa más salida, garra y desparpajo: le sobran toque y visión]. Marisancho vino a traerme su libro sobre "Jánovas"; será la invitada del martes en "Borradores"...
Esta foto del circo es de 1957. Bruce Davidson.
UN FOTÓGRAFO CADA DÍA (17) / RICHARD AVEDON.I

EL PORTERO CÉSAR, INVITADO EN ¡VAYA COMUNIDAD!*

Retrato de César Sánchez
El puesto de portero ha sido cantado por los poetas. Zamora, Platko, Eizaguirre, Amadeo Carrizo; los artistas han sido porteros: Orwell, Camus, Chillida, Julio Iglesias. Siempre están ahí, con su inmensa soledad sin resquicios, jaleándose, jaleando a sus compañeros, encendiendo la tarde de gestos y de gritos. Una cámara oculta que observe a un guardameta durante los 90 minutos sería la mejor crónica posible del choque. Sobrarían las palabras. Ahí estarían el temor congelado, el abatimiento, la alegría, la exaltación, el desafuero, la decepción, la ira tras la derrota o el error garrafal, propio o del compañero de arriba. En esas imágenes se percibiría cómo el cancerbero es el principio y el final del juego. Él, como el poeta, podría decir: “En mi principio está mi fin”.
César Sánchez destacó en el Valladolid durante nueve temporadas: los castellanos casi siempre han sido un bloque más bien agonioso, a punto de desplomarse en el foso del descenso, y si se salvaban era, sobre todo, gracias a César. Sus manos parecían multiplicarse y eran cuatro, seis, ocho, una docena de aspas, un enjambre de dedos. César se transformaba en un pulpo incansable con unos reflejos sobrehumanos.
Por su impresionante trayectoria, fue contratado por el Real Madrid. Allí coincidió con el crecimiento de Iker Casillas y con un cariño sin tapujos de Del Bosque. César, que habló lo justo y se entrenó a pleno pulmón, le robó dos o tres momentos para la gloria al joven madrileño, pero hubo de irse. En realidad, él era un hombre sencillo, un tipo corriente, un portero sin más que sólo deseaba jugar todos los domingos y multiplicar el milagro de sus manos ante la solana de su red. El Zaragoza ha encontrado en él al cancerbero que andaba buscando desde hace muchos años. Si me apuran, casi desde Enrique Yarza. Ese puesto ha sido sistemáticamente puesto en entredicho: con Nieves, con Irazusta, con Junquera, con Vitaller, con Chilavert, con Mondragón, con Cedrún, con Juanmi, con Láinez, con Valbuena. Me parece que con todos, y no queremos aquí faltar a ninguno. Quizá no haya un puesto más difícil: se evidencian las salidas a destiempo o mal calculadas, la palomita innecesaria, el nerviosismo; se perciben las dudas, el clima de inseguridad, pero también el carisma, la fortaleza mental, la elasticidad, el rapto felino en décimas de segundo.
César Sánchez es un portero con personalidad, casi gritón, concentrado. Caliente, pero no áspero. Posee reflejos, tranquilidad cuando lo exige el encuentro y si es necesario arrojarse con un punto de temeridad y de locura, ahí está él. La locura, en el fondo, parece innata en estos espantadelanteros o criaturas del aire. ¿Por qué, si no, los habrían cantado tanto Alberti, Miguel Hernández, Miguel Labordeta o Peter Handke?
*Esta noche, el programa "¡Vaya Comunidad!" de Aragón Televisión, que conduce el gran Luis Larrodera, recibe al portero del Real Zaragoza César Sánchez. Y también a Carlos Martín, director de espectáculos y uno de los líderes del Teatro del Temple. Hallo esta foto en el dominio: www.chinadaily.com. Me parece estupenda. César Sánchez, por cierto, es protagonista hoy del diálogo "Entre dos" (ZTV) que se emite esta noche; participa con el político Javier Allué.
EL PADRE, EL PINTOR Y EL PÁJARO (Sobre Jorge Gay)*

EL PADRE, EL PINTOR Y EL PÁJARO
En un tiempo lejano, cuando era feliz e indocumentado, ante el mar de San Amaro en A Coruña, donde se suicidó el poeta romántico Aurelio Aguirre, leí por primera vez “Los amantes de Teruel”. Y anduve una semana estupefacto, estremecido por aquella historia. En aquellos días nos parecía que la muerte más hermosa era la muerte de amor. De Teruel sabía mucho menos que lo justo. Es decir, nada. Pero recuerdo que me imaginé una ciudad menuda y medieval, con muralla y torreones, una ciudad llena de aves que iban y volvían en la tersura de cristal del celaje. Releí el libro, y lo coloqué al lado de otras dos lecturas: “Romeo y Julieta” de Shakespeare y “Las penas del joven Werther” de Goethe.
Desde entonces, cuando tenía piel de joven marino y no podría imaginar ni siquiera en el sueño más alucinante que habría de recalar en Teruel, aquel libro, aquella historia, aquella atmósfera de emoción y besos imposibles habrían de perseguirme. Por cierto, hice una enciclopedia de los mejores besos literarios, y el beso imposible y tardío de Diego e Isabel lo redacté con una letra roja de rotulador Carioca. Lo tengo guardado en un cajón de la mesilla de la adolescencia, en un cuaderno con llave que pone “Mi Diario”.
Teruel es una de las ciudades de mi vida. Me inspiró mi primer libro en castellano, en cierto modo; aquí obtuve mi primer destino de médico consorte (fue en Camarena de la Sierra, desde cuyos montes intenté vislumbrar Teruel a lo lejos); en este mismo lugar, en este Museo, presenté “Los pasajeros del estío”; tengo dos hijos que han nacido en localidades de Teruel: Jorge y Sara; aquí he venido una y otra vez por el placer de hacerlo, por el gusto de hacer real un lugar que es como un palacio de sueños. Un fortín de visiones. O una ciudad encantada e íntima con sus torres, con sus callejas angostas, con sus atalayas, con esos miradores que se abren hacia los mansuetos y los vientos airados, y hacia los caminos de la aventura que un día tomó don Diego, hacia las encrucijadas por donde regresaría, volviendo grupas años después, para buscar los ojos de Isabel. Y los de sus amigos. Y los de su familia. Y los de aquellos convecinos que decidieron quedarse para siempre con el secreto afán de levantar edificios e inventar el fastuoso y elegante mudéjar.
Teruel no sólo era Teruel. Ni los amantes. Esos amantes que ya excitaron la imaginación de Giovanni Bocaccio y Hartzenbusch y de Lorca. Teruel era el toro errante y herido por la estrella. Y la catedral, barnizada de leyendas medievales, que adquiere ligereza de oro y piedra cuando cae la noche. Y era el Turia, con su melodía secreta de agua y fronda. Y la revista “Turia” y el Museo de Teruel, que nos enseñaría a redescubrir la creación contemporánea y el surrealismo en particular. Y era el territorio de un modernismo de aroma propio, concebido por Monguió. Y era el campo de batalla de una épica demasiado terrible donde la nieve se jugó la batalla de la libertad. Teruel también era la ciudad asediada que visitaron Robert Capa, Ernest Hemingway, Benjamin Peret, Laurie Lee, Malraux y tantos otros, turolenses y aragoneses, españoles y extranjeros, cuyo nombre jamás se llevará el cierzo del olvido.
Teruel también era la hermana mayor y el puerto de paz de esos pueblos que tienen algo de diminutos paraísos que pugnan con el olvido desde la exuberancia del paisaje, con toda la desolación del abandono. Teruel también era Albarracín. Y Cantavieja. Y Calaceite. Y Rubielos de Mora. Y Urrea de Gaén. Y Manzanera. Y Muniesa. Y La Iglesuela del Cid. Y La Codoñera, donde el padre de Jorge Gay le enseñaba a pintar grajos, aquellos pájaros que trazaban la caligrafía del vuelo con el vértigo de los días más luminosos. Una vez Jorge Gay me contó por ese extenso esa narración. No sólo me la contó: me la trasvasó a la piel, a la imaginación erizada, y se convirtió en uno de mis recuerdos inventados preferidos. Estoy seguro de que él ni siquiera lo sabe. He visto y he recreado esa estampa cientos de veces. El padre, el pintor y el pájaro. Y al fondo, los campos de La Codoñera, el cielo turolense, unánime en su embeleso, y el sueño de capturar la realidad y sus símbolos en forma de una alegoría desde la inocencia. El padre, el pintor y el pájaro.
Jorge Gay es un pintor especial. Amasado con sensibilidad, con emoción, con conocimiento del oficio. Es un poeta de la luz, de la forma, de la sugerencia y de esos objetos, tronchados o no, que adquieren en su arte la importancia de una coreografía definitiva. Son el paisaje y el entorno de una vida. Jorge Gay es un pintor alado y constructivo, que trabaja y se mancha las manos hasta cansarse. Hasta vaciarse, con la intimidad y la opulencia de un desnudo. Es un pintor de gesto literario, sobornado por la luz de París, la iluminación enfermiza de Venecia y el incendio solar de Roma y sus crepúsculos. Y es un pintor arrebatado por la atmósfera de Teruel: historia y mito, parpadeo de las nubes, memoria del futuro. Él nació del amor y sobre un suicidio inesperado: el de Cesare Pavese en Turín, aquel hombre que habló del “oficio de vivir”, aquel hombre que parecía pensar en Diego e Isabel cuando dijo en un poema: “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”.
Jorge Gay ha hecho varios murales. Muchos. En el Gobierno de Aragón, en la Delegación de Gobierno, en el Auditorio de Zaragoza, en el Teatro Principal, en el mesón de la Dolores. Pero éste no es un mural más: es un documento estético, un friso de belleza sedimentada y de alquimia visual, un bosque de gestos y de color, un compendio de emociones y sentimientos. Teruel concentrado en hermosura y signo. Una simple mirada deja bien claro que es una obra de Jorge Gay, que tiene su sello, su iconografía, la destilación estética de sus obras, que dialoga con los grandes artistas del siglo XIX, Moreno Carbonero, Fortuny, Rosales, o Muñoz Degraín (vio durante muchos años, todos los domingos, en el Casón del Buen Retiro su cuadro “Los amantes de Teruel”), y con muchos creadores del XX: Marín Bagüés, Malevich, Leger, Max Beckmann, De Chirico, Carrá. La lista sería infinita y apabullante. Y podría incluir a un turolense de hoy: Gonzalo Tena, que se ha retirado en Albarracín para escribir de Brueghel. Nada menos.
El mural habla de lo que Jorge es y siente. Representa lo que Teruel es y cómo lo siente Jorge. Está dividido en varias partes nítidas: toda la parte derecha, construida con encabalgamientos de figuras, con el supremo arte de la adenda, la mezcla y la superposición, explica las imágenes fundamentales, el patrimonio, el mudéjar, las plazoletas, la fauna, la flora, los campos roturados, las zonas de planicie, esos miradores con vistas hacia un paisaje que igual se resuelve en oteros y montañas y serranías que en magníficas olmedas. Ahí, en esa penumbra ideal donde la luz se licua de oro viejo. Y esa parte, ya contiene algunos elementos de la infamia o del rencor: hay pies y manos cortadas, cabezas aplastadas, rasgos de intolerancia y de abatimiento, búcaros caídos. Hay una denuncia de destrucción, un grito.
En el centro mismo del mural se abrazan, se besan, pelean con la fatalidad, más muertos que vivos, Isabel y Diego. Él tendido y exánime; ella, con la furiosa melancolía de la novia ultrajada. Están rodeados de cántaros, sedas, flores, sábanas, con las filigranas del tiempo y de la sinrazón. En ese gesto, tan onírico, se libra la última batalla de la pasión: Jorge Gay inmortaliza el dolor, la sensación de tiempo perdido, la cruel venganza del destino, el adiós más triste de la tierra. Ese beso, de labios y barbilla tan sólo, es un espejo: es el altar mismo de la leyenda. En toda la tercera parte, en el lado izquierdo de la pieza, aparece el nuevo amor, un sueño de futuro y esperanza. Abajo, en un lugar que bien podría tener algo de edén, entre musgo y boj, entre retamas y arbustos, duerme una pareja. Una pareja vencida tras la consumación del deseo, una pareja a la que le escapan los sueños por las orejas como si fueran lianas en fuga. Y no sólo los sueños, sino un magma nuevo de felicidad, de deleitoso abandono. En la otra muerte que es el sueño fundan un reino nuevo, y en él crecen, se multiplican, se alían otros cuerpos, otros amantes, otros ojos, la vegetación misma, en una suerte de orgía telúrica y convulsa. La orgía telúrica del Teruel indómito que existe, que aún existe. Y más arriba, se alzan otros amantes: levitan de esperanza.
El amor nuevo es el amor eterno: no sólo es pasión y deseo y entrega, no sólo es anillo de dos que fluyen como un único río de caricias y de palabras y de miradas. El amor nuevo es el amor a los otros, a los que llegan, a los que sufren, el amor solidario, el deseo de proyectar en el viento el tamaño de la ilusión, el deseo de conquistar con gestos, con delicadeza, con protestas, con orgullo y con dignidad, un lugar en el mundo, con todos y entre todos.
Jorge Gay no se olvidó del cielo: él tiene los pies en el suelo y su cerebro va de vuelo. Como el de Goya. Como esos pájaros que cruzan el aire de Teruel y lo fecundan, lo invaden, lo transportan y lo hace visible. Son los embajadores de la luz: son la poesía del amor nuevo que llega a Teruel con un pie en la tradición y el otro en la luna del porvenir. Esas aves mensajeras traerán un bosque de cultura, de compromiso, de belleza y de solidaridad. Y no deja de ser mágico que los pájaros de Teruel, los pájaros de Diego e Isabel regresen del más allá, de la creación y del misterio, y nos protejan con su cántico en un mural que se llama así: “El amor nuevo”.
*[Acabo de volver de Teruel. Anoche, en el Museo de Teruel, participé con Jorge Gay en la presentación de su mural “El amor nuevo”, que está colocado en el Mausoleo de los Amantes. Nos habían invitado Rosa López Juderías, y pernoctamos en el hotel Muddayyan. Yo leí este texto. Jorge Gay estuvo sembrado: divertido, sentimental, ocurrente, manejaba dos o tres cuadernos, con dibujos, recortes, letra de niño, letra coloreada... Proyectó un fragmento de “Los sueños” de Kurosawa y un power point con la iconografía esencial de su vida. La foto, que reproduce un detalle, es del fotógrafo Javier Burbano, que compró hace pocos meses una Nikon D-80 en Andorra, pero con toda la garantía de Nikkon España].
UN FOTÓGRAFO CADA DÍA (18) / ISABEL MUÑOZ.I

Isabel Muñoz tenía doce o trece años cuando descubrió el placer y el misterio de la fotografía a través de una cámara Instamatic. Suele decir, esta mujer intensa y morena: “Fue la fotografía quien me eligió a mí, salvándome de algoritmos y derivadas”. Alude a su idea de estudiar Ciencias Exactas. Precisaba: “Desde entonces no he podido abandonar la magia que supone mirar a través de una cámara”. Empezó a dedicarse a una actividad que le sirve, más que las palabras, para compartir y comunicar. Isabel Muñoz tiene algo de narradora desde el silencio: busca imágenes que cuenten historias sobre la gente, sobre la existencia, “que me susurren secretos y deseos al oído o que me griten cosas que necesitan ser contadas”.
Nacida en Barcelona en 1951, se trasladó a Madrid con apenas veinte años: aprendió los secretos del oficio con su maestro Ramón Mourelle y ejerció de ayudante de Eduardo Momeñe. Trabajó durante algún tiempo por libre, a su aire, atraída por el lenguaje del deseo, por la arquitectura sensual de la piel, por el gesto de un pie que avanza, por un contoneo tan bello como malicioso, tan desenvuelto como un paso de baile. Realizó labores de foto fija en “Sal gorda” (1982). Apasionada de la técnica, decidió marchar a Estados Unidos porque “quería añadir la sensualidad del papel de acuarela” a sus fotos y abrazó una técnica, que se remonta a 1914: la planotipia, que consiste en emulsionar papel de acuarela con sales de plata, lo cual le ha dado una intensidad, un tono, una atmósfera y un contraste particulares a su quehacer, tan variado y tan coherente.
Como otros muchos creadores de fotografía, Isabel Muñoz suele trabajar por temas. Temas que se convierten casi en una enciclopedia de texturas, en un álbum de contrastes, en un canto de la vida. En su trayectoria, caracterizada por una manera de ver, por un lenguaje sensual y sexual, por un hilo incesante de emoción, Isabel Muñoz ha abordado asuntos como el flamenco, el tango y la danza. Alguna vez le hemos leído que sus padres bailaban muy bien el tango y que le contagiaron la pasión por el movimiento. Se ha acercado a la tauromaquia y ha exaltado la belleza física, el desnudo, la rotundidad de las curvas, la pulsión primitiva del erotismo (impulsada por las imágenes y los protagonistas del cine pornográfico, investiga ahora en ese campo), pero en ella hay además una veta social, un compromiso con el mundo y con los que sufren, que la ha llevado a analizar y a fotografiar la prostitución en Camboya, la violencia en El Salvador y en Etiopía, las culturas africanas. Su trabajo con las tribus africanas, tan ritual, ofrece algunas semejanzas con los que han realizado Werner Bischof o el propio Irving Penn, pongamos por caso.
Isabel Muñoz ha expuesto mucho en Aragón: en la lamentablemente desaparecida Tarazona-Foto, en Spectrum, en distintas colectivas, ahora figura en la colectiva "Diez miradas" en el Museo de Teruel. El pasado mes de octubre presentó en la Centro Cultural de la Villa de Madrid una retrospectiva de 251 fotos, bajo la dirección de Publio López Mondéjar. Ahora llega a Huesca este mundo tan personal, tan lírico y poderoso a la vez, de obra tan exigente y de grandes formatos. En el catálogo de la exposición “Miradas de mujer. 20 fotógrafas españolas”, que se presentó en Segovia en 2005, decía que su fotografía se alimenta de una memoria sentimental que abraza a Rodin, Henri Moore, Velázquez, Goya, Bacon, Klimt (tan de moda estos días), Mies van der Rohe, Nijinsky, Canales o Víctor Ullate, por citar algunos nombres. Y, entre los fotógrafos, citaba a Lewis Carroll, Alfred Stieglitz, Avedon, Irving Penn, Mapplethorpe o Momeñe. Ella, morena y penetrante, escrutadora de cuerpos y almas, mira y arrebata: pone el corazón en el fondo de su retina y atrae al corazón que mira como un imán.
*Ésta es una de mis fotos favoritas de Isabel Muñoz.
UN FOTÓGRAFO CADA DÍA (19) / SERGIO GONZÁLEZ

El fotógrafo Sergio González realizó el pasado mes de octubre esta foto a Isabel Muñoz en su estudio para el periódico "20 minutos". Me ha encantado el retrato de la fotógrafa en su estudio, y lo traigo aquí. La foto ilustraba una excelente entrevista de Ignacio Gómez, aparecida el 25.10.2006.
EL CANON DE MIGUEL ÁNGEL LAMATA*

[Ese joven espigado y sentimental, lo es tanto que su pasión oculta es la poesía, Jonás Trueba, lleva algunas semanas realizando el canon de películas de distintos directores en su blog y en el de Plot. Hace unos días incluía el del director aragonés, aragonés de Zaragoza, Miguel Ángel Lamata. Lo copio aquí y lo pongo. Conversaré con Miguel Ángel Lamata el próximo miércoles, en el Centro Valero Lecha de Alcorisa (Teruel), a las 19.30; también iba a estar en la charla Luis Alegre, pero esos días tiene rodaje de "Reservado" en Madrid. El día 28, es sabido, recibirá el premio Goya al mejor documental. O eso espero, claro.]
Una con truco final: El club de la lucha (David Fincher). Hay dos trucos finales por excelencia. 1. El malo no existe. 2. El prota está muerto. Y da igual las veces que los hayas visto; si se hace bien, es cojonudo. En mi opinión, los dos mejores finales con truco son El club de la lucha y Los otros (Alejandro Amenábar). Aunque el truco final de Volver (Pedro Almodóvar) también tiene su guasa: la muerta (Carmen Maura) resulta que al final está viva.
Una de Spielberg: La lista de Schindler. Tiene que haber una de Spielberg. Y si Tiburón o En busca del arca perdida se hubieran hecho antes de 1990, habría tres de él en esta lista.Una ineludible: Pulp Fiction (Quentin Tarantino). ¿Cómo coño no incluirla? Su estilo es el más imitado de las últimas décadas. Y Tarantino el único que ha logrado intelectualizar la macarrada más salvaje.
Una de malos que molan: Uno de los nuestros (Martin Scorsese). No quiera dios que falte en esta lista una buena peli de antihéroes, una de tipejos que no pueden ser más chungos pero que, aún así, molan. Además, es obligatoria; al menos un poco más que Trainspotting (Danny Boyle), El silencio de los corderos (Jonathan Demme) o Sin perdón (Clint Eastwood).Una de modernetes: Olvídate de mí (Michel Gondry). No sé muy bien en qué consiste ser moderno. Pero si existe el colectivo moderno, jamás me admitirán en su seno si no pongo esta peli, o Corre, Lola, corre (Tom Tykwer) o Carretera perdida (David Lynch) o Los Tenenbaums (Wes Anderson)… que modernas o no, me encantan.
Una de misterio: Sospechosos habituales (Brian Synger). Hay pelis que juegan contigo como si fueran una amante caprichosa. Bueno, la verdad es que no he tenido nunca una amante caprichosa, pero como metáfora no está del todo mal, ¿no? Abre los ojos (Alejandro Amenábar) o Seven (David Fincher) también son amantes caprichosas.
Una de risa: Balas sobre Broadway (Woody Allen). A esta la tengo un cariño enorme porque la adapté a la escena en mis años mozos de teatrero universitario. Y porque me hace reír tanto como Atrapado en el tiempo (Harold Ramis), Qué ruina de función (Peter Bogdanovich) o Torrente (Santiago Segura).
Una de las de toda la vida: JFK (Oliver Stone). Es Frank Capra con la locura del Coppola más pirao. Y mola mucho el rollito setentero que tiene a ratos. Además, te toca la fibra sensible. Y resulta que me encanta llorar en la oscuridad de un cine, como hice con Bailando con lobos (Kevin Costner), Ellas dan el golpe (Penny Marshall), Belle Epoque (Fernando Trueba) …
Una macarrada: Terminator 2 (James Cameron). Me gustan las películas de acción. Y cuantas más cosas vuelen por los aires, mejor. Esta es una cumbre del género. Me encantaría hacer una así de mayor. Pero también me vuelven loco Matrix (hermanos Wachowski) y El día de la bestia (Alex de la Iglesia).Una de tipos duros: L.A. Confidential (Curtis Hanson). Disfruto enormemente las de polis que se enfrentan a polis y/o políticos corruptos. (En realidad la que me apetece poner en este último apartado es El último boy scout (Tony Scott) pero me da vergüenza. Así que la nombro entre paréntesis y ya está.)
Miguel Ángel Lamata. Consultar el canon de otros cineastas.
*La foto es de Weegee, conocido como "El ojo público", tal como lo encarnó Joe Pesci.
HISTORIA DE UN ESPERANTISTA Y PASAJERO DEL STANBROOK

LAS VIDAS DE ANTONIO MARCO BOTELLA
Antonio Marco Botella necesitaría una segunda vida: compraría meses y años, y sería capaz de hacer un pacto con el diablo para que le devolviese la memoria. Día a día, por la obstrucción de la venas carótidas, acusa su pérdida. Le cuesta recordar ya el nombre o el rostro de aquel profesor argelino que le habló, en un campo de concentración, del imperio desvanecido de Al-Andalus. Para combatir los estragos del tiempo se levanta temprano, y se sienta ante el ordenador: apura sus memorias, traduce poemas al esperanto o vierte el volumen “Lirikaj perloj de Al-Andalus” al castellano. Por la tarde pasea, escribe de nuevo y hace crucigramas en su estudio ante los cuadros de su mujer Pilar Gayarre.
Nació en 1921 en Callosa de Segura (Alicante), una población industrial de quince mil habitantes, famosa por el cáñamo y el lino que recogía. Allí trabaja todo el mundo y a destajo: desde las cinco de la mañana hasta la diez de la mañana. Antonio conserva varias imágenes: los niños, a partir de los seis años, ya empezaban a hilar ante sus padres, envueltos con un fajo de cáñamo, con el cual se hacían las redes de pescar; corría el dinero a espuertas y abundaban los cafés, las tabernas, los individuos inclinados a la aventura. Al principio, el joven, segundo hijo de un modesto empresario de rastrilladores de cáñamo, iba a un colegio privado, denegrido y sucio, habitado por cucarachas y piojos, en el que le obligaban a cantar el Padrenuestro. Luego, ante la pujanza de los colegios krausistas, Primo de Rivera se sacó de la manga las Escuelas Graduadas; Antonio acudió a la recién creada en Callosa y allí atisbó “por primera vez la modernidad: por la calidad de los profesores, por la arquitectura misma del recinto, luminoso, de paredes blancas, y por los métodos de la enseñanza. Recuerdo que nos explicaban la historia de los árabes, por ejemplo, a través del castillo de la localidad”. El muchacho perdía la cabeza por el fútbol y los juegos de “palomas y gavilanes” y el marro. Aunque lo que le hacía soñar eran las películas de cine mudo con narrador: la entrada costaba quince céntimos y se proyectaban obras por episodios, “el héroe nos dejaba hasta el domingo siguiente a punto de morirse. Nos pasábamos la semana entera en vilo”. Antonio tenía otra pasión: la prensa, las revistas, el papel escrito. Observó que el lugar donde siempre los había eran las barberías: le pidió a su padre que le dejase entrar de aprendiz en un local con el único objeto de estar cerca de la información, de las fotos.
Cuando aún no había salido de la adolescencia del todo, estalló la Guerra Civil. Ya había visto, con sus voraces ojos, que se vivía bajo un estado anímico político muy encendido. En una ocasión se había organizado una huelga bastante salvaje durante 40 días: no se dejaba trabajar a nadie, las tiendas se vaciaron de inmediato y se pasó hambre y necesidad. “Los chicos nos íbamos a las huertas a robar naranjas y manzanas”. Aquella realidad violenta reapareció el 18 de julio de 1936; en 1938, tuvo que incorporarse a filas del ejército republicano, que era el suyo, al Frente de Levante. En poco más de dos semanas vio el horror de cerca: la muerte de compañeros o el poderío armamentístico del ejército de Franco. “Tenía muchas más armas que nosotros y disparaban con locura: aquello era un infierno y una locura”. A él y a muchos compañeros, que ya no vislumbraban esperanza, el país se desplomaba hacia el abismo del totalitarismo, les ofrecieron un pasaporte para México en el barco inglés Stanbrook, objeto de una novela de Rafael Torres “Los náufragos del Stanbrook”. Hasta en eso fue desdichado: se enteró de que su hermano Roque, aviador, había desaparecido y de que el dinero sólo le llegaba hasta Orán, donde desembarcó y fue alojado con cinco mil presos más en un campo de concentración de los franceses. Allí permaneció 17 días sin comer apenas (un kilo de pan se repartía entre una docena de hombres), sólo había un retrete para mil personas y todos, todos, hacía sus necesidades en el mar. Luego trasladaron a los prisioneros, “nos consideraban criminales, asesinos”, al campo de Boghary. Permaneció ocho meses bajo la sombra amenazante de los soldados senegaleses y sus bayonetas.
Los presos empezaron a organizarse y se impartieron cursos de Astronomía, de Gramática y de esperanto, entre otras materias. Antonio, que apenas tenía 18 años, fue el profesor. “¿Por qué el esperanto? Entonces éramos idealistas. Nos parecía el idioma del entendimiento, y pensábamos que si nos entendiésemos todos, se acabarían las guerras. Era el idioma de la paz”. Los reclusos tenían equipo de fútbol, bandas de músicas, coros, tertulias. “Las autoridades cambiaron de pensar: no éramos asesinos. Así que crearon un campo de concentración de intelectuales en Cherchel para 300 personas”. A Antonio lo vino a un buscar un día un agricultor de origen español, Vincent García, para que fuese capataz de su hacienda de hortalizas; lo intentó, pero se le burlaban los obreros, y renunció. Mr. García no le dejó irse y le facilitó otro trabajo como peluquero para europeo. Dos años después volvió a casa, volvió al cáñamo y, tras residir en Granada y Sevilla, recibió una oferta de empleo para dirigir una sección de la fábrica de tejidos de Caitasa en Zaragoza. Era el año 1949: Antonio vino para quedarse y para traer sus obsesiones. Se integró en Montañeros de Aragón y visitó el Centro de Esperanto de Zaragoza de la calle de Santa Isabel. Supo que ya no se daban clases y que los esperantistas se reunían más o menos en secreto. Fue a verlos al Café Levante y les dijo: “El esperanto no está prohibido. Está mal visto”.
Empezó a dar clases, y poco después sus alumnos eran visitados por la policía por la noche. “No les hacían daño, pero les preguntaban por qué aprendían un idioma que era de rojos, de rusos. Un día vino a verme un policía al hotel donde vivía y me hizo la misma pregunta. Le dije que Stalin estaba matando a esperantistas. No se lo podía creer”. Antonio no ha parado de trabajar desde entonces, pero nunca olvidará su primera visita a la Aljafería. “La encontré llena de soldados. Dije que me gustaría verla. Me dijeron que era imposible. Pero no sé lo que hice que convencí a un suboficial que me enseñó el Salón del Trono lleno de fusiles que salían hasta por las ventanas o la estancia donde nació una de las hijas de los Reyes Católicos: allí iban a orinar los soldados. Apestaba. Me encanta la Aljafería: allí encuentro muchas estampas o escenas que aparecen en mis libros hechas realidad. Es una gran joya”. Asume el fracaso del esperanto, que ha pasado de varios miles a un centenar apenas: “Tengo la esperanza de que un día la gente se dé cuenta de lo práctico y sencillo que es”.
Se ausenta un instante y vuelve con sus inéditas memorias de 227 páginas, que acaban así: “Yo seguiría mi vida, y algún día volvería a escribir, porque seguro que tendría algo que contar...”
MARGARITA ARTAL A CABALLO*

MARGARITA ARTAL A CABALLO
La gente se acostumbró a él y a sus rarezas, pero aún así se hablaba de Salustio Bienzobas más de oídas que de otra cosa. Los rumores se extendían, iban y venían con los trenes, con las tartanas o con el autobús de dieciséis plazas, pintado de amarillo, de Floreal Sánchez que se encargaba de comunicar el pueblo y las casas de campo con la estación de ferrocarril. Hubo un momento en que empezaron a dedicársele romances y coplas burlonas. Unos aludían a sus dos amantes, Eucaristía, mujer madura y generosa de carnes, más ama de llaves que amante, según algunos, y Clara, morena, esbelta y juvenil, primorosa como una flor de primavera. Otras invocaban sus misterios: Salustio Bienzobas era noble y rentista pero atravesaba por épocas de absoluta ruina. Sus compañeros de francachela, los que iban a visitarlo en su quinta de El Salobral, al lado del río Jiloca, le hacían préstamos, igual que Del Val, el vinatero, y Tomás Alegre, el dueño del colmado. De repente, a la vuelta de dos meses, aparecía con un fajo de billetes que se sospechaba que le habían llegado de Italia a consecuencia de lo que el romance llamaba «una herencia italiana de locos amores.»
Salustio era un bohemio, amigo de tertulias privadas y buen lector. Todo lo contrario que su hermano Sócrates; éste sí se mezclaba con la gente en las tabernas pero pasaba inadvertido. Nunca despertó curiosidad a pesar de que usaba un gorro de astracán y llamaba señoras a todas las mujeres. Carecía de misterio por exceso de simplicidad. En Salustio nada era previsible: lo mismo secuestraba a medianoche a los hombres casados del pueblo para unas manos de guiñote sin advertir a nadie que organizaba una excursión a caballo a la finca de El Castillejo, donde Blasco Ibáñez descansó un par de veranos, o un fin de semana de cacería en la sierra de Albarracín. Lo mismo aterrizaba en una avioneta ante el asombro de Agudo, el controlador del modesto campo de aviación, que no había recibido señales por la emisora, que sustituía a la maestra doña Salvadora en la clase de los jueves por la tarde.
Perfecto conocedor de la literatura, su pasión era Juan Ramón Jiménez y en particular Platero y yo. Era tanta su fascinación por aquella prosa sentimental y delicada que jueves tras jueves leyó e hizo leer a los chicos la historia del burro de Moguer; pero su porfía no terminó ahí. El pintor uruguayo Rafael Barradas permaneció durante una larga convalecencia en un pueblo próximo a El Salobral y a Calamocha: Luco de Jiloca. En él se enamoró de una paisana, la cortejó hasta seducirla, se casó y realizó numerosos dibujos a lápiz y a plumilla, así como el ciclo solanesco de Los Magníficos. Salustio fue a visitarlo y le entregó un ejemplar dedicado por el poeta. Le dijo: «Don Rafael, me gustaría que le hiciese dibujos para los chicos.» Y así lo hizo, aunque se reestableció y se marchó antes de que concluyese el libro. Dejó un total de 37 láminas a todo color de formato medio. Se dijo que Salustio persiguió al artista por Madrid, cuando empezó a hacer decorados de teatro y lo mejor de su pintura, y que le entregó un poco de dinero para que no olvidase el encargo.
Más de treinta años después, el bohemio preguntó quién era el alumno más inteligente de clase y el que tenía mejor letra. «Algás, Angelillo Algás», le contestaron. Y allí mismo, ante todos, aleccionó al niño para que cursase una carta al poeta que se había exiliado en Puerto Rico. La leyó en alta voz. Tenía un fino timbre de cantor y monaguillo. El objetivo de la misiva era que Juan Ramón Jiménez diese permiso para que se imprimiese una edición de Platero y yo, ilustrada con aquellos dibujos de Barradas, para los estudiantes de la comarca: Calamocha, San Martín del Río, Lechago, Luco, Báguena, Burbáguena, etc. El joven se había preocupado de explicar quien se encargaría de todo --«Salustio Bienzobas: profesor, hombre de letras y enamorado de sus palabras, señor poeta»-- y recalcaba un ínfimo detalle que nadie entendió: el volumen llevaría en sus primeras páginas una rama de perejil impresa en línea verde. Al cabo de un mes, en la escuela se recibió una carta escrita a máquina, firmada por la desconocida Zenobia Camprubí Aymar. Angelillo Algás leyó de nuevo: «El maestro está enfermo y no se imagina muy bien el proyecto. Les agradece su interés pero les deniega el consentimiento. Ese país, que también es el suyo, sólo le trae ingratos recuerdos.» Desolado, Salustio no quiso volver a escribir pero sí le enseñó a Angelillo Algás cómo debía mandarse un telegrama: el niño, en nombre de todos, felicitó al escritor cuando le concedieron el Premio Nobel de Literatura. Y a partir de entonces, nació otro rumor: se decía que, finalizada ya la herencia italiana, el bohemio vendía los dibujos de Rafael Barradas, alias el uruguayo, en Madrid y Barcelona para sobrevivir con la dignidad de antaño.
El Salobral era y es una finca paralela al río y al camino que conduce al convento de los Concepcionistas y atraviesa la fábrica de mantas Daudén, que tenía concierto con el ejército y fabricaba guerreras, capotes, embozos y gorras. En los alrededores crecen perales, manzanos y chopos. Un manto de tierra roja y llana avanza entre los lirios y los campos de alfalfa. Su vasto dominio se había convertido en el mejor refugio de Salustio, de sus amantes o amas de llaves y de su enorme perro Sarito. Desde la orilla del Jiloca seguía el tránsito del tren y su negrísima vaharada, oía su bufido evocador, su espasmódico traqueteo, saludaba si estaba de buen genio al maquinista Olegario Cerezo. Allí, en el caserón del siglo XVIII, se sentía muy cómodo, resultaba hogareño y dicen que también algo escandaloso en sus hábitos privados: más de una vez, cuando volvía en bicicleta de dejar a su novia en Los Gascones, Atín Sánchez --conductor de los coches de viajeros de su padre desde los once años--, oyó unos suspiros, unos quejidos acelerados y un grito final que se elevaba por los aires como un bramido de toro. De allí salió otra alusión procaz en las coplas que se cantaban en carnaval.
Pero lo más sorprendente de Salustio, ese episodio que forma parte de la leyenda, fue su historia de amor con Margarita Artal. Para muchos ella fue sólo un nombre, una aparición vespertina de El Salobral, el cuerpo intangible de un sueño de enamorado constante. Atín Sánchez lo niega. Dice que él mismo la trajo desde la estación: no se parecía en nada a ninguna de las otras dos. Era rubia, de una edad inconcreta pero muy joven y etérea. «No parecía de este mundo --relató Atín--. Me quedé mirándola fijamente como un tonto y cuando le di la maleta, ante el caserón, me dijo: "No enloquezcas. Soy de carne y hueso y a veces bostezo". Salustio salió a recibirla.» Al poco tiempo empezó a vérsele a caballo, completamente desnuda o vestida tan sólo con un tul de muselina, paseando por la ribera del río, en los límites de la finca. No se fijaba en nadie: llevaba rumbo incierto, aplastaba la carne contra el lomo de la yegua y a medida que se alejaba se fundía con el horizonte, desaparecía como una amazona que se vuelve invisible de golpe.
El maquinista del tren que hace el recorrido Zaragoza--Teruel y viceversa la vio un día. Y otro día. La visión era siempre idéntica: aquella piel que se le antojaba de nata, el busto airoso, los pechos agitados violentamente por el galope del animal, la melena. Todos los pasajeros --sobre todo los asiduos-- se percataron del fenómeno: Margarita Artal salía a caballo al atardecer en cueros. Al adentrarse en El Salobral el maquinista reducía la velocidad y se deleitaba con la aparición, que justificaba no sólo sus viajes y la rutina de las señales, sino que se levantase cada mañana. Su vida tardó en recobrar el pulso normal de los acontecimientos. Alguien se apostó entre los matorrales de la ribera y empezó a disparar al tren cuando había aminorado su marcha. Nunca se supo quien lo hizo cinco, seis o siete veces, pero todos dicen que fue Salustio Bienzobas. O sus amigos de parranda y de cacería, a algunos de los cuales había obligado a fuerza de pistola. Desde entonces, el tren pasa a toda velocidad por El Salobral.
Hemos dicho que en el pueblo --en las jamonerías, en las tabernas y en la barbería de Ciempicos-- aseguraban que aquella mujer no había existido nunca. Después del incidente, ya no hubo dudas: para todos Margarita Artal era una invención más, un espejismo de mentes calenturientas como la del enamoradizo Atín o como la del maquinista Olegario Cerezo, que incluso presentó una denunca por agresión en el cuartelillo y solicitó que le cambiasen de línea. Hace no demasiado tiempo, un hallazgo confirmó que Margarita Artal no fue un espejismo tan sólo: el cardiólogo Ángel Artal compró en el rastro de Zaragoza una edición no catalogada de una Historia de Calamocha, escrita por un tal Avechina, que fue secretario de Joaquín Costa en Madrid y experto en el cultivo del azafrán. En su interior halló la única foto que existe de esta criatura imposible, a caballo: el anciano Patricio Julve, no tan viejo entonces, la captó cerca del río cuando pretendía desmontar. La foto debió de ser tomada desde el tren porque está ligeramente movida, aunque el enfoque es correcto.
El cardiólogo ha puesto el retrato en un lugar principal de su biblioteca. Cada vez que alza los ojos y ve a la mujer con una nalga en el aire y uno de los muslos afirmándose en el estribo siente una indecible nostalgia y se lamenta de que Margarita Artal no fuese una antepasada suya. Y piensa en lo afortunado que debió ser el fallecido Salustio Bienzobas, enterrado a la sombra de una chopera, junto al río, bajo un epitafio que dice: «Cazó, amó y leyó a Juan Ramón Jiménez.»
[El pasado viernes, camino de Teruel, pasamos con Jorge Gay por la orilla del Jiloca: Martín del Río, Luco, Báguena, Burbáguena, Calamocha... En sus choperas, hacia las cinco y media de la tarde, había una luz velazqueña, de oro puro disuelto en el aire. Al pasar por allí recordamos al doctor Ángel Artal Burriel, al que antes yo veía tanto, y recordamos sus historias de Calamocha y su memoria prodigiosa. Husmeando en el corazón de mi ordenador, de mis ordenadores, encuentro este cuento, el primero de mi libro Los seres imposibles (Destino, 1998), que es uno de mis favoritos, y lo pongo aquí en honor del médico que me contó muchas cosas de este relato y que me habló de la estancia de Rafael Barradas en Luco de Jiloca.]
La foto de esta chopera la realizó Jorge Santidrián.
DIEGO MILITO EN AVISPAS Y TOMATES, ESTA NOCHE

DIEGOL ENCARNA AL DELANTERO MODERNO
CON MOVILIDAD Y OLFATO
Argentina es una cantera universal del balompié. Tiene jugadores de todas las características: pateadores, forzudos, artistas, rematadores, correcaminos. Borocotó, el redactor de “El Gráfico” durante tres décadas, escribió: “El futbolista argentino se forja en dos sitios posible, el potrero o el baldío; es un pícaro de rancho o un pícaro de arrabal”. En los últimos años, ha contado con grandes delanteros centros: Yazalde era el cazagoles por naturaleza, olía el balón, el fallo, el pase por sorpresa, y siempre terminaba igual: toca Yazalde y adentro, rezaba el comentarista. Canniggia parecía un niño de arrabal, uno de esos jugadores que llevan una pila incansable en el corazón y el secreto de la picardía y del remate letal. Batistuta era el bombardero insomne: le daba igual donde cogiese el balón; se giraba sobre sí mismo, miraba la portería y allá iba su zambombazo. Obús imparable a la vista. O un puñal de piedra antigua dispuesto a horadar la red. Hernán Crespo es el ariete clásico, de movilidad y de dribling, que se desmarca y resuelve en un palmo de terreno. Controla, acomoda, devuelve, cabecea. De todos ellos, al que más se parece Diego Milito, apodado “El príncipe” (por cierto, el Real Zaragoza ya tuvo un príncipe urugayo: Rubén Sosa), es a Crespo. Quizá por ello Pekerman no contase con el zaragocista en el Mundial de Alemania.
Diego Milito es el delantero centro moderno y clásico a la vez: constante, que recibe y esconde, que se desmarca, que juega entre líneas, al límite del fuera de juego, y marca con relativa facilidad, con una variada gama de impactos. La pasada temporada Diego Milito dio la medida de sus posibilidades: cosechó 21 tantos entre Liga y Copa del Rey, y logró una auténtica gesta: en una noche mágica ante el Real Madrid, en La Romareda, obtuvo cuatro goles. Cuatro. El rostro de Iker Casillas era de pura desolación. Se dice pronto. Fueron goles que definen sus aptitudes: goles de pillo, goles impecables como el segundo, goles de cabeza, goles de delantero que posee movilidad, aristas, ambición, agallas, valentía. Aquella fue la noche del 6-1. El jugador firmó una alianza secreta con Ewerthon y lograron un rendimiento espectacular: tras la pareja Ronaldinho y Eto’o, la mejor fue la de ambos. Ewerthon y Diego se entendieron, se complementaron, se fajaron juntos, aunque tras la inesperada derrota ante el Español, su rendimiento bajó. “El Príncipe” empezó a desaparecer o, cuando menos, perdió en la recta final su inspiración, su instinto. Por eso, Diego Milito dejó de contar para Pekerman.
Víctor Fernández ya ha recordado que es y será un jugador decisivo en su conjunto. Seguro que espera, ahora más que nunca, que haga honor a la prolongación ideal de su nombre. No diga Diego, cante Diegol.
*Esta noche, hacia las 21.45 el programa "Avispas y tomates" de Aragón Televisión, que conduce Juan Martínez, recibe al goleador Diego Milito. Hice este retrato a inicios del campeonato y lo cuelgo aquí a modo de recordatorio del programa de esta noche. ¡Viva Diegol!
MARISANCHO, GOYA, AUTE y OTROS, EN BORRADORES*

NUBOSIDAD VARIABLE ACTÚA ESTA NOCHE
Borradores recibe esta noche, a las 24.00 (Aragón Televisión) en el plató a los aragoneses "Nubosidad Variable", un grupo de pop rock independiente que tocarán dos temas del nuevo single en proceso de mezcla "El hermano Sebastián". También recibirá a la escritora Marisancho Menjón, que acaba de publicar "Jánovas. Víctimas de un pantano de papel" y a Paco Rubio, un taxista de Zaragoza que ha publicado un libro con sus poemas y que nos recitará uno para cerrar el programa.
Además, Borradores se acerca hasta Teruel para presentarles la exposición de España 10 miradas, una exposición que recoge el trabajo de 10 fotógrafos (Navia, Ricky Dávila, Castro Priento, García Alix, García Rodero, Isabel Muñoz...) y, desde la librería Serret en Valderrobres, librería especializada en las comarcas del Mataraña y Bajo Aragón, Octavio Serret nos recomendará libros en catalán.
Borradores también se acerca hasta la Galería Spectrum Sotos para hablar con Fernando Navarro y ver su exposición "Como decíamos ayer...96-06", que mezcla la escultura, el collage, la fotografía y el grabado. También se mostrará la última exposición de Fernando Martín Godoy en el Torreón Fortea de Zaragoza, así como una espectacular selección de obras de Goya y otros autores de su época bajo el nombre de "Goya y el Palacio de Sobradiel", actualmente expuesta en el Museo de Zaragoza. Aute también tendrá su espacio en Borradores ya que recientemente ha publicado un libro recopilación con las letras de muchas de sus canciones, "Días de amores".
*Marisancho con su libro de Jánovas en Cálamo. Esta nota ha sido redactada por Ana Catalá.
HA MUERTO KAPUSCINSKI. UNA ENTREVISTA DE JULIO VILLANUEVA CHANG

[Falleció ayer alos 74 años de edad Ryszard Kapuscinski, el maestro del reportaje, el hombre que convierte el periodismo de investigación en una constante obra de arte. A mi espalda tengo sus libros, todos publicados en Anagrama, "El imperio", "Un día más con vida", "Los cínicos no sirven para este oficio (Sobre el buen periodismo)",ese libro de conversacioness y de autobiobrafía, "El mundo de hoy", "La guerra del fútbol", "Ébano", "Viajes con Heródoto" o "Lapidarium IV". Rafael Bardají soñaba con traerlo al máster de Heraldo, Fernando García Mongay al congreso de Periodismo Digital de Huesca, Gervasio Sánchez siempre me contaba alguna historia de él... Era un referente, un maestro: ese patriarca de dulces maneras que se atrevía a todo: denunciar cualquier fragmento de injusticia. No tengo tiempo ahora de glosar su figura, y recupero una memorable entrevista-reportaje que le hizo en 2001 para La Nación de México el periodista Julio Villanueva Chang, tan conocido entre nosotros, objeto además de un libro de Fernando García Mongay].
Entrevista con Ryszard Kapuscinski
La vuelta al mundo del nuevo Ulises
Con sus reportajes, el autor de Ebano y La guerra del fútbol ha elevado el periodismo y la crónica de viajes al nivel de la literatura escrita por los grandes creadores de los siglos XIX y XX. Para contar las transformaciones que han sacudido a Europa, los Estados Unidos y América latina dialogó con miles de personas y recorrió un itinerario que lo llevó desde el corazón de Africa hasta el vasto territorio de la ex Unión Soviética. En esta conversación habla de los libros que le enseñaron el oficio en el que hoy es un maestro.
Hay en sus ojos un parpadeo nervioso, como si lo hubiesen despertado bruscamente de un sueño. En verdad, estaba en su cama leyendo a pierna suelta antes de esta cita a la hora del desayuno. Kapuscinski me había prometido una conversación sobre sus primeras lecturas después de terminar el taller que dictó para la Fundación Nuevo Periodismo en la Universidad Iberoamericana. Esta mañana el autor de El Emperador luce una calvicie despeinada, se ha librado de la corbata de los últimos días, pero aún conserva ese andar pendular de oso, ese rostro tan redondo y sonrosado como el de su paisano el Papa, una catadura como de tomate sin madurar, en un estado de pudor permanente. La primera vez que lo vi pude ver también su pasaporte: Kapuscinski había llegado a México el mismo día de su cumpleaños. No se lo dijo a nadie. Lo ilusionaba conocer a García Márquez, otro de los piscis más famosos del mundo, que iba a celebrar su cumpleaños tres días después y a comerse unos tacos con él.
Durante el año 2000, Ryszard Kazimierz Kapuscinski había viajado treinta y tres veces por el mundo. Ya era hora de volver a sentarse a escribir. Pero ahora K. acaba de descender de su habitación en el Flamingos Plaza para darme malas noticias: "Tenemos sólo unos minutos. Debo irme", me dice en su español de europeo del este.Ha revisado su reloj un par de veces durante el último cuarto de hora. Kapuscinski debe partir otra vez, volar de vuelta a Varsovia para encerrarse a escribir con los seis sentidos puestos en América latina, el tema de su libro vigésimo primero. Su esposa, una pediatra que alguna vez me dijo por teléfono que K. estaba de viaje, lo espera siempre como Penélope a Odiseo, porque hasta hubo una época en que no se comunicó con ella durante casi cincuenta meses. "No le escribo cartas ni la llamo por teléfono cuando estoy trabajando. Hay que viajar solo, aprender un idioma, involucrarse con la gente y no puedes estar pensando en tu familia", me había contado en otro desayuno en el que también me comentó su entrañable amistad con ese místico del teatro llamado Jerzy Grotowski. K. es la prueba de que el periodismo es una misión y de que leer y escribir no es más que un aprendizaje de la soledad. Wojtyla, Kapuscinski y Grotowski, los polacos más universales de la Tierra, tienen en común haber sido misioneros en el ejercicio de la religión, el teatro y el periodismo. K. escribe sus libros a mano y nunca los corrige. "Me siento muy mal cuando no escribo, con un complejo de culpa", me dice como si esta entrevista fuese un tropiezo más entre él y las palabras, un tropiezo más entre él y el siguiente avión.
K. se siente tan culpable de los libros que aún le quedan por escribir como de los libros que ha dejado de leer. Debería pedirle disculpas, pero me pido un café, y Kapuscinski se pide un vaso de agua. Decía que no era de esa clase de hombres que se habían criado en un cuarto de juegos y que Joyce escribía cartas admirables a los doce años, a la misma edad en que él corría descalzo y medio desnudo detrás de las vacas sin haber leído un solo libro. "El primer libro que leí no tiene ninguna importancia. Eran las memorias de un muchacho de escuela secundaria en la Polonia del siglo XIX." A sus sesenta y nueve años cumplidos, Kapuscinski desdeña sin piedad esa especie de Corazón escrito por un Edmundo d' Amicis polaco, un libro infantil y melodramático, nada memorable en la bolsa de valores de la literatura. "Gente como Joyce nació en los apartamentos de sus padres y sus abuelos, que estaban llenos de libros y así empezaron a leer -me recuerda K-. Yo nací en una familia muy pobre que vivía en la parte oriental de Polonia. Al estallar la guerra fue ocupada por las tropas armadas soviéticas, entonces tuvimos que huir hacia Polonia central y vivir en una aldea aún más pobre y más analfabeta, donde no había ningún libro."
Sólo después de la Segunda Guerra Mundial, Kapuscinski pudo hallar por azar el primer libro de su vida en el apartamento de un amigo. K. se rehúsa a usar computadora. No tiene e-mail. Si uno quiere conversar con él, hay que escribirle una carta o enviarle un fax a su casa de Varsovia. Siempre fue un autodidacto. "Durante la guerra, los polacos no podíamos estudiar más que siete años de primaria. Era como vivir en un desierto." Kapuscinski escapó de ese desierto cuando fue a la Universidad de Varsovia, a la que tampoco le sobraban libros. "Yo podría decir que mis lecturas recomendadas empezaron cuando tenía unos veinticinco años." Su historia es muy extraña para quienes creen que sólo se puede ser un lector voraz si se ha tenido esa gula de libros desde niño. "No fue ése mi caso. Y no porque no quisiera, sino porque no tenía nada, ni siquiera zapatos. Mi educación fue muy atrasada en el sentido de que todo lo empecé muy tarde: comencé a leer muy tarde, a escribir muy tarde, a estudiar muy tarde, y todo por la guerra. Puedo decir que esos diez años más formativos en el ser humano, entre los nueve y diecinueve años, yo los tuve perdidos." Su parto de escritor se produjo cuando tenía dieciséis años. Entonces publicó su primer poema en una revista cultural de Varsovia. "Fue como una inspiración que me pareció extraña a mí mismo. Escribí el poema, lo puse en el correo y una semana después lo vi publicado en esa revista", me dice como si hubiese sido ayer. De la poesía anglosajona le gustan más Whitman y Eliot. De la poesía italiana, Ungaretti y Quasimodo. De la francesa, Baudelaire, Eluard y Apollinaire. De la latinoamericana, Vallejo y Octavio Paz. Kapuscinski, que en su afán vagabundo por descifrar este mundo habla y lee en siete idiomas, dice que su prosa le debe demasiado a la poesía. "Habían matado a todos los corresponsales y, como me volví un poeta conocido en Varsovia, me llamaron para escribir en un periódico cuando estaba en la secundaria."
Desde el principio K. rechazó esa división entre el escritor y el reportero. "Cuando me preguntan qué es lo que yo escribo, yo les digo que escribo textos. El problema de los géneros y las terminologías es que tienen diferentes sentidos en diferentes idiomas y culturas. En nuestra tradición literaria no tenemos esta distinción que hay en América latina entre la crónica y el reportaje. Entonces nunca pensé en si quería ser escritor o si quería ser periodista. Cuando me sentaba, no pensaba en que iba a escribir una novela o un reportaje o un ensayo. Yo sólo quería escribir bien." Había leído que Kapuscinski no creía en los géneros literarios tradicionales y que esa fe en la experimentación de lo inclasificable lo había llevado a decir que había que escribir más libros como Tristes Tropiques, del antropólogo Lévi-Strauss, o Cool Memories, de Baudrillard. "No se puede escribir ahora cualquier libro. Ahora escribir un libro debe ser una protesta", dijo en su taller de México, como uno de los últimos dinamiteros de las fronteras de género. Allí sus últimos consejos fueron leer, leer y leer. "Los periodistas se preocupan por cómo escribir más que por aprender a leer. La tendencia va hacia la Ôensayificación' de la prosa", me dice K. Servirse de la sociología, la antropología, la psicología y la historia para hacer de la literatura un cajón de sastre. Leer, viajar, investigar, leer y escribir sólo el cinco por ciento del material recolectado. Para escribir Ebano, Kapuscinski devoró una biblioteca de doscientos libros sobre asuntos africanos. Recuerda haber leído catorce mil páginas antes de escribir un libro sobre Crimea. Kapuscinski vuelve a mirar de reojo su reloj y empieza a responderme con evasivas. No recuerda su primer libro memorable. Se rehúsa a hacer una lista de libros que hubiera querido escribir. Se olvida de sus queridos Conrad y Proust. Va a perder el avión y aún no ha terminado de decidir qué libros tendrá que dejar abandonados en su habitación del hotel.
"A veces me preguntan qué libro influyó más en mi prosa y yo tengo que decir que ninguno, porque no puedo decir si alguien ha escrito antes de esa manera. Tuve que inventar una nueva prosa." Por ello los críticos, desconcertados, han bautizado su estilo con el aparatoso nombre de creative non fiction. En los días de su taller en México, Kapuscinski había pedido que no lo molestaran a partir de cierta hora de la noche. A esa hora sólo quería leer, y lo que más lee es filosofía. "Mi sueño fue siempre ser filósofo. Pero entré en la universidad en tiempos del estalinismo y la Facultad de Filosofía había sido cerrada porque se la consideraba muy burguesa. Tuve que estudiar historia." K. tenía entre sus filósofos favoritos a Platón, Schopenhauer, Nietzsche y Dostoievski. "Digo Dostoievski porque el problema entre los rusos es que no tenían filósofos académicos y sus filósofos están entre sus novelistas y sus hombres de iglesia. En la tradición rusa no hay una clara distinción entre la filosofía y la teología, y entre ellas se entromete la literatura." Para K., Los hermanos Karamazov es un ejemplo clásico de este modo de expresión del pensamiento ruso. Kapuscinski dice que no le gusta tanto leer biografías, a pesar de su admiración por esos monumentales trabajos que Ellmann escribió sobre Joyce y Wilde. "La mayoría de las biografías son sólo trabajos de no ficción", explica. Pero no dudo que ha leído las de Dostoievski. Sólo los rusos hacen que esta mañana Kapuscinski se olvide por unos minutos de su reloj y que se vuelva un hombre fuera de su tiempo. No sólo ha confesado que le debe a Chéjov el principio de su libro El Emperador, sino que está de acuerdo con él en que sólo aparece un talento por cada dos millones de habitantes. Pero, a principios del tercer milenio, Kapuscinski se corrige en sus cálculos: "Creo que ahora aparece un talento cada cinco o diez millones de personas, muy rara vez". Le comento que la prosa de Dostoievski es apesadumbrada y a su lado la de Chéjov es más traviesa y alegre. "No. De Chéjov se suelen conocer más sus cuentos y teatro, pero no tanto el resto de su obra, como sus diarios y sus reportajes. Chéjov fue un gran reportero. Cuando estaba muy enfermo de tuberculosis se fue en un barco a una isla rusa del Pacífico, Sajaliv, y escribió un reportaje sobre los maltratos que sufrían allí los prisioneros. Era un maestro en la creación de atmósferas, de esos pueblos en los que no sucede nada. Y fue cuando estaba ya muy enfermo."
K. tose tres, cinco veces. Temo que esa tos insistente haya sido como un despertador que recuerda que ya es hora de que parta a buscar sus maletas. Pero a Kapuscinski se le suelta la lengua cuando se trata de recordar a su atormentado antecesor ruso. Sí, Dostoievski escribía muy mal, pero su mundo literario es inolvidable. K. está de acuerdo en que en el siglo XIX Dostoievski fue uno de los modelos de la literatura más imperfecta pero, paradójicamente, más grande e imperecedera: "Un editor moderno eliminaría la mitad de todas sus novelas por esa tendencia a hablar, hablar, hablar. Pero de repente, llegas a una página y hallas cosas geniales. Esa era su forma de escribir. En literatura, si mantienes el mismo nivel durante todo el tiempo, te haces ilegible. Hay que poner adentro un poco de kitsch, para reforzar luego el mensaje". K. me sorprende con su defensa cerrada del kitsch, pero recuerdo que de vez en cuando sus libros están plagados de moscas literarias que sobrevuelan los ojos de sus lectores distrayéndolos de la tensión de una escena trágica. "Siempre estoy discutiendo eso con mis editores y más ahora que estoy publicando mi libro Lapidarias, una obra que va a terminar con mi muerte. Si tomas a un escritor como Canetti, que tiene varios niveles de calidad, haces una selección de sus mejores pensamientos y los publicas en un librito de cien páginas, Canetti sería ilegible. La altura asfixia y de vez en cuando hay que descender para encontrar un respiro", me advierte K., como si me tratara de decir que la buena literatura es una suerte de montaña rusa de ideas y palabras.
Ha escrito Lapidarias con este método, un libro en el que la más alta filosofía se acuesta con las notas más banales. "Es una poética del fragmento que te da la oportunidad de descansar." Le pregunto si esta poética de Lapidarias lo vuelve un pariente estilístico de Nietzsche y de Cioran. "De Nietzsche sí, pero de Cioran no, porque justamente él es un escritor que, en sus entrevistas, dice que anda sólo por las cumbres del pensamiento. Es decir, Cioran elimina todo lo que le ha costado llegar a esa cumbre y sólo escribe la última sentencia. Nunca puedes saber cómo llegó a ese pensamiento. Por eliminar todo el proceso para llegar a esa última sentencia, sus libros son ilegibles. Cioran me parece un gran ensayista cuando escribe sobre la religión y la historia, pero su escritura de aforismos es ilegible. Puedes leer sólo uno o dos." Pero a Kapuscinski le gusta la poética del fragmento: "Es una forma muy moderna de expresarse para el lector contemporáneo, que no tiene tiempo de leer historias tan largas y complejas, ese lector que prefiere leer echado en la noche con una lámpara que en cualquier momento puede apagar", me dice antes de colocar su diestra encogida sobre su boca, su gesto más habitual de escucha. Kapuscinski tuvo que crecer bajo la sombra de Rusia.
Le recuerdo ese modo de pensar ruso que no separa la filosofía de la teología, le pregunto entonces qué le parece la Biblia como literatura. "La leo todo el tiempo y muy a menudo la estoy citando. Mi libro El Emperador tiene un poco la estructura de la Biblia. Es el libro más dramático que se ha creado, pero también es un libro muy cruel. Ahora se suele criticar a la televisión por transmitir tanta violencia, cuando más cruel ha sido la Biblia: en sus páginas se come a niños, se llama a matar a los enemigos, se queman casas, se sacan los ojos a los hombres. Los dueños de la televisión moderna no han inventado nada nuevo." ¿Qué tiene en común Kapuscinski con el autor de El principito, con quien los críticos suelen compararlo? K. me recuerda que, como él, Saint-Exupéry era un viajero pero no un turista, pues los suyos eran viajes de trabajo, en situaciones muy duras. "El principito no es un libro para niños. No soy partidario de esas clasificaciones." Pero K. sonríe entre sacramentado y disidente cuando lee lo que sobre él dicen las contraportadas de sus libros. "Sus escritos se sitúan justo entre Kafka y García Márquez." Y símiles aún más acrobáticos y delirantes: "Se lee como una versión de Lewis Carroll sobre Hitler en su bunker". No puedo evitar preguntarle sobre el otro ciudadano K., citándole lo que había escrito un crítico después de leer El Emperador: "El efecto es como si Kafka hubiera escrito El Castillo desde dentro". Sabía que Kapuscinski admiraba a García Márquez y que Gabo había confesado haber llorado cuando leyó por primera vez La metamorfosis. "Kafka me gusta, pero no tengo nada especial que decir sobre él." Y añade, al darse cuenta de que no me convence su respuesta casi evasiva: "Yo leí a Kafka no tan joven y luego, por mi trabajo, no tuve tiempo de releerlo. Tuve que concentrarme en lecturas antropológicas sobre el Tercer Mundo. Preparaba un libro y me ponía a leer todo sobre ese tema en particular. Todo depende de tu propia historia de lector. No he sido un lector de placer, sino de oficio". Por ahora, he podido seguir aquí gracias a los ademanes de K., que han acabado por esconder su reloj debajo de su manga.
Hace rato que Kapuscinski ha terminado de beber su vaso de agua. Le pregunto si tiene algo contra los best sellers. "Sí, estoy en contra de los best sellers, pero no puedo hacer nada. Es un gran problema de nuestro tiempo. Es una trampa muy engañosa, pero The New York Times Books Review encontró esta solución: en cada lista de libros más vendidos ponen también una lista de los libros preferidos por sus críticos. Es como una balanza que muestra las tonterías del mundo con sus best sellers, pero también que hay libros valiosos", me dice y hace el gesto de levantarse de la mesa como una amable amenaza. Sólo me queda atarlo con palabras y más palabras, un minuto más. Le recuerdo que George Steiner, uno de los críticos más leídos y respetados del mundo académico, anunció la muerte de la literatura, casi en complicidad con los bajos instintos de Bill Gates. "Es una profecía absurda. Toda la historia consciente de la cultura humana empieza porque el primer hecho estaba escrito", me dice K., frunciendo el entrecejo, como si esta vez se pusiera de pie para ir a ajustar cuentas con Bill Gates.
Por Julio Villanueva Chang
Para LA NACION - México, 2001
HISTORIA DE UN GOL,MEMORIA DE UNA VIEJA PASIÓN

Para Pepe Melero, Eduardo Bandrés y Miguel Pardeza, y todos los zaragocistas de la tierra.
Cuando era niño allá en Arteixo (A Coruña) --la patria de Arsenio Iglesias, que luego sería entrenador del Zaragoza y lo haría campeón de Segunda División-- tenía un ejército de botones y una caja de cromos que renovaba todos los años. Era aficionado a leer el As Color y de vez en cuando me encontraba con reportajes históricos, con leyendas del fútbol del pasado, que firmaba Julián de Reoyo. Así conocí los nombres de Yarza, o la delantera de Los Cinco Magníficos, que me aprendí de memoria a principios de los 70: Canario, Santos, Marcelino, Villa y Lapetra.
Entre los cromos del Zaragoza, recuerdo con toda nitidez la cara marcada y laboriosa de José Luis Violeta, el empaque de un arquero como Javier Izcoa, que haría gloria en el Granada, la complexión de Fontenla, interior y paisano, etc. Aquel Real Zaragoza pronto se convirtió en uno de mis equipos favoritos --tras el Depor de Manolete, Vales y Cervera--, y en los partidos que yo inventaba en el suelo del salón con los botones daba vida a los inolvidables blanquillos de los 60. Un vecino, emigrado de A Costa da Morte, conocía a Marcelino Martínez Cao y otro a Severino Reija. Fue así como, con doce o trece años, aquellos futbolistas remotos se convirtieron en pequeños héroes que recuperaban su juventud y su fulgor de antaño, de ayer mismo, en mi milagrera imaginación de cronista deportivo.
Luego la pasión zaragocista se acrecentó con la presencia de Pablo García Castany, Arrúa y Diarte. Violeta, forzoso es decirlo, tenía un almario propio en mi corazón: lo seguí en los partidos del televisor, en las infaustas tentativas de su marcha al Madrid, en aquella desgraciada jugada con Miguel Reina que le costó su despedida de la selección de Kubala. Con Arrúa disfrutaba de lo lindo, aunque al diez paraguayo jamás le pude perdonar su rivalidad manifiesta con Jordao, que sería otro de mis ídolos. Y lo era no sólo por lo bien que jugaba al fútbol, por sus regates y por su calidad técnica de seda y saudade, sino porque lo emparentaba con aquellos portugueses del circo --maravillosos y enigmáticos para mí-- que plantaban su carpa en el campo de fútbol donde Arsenio entrenaba a sus pupilos poco antes de que se hundieran en Segunda División. En aquellos momentos de paradojas interiores, García Castany era mi jugador predilecto: coleccionaba sus entrevistas, recortaba las crónicas donde se recogían y se comentaban sus goles, como aquellos tres que le endosó al Madrid en 1975 en la memorable noche del 6--1, y coleccionaba sus fotos de prensa. Siempre he sido mitómano, y con el fútbol mucho más: colocaba a García Castany a la altura de Gerson, Maneiro, Lubanski, Dobrin y Gianni Rivera; era así de exagerado. Sin haber estado nunca en Zaragoza, ya me había familiarizado con La Romareda, con el Ebro y con la historia del club. Y recuerdo que me decepcionó que un cabezazo de Gárate alejase a los aragoneses de la Copa del Rey en junio de 1976.
Desde aquí he seguido al Zaragoza con un entusiasmo intermitente. Me encantaba aquel formidable equipo de los 80, liderado por Leo Benhakker, que hizo soñar a todo el mundo con la magia inesperada y la ciencia del pase de Juan Señor, la proyección de Barbas, la ambición y el remate de Amarilla y la sólida complementariedad de Jorge Valdano. Pero el momento que me ha emocionado más se produjo cuando el Zaragoza trajo a Nayim del Nottingham Forest: adoraba al jugador desde sus tiempos del Barça de Terry Venables, lo consideraba el incomprendido, un futbolista increíble dotado de una técnica admirable, grandiosa, mezcla de visión, audacia y malabar. Para mí era el nuevo García Castany.
Me dolía cuando no jugaba, cuando decían que era intermitente. Seguía siendo tan forofo como cuando era niño. Nayim despertaba en mí la vieja idolatría hacia García Castany. Aquel equipo del 94 / 95 iba más allá de Nayim, mucho más: jugaban todos. Todos. Desde Cedrún o Juanmi hasta Esnáider; allí andaban el lanzador Poyet, la inteligencia pausada y exacta de Aragón, la enloquecida carrera de Higuera, la sabiduría lenta y letal de Miguel Pardeza. Y con ellos, Mohamar Nayim: invisible a veces, dominador, astuto, raro y con frecuencia brusco. El Zaragoza paseó su candidatura por Europa y fue tumbando rivales: Feyenoord, Chelsea, y por fin el Arsenal en la memorable noche en que París fue una fiesta aragonesa.
De súbito, cuando los dos equipos agonizaban y no se presumía otro destino que el azar de los penaltis, surgió la testa alzada y la diestra de Nayim: miró un segundo y atisbó, entre la jauría y la medianoche vencida, un agujero para la inmortalidad en la misma red. Golpeó y apenas tuvo tiempo de pensar que por el cielo avanzaba una bala de fuego, el impacto ideal, la jugada que sueña quien ansía la eternidad: el gol del siglo. Un gol al límite, dramático, irrepetible, veloz como una centella, inaprensible como un suspiro de amor.
Aquel milagro constituye un lugar de la memoria al que volver, el edén del anhelo largamente acariciado, el tesoro de la afición. Nayim nos hizo dichosos a todos. Y para mí, secretamente, cerró un círculo que había nacido con los cromos, en las páginas del As color de los miércoles con Los Magníficos, que se graduaron en Europa en 1964, y en los heroicos partidos con mi ejército de botones mientras, en la calle, se desmandaba la lluvia.
DISTRITO 14, LAMATA, ANDY WARHOL, JAVIER NAVARRETE

Hay semanas que parecen perfectas, labradas en emoción. El lunes Distrito Catorce ofrecía un intenso concierto en el Teatro Principal que celebraba no sólo un disco sino 25 años de música y de pasión por la poesía y el rock and roll. Resultó gratificante comprobar cómo la gente, mucha gente, se reconocía en las canciones y las tarareaba porque formaban parte de la banda sonora de su vida. Lo pasé estupendamente bien: soy un incondicional de Mariano Casanova (antes Chueca; dijo que nunca se puede dejar de ser punk ni de La Jota), de Enrique Mavilla y de ese violinista que tiene algo de showman como ellos: Jaime Lapeña.
El miércoles, en Alcorisa, Miguel Ángel Lamata daba una lección de su pasión por el cine, por los actores y de su capacidad para encandilar a un auditorio de 250 personas en Alcorisa. Anunció, ya de paso, que tal vez este mismo año inicie el rodaje de su tercera película: “Tensión sexual no resuelta” o “El hombre que hizo el amor con la muerte”. No permitió que nadie se durmiese, que nadie se aburriese, y rivalizó en simpatía, y en empatía con la gente, con Cristina Almeida.
Esta también es la semana de Teatro del Temple: ha estrenado en el Principal uno de sus últimos montajes, “Yo no soy un Andy Warhol”, una pieza de teatro-collage, escrita por Alfonso Plou, que tiene numerosos aciertos: el desdoblamiento de Warhol en cuatro actores, una interesante relación con la madre, la recreación del mundo de La Factoría con la música en directo y, sobre todo, propone cómo Warhol anticipó el mundo de la telebasura actual, la postergación de la intimidad en favor de esos obscenos diez minutos de popularidad. El trabajo actoral es mucho más que correcto. Carlos Martín vuelve a arriesgarse y solventa con inspiración, oficio y atrevimiento el espectáculo. Me lo pasé estupendamente, y me acompañó mi hija Aloma.
Y ha sido la semana en que ha visto a José Antonio Labordeta sumarse al “Aragón power” de Anagrama con su novela “En el remolino”, prologada por José-Carlos Mainer, a quien le disgusta que lo llamen “El abuelo”. Mainer, con brillantez, hondura y afecto, realiza una generosa y amplia lectura de un libro que está vinculado a los últimos años del franquismo.
Y ha sido la semana en que el CDAN cumple su primer año: expone ahora la muestra “Naturalezas silenciosas”; el programa de Jesús Vázquez, “Escúchate” de Aragón Radio (que ha cumplido esta semana sus primeras 100 emisiones. Es uno de mis favoritos, sin duda; le tengo un inmenso cariño), le ha dedicado un monográfico y ha reclamado con sutileza más visitantes. Ha sido la semana en que las laboriosas gentes de la Agencia Efe en Aragón y Pepa Cabrera y José Luis Paricio y Luis Alegre han sido galardonadas por su magisterio cotidiano en la prensa. He intentaod entrar tres o cuatro veces en la Asociación de la Prensa de Aragón (Mercedes Ventura me ayudó muchísimo), pero nunca lo he conseguido, fundamentalmente porque soy un despistado de campeonato, un mal asociado de cualquier cosa, y luego cambiaron los estatutos. El premio es merecido, desde luego, y también habría sido bello y justo que la Asociación de la Prensa hubiese tenido un gesto de reconocimiento hacia Miguel Asensio y Joaquín Aranda, que se nos han ido sin otras preces ni honores que las del trabajo bien hecho a lo largo de unos cuantos años. Creo que el domingo, además, va a ser el gran de Luis Alegre y David Trueba. Me encantaría que recibiesen el premio Goya al mejor documental por “La silla de Fernando”. Y espero que gane también Javier Navarrete el Goya a la mejor banda sonora por “El laberinto del fauno”, y que gane el Oscar. Me encantaría. Le tengo un enorme afecto a Javier desde hace quince años; fue por entonces cuando lo entrevisté por primera vez para “El Periódico de Aragón”.
Ha sido la semana en que los músicos han recordado a Guille Martín, ese guitarrista que arañó sonidos inolvidables a sus cuerdas. Mariano Gistaín, el hombre perpetuamente desvelado, el hombre a quien se le reactivan los bites mientras sueña o conduce o toma papas bravas en las tabernas, ha colgado varios vídeos de esas maravillosas gentes de la música...
Ésta también ha sido la semana en que Jorge, mi hijo Jorge, volvió al jugar con el Utebo, tras una incómoda lesión. El equipo ha engarzado una mala racha de resultados y ha perdido toda la posibilidad de ascender. Ayer perdió 5-3 en La Cartuja. Jorge ha jugado un buen segundo tiempo. Diego jugó contra La Jota y perdió el Garrapinillos, 2-1. Él volvió a realizar un partido completo, de enorme derroche y trabajo; unas molestias en el musloderecho restaron algo de brillantez e intensidad a su segunda parte, aunque nadie puede negarle su ambición, su brega, su humildad en el trabajo. Es un jugador comprometido con el equipo.
*José Antonio Labordeta, que presentará su novela "En el remolino", el próximo día 8 en la FNAC con José-Carlos Mainer.
LA GRAN NOCHE DE LUIS ALEGRE Y DAVID TRUEBA (ESPERO...)

[Reproduzco aquí un diálogo con Luis Alegre sobre este proyecto; el texto se publicó en “Heraldo” con motivo de su presentación en el Festival de San Sebastián. Javier Navarrete (Teruel, 1956) también es candidato al Goya por la banda sonora de "El laberinto del fauno" de Guillermo del Toro,que también optará al Oscar en marzo]
CONVERSACIÓN CON LUIS ALEGRE
Fernando Fernán Gómez decidió jugar a un “experimento”. Dos de sus amigos, Luis Alegre y David Trueba, aquellos dos chicos que se colaron en su fiesta de cumpleaños y que fueron presentados por dos cantantes callejeros de Zaragoza, iban a tirarle de la lengua. Le someterían a diversas preguntas, le invitarían a abordar distintos temas y a hablar a la cámara. El resultado de más de 20 horas de grabación es la película-conversación “La silla de Fernando” que se proyectó en el cine Príncipe, dentro del Festival de Cine de San Sebastián.
Luis Alegre explicaba desde la ciudad donostiarra que “esta película nace de la fascinación absoluta que sentimos David Trueba y yo por Fernando Fernán Gómez: por su personalidad, por su manera de ver la vida, y por la expresar ambas cosas hablando. Fernando es un fuera de serie, en primer lugar, por su aportación cultural al siglo XX. Es el hombre que sintetiza muchas artes: la literatura, el cine, el teatro, la televisión. Pero además es un fuera de serie contando lo que ha vivido, lo que ha pensado”. Dice Luis Alegre que no es un documental al uso, “si la división es documental o ficción, es un documental”, porque no se hace un exhaustivo recorrido por su vida y su obra, sino que es una obra que “registra lo que cuenta y sobre todo cómo lo cuenta. No he visto nunca un discurso tan seductor, tan magnético, tan explosivo y tan artístico como el de Fernando Fernán Gómez. Quien lo admire ya por su vastísima y plural obra, descubrirá una faceta humana. En cierto modo, ‘La silla de Fernando’ es una reivindicación de hasta qué punto la palabra puede ser bella y hermosa cuando la dice alguien como él”. Luis Alegre insiste en algo que ya ha expresado en otras ocasiones: “Fernando posee la mente más libre y genial que he conocido en mi vida”.
¿Qué cuenta en realidad esta película-conversación? Luis Alegre dice que casi le da apuro contar una anécdota específica porque teme romper la magia. “Fernando Fernán Gómez habla, por ejemplo, de la fascinación infantil y del enamoramiento que sintió siempre hacia Marlene Dietrich; del día que vio a Ava Gardner; de la bohemia y de su relación con el alcohol. De tan sincero, resulta políticamente incorrecto. Nunca es convencional ni previsible. Es un hombre desprejuiciado. Parece misógino, y dice cosas que constituyen un gran homenaje a las mujeres. Una anécdota magnífica que narra es aquella en que el director Luis Lucía le dice: ‘Fernando, acompáñame a un bar que tengo ganas de pegarme con alguien’. Fernando no recurre a lugares comunes, su inteligencia no se basa en un diccionario de ideas recibidas, piensa por sí mismo sin resultar pedante ni arrogante”.
La película presenta a Fernando Fernán Gómez siempre sentado en una silla, en “la misma silla”, en un clima de máxima intimidad. La grabación de 85 minutos también incluye imágenes de películas “muy significativas”, fotografías de su vida y de los personajes que evoca, y también un espectáculo de 1992, “el último que hizo en el teatro”. Recuerda Luis Alegre que fue un espectáculo dirigido por Mario Gas, del que sólo se hicieron dos funciones: una en Madrid y otra en Barcelona, donde Fernando salía recitando anuncios clasificados por palabras. “Es tan gracioso eso que hemos decidido arrancar así. Pero además hay algo muy emocionante: Bebo Valdés y Enrique Morente nos han regalado una versión estupenda del tango ‘Caminito’. Al principio, suena sólo al piano de Bebo Valdés, y al final Morente canta. Es algo inolvidable, un regalo que nos han hecho por amistad y admiración hacia Fernando”. Luis Alegre recalca una sensación, una búsqueda de los directores: “Ni a David ni a mí se nos ve; sólo se nos oye alguna vez, las risas claro. Queríamos que el espectador percibiese que Fernando le habla directamente a él”.
SEGUNDO DE CHOMÓN, LA ALQUMIA DEL PIONERO*

Segundo de Chomón fue un alquimista impasible y, por tanto, un hombre sin biografía. Trabajó de aquí para allá, pero no nos quedan anécdotas, ni una opinión, ni un solo detalle que revele un carácter apasionado. Aseguran que era paciente, meticuloso y ordenado. Lo cual nos lleva a pensar que fue un perfeccionista. Su genialidad, aplicada al cine, no ofrece resquicios, pero todo lo demás se esfuma, desaparece bajo la tormenta de hechizos y efectos de asombro que logró en su medio millar de películas. No sabemos si fumó un cigarrillo en los muelles de Barcelona, entre gaviotas y vapores que partían hacia el Adriático, ni si se estremeció al ver la Basílica del Pilar y la atalaya de La Seo bajo un ciclón de palomas, ni siquiera qué sintió el día en que contempló la beldad faraónica de Sara Bernhardt, su veste rasgada y transparente y aquella mirada de heroína helénica que se revienta el pecho con una pica de pasión.Todo en él es enigma y consumación.
Sabemos que nació en Teruel en 1871, que su padre era médico y que su familia residía en la casa cuartel de la Guardia Civil. El apellido era de origen francés. Se remontaba a un romántico cruzado, apodado Hugo de Vermandois, que expiró tras una lanzada letal a las puertas de Jerusalén. Una curiosa leyenda en su escudo de armas hacía honor a su arrojo final: “Antes muertos que vencidos”. De su infancia nada queda. Quizá se pueda destacar una terrible epidemia de cólera, los campos desérticos y los rastrojos de una guerra inacabable, librada entre carlistas y liberales en las masías, los collados, las pinadas y los trigales. Cursó estudios medios y trabajó de amanuense en un ultramarinos. Dicen que también realizó labores de delineante.
En aquella época, Teruel era una ciudad devastada que celebraba con entusiasmo la aparición de la máquina de coser Singer o la presencia de tartanas, arrastradas por caballerías, que partían calzada abajo hacia los balnearios de la sierra. Parece probable que fuese aficionado a la fotografía y que el atardecer lo sorprendiese en las afueras, en el remanso del río, atrapando instantáneas de las torres gemelas o de los vencejos sonámbulos que anidaban en la catedral imponente.
Sin que mediase nada, lo encontramos en París, sacudido por el descubrimiento del cine y por los lienzos luminosos de los impresionistas. El nombre de Lumière recorría los boulevards y los cafés de la noche como el último milagro de la ciencia. Una joven actriz, Julienne Matthieu, intentaba hacer fortuna en la escena y en las sesiones de farándula del cabaret. No era bella ni turbadora, sino más bien rolliza, pertinaz y aventurera. Se cruzaron una tarde, bajo los abedules o en los barracones inhóspitos de las proyecciones, y surgió el amor. Tras el primer beso en un pretil de las afueras, ella le dijo: “Ya puedes llamarme Mimí”. A Segundo la ciudad no le ofrecía facilidades. Intentó sobrevivir haciendo de todo: tomaba fotos, seguía con entusiasmo los avances del cinematógrafo o perseguía por los rincones y las galerías los magníficos retratos del venerable Nadar o los crepúsculos muertos de Eugene Atget. Las cosas no fueron demasiado bien y, aprovechando una gira por provincias de su amante, con la que ya había tenido un hijo, decidió ausentarse. Creyó que si ingresaba en el ejército español podría retornar con un buen manojo de dinero. En mayo de 1897, se inscribió como soldado voluntario y embarcó para Cuba, adscrito al batallón de telégrafos. Nunca estuvo en el frente y de la guerra sólo vio los pajarracos de humo, la cara taciturna de los vencidos y el hundimiento del Maine. De su estancia en la isla tampoco se conservan estampas ni una declaración fiable. Deambuló por la ribera transido de nostalgia y se internó en la selva, en los cafetales y en las mansiones desportilladas del colonialismo. Efectuó misiones de telegrafista, de escribiente y de dibujante y, a cambio, recibió trece pesos de oro, aunque España perdió sus colonias. No lo dudó y retornó a París. Se reconcilió con Julienne, que se dedicaba entonces al coloreado de películas para el gran Georges Mélies. Poco a poco se fue introduciendo en aquella actividad morosa y pulcra, y entabló conocimiento no sólo con Mélies sino con Charles Pathé, otro de los más importantes productores del cine europeo.
Chomón le propuso a Mélies un nuevo procedimiento de coloreado mediante tramas y anilinas, pero no lo convenció. El genio francés no tuvo jamás un gran sentido de la realidad y de la economía: era como un brujo suspenso en el tiempo y en el azar, un ilusionista impredecible, preocupado por animar una montaña de terracota, un asno de oro o un vendaval turbulento en una ciudad imaginaria de náyades, odaliscas y princesas abatidas tras las celosías del castillo. Sin embargo, el turolense sí tenía la certidumbre de que aquello iba a funcionar y le sugirió a su mujer que se trasladasen a Barcelona para desarrollar esa iniciativa y la iluminación de películas. Abrieron un taller modesto y pronto alcanzaron el reconocimiento de la empresa Pathé. Uno de sus directores, Ferdinand Zecca, se desplazó a España para encargarle trabajos concretos y bien remunerados.
No obstante, Segundo de Chomón no se conformaba sólo con trabajar para los demás e inició la realización de sus propias cintas. Había aprendido mucho de Mélies y había seguido de cerca las producciones del pionero catalán Fructuós Gelabert. En Choque de trenes demostró su ingenio: mediante una sutil combinación de imágenes reales con el uso de maquetas, logró hacer verosímil algo que jamás sucedió en la realidad: una espantosa colisión de dos ferrocarriles. Posteriormente tomó documentales, rodó filmes históricos y creó trucos para recreaciones de Gulliver y Pulgarcito, basadas en los cuentos de Calleja, e inventó en Eclipse de sol algo que sería decisivo: el paso de manivela, que le permitía filmar fotograma a fotograma.Sus logros le sirvieron para que fuese llamado por los hermanos Pathé, que intentaban contrarrestar el vigor imaginista y los trucos sensacionales de Georges Meliés. Chomón realizó un conjunto de películas interpretadas por su mujer e intervino como fotógrafo y como truquista en proyectos ajenos. Demostró que poseía una imaginación desbordada y que era capaz de crear todo tipo de ilusiones, aunque su facilidad se desvelaba con un espíritu apacible y aparentemente gris. Ayudó a consolidar el cine como espectáculo popular y se especializó en fantasmagorías y en dibujos animados.
En París, junto a obras tan exuberantes de prodigios oníricos como Satán s'amusse o Red spectre, alumbró dos películas excepcionales: La gallina de los huevos de oro y El hotel eléctrico, una obra magistral de 1908 donde, acaso por vez primera, todo funcionaba automáticamente y donde su experiencia con los trucajes estaba llevada al límite. Su mujer Julienne tenía un pequeño papel, aunque allí todo estaba sometido a un insuperable mecanismo de relojería que parecía desenterrar los ángulos oscuros de la mente y de la conciencia. La gallina de los huevos de oro y El hotel eléctrico fueron una ruina económica, pero despertaron la admiración de personajes como Jean Cocteau e incluso hubo quien las vio como una anticipación del surrealismo. De esa época es La excursión incoherente, vinculada a la estética del grupo Los incoherentes que acaudillaba el cineasta y caricaturista Emile Cohl, donde Chomón ilustró un soberbio mosaico de sombras chinescas y siluetas.
Sin embargo, el género fantástico sufrió un letargo. Los espectadores ya se habían habituado a toda suerte de maravillas y apariciones inconcebibles en la pantalla: habían visto a un marino encerrado en una botella, un ejército innumerable de criaturas monstruosas y divinidades perdidas en un bosque de cedros o los milagros de Cristo caminando sobre un océano encolerizado. Y ahora deseaban ver reflejadas las pasiones humanas, ánimas atormentadas bajo el hado ciego de los sentimientos. Así fue como a Chomón se le rescindió el contrato en París en 1909 y se despidió de Francia con un palmarés increíble: más de 150 películas en poco más de cuatro años, en las que había corroborado su vocación de prestidigitador capaz de convertir la pantalla en un manantial de fabulaciones y quimeras, en un puro sortilegio. No se amilanó, cogió sus bártulos y regresó a Barcelona para seguir al frente de la sucursal de la casa Pathé. La ciudad ya no era la misma: los bandoleros urbanos hormigueaban en la madrugada con sus pistolones insomnes, el anarquismo proclamaba su rebeldía por las plazoletas y las largas avenidas de adelfas y palacios decadentes, y las huelgas se multiplicaban en los mercados, en los telares y en las fábricas del puerto. Ignoramos qué pensaba Chomón de aquella atmósfera convulsa, de aquel paisaje de feministas desmandadas y de bohemios recalcitrantes en los carrers del barrio gótico, pero siguió trabajando con nuevos bríos. Se asoció con el empresario de variedades Joan Fuster y entrevió la necesidad de cambiar el cine en España. Apostó por una filmografía nacional y durante dos años interminables de esfuerzos, estudio y concentración adaptó zarzuelas, folletines y melodramas, comedias y dramas históricos, sin olvidar jamás el cine fantástico. A modo de inventario personal, inició la escritura, en francés y en castellano, de un libro en el que anotaba la sinopsis argumental y los cuadros de sus películas. Una de las más logradas, en la que ensayó una espléndida luz cenital, fue La hija del guardacostas, basada en una leyenda catalana del siglo XVIII. Luego se separó de Fuster y confeccionó documentales sobre ciudades y costumbres del país y en torno a 1911 estuvo en Zaragoza para captar unas vistas del Pilar, La Seo, la plaza de las catedrales y el Ebro con sus puentes antiguos, las lanchas de turistas que lo cruzaban de orilla a orilla y la pasarela frágil que temblequeaba sobre la corriente.
No tardó en ser reclamado de Italia. Giovanni Pastrone, conocido también por su seudónimo Fiero Fosco, lo requirió para que colaborase con él en los estudios de ItaIa Film. Chomón se quedó deslumbrado: la productora poseía un local enorme en Turín con paredes forradas de cristal, piscinas para rodar escenas acuáticas, igual que había visto en la casa Pathé, varios platós y todo tipo de cámaras. El contrato era suculento. Le ofrecieron casi una fortuna: mil liras al mes y, además, le dieron un puesto de operador a su hijo Robert. La familia Chomón fijó su residencia en un hotel precioso de Vía Vignale y se radicó en una ciudad invadida de tranvías que se había transformado en la Meca del cine europeo. Chomón participó en varias cintas de distinta calidad, pero sobre todo en un fresco admirable y épico de 1914, una superproducción situada en la atmósfera del imperio romano: Cabiria. El filme sorprendió por su plasticidad, por su sentido de la epopeya y por la dimensión colosal de su propuesta, aunque se había contratado como reclamo al poeta y narrador Gabrielle D' Annunzzio, cuya presencia estropeó el guión y muchos de sus aspectos dramáticos. Chomón compendió en la factura técnica de Cabiria todo un manual del truquista y del operador del Séptimo Arte: usó como ya estaban haciendo otros técnicos el movimiento de la cámara -lo que se llamó en Turín, carrello; y travelling, en América-, empleó la luz artificial a gran escala con unos efectos sobrecogedores, desplegó sobreimpresiones de gran audacia, desarrolló una poética global del uso de las maquetas y consolidó trucos que había experimentado en otras ocasiones. El éxito de la obra de Pastrone fue indiscutible y su influjo en David W. Griffith y su célebre Intolerancia, más que evidente.Chomón alcanzó en Turín la madurez expresiva de su frenesí creador. Aunque la posguerra fue terrible y sumió al cine en una grave crisis. Antes de que Pastrone, rico y fatigado, abandonase la productora, Segundo de Chomón culminó una película excepcional como La guerra y el sueño de Momi, y cedió su genio a las cintas de una actriz voluptuosa, mitad ángel, mitad vampiresa, que ardía siempre en las llamaradas de su pasión desmesurada: Pina Menichelli; y a las series sobre Maciste, un personaje rescatado de Cabiria que, encarnado por el antiguo descargador del muelle y analfabeto Bartoloméo Pagnano, fue un entretenido antídoto contra las frustraciones de la I Guerra Mundial.
Segundo de Chomón había sido un protagonista de excepción de los grandes momentos del cine. Había estado en el lugar idóneo en el momento justo. Tampoco ahora podía ser menos. En Francia, Abel Gance, tras haber leído más de 300 libros, intentaba poner en pie la monumental biografía de Napoleón. Chomón fue contratado como fotógrafo y operador. Al final, su nombre desapareció de los títulos de crédito y la cinta fue un estrepitoso fracaso, a pesar de su calidad incuestionable, de su hondura, del vigor de las imágenes y de la presencia de Antonin Artaud en el papel de Danton. La infancia y juventud del emperador habían sido rodadas con seis cámaras a la vez y una de ellas, dotada de movilidad, transitó sobre la campiña y los espacios abiertos a lomos de una mula. La última muestra de genio y de las inmensas habilidades técnicas de Chomón se produjo en El negro que tenía el alma blanca de Benito Perojo, al desarrollar un fascinante sueño erótico de la estrella Concha Piquer.Los últimos años los invirtió en la investigación de la película en color para la Sociedad Keller Dorian. Sus responsables lo enviaron a Marruecos para probar las investigaciones en un documental.
Nadie sabe lo que ocurrió en medio del desierto, entre las dunas, las ruinas circulares y los camellos de los tuaregs. Chomón contrajo una enfermedad desconocida, que se complicó con una pulmonía y tuvo que ser ingresado en el hospital Tenon. Expiró en mayo de 1929, pero el sufrimiento, dicen, no le había arrebatado de su sereno rostro aquella arrogancia de hidalgo que siempre tuvo ni de los ojos una mansedumbre que recordaba la lentitud de los bueyes.
*[Hace unos días, algo más que una semana, Patricia y Rosa López Juderías, de la Fundación Amantes de Teruel, nos llevaron de ronda por la medianoche iluminada. Y no se les ocurrió mejor cosa que llevarnos a Jorge Gay, Nieves Sanagustín y yo a ver la casa donde nació Segundo de Chomón. Tengo dos libros muy amados por mí en el campo de la ficción, “El testamento de amor de Patricio Julve” (Destino, 1995 y 2000) y “Golpes de mar” (Destino, 2006), pero jamás olvidaré la pasión y el entusiasmo y las horas que le dediqué a “Aragoneses ilustres, ilustrados e iluminados” (DGA, 1992). En este día tan turolense para el cine de España y de Aragón, rescato este texto y recuerdo a Segundo de Chomón, que aparecía en aquel libro tan bellamente ilustrado por José Luis Cano. Mil disculpas a los asiduos del blog por la extensión del texto. Juan Gabriel Tharrats, Agustín Sánchez Vidal, Manuel Rotellar, Pablo Pérez y Javier Hernández le han dedicado diversos estudios al cineasta].
EL OTRO JESÚS MONCADA, EL PINTOR*

Hay personas a las que se les toma un inmenso cariño antes de verlas, antes de leer sus libros, antes de conocer su existencia labrada por una y mil historias, por un torrente de emociones. Hace casi 20 años, alguien me habló de Jesús Moncada (Mequinenza, 1941-Barcelona, 2005) y me dijo que era un pariente aragonés de Balzac y Flaubert, de Pla y Álvaro Cunqueiro. Y cayó en mis manos “Camino de sirga”, que había aparecido en catalán y que tuvo una pronta traducción al castellano en Anagrama. Leí el libro, a la inversa, primero en castellano y luego en catalán, y quedé literalmente por aquella prosa que evocaba el mundo de las tabernas, el mundo del río, al que todo el pueblo, incluso el castillo, se asomaba como quien se asoma a un espejo sin fondo, a un bosque de misterios submarinos. La novela evocaba el universo de las navegaciones y de esos amores más o menos efímeros e inolvidables que se viven en los puertos, en los camarotes, en la imaginación. Jesús Moncada desandaba los peligrosos senderos de su memoria para edificar un friso novelesco por el que iban y venían Arquimedes Quintana, Honorato del Rom o aquella Carlota, tan bella y esquiva como una diosa de porcelana.
Un día concerté una cita con Jesús Moncada en Barcelona. Habría de ser la primera de varias, de muchas llamadas de teléfono, de cartas, de intercambio de libros. Le llevé las dos ediciones de “Camino de sirga”, y me sorprendió un detalle: dedicó los dos libros con dos cocodrilos del Ebro, a todo color. Jesús Moncada habló entonces de todo: de sus maestros, Miguel Labordeta, Rosendo Tello y Manuel Berdún Torres, de su encuentro con Pere Calders, que le había enseñado a escribir relatos y acaso algunos secretos de la fotografía, de su breve condición de profesor, de sus años dedicado a la pintura. Al principio, no le di demasiada importancia a esa revelación inesperada, pero de alguna manera, inconscientemente, me iba persiguiendo. Cada vez que llegaba un libro de Jesús Moncada, siempre venía con sus dibujos, en uno de ellos se había retratado como pintor con sus pinceles y sus cajas de colores, y parecía gritar a los cuatro vientos: “Antón, Antón!”, que Jesús escribía sobre el artista. Sin embargo, no habría de ser hasta después de su muerte, se le rindió un emocionante homenaje en su pueblo, la ya inmortal Mequinenza (gracias a él, claro: topografía universal de los mapas de la imaginación literaria), cuando vería su obra plástica.
Era un día luminoso. El sol parecía querer borrar cualquier atisbo de nostalgia, como si desease que el recuerdo a Jesús Moncada fue una jornada radiante: una ceremonia de exaltación. La obra de Jesús Moncada era como una detonación; allí había un pintor, un artista, un amanuense de las emociones y de los gestos que conocía el oficio. Si se lo hubiera propuesto, habría vivido de la pintura y del dibujo. Seguro. Algo así dijo su hermana Rosa María. Jesús Moncada realizaba una pintura llena de color y de perplejidad. Tenía muchos asideros: había una impregnación de las vanguardias históricas, una cercanía evidente con el surrealismo y algunos de sus maestros (Tanguy, Magritte, Ernst, también la pintura metafísica y enigmática, casi doliente, de De Chirico), una convivencia con la impronta cubista, una mirada hacia el expresionismo (Moncada también era admirador de los signos definitivos de Tàpies), una inclinación hacia un alucinado realismo. Y se veía siempre su mano, el gusto por el trazo, la buena composición, la embriaguez cromática.
Esos cuadros, que mimaba en secreto, los dibujos que fue recuperando la familia, esa forma de sentirse pintor que escritor, o escritor magistral que también pinta, esos cuadros llegan a Barbastro, a la UNED, un lugar donde seguro que le habría gustado estar: con Sender, con los Argensola, con Julieta Always, con el pasar sosegado del río Vero, con María Jesús Buil, la mujer que ahora lo recupera y lo presenta en un nuevo homenaje, en otra declaración de amor hacia la creación.
*[Algunas veces algunos amigos como Víctor Juan y José Luis Melero me piden que reproduzca en mi blog los artículos que publico todos los viernes en "Heraldo de Huesca". Traigo aquí el último sobre mi admirado y querido Jesús Moncada.]
LA BELLEZA, SEGÚN ZADIE SMITH

Acabo de leer la entrevista a Zadie Smith (1975), autor de libros espléndidos como “Dientes blancos” y “Sobre la belleza”, que publicaba “El País Semanal” el pasado domingo. La entrevista la firmaba Juan Cruz, a quien no conozco personalmente pero admiro por su talento, sus libros y su inmensa capacidad de trabajo. A veces, tengo la sensación de que es un hombre ubicuo, una criatura de cuento que tiene una relación peculiar con el tiempo.
Juan Cruz le hacía esta pregunta, a modo de conclusión:
-La belleza, el asunto de su último libro. ¿Qué es para usted la belleza?
-Es una colección infinita de cosas. Para mí empieza por las caras de las personas. Soy muy afortunada en este sentido. Descubro la belleza al ver a dos personas hablando por la calle, en una piedra, en un árbol, en algún chiste... En la oportunidad de sentarse y leer cualquier cosa. Todo eso es belleza. Por eso no entiendo a la gente que se deprime teniendo tantas cosas bellas alrededor. Me siempre feliz y siempre lo he sido. Puedo ser melancólica o sentirme triste, pero no soy capaz de deprimirme. Encuentro muy difícil sentirme miserable durante mucho tiempo. Sin ser religiosa, tengo una especie de sentido del éxtasis religioso. Siempre he sentido alegría. Soy así.
*La foto es de Eamon McCabe. Camera Press. Así de bella y sugerente es Zadie Smith: como sus libros, como su prosa, impregnada de humor.
PARDEZA, DISTRITO CATORCE, ISABELMUÑOZ, EN BORRADORES

MIGUEL PARDEZA, DISTRITO CATORCE, JORGE BERGES, ISABEL MUÑOZ, TERESA RAMÓN, FRANCISCO GRASA, EN BORRADORES
El director deportivo y ex jugador del Real Zaragoza Miguel Pardeza será uno de los invitados esta semana al plató de “Borradores”, Aragón Televisión (00.00 horas). Pardeza hablará de su pasión por la literatura y de su condición de editor del periodista y escritor César González Ruano, en concreto de sus libros “Obra periodística” y “Necrológicas” (Mapfre).
También estarán invitados al programa de esta semana Mariano Casanova y Enrique Mavilla, componentes del grupo “Distritocatorce”, del que se emitirá una canción grabada en Veruela. Además, “Borradores” visitará el estudio de la pintora oscense Teresa Ramón, ofrecerá un extenso reportaje sobre la fotografía de Isabel Muñoz que se expone en las salas de la Diputación de Huesca, y entrevistará a la joven poeta Elena Medel, que ha presentado en Zaragoza su poemario “Tara” (DVD).
Asimismo, el poeta Francisco Grasa leerá uno de sus poemas y viajaremos hasta la Librería Ibáñez de Alcañiz, el establecimiento de Miguel Ibáñez. La actuación en directo corresponderá esta semana al intérprete de guitarra clásica española Jorge Berges, que interpretará dos temas en directo y será entrevistado.
*El grupo Distrito Catorce en Leciñena. La foto es de Jesús Antoñanzas. “Borradores” se emite los martes a partir de las 00.00 horas.
EL ZORRO Y LA NIEVE (CASI UNA ELEGÍA)

El zorro siempre ha tenido un halo de leyenda. Cuando caía la noche y el frío mordía los aleros y se empapaba de lluvia, alguien contaba un cuento de zorros alrededor del fuego. Hablaba de su astucia y de que siempre andaban al acecho. A veces adoptaban un aire demasiado entrañable, de ahí que lo llamásemos Pedro. O Perico. De vez en cuando, los cazadores traían uno o dos colgados de un palo, muertos y malolientes, y reclamaban una pequeña recompensa por habernos librado de ese animal que desordenaba los gallineros y el sueño. A todos les había provocado un desbarajuste en casa en una madrugada de rapiña. Años después, durante una cacería de jabalíes por Valacloche, Libros y Villaspesa, oí a una zorra en celo que entonaba un grito quejumbroso y lacerante como una operación sin anestesia. No parecía haber otro sonido en medio del monte: era como si el planeta entero emitiese un ay infinito. Más tarde, durante mil y un viajes al Bajo Aragón y al Maestrazgo, el zorro se convirtió en el peregrino inesperado de cualquier carretera. Lo presentías de golpe, a lo lejos, cuando veías ese brillo de luciérnaga prodigiosa de sus ojos, y entonces mitigabas la velocidad e intentabas iluminarlo con los faros. Siempre me ha gustado la esponjosa cola, ese color entre pardo y ocre, la seguridad aparente de sus movimientos. Su enigma. Hace unos días, camino de Alcorisaen compañía del realizador Miguel Ángel Lamata, de golpe un zorro salió de la umbría de los olivos. Como una flecha, en línea recta, indiferente al coche que avanzaba. Oí el estrépito de metales y huesos, adiviné el último estertor, y repasé de golpe los mil y un cuentos de zorros que he oído como si en esa muerte terrible se concentrase toda mi vida. Empezaba a caer la nieve...
RODOLFO NOTIVOL CUMPLE 45 AÑOS

Rodolfo Notivol (Zaragoza, 1962) es el autor de unos de los libros más bellos que se han escrito sobre la infancia y la adolescencia en Zaragoza, en este caso sobre el barrio de Montemolín. El libro se titula “Autos de choque”, lo publicó Xordica en 2003, y es un libro que revela por igual la pasión por la vida, el amor y el fútbol, que una predisposición constante a la alegría, al desafuero, al sueño, sin orillar algunas mezquindades y excesos propios del momento. Es un libro de tramas familiares, de secretos y de fetichismo, de pasiones (una de ellas, candorosa, es por Felipe Ocampos), de peleas, de amores entrevistos mientras los autos de choques se estrellan, de domingos de tedio y de aventura. Ese libro, lo he dicho varias veces, y lo repito hoy, es uno de mis libros de relatos predilectos.
Hoy, Rodolfo Notivol, amigo de sus amigos, zaragozano de Montemolín y zaragocista hasta la médula del alma invisible, cumple 45 años. Una edad ideal para un hombre que casi siempre va, alegremente y con el pelo pincho, de negro, como un rockero que se atreve con la sombra.