Se muestran los artículos pertenecientes a Marzo de 2007.
NACIÓ DARÍO

Recibo este mensaje del poeta y crítico de arte Pedro Pablo Azpeitia, que trabaja ahora en el sello editorial Prames:
“Darío ha nacido a las 5.30.Estrella y él están muy bien. Besos y cariños”.
Pedro Pablo y Estrella acaban de tener su primer hijo. Enhorabuena.
*"La tempestad" de Giorgione.
VIAJE A GRENOBLE

Queridos amigos:
Me voy a Grenoble, a ver la nieve, con mi una parte de mi familia: Carmen, Diego, Jorge y Sara. No sé esquiar ni creo que pueda aprender ahora. Llevo algunos libros, entre ellos, “Las flores del mar” ("Las flores del mal") de Baudelaire, la edición bilingüe que tradujo bellamente Eduardo Marquina, la última novela de Maruja Torres y un libro que me fascina: “Autorretrato con radiador” (Árdora), un bellísimo y turbador diario de Christian Bobin.
Que paséis buenos días.
Nos veremos el martes.
*Siempre me ha gustado esta actriz, Stephane Audran, musa de Claude Chabrol. Os la dejo aquí como regalo de fin de semana. ¿En qué estará pensando?
HISTORIA DE UNA FOTO

En el verano de 2000, Fernando García Mongay iniciaba sus colaboraciones con el Ciberpaís y me hizo un reportaje.
La foto, antes de que la riada de libros se adueñase del bajo, la realizó Pablo Otín, el espléndido fotógrafo oscense que ganó el premio Ortega Y Gasset por sus fotos de la catástrofe de Biescas. Ésta es la foto que acompaña hoy la generosa y afectuosa crítica a "Golpes de mar" que publica Javier Goñi en Babelia. Mil gracias, Javier, desde el bello pueblo francés de Fontanil, que hace una decidida apuesta por los libros, y desde el teclado de mi cuñado Paco Gascón, el gran ingeniero aragonés, que en realidad es el teclado de mis sobrinos Tristán y Elsa.
FOTO DE JAVIER NAVARRETE

Hace unos días, Diario de Teruel (Javier Millán le dedicaba dos páginas) y Aragón Televisión publicaban esta bella foto de Javier Navarrete, el gran músico turolense que fue candidato al Oscar por la banda sonora de "El laberinto del fauno". El compositor, que ya trabaja para un proyecto de Annaud, está en el estudio de un músico norteamericano.
PACO GASCÓN Y SU FAMILIA

Foto tomada el sábado al mediodía en el bello pueblo de Fontanil, que pertenece a la ruta literaria de Stendhal.
En la fila de mayores: Jorge Rodríguez Gascón, sus tíos Paco y France, su hermano Diego y su madre Carmen. Delante: sus primos Tristán y Elsa, y su hermana Sara.
SALOMÓN Y LA REINA DE SABA, EN ZARAGOZA

La otra batalla de Valdespartera
El cinéfilo incansable Toni Alarcón me regala una copia de “Salomón y la reina de Saba”, una película que se rodó en Valdespartera y El Escorial en 1958. Narra la historia de amor entre el segundo hijo del rey David y la soberana de un país de leyenda. Tyrone Power fue el actor elegido para dar vida al soberano, aquel hombre que tenía 700 esposas, que era un adalid de los tratados de paz, un coleccionista de arte y un poeta enamorado. Gina Lollobrigida encarnó a la reina politeísta que adoraba el sol en una suerte de orgía telúrica y sensual. El antagonista, Adonijah, en otros lugares Adonías, el hermano mayor de Salomón, era George Sanders. Y el director fue King Vidor, que había hecho “Guerra y paz” y “Duelo al sol”. Gina llegó a con su hermana y convocó a las multitudes ante el Gran Hotel. Cuando se trasladó el rodaje a Madrid, durante un lance guerrero entre Sanders y Power, éste sufrió un infarto mortal. Lo sustituyó Yul Brynner, ganador del Oscar por “El rey y yo” en 1956. Ni su quehacer ni el de la actriz, ni el de los directores artísticos, pasará a la historia. La escena más famosa es aquella en la que, desde lo alto de una loma de Valdespartera, el ejército hebreo coloca sus bruñidos escudos hacia al sol para cegar al enemigo y enviarlo hacia un barranco. La película tiene algo de maldita: Power murió, Vidor no volvió a dirigir (vivió hasta entrados los 80 y recibió un Oscar honorífico unos pocos años antes) y Sanders se suicidó en la Costa Brava después. Mucha gente fue “extra”. Hay preciosas fotos de Miguel París y de otros que reflejan ese instante de ficción en que Zaragoza fue un campo de batalla entre hermanos hebreos y quizá un lecho de plumas para Salomón y la bella de Saba.
BORRADORES, CON EL CINE

Tam Tam Go, Ray Loriga, José María Aresté, Cine antes del cine, Agustín Díaz Yanes, esta noche en Borradores
“Borradores” dedica el programa de hoy, casi por completo, al mundo del cine. Ofrece la actuación en directo del grupo Tam Tam Go, que presenta disco, y conversará con la historiadora del cine Amparo Martínez, que coordina con José Luis Corral el ciclo “Literatura, Cine e Historia”. Además, “Borradores” realizará entrevistas a Agustín Díaz Yanes, que recuerda sus años en Zaragoza y su trayectoria cinematográfica; a Ray Loriga, que estrena la película “Teresa”, de la cual ofrecemos algunos fragmentos, y a José María Aresté, que publica en Espasa el libro “Escritores de cine”; en el capítulo sobre Arthur Miller, se recuerda su relación con Marilyn Monroe y la película "Vidas rebeldes". Borradores también emitirá un extenso reportaje sobre la exposición “Cine antes del cine”, una selección de materiales de los coleccionistas Francisco y Stela Boisset, que se exhibe en la Casa de los Morlanes, y visitará la librería de Cine “La ventana indiscreta”. El programa se cerrará con un poema de José María Milagro de Artieda.
Borradores. CARTV, 0.00. Productor ejecutivo: Gaizka Urresti. Productor: Jesús Arce. Redacción: Ana Catalá. Ayudante de realización: Yolanda Liesa. Realización: Teresa Lázaro.
CINE ANTES DEL CINE

Xavi Buil, fotógrafo y diseñador, ha participado muy activamente en la muestra de "El cine antes del cine", basada en la colección de Francisco Boisset y Stella Ibáñez.
Entramos en la página web y hallamos algunas de estas fotos del espléndido montaje.
CINE ANTES DEL CINE / 2

Otra foto de Xavi Buil.
MAX AUB, SEGÚN JAVIER QUIÑONES

[Soy lector y admirador, desde hace algunos años, de Javier Quiñones, experto en la literatura de Max Aub, en la de Arana, de la de los escritores del exilio. Ahora acaba de publicar "Max Aub, novela" (Edhasa), un libro que es "un vívido retrato generacional de quienes protagonizaron la llamada Edad de Plata de las letras españolas". Hallo en www.divertinajes.com/colaboraciones este texto de Javier que explica su novela, y lo cuelgo aquí porque es estupendo.]
Casi treinta años después… Max Aub, novela
por Javier Quiñones. Barcelona, febrero de 2007
Mi primer encuentro con la obra de Max Aub se produjo de modo casual, azaroso, lo que no deja de ser aubiano en cierta manera. Revolviendo en un cesto de libros viejos en una librería de lance de la calle Llibreteria de Barcelona -hoy desaparecida-, me encontré con un libro cuya portada me resultó a un tiempo enigmática y provocadora. En ella se veía, fotografiado en contrapicado, un paseante vestido con americana y pantalón oscuro que llevaba las manos enlazadas a la espalda en actitud meditabunda y la cabeza, tocada con una boina, ligeramente inclinada hacia el suelo. Servían de fondo a la fotografía una historiada tapa de alcantarillado y un suelo de adoquines. Cogí el libro y leí su título: Vida y obra de Luis Álvarez Petreña. El nombre de su autor, Max Aub, nada me decía, si acaso era una vaga referencia de manual de literatura o de listados bibliográficos. Sin embargo, la colección en la que estaba editado, Biblioteca Breve de Seix Barral, era toda una garantía de calidad literaria. Abrí el libro y leí: "Primera edición de la primera parte: Valencia, 1934. Segunda edición, incluyendo la segunda parte: México, 1965." Una nota del autor, fechada en 1970, decía: "Escribí la primera parte de este relato, memorias, novela, miscelánea o lo que sea, a los 28 años. La segunda hacia los 50 y la tercera a los 66. Si estuviese seguro de que se notara no lo diría. Me quedaré con la duda y sin saber si sirvió de algo. Supongo que no, a Dios gracias." Con eso bastaba; compré el libro y lo leí de un tirón. Corría el año 1974.
Lo peor vino después: la penuria de datos acerca del escritor, la inexistencia de ediciones, la búsqueda infructuosa en bibliotecas y librerías de viejo. Con todo, el azar me deparó otros encuentros epifánicos –Alberto Manguel dixit- en mi relación con la obra de Aub. Aún alcancé a comprar, antes de ser descatalogada, la edición del Jusep Torres Campalans, ese pintor de ficción amigo de Picasso, de Alianza Editorial, de modo que fue éste el segundo texto aubiano que leí. ¿Cómo es posible, me preguntaba entonces, que un escritor capaz de escribir libros como aquellos no figurara entre los más destacados de la literatura española, no se editasen sus obras y su nombre no fuera reconocido y celebrado? No olvidaré fácilmente la alegría que me produjo el hallar, perdido entre hileras de libros viejos en la feria del libro de ocasión de septiembre en el Paseo de Gracia de Barcelona, un ejemplar de la segunda edición de La gallina ciega, editada por Joaquín Mortiz en México, en 1975. Lo encontré en septiembre de 1977, como señala con precisión mi ex-libris. Recuerdo aún la amargura de la queja de Aub ante el desconocimiento del público lector cuando efímeramente regresó a España en 1969: "¿Quién soy yo para todos estos que llenan estos cafés del centro de Barcelona y sus enormes terrazas? Nadie. No, nadie sabe quién eres." A partir de aquel momento me propuse intentar saber quién era en realidad Max Aub y leer su obra a ser posible en su totalidad.
No fue, sin embargo, hasta un año después cuando empecé a conocer la faceta testimonial de la obra aubiana. En 1978 la editorial Alfaguara empezó a publicar las novelas de El laberinto mágico; la primera, Campo cerrado. Para el joven que yo era entonces, aquello fue el encuentro con una literatura y con una visión de nuestra historia reciente que nos había sido hurtada deliberadamente por el franquismo. A partir de ese momento, y hasta 1981 en que se publicó, también por Alfaguara, Campo de los almendros, última de las novelas de El laberinto, hice de Aub y de su obra centro de mis estudios literarios. Pero lo que aprendí entonces fue algo más decisivo: aprendí a escribir, conocí la auténtica dimensión creativa de la literatura, aprendí a poner en cuestión la imagen que me había sido transmitida de nuestra historia y descubrí una visión cosmológica y existencial del ser humano de la que carecían muchas de las novelas que por aquel tiempo había leído. Lo que descubrí en la obra de Aub fue muy importante para el joven que yo era entonces y ahora, treinta años después dejo aquí constancia de ello.
Nacieron, al hilo de ese descubrimiento, mi tesis de licenciatura y los primeros artículos -el primero en El socialista y el segundo en Ínsula- que dediqué a Max Aub y a su obra. En mi tesis de licenciatura incluí un proyecto que tuvo que esperar trece años y la socorrida intervención del azar para convertirse en Enero sin nombre. Los relatos completos del Laberinto mágico, editado por Alba Editorial con una presentación de Francisco Ayala, libro en el que recogía y prologaba los cuentos testimoniales de Aub clasificados en tres apartados: cuentos sobre la guerra civil, los campos de concentración y el exilio. Era el año 1995.Como ejemplo de otras sincronías aubianas, destacar la del año de 1992, que fue para mí trascendental. De libertad tendidas mis banderas, el cuento mío cuya acción transcurría en Alicante y Albatera en
los últimos días del mes de marzo de 1939, ganó el concurso internacional de cuentos que lleva el nombre del escritor y que otorga el Ayuntamiento de Segorbe y la Fundación Max Aub, entonces aún no constituida. Merced a ese premio conocí a Elena Aub, quien fue jurado del premio junto a Manuel Tuñón de Lara. No podía iniciarse de otro modo la publicación de mi obra literaria de creación: galardonada con un premio que llevaba el nombre de un escritor al que tan ligado me sentía ya.
Vino, dos años después, en 1994, la consecución de otro premio de narrativa, el que otorgaba la Editorial Anthropos, a mi novela Voces apagadas, presentada bajo el título El invierno de la vejez. Las dificultades por las que entonces atravesaba esa editorial impidieron que el libro se publicara. Años después, en 2002, lo recogí en El final del sueño.Publiqué también, en 1995, en Alba mi novela De ahora en adelante, que no ganó ningún premio pero tuvo la fortuna de conocer hasta cinco ediciones. Me sumergí en los años siguientes en otra figura representativa de la España de la República, la del socialista Julián Besteiro. Fruto de ello surgió mi segunda novela, Años triunfales. Prisión y muerte de Julián Besteiro (Alba, 1998), galardonada con el premio Ciudad de Barbastro de Novela del año 1997 y que se editó con un prólogo de Camilo José Cela. En 1999, también editada por Alba, apareció mi novela Nada que no seas tú, continuación y cierre de De ahora en adelante.
Entretanto, seguía leyendo la obra de Max Aub y escribiendo artículos sobre su obra y sobre la de otros escritores del exilio republicano de 1939, al mismo tiempo que participaba en congresos universitarios dedicados al exilio. El azar, que tanto ha tenido que ver en el desarrollo de mi carrera literaria, me deparó un encuentro casual en la calle, en junio de 2002. Me dirigía a una estafeta de Correos a enviar las pruebas corregidas de mi libro de cuentos El final del sueño al editor y amigo Sergio Gaspar (DVD Ediciones), cuando me encontré con Josep Mengual, de Edhasa. Le dije entonces que había reunido una serie de aforismos extraídos de la obra de Aub y que se los iba a enviar para ver si tenían cabida en la colección de aforismos de la editorial. Nació así Aforismos en el laberinto (Edhasa, 2003), que se publicó con una presentación de José Antonio Marina y del que fui responsable de la selección y del prólogo, así como de una biobibliografía que iba como apéndice de la edición. Fue mientras recopilaba datos para esta cronología biográfica de Aub cuando surgió la idea, que se me impuso con la fuerza con la que siempre se imponen los proyectos de verdad, de escribir una obra narrativa sobre la vida y la obra de Max Aub y que acabaría convirtiéndose en una suerte de crónica de una generación desgarrada por la Guerra Civil y el exilio, la generación del 27 y la de la República, la del propio Max Aub, cuyos avatares biográficos servían a la vez de hilo conductor y testimonio de una época irrepetible de nuestras letras: la Edad de Plata.
Como una sincronía más, Josep Mengual y yo nos fuimos a Valencia a presentar Aforismos en el laberinto en pleno conflicto de la guerra de Irak, ¡qué aubiano resultó todo aquello, presentar un libro de Aub en medio de una guerra, él que tuvo que soportar tres, la Primera y Segunda Guerras Mundiales y la Guerra Civil Española! Yo ya había redactado por entonces el primero de los capítulos de lo que después sería Max Aub, novela. Josep me vio en el tren corrigiendo el manuscrito, pero no me preguntó nada, aunque suponía que era una obra de creación. Yo tampoco le dije nada, porque no me gusta hablar de mis proyectos hasta que están acabados. Seguí trabajando incansable en la novela, a veces abrumado por la angostura del laberinto en el que me había metido, pero sin perder nunca la esperanza de encontrar una salida airosa al reto. Entre medio, en enero de 2005 se publicó en la revista Quimera un monográfico sobre el cuento del exilio que coordiné por encargo de Fernando Valls, el director. Fue Fernando quien me propuso editar una antología de toda esa narrativa breve, que vio la luz en abril de 2006 bajo el título Sólo una larga espera. Cuentos del exilio republicano español (Menoscuarto, 2006), en la que incluí, cómo no, un cuento de Aub. Me centré después en terminar la novela y cuando estuvo lista, se la presenté a Edhasa; la leyeron, les gustó y decidieron editarla; por fin, en estos días llegará a las librerías Max Aub, novela.
VICTORIAS DE JORGE Y DIEGO
Regresaba Jorge hoy al fútbol, tras su accidente en el pie. Y lo hizo en el Stadium Venecia. El Utebo se enfrentaba al equipo local. Hacía un viento enloquecido y se deshacía un sol intenso, casi primaveral. Como no jugó Jorge de inicio, asistí de lejos a la primera parte. Los locales se pusieron por delante, y la primera parte concluyó 2-1 en contra del Utebo. En la segunda parte, con la entrada del peruano Luis y los remates espléndidos de Remón, los azules le dieron la vuelta al choque y ganaron por 2-4. Jorge salió cuando faltaban quince o veinte minutos, y realizó un excelente partido: pasó bien, regateó en varias ocasiones, corrió por su banda y combinó con Luis. No se resintió del dedo del pie.
Cuando estaba a punto de terminar el partido, me llamó Diego, que jugaba en Garrapinillos contra el Burgo de Ebro. En el partido de la primera vuelta, un jugador rival le rompió la pierna a Alex. Y aún cojea. Diego me dijo que había jugado casi todo el partido –lleva una semana con una tremenda gripe que le ha impedido ir a clase, excepto el viernes- y que había marcado un gol. Se le veía muy contento. Como siempre.
PD. Veo el partido del Barcelona y del Real Madrid. El moribundo, se había dicho, era el Madrid. Y fue exactamente al revés. Los blancos sin hacer nada del otro mundo, pudieron haber ganado; Messi, en una de sus mejores noches, brilla y eclipsa a un apagado y estático Ronaldinho. El equipo de Rijkaard se ha vuelto un equipo previsible, o un tanto previsible, con escasa profundidad. Ha perdido la velocidad, el sentido del desmarque, la rapidez, la ambición. Una genialidad inesperada del argentino de 19 años ha paralizado otro estado de crisis.
POEMA DE FERNANDO SARRÍA

Si sólo en ti quedará el adarce azul del aliento
que el mar ha recreado en tu memoria,
como si siempre hubieras habitado sus orillas,
y fuera él, el mar, un desván donde guarecer los sueños del tiempo,
este libro tuyo, cantaría en sus mareas
los dulces silencios que entregado el océano te regala.
En esas palabras que dibujas, la sabara desnuda todas las emociones,
y en su eco también se revisten los verdes bosques y los lejanos navíos,
mujeres desbordadas por la historia y hombres desvanecidos en las olas,
dejando a la vista la sangre que bombea un corazón indomable.
En noviembre leí el libro de Antón Castro "Golpes de Mar" y desde entonces esperaba poder escribir sobre él, hasta ahora, hoy pensando en ambos me ha salido este poema que quiero que sirva como pequeño homenaje del libro y sobre todo del autor.
*Nota. Adarce.
(Del lat. adarce, y este del gr. ἀδάρκη). 1. m. Costra salina que las aguas del mar forman en los objetos que mojan.
[Fernando Sarria dedica un poema a mi libro "Golpes de mar", que presento este jueves en Lausane y el viernes en Ginebra, durante dos horas. Hablaré con alumnos y profesores suizos, con raíces españolas, especialmente gallegas.
Ginebra es una ciudad legendaria para mí, no sólo porque mi padre me escribía cartas desde la emigración y preguntaba: "¿Cómo está el rey de la casa?", sino porque me habló mucho de Ginebra José Ángel Valente (en su casa de Almería, mientra bebía infusiones), María Kodama (en una habitación del Gran Hotel) y Alfredo Castellón, que evocaba a María Zambrano.
Le agradezco a Fernando Sarria, de nuevo, este texto. La foto es de José Suárez.]
ALGUNOS LIBROS DE MUJERES

Gerda Taro, nacida Gerta Pohorylle, dejó su vida y su leyenda en la Guerra Civil, en Brunete. Su compañero Robert Capa no sólo la pidió en matrimonio, sino que sufrió en carne propia su inclinación a los amores contingentes, su independencia. Capa la retrató en muchas ocasiones, pero hay una instantánea, abrazada a un mojón de carretera y dormida, que resulta muy sugestiva: es la foto de alguien extenuado por el trabajo y a la vez confiado. Es la foto de una soñadora que se vislumbra, de súbito, frágil. De todo ello y de muchas más cosas habla la biografía “Gerda Tardo, fotógrafa de guerra” (Mondadori, 2007; 394páginas) del escritor y presentador Fernando Olmeda, que revela perfiles pocos conocidos de esta mujer que captó la vanguardia y la retaguardia, las milicianas, que estuvo mediatizada, en vida y tras la muerte, por una maldición: “No ser la sombra de sí misma, ser la sombra de otro”. Otra mujer a la sombra de los hombres, pero poderosa al fin, con personalidad, fue Alma Mahler. Acantilado publica “Recuerdos de Gustav Mahler” (Traducción de Isabel Fernández; 362 páginas), y es un libro donde se narra la década de amor y desamor que vivieron juntos: ella, más joven, fue conquistada y más o menos relegada, pero luego se rehizo y logró gobernar el corazón tumultuoso de este hombre sometido a constante incertidumbres. El libro refleja la percepción de Alma de su vida de pareja, se aproxima al modo en que creaba Mahler, aborda los celos, los instantes maravillosos, el idilio en pleno bosque, retrata aquel fecundo periodo de creación en Viena. La edición se ha enriquecido, además, con una selección de las cartas que Gustav dirigió a Alma, a la que le dice: “Todos los latidos de mi corazón son para ti”. La traductora Mercedes Corral, directora de la Casa del Traductor de Tarazona, conoció a Natalia Ginzburg, conversó con ella y acaso fue la autora de “Querido Miguel” y “Léxico familiar” quien le contagió el amor por Italia y por la traducción. Ahora, Lumen reedita su espléndida versión de “Léxico familiar”, una novela subjetiva inspirada en hechos reales, en la que Natalia Ginzburg (1916-1991) recrea y recuerda el ambiente familiar, el código lingüístico de su familia, la capacidad de evocación de las palabras más o menos privadas, las reyertas y las complicidades, y presenta un universo familiar, no necesariamente sublimado, aunque conviene decir que este universo no se queda en la infancia: es un daguerrotipo de una mujer con sus padres, con sus hermanos, con sus primeros amores y en el contexto de la vida política y literaria de la Italia del primer medio siglo XX. También Lumen publica un libro muy recomendable: los “Cuentos completos” de Katherine Anne Porter, 714 páginas que recogen los tres libros de relatos de una autora emparentada con William Faulkner y con Capote, que la consideró la gran artista del siglo XX junto a Flannery O´Connor. Son cuentos de amor y desamor, de locura y violencia, de frontera y de desgarro, de desubicación y de un erotismo potente.
Y como colofón a esta nota de lectura, “Fuego soy, apartado y espada puesta lejos” (Visor) de Gioconda Belli, un poemario que habla de miradas de mujer, de hijas a punto de casarse, de viajes, de pasión, de mitos, de los pequeños gestos con los que se construye la existencia.
AURORA CHARLO: PÀISAJES DE AGUA

El diccionario define acuarela como “pintura sobre papel o cartón con colores diluidos en agua”. La acuarela es la escritura del agua sobre el papel. Aurora Charla ha convertido esa técnica en algo más que una disciplina artística. Es su reino compartido. Es el espacio de ensoñación y trabajo donde se zambulle, disfruta, se arriesga e investiga. Aurora Charlo ha creado su método, una estética, una forma de vivir la acuarela: posee una técnica deslumbrante, ese oficio que aúna habilidad, inspiración e intensidad. Va y viene, como su mano, como ese pie que se atreve a internarse en el corazón del bosque o en las tortuosas veredas de las montañas, a su capricho: desenvuelta, con una alegría que arrolla, con una fogosidad que se alimenta de candor, sed de aventura y voluntad de ser en el agua, en la mancha, en el puro arte de la sugerencia donde el propio color del papel es pintura y texto, es textura y arrebato.
Recordamos la espléndida muestra de Aurora Charlo de hace más de un lustro en el Museo Pablo Serrano. Entonces, con opulencia creadora, con ambición poética, Aurora Charlo mostró sus innumerables recursos, su relación con los materiales, su empeño en negar, o discutir al menos, las supuestas limitaciones de la acuarela. Aquella exposición tenía el pulso y la pulsión del arte contemporáneo: usaba grandes formatos, empleaba el tachismo y el raspado, se acercaba a la abstracción presentida y al tumulto formal, siempre sin perder la elegancia, el arte de la sugerencia, la invención de atmósferas.
Aurora Charlo expone ahora en la galería Salduba una colección heterogénea: paisajes, sobre todo paisajes, y dentro de ellos una pequeña serie de marinas con barquero o pescador, algunos retratos, que siempre son emblemas o metáforas de asuntos como la sabiduría o la astucia. Y expone también paisajes urbanos: uno, casi constructivista, acaso cubista en su intención y en su matizado descontrol, de la ciudad de Bilbao, y otro de unos reflejos en el puerto de Soller. En ambos, Aurora Charlo se suelta la mano y el agua, se emborracha de sensaciones y de atropellos, avanza y explora nuevos caminos. La mansedumbre máxima, la isla en calma, la obtiene en la pieza “Playa”: una destilación cromática de suavidades oníricas donde dialogan la arena, el agua y el celaje con alguien que llega entre gaviotas.
En los paisajes, hay distintas series: una de ellas se titula “En las cumbres”, y en ellas se percibe la destreza absoluta, el gusto por el detalle, la exactitud y la limpidez. También, encendiendo un poco más sus habituales colores fríos, pinta el interior del bosque y obtiene dos obras magníficas con “El pozo azul” y “Curso de agua”, piezas vinculadas al gusto por los torrentes y cascadas que se despeñan en el barranco o en la vaguada. He aquí una exposición trabajada de luces y gestos, un reinterpretación de la naturaleza como materia de contemplación, como espejo de alguien que se busca y se encuentra, y se transmuta en la hermosa caligrafía del agua y sus tintas.
Aurora Charlo. Acuarelas. Galería de Arte Salduba. Hasta el día 13 de marzo. Web: www.auroracharlo.com
EL 11-M, EN PALABRAS CRUZADAS, DIRIGIDO POR RAFAEL BARDAJÍ

“Palabras Cruzadas” debate sobre los atentados del 11 de marzo
El programa debate de Aragón Televisión, “Palabras Cruzadas”, que dirige y presenta el periodista Rafael Bardají, debate esta semana sobre el atentado del 11 de marzo de 2004, coincidiendo con el tercer aniversario. El programa abordará los hechos previos al atentado, la gestión de la información realizada por el Gobierno y las informaciones que fueron llegando desde el mismo día 11, con especial atención a la convulsión ciudadana, política y social que se produjo en las jornadas posteriores. El debate también girará en torno a la fase del juicio iniciado el pasado 15 de marzo. A partir de ahí, “Palabras Cruzadas” se centrará en la vista oral y en las declaraciones de los 29 acusados. A lo largo del programa se debatirá también sobre las líneas de investigación y sobre si, realmente, se han tenido en cuenta todas las líneas que pudieran relacionar la trama islamista con la trama proveniente de la banda terrorista ETA, con los posicionamientos tanto de las distintas formaciones políticas como de los medios de comunicación.
Por último, el programa abordará las repercusiones psicológicas que el atentado tuvo en los heridos, los familiares de las víctimas y en toda la sociedad española, así como el papel que el juicio puede tener para éstos como reparación de la pérdida o como búsqueda de sosiego. Los invitados que debatirán sobre el tema serán los periodistas José María Calleja, Concha Monserrat de Radio Zaragoza, Manuel Cerdá, director de “Interviú”; Fernando Múgica de “El Mundo” y Pablo Muñoz de “ABC”.
“Palabras Cruzadas”, presentado por Rafael Bardají se emite los martes a partir de las 23.25 horas. [Nota de prensa de Ana Gil y Sara Martín].
ESTA NOCHE, BORRADORES: i. GRASA, R. ACIN, DOS LUNAS, H. ALTERIO

Los escritores Ramón Acín e Ismael Grasa en “Borradores”
“Borradores” recibe esta semana la visita de José Lapuente e Israel López, componentes del grupo “Dos Lunas”, que actuarán en directo en el programa y hablarán de sus proyectos. Además, el espacio cultural de Aragón Televisión tendrá también como invitados a los escritores Ramón Acín e Ismael Grasa, que acaban de publicar dos libros de relatos: “Hermanos de sangre” (Páginas de Espuma), el primero, y “Trescientos días de sol” (Xordica), el segundo. También acudirán al plató Félix Martín, director teatral, y José Luis Esteban, actor y autor, del grupo “Luna de Arena”, que presenta esta semana un montaje sobre el escultor Augusto Rodin en el Teatro Principal.
Además, “Borradores” se completará con una visita al estudio de la acuarelista Aurora Charlo, cuya obra colgará en el plató del programa, y con una entrevista a Héctor Alterio, en la que el actor hablará sobre sus años en España y su visión de Argentina, la adaptación de "El túnel" al teatro y su fervor por Ernesto Sábato. Finalmente, “Borradores” concluirá este martes con las recomendaciones de la librería Pons.
“Borradores” se emite los martes a las 00.40 horas. La foto es de Cristina Grande y de la editorial Xordica.
RESPUESTA A UNA PETICIÓN CON BORRADORES* DE FONDO

Queridos amigos Enrique y Diego de Rivas:
Queridos navegantes que a esta orilla llegáis:
Creo que lo de ayer, el retraso, con “Borradores” fue excepcional. Había un reportaje previo a “Palabras cruzadas” algo más largo de lo habitual, sobre la comida basura, y se retrasó el programa de Rafael Bardají, que estuvo muy bien: fue tenso e intenso, con debate, con trifulca dialéctica, muy elaborado. El trabajo de Rafael Bardají y todo su equipo, que es por cierto el mismo de “Borradores” con la aportación de la dulce e inteligente Carlota (ha colaborado en "Borradores", donde ha puesto su bella voz en off), es estupendo, un programa que trabaja por mejorar día a día, es lo que se dice un programa currado. Te agradezco Enrique tu afecto, tu cariño hacia “Borradores”, pero creo que no pueden compararse. Son propuestas muy diferentes y las dos intentan ser rigurosas, respetuosas con el espectador, respetuosas con los invitados, con concepto inequívoco de televisión pública. Por supuesto, que todo es mejorable. Y “Borradores” más que ningún otro programa tal vez.
Dicho eso, que es exactamente lo que pienso (me gusta la televisión porque es como la vida: un espejo, un laberinto, un amasijo que muchas propuestas que conviven e intentan comunicar y atrapar al espectador), me parece que el programa de ayer tuvo momentos emocionantes: Ramón Acín se defendió con mucha soltura al hablar de “Hermanos de sangre”, recordó que es un libro que nace de la investigación que le llevó a redactar su novela “Siempre quedará París” (Algaida, 2005), y que es un libro en varios tiempos: uno sobre la Guerra Civil y sus ecos, otro sobre el mundo del Pirineo, donde nació y adonde regresa, y otro sobre sus viajes a distintos lugares: África, México o Rusia, donde conoció un vino, un Somontano del 36. Ramón abordó la cuestión de la memoria histórica, le quitó hierro, y dijo que no ve el país plantado en un abismo semejante al del 36. Este extremo también lo confirmó Ismael Grasa. Él está tranquilo, el país está convulso pero no corre peligro la convivencia. Al menos él no se ve en la tesitura de tener que salir a la calle y coger un arma. Al hacer esa pregunta, Ismael estuvo para mí gusto sincero, reflexivo, intenso. Dijo que “Trescientos días de sol” iba a tener un elemento común, que era la idea del delito, pero luego se le fueron metiendo por medio otras cosas: una cotidianidad turbadora, con elementos de terror, un clima un tanto angustioso, una idea del cuento muy especial (dijo que, a pesar de lo que pudiera parecer, intenta cerrar los cuentos), señaló que se sentía inmerso en una tradición que abraza a Chejov, Natalia Ginzburg y Raymond Carver. Y dijo que él de lo que había querido escribir, sobre todo y ante todo, era de la vida. Y aceptó, sí, que no sabe exactamente por qué se le ha colado una especie de obsesión subterránea por las bodas. A mí me gusta construir las entrevistas con los personajes, improvisarlas, oír lo que me dicen los entrevistados y avanzar con ellos.
Ramón estuvo suelto, seguro, como un río que se desploma hacia el valle; Ismael estuvo más introspectivo, brillante, profundo. Como si indagase en el propio libro, en los personajes y en las situaciones, en directo, durante la emisión. Y eso le llevó a algunos silencios, a una aparente perplejidad, pero para mí fue todo muy auténtico. Uno nunca sabe si se equivoca al preguntar, si se embarulla; en este oficio, aprendes siempre, te caes a menudo y no siempre hay red, aunque estamos en lo alto de la madrugada. Una de las compañeras del set se me acercó, tras el programa, y me dijo: “Voy a comprar de inmediato el libro de Ismael”. “Trescientos días de sol”. El de Ramón ya lo tenía.
Tengo que dejarlo aquí. Pero me gustaron muchos los cuadros y el reportaje de Aurora Charlo; acababa de desmontar en la galería Salduba y nos dejó algunos de esos mismos cuadros. Y me gustó la entrevista-recuento de Ana Catalá Roca a Héctor Alterio. José Luis Esteban recitó / interpretó un fragmento de “Fin de partida” de Samuel Beckett, que se presenta hoy con el Teatro del Temple en Madrid, y explicó como había concebido “La puerta del infierno. Rodin”, el montaje que dirige desde hoy hasta el domingo en el Teatro Principal con su grupo Luna de Arena. Félix dijo una cosa muy bonita: le habría gustado ser actor de ese montaje. Entiende que el texto de Esteban, actor y dramaturgo y rapsoda, hombre de acción escénica ininterrumpida, es ideal para los actores. El librero Pons exhibió aplomo, calma y erudición presentando varios libros, y María del Carmen Gascón Baquero probó su sentido del juego teatral, su dicción de saltibamqui de la emoción, su alma de niña que se divierte en la avanzada noche de las sombras.
José Lapuente e Israel González cantaron dos temas: “Cielo drive” y “Buenas noches donde quiera que estés”. Y hablaron, entre otras cosas, de la grabación de su disco “Otra luz”, que estará en septiembre o en octubre en la tienda.
Queridos Enrique y Diego, queridos amigos, ahí está la respuesta a vuestra petición. Mil gracias a los dos y a todos los que os desveláis de cuando en cuando por "Borradores" y os asomáis al blog. Antón
*Borradores. Espacio Cultural de Aragón Televisión. 0.00, los martes. Redacción: Ana Catalá. Ayudante de realización: Yolanda Liesa. Productor ejecutivo: Gaizka Urresti. Realización: Teresa Lázaro. Producción: CHIP. La foto es de la película "El hijo de la novia", con Ricardo Darín, Norma Aleandro y Héctor Alterio.
EN GINEBRA Y LAUSANNE, CON JOSÉ MARÍA ADÉ

Estoy en Ginebra en casa del historiador y profesor oscense José María Adé Buil, que es un tipo espléndido, un magnífico anfitrión. Ayer estuvimos en Lausanne, donde presentamos mi libro “Golpes de mar” (Destino, 2006), asistieron 60 alumnos, varios profesores, el consejero de Educación, Francisco Medina (un andaluz con aspecto de galán de cine nacido en Bailén), el director de los profesores de español Fernando Castañedo, Blanca Lacasta, asesora técnica de la Consejería de Educación de la embajada de España en Berna, y otros profesores como Belén, Eduardo Piqué y Jesùs, un soriano que había vivido una infancia cautivadora de lobos y leyendas.
José María Adé, por cierto, se acostó anoche con un libro entre las manos: “Trescientos días de sol” de su querido sobrino Ismael Grasa. Y leyó su relato “Pájaros”, que narra un viaje al castillo de Loarre y el robo de un móvil, algo que bien pudo ocurrirle al propio José María Adé. Por cierto, José María tiene la casa llena de preciosos dibujos de Estrella, que estudia Bellas Artes en Barcelona y es la hija que ha tenido con su mujer Ana Allué, que viene por aquí de vez en cuando a poner orden en la casa de un solitario proclive a la tertulia, a la lectura y a la pasión por enseñar.
Fue una tarde memorable y magnífica, que acabó en un restaurante en el que servía un joven gallego, de Pontevedra. Los chicos, recuerdo ahora, conocían al Real Zaragoza (había uno que recordaba el gran gol de Galleti al Real Madrid en la final de Copa) y prefieren a Rafael Nadal antes que a Roger Federer. Uno de ellos dijo: “El mejor tenista de la historia será Nadal, y no Federer. Déle tiempo”. B ien se ve que el chico está equivocado, pero es la pasión del hijo de emigrante. Casi todos los estudiantes eran hijos de emigrantes de origen gallego.
*José María Adé, bebiendo Heineken, junto a la profesora Cristina Sevilla en una fiesta de fin de trimestre en Ginebra. Foto del gallego Luis Rey. (Por cierto, salgo a la calle, voy a la agrupación de profesores de Lengua española y conozco a Luis Rey).
PRESENTACIÓN EN GINEBRA
En el Collège Nicolas Bouvier de Ginebra se presentó ayer "Golpes de mar". Habría alrededor de 300 alumnos en una especie de aula magna. Eran hijos de emigrantes españoles, no sólo gallegos, que ganaban por goleada. El acto tuvo momentos emocionantes: el grupo de gaiteros de la sociedad “A Nosa Galiza” inauguró el encuentro con una selección de temas encadenados, con una novedad sorprendente: la percusión tenía un aire africano, así Galicia y África se mezclaron en la melodía inicial en Ginebra. El director del grupo es un joven que se llama Samuel, que además es gaitero.
Había bastantes profesores y gallegos ilustres como el fotógrafo Manuel Álvarez Álvarez, autor de un fantástico libro: "Gameleiros" (Xerais), donde retrató a 27 marineros, que llevaba textos del poeta y escritor Miro Villar. Manuel Álvarez acaba de iniciar una serie de “Galegos en en Xinebra”. Por la noche, hasta las dos, conversamos en el Centro Gallego con el zaragozano Santiago Benito, el periodista y mecánico Suso Baamonde, el profesor murciano Pepe Martínez Mondéjar, el librero peruano Rodrigo Díaz (amigo de Luis Sepúlveda), y con el gran José María Adé. Cenamos ensalada verde, merluza a la cazuela y corrió un poco de orujo de hierbas.
LA TUMBA DE BORGES, SERVET EN CHAMPEL

Esta mañana hemos ido a visitar la sencilla tumba de Jorge Luis Borges al cementerio des Rois, un espacio íntimo y no demasiado poblado de personajes ilustres. En la tumba de Borges había algunos pensamientos y un recuerdo para dos de sus personajes: Ulrika y Javier Otálora, el protagonista de su cuento “El muerto”.
Luego entramos en una curiosa librería viajes, donde compramos un libro de Paul Nadar de su viaje a Turkestán. Y, después, entramos en Albatros: una librería de ascendencia sudamericana en cuyo escaparate había un ejemplar de “Golpes de mar”. Tomamos algunas fotos. Nos fuimos de rastro, en la plaza de Plain Palais. Había libros espléndidos, baratísimos, de Skira y de cualquier cosa que a uno se le pudiese antojar; nos pidieron 800 francos por un libro de “Viajes extraordinarios”, ilustrado, de Julio Verne. Acabamos ante el monumento a Miguel Servet, en la cuesta de Champel. Conmueve esa ambigua petición de perdón del pueblo ginebrino al sabio de Villanueva de Aragón. Recorremos ese barrio, casi en las afueras, que dicen que es uno de los más caros.
Paseamos en tranvía por distintas calles, avanzamos por los puentes, vemos los comercios y el museo de los relojes. José María Adé encuentra un carrito con ruedas en la calle, y coloca las bolsas de libros y paquetes en él. Dice que parece un mendigo de Huesca en Ginebra.
AQUELLOS MARAVILLOSOS MAÑOS (Crónica de ÁNCHEL CONTE)

[Llego a casa, tras perder el autobús de la una (tuvimos que coger el tren de las cuatro), y me encuentro con la magnífica victoria del Real Zaragoza (me habría gustado darle un abrazo a ese seguidor ejemplar que es José Luis Melero padre), con mis hijos, con 563 correos y con esta espléndida crónica de Ánchel Conte, que presenta libro, “Esperando el cierzo”, este fin de semana en Madrid, en la librería Central. La cuelgo gustosamente en el blog]
Hay ocasiones en que Barcelona tiene un corazón aragonés que late empujado por el cierzo. Hemos tenido una semana en la que Aragón ha estado presente y a muchos se nos ha llenado el cuerpo con aires y añoranzas de la tierra. Todo empezó el domingo día 11 en la sala Luz de Gas con el recital de un Angel Petisme pletórico. Continuó el viernes día 16 con José Luis Melero, que presentó en el Centro Aragonés de la calle de Costa su estupenda obra “Los libros de la Guerra” (Rolde). Oír hablar a Pepe sobre su libro fue un regalo y un buen aperitivo de lo que nos esperaba el sábado por la noche en el Teatre Joventut de L’Hospitalet de Llobregat, donde José Antonio Labodeta, Joaquín Carbonell y Eduardo Paz, “Aquellos magníficos mAÑOS” –tal era el nombre que llevaba el concierto, dentro del ciclo Barcelona-Sants- llenaron todo el aforo y lograron crear un clima tan emocionante que supongo que a todos se les puso la piel tan erizada como yo tenía la mía.
Nunca había visto a los tres juntos desde los esperanzadores años de la Transición, y tenerlos ahí, hermanados, con una complicidad y una espontaneidad que contagiaron a todo el público, ha hecho de ese concierto uno de los más emocionantes que yo he vivido nunca. Ha pasado el tiempo, y resulta que aquellas canciones de los 70 siguen tan vivas como vivos y actuales resultan sus autores. Oyéndolos, a uno le venían recuerdos que luego pudimos comentar con ellos, conciertos en fechas tan señaladas que han pasado a la historia de mi vida como una referencia: La Bullonera a los dos días de la muerte de Allende, Labordeta el día que Franco fusiló a los militantes del FRAP, Carbonell contra viento y censura en el instituto Ibáñez Martín de Teruel donde yo trabajaba; todos, ellos y muchos más, en los grandiosos conciertos del Teatro Principal en Zaragoza o en el Palacio de Deportes de Huesca…
Ciertamente, los tiempos son otros, pero la amenaza del fascismo está ahí, al acecho, esperando cualquier excusa para airear sus banderas que tanto recuerdan aquéllas contra las que nos movilizábamos en los años de la esperanza. Por eso oír a Labordeta cantar “Banderas rotas” o “Dejen pasar” a Carbonell, o las tremedas “Albada” de Labordeta o el canto a Los Monegros de la Bullonera recuperaban su sentido original y nos ponían a todos en pie, aragoneses y no aragoneses, unidos en la emoción y en la esperanza. Ver y oír a mis viejos amigos, a compañeros de tantas historias, me ha hecho más libre, me ha quitado años, me ha dado el empujón que de vez en cuando hemos de recibir en la conciencia. El Teatre Joventut ha sido el lugar del encuentro de tres magníficos aragoneses con los que da gusto caminar hacia un Aragón por el que luchan/mos desde hace décadas. Concierto imborrable, emoción a raudales y una esperanza renovada. Gracias a los tres.
*No encuentro una foto de concierto de los tres, y tomo de "El Periódico de Aragón" y de la página web de Joaquín Carbonell estab sugerente portada.
MI PADRE, GINEBRA Y AQUELLAS CARTAS DEL EMIGRANTE

Me ha deslumbrado Ginebra. Sobre todo de noche. Por su arquitectura, por su grandiosidad, por su casco antiguo de calles con sabor a memoria del tiempo, repletas de librerías, de galería de arte, de tiendas de antigüedades y de telas. La noche del sábado fue como un colofón, como el final deslumbrante de una novela que había durado casi tres días. La ciudad tiene tranvías, trolebuses modernos de caña y ese lago que acuna la fachada de los hoteles, la luz temblorosa de una ciudad apacible. Había vivido horas intensas en las que, casi inadvertidamente, había buscado la sombra de mi padre. Ejercía de espía. Allí había estado él, cuarenta años atrás, cuando escribía cartas en castellano con sintaxis gallega y preguntaba qué hacía “o rei da casa” que era yo. Se lo conté a los estudiantes, y les recordé aquello que tanto me gusta contar: mi padre volvía de Suiza (de Lausana, de Vevey, de Berna, de Zurich, de Ginebra) con su traje de pana marrón, su maleta inmensa, una bolsa de caramelos de menta, otra bolsa de naranjas sanguinas y rodeado de ranas y de sapos que parecían haber caído con las primeras lluvias de diciembre. Ante casi trescientas personas, tuve la osadía de cantar “Adiós ríos, adiós fontes”, tras glosar a Rosalía de Castro.
Llamé a mi padre desde Ginebra, desde una zanja casi (una parte de la ciudad está en obras; está remozándose para ensanchar las líneas de tranvía) en la que él pudo haber trabajado antaño. Conocí a José Luis Garrido, un profesor orensano (dice que es de Orense, no de Ourense), que me dijo que tenía cita a la una con el barbero. Eso me hizo recordar que mi padre fue barbero en Suiza, barbero, jardinero y albañil por horas. Lo llamé a Arteixo, pero su teléfono estaba estropeado y sólo pude oír como descolgaba y se le iba la voz como a los fantasmas del teléfono. Le quería contar que me había gustado mucho la catedral de Lisboa, esos edificios impecables y grandiosos con sus áticos, la calma de la noche, le quería contar que sentía que andaba y desandaba sus pasos, acompañado de Carmen, mi mujer, y José María Adé, el historiador y profesor en Ginebra.
Ayer domingo, perdimos el autobús con destino a Zaragoza. Salimos tres horas después en el tren. Qué cosas ocurren a veces. Pasaban, como si el tiempo o los dioses quisieran hacerme un regalo o empañarme el ánimo de una nueva carga de añoranza, la película de Carlos Iglesias: “Un franco, catorce pesetas”, con él como protagonista y una espléndida Nieve de Medina. Volví a llamarlo. Y me imaginé su vida de nuevo, un tanto parecida a la del mecánico fresador. No sé si habría una rubia alemana como Hanna en su vida. Al final, cuando Nieve de Medina dice que tiene dos hombres cobardes, resistí la inclinación natural a llorar de emoción. Llamé a mi padre hasta cinco o seis veces más. Descolgaba el teléfono, decía, “Sí”, “Quen”, “Son Benito”, y se moría la voz.
Hoy le he vuelto a llamar. Le habían arreglado el teléfono, y lo felicité. Es el día del padre. Y el día de los Joseses del mundo. Le conté el viaje a Ginebra. Resumió sus recuerdos con un “Canta vida gastei por esas terras, meu home”. Y me dijo que me pasaba a mi madre porque él apenas me oía. Me quedé con las ganas de preguntarle si aún se acordaba de aquellas cartas en las que preguntaba por “o rei da casa”.
*Javier Gutiérrez y Carlos Iglesias llegan a Suiza en "Un franco, catorce pesetas".
ROBO EN EL ESTUDIO DE MIGUEL ÁNGEL ARRUDI

[Miguel Ángel Arrudi envía esta carta, donde explica que le han robado pinturas y esculturas de su taller. Casi un centenar de piezas. Ya ha denunciado el atropello. Desde aquí le enviamos un abrazo.]
Amigos: el otro día me visitaron unos ladrones, muy bien pertrechados técnicamente y con conocimiento de arte y me limpiaron el estudio de obras de arte, se me llevaron la memoria artística de mis últimos 30 años, bueno, si tengo que decir la verdad me dejaron en pelotas y no físicamente, que esto me importa poco, pero el que un día te llame un amigo para decirte que entraron en el taller y te robaron todas tus obras, la verdad al principio, no te lo crees, pero luego cuando subí y vi que es verdad, casi ni me lo creía y lo estaba viendo, se llevaron como 60 cuadros más o menos y unas 30 esculturas de diversos tamaños. (...) En breve y cuando me recupere trataré de ir realizando y componiendo las fichas de las obras, con el fin de poder seguir las pistas de las obras. Se despide atentamente: Miguel Angel Arrudi Ruz
*La foto está tomada del blog poético de Antonio Pérez Morte.
ADELA MARTÍN Y "EL VIENTO DEL NORTE"

Adela Martín se consolida comocompositora con “El viento del norte”
En su quinto álbum, editado por Coda, la pianista rinde homenaje a Pilar Bayona
La pianista y compositora Adela Martín inició sus estudios de piano en Zaragoza a los seis años y ofreció su primer recital con catorce. Estudió en el Conservatorio de Zaragoza, y amplió sus estudios en Barcelona con dos grandes profesoras: Nati Cubells y la reconocida intérprete Eulalia Solé, discípulas de Alicia de Larrocha. Desde entonces su carrera ha ido creciendo y expandiéndose en una doble dirección: la de solista, que ha dado varias vueltas al mundo con su instrumento de cuerdas percutidas por 88 teclas, y la de profesora. Ha impartido clases en el Conservatorio de Joaquín Maya de Pamplona y en el Conservatorio Pablo Sarasate de Pamplona, del que aún es titular. La crítica destaca de ella “su técnica depurada y su gran sensibilidad”. Adela Martín suele decir que cada recital es “un momento mágico de entrega y de comunicación entre la música y el público”.
La relación de Adela Martín con la ciudad que la vio formarse es absoluta. Suele grabar en la Sala Luis Galve y edita sus discos en Coda Out, el estudio de Paco Aguarod. Ahora acaba de aparecer su quinto céde, “Viento del norte”, que toma su nombre de una composición de Frédéric Chopin. Antes había publicado “Una de dos”, “Desde el silencio”, “El Mágico Paisaje” y “La nota azul”. El álbum, editado y masterizado también en Coda y diseñado por Fernando Lasheras, se abre con cuatro mazurcas del compositor romántico, y contiene piezas de José Luis Echechipía, Delfín Colomé y Jesús Echeverría, que había estrenado la pianista. Dos de las constantes de la labor de difusión musical de Adela Martín son el interés por dar a conocer la música española fuera de nuestras fronteras y su inclinación hacia el romanticismo.
Dice Carlos Varona en “Viento del norte”: “Lo más propio del universo de Adela Martín, tal vez sea el carácter íntimo y profundamente meditado de su forma de interpretar, la reflexión en los amplios silencios que entre nota y nota se respiran. Es una música concentrada, de ninguna mundanidad, ni por las piezas escogidas, ni por cómo las interpreta. Con este arte suyo, sobrio y vibrante, nos regala una audición que seduce y captura. Más que cristalinas, las notas son cristal... (...) de cristal de roca, sólido y resonante”. Montxo Armendáriz habla de “cómo el movimiento de tus dedos se transforma en armonías bañadas de colores, de sabores, de resonancias vividas en otros momentos, de deseos y esperanzas para que vengan mejores tiempos”.
Quizá la gran novedad de este trabajo sea la presencia mayoritaria de piezas escritas por Adela Martín: compone piezas de homenaje a la película “Obaba” de Montxo Armendáriz, autor de un breve texto de prólogo, a Ernesto Halfter, Jorge Oteiza, Joaquín Rodrigo y, entre otros, a la pianista Pilar Bayona (Zaragoza, 1897-1979), pieza que estrenó en el palacio de la Aljafería. “Viento del norte” tiene un carácter intimista, casi invernal, y con su sonido pulcro y envolvente parece evocar esas veladas íntimas que la autora ofrece en su casa de la montaña navarra donde vive, tal como recuerda José Luis Echechipía.
LOS ESCOLARES DE PLASENCIA DEL MONTE*

[Víctor Juan Borroy fue nombrado director del Museo Pedagógico de Aragón y le está dando un nuevo impulso. Es uno de los grandes gestos y aciertos del Departamento de Educación, Cultura y Deporte. A Eva Almunia y su equipo, con feliz criterio, con gran visión, no les ha importado en absoluto que Víctor Juan Borroy sea un historiador, un intelectual, un novelista y un hombre de bien vinculado a la Chunta, coordinador de la revista "Rolde". Aquí sólo ha importado su capacidad de trabajo, su elegancia, las diez mil manos que piensan, el arrebato de sensibilidad que le define. Víctor Juan Borroy ya tiene entre manos uno de esos espléndidos sueños: el "Libro de los Escolares de Plasencia del Monte", que posee, como todo lo que él toca, una novela. Éste es el texto que aparece en su blog donde cuenta parte de esta novela de la emoción, del conocimiento y de la memoria. Hay gente que a la que no necesitas ver: sabes que siempre están en marcha, creando, con el entusiasmo del novato que se asoma al mundo sin temer a quedarse perplejo o ciego.]
Letra a letra
Hay objetos que parecen devolvernos a otra época o nos transmiten la emoción que sintieron quienes los sostuvieron antes que nosotros en sus manos como si en las cosas pudiera latir la memoria. Un poco todo esto es lo que me ocurre cuando acaricio el humilde papel en el que los niños de Plasencia del Monte y Simeón Omella, su maestro, estamparon, letra a letra, algunas de las páginas más hermosas de la historia de la educación y de la escuela aragonesa del último siglo. El libro de los escolares de Plasencia del Monte es una muestra del trabajo entregado de un maestro y sus alumnos, un libro que nos susurra algunos de los secretos que habitualmente se guardan en la intimidad del aula. No resulta difícil imaginar el amor por la escritura que hay detrás del trabajo paciente y meticuloso necesario para componer los textos, para realizar los meritorios grabados a varias tintas sirviéndose del linóleo, del caucho o del simple cartón. El trabajo que Simeón Omella realizó con sus alumnos en la escuela de Plasencia del Monte con la imprenta escolar es un argumento irrefutable para demostrar que el mundo puede transformarse con palabras. El libro de los escolares de Plasencia del Monte es la crónica de una escuela rural convertida en taller y en laboratorio de experimentación. Cada uno de los textos libres elaborados por niños de ocho a diez años nos hablan de una escuela que ha desterrado los libros de texto, de una escuela en la que los niños aprenden de la vida y de la comunidad en la que viven. Gracias al trabajo con la imprenta Freinet se había producido una importante transformación en la sociedad en la que la escuela estaba inmersa: por primera vez el conocimiento de los padres, de los abuelos, de los pastores, de los agricultores y de los artesanos, el conocimiento, en definitiva, de la gente común fue considerado un conocimiento valioso. Las personas de la comunidad –muchos de ellos analfabetos- son la principal fuente de información de aquello que luego se pondrá por escrito. Un conocimiento que gozará de la dignidad de la letra impresa.
Gracias a la imprenta escolar los niños de la escuela de Plasencia del Monte hicieron su mundo más grande porque mantenían intercambios con escuelas españolas y con escuelas de Suiza, Bélgica o Francia.
La edición de El libro de los escolares de Plasencia del Monte nos permite recuperar los nombres, las trayectorias profesionales y los empeños de educadores como Simeón Omella, Herminio Almendros o Ramón Acín. Este libro también nos devuelve, junto al impulso modernizador que sacudió las escuelas durante la II República, la amarga memoria de la escuela que perdimos, del país que pudo ser. Esta forma de entender la educación, la escuela, el conocimiento, el aprendizaje, la actividad escolar y el trabajo de los maestros es una muestra del prometedor rumbo que habían tomado las escuelas aragonesas. Pero pocos días después de que Simeón Omella y los niños de Plasencia del Monte concluyeran de encuadernar este libro, con el papel recién herido por la tinta, estallaba la Guerra Civil. Las palabras fueron ahogadas por el estruendo de las balas y las bombas. En Plasencia del Monte alguien escondió los libros de Simeón Omella, les dio amparo y cobijo. Y con los libros, alguien guardó, quizá sin saberlo, la esperanza de que las palabras pudieran volver a encender en nuestros corazones el fuego de la memoria y del recuerdo.
El paso del tiempo ha dejado su huella en las páginas de El libro de los escolares de Plasencia del Monte y no ha sido posible reproducir en esta edición facsímile todos los textos que Simeón Omella y los niños de su clase encuadernaron en 1936. De cualquier modo, los que aquí se ofrecen transmiten lo esencial del documento: la alegría de aprender, la pasión por la palabra y por el conocimiento compartido.
No quiero terminar sin agradecer el trabajo inteligente y generoso de Fernando Jiménez Mier y Terán, uno de los grandes especialistas del mundo en maestros freinetistas que aceptó la invitación del Museo Pedagógico de Aragón para realizar el estudio preliminar de este facsímile. Durante estos últimos meses ha sido un privilegio recibir los correos electrónicos que Fernando me enviaba desde México dando cuenta de sus progresos. Estaremos siempre agradecidos a Elena Ruiz Gallán y a su familia, por haber guardado durante setenta y un años El libro de los escolares de Plasencia del Monte y por permitir que ahora el Museo Pedagógico de Aragón pueda ponerlo a disposición de todos.
Víctor M. Juan Borroy
Director del Museo Pedagógico de Aragón
LA ÚLTIMA SONRISA DE ÁNGELA LÓPEZ*

Existen en las ciudades seres que forman parte del paisaje, de las calles, de la memoria. Seres a los que encuentras aquí y allá, casi siempre con una sonrisa en la boca, con un bello gesto de ternura y de ánimo, asomados al constante asombro. Vivir es asombrarse a cada hora. A Ángela López la conocí en los tiempos de “El día de Aragón”, aquel diario que fue una factoría de aprendizaje, de sueños, de entusiasmo absoluto, aquel diario en el que hice amigos para siempre. Qué cantidad de cosas hacíamos allí, con más ilusión que conocimiento, qué arrebato por contar la vida, qué inocencia que tenía algo de ultraje a la realidad: pensábamos que un periódico puede cambiar una sociedad. Un día, alguien me presentó a Ángela López, que estudiaba la presencia de la mujer en la ciudad, la huella de los jóvenes, si Zaragoza era una ciudad acogedora y positiva. Necesitaba explorar, conocer, necesitaba intercambiar su sonrisa. Era una mujer cosida con delicadeza y con curiosidad.
Luego, se vinculó a la asociación La Sabina y más tarde pasó a presidir el Consejo Económico y Social de Aragón (CESA), que publicaba aquellos libros verdes que a todos parecían fatigarnos antes de abrirlos. Ángela siempre mandaba una nota, impregnada de cariño, y te invitaba a un acto, te pedía que leyeses tal o cual artículo, reparaba en una entrevista que le había gustado. O un texto: sí, hombre, aquello que escribiste de Umbral y Sampedro, que se odian por la Academia. Y a veces, incluso había subrayado tal o cual frase. Siempre le quise hacer una entrevista extensa, pero jamás se prestó a una entrevista personal. Íntima, como las que me gustaba hacer entonces. En primer plano. Jamás me molestó; al contrario, nos veíamos, nos reíamos, hablábamos de esto y de aquello, del compromiso, de su cariño por Latinoamérica, de la ciudad, de otras mujeres de fuego y seda, de libros, y quedábamos como viejos amigos, como cómplices con un secreto. Aquel diálogo postergado. “No quiero verme desnuda en el periódico”, me escribió una vez en una tarjeta. Luego, ante mi insistencia, añadió: “Creo que aún no estoy preparada”. Más tarde, conocí a Tim Bozman, su marido, que usaba un humor diferente al suyo, y que era muy amigo de mis hijos Daniel y Aloma. Recuerdo una vez que hablé con Ángela de hijos. De hijas. De su hija tan amada.
Hace algunas semanas alguien me dijo que Ángela López estaba enferma. Gravemente enferma. Pensé que debería verla. Escribirle una nota, tomar un café en uno de esos tranquilos bares que tanto le gustaban para iluminarlos con su sonrisa y su mirada chispeante. Falleció esta mañana. Y me da mucha pena todo: Zaragoza, que pierde a la navarra que más la ha querido (o que la ha querido con locura y con algunas sombras también); ella, que se despide de todos nosotros tan joven; Tim, su bastión y su consuelo y el consolado por ella a su vez; me da pena todo, también los amigos que tanto la queríamos de veras y aquella entrevista que nunca pude hacerlo. Cierro los ojos un instante, busco una carpeta de entrevistas extensas, de las de entonces, y me imagino por un instante que ahí, entre esos papeles, aparecerá un retrato de Ángela López y un titular del tipo: “Me siento de aquí para siempre”.
El destino tenía que haberle dado más meses de alegría y lucidez. Le habría encantado ver y contar la Exposición de 2008. Estoy seguro.
[He escrito esto, cuando cae la noche y el cielo se preña de estrellas, mientras suena “Cinema do mar” de Carlos Núñez. Hay una canción que se titula: “Quiero ir ao mar”. Quiero ir al mar. Adiós Ángela.]
ANTONIO SANTOS: EL ARTISTA, EL AMANUENSE, EL SOÑADOR*

En las últimas semanas he recibido algunas llamadas que podrían resumirse en una sola frase: “No puedes perderte la exposición ‘El margen’ de Antonio Santos. Es estupenda”. Y alguno de esos amigos, tras ponderar su imaginación, su vertiente de coleccionista de una y mil maravillas, agregaba como si buscase el broche a una especie de prodigio: “Además, ha nacido en la isla de Lupiñén”. La isla de Lupiñén en el inmenso mar de La Hoya de Huesca, como escribe Isidro Ferrer. Otro amigo precisaba: “En los últimos años, ha publicado varios libros ilustrados. Es muy conocido su personaje Pancho”.
Seguía por sus libros y por sus ilustraciones la trayectoria de Antonio Santos, uno de esos creadores y artesanos y poetas del aire y de la materia que en todo hallan un núcleo de belleza, que a todo le encuentran misterio, capacidad de sugerencia, utilidad inmediata. Juan Manuel Bonet lo define como “un artista ubicuo e inasible, como un creador de muchos registros, y que se mueve felizmente en todos ellos”. Antonio Santos, y “El margen” es un espléndido ejemplo de ello, es un artista que transita por varias disciplinas, que las confunde, y que se siente cómodo con los materiales: pinta y dibuja, esculpe y graba, concibe instalaciones, realiza carpintería y ebanistería, y forja quimeras, imágenes, formas, figuras que participan de un mundo en el que inyecta un sentido lúdico, la ironía, el humor, el surrealismo y una visión casi ilimitada del arte, que abraza a Joaquín Torres García, a Constantin Brancusi y a Pablo Picasso. Afirma Julio Llamazares que Antonio Santos, enfermo de “prodigalidad” tal vez, “sin querer comparar ni hacer halagos exagerados”, le recuerda al Picasso de sus mejores épocas. Tal vez no haya desmesura: Antonio Santos mira, emplea las manos, sueña, pinta o bruñe, esculpe aquí con aplicación de orfebre o de artesano antiguo, y logra una de esas piezas que son suyas, personales, pero que también están en la órbita del surrealismo, del arte naïf, de algunos logros del arte metafísico de Sironi, Carra o De Chirico, y de las realizaciones de las tribus africanas o amazónicas.
Antonio Santos tiene un talento iconográfico. Una voluntad de creación permanente. Un estilo sin estilo: el estilo del buscador de objetos. Facilidad, imaginación y delirio de campesino viejo, de leñador y panadero de tres mil años, de constructor de juguetes. Llama mucho la atención en Santos su pasión por la vida, ese lugar donde nunca se siente extranjero, al menos en un sentido más íntimo. Su arte, teñido a veces en algún rostro de melancolía o de hieratismo, rezuma vitalidad e invención, propone secretos, desarrolla una novela sin palabras o un arca de Noé que exige ser leída, desvelada y sentida. En “El margen” hay varias direcciones o series alcanzan un vigor expresivo absoluto: los rostros de mármol de Calatorao hacen pensar en Brancusi, en Henry Moore y en el arte primitivo, tienen adustez deliberada, potencia y delicadeza; sus juguetes combinan encanto, belleza, divertimento y alegría, y presentan un aroma esotérico mexicano a veces; su obra pictórica está próxima a los metafísicos, vean por ejemplo “Artefacto”, “Paisaje” o “Conversación”.
Y además, se percibe que Antonio Santos es un hombre de su tiempo, un artista comprometido, un fabricante de homenajes y denuncias, un creador que cree que hay que despertar a diario el ánima dormida de las cosas. También es un artista entre amigos: por ahí andan, camuflados en sus propios objetos, homenajeados y exhibidos en una pared de las salas. Antonio Santos se siente un marino de La Hoya que comparte la navegación y el naufragio con mucha gente. En el fondo, es un soñador que nos cuenta historias hasta el alba y nos embolica con la vocación de un rapsoda inmortal.
El margen. Antonio Santos. Ilustración, pintura, dibujo, escultura, instalación, juguetes. Salas de la Diputación de Huesca. Hasta el 8 de abril.
ÁNCHEL CONTE, HOY EN MADRID, CON LABORDETA
Ánchel Conte (en castellano y para esta edición Ángel Conte) presenta mañana en Madrid, en la librería Central del Museo Reina Sofía, a las 12.30, la traducción de su espléndida novela “Esperando el cierzo” (Xordica). José Antonio Labordeta y Chusé Raúl Usón serán los encargados de la presentación.
La novela recibió magníficas críticas en su edición en aragonés. Cuenta la historia de una mujer mora que vive entre Huesca y Orán. Pasa por los calabozos de la Inquisición en Zaragoza en el siglo XVII. Con lirismo, con gran conocimiento de aquella época y con una acentuada defensa de la dignidad, Conte compone una intensa narración de valores muy contemporáneos. En muchos países, la mujer sigue siendo objeto de violencia y menosprecio.
EL DIARIO DE ANTONIO MUÑOZ MOLINA*

Antonio Muñoz Molina escribió, entre Madrid y Nueva York, su novela “El viento de la Luna” (Seix Barral), en la que recordaba su adolescencia en el año en que Armstrong, Collins y Aldrich llegaban a la luna. Durante la redacción del libro, con la huella dolorosa de la reciente muerte de su padre, escribió un pequeño diario: “Días de diario”, que empezó un 10 de julio y concluyó el 11 de noviembre de 2005. Antonio Muñoz Molina habla de todo: de la vida íntima, de la incertidumbre del escritor, de su condición de padre y de la nostalgia que atosiga a los progenitores cuando los hijos están fuera o alzan el vuelo. Muñoz Molina habla de las cenas con amigos, del gusto de conversar al arrimo de un whisky, de las salidas, de los paseos por Madrid o por Manhattan cuando las tardes tienen una luz azulenca especial, cuando los sonidos cobran el valor de un recuerdo.
Este libro evoca el ritmo del existir, las pequeñas cosas, la visita a una hemeroteca para repasar qué pasó en 1969. Este libro, de frases bien trenzadas, de belleza serena y limpia, ajustada a la cadencia de los meses y al miedo a escribir (Muñoz Molina dice una y otra vez cómo el miedo le atenaza, cómo van y vienen los capítulos, cómo irrumpen los personajes que ya aparecían en “Beatus Ille” o “El jinete polaco”), también habla de la presencia de alguien que teclea con tanto fervor como él (Elvira), de algunas noches en la ópera o de la invisibilidad del escritor. Antonio Muñoz Molina ha concertado una cita con su admirado Philip Roth, cuyos libros lee en inglés y comenta (y critica con alguna razón, en una ocasión), y éste lo recibe con escaso interés, hasta el punto de que le pregunta: “What is your background?”. Muñoz Molina le contesta que es un escritor profesional, pero Roth ni se impacienta ni muestra demasiado interés. Algunas páginas más adelante, tras conocer a E.L. Doctorow reflexiona en la misma dirección: “Estos escritores, con sus novelas en tapa dura a las que les hacen caso en el mundo entero, con sus casas coloniales en el campo, dan una impresión de solidez que a uno le hace sentirse fatalmente encogido, con poca sustancia y poco fundamento. No sé por qué pero a mí los complejos se me acentúan según me hago mayor. Borges aseguraba, con coquetería de celebridad mundial, que él era un ‘mero escritos sudamericano’. Yo soy un mero escritor español, en un mundo tan grande. Me acuerdo del letrero que vi en una camiseta en una tienda del Village: I’m huge in Japan. ‘En el Japón soy alguien”.
En el libro, Muñoz Molina habla de paisajes, de estados de ánimo, de encuentros con amigos, de películas (le gustó mucho Capote), de episodios de noviazgo con Elvira Lindo, de zozobras de creador. Leo: “Éste es el momento que hay que salvar siempre, como se da un salto para salvar una zanja, sintiendo de golpe toda la torpeza y la cobardía del cuerpo”. Escribe de la presencia del padre muerto, del llanto ahogado de la madre viuda. De los recuerdos de Granada. Y habla de sus lecturas en el metro o en el bus. Tras leer un libro de Stanley G. Payne sobre la Guerra Civil española y el comunismo y la Unión Soviética, anota: “Las pasiones ideológicas son peligrosísimas. Uno puede pensar que las tensiones políticas son el reflejo de los conflictos de la realidad, pero en muchos casos son su origen. La política crea conflictos donde no existían y agrava los ya existentes en lugar de resolverlos. Véase la alarmante actualidad española. La política, en países como España, es echar sal en las heridas y gasolina en el fuego, y encender hogueras donde no las había. El presente inquieta más cuando se piensa en lo que fue el pasado”.
Lo he pasado muy bien leyendo este libro, tan pegado a lo cotidiano. Es breve, está hecho de fragmentos, de aliento de vida. La imagen que más me ha gustado es muy sencilla: el escritor ve como su madre lee en el sillón de su cuarto y silabea las palabras en voz baja. Le he visto hacer tantas veces eso a mi madre que he pensado en ella con emoción, con añoranza, con amor, como si yo también quisiera atrapar un tiempo perdido.
Días de diario. Antonio Muñoz Molina. Prólogo de Pere Gimferrer. Seis Barral. Colección: Únicos. Barcelona, 2007. 68 páginas. (La foto de Muñoz Molina es de www.tiempodehoy.com).
REAL ZARAGOZA: 75 AÑOS. Cuaderno de apuntes / 1*

CANARIO O LA TARDE DEL EXTREMO
Diario. Sábado, 24.03.2007
Esta tarde he ido a Cariñena, el primer lugar de Aragón donde intenté trabajar en el otoño de 1978. Acababa de llegar a Aragón y no tenía donde caerme ni muerto ni vivo. Llevaba una camisa blanca impoluta que se había planchado sola, de noche, mientras se escurría. Entonces, no conocía nada de los viñedos, hice autostop y fui a uno de los bares de la plaza. Me encontré con un joven estudiante de Historia de la Rioja y pedimos trabajo. Intentamos integrarnos en una colla, y algunos días después entramos a trabajar en Alfamén. Siempre le he tenido un cariño especial a Cariñena. La pintora Carmen Amigo me ha hablado de las actividades culturales de la localidad, y Manuel Serrano, uno de los grandes productores de la TVE, me ha contado la fascinación que experimenta hacia su pueblo. Durante años, cuando iba a Galicia, le llevaba a mi padre vino Don Ramón.
Hoy, la Peña Zaragocista de Cariñena (www.pzc.es; su presidente es Luis Gutiérrez Pe) rendía un homenaje a Darcy Silveira, Canario. El gran Pepe Melero, el mejor valedor que puede tener el club (enciende a la menor oportunidad la antorcha de la autoestima y recuerda que el Zaragoza “es un gran club”), hacía de anfitrión con la gente entusiasta de Cariñena, con el presidente de la Federación de Peñas, Arnaldo Félix, y con las autoridades de la localidad. El gran coleccionista Benigno Díaz Romero, Beni, había preparado una bonita exposición con sus ricas pertenencias: carteles del Carranza, homenajes a Los Magníficos, espléndidas vitrinas con un exuberante fondo de hemeroteca, fichas, álbumes, insignias, camisetas, etc., así como juguetes, pay pays, cajas de cerillas, carnés... De todo. Piezas de los tiempos de “Los Alifantes” y de todos los tiempos. Beni nos mostraría más objetos, espléndidos, que guardaba en una furgoneta azul de alquiler. Canario recordó que jugó tres campañas en el Real Madrid, que obtuvo tres Ligas y una Copa de Europa –en aquel memorable e irrepetible partido contra el Eintranch de Frankfurt, el del 7-3, el de la gran noche de Puskas y Di Stéfano-, que luego pasó al Sevilla y que en 1963, con nueve entornados con Brasil (podría decirse que le cerró el paso a los Mundiales el extraordinario Garrincha, el pájaro solitario de las piernas torcidas), ingresó en el Real Zaragoza para formar la delantera de “Los Cinco Magníficos”: Canario, Santos, Marcelino, Villa y Lapetra. Permaneció cinco temporadas, antes de retirarse en el Mallorca a los 33 años, jugó casi 120 partidos y marcó 56 goles en total. En Liga, Copa del Generalísimo y competiciones europeas.
La Peña Zaragocista de Cariñena tiene tres años de vida. Y una pasión absoluta por el equipo. Beni había traído un partido de 1966 en el que se enfrentaban en La Romareda el equipo local y el Barcelona. Creo que se jugó en noviembre de 1966. Venció por la mínima el Barcelona, pero vimos cómo se movía Canario –Pepe lo definió como “el mejor extremo derecho de la historia del Real Zaragoza”, por su regate, su rapidez y su potente disparo-, la clase de Lapetra, la verticalidad de Villa, la labor incansable y oscura de Santos, el dinamismo constante de Marcelino, que “era mucho más que un gran cabeceador”, dijo alguien. Pepe Melero recordó que el Real Zaragoza es, tras el Madrid y el Barcelona, el equipo más laureado en los últimos veinte años, igualado en títulos con el Valencia y el Deportivo de La Coruña. Seis trofeos cada uno. Recordó que un niño nacido en Bilbao o San Sebastián a partir de 1986 no ha visto nunca ganar nada a sus equipos. Y señaló también que sumando todos los títulos de los equipos andaluces a lo largo de la historia sólo igualaban al Zaragoza, gracias a los dos triunfos del Sevilla la pasada campaña.
Viajé con Ángel Aznar, el ex presidente y uno de las personas que mejor ha estudiado al club, con Pedro Luis Ferrer posiblemente. Fue una tarde preciosa e intensa, con amigos, a la busca de información y elementos imprescindibles para la exposición del 75 aniversario. Ángel lo sabe todo del equipo. O casi todo. Tuvo el bello gesto de llevar su libro, en dos volúmenes, “El largo camino hasta la Recopa” (1995) y regalárselo y dedicárselo a la Peña.
Hace años, cuando trabajaba en el bingo, jugué un partido de fútbol- sala en el Polideportivo Salduba. Con el bingo Zapata jugaba Canario, que tendría alrededor de 50 años: comprobé cómo aún recortaba, amagaba y burlaba como nadie. Le entré, creí que iba a cortarle la jugada, apuró en la línea de fondo con un arabesco de mago o malabarista, y me sentó de culo. Marcó un gol de bandera. Uno de mis compañeros gritó: “Joder, Antonio, que no es tu abuelo”. No era mi abuelo, desde luego, y ya no pudimos remontar. Era Canario, el hermano en el regate, en la velocidad y en el puro centello de Mané Garrincha. El extremo imparable que había formado esta delantera para la leyenda: Canario, Didí, Vavá, Pelé y Zagallo.
*Este es el equipo del Real Zaragoza que ganó la Copa de Feria, con Luisito Belló, "el catedrático" de entrenador ante el Valencia. Arriba: Yarza, Cortizo, Santamaría, Reija, Isasi, Pepín. Y abajo: Andrés Magallón (masajista), Canario, Duca, Marcelino, Villa y Lapetra.
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ: PASIÓN EN LA TIERRA

Juan Ramón Jiménez (1881-1958) es un poeta excepcional con mito propio que hizo de la literatura una pasión, un destino. Para muchos fue, antes que el poeta excelso o el hombre que encarnó la intuición deslumbrante, la pureza y la inspiración, un tipo extravagante y raro, irascible, maniático y muy dado a la polémica. Fue él mismo quien se definió con mayor exactitud: "Mi vida toda es Poesía. No soy un literato, soy un poeta que realiza el sueño de su vida. Para mí no existe más que la Belleza". Y en él Belleza quería decir experiencia ética y estética, asimilación de una rica y plural tradición, imaginación y compromiso. Para muchos, Juan Ramón Jiménez fue el poeta solitario y aislado de su sociedad, el escritor que se guarece en la torre de marfil. Y sin embargo, escribió incesantemente de los otros: escribió poemas y retratos, tradujo, acumuló correspondencia, dio conferencias, mantuvo encuentros con escolares, grabó textos y acaudilló proyectos de edición.
El Trienio 2006-2008
Entre 2006 y 2008 se celebra el Trienio Juan Ramón Jiménez-Zenobia Camprubí Aimar. Zenobia, su musa, su compañera, su esposa, su enfermera, su colaboradora, murió en 1956, unos días antes de que Juan Ramón Jiménez ganase el Premio Nobel. En 1958, fallecía el poeta, que se había exiliado durante la Guerra Civil en Nueva York y finalmente en Puerto Rico. Para este Trienio se han concebido multitud de proyectos: exposiciones (la Residencia de Estudiantes acogió la muestra "Juan Ramón Jiménez. Premio Nobel 1956", comisariada por Javier Blasco y Antonio Piedra; ahora se ha trasladado al convento de Santa Clara en Moguer), congresos, publicaciones de toda índole y un magno proyecto editorial que consiste en la publicación de 48 volúmenes con las "Obras completas". Ese proyecto, del que ya han aparecido tres libros con el característico y elegante perejil de JRJ, será ordenado y dirigido por Francisco Silvera y el ya citado Javier Blasco (Luesia, Zaragoza, 1954), que realizó su tesis doctoral sobre el autor de "Animal de fondo", publicada con el título de "La poética de Juan Ramón Jiménez" (Valladolid, 1981). Javier Blasco combina sus estudios juanramonianos con su gran conocimiento de Cervantes (a él se le debe la teoría de que el impostor Avellaneda es fray Baltasar de Navarrete). Es una figura clave en esta conmemoración, en la que participan la editorial Visor, la Fundación Jorge Guillén, la Diputación de Huelva y la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales (SECC). Sin embargo, los vínculos de Juan Ramón Jiménez con Aragón son muy extensos.
De temperamento romántico y sensualidad exacerbada, tuvo varias novias. Algunos de sus nombres son Blanca Hernández-Pinzón, Pepita Gonzalo ("sus ojos eran de un verde claro y redondo"), Rosalina Brau y, entre otras, Eloísa de Córdova. A esta joven, como recuerda el zaragozano Ignacio Prat en un libro póstumo y memorable, "El muchacho despatriado. Juan Ramón Jiménez en Francia (1901)" (Taurus, 1986), la conoció en mayo de 1900 -Javier Blasco nos apunta que "también podría haber sido en el año anterior"- en Alhama de Aragón. Juan Ramón se había trasladado al balneario con su madre Purificación, "una agüista muy veterana", y su hermana Victoria. Se instalaron en el hotel Termas, y el poeta se quedó hechizado por aquellos parajes melancólicos y suntuosos. Dice Prat: "Le impresionaron, aparte de los edificios balnearios, de mucho mérito y carácter, los llamados 'Baños del Rey', junto a la fachada izquierda del Hotel Termas, con su pabellón morisco, sus manantiales ocultos entre rocallas y su vegetación sombría, y, en especial, el gran lago navegable, de 28.000 metros cuadrados, con sus embarcaderos ocultos entre malezas, sus puentecillos rústicos y sus islas artificiales con quioscos tapizados de hiedras". Aunque lo que más le fascinó fue aquella muchacha inquieta y lectora: Eloísa, "paseaban por los jardines próximos al Casino y por la larga senda que unía el balneario con la estación de ferrocarril". Un día ella le pidió que le hiciera una canción a un par de niñas que andaban por allí. A Eloísa, que falleció a principios de los años 20, le dedicó otros textos.
Las novias monjas aragonesas
Durante su convalecencia en el Sanatorio del Rosario de Madrid, que él bautizó como "Sanatorio del retraído", se enamoró de varias hermanas monjas como Amalia Murillo y la aragonesa Pilar Ruberte. Escribe Prat: "Existen numerosos testimonios de la pasión amorosa que JRJ sintió por la hermana Pilar Ruberte, a quien dedicó 'Recuerdos sentimentales', la tercera parte de su cuarto libro 'Arias tristes'. En su vejez el poeta no recordaba el lugar de nacimiento de la hermana Pilar, y dudaba (según dos manuscritos inéditos de Río Piedras), entre Calatayud y Magallón". Pilar fue bautizada por el poeta como "Mi Venus de Milo", y fue ella, y acaso Amalia Murillo (Sariñena, 1873- Zaragoza, 1921), la que le llevó a decir: "Yo que no soy de Aragón, llevo hace tiempo en mi alma un aire melancólico de jota. Y se me aparece, al oírlo, un campo lejano, un sol poniente, con ríos y casitas que van quedando en silencio y en sombra, mientras se vuelve violenta la tarde y se alejan temblando las esquilas". Prat recuerda que JRJ mandó unas letras de jota a un concurso que se convocó en Calatayud. Javier Blasco nos remite uno de los textos: "Para siempre la Dolores // Murió clavada en la cruz; // Nos preguntes más por ella // Si vas a Calatayud". Y en "Con el carbón al sol" escribe: "En la brisa fresca y fina de esta tarde de lluvia, llega sollozando un aire antiguo de jota. Suena una copla muy triste para mí: Zaragoza es un rosal // Que ha nacido en Aragón, // Y la Virgen del Pilar // es su capullo mejor". Ya hemos citado un par de veces el nombre de Amalia Murillo. Con ella los amores "fueron los más sonados". Debieron causar tanto escándalo que la superiora -que era objeto de chanzas y burlas por parte del poeta y las hermanas- la "desterró" lejos del convento sin previo aviso. Amalia tenía 20 años.
Juan Ramón recordaría que "yo le hacía el amor a las hermanas. El hecho era así. La Madre superiora, con gran escándalo de la comunidad, se enamoró de mí y venía constantemente a mis habitaciones (un dormitorio y una salita)". La madre superiora tenía cuarenta años, no era "cincuentona" como escribiría JRJ, había nacido en Mallén en 1861 y en 1907 ingresó en un convento de clausura. Otra hermana, Filomena, a la que intentó seducir, señala Prat, "murió el 18 de noviembre de 1942 en la Facultad de Medicina de Zaragoza 'donde practicó la caridad la mayor parte de su vida".
En otros textos, Juan Ramón Jiménez alude a los Pirineos. En 'Recuerdos olvidados' redactó: "El enjambre de mariposas blancas sobre el agua en sombra en los Pirineos. La mañana". En otro lugar habla de Panticosa. Javier Blasco explica que el poeta "cita Sallent de Gállego, a donde viajó en 1901 desde Burdeos para encontrarse con su médico moguereño, el doctor Almonte, que se encontraba en el balneario de Panticosa". En "Melancolía" incorporó un "Anochecer en los Pirineos", aludía a Laruns, tramo de un viaje a Francia en 1910 o 1911. Años después, Luis Buñuel se encontró con JRJ en la Residencia de Estudiantes. Y en alianza burlesca y satírica con Salvador Dalí arremetieron contra su "Platero y yo". Pepín Bello fue más condescendiente, y habló de su rareza sin que llegase la sangre al río. Juan Ramón situó al zaragozano Benjamín Jarnés entre los "Españoles de tres mundos" y le dedicó en 1934 un retrato en el cual alude a "la risueña voluntad, el sobrenadador optimismo de este juglaresco Benjamín Jarnés". Años después, Alfredo Castellón llevaría al cine "Platero y yo" y, entre otros, el joven investigador Rafael Alarcón Sierra publicaría una biografía suya en Espasa Calpe en 2003.
LA NOCHE DE LOS CAMPEONES / Cuaderno de apuntes, 2

De niño, lo he contado en otro lugar, yo tenía un ejército de botones con brillo: verdosos, nacarados, con una perla de falso oro. Y con ellos, en el suelo del comedor de casa, libraba grandes partidos de fútbol. Ponía en práctica mi memoria con las alineaciones. En aquellos choques imaginarios, hice campeón de Europa (sé que es de chiste) al Racing de Ferrol de Aurre, Crespo, Bastida, Santiago Castro y Pedro Amado, entre otros. Y lo mismo hice con el Real Zaragoza de “Los Cinco Magníficos”, que vencieron al Inter de Milán de Facchetti, Jair Mazzola, Suárez y Corso.
Entonces, mi jugador favorito (luego lo serían García Castany y José Jordao) era José Luis Violeta, al que veía en la televisión a principios de los años 70, con su pundonor y su clase. Afuera, caía la lluvia. Y el campo, rodeado de plantas de mi madre, parecía de verdad. El fútbol también se jugaba con botones sobre terrazo con mucha imaginación y esa locura admitida en los adolescentes.
He escrito mucho en los últimos años sobre José Luis Violeta Lajusticia. Pepe Melero me ha contado sus encuentros en el ascensor cuando lo veía como lo que había sido siempre: el león de Torrero, el coloso de La Romareda. Y ayer, en vísperas de la Gala, me encontré con Violeta en La galerna. Apuraba, al arrimo de un café, su discurso, intentaba recordar que había jugado en dos etapas espléndidas, aunque se ve más con sus compañeros de “Los Zaraguayos”. Me recordó que con algunos de ellos, como Royo o Rubial, queda a merendar a veces en una magnífica bodega de Torrero. Me dio su teléfono móvil. “Llámame cuando quieras”.
Y por allí andaba también Paco Santamaría, que tiene esa voz de actor de carácter o de locutor legendario. Durante mis años en el bingo jugaba todos los jueves a fútbol sala con su hijo Paco Santamaría, arquero y ahora encargado de una empresa de seguridad. Paco Santamaría es un hombre seguro de sí, simpático y convincente, de ésos que se ponen el mundo por montera. Y Violeta es un hombre cercano que me contó en un instante casi toda su vida, y me recordó que conservaba un par de botas de sus mejores tiempos. Por la noche, ya en la Gala, resultaba muy emocionante encontrarse con tantos grandes jugadores: con clásicos como Luis Belló, Joaquín Murillo, que estaba feliz, con Canario, Lobo Diarte, Nayim, Juan Eduardo Esnaider, Rubén Sosa, Reija, Severino Reija, Paquete Higuera, Laureano Rubial, Juan Alberto Barbas, los más cercanos Láinez, Pardeza, Aragón, Garitano, Aguado, siempre tan cariñoso. La lista alcanza a más de 200 nombres, entre ellos entrenadores de gran calado como Luis Cid Carriega, Víctor Fernández, Luis Costa, Radomir Antic, el citado Luis Belló, que logró en dos meses de 1964 los dos primeros títulos, Copa del Generalísimo y Copa de Ferias, del equipo. Fue una noche de felicidad, de cariño, de reconocimiento, de identificación con el club y con su futuro. Eduardo Bandrés estaba muy feliz. Y Agapito Iglesias. Y Pepe Melero, que encarna el amor absoluto por este equipo, y José María Serrano, y Ángel Aznar, y Vicente Merino, y tanta gente, tantos compañeros, tantos políticos (estaba Rosa Borraz, que me parece una gran pérdida para la cultura de la ciudad: ha hecho muy bien su trabajo, con elegancia, con proyectos, abriendo espitas constantemente y sin malos gestos) y tantos amigos que saben que el Real Zaragoza ocupa un lugar especial entre las cosas importantes, entre las cosas que uno decide querer porque sí, porque le da la gana y le sale de allá muy dentro. Algo así piensan y sienten los hermanos Iguácel y Jorge.
En la gala intervinieron muchas personas, bajo la dirección de Pedro Hernández y la realización de Juancho García, que contaron con un vasto equipo de profesionales de Aragón Televisión.
Hubo homenajes a “Los Alifantes” (con imágenes inéditas de La Filmoteca), a “Los Magníficos”, a “los Zaraguayos”, a la quinta de la Recopa, a los últimos héroes, al equipo que pugna por entrar en la Champions. Víctor dijo que el Real Zaragoza entrará en Europa, pero que aún no sabe por qué puerta lo hará.
A mí me pidieron que hablase de “Los Alifantes”.
Intenté decir esto en directo:
“Muchos años después y con lágrimas en los ojos, el portero Andrés Lerín recordaba la primavera lejana de 1936 en la que el Real Zaragoza ascendió a Primera División. El maestro del blocaje, abrió su álbum de fotografías, repasó con sus dedos de panadero dos o tre instantáneas y dijo: ‘Éste ha sido el equipo de mi vida. Aquí empezaba el futuro’”
Y antes había grabado este texto...
En mayo de 1935, el Real Zaragoza jugaba ante el Júpiter en el Poble Nou de Barcelona. El ataque del equipo local era detenido una y otra vez por el portero Lerín y los defensas Gómez y Alonso. Tres torres. Tres gigantes. Alguien dijo: “Semblant alifants”. La frase llegó a oídos del periodista Miguel Gay y bautizó a aquel conjunto como “Los Alifantes”. La leyenda del Real Zaragoza empieza en ellos. Ascendieron a Primera División, y celebraron la gesta en el Campo de Torrero un 19 de abril de 1936. La banda municipal interpretó el primer himno del club, con música de Sapeti y letra de Abad Tárdez. La primera alineación que se aprendieron los niños y los aficionados fue: El Brozas; La Telefónica, Vacucas; Mocazos, Fraylon, Chulipandis; El señorito, Chupitos, Chipirón, Zamarras y El Zagal. Perdón, me he confundido. Era ésta: Lerín; Gómez, Alonso; Pelayo, Ortúzar, Municha; Juanito Ruiz, Amestoy, Olivares, Tomás y Primo. Hasta los suplentes eran famosos: Inchausti, Uriarte y Bilbao. Aquel conjunto poseía personalidad, fortaleza, garra, talento y pasión por el fútbol. Y una afición entusiasta que les contagiaba la sed de victorias. Detrás de un gran equipo siempre hay una extraordinaria afición. Estalló la Guerra Civil y el campo de Torrero se llenó de granadas, y allí se acabó el sueño de los títulos. Aquel elenco jugaba tan bien que acabó prescindiendo del entrenador. Los jugadores eran una piña. Olivares hacía de preparador físico, y Tomás, de jugador-entrenador. Se concentraban en el monasterio de Piedra de cuando en cuando, y tenían un maestro de coro, el médico Diodoro Anduiza, y un vocalista privado, el masajista y utillero Benjamín Simón, que les entonaba romanzas de zarzuela en sus viajes en el coche de Paco Po a lo largo y ancho de España. Quizá fuera ése su secreto.
*Estas son las camisetas que usará el club desde septiembre. La foto es de Juan Carlos Arcos de Heraldo de Aragón.
EL CORAZÓN DELATOR DE ISMAEL GRASA*

Desde hace algunos años, Ismael Grasa (Huesca, 1968) retorna a su ciudad y a su provincia constantemente. No sabía conducir y ha aprendido para viajar a su antojo; parecía volcado en Madrid (ganó el premio Tigre Juan con “De Madrid al cielo”, 1994) y Aragón y sus ciudades y pueblos se le han metido en sus libros como un escenario constante. Y ahí están dos excelentes y personales libros: “La Tercera Guerra Mundial” (Anagrama, 2002), uno de los mejores retratos de la Huesca de la transición, trazado con un estilo exento de sentimentalidad, y “Nueva California” (Xordica, 2003), poemas y relatos que anticipan, en cierto modo, su nuevo libro: “Trescientos días de sol” (Xordica), un volumen con portada de Elisa Arguilé que se presentó esta semana en Zaragoza, en el Teatro Principal, con una exuberante y magnífica puesta en escena del arquitecto Luis Franco y la elocuencia de Eva Cosculluela, y también en Huesca; me dicen que Carlos Castán estremeció hasta el silencio de la librería Anónima de Chema Aniés. Y que la ciudad se volcó con un cariño absoluto.
Ismael Grasa ha madurado mucho en estos últimos años. Ha pasado de ser aquel joven narrador y filósofo de rostro picassiano y asustadizo a un escritor de empaque, con un bagaje muy sólido, con puntos de vista muy personales. Atrevido, iconoclasta, dueño de un estilo diáfano, en el que no hay demasiado lugar para la opulencia. Ismael Grasa escribe con la retórica exacta de las ideas. Sin adherencias ni epítetos de embellecimiento. Con la fulminante exactitud de las imágenes y los detalles casi invisibles que definen una existencia. Como narrador, es un poco igual: es un escritor que puede parecer frío, casi glacial, un documentalista o un mirón que mira, observa detenidamente y cuenta lo que ve, sin inmutarse, con un bisturí sigiloso que avanza y descubre el horror. Aunque en realidad, Ismael Grasa cuenta lo que imagina, cuenta la vida que les sueña a sus personajes.
En esta obra de doce relatos dominan algunas sensaciones. Acaba imponiéndose un estado de ánimo general próximo a la amargura existencial, a la turbación, y curiosamente no es porque el escritor sea pesimista. Es como un vacío que aparece y alancea sin compasión, como una enfermedad que afecta a todos los personajes, como un destino. Ismael Grasa dice una mil veces que él es partidario de la vida y de la alegría. Y eso se percibe. Tiene una capacidad particular para fijarse en pequeñas cosas, pero obtiene de ellas, como preconizaba Anton Chejov o Raymond Carver, una detonación interior, un mecanismo entre diabólico y rezagado que estalla por los aires. Los cuentos de Ismael son cuentos de lo cotidiano, cuentos que ni siquiera exigen una presentación, un desarrollo o un desenlace. Ismael Grasa se siente tan libre, tan seguro de sí mismo, que hace una fotografía, realiza una película, expone una situación y la muestra. La historia podría haber seguido muchas páginas más; las vidas en sus cuentos nunca se acaban, no hay punto y final, sino un punto y seguido interminable en el ánimo del lector. Y quizá eso también nos perturbe. ¿Qué pasará luego con los personajes? ¿Cuál será de verdad su futuro? ¿Dónde está ese corazón delator que no vemos nunca y percibimos como un escalofrío que no cesa?
El hilván general del libro es el delito. Y sus variedades. Pero también se habla de relaciones, de complejos núcleos familiares, de bodas, de viajes, de retornos al origen, de ciudades que se abren paso en la cabeza del escritor. Ismael Grasa demuestra aquí que conoce como nadie los registros del ser humano; desde esa sabiduría se expanden la incomodidad, la amenaza, el loco amor, el impacto invencible de la soledad.
Trescientos días de sol. Ismael Grasa. Xordica: Colección Carrachinas. Zaragoza, 2007. 140 páginas. La foto es de Cristina Grande para Xordica.