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Se muestran los artículos pertenecientes a Julio de 2013.

ZTV: UNA ENTREVISTA DIVERTIDA CON JOSÉ LUIS MELERO RIVAS

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José Luis Melero Rivas (Zaragoza, 1956) es escritor, bibliófilo y un apasionado de la poesía, la historia, los libros de viejo, el Real Zaragoza y la jota, entre otras muchas cosas. Hace unos días, en ZTV, en el programa ’Los aragoneses’ que conduce y dirige Victoria Martínez, conversó largó y tendido de lo divino y lo humano, y de otras de sus pasiones: Aragón. Como territorio de fondo, como espejo, con refugio, como paisaje y escenario de sus amistades. En la foto, José Luis Melero pintado por Pepe Cerdá. He aquí el link.
01/07/2013 17:55 Antón Castro Enlace permanente. Escritores No hay comentarios. Comentar.

AVENTURAS DE VERANO / 1: PISÓN

AVENTURAS DE VERANO / 1

 

ENTREVISTA. IGNACIO MARTÍNEZ DE PISÓN

 

“El Zaragoza es mi equipo

para lo bueno y para lo malo”

 

Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) es escritor. Ganó el Premio Nacional de la Crítica y Premio Ciudad de Barcelona, de 2011, con ‘El día de mañana’ (Seix Barral, 2011). Y es Premio de Las Letras Aragonesas de 2010. Adora Zaragoza y al Real Zaragoza. Reside en Barcelona desde principios de los años 80. Trabaja en su nueva novela, que transcurre en Melilla.

-1. ¿Qué hace un escritor como usted en verano?
La verdad es que el verano es una buena época para escribir. Este
verano espero darle un buen empujón a mi novela.

 -2. ¿Dónde suele veranear? ¿Es de playa, de montaña, de ciudad o de pueblo?
Soy muy de ciudad. Con mi mujer, María José Belló, y mi hijo pequeño, Diego, suelo hacer algún viaje a alguna ciudad europea. Luego, en agosto, cuando ya el calor se vuelve insoportable en Barcelona, nos vamos diez o quince días a la playa.

 -3. A usted le gusta mucho la música. ¿Cuáles son sus canciones preferidas del verano?
Me estoy haciendo mayor. Cada vez me gustan más las canciones viejas. Últimamente me ha dado por escuchar ‘Downtown’, de Petula Clark.

 -4. ¿Qué hace diferente al resto del año? ¿Cuál es el menú de un día perfecto?
En verano es cuando tengo más tiempo para leer. El verano invita
también a la ingesta desmedida de cerveza, lo que luego obliga, como una penitencia, a hacer unos cuantos kilómetros de footing.

 -5. ¿Cuál ha sido el viaje de verano de su vida? ¿Y la ciudad?
En 1988 vivía en Edimburgo y aproveché el verano para conocer las
Highlands: kilómetros y kilómetros de maravillosos paisajes y
carreteras estrechas en las que casi nunca te cruzabas con nadie.

 -6. El verano está asociado a la infancia y a la adolescencia. Al
amor y a los ritos de paso. ¿Cómo fue esa época?

Mis mejores recuerdos veraniegos me devuelven, en efecto, a la
infancia: a un chalet que tenían mis padres cerca de Logroño. Había
unos pocos árboles frutales, y las peras limoneras y las cerezas
estaban en sazón. Cuando tenías hambre, sólo tenías que acercarte al
árbol y coger la fruta que te apeteciera.

 -7. ¿Cómo fue la primera vez?
¿La primera vez de qué? Si te refieres a la primera vez que viajé por
mi cuenta, fue un verano que pasé en Londres hace muchos, muchos años. Lo único malo de ese verano fue descubrir que el inglés que había estudiado en el colegio no me servía ni para entender ni para hacerme entender.

 -8. ¿Qué tipo de lecturas u otras actividades realiza estos días?
Suelo dejarme para el mes de agosto novelas bastante largas. Hace poco releí ‘Ana Karenina’ de Tólstoi. Tal vez este verano relea ‘Guerra y paz’.

 -9. ¿Cuál es la película que le marcó especialmente uno de sus veranos?
‘Tiburón’. Después de ver esa película, lo normal cuando te metías en el mar era pensar que iba a aparecer un tiburón gigante para
arrancarte la pierna de un mordisco.

 -10. ¿Cuál ha sido el gran personaje, real o imaginario, de tus veranos?
Tintín. Me recuerdo a mí mismo de niño en el chalet de Logroño leyendo una y otra vez los libros de Tintín.

-11. Acaba de publicar 'El siglo del pensamiento mágico' (Libros del K. O.) ¿Qué ha significado, qué significa el Real Zaragoza en su vida?
El Zaragoza es mi equipo para lo bueno y para lo malo.

 -12. Si tuvieras que resumir el verano en un 'tuit', ¿qué diría? ¿Cuál sería su microcuento del verano?
Como en ‘El nadador’, el famoso cuento del escritor norteamericano John Cheever, no me importaría viajar por el mundo yendo de piscina en piscina.

 -13. ¿Cuál es la mejor anécdota veraniega vinculada a su profesión?
Un verano viajé a La Habana para hacer un reportaje. Entre otras
personas, tenía que hablar con un diplomático español que vivía en una urbanización de chalés. Me citó para la noche, aprovechando que organizaba una fiesta en honor de no sé quién. El taxi me dejó a la entrada de un chalet del que salía sonido de música y risas. La gente de la fiesta era tan simpática que no quería disgustarme diciéndome que allí no vivía ningún diplomático español, así que tardé casi una hora en darme cuenta de que me había equivocado de fiesta y de chalet.

05/07/2013 13:07 Antón Castro Enlace permanente. Escritores No hay comentarios. Comentar.

AVENTURAS DE VERANO / 2: P. CUENCA

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AVENTURAS DE VERANO / 2

 PACO CUENCA. CANTANTE, FOTÓGRAFO Y EMPRESARIO

 

 

“No he veraneado dos veces

en el mismo lugar”

 

 

 

Paco Cuenca  (Tarbes, Francia, 1961) es cantante, empresario y se está revelando como fotógrafo en el proyecto Sinestepolis. Acaba de rendir tributo a Jacques Brel, con Coco Balasch y Pedro Gan, y es autor de varios discos, entre ellos uno dedicado a la canción francesa.

 

-1. ¿Qué hace un cantante en verano?

Por regla general, cantar, si se puede. Es, para la mayoría de los artistas, temporada alta. De modo que el verano es tiempo de final de trayecto, de recapitulación y de planificación. Pero también es tiempo de calma, diversión, lecturas, viajes y aventura. Todo esto agitado, no batido.

 

-2. ¿Ser músico significa ser un poco canalla, noctámbulo, bohemio? ¿Cuál sería la canción de su vida? 

No me gustan los canallas y pretendo no serlo. Los artistas que más admiro son personas responsables, respetables y de moral ordenada. Los prefiero revolucionarios, sin duda, es decir gentes responsables, respetables y de moral ordenada. Los bohemios no van a las barricadas, los noctámbulos no llegan a tiempo y los canallas están del otro lado. La canción de mi vida es ‘Ámsterdam’, de Jacques Brel. Tengo la suerte de cantarla y vivirla desde adentro.

 

-3. ¿Dónde suele veranear?

No recuerdo haber veraneado dos veces en el mismo lugar. No tengo pueblo, ni gran casa familiar, ni paraje que me reclame. Es la parte dolorosa y ciega del desarraigo, pero también tiene su parte dulce y luminosa. El apátrida va donde quiere. Y yo siempre he querido ir lejos, lo más lejos posible. Me recuerdo, niño y no tanto, mirando al horizonte, deseoso de emprender viaje, de partir. Aunque en Francia tuve una infancia de bosques, ovejas, montaña, aire puro y bicicleta soy urbanita.

 

-4. ¿Qué hace en esta época diferente al resto del año?

Tomarme el tiempo de perderlo. La rutina tiene mala prensa pero a mí, la mía, me gusta y me sienta bien. Aún así aprovecho el verano para invertir los términos dejando que lo extraordinario sea lo ordinario y viceversa.

 

-5. ¿Cuáles son el viaje y la ciudad de su vida?

-No hay ciudad o hay muchas, demasiadas para ser preciso. Hice la ruta 66 conduciendo de Chicago hasta la playa de Santa Mónica y planeo recorrer la panamericana, los 25.000 km que tratan de unir Alaska con Tierra de fuego y vuelta a Buenos Aires. Aventura y emociones aseguradas. Soy feliz yendo siempre un poco más allá.

 

-6. El verano está asociado a la infancia y a la adolescencia. ¿Cómo ha sido esa época?

Feliz, modesta y siempre combativa. Yo me encargaba sobre todo de la felicidad. Al combate se entregaban con generosidad mis padres, sucediendo a mis abuelos. Recuerdo haber venido cuatro veces de vacaciones a España. Era toda una aventura, un mundo nuevo, embriagador: los olores, el calor multicolor, las voces, el negro veneno, el bullicio, los pueblos sin agua corriente, los vendedores de barras de hielo... Pero quizá mi mejor verano fue el del año del traslado de mi familia desde el sur de Francia a París. Dos meses muy vividos, intensos, desbordantes de risas y exuberantes de descubrimientos que pasé con mi hermano Alain y mi primo (mi otro hermano) Patrick.

 

-7. ¿Qué le ha dado Francia, qué le debes en realidad?

 El azar y el destierro, las guerras y sus desastres me han hecho nacer en un lugar que es, al tiempo, mi patria chica y el exilio. No es poca cosa. A esa circunstancia accidental debo, en primer lugar, el idioma, mi lengua materna, esa que edifica, traza, esculpe. Y el idioma trae consigo las costumbres, la manera de relacionarse, los estudios o, en su defecto, los aprendizajes y la cultura, ese todo inacabable que, a esa edad, va desde Napoleón triunfal, la desconfianza hacia el teutón, la envidia al británico, Poulidor, Ocaña y el tour de Francia, Molière gimiendo moribundo, Fernandel, Boris Vian, la República, Asterix, el rugby, Dumas, Hugo, Zola... Todo eso me ata, además de que mis abuelos y mi bisabuela estén enterrados allí.

 

-8. ¿Cuál sería el menú ideal de un día perfecto?

Despertar, muy de madrugada, junto a mi maravillosa compañera María, el olor temprano a pan tostado, ver amanecer, disfrutar de mi familia, de mi hijo Léo, ser útil en cualquier actividad, aprender, hacer fotos, cantar, escribir, crear, invitar a comer, dejarme aconsejar, homenajear a mis amigos, trasnochar hasta verme forzado a dormir, exhausto. Todos mis días son perfectos. Hago lo que quiero, estoy con quien quiero. Soy el hombre más feliz del mundo.

 

-9. ¿Cómo recuerda la primera vez?

La primera vez que canté delante de alguien fue en Bruselas. Suena algo exótico pero fue sin gloria, ante cinco o quizá seis adolescentes y nadie, ni siquiera mi hermano que estaba cerca, lo recuerda. Pero así fue. Tenía catorce años.

 

-10. ¿Cuál ha sido el gran personaje de sus veranos?

 Puesto a elegir sólo uno, escojo a mi abuela, dulce, encorvada, analfabeta, valiente y generosa preparando para sus tres nietos, en aquella cocina minúscula con olor a ganado del sur de Francia, aquellas «gachillas» inolvidables que, para evocar aquellos años felices, preparo ahora yo para los mismos comensales. Su historia de derrota y viles padecimientos no es la de mi abuela, es universal y merecería un libro. Quién sabe, quizá un día...

 

11. ¿Por qué lleva una especie de diario fotográfico?

La fotografía es una pasión, una necesidad. Fotografío las gentes que me rodean, que me cruzo, con las que convivo sin conocerlas. Para satisfacer mi otra necesidad, la de escribir, pensé un día que complementar una cosa con la otra tenía sentido. Así fundé Sinestepolis, una ciudad imaginaria que voy poblando con los ciudadanos de mis fotos y cuyos nombres e historias son pura fábula. El proyecto constará de unos 5000 personajes, con sus micro-historias-guiones.

 

-12. Si tuviera que resumir el espíritu del verano en un ‘tuit’ de 140 caracteres, ¿qué diría?

El frufrú de las faldas/el cricrí de los grillos/el runrún de las olas/el cliclín de las copas/el muamuá de los besos/el sabor del verano.

 

-13. ¿Cuál es su mejor anécdota veraniega?

Por mi apego al pasado y a las tradiciones decidí buscar y juntar toda mi familia, los descendientes de mi abuelo Francisco Cuenca y de sus seis hermanos en ocasión de la «fiesta del emigrante », en pleno agosto, en Piñar, Granada, el pueblo de nuestros antepasados. Con la ayuda necesaria e insustituible de mi padre logramos encontrar y reunir 150 familiares que la diáspora de la pobreza y las guerras habían separado. Aquella convivencia y reencuentro es el acontecimiento más memorable y extraordinario de todos mis veranos. Aunque no está relacionado con mis actividades. O quizá sí.

 

*Paco Cuenca, retratado por Antón Castro en el Gran Café Zaragoza.

 

05/07/2013 13:25 Antón Castro Enlace permanente. Artistas No hay comentarios. Comentar.

AVENTURAS DE VERANO / 3: GRAÑENA

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AVENTURAS DE VERANO / 3

 

ENTREVISTA. Luis Grañena. Artista

 

“Me río con los futurólogos”

 

Luis Grañena (Zaragoza, 1968) es uno de los grandes ilustradores y caricaturistas del país. Se forjó en HERALDO y ahora trabaja para diarios y revistas de Estados Unidos, Francia, Portugal y España, entre otros. Reside en Valderrobres, Teruel, y pertenece al colectivo que gestiona el Súper Espacio (calle María Montessori).

-1. ¿Qué hace un ilustrador en verano? 

Beber más cerveza evidentemente, en lo profesional, sigo el mismo ritmo que el resto del año, intento parar unos días en agosto.

 

-2. ¿Qué es lo que aún le hace reír?

Me río con muchas cosas, sobre todo con los futurólogos, últimamente también me río mucho al mirarme al espejo... pero el otro día estuve viendo por trigésima vez a los Monthy Pyton y me descoj.... 

 

-3. ¿Dónde suele veranear? ¿Es de playa, de montaña, de ciudad o de pueblo?

Me gusta la montaña más que la playa, si puedo, me escapo unos días o un fin de semana. Ahora tengo el mar más cerca y algún día de playa habrá seguro. También me gusta la ciudad en verano, sobre todo por las noches.

 

-4. ¿Qué hace en esta época diferente al resto del año?

Hago prácticamente lo mismo, pero de otra manera, con más ganas de acabar la jornada y salir un rato. Y sobre todo hago planes que no suelo cumplir


-5. ¿Cuáles son el viaje y la ciudad, de verano, de su vida?

Recuerdo con especial nostalgia Madrid en verano, amor a primera vista, estuve todo el año de la mili en Madrid y lo pateé casi todo. Aún cuando voy se me pone la piel de gallina, era un pimpollo y estaba fuera de mi casa, en una ciudad enorme y acogedora. Algún día seré madrileño. 

 

6. El verano está asociado a la infancia y a la adolescencia. ¿Cómo ha sido esa época?

Fue una época agradable, sin sobresaltos ni traumas, feliz... En los veranos iba con mi familia al Pirineo, y de campamentos al valle de Gistaín. También iba muchísimo a la piscina, al Stadium Casablanca, jamás se me hizo largo un verano. Eso sí, siempre odié el momento de la siesta, los ‘despueses’ de comer nunca me han gustado.

 

-7. ¿Qué le debe al arte, qué le da, qué quieres darle tú?

El arte me regala momentos de conexión, de sentido. Disfruto viendo el trabajo de los demás, pero no me veo a mí mismo como un artista que pueda aportar nada nuevo al mundo del arte. Tengo varias crisis al día, y me intento inspirar en todo lo que tengo a mano... También he aprendido a dejar pasar un tiempo prudencial, sé que al final las cosas acaban saliendo y los plazos se cumplen. Hay días que con eso es bastante.

 

-8. ¿Cuál sería su menú de un día perfecto?

Sin horarios, con amigos y juerga, lo que viene siendo una costillada en el campo, y mejor dos días seguidos, en plan gitano.


-9. ¿Cómo recuerda la primera vez?

Recuerdo la primera vez como si fuera ayer, iba al instituto aún. Lo hice un poco chapuceramente, era novato y un poco torpe, no fue de los mejores, pero aún guardo la hoja donde salió publicado el dibujo...

 


-10. ¿Cuál ha sido el gran personaje de tus veranos?
No puedo decirte ninguno en especial...

 

11. ¿Cómo le afecta la crisis? ¿Cuál es la imagen que mejor la resume?

 La crisis me produce desánimo, es en lo que más me afecta, anímicamente. Siento impotencia frente a los mercaderes, y frustración ante los políticos torpes e inútiles. La imagen podría ser la de las filas de parados, o la de los comedores sociales...

-12. Si tuviera que resumir el espíritu del verano en un ‘tuit’ de 140 caracteres, ¿qué diría?

Verano es salir de casa al punto de la mañana, ir al río, comer tomate y olivas negras y beber cerveza en una jarra helada, y volver por la tarde con la ventanilla abierta, en bañador, colorado y feliz.

 

13. ¿Cuál es la mejor anécdota veraniega vinculada a su profesión?

Lo más parecido a una anécdota pudo darse durante un viaje a Nueva York, me habían pedido una ilustración en julio para un número de ‘New Yorker’. Normalmente te envían la revista a casa tras la publicación, pero esta vez me adelanté y llegué yo antes, así pude ver la ilustración en el quiosco allí mismo, el día de la publicación.

05/07/2013 13:50 Antón Castro Enlace permanente. Artistas No hay comentarios. Comentar.

AVENTURAS DE VERANO / 4: B. ORO

AVENTURAS DE VERANO / 4

BEGOÑAORO.  ESCRITORA Y EDITORA

“Sin vacaciones no hay nada que contar”

La foto de Begoña es del Archivo SM. Ayer os mandé dos muy simpáticas de niña

Begoña Oro es Premio Gran Angular con ‘Pomelo y limón’ (SM, 2012) y este año ha publicado ‘Croquetas y wasaps’ (SM, 2013). Es editora y lectora y una gran especialista en literatura infantil y juvenil. El humor es uno de sus registros.

-1. ¿Qué hace una escritora para jóvenes en verano?

¿Soy una escritora para jóvenes?

 

-2. ¿Dónde suele veranear?

¿Cuántos años hay que repetir un mismo destino para que se considere habitual?

 

-3. ¿Eres de playa, de montaña, de ciudad o de pueblo?

Uf. Cuando me preguntan si quiero flan, helado, pudin o fruta, tardo unos diez minutos en responder. Tardaría un verano entero en contestar a tu pregunta. Esta entrevista me está quedando un poco gallega, ¿no?


-4. Por ahora sí. ¿Qué hace diferente al resto del año?

A esto sí puedo responder: encerrarme a escribir. Lo que echo de más a mi hijo cuando pretendo escribir, lo echo de menos cuando estoy sin él un mes en verano. Es entonces cuando aprovecho para escribir por encima de mis posibilidades.


-5. ¿Cuáles son el viaje y la ciudad de su vida?

Mi ciudad del verano podría ser Santander. Me he buscado miles de excusas para asistir allí a los cursos de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, en el Palacio de la Magdalena. Dedicar el verano a aprender, y en palacio, es un lujo difícilmente superable.

6. El verano está asociado a la infancia y a la adolescencia. ¿Cómo ha sido esa época?

Intensa. Recuerdo a mi pérfida prima Marta obligándome a caminar descalza por el rastrojo y a un perrazo enorme que me daba miedo y que se llamaba Whisky en una finca junto a Luna; recuerdo los veranos lluviosos en el País Vasco; recuerdo perderme en la playa en Torredembarra; recuerdo los campamentos en Boltaña en los que mi tío Lorenzo se transformaba en “don Lorenzo”; recuerdo los viajes familiares en coche, camino a algún congreso internacional de química, con el maletero abarrotado de maletas, la tienda de campaña y una bolsa entera llena de latas de atún y de sardinas; recuerdo la frustración de haber querido ser y no llegar a ser ‘majorette’ en Tabuenca; recuerdo ir a esquiar con mi familia varios veranos a Tignes y celebrar allí el 14 de julio como si nosotros sí quisiéramos ser franceses...


-7. ¿Cuál es su mejor recuerdo de entonces, el que más le persigue?

Todos los veranos hacíamos un viaje familiar muy largo en coche por varios países europeos. Me recuerdo sentada durante horas al borde del asiento de en medio (no había sillitas ni cinturones), bebiéndome el paisaje, con las rodillas encajadas entre el hueco de los asientos de mis padres mientras mis hermanos dormitaban atrás, recostados en mi asiento. Eso sí, cuando llegábamos a una frontera (había fronteras), ya estábamos los tres incorporados estirando el brazo para ver quién era el primero en cruzarla.


-8. ¿Cuál sería el menú ideal de un día perfecto?

Un día perfecto de verano no es un día de menú, es un día a la carta, con plena libertad para hacer algo, todo, o absolutamente nada. Un día perfecto de verano comienza abriendo el ojo a la hora que me dé la gana, encontrando algo interesante al lado, quedándome un ratito más en la cama… Y luego todo sigue así, en ese agradable tránsito entre la pereza y las ganas de hacer algo.


-9. ¿Cómo recuerdas la primera vez?

La primera vez que pasé hambre fue un verano en Inglaterra, en Sheffield, siendo niña. Pasé un mes con una familia comiendo exclusivamente patatas asadas con mantequilla y pan negro. Pasaba tanto frío y tanta hambre que una noche escribí una carta a mis padres y les dije, por primera vez también, que los quería. Al día siguiente, me compré una chocolatina y, con el estómago lleno, me avergoncé terriblemente de aquella carta lastimera. Pero ya estaba dentro del buzón.


-10. ¿Cuál ha sido el gran personaje de tus veranos?

Fue una casa, la casa de mi familia materna en Miravalles, cerca de Bilbao. Era una casa con escaleras hechas a la medida de las chisteras, parqué de madera crujiente, pianos con pianola, pabellón de apicultura, anexo para los jardineros, cuartos para el servicio… Pero de toda esa opulencia no quedaban más que las estancias, algunos retratos, la arrogancia incombustible de un tío abuelo que se paseaba con canotier y traje de hilo por el jardín, y los árboles, incluida una maravillosa secuoya que partió un rayo una noche de tormenta. Era un escenario alucinante para hacer el salvaje, una especie de ‘okupación’ infantil que intentaba controlar en vano otra tía abuela, una monja medio francesa de exquisitos modales y escasa tolerancia al gamberrismo que, sin embargo, nos permitía referirnos a ella como “la tía Marimonja”.


11. ¿En qué han cambiado los veranos con el móvil, el Ipod, el ebook...? ¿Y con la crisis?

Me temo que el mayor cambio está en el relato. Antes nos guardábamos cosas para contar a la vuelta. Ahora esta conexión y difusión permanente de lo que hacemos nos priva de hermosos relatos y de la selección de qué olvidar y qué recordar. Ya está todo contado, todas las fotos subidas, los vídeos colgados… Respecto a la crisis, se produce el mismo drama pero en grado absoluto. Las vacaciones son la cara B del trabajo. Si no hay cara A, tampoco hay cara B. Si no hay vacaciones, no hay nada que contar, solo las míseras monedas que nos quedan. Tener que contar el dinero quita las ganas, y la posibilidad, de contar nada más.


-12. Si tuviera que resumir el espíritu del verano en un ‘tuit’, ¿qué diría?

 “Always Coca-Cola”. Es tu culpa, Antón, que después de la pregunta anterior, esta respuesta suene sarcástica.

 

13. Tiene razón. ¿Cuál es la mejor anécdota veraniega vinculada a su profesión?

Hace unos años fui ‘mayordoma’ de mi pueblo Aquarius, ese que uno se busca para decir que tiene pueblo: Egea, en el Valle de Lierp. Los mayordomos son los responsables de montar las fiestas. Entre otras cosas, organizamos un concurso literario al que se presentaron bajo pseudónimo los vecinos y lo ganó una oriunda del valle. Resultó ser... Luz Gabás; fue antes de que publicara ‘Palmeras en la nieve’. Yo tengo el honor de ser campeona absoluta de la carrera de sacos y la mujer de todo el Valle de Lierp con la cabeza más grande, medida por un psiquiatra experto en mediciones craneales. Palabra. Soy Premio Gran Angular y Premio Hache, pero dudo que llegue a ganar nada que supere a aquel premio estival a mi cabezudismo.

 

05/07/2013 13:52 Antón Castro Enlace permanente. Escritores No hay comentarios. Comentar.

DE PELAYO CARDELÚS Y LA PAREJA

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LA PLAYA, LA DESNUDEZ Y LOS DEMONIOS DE LA PAREJA

 

El matrimonio puede ser un infierno de baja intensidad. O un escenario de rutina, de indiferencia, de un quiero y no puedo. De ese silencio inquietante en el que uno se olvida de cómo se decían y se hacían las cosas. Y puede ser, desde luego, lo contrario: ese lugar donde la convivencia y la confianza se alían con el amor, con el sexo, con el placer de la compañía, con la seguridad en el otro y con el sosiego que aporta el otro. No es este el caso de Íñigo y Laura. Llevan seis años viviendo juntos en Madrid, cuatro de casados legalmente, tienen treinta y cinco años. Ella, un tanto pasiva y enigmática, trabaja en una entidad financiera; él es escritor, hace reseñas literarias y sueña novelas. Las sueña más que las escribe.

‘Las vacaciones de Íñigo y Laura’ (Caballo de Troya, 2013), de Pelayo Cardelús (Madrid, 1974), autor del libro de viajes ‘América en el espejo’ y la novela ‘El esqueleto de los guisantes’ (Caballo de Troya, 2006), narra diez días de julio de la pareja en una playa de diez kilómetros en Zahara de los Atunes. Uno de esos lugares donde todo parece posible: la calma, el descanso, el reencuentro, el afecto y el deseo. Laura es una mujer hermosa, atractiva, y está embarazada de tres meses; pese a ese estado, sus pechos no son excesivamente generosos. Esos pechos tendrán un lugar importante en la novela, sobre todo para Íñigo, que pronto se revelará con un hombre extraño, con un montón de fantasmas, con algo de psicópata. Mientras toman el sol, Íñigo le pide a su esposa que se quite el bikini, que luzca busto, la mira, la masajea, se excita, pero de repente le entran miedos atávicos, neuras, una enfermiza posesividad, y le exige a su mujer de inmediato que se cubra: viene alguien, un joven atlético, un muchacho moro, un bañista alemán que puede grabarla como graba la atmósfera de la costa; viene alguien o puede venir y puede hacerle fotos o grabarla furtivamente. Esta invitación y este temor obsesivo se repiten capítulo a capítulo, como si fueran los lances de una comedia tan hilarante y  patética como machista.

El comportamiento irracional de Íñigo lo domina todo y brota desde el centro mismo de sus debilidades o de sus anomalías psicológicas. El autor, que mantiene la tensión y sabe bien lo que quiere y adonde va (habla del deseo, de la posesión, de la insatisfacción, de la artificiosidad de las actitudes), incorpora otros elementos: una pequeña novela de Beltrán y Rosa, que emprenden un viaje por las islas griegas, que se parece bastante a la que ellos están viviendo aunque aquí entra de lleno en el terreno de las fantasías y el intercambio de parejas; Cardelús incorpora una entrevista de Mercedes Milá a Joaquín Sabina, en la que dice que los casados se hartan de fornicar, a diferencia de los solteros, que son puros cazadores en busca de la ocasión propicia, e incluye un informe de ‘Vida en pareja’, que concluye que los matrimonios se rompen durante las vacaciones.

Pelayo Cardelús aborda muchos asuntos, con humor e ironía, con sentido del absurdo y de la tragedia, como la desnudez, qué misterios esconde el sexo femenino, la posesividad, los celos, los resquemores y, sobre todo, el miedo a la libertad. Laura, de algún modo, trata a su marido con piedad;  él “la quiere más de lo nunca jamás ha querido a nadie en este mundo”. La novela tiene algún parentesco con Houellebecq. Pelayo Cardelús lleva la acción hasta donde quería. Al centro de la paradoja y de la irracionalidad. Y del disparate. A veces, lo que más temes, lo que combates puede volverse en contra. Es el espejo deformante de la impostura o de una fragilidad enfermiza que adquiere el vuelo de un bumerán. Tras la reincidencia, llega lo inesperado: otras formas más turbias aún del infierno. El miedo llama por el miedo. Aquí tiene ojos de Gata, una hermosa camarera. Y de algo, o de alguien, quizá mucho más ruin.

 

‘Las vacaciones de Íñigo y Laura’. Pelayo Cardelús. Caballo de Troya. Madrid 2013. 224 páginas. [Esta nota apareció el jueves en ’Artes & Letras’ de Heraldo de Aragón. La foto es de Jock Sturges.]

 

05/07/2013 17:42 Antón Castro Enlace permanente. Escritores No hay comentarios. Comentar.

'LAS CARTAS DEL CAPITÁN'. CUENTO

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Las cartas del capitán

Yo tuve una playa en el Atlántico. Era menuda, redondeada, con cantiles. Arriba, ante un cielo de gaviotas, se alzaba una montaña llena de aliagas, cruzada por un sendero delgado que avanzaba por la costa y permitía ver las islas, las puestas de sol, las barcas y la oscilación de las mareas. En el otro extremo, mi playa comunicaba con un arenal que siempre se denominó Playa de las Monjas. Era más pequeña aún, de apenas cincuenta metros. Pasado el tiempo, un día descubrí una casa con jardín ante la vereda que comunicaba con la arena y las rocas. Siempre pensé que era una playa para parejas ocasionales. Cuando llegaba la bajamar, se podía cruzar nadando desde mi playa, Valcobo o Balcobo, y eran los mejores domingos. Atravesarla, apenas cuarenta o cincuenta metros, era toda una aventura: una expedición surcada de peligros y de maravillas. Los cangrejos, los mejillones que se amontonaban, algunos percebes ocultos, las lapas, la complicidad de los esforzados nadadores. Una de las experiencias más hermosas que existen, tanto como deslizarse por la nieve o escalar una cumbre para ver el mundo y sus paisajes, es el mar tranquilo que te permite la brazada suelta, el chapoteo, el descubrimiento de moluscos. Un día llegamos a la gruta, o ‘furna’ como se dice en gallego, donde había desaparecido para siempre Penedo Santos, el capitán de barcos imaginarios. Arisco, inmenso, bebedor. Iba de taberna en taberna, tenía un amor en cada pueblo, en cada parroquia incluso: Serena, Olivia de Velo, Obdulia, Carmiña de Paxín, Antía de Lobeira, eran sus nombres o los que él les ponía. En una noche de miedo, mientras asábamos patatas y comentábamos las hazañas del Tour, alguien trajo la mala nueva: se guareció en su cueva con sus aparejos y su visera; durante el sueño le sorprendió una marea inmensa, “criminal”, dijo el paisano narrador, y se ahogó en el fondo. Desde entonces, los niños íbamos y veníamos con la esperanza de que el oleaje nos devolviese el brillo de sus ojos azules. Y uno de los cofres donde guardaba sus caracolas y las cartas perfumadas de dorada flor de aliaga que le dejaban sus amantes en los bares del puerto.

 

 

*Este texto apareció el domingo en mi sección 'Cuento estival' de HERALDO.

09/07/2013 20:06 Antón Castro Enlace permanente. Escritores No hay comentarios. Comentar.

AVENTURAS DE VERANO 5. T. ITURBE

AVENTURAS DE VERANO / 5

ANTONIO G. ITURBE. Escritor y periodista cultural

 

 

"¿El primer beso? Ella era guapa pero

su boca sabía a un tabaco muy fuerte"

 

"En Barcelona, nadie sabe

lo que son unas borrajas"

 

Antonio G. Iturbe (Casetas, 1967) es escritor y periodista cultural. Dirige la revista ‘Qué leer’. Creador del Inspector Cito y autor de ‘La bibliotecaria de Auschwitz’ (Planeta, 2012), reside en Barcelona desde muy joven.

-1. ¿Qué hace un escritor y director de una revista literaria como ‘Qué leer’ en verano?

Pasar frío. Como en España somos tan exagerados para todo, en la oficina al entrar en una farmacia o coger el metro está el aire acondicionado tan a todo taco que se te enfrían hasta las ideas. Yo he estado en Islandia, en Noruega y en Rusia, pero el lugar del mundo donde he pasado más frío ha sido en un cine en España en el mes de agosto. Falta medida.



-2. ¿Dónde suele veranear?

En Galicia, cerca de Ferrol, en una aldea de interior en un alto donde se da la vuelta el viento. Algo de playa, algo de montaña y doble ración de empanada de bonito.


-3.¿Cuáles son sus canciones preferidas del verano?

La canción del verano de raza aquella que se te graba en la cabeza y salta como un resorte en los momentos más inesperados de tu vida, años y décadas después. A mí me pasa con una de Rafaella Carrá que decía ‘Para hacer bien el amor hay que venir al Sur’. Estuvo un verano entero sonando en una de aquellas máquinas de discos que funcionaban con monedas del ambigú de la playa de la Barceloneta de Paco el Gamba.


-4. ¿Qué hace diferente al resto del año?

En las vacaciones en Galicia perfecciono hasta el virtuosismo el arte de la vagancia. Arrastro toneladas de libros para ponerme a leer al aire libre y, al final, es cuando menos leo. Me pongo a contar nubes como si fueran ovejitas y me quedo dormido.


-5. ¿Cuál ha sido el viaje de verano de su vida? ¿Y la ciudad?

Recuerdo de manera borrosa, siendo muy pequeño, la primera vez que viajamos desde Barcelona a Sant Feliu de Guíxols, en la Costa Brava. Son ciento y pico kilómetros y hoy día con las carreteras actuales, se recorre en menos de hora y media. Pero entonces, el recorrido a través de la carretera de curvas que unía Lloret con Tossa y después Tossa con Sant Feliu me pareció larguísimo e inquietante. La ciudad veraniega fetiche para mí es Playa de Aro. El sueño de los chicos de los apartamentos era cumplir 18 años para tener un coche de segunda mano e invitar a una chica a ir a Playa de Aro, al Tiffany’s o al Pachá.

-6. ¿Le queda algún recuerdo nítido de Casetas?
Tengo imágenes como fogonazos. Recuerdo el horno de pan de mis tías en la calle de la Parra. Me llamaba la atención que la puerta (era panadería y vivienda) siempre estaba abierta, que no paraba nunca de entrar y salir gente: que se mezclaba la tertulia de las vecinas, el ruido de un ensayo de rock duro porque en aquella casa todos eran muy músicos, una moto desmontada en el patio donde se apilaba la leña... yo que venía de Barcelona, donde no ibas a casa de alguien si antes no te invitaban, toda aquella ebullición me resultaba fascinante. Y el olor inolvidable de aquel horno, donde se hacían las mejores magdalenas que nunca haya vuelto a gustar: con harina, muchos huevos y sobres de gaseosa El Tigre.


-7. ¿Cómo fue la primera vez?

El primer beso fue durante unas vacaciones. Antes estas cosas siempre pasaban en verano. Ella era guapa pero fumaba Ducados, y su boca tenía un sabor muy fuerte a tabaco negro. No fuimos más allá del beso ni del verano. Con las primeras lluvias de final de agosto desapareció de mi vida como una bonita voluta de humo.


-8. ¿Cuáles han sido sus ocupaciones más raras?
Hice suplencias como vigilante nocturno en un garaje: toda la noche despierto en una garita de cristal, escuchando a Carlos Pumares o rayando hojas de papel. Un verano me fui tres meses a trabajar de pizzero a Ibiza a un chiringuito de playa. Descubrí que el secreto de la sangría que servían y que tanto gustaba a los extranjeros era el toquecillo que le daba el sudor de los camareros.

-9. ¿Qué le ha dado ‘La bibliotecaria de Auschwitz’ (Planeta)?

Mucho trabajo, descubrimientos personales, muchas satisfacciones por la reacción de los lectores y la eterna insatisfacción de pensar que debería haberlo hecho mejor.


-10. ¿Cuál ha sido el gran personaje, real o imaginario, de sus veranos?

Recuerdo con mucho cariño los días, cuando la única actividad extraescolar era la calle, que pasé con los Cinco, con los Siete Secretos... todos aquellas aventuras extraordinarios de Enid Blyton. También el Jupiter Jones de los Tres Investigadores, una serie que me encantaba.


-11. Es también un escritor de libros infantiles y juveniles del Inspector Cito. ¿Qué busca con su redacción?

Lo primero que busqué con los libros infantiles fue ver sonreír a mis hijos. La idea de esta serie surgió porque mi hijo Darío cuando lo acostaba por la noche me pedía la lectura de un cuento. De los apuntes que tomaba aquellos días para luego explicárselas por la noche surgieron Los casos del Inspector Cito: se trataba de armar una historias completas, con un caso a resolver y sentido del humor. Yo es que crecí con Mortadelo y Filemón. Ahora que Darío ha crecido es mi otro hijo más pequeño, Néstor, el que me hace de lector y crítico y me ayuda a pensar las historias.


-12. ¿Cómo se ve Aragón desde fuera, desde Cataluña?

Parece mentira que estemos tan cerca pero, al menos en Barcelona, Aragón es un gran desconocido. Aquí nadie sabe lo que son unas borrajas. Todo el mundo sabe lo que es el sushi o el pollo teriyaki, pero si les hablas de guirlache suena a chino. Por mucho que se esfuerce la denominación de origen, nunca he visto en un menú la palabra "ternasco". De Teruel se conoce "el torico" y de Zaragoza, El Pilar, y para de contar.


-13. ¿Cuál es la mejor anécdota veraniega vinculada a su profesión?

No sé si es la mejor o la peor. Cuando cursaba cuarto curso de carrera me surgió la ocasión, gracias a mi padre, de hacer unas pruebas en el diario ‘El Mundo Deportivo’ para coger redactores en prácticas durante el verano de 1990. La prueba consistió en redactar un artículo con el tema Barcelona y Las Olimpiadas. Y, rebosante de una osadía bastante zopenca, largué un encendido manifiesto en el que explicaba con ahínco que las Olimpiadas eran un monumento a la hipocresía, etc. Despedido antes de empezar. Con los años he ido a peor, me he hecho más hipócrita.

 

  

 

 

 

CONCHA GARCÍA CAMPOY: ADIÓS A UNA VOZ CÁLIDA E INOLVIDABLE

No son buenos tiempos para el periodismo. Y por si fuera poco, algunos de los mejores, en medio del desconcierto general, se están yendo: el domingo desaparecía una maestra de la crónica como Pilar Narvión (Alcañiz, 1922-Madrid, 2013) y este miércoles ha muerto otra mujer irrepetible, elegante y respetuosa, que iluminaba cuanto tocaba: la radio, la televisión o la prensa escrita. 

Concha García Campoy (Tarrasa, 1958-Valencia, 2013) le gustaba la gente, anhelaba comunicar y sabía escuchar. Admiraba la inteligencia y la integridad, por eso algunos de sus personajes preferidos, entre otros, fueron Julio Alejandro, Rafael Azcona, Jorge Semprún, José Antonio Labordeta o José Luis Sampedro. Nació en Tarrasa, en el seno de una familia andaluza, y se crió en Ibiza. Sus padres tenían una tienda y ella contó alguna vez, a uno de sus mejores confidentes como Luis Alegre, que su familia sobrevivió de milagro a las inundaciones del Vallés a principios de los 60 y que “engañaba en el peso a las clientas más ricas” del local familiar. También por entonces descubrió la penas de amor: cantaba y cantaba para intentar seducir a un vecino del que se había prendado.

El periodismo se convirtió en una de sus pasiones y ya en 1979 se enfrentó a un micrófono en 'Antena Pública'. En 1983 ingresaría en TVE y poco después, en 1985, presentaría el telediario en compañía de otro clásico como el aragonés Manuel Campo Vidal. Por entonces, otra de las parejas de moda era Carlos Herrera y Ángeles Caso. Conocida y respetada, ingresaría en la SER para dirigir y presentar 'A vivir que son dos días', que se convirtió en un programa fundamental donde cabía todo: el humor, la información, la entrevista rigurosa, los libros, la música, el copioso anecdotario de la vida tal como viene. A Concha la definía la curiosidad y el antidivismo. 'A vivir que son dos días' fue un magazine modélico que incrementó su popularidad: respaldada por un estupendo equipo con Lorenzo Díaz y Javier Rioyo, entre otros, demostró su calidad humana, su curiosidad, su respeto y su dulzura. Ganó los premios más importantes: el Ondas, el Micrófono de Oro, el Antena de Oro. Ha sido siempre una mujer afable, culta y honda, capaz de reír como pocos, vitalista y atrevida. Más tarde, presentó 'Mira 2' en TVE, con grandes personajes. 

Compaginó diversos medios: en la radio, dirigió y presentó 'Días de radio' en Antena 3, 'Noches de radio' y 'Las cosas que nunca dije' en Onda Cero; en televisión codirigió con Luis Alegre, en Telecinco, 'La gran ilusión', un programa de cine. El título hacía honor no solo al cine sino a su propio carácter y a su actitud vital: Concha fue una mujer de entusiasmos y de inquietudes constantes. Por aquellos días, inició su relación con el productor Andrés Vicente Gómez; Concha, que se definió como una “monógama sucesiva”, había estado casada con Jaime Roig y con Lorenzo Díaz. Y entre otras muchas ocupaciones acabó al frente de un magazine televisivo, distinto, sin apenas turbiedad, en 'Las mañanas de cuatro'. Hizo especiales y firmó entrevistas y reportajes en 'El País Semanal' y en la revista de 'El Mundo'. Allí, entre otros temas, firmó una sección de perfiles, en colaboración con Ouka Leele (que hacía retratos pintados), donde incluyó a mucha gente: desde Imelda Navajo, le impresionó su fortaleza, hasta Fernando y David Trueba, Ariadna Gil o Félix Romeo, a quien Ouka Leele retrató como un goliardo o como un personaje noctámbulo y soñador de Rembrandt. Los recopiló en el libro 'La doble mirada' (Espasa, 1996).

Concha García Campoy fue una mujer optimista, luminosa y perfeccionista. Hizo varios programas en Zaragoza (una ciudad donde tenía muchos amigos), y una de las últimas veces que anduvo por aquí fue en el estreno de 'Iberia' de Carlos Saura, en 2005. Acompañaba a Andrés Vicente Gómez, productor de la película; también vino a ver a sus amigos y entró en el cine Don Quijote, hermosa y discreta, para zambullirse en el sueño de la música. Otra de las pasiones de su vida, como lo fueron la literatura, el cine, la tertulia, la amistad y el periodismo. Lo dijo bien claro: cuando le sobrevino la enfermedad se sintió tan querida que pensó que “tanto cariño me va a curar”. Y en cierto modo la va a salvar: su voz cálida, sus ademanes, su humanidad, su belleza serena, a lo Ingrid Bergman, se quedan para siempre en nuestra memoria.

 

*Este artículo apareció el miércoles-jueves en heraldo.es

GUILLERMO BUSUTIL RECUERDA A UN PUÑADO DE AMIGOS QUE SE HAN IDO

La lengua de las mariposas. Obituario

[Foto del editor de Península Manuel Fernández Cuesta.]

Guillermo Busutil

http://www.laopiniondemalaga.es/opinion/2013/07/14/lengua-mariposas-obituario/602779.html

 

Cuando traiciona antes de tiempo es difícil amotinarse contra la muerte. No es fácil pensar nada que nos defienda de su oficio afilado, contundente y umbrío. Uno se queda de repente solo dentro de sí mismo. Un instante de sombra que nos sitúa fuera del presente antes de derrumbarse en tristeza en la garganta, en la mirada. Y enseguida la certeza de que toda la vida cabe en un recuerdo. No es lo mismo que cuando uno espera esos últimos labios cuyo aliento se percibe como una amenaza cerca. Tampoco si sucede en mitad de la vida que se lucha contra ella, en desigualdad de condiciones, para vencerle una codicia de tiempo. La única codicia comprensible y justificable. El pasado miércoles fue uno de esos momentos en los que la memoria sentimental, hacia quién acababa de morir, y nuestra propia vida, se cruzaron en el mismo espejo. Igual que si algo de nosotros se fuese con el protagonista viajero del óbito. Como si ese extravío en la muerte hubiese sido el nuestro en lugar del suyo. Sucede esto último si la edad que termina de caducar en el corazón del que se ha ido nos hermana generacionalmente. Ocurrió el miércoles. Tres veces indefensas contra el asalto de la noticia. Tres vidas en mitad de la tarde que se rompió en tres. Tres profesionales sin máscaras, sin dobleces ni repudios de clase o la embriaguez del poder. Ejemplo de talento, tenacidad y la libertad de estar viviendo sus pasiones. Las mismas que nunca dejaron de compartir con los demás.

Concha García Campoy: brillante periodista del trabajo codo a codo para quien la voz era seducción y credibilidad, una incondicional manera de ser y de estar. Hizo de la información, de la entrevista y del magazine, una clase sencilla con elegante clase natural. Nos enseñó a vivir que son dos días poniendo siempre esa sonrisa que no sobra en los momentos íntimos; al seguir sintiendo en nuestra mano la mano del que se quiere en la oscuridad de los años dentro de un cine; en los momentos difíciles ni cuando hay que restarle urgencias al sofoco de lo diario. Que con ilusión y entrega, muchos días del trabajo son hoy domingo. Fue la mejor periodista a la que invitar a casa o con la que irse a cualquier difícil frente de batalla.

Jesús Robles: un librero que durante treinta y seis años ha sido poeta en blanco y negro de su vida en 8 y medio. Un negocio casa donde nunca dejó de ser parte feliz de un matrimonial ménage à trois con su mujer y el cine de autor. El saludable abrazo golem del Alphaville y los Renoir del que han gozado numerosos aprendices, maestros y amantes del séptimo arte, convencidos por sus conocimientos y recomendaciones o envueltos en algunos de sus numerosos proyectos.

Manuel Fernández Cuesta: editor de antigua estirpe (quedan pocos como él y Enrique Murillo) que enriqueció la ficción con el discurso de una necesaria, excelente y audaz península del pensamiento. Un día abandonó el despacho de un sello con éxito asegurado y se marchó a una aventura pequeña e independiente, decidido a defender que los libros continuasen siendo la lectura como formación, en lugar de la lectura como entretenimiento. Los tres han sido algo más que magníficos profesionales con los que el trabajo me ha cruzado en cordial simpatía, con suficiente tiempo cómo para aprovechar su talento y guardar algunas anécdotas, objetivos comunes y las ganas de que la recompensa al trabajo bien hecho sea seguir haciéndolo.

No me cabe duda alguna de que los tres continúan vivos. Concha García Campoy en las ondas del aire donde su voz es una radio cálida y comprometida. Manuel Fernández Cuesta en los libros que al abrirlos son como encender la luz de una pregunta o una respuesta inteligente y con una palabra al frente. Jesús Robles en Martín de los Heros, la mejor calle en versión original. Me gustan los obituarios. Creo que son un género de guante negro contra el duelo. Una flor roja que siempre es el último beso herido al que enseguida le sobreviene la oscuridad, un largo sueño, el fuego, las cenizas, el viento. Los leo. Los colecciono. Sé de lo que hablo. Es difícil hablar de los muertos sin sentimentalismos falsos ni convertirlos en sombras de los héroes que no fueron. Al menos, no más que cualquiera que haya combatido por el hechizo de una palabra aprendida en un libro, por sembrar a tierra un sueño resbaladizo y exigente o por un beso en el que reconocerse feliz, sin claudicar contra unas cuantas derrotas que duelen antes de levantarse. Es difícil elegir los adjetivos del presente, los verbos del pasado, los sustantivos eternos. No es fácil evocar ni significar la historia del que se ha marchado. Hay que protegerse de engrandecer las verdades o fabular la identidad y la elegancia en sus batallas. Es importante saber en qué cercanía debe uno colocarse al hablar de los que se van. Escribirle a la muerte para conjurarla en una memoria viva despierta en quién lo hace culpas, afectos, debilidades, fantasmas, humedad en la garganta de las palabras que en cierto modo se lloran. Incluso el peligro de la impostura y el inconsciente papel del juez que certifica un veredicto. Igual que si también fuese el mago sacerdote de un rito ancestral. El de ponerle al muerto entre las manos el pliego del obituario como un pasaporte a presentar al otro lado. Esa orilla de la que nadie sabe con certeza su existencia. Si se compone de varias puertas. De un sendero que se bifurca. Nunca me he preguntado qué es más digno o razonable: si una necrológica de recomendación o dos monedas para Caronte. Lo más hermoso sería colocarle en los labios una mariposa y que del difunto hable la lengua de sus alas.

*Guillermo Busutil es escritor y periodista www.guillermobusutil.com

QUICENA DE TOMEO. POR LUIS ALEGRE

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EL ESCRITOR JAVIER TOMEO FUE UNO DE ESOS ARAGONESES QUE PUSO A SU PUEBLO EN EL MAPA DEL MUNDO Y DE LA HISTORIA

 

Quicena de Tomeo

 

Por Luis ALEGRE. Heraldo Domingo de Heraldo de Aragón.

 

Jueves 27 de junio. Quicena, Huesca. Hoy va a ser enterrado el hijo más ilustre de la historia del pueblo, Javier Tomeo, uno de los escritores europeos más originales de las últimas décadas y una de las personalidades de la cultura aragonesa más jaleadas en el mundo.

 

Son las cinco y media de la tarde y hace calor. Amigos, colegas, familiares y paisanos de Javier nos hemos acercado al cementerio. Y periodistas y políticos. Antes del entierro, se celebra un acto homenaje. Un grupo de músicos interpreta unas melodías. La que toca el chelo es una “chica Tomeo”, ese tipo de joven que le encantaba a Javier. Israel Cortés - alcalde de Quicena-, una sobrina de Javier y escritores como Ismael Grasa y Cristina Grande cuentan cosas de Javier o leen textos de su añorado amigo. El entierro se realiza de forma literal: se ha abierto una enorme fosa en la que cuatro hombres depositan el ataúd y, con unas palas, lo cubren de tierra. La operación dura un buen rato pero resulta hipnótica: nadie mueve una ceja hasta que acaba y les dedicamos una ovación, a Javier y a los cuatro hombres. Casi nadie había asistido en directo a un entierro así, literal. Jerónimo Blasco comenta que solo lo había visto en las películas del oeste. Eso le pasa por no ser de Lechago.

 

El poeta Marcial volvió a Bílbilis en sus últimos años y allí fue enterrado. Pero buena parte de los aragoneses más distinguidos de la historia fueron gente de pueblo que no “descansa” –menudo eufemismo- en su pueblo. Fernando el Católico (Sos) fue sepultado en Granada; San José de Calasanz (Peralta de la Sal), Miguel de Molinos (Muniesa) y San José María Escrivá de Balaguer (Barbastro) en Roma; los hermanos Argensola (Barbastro) en Nápoles (Lupercio) y Zaragoza (Bartolomé); Pedro Cerbuna (Fonz, Huesca) en Calatayud; Baltasar Gracián (Belmonte) en Tarazona, quizá en una fosa común; Miguel Servet (Villanueva de Sigena) fue quemado vivo en Ginebra; Goya (Fuendetodos) fue enterrado primero en Burdeos y luego trasladado –sin su cabeza- a la ermita de San Antonio de la Florida de Madrid; Braulio Foz (Fórnoles, Teruel) en Borja; Joaquín Costa (Monzón), ante la presión popular, fue inhumado en Zaragoza; Basilio Paraíso (Laluenga), Ramón y Cajal (Petilla de Aragón), María Moliner (Paniza) y Laín Entralgo (Urrea de Gaén) en Madrid; Raquel Meller y Paco Martínez Soria (Tarazona) y José Manuel Blecua Teijeiro (Albalate de Cinca) en Barcelona; las cenizas de Sender (Chalamera de Cinca) fueron arrojadas, según su deseo, al Pacífico y las cenizas de Buñuel (Calanda) se encuentran, tal vez, entre México y el monte Tolocha, en Calanda; Florián Rey (La Almunia) acabó en una fosa común, en Alicante; Miguel Fleta (Albalate de Cinca), en La Coruña; Ildefonso Manuel Gil (Paniza) en Daroca, el pueblo donde pasó la infancia, pero no en el que nació.



El humor negro es el disolvente más contundente de nuestras peores pesadillas. Por eso, la otra tarde, después del entierro, los amigos nos preguntábamos unos a otros: “Y a ti, ¿dónde te apetece que te enterremos?”. Nadie elige el lugar en el que nace pero, al menos, se puede desear el último refugio. Lo más natural es que si alguien señala ese lugar opte por un sitio especialmente simbólico y querido. Fernando el Católico dejó escrito que le llevaran a la catedral, cómo no, de Granada. A menudo no se cuida, o no se puede cuidar, ese detalle fundamental. Pero si alguien muere sin haber comunicado esa decisión hay que sepultarlo donde merece. A la gente hay que saber quererla pero también es muy importante saber despedirla y saber recordarla. Que se sepa, Tomeo nunca se pronunció al respecto. Pero merecía ser despedido y enterrado en su pueblo y su pueblo merecía ese honor. Javier nació en Quicena en 1932 y allí, con sus padres, vivió la infancia y la adolescencia en medio de circunstancias históricas muy poco vulgares: la II República, la Guerra Civil, la primera posguerra. Desde la tumba de Javier se divisa el Castillo de Montearagón, una de sus eternas referencias, su magdalena de Proust. Ese castillo, Quicena y Aragón siempre estaban en su boca, formaban parte de sus adicciones sentimentales, de sus obsesiones más cotidianas. Él retrató muy bien el absurdo pero hubiera considerado absurdo ser enterrado en otro lugar. Hay algo muy hermoso en que Javier haya vuelto para siempre al lugar en el que se abrió al mundo. El día de su entierro Antón Castro le dedicó a Javier un inspiradísimo poema que comienza así: “En mi principio está mi fin, dijo el poeta. En mi final está mi origen: la luz de Quicena…”.



No se trata de algo baladí. Para nuestro sosiego, sentimos una absoluta necesidad de saber dónde está nuestra gente- la que queremos o admiramos- incluso cuando ya no sigue en este mundo. Si se ignora dónde se hallan los restos de los seres queridos o de grandes personalidades se suele hacer lo imposible para encontrarlos. Si algún día aparecen, por fin, los restos de Lorca o de Publio Cordón, la noticia será portada en medio mundo. Ian Gibson sostiene que encontrar los restos de Lorca es vital para la salud de España.

 

El Día de Todos los Santos se acude a la tumba de los que quisimos y se le pone flores. Es un gesto de hondo calado simbólico y sentimental que también se tiene con otro tipo de seres queridos. Cuando viajé a Los Ángeles por primera vez visité la tumba de Marilyn Monroe. Las tumbas de Napoleón, Kafka, Elvis, James Joyce, Sinatra, Michael Jackson o Escrivá de Balaguer también se han convertido en lugares de culto y peregrinación para sus admiradores del mundo entero. Esas tumbas forman parte del patrimonio cultural de los lugares en los que están. La otra tarde, en el cementerio, al acabar el entierro, Antonio Cosculluela, presidente de la Diputación Provincial de Huesca, al lado de Dolores Serrat, consejera de Cultura de la DGA, y del alcalde de Quicena, aseguró que Javier Tomeo iba a contar muy pronto con una lápida a su altura.

 

El pueblo de Gracián se llama Belmonte de Gracián, el pueblo de Fernando el Católico se llama Sos del Rey Católico y el término de Peralta de la Sal se llama Peralta de Calasanz. Es una lástima que no se haya consolidado esa costumbre de apellidar los pueblos con el nombre del hijo que los puso en el mapa del mundo y de la historia. Fuendetodos de Goya, Calanda de Buñuel, Fórnoles de Foz, Laluenga de Paraíso, Quicena de Tomeo. No suena nada mal. Sería una bonita manera de fijar el tributo para siempre, además de una promoción para el pueblo muy barata y eficaz.

 

Javier Tomeo ha sido enterrado en Quicena pero eso estuvo a punto de no pasar. La primera idea fue sepultarlo en un nicho del cementerio de Montjuic de Barcelona, la ciudad en la que murió y en la que vivió buena parte de su vida. En ese cementerio están sus padres, es verdad. Pero Javier no tenía reservado un nicho a su lado. Se anunció que el funeral y el entierro se oficiarían en Barcelona. Pero, en el último segundo, se impuso la emoción. Algunos íntimos de Javier –Ismael Grasa, Antón Castro, José Luis Melero- comprendieron que se trataba de un asunto de alcance y provocaron que las autoridades asumieran el profundo valor del entierro de Javier en Quicena. Humberto Vadillo, Director General de Cultura de la DGA, María Victoria Broto, Diputada por Huesca en las Cortes y ex consejera de Educación y Cultura, Miguel Gracia, vicepresidente de la DPH y Rafael Blasco, concejal de cultura de Quicena, pillaron la idea al vuelo y la hicieron posible. Resulta tan extraño que políticos de diferentes tendencias ideológicas coincidan en algo y se pongan de acuerdo a la primera, que merece la pena celebrarlo.

 

Si alguien, en cualquier momento de la historia, siente el impulso de visitar la tumba de Javier Tomeo, tendrá que venir a Quicena. Allí lo encontrará, vigilado por su magdalena de Proust.

 

*Foto de Ana Jiménez, en La Vanguardia.

 

14/07/2013 20:40 Antón Castro Enlace permanente. Escritores No hay comentarios. Comentar.

EL LOCO AMOR DE LIZ Y RICHARD

 

RITUALES DE SOL. Mañana lunes se estrena la serie dedicada a los dos grandes actores británicos, que estuvieron casados dos veces y que vivieron una auténtica pasión animal de química, cariño, atracción sexual, alcohol y dependencia.

Taylor & Burton,

una locura de amor

del siglo XX

El amor es uno de los motores de la vida. El aire del mundo. Es necesario y estimulante en cualquier estación. A veces, no se sabe muy bien por qué, entre dos seres se establece una química animal, una pasión inefable que va más allá de los cuerpos, de la sangre o del ánimo. La locura de amor de Elizabeth Taylor (1932-2011) y Richard Burton (1925-1984) es una de las más conmovedoras y complejas. Para muchos es “la historia de amor del siglo XX”; para otros, sus trece años de casados, en dos tandas, conforman “el matrimonio del siglo”. Ellos, con su fogosidad, con su desinhibición, con su vulnerabilidad, con su glamur y con su talento, lo vivieron todo: estaban hechos el uno para el otro y a la vez, como sucede a veces, no podían tolerarse. Ni contigo ni sin ti, y a la vez se imponía una atracción especial, casi sobrehumana, que descansaba en la belleza, en el deseo, en la veneración. Para Burton, Liz Taylor era la mejor actriz del mundo. Los dos eran celosos: ella tuvo celos de Claire Bloom o de Sofía Loren; él no podía soportar la proximidad del nuevo galán Warren Beatty.

Liz & Richard, Liz & Dick (sobrenombre del actor) siempre están de actualidad. Especialmente en verano. Hace no demasiados meses aparecía ‘El amor y la furia. La verdadera historia de amor Elizabeth Taylor y Richard Burton (Lumen. Traducción de Jofre Homedes), de Sam Kashner y Nancy Shoenberger, que incluía las cartas de Richard Burton, que era un hombre cultivado, amaba la poesía y escribía diarios con el deseo de componer una novela autobiográfica. Este lunes se estrena una serie sobre ellos, de la BBC, ‘Taylor & Burton’, con Helena Bonham-Carter, la compañera de Tim Burton y antes de Kenneth Branagh, y con Dominic West, el actor de ‘The Wire’.

Liz era londinense y Richard era galés. Burton se educó, esencialmente, en el teatro: quería ser el relevo de Lawrence Olivier y de John Gielgud, y en cierto modo lo fue. Y ella se trasladó a Estados Unidos y empezó a aparecer en la pantalla a los diez años. En 1953 se encontraron en una fiesta en casa de Stewart Granger y Jean Simmons. Se miraron con indiferencia. Tardarían verse casi nueve años, y entonces saltarían chispas literalmente. Burton “arrastraba fama de amante irresistible” y estaba casado con Sybil Williams, madre de sus hijas Kate y Jessica, que tenía una minusvalía, y Liz se había casado cuatro veces, y se había quedado viuda de Mike Todd y le robó a su amiga Debbie Reynolds a Eddie Fischer. Poco después del reencuentro, fueron contratados para trabajar en ‘Cleopatra’ (1962), que al final dirigió Joseph L. Mankiewicz. El discurso de la narración amorosa de la película tiene mucho que ver con su propia historia: se enamoraron irremisiblemente, ante el estupor de Sybil y de Eddie, que incluso amenazó con una pistola a su mujer. Los besos cada vez eran más largos, ante la perplejidad de Mankiewicz: ‘Cleopatra’ parecía su propio hechizo carnal.

El escándalo no tardó en estallar y se convirtieron en la pareja de moda en el mundo. En cierto modo con ellos, con esta pasión adúltera, contestada incluso por el Vaticano, nacieron los paparazzis. Cuando el fotógrafo Pat Morin los captó en la cubierta de un barco, en traje de baño y con los paquetes de cigarrillos a sus pies, el mundo se estremeció. Había lío, romance de famosos, hasta Jacky Kennedy se preguntaba si se casarían. Al final lo hicieron: Sybil jamás volvió a hablar con su ex marido; Liz, embrujada por el erotismo del actor, declararía más tarde: “Imagínate tener al oído la voz de Richard Burton mientras haces el amor. Borraba todas las preocupaciones y las penas. Lo demás se esfumaba”. Para Burton ella “era una diosa del sexo”. Hicieron muchas películas juntos: ‘Cleopatra’, ‘¿Quién teme a Virginia Woolf?’, que supuso el Oscar para Liz (había ganado otro en 1960 por ‘Una mujer marcada’), ‘Castillos en la arena’, ‘Los comediantes’, ‘La mujer indomable’, etc. Se separaron en 1974 y volvieron a unirse por poco más de un año entre 1975 y 1976. Les alejaban el alcohol, la testarudez, su carácter agresivo, las peleas o algunas enfermedades que padecía Liz.

Se amaron tanto como se pelearon. Bebieron, gastaron sin conocimiento en joyas y lujos, y supieron adaptarse a la espiral de la publicidad, sobre todo Liz. Poco antes de fallecer en 1984, tras rodar la película del mismo título, Burton pensó en ella. Dos días antes le había mandado su última carta. Ella confesaría: “El día que murió, yo aún estaba locamente enamorada de él”.

 

 

LAS ANÉCDOTAS

 

La bomba Burton. Elizabeth Taylor, que alcanzó dos Oscar de Hollywood, escribió a propósito de su intimidad con Burton: “Mi momento favorito es cuando estamos solos por la noche riéndonos y hablando de libros, de la situación mundial, de la poesía, de los hijos, de cuando nos conocimos, de problemas, de fantasías y de los sueños que tenemos. Hasta cuando nos peleamos es divertido. Richard disfruta tanto perdiendo los estribos que da gusto verlo. Explota como una bomba. Saltan chispas, tiemblan las paredes y se sacude el suelo. Lo que más me gusta es complacer a Richard, no ser complacida”.

 

La belleza Taylor. En sus cuadernos escribió Burton su primera percepción de Liz: “...una chica sentada al otro lado de la piscina bajó su libro, se quitó las gafas de sol y me miró. Era tan increíblemente guapa que casi se me escapó la risa... Era sin duda una belleza... Era fastuosa. Era una esplendidez morena e implacable”.

 

*Las dos fotos son de Bert Stern (1929-2013).

21/07/2013 19:59 Antón Castro Enlace permanente. Artistas No hay comentarios. Comentar.

1936. MUERTE DEL DOCTOR ALBACETE

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[Un amigo, Antonio Huerta, periodista e investigador de la Guerra Civil española, se ha interesado por la muerte en Zaragoza, en 1936, del doctor Jesús Albacete Fraile. Así recoge toda la historia.]

 

LA EJECUCIÓN EXTRAJUDICIAL DEL DR. JESÚS ALBACETE FRAILE,

MÉDICO DE LOS GUARDIAS DE ASALTO DE ZARAGOZA EN 1936

 

Por Antonio HUERTA

 

 

 

Expediente de la prisión de Torrero

El 28 de agosto de 1936 el médico de la Guardia de Asalto de Zaragoza, Jesús Albacete Fraile, ingresa en la Prisión Provincial de Torrero por orden del Gobernador civil, Julián Lasierra Luis, comandante de la Guardia Civil que sustituyó al gobernador republicano Ángel Vera Coronel, asesinado unos meses después.  Albacete queda, por orden de Lasierra, a su disposición: “A mi disposición”. No figura en el expediente carcelario delito ni causa de la detención.

 

El 12 de noviembre el Dr. Albacete es conducido a la Jefatura Superior de Policía, por orden del Jefe Superior y Comandante de Estado Mayor, “para la práctica de diligencias”. Esa misma noche, a las 21 horas, reingresa en la cárcel de Torrero. Y unos días más tarde, el 27 de noviembre, un escrito del Jefe de Policía ordena al director de la prisión la puesta en libertad de Jesús Albacete Fraile. Aquí acaba el expediente “procesal” de Jesús Albacete Fraile emanado de la prisión de Torrero y que se conserva en el Archivo Provincial de Zaragoza.

A la mañana siguiente el Dr. Albacete es un cadáver con dos tiros, que le atraviesan el cráneo, disparados casi con toda seguridad a cañón tocante.

 

Expediente del Tribunal Militar

Con esa fecha (28/11/1936) se inicia el expediente que se guarda en el Tribunal Superior Militar, consignado como causa núm. 1904-36 (por Homicidio). En la hoja de estadística criminal de guerra, que firma el 18 de diciembre de 1936 el encargado de la misma en la quinta región, el Teniente Auditor José María Franco de Espés, consta que se trató de un “procedimiento sumarísimo” en cuya tramitación se invirtieron menos de seis meses y que, al no haber hallado a los culpables, se archiva provisionalmente.

 

Tras la muerte del Dr. Albacete, ocurrida nada más salir de la cárcel de Torrero en la noche del día 27 de noviembre de 1936 o en la madrugada del día siguiente, el 28 de noviembre, el señor de Pablo, juez de turno en el Juzgado de Guardia de Zaragoza, firma una diligencia para constituir el Juzgado en el depósito judicial de cadáveres de la Facultad de Medicina, porque le habían avisado telefónicamente de que allí había ingresado esa misma mañana el cadáver de un hombre. El juez declara que, pese a estar indocumentado, el cadáver es el de Jesús Albacete Fraile y ordena a los forenses que practiquen la autopsia.

Los médicos forenses Jaime Penella Murt y Manuel Ros Mateo declaran que el cuerpo de Jesús Albacete Fraile presenta un orificio de entrada de proyectil en el temporal derecho con salida por el izquierdo, y otro en la región parotídea derecha con salida por el parietal del otro lado con fractura de huesos y lesiones encefálicas. Y que la muerte ha sido debida a fractura de cráneo por arma de fuego.

El juez de Pablo, ese mismo 28 de noviembre, ordena que se oficie al Juez Municipal Núm. 1, don Sabino Bea Castillo, para que se inscriba en el Registro Civil “la defunción del interfecto”, dando las oportunas licencias para su enterramiento.

 

Por una providencia fechada el nueve de diciembre de 1936, el juez de Pablo, una vez practicadas las primeras diligencias que dispone la Ley de Enjuiciamiento Criminal, estima que la Jurisdicción Militar es la competente para conocer del hecho que las motiva, y ordena que sean remitidas al Excmo. Sr. Auditor de Guerra de la 5ª División “a (en) virtud de los bandos publicados por las Autoridades Militares de declaración del Estado de Guerra y posteriores”.

 

Y una semana después, el 17 de diciembre, el Auditor de la 5ª División, dicta un auto con este único resultando: “Que acreditadas en estas diligencias la comisión de hechos posiblemente constitutivos de delito, hanse practicado todos los trámites de carácter urgente, sin derivar el conocimiento de sus presuntos autores”.

A continuación, cita en un considerando la Orden del 12 de agosto de 1936, en cuyo artículo único, sección primera, se preceptúa la suspensión de lo actuado hasta la presentación o captura de los culpables; y que el cauce legal para cumplimiento de dicho mandato es, (previa elevación a causa de estas diligencias), el sobreseimiento provisional que regula el artículo 538, número 2º, del Código de Justicia Militar.

 

El mismo 17 de de diciembre el auditor acuerda el sobreseimiento provisional y ordena los trámites burocráticos pertinentes, de manera que “cumplimentado lo expuesto, se decretará el archivo”. Uno de los trámites era rellenar el impreso de la estadística criminal de guerra, que certifica el 19 de diciembre el fiscal José María Laguna y, finalmente, el 22 de diciembre de 1936, veinticuatro días después de ser asesinado el Dr. Jesús Albacete Fraile, la causa queda archivada.

 

¿Quién era Jesús Albacete Fraile?

Era un médico licenciado por la Universidad de Zaragoza que ejercía como facultativo de los guardias de asalto en esta plaza. Había nacido en Maranchón (Guadalajara) en 1905 y contraído matrimonio civil con la zaragozana Carmen Echecherría Ceresuela el once de mayo de 1935, y matrimonio canónico, al día siguiente, en la iglesia de las Escolapias.

Por su boda con Carmen Echeverría quedaba vinculado a una reconocida familia de comerciantes de Zaragoza y propietaria de la famosa Posada de las Almas. Si sus compañeros de la Guardia de Asalto lo tenían considerado como persona de izquierdas o republicano, lo que solo es una suposición, aunque muy probable dada su eliminación inmediata tras el golpe de Estado de julio de 1936, es casi seguro que no se le pudo relacionar con ningún acto violento ni delictivo. De lo contrario, su entrada en la prisión la hubieran podido motivar con base en ese hecho, y no para estar a disposición del gobernador, y menos, para ser puesto en libertad sin ningún cargo en su contra.

Nos encontramos, con toda seguridad, ante una de las innumerables ejecuciones extrajudiciales llevadas a cabo por los militares sublevados, desde el 18 de julio de 1936 hasta la implantación de los consejos de guerra a mediados de 1937. En el expediente militar de este caso, como en otros centenares o millares similares, se ve claramente la pretensión de juridicidad con que a simples y meros asesinatos se les quiere dar la apariencia de una justicia reglada, respetuosa en apariencia con un buen cúmulo de garantías procesales, como explica Pablo Gil en La noche de los generales: Militares y represión en el régimen de Franco (Ediciones B. Barcelona 2004).

 

Algunas personas que aún viven, y otras ya fallecidas, que conocieron al Dr. Albacete personalmente o por referencias, coinciden en la opinión de que era una buena persona. El tiempo, no obstante, y la posición de partida ideológica de cada una de ellas, impide la construcción de un perfil definitivo.

 M.P.S.A, de 92 años, hija de un industrial a quien la familia de Carmen Echeverría ayudó durante la guerra tras haber perdido prácticamente todos sus bienes y casi la vida en un pueblo del Bajo Aragón, afirma que era comunista. Al preguntarle que si más que comunista era republicano, esta persona duda. En cualquier caso, afirma rotundamente: “No era de derechas”.

D. E. C, ya fallecido, pariente del Dr. Albacete, según testimonio de un descendiente siempre dijo que Albacete “había estado en el momento equivocado en el lugar equivocado”. Tal vez curó a un sindicalista herido y ambos fueron denunciados. Todo pudo ser.

C.D. S.A, de 98 años, no quiere hablar de este asunto: cierra los ojos cuando le pregunto si sabe por qué mataron al Dr. Albacete, y dice que cree que lo fusilaron, pero que no quiere recordar “esas cosas”; aclara que, a su marido, médico militar, lo despertaban de madrugada en los años cuarenta para “subir al cementerio”. Sí, son muy malos recuerdos para quien todavía guarda ese peso en el alma.

J.H.R, médico durante la guerra civil, y posteriormente médico militar, que le compró a Carmen Echeverría los libros de medicina de su marido tras su asesinato, me dijo varias veces que la muerte de Jesús Albacete había sido “una gran injusticia”. El testimonio de J.H.R., carlista en su juventud, que se enfrentó porra en mano en las calles de Zaragoza contra adversarios políticos e ideológicos, y que llegó a ser general, resulta, sin duda, el de más valor y digno de crédito.

 

¿Por qué lo mataron?

¿Por qué, entonces, había que matarlo? Sin duda, la respuesta la encontramos en las arengas y órdenes de Emilio Mola, conducentes a la eliminación de toda disidencia ideológica. Dicho de otra manera, muerto el perro se acabó la rabia.

Siguiendo el razonamiento de Pablo Gil en la obra citada anteriormente, el general Mola, que desde el ecuador de la República concretaba en sus discursos todas las fobias del ideario castrense que se manifestará a partir de julio de 1936, desata una auténtica locura exterminadora desde agosto de ese año. Dice Pablo Gil en la citada obra que Mola, en esos momentos, tras exponer en un discurso “la traición a España de los caudillos del Frente Popular”, afirmaba rotundamente: “Todo esto se ha de pagar y se pagará muy caro”. De Mola son también estas palabras referida a la contienda: “Ni rendición, ni abrazos de Vergara, ni pactos de Zanjón, ni nada que no sea victoria aplastante y definitiva. Después, si el pueblo lo pide, habrá piedad para los equivocados; nunca para los convencidos”

El ejército sublevado se valió de los crímenes, la quema de iglesias y conventos, y la persecución religiosa desatada antes y después del 18 de julio, para eliminar por procedimientos criminales, pero con apariencia de legalidad,  todo pensamiento distinto al del ejército, la Iglesia, la Falanje y el carlismo.

 

El caso del médico Jesús Albacete Fraile es uno entre miles, como queda perfectamente establecido en el libro Víctimas de la guerra civil, (temas de hoy: historia. Madrid 1999) coordinado por el profesor Santos Juliá, de los profesores Julián Casanova, Josep María Solé y Sabaté, Joan Villarroya y Francisco Moreno. Así fueron eliminados maestros, profesores de universidad, políticos, profesionales y sindicalistas.

 

¿Quién los proclamará santos o mártires de la humanidad? ¿Es suficiente para recordarlos y hacerles justicia una placa en un memorial –y eso al que se la hayan podido poner- o se debería hacer algo más? ¿Tal vez dar el nombre de los verdugos?

 

 

Antonio Huerta

Julio de 2013

 

 

25/07/2013 13:23 Antón Castro Enlace permanente. Temas aragoneses No hay comentarios. Comentar.

LUIS ALEGRE RECUERDA A CONCHA

 

CONCHA GARCÍA CAMPOY, FIGURA DEL PERIODISMO

ESPAÑOL DE LAS ÚLTIMAS DÉCADAS, ROZÓ ESA

QUIMERA QUE SE CONOCE COMO LA MUJER SOÑADA

 

CONCHA

Por Luis Alegre. Suplemento Heraldo Domingo. 

“Merece la pena escribir una novela solo para que me entreviste tu amiga”. La frase me la dijo Javier Tomeo, hará unos 20 años. Mi amiga era Concha García Campoy. Javier y Concha sentían debilidad el uno por el otro. El sábado 22 de junio murió Javier y Concha me llamó para llorar a nuestro amigo. Fue la última vez que hablé con ella. Luego me escribió un sms: “Vaya racha, tato”. Concha aludía a los infames últimos meses, en los que la muerte se había ensañado con gente cercana. Pero ella se encontraba bien. Fue al teatro a ver “¡Ay, Carmela¡” y planeaba la próxima temporada en la tele. Todo insinuaba que Concha había logrado batir a la leucemia que le diagnosticaron la víspera de la Nochebuena de 2011. Menudo alivio. Esa sensación fue lo único bueno de ese sábado 22 de junio. El miércoles diez de julio amaneció maldito, con la muerte de otro amigo, el librero y editor Jesús Robles, a los 54 años, la edad de Concha. A primera hora de la tarde, yo acababa de escribir el artículo alrededor del entierro de Javier Tomeo que apareció en estas páginas. Entonces, en una simetría macabra, me llegó el mensaje brutal: Concha había muerto en Valencia.

 

No sé si hay algo más desestabilizador en esta vida que la muerte prematura e inesperada de un ser muy querido. La noticia de la muerte de Concha me dejó temblando, atolondrado y mudo. En el primer instante, como me ha ocurrido otras veces, como le sucede a todo el mundo, sentí la absoluta necesidad de encontrarme dentro de un mal sueño: “No puede ser, será un error, alguien me va a escribir ahora para decirme que no es cierto”. Eso es lo que pensé. Pero no hice más que recibir mensajes de perplejidad, afecto y condolencia. Entonces, al reparar en que la pesadilla era real, me hundí en la cama, con un barullo de recuerdos y de voces de Concha bailando dentro de mi cabeza.

 

La conocí en las fiestas del Pilar de 1988, en la emisora de Radio Zaragoza. Concha había venido a presentar un especial de “A vivir que son dos días”, el programa que ella alumbró con Javier Rioyo y su marido Lorenzo Díaz y en el que colaboraba mi amigo Perico Beltrán. Javier me había llamado los días previos para que les sugiriera temas e invitados y, en Zaragoza, quedé con ellos. Era un viernes. Al día siguiente madrugaban pero éramos jóvenes y cerramos la noche en el Casco Viejo. El nombre del programa, “A vivir que son dos días”, le pegaba mucho a Concha. Ella atribuía su adicción al carpe diem a un episodio clave de su infancia. Tenía cuatro años cuando, en 1962, las inundaciones del Vallés arrasaron cientos de casas en la zona de Tarrasa donde ella vivía con sus padres y su hermana Asun. Murieron unas mil personas. Una de las casas destruidas fue la suya pero salvaron el pellejo. Luego, durante unos años, vivieron en una casa prefabricada. Concha mantenía que, de forma inconsciente, aquel suceso le hizo interiorizar la fugacidad de todo, incluidas las cosas que creemos más sólidas. A Concha también le marcó ver cómo sus padres, dos andaluces de origen muy humilde, se volcaban en su tienda de Tarrasa y luego en la que montaron en Ibiza, el lugar que ella consideraba su Arcadia. Uno de sus abuelos fue un comunista fusilado después de la guerra y el otro sufrió la cárcel por rojo. Concha tuvo conciencia de clase desde muy niña: cuando ayudaba a sus padres en la tienda, a veces engañaba con el peso de la compra a las clientas más ricas. Concha era de izquierdas pero antisectaria: tenía amigos y colaboradores de todos los bandos –Mariano Rajoy fue contertulio deportivo de uno de sus programas- y a sus hijos Lorenzo y Berta les llevaba a un colegio católico por la simple razón de que el centro le inspiraba confianza. Y ella, que era agnóstica, huía de imponer a sus hijos sus convicciones: procuraba que ellos fueran libres de elegir las suyas.

 

Desde el primer momento Concha me pareció, sencillamente, deslumbrante. La tele le había convertido en una de las estrellas más populares del periodismo y la radio en una de las más prestigiosas. Una noche de verano se me ocurrió bautizarla como la Ingrid Bergman de la radio. Acumulaba todo tipo de devotos. Su padre era uno de sus fans más excéntricos: cuando Concha presentaba el telediario lo grababa todos los días pero luego borraba los trozos en los que no salía su hija. Un portero de noche de un hotel le escribió una carta de amor diaria durante tres años y, como Concha no respondía, él se inventaba las cartas de respuesta, a las que él, a su vez, contestaba. Un día el hombre le escribió una sola frase- “Si lo que quieres es dinero, toma” – y le metió en el sobre un billete de mil pesetas. Concha se lo devolvió a vuelta de correo sin una sola nota y ese fue el fin de la relación. Entre los fascinados por Concha se encontraban figuras de la política, la cultura y el periodismo que, en algún caso, estuvieron cerca de perder la cabeza por ella. Pero Concha tenía una gracia muy particular para reconvertir a sus enamorados en amigos y cómplices. Ella rozaba siempre esa quimera que se conoce como la mujer soñada.

 

Durante casi 25 años Concha ha sido un ser crucial para mí. Como amiga, cómplice y referencia, desde luego. Pero, también, como compañera de trabajo. Durante tres temporadas codirigimos “La gran ilusión”, un programa de cine en Tele 5, y durante otras tres colaboré en sus programas de radio. Los días de “La gran ilusión” fueron muy fieles a ese título: yo iba a Tele 5 cada mañana muy contento porque sabía que allí, en su compañía, se me pasarían las horas volando. Viajamos a Los Ángeles, París, Cannes o Cefalonia, una preciosa isla griega donde nos esperaba Penélope Cruz. Concha escribió el epílogo de mi primer libro y el prólogo del que dediqué a Maribel Verdú. Siempre tenía un cuarto para mí en su casa de Madrid y otro en su casa de Ibiza, una finca llamada Jacarandá, otro nombre muy evocador de su imbatible alegría. He conocido a pocas personas tan poco dotadas para venirse abajo y tan dotadas para impedir que lo hagan los demás. Durante nueve veranos fui a Jacarandá, con David Trueba y Santiago Segura, a abusar de su generosidad y a reírnos sin límite con ella, su familia y con Andrés Vicente Gómez, su amor de sus últimos 13 años. David, Santiago y yo llamábamos “mami” a Concha y ella nos llamaba “tatos”. Y, realmente, Concha, tan protectora, adorable y hada madrina, era muy mami de todos sus seres queridos.

 

El otro día, en el tanatorio, al despedirla, cuando compartía aquel infierno con tanta gente destrozada, me pudo la rabia. Todos los trucos a los que, en situaciones así, nos solemos agarrar para que no nos tumbe la tristeza no funcionaron. Sí, es verdad que fue un lujo que nos quisiera; sí, es verdad que ella no dejará de estar ahí porque será imposible de olvidar y porque siempre explicará algo de lo mejor de nosotros mismos; sí, es verdad que sin la muerte la vida sería totalmente inaguantable. Pero llevarse tan a deshora a un ángel como Concha es uno de esos alardes absurdos e increíblemente crueles que la muerte nunca se debería permitir.

31/07/2013 09:41 Antón Castro Enlace permanente. Escritores No hay comentarios. Comentar.

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