Se muestran los artículos pertenecientes a Enero de 2014.
LUIS POUSA Y SU VIAJES LITERARIOS

QUÉ BELLO ES VIVIR
Medio mundo se pone en marcha. Es recomendable viajar con ‘Breviario del bus’ (Rey Lear, 2013) de Luis Pousa
El lector de reojo en bus, trole y tranvía
ANTÓN CASTRO
En los autobuses, tranvías, troles y buses urbanos han pasado muchas cosas. Al poeta Miguel Labordeta le encantaba desplazarse en el lento sestear de los tranvías de los domingos; Luis del Val celebró parte de su boda en una tranvía con jardinera; Fermín Otín Traid le dedicó un volumen a los trayectos del bus 38. Javier Tomeo escribió un ‘Cuento del autobús’.
Estas son fechas de continuos viajes. De idas y retornos. Quizá para aquellos que viven aventuras en el bus, ya sea urbano o interurbano, redactó Luis Pousa un delicioso libro, ‘Breviario del bus’ (Rey Lear, Madrid, 2013), ilustrado por Miguel Ángel Martín. Lo prologa Enrique Vila-Matas, autor de un libro que se titula ‘El viajero más lento’; Vila-Matas posee un finísimo oído y es capaz de captar lo mágico, lo inquietante y lo inverosímil en un autobús que recorre el barrio de Gracia.
Pousa afirma que “el mejor vehículo para ver el largometraje de lo cotidiano es el autobús”. En ese recorrido más o menos ilusorio, a través de la literatura y los libros, aborda una figura curiosa como el lector de reojo, al que define como “un gorrón incansable de la tinta ajena”. En el autobús, como han demostrado Calvino, Cortázar o el citado Vil-Matas, se oye de todo: a veces música dodecafónica, a la manera de Arnold Schöenberg, o poesía ultraísta. En los trolebuses de la infancia se perdían las carteras amarillas, que había que había que recuperar en las cocheras lejanas, situadas en el quinto infierno. A veces las carteras se quedaban ahí, deambulando como aquel “muerto al que le pegó un infarto y dicen que viaja dando vueltas sin parar del metro de Nueva York”.
También han tenido mucha importancia las estaciones -que “mantienen un eco clandestino en el que se mezclan los personajes equívocos de una fauna nocturna”-, los buses nocturnos y los desaparecidos. Luis Pousa se interroga, como sugería Cortázar: ¿volverán a casa toda la gente que va al fútbol? La pregunta parece oportuna. Es frecuente el ladrón de autobuses, pero no solo el caco ocasional de pequeños objetos o carteras, sino los del propio automóvil. Pousa recuerda a un carterista gallego, esposado, que se justificó así: “Coño, solo quería ver si el mar de Asturias era igual que el nuestro”. Ante la incredulidad del policía, agregó: “Pues yo diría que el mar tiene aquí un gris diferente”.
El autobús ha fascinado a muchos escritores. Gómez de la Serna les dedicó algunas páginas en ‘Automoribundia’ y algunas greguerías; Martin Amis confesó que la primera palabra que aprendió a decir fue “bus” y que “solía montarme en ellos y viajar sin rumbo fijo durante horas, y un día tras otro”. Mario Benedetti se subía a lomos de su infancia para recuperar aquel “tranvía 36 colorado de la Comercial”… Kafka era partidario de los tranvías y escribió hace ahora un siglo en sus cuadernos: “Sentarse en el rincón del tranvía eléctrico, envolviéndose en el abrigo”. Walt Whitman y Paul Bowles fueron partidarios de viajar, y Georges Perec, autor de ‘La vida instrucciones de uso’, fue “un viajero intrépido del transporte urbano”.
Una de las anécdotas más divertidas la vivió otro enamorado del autobús: el gallego Julio Camba, que trabajó de corresponsal en Francia, intentó entrevistar a Anatole France acerca de su pasión por el ómnibus. Como no estaba en casa, le hizo la entrevista a su asistenta. Ella le confirmó que “también eso de los ómnibus es una manía. [Anatole France es] Un señor que dispone de un automóvil magnífico”. El transgresor Bukowski escribió en ‘Nirvana’ la historia de un bus que se pierde en la nieve quizá para siempre y al ritmo de la voz de Tom Waits.
Se puede viajar desde casa con la imaginación: Fernando Pessoa solía hacerlo. Luis Pousa parece, como Cela, más partidario del coche de línea, quizá por aquello de que “cuando el autobús se echa a andar, la gente se va acoplando”. Las paradas son importantes, y el autor nos recuerda que “hay paradas de la nada en Wasco (California), en los Monegros, en Arteixo o Chantada (...) Con una parada de la nada se puede levantar el mundo”.
*Este texto aparecía en Heraldo, en la sección 'Qué bello es vivir' que coordina Christian Peribáñez.
ANA JUAN: DIÁLOGO DE ARTE Y VIDA

ANA JUAN. Ilustradora. Nacida en Valencia en 1961, obtuvo el Premio Nacional de Ilustración. El pasado firmaba en Antígona 'Amantes’ (Contempla /Edelvives) y ‘Otra vuelta de tuerca’ (Galaxia Gutenberg), entre otros títulos. [El retrato de arriba es de Vicente Almazán.]
“Cada historia de amor es única
e irrepetible como la creación”
-¿Qué se siente más, pintora o ilustradora?
Soy ilustradora, podríamos decir que pinto cuando ilustro e ilustro cuando pinto.
-¿Cómo le ha marcado el expresionismo y en particular la obra de Marc Chagall?
Todo aquello que he amado y amo me ha marcado en un momento u otro de vida y lo llevo cargado en la mochila de la inspiración. De alguna forma u otra aparece en mi trabajo de forma consciente u inconscientemente. Chagall puede emocionarme como Brueghel, los Prerrafaelitas o las pinturas de Pompeya... No es más referente que muchos otros.
-¿Cómo se logra un estilo propio, reconocible, cómo lo ha hecho usted?
Teniendo sinceridad con uno mismo, con la honestidad de aceptar lo que uno es y como quiere ver el mundo.
-Uno de sus libros que tiene algo de hito es ‘Frida’. ¿Qué supuso para usted?
Frida fue mi primer álbum ilustrado, algo inesperado y que supuso el abrir las puertas hacia la ilustración infantil. No fue fácil, tuve que dar un largo rodeo hasta que encontré la clave que relacionase mi trabajo con el mundo infantil-juvenil pero el proceso fue gratificante y aprendí mucho durante la realización de este álbum.
-Vayamos con ‘Amantes’, que acaba de rescatar Edelvives. ¿Cómo nació, que buscaba?
En 1993 mientras vivía en París, recibí del editor japonés, de la editorial Kodansha, en Tokyo, la propuesta de realizar un libro que contuviese once historias de amor, narradas con solo ocho imágenes. El proceso fue largo, lleno de altibajos y duró hasta 1997. En ese momento la editorial Kodansha decidió no editarlo. Años después, Amantes se editó por primera vez en España con 1000Editions y se agotó la edición. Luego Logos lo reeditó en Italia. Mi vida y mis libros suelen transcurrir por caminos inusuales...
-¿Cómo veía el amor entonces, cómo lo ve ahora?
Mi forma de ver el amor sigue igual y, aunque más realista, sigo siendo la misma soñadora romántica de siempre. En el amor hay que arriesgarse por lo que en cada historia hay que lanzarse sin red. Es una maravillosa aventura de donde no se sale indemne, un camino difícil pero enriquecedor.
-¿Es ‘Amantes’ un libro especial, abierto, sobre la libertad de amar?
El amor no se puede medir por su duración si no por su intensidad, puede durar cinco minutos o cincuenta años, lo importante es como se viva y el recuerdo que deja. Cada historia de amor es única e irrepetible como toda creación artística.
-¿Qué le atrajo de ‘Otra vuelta de tuerca’ (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores) de Henry James?
Esta pieza se conoce como una de las mejores historias de fantasmas y las historias espectrales siempre están asociadas a la oscuridad y la noche, pero creo que esta historia se desarrolla entre las brumas, las nieblas que invaden la imaginación y nos hacen ver a nuestros propios espectros. De hecho las ilustraciones no son, como sería de suponer, en claroscuros, hay color, colores que se asocian a la campiña inglesa y sus nieblas donde todo es posible.
¿Se había acercado antes a un texto tan inquietante como ese, de terror claramente?
Sí, en varias ocasiones como en Deméter basado en un pasaje de ‘Drácula’ de Bram Stoker o en ‘Carmilla’ de Le Fanu, la que se supone es la primera historia de vampiros. Aquí el miedo es “gótico”, lleno de oscuridades, de claroscuros. En el libro de James es un miedo psicológico, hay color y no oscuridad. No se pueden abrir puertas, hay que mirar a través de las cerraduras. Nos preguntamos sobre el misterio que se esconderá detrás.
¿Le obsesiona la belleza, el libro objeto, el libro como algo único?
Un libro bien editado es una experiencia sensorial para los ojos que admiran las imágenes, la tipografía la caja incluso el cuerpo de letra. Para el tacto, un papel que nos produzca sensaciones en las yemas de nuestros dedos al pasar las páginas o pasar la mano por la cubierta. El olfato nos llega el olor del papel y la tinta...
¿Qué autores sigue, en qué se inspira?
Me inspira todo lo que me rodea y, como confesó Henry James, ‘Otro vuelta de tuerca’ fue inspirado por el dinero un gran estimulador de la creación. Vivimos de nuestro trabajo, no hay que olvidarlo.
ENTRADILLA
Ana Juan es una ilustradora de culto. Posee una amplia bibliografía y es tan conocida fuera de España como aquí. A modo de autorretrato de artista, resume sus claves de trabajo.
Un trabajo solitario de introspección
Poética. “Siempre intento que tanto texto como imágenes vayan de la mano complementándose y engrandeciéndose mutuamente”, dice.
La técnica. “La técnica que suelo utilizar es sencilla y sin secretos, colores acrílicos sobre papel o carbón también sobre papel para las imágenes en blanco y negro. Cada técnica se adapta a lo que quieras decir. Hay libros que necesitan un trabajo en color otros a los que el blanco y negro les da el tono justo”.
El álbum ilustrado. “A un álbum ilustrado le pido una calidad de impresión inmejorable, una edición que cuide todos y cada unos de los detalles y además que vaya en concordancia con la obra. Además, no debemos de olvidar que, sin una promoción y difusión por parte de la editorial, todo el esfuerzo del ilustrador se queda en nada al no ser difundido su trabajo”.
Arte digital y libro ilustrado. “En este mundo digital el libro ilustrado tiene poca cabida. Esto hace que el editor apueste por un libro cuidado hasta el último detalle donde lo sensorial sea la gran ventaja frente al libro digital. Este es el verdadero reino del libro ilustrado”.
Autorretrato. “El trabajo de un ilustrador es solitario en su mayor medida, un trabajo de introspección. No creo ser misteriosa, ni pretendo serlo. Siempre se me pregunta por qué no me prodigo más en eventos relacionados con la ilustración, pero si no doy conferencias, máster-class o talleres, no es por timidez, es porque no me considero capacitada para ello”.
*La primera foto es de
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*La segunda la tomo de aquí
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*La tercera foto la tomo de aquí
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DOLORES REDONDO, AMAIA, EL BAZTÁN

QUÉ BELLO ES VIVIR. Dolores Redondo publica la segunda entrega de la inspectora Amaia Salazar: ‘Legado en los huesos’
UNA MUJER INTRÉPIDA EN EL BAZTÁN
Dolores Redondo Meira tiene una infancia marinera. Nacida en San Sebastián en 1969, conoció muy de cerca el universo del mar de Pasajes, el aroma salobre del puerto, la agitación de los muelles con sus grúas y sus historias de navegantes. Además, tiene una abuela gallega de la zona de Laxe, en la Costa de la Muerte, que le llenó la imaginación de historias del más allá: de aparecidos, de sendas tenebrosas en el bosque, de faros y mareas, de esa frágil relación entre lo real y lo fantástico. Su existencia la llevó después a Navarra y empezó a dedicarse a la literatura. Su primera novela era un libro sobre el duelo: sobre la pérdida, en su niñez, de una hermana por leucemia infantil: ‘Los privilegios del ángel’. Poco después escribió otra novela, ‘El guardián invisible’ (Destino, 2013), donde creaba una inspectora de la Policía Foral, Amaia Salazar, que tiene otras dos hermanas y una complicada vida familiar, llena de sombras, de desolación y de ese clima inquietante y sutil que a menudo suelen crear las mujeres.
Ahí presentaba el universo mitológico navarro a través de una criatura, el ‘basajaun’, que encarna el espíritu del bosque y que, eso creen algunos, era capaz de ensañarse con los humanos. La primera novela contenía muchos elementos turbadores: crímenes rituales de muchachas, psicologías complejas y un sinfín de enigmas. ‘El guardián invisible’ tuvo mucho éxito y la autora, asombrada del interés que suscitó en toda Europa, anunció que era el primer volumen de una trilogía que tenía por escenario el valle del Baztán y el pueblo de Elizondo. Acaba de aparecer la segunda entrega, ‘Legado en los huesos’ (Destino, 2013), que arranca prácticamente donde concluía la anterior: con el juicio contra el padrastro de la joven Johana Márquez.
Ahora hay algunas novedades importantes: Amaia Salazar está embarazada de su marido James, un escultor tranquilo de origen norteamericano, y asistiremos a su parto. Le habían anunciado que iba a ser una niña, pero será un niño: Ibai. En la nueva entrega, Amaia vivirá distintas aventuras, muchos momentos de tensión, que se suman a su afán de llegar a tiempo para darle el pecho a su criatura. De ese hecho se derivarán algunos conflictos, o malentendidos, con su marido, que la sorprenderá con un regalo inesperado: una casa en el lugar donde nació y donde nacen tantos recuerdos, no siempre apacibles.
En ‘Legado de los huesos’ convergen varios hechos: tres suicidios un tanto extraños donde los tres muertos dejan un mensaje con una única leyenda: ‘Tarttalo’. El ‘tarttalo’ es un cíclope de la mitología popular navarra. La autora cuenta su historia y su vínculo con un pastor y un lago, y su voracidad. Pero, además, hay otro hecho que enturbia la convivencia del Baztán: la profanación de la iglesia de Arizkun. El hecho podría estar vinculado un grupo religioso llamado de los agotes, “el mismísimo Camilo José Cela se interesó por el tema” y obtuvo el silencio de la población. Un joven, que tiene un blog, también podría estar detrás de este hecho que conmueve al párroco y a las autoridades eclesiásticas.
Amaia Salazar es una mujer de armas tomar: es obsesiva, minuciosa, apasionada, es inteligente y tiene un mundo interior complejo. Aquí vemos cómo se relaciona con sus compañeros, vemos qué reivindicativa es y su voluntad de llegar hasta el fondo de las cosas. Tiene un sexto sentido. La novela plantea otro asunto: la difícil convivencia de la maternidad con una profesión tan fascinante y tan esclava como la suya. Dolores Redondo ensancha una y otra vez su campo de acción, y en su novela hay denuncia, enigma, esoterismo, miedo, personajes complejos y mucha tensión. Y muchos personajes. El peso del pasado irrumpe una y otra vez con sus múltiples matices. Por haber aquí incluso hay un intento de seducción del juez Markina, tan atractivo como ambiguo. Esta novela les atrapará. Piensa la inspectora: “La calidez de la luz solo consigue mostrar el horror con toda la crueldad de una herida abierta”.
*Dolores Redondo en una foto de ABC de Jaime García.
ALEJANDRA PIZARNIK Y SUS 'DIARIOS'

QUÉ BELLO ES VIVIR. Alejandra Pizarnik es una autora de culto en medio mundo. Redactó unos intensos ‘Diarios’ que publica Lumen.
AMOR, MIEDO Y LOCURA DE UNA POETA
“El invierno da miedo, miedo a que se vaya”, escribió la poeta y traductora Alejandra Pizarnik (Buenos Aires, 1936-1972), una de esas mujeres que pertenece al que algunos han llamado “el club de las poetas suicidas”, que acoge a autoras tan importantes como Sylvia Plath, Anne Sexton, Marina Tsvetaieva, Ana Cristina César, Florbela Espanca o a su propia compatriota, a la que tanto admiró en sus inicios, Alfonsina Storni; dice de ella: “Pienso en su muerte y me acongojo”. Alejandra Pizarnik fue una mujer especial, con mucha fuerza en medio de la inclinación hacia la melancolía: una gran lectora desde niña, capaz de hablar de su pasión por César Vallejo (glosaba sus poemas y en un momento lo comparó con Antonio Machado, de quien dijo: “Me aburre”), por Proust, por la citada Storni o por los poetas Mallarmé y Rimbaud, muy especialmente, y los surrealistas. Y también Vicente Huidobro. Y Neruda. Ya desde muy joven aseguraba que sus modelos o referentes eran Dante Shakespeare, Goethe, Bach y Goya, casi un quinteto insuperable. También podría haber añadido a Van Gogh, de quien escribe con mucho cariño.
Pizarnik llevó desde los 18 años un “diario de escritora”. Hace algunos años, Ana Becciú, publicó una amplia selección de este proyecto. Ahora, en vísperas de Navidad, llegaba una nueva edición de más de mil páginas de sus ‘Diarios’ (Lumen) con otras aportaciones, aunque la prologuista dice que ha sido respetuosa con Pizarnik, con su familia y con terceras personas. Es decir, aún quedarían textos íntimos sin publicar.
Alejandra Pizarnik es una escritura de culto. Obsesionada por la palabra y por encontrarse a sí misma. La escisión del yo es su tema capital. Vivía en la incertidumbre y en el vacío. Bebía agua sin parar, quería estar siempre muy delgada, tendía a compararse con su hermana y estaba dispuesta a abordarlo casi todo: el periodismo, la pintura, la filosofía y las letras, sobre todo la poesía. Dijo: “Poesía es lirismo, es experiencia de la palabra”. La relación con sus padres, sus historias de amor (con chicos y con chicas; declara en varias ocasiones que se siente atraída por ellas) y sus orgasmos, su búsqueda constante, su atracción hacia Buenos Aires, su doliente impresión de soledad.
Todo el rato, a los 18 y poco antes de la despedida, sigue buscando su ser. Era capaz de escribir así: “El viento es un trozo de oxígeno disfrazado de fantasma que vaga silbando una canción que nunca pasa de moda”. Y, de repente, con insólita lucidez, confesaba: “La miopía exalta la individualidad. Verme a mí perfectamente y a los ‘otros’ como pobres seres borrosos”. Cursó varias carreras, pero no acabó ninguna. Y finalmente convirtió a la literatura en su pasión. Le interesaron el periodismo, la filosofía pura, que no abandonaría jamás, y las letras. Mostrará un obsesivo intento de componer un libro perfecto, una novela. Escribió: “Quisiera pensar en algo sublime”.
Quizá por ello siempre tenía una sombra: “Me duele la existencia”, era una de sus frases favoritas. También era sincera: “Siento un espeso vacío y una gran oleada de euforia sexual”. Entre 1960 y 1964 vivió en París y allí hizo de todo: colaboró y publicó en revistas, redactó poemas, tradujo a grandes poetas como Aimé Cesaire, Henri Michaux o Antoni Artaud, se sintió afín a Paul Celan y estableció algunas amistades muy hermosas y fructíferas con Octavio Paz, Julio Cortázar o Rosa Chacel. Años más tarde, se cartearía con el escritor y artista manchego, afincado en Aragón, Antonio Fernández Molina.
Al principio, la novela en marcha de la existencia de esta mujer peculiar -que leyó con gusto al místico aragonés Miguel de Molinos y que sentía la urgencia de “apaciguar mi furiosa necesidad del amor”- era prolija en detalles y sensaciones. Poco a poco la prosa fue adelgazándose como su propia poesía: lo mismo escribía “dormí todo el día” que confeccionaba listas, decía en forma de telegrama que había leído a Djuna Barnes, que sufría “desequilibrio” o que debería “conseguir un empleo”. Poco antes de tomar 50 pastillas de barbitúricos (Veronal), intuyó: “El arma del poeta es la locura”. No en vano, uno de sus mejores libros es ‘Extracción de la piedra de locura’ (1968).
ALMUDENA VIDORRETA, TRES POEMAS

[Hace unos días publicaba aquí el poema que da título al nuevo libros de Almudena Vidorreta, ‘Días animales’. Más tarde, con conexión ya, la joven poeta y profesora, residente en Nueva York, me envió estos tres poemas y esta foto. Siempre es difícil hablar de un poemario: este habla del amor, de la pérdida, del desencuentro, de la ferocidad y el extrañamiento de la pasión, del adiós y la ruptura, de la relación entre la palabra y la poesía, entre el verbo y la emoción, y tiene abundantes guiños a los mitos (Antígona), a Adorno, a la filología y al conocimiento, el general y el de uno mismo. He aquí, pues, tres nuevos poemas del libro de La Gruta de las palabras (Prensas Universitarias de Zaragoza), la colección que dirige Fernando Sanmartín. El libro también admite la comparación con un bestiario de amor.]
RABIA
Nadie dijo que fuera fácil,
pero el ser humano se empeña
y se deja llevar por los días
animales
y los meses
más feroces aún:
tiempos como criaturas
recién salidas de su jaula.
Perro sin dueño,
tengo los dientes recién afilados
y el público desea
vernos sufrir.
A mí no me han abandonado todavía
pero llevo de todo por dentro
y por descuido.
Muerde,
deja de acechar y ataca pronto,
a ver si te paso la rabia.
LATET ANGUIS IN HERBA
Hoy soy la sierpe con las fauces rotas
que estaba latente entre la hierba
y quiso devorar de un solo gesto
a un ejército entero de ratones.
Pasando con esfuerzo la garganta,
aquellos indefensos animales
gritaban en el momento de su muerte,
porque son descendientes del cisne,
que, aunque hermoso, ataca.
Soy la destructiva cazadora
hambrienta de presas débiles,
frágiles, tanto como tú,
y cambio de piel más fácilmente
gracias a su paso por mi cuerpo.
LOST IN TRANSLATION
Yo, que ya no tengo nada que decirte,
me llego a ti nerviosa,
como una despeinada,
y tiño de ciruelas frescas
tu lecho carcomido.
Ato a las ramas de este árbol
un papel donde pone tu nombre
y rezo una oración a nuestros muertos
para que los vivos nos perdonen
por haber soñado.
Estaban los cerezos en flor
y fuimos allí a perdernos.
*Esta foto es de Vicente Almazán.
2014: ALGUNA EFEMÉRIDES LITERARIAS

QUÉ BELLO ES VIVIR
Comienza el año 2014 y ya se amontonan las celebraciones y los aniversarios: Paz, Cortázar, Hrabal, Burroughs...
El año en que recordamos a Marguerite Duras
Bioy, Cortázar, Paz: un trío de ases de América
Ya está aquí el 2014. Como siempre será un año de celebraciones y de recuerdos. Si de letras hablamos, 2014 será el año del primer centenario del nacimiento de tres grandes autores hispanoamericanos: Julio Cortázar (1914-1984), al que se ha recordado mucho en 2013 porque se cumplían 50 años de la aparición de su novela ‘Rayuela’ y porque es uno de esos escritores que siempre están de moda o siempre parecen modernos; Octavio Paz (1914-1998), uno de los grandes poetas y ensayistas del siglo XX, distinguido en 1990 con el Premio Nobel, y Adolfo Bioy Casares (1914-1999), ese finísimo narrador que fue no solo fue el mejor amigo y el contertulio ideal de Borges, sino que pareció su ‘alter ego’.
Son tres escritores indiscutibles: Cortázar es un maestro del cuento y de la libertad de creación, fascinado por el jazz, el boxeo, los viajes, la fotografía y la fusión entre realidad y ficción. Paz es el creador de un libro de libros como ‘Libertad bajo palabra’, uno de los empeños líricos más impresionantes del siglo XX, y Bioy era un maravilloso cuentista, un enamorado del amor y un tipo inclasificable que adoraba a las mujeres, los coches y jugar al tenis.
El 2014 también será el año de grandes escritores europeos. Pensamos en Marguerite Duras, autora de novelas como ‘El amante’ o ‘El arrebato de Lol V. Stein’, y guionista y directora de cine. Ella, como Virginia Woolf, encarna la escritura de mujer y la búsqueda de un lugar en el mundo desde la tenacidad, la búsqueda, el deseo y la sombra de la autodestrucción. Será el año de Dylan Thomas, el poeta que murió tras tomar 18 whiskies antes de los 40 años; y de William S. Burroughs, el autor de ‘El almuerzo desnudo’ y ‘Yonqui’, que figura en el peligroso club de “escritores asesinos”, él mató a su esposa por accidente.
Será el centenario de Romain Gary, que también firmó como Émile Ajar y fue el marido Jean Seberg. También es el año de Bohumil Hrabal, el gran escritor checo que se cayó (o se arrojó) al vacío mientras daba de comer a las palomas: firmó libros excepcionales como ‘Bodas en casa’, ‘Una soledad demasiado ruidosa’ y ‘Trenes ruidosamente vigilados’. Si el cuerpo le aguanta, el poeta chileno y Premio Cervantes Nicanor Parra celebrará su centenario. En 2014 se cumplirá un siglo de la prematura muerte del poeta George Trakl y dos siglos del óbito del marqués de Sade.
En las letras españolas, hay dos celebraciones muy concretas: de entrada el centenario de la publicación de ‘Platero y yo’ de Juan Ramón Jiménez, un libro que ha desaparecido de las aulas y que es un paradigma de una prosa poética, miniada y sensorial, que habla de la relación con los animales, con la naturaleza y que aboga por aquellos que sufren la injusticia. El realizador aragonés Alfredo Castellón convirtió el texto en una película y la rodó en la casa del poeta en Moguer.
También se celebrará, con diversos actos y congresos, el aniversario de la Generación del 14, que incluía a personalidades tan diferentes como Manuel Azaña, Ramón Gómez de la Serna, Ramón Pérez de Ayala, Ortega y Gasset, Gabriel Miró o Gregorio Marañón, entre otros. El Premio Cervantes José García Nieto habría cumplido un siglo y se evocará a un antropólogo que ha parecido llevarse el viento: Julio Caro Baroja, autor de libros tan inolvidables como ‘Los Baroja’, ‘El laberinto vasco’ o ‘Las brujas y su mundo’. También en su centenario se hablará del filósofo Julián Marías y, entre otros, del poeta catalán Joan Vinyoli. Como cosa un tanto pintoresca, Quino ha anunciado que Mafalda cumple 50 años: habría nacido en septiembre de 1964.
En Aragón, se cumplen cien años de la muerte del poeta costumbrista Marcos Zapata y del nacimiento de Víctor Bailo, galerista de Libros. Si nos gusta jugar con los números redondos, también hará 80 años de la muerte, en Reus, de Pablo Gargallo. Y, por supuesto, 2014 estará dominado por los ecos, películas y publicaciones de la I Guerra Mundial.
ANTONIO BÁEZ: 'REVELADO', CUENTO

[Antonio Báez, narrador y buen especialista en microrrelatos, me envía este cuento.]
REVELADO
Fui un niño enfermo y pasé mucho tiempo en la cama observando los objetos que me rodeaban.
Un niño mirón. No tuve hermanas ni primas ni amiguitas de mi edad.
Pero un día (no creo que tuviera más de diez años) descubrí a las mujeres, y con ellas, su misterio.
Quiero decir que descubrí que las mujeres tenían un misterio. Fue a través de la hermana menor de mi padre, que nos visitó y entró a mi cuarto a darme un beso.
Era el aire que entraba por la ventana, era la luz de la tarde, era el olor de la hermana menor de mi padre, era la caricia de su melena en mi cuello.
Era todo eso.
Pero el misterio era el coño.
Me di cuenta enseguida de que la vida sin misterios, sin religión, era un juego sin gracia.
Intenté los caminos de la vocación.
Estuve en grupos parroquiales y aprendí todas las oraciones dedicadas a la Virgen, pero fracasé estrepitosamente, pues para mí, por encima de todos los misterios, el del coño era el misterio fundador.
Por uno de mis cumpleaños (yo ya andaría por los dieciséis) mis padres me regalaron una pequeña cámara fotográfica.
Aprendí a manejarla disparando a mi familia, a las nubes que adoptaban formas caprichosas, en muchas de las cuales yo imaginaba coños, apenas entrevistos en alguna revista de las que cambiaba Rogelio, un enano del barrio que se ganaba la vida con esos trueques y con la rápida, que era una lotería ilegal.
Después de varios carretes que entusiasmaron a mi padre, pensé que había llegado el momento de resolver, por edad y porque mi arte así me lo reclamaba, el nudo secreto bajo el que mi vida estaba amarrada: los coños.
Pero no sabía cómo hacerlo. Ni a quién proponérselo.
Yo sabía que las chicas de mi edad, sus madres, sus abuelas, sus hermanas mayores y menores, protegían su misterio con el escándalo. Me propuse ser discreto, indirecto, alusivo.
Fotografié en primer lugar a mi madre.
Allí estaba. Comprendí a mi madre. Era una mujer.
El pudor me impidió indagar en ella. Tardé muchísimo tiempo en contemplar con detenimiento su fotografía. Pero ya estaba hecha. De ahí en adelante tendría que ser pan comido.
La hermana menor de mi padre, la mejor amiga de mi madre, y dejé que la voz se corriera como la pólvora.
No abandoné los objetos, balones, automóviles, herramientas de trabajo, no dejé de interesarme por las nubes, por los gamberros del barrio, que posaban orgullosos, y así conseguí retratar la sombra de ese misterio que toda mujer exhibía ajena a cualquier intención.
Allí estaban ellas, hermosas o no, como un triángulo invertido, señalando, con una mirada que eludía el asunto corporal, el centro de su misterio.
Hasta que un día me acerqué a las putas. Y descubrí que su coño estaba en su cara. Y de ahí adelante busqué en el rostro de todas las mujeres su coño. Y en el rostro de cada mujer que conocía la puta que yo anhelaba.
Antes de convertirme en un hombre infalible, en un pedante o en un experto, tuve la suerte de enamorarme y desmoronarme.
De alguna manera comenzamos a hablar sobre apuntes y asignaturas y de alguna manera el italiano quedó con ella en mis narices, por lo que supe que acababa de llegar de un pueblo y que vivía con unos familiares.
El italiano me buscaba. Era un tipo solitario al que a veces la soledad le amargaba. Me buscaba y enganchaba una cháchara con otra para darse un poco de distracción. Pero nunca me contaba lo que hacían cuando quedaban. Según él los tres componíamos un grupo, los tres éramos amigos, pero no me invitaban a sus salidas, que planeaban ante mí sin pudor.
Yo iba siempre con mi cámara al cuello y fotografiaba los pupitres, las pintadas callejeras, las espaldas de los estudiantes. Un día me lo preguntó: por qué no quieres hacerme una foto. Eso fue cuando ya estaba cansada del italiano.
Yo sonreí. Cuando me negaba a hacer una cosa, sonreía y no la hacía.
Ella estaba siempre en mi cabeza. Cuando le hacía una foto a un árbol, cuando en el tronco del árbol encontraba su cuerpo, cuando en las ramas veía sus brazos y en un nudo o pliegue de la corteza hallaba su coño. El italiano me dijo que ella tenía en su pueblo un novio con el que se iba a casar.
Entonces decidí llamarla.
Fuimos al cine y nos tuvimos que sentar en una de las primeras filas. A la salida entramos en una taberna, pero un humor sombrío se abrió sobre nuestras cabezas como si fuese un gran paraguas. Una de las peores citas en una carrera posterior de citas nefastas. Cuando por fin nos despedimos me sentí verdaderamente a solas con ella.
El italiano se enteró inmediatamente de aquella salida y me preguntó si es que me gustaba.
No todas las chicas tenían el coño entre las piernas o en la cara. Había que ser muy habilidoso y muy paciente para dar con el coño.
Besé a una que mordía. Cuando nos quedamos desnudos sobre el jergón estudiantil comprendí lo desvalidos que estábamos y se me vino a la cabeza un bodegón con dos liebres desolladas. Mordía porque era muy nerviosa y me causó heridas que se me infectaron.
Ella me preguntó cómo me las había hecho. Yo sonreí.
Empezaron a contar conmigo. Ella y el italiano. Nos citábamos y muchas veces aparecía sólo el italiano. Ella sola nunca. Descubrí que eran unos encuentros aburridos, decepcionantes.
Un día les dije: Os voy a hacer una foto. Yo mismo me encargaba de revelar las fotos que hacía en blanco y negro. Ella era una mujer misteriosa y frágil. El italiano apostaba por un pragmatismo hiriente. No me los podía imaginar follando, pero el italiano aseguraba habérsela tirado.
Cuando ella contó que se lo había mirado en un espejito como aconsejaban algunos manuales de sexualidad, se me hizo la luz: el coño de ella estaba en otra parte, mucho más allá, al otro lado de su cuerpo, en la foto que jamás les enseñé.
Microbiografía: Antonio Báez ha publicado un libro de relatos titulado ‘Mucha suerte’, una novelita corta, ‘La memoria del gintonic’, participó en la antología de Fernando Valls, ‘Mar de pirañas’ (Menoscuarto), centrado en el microrrelato, y hace poco más de un año el híbrido ’Griego para perros’, en Sabara Editorial. La foto es de Alfred Cheney Johnston.
JUAN JOSÉ PARCERO: TRES POEMAS

Juan José Parcero Aznar acaba dede publicar su poemario Piedras que no llegan al mar (Latas de Cartón, el sello de José Orna) y la presenta en la librería Cálamo, este martes 14, a las 20 horas, con la poeta y activista cultural Pilar Manrique.
Su primer poemario, Viento y desamor (1990) fue parcialmente publicado por la Institución Fernando el Católico en un volumen colectivo en 1992. El segundo fue En arte de magia (Velasolas, 2000), llevaba un prólogo de Túa Blesa e ilustraciones de tres artistas, entre ellos Ángel Aransay.
Afirma: "Creo con total convencimiento en el poder de la palabra, en la poesía que es auténtica (bella, o fea por necesidades del guión), y sobre todas las cosas, en el placer de la lectura".
Me envía tres poemas del volumen y nos recuerdas que posee perfil en Facebook:
https://www.facebook.com/profile.php?id=1510156528
MARAÑA
Y volvía a sentir el vértigo de los besos, el amor, los nervios, la presión, las mariposas,
la soledad, la resaca, el orgasmo, las despedidas,
la culpa o la inseguridad, las llamadas de casa, la pasión, los besos,
el vértigo de volver a sentir.
TIJERAS
Como si fuera verdad que los celos sí existen,
como si solo de repente, solamente y repentino,
todos los modos de enamorarse fluyeran en uno,
en mí. Y entonces, un corte en canal porque puede que
otras noches lleguen más allá que la otra, y así
pretender que nunca hemos dejado de amarnos.
BICICLETA
¿Te he dicho alguna vez antes o después sinceramente de veras a
renglón seguido
que te quiero?
Y seguro que de otras maneras principales y sorprendentemente
ciertas
te lo he dicho un millón de veces.
No como hoy, no como aquí.
Sirvan estos versos
como encendida declaración de amor
sobre ruedas de amor
y sobriedad, te quiero.
*La foto es de Anne B.
MARISA LÓPEZ MOSQUERA: UN CUENTO

Marisa López Mosquera (A Coruña) es autora de un libro de relatos, ‘Si no creyera en la locura. Relatos cortos’ (El Desembarco, 2007; en la portada, avanza ella de la mano de su padre), entre otros textos. Tiene un espléndido blog que se titula ‘Y sigue nevando’, donde da cuenta de sus estados de ánimo, de sus lecturas, de sus impresiones, de su sentido de la amistad y de la belleza. Este cuento es un homenaje a ‘El hombre tranquilo’ de John Ford y quizá a su propio mar de A Coruña. Su trabajo se caracteriza por su sentido poético, por su sensibilidad, por su forma de mirar y por el uso de un lenguaje muy elaborado. La instantánea es del fotógrafo y poeta griego Andreas Embirikos.
LA NOCHE TRANQUILA
Por: Marisa LÓPEZ MOSQUERA
Parpadeó con fuerza pero nada cambió, sin duda se acercaba algún desastre. Desde el portal de su casa podía ver la calle hasta el final, justo donde el paso a nivel la bloqueaba para convertirla a continuación en una gran vía, con una preciosa y florida rotonda en el medio, un pequeño oasis de color en el asfalto infinito. Los coches circulaban despacio, la nieve descendía perezosa, recién llegada a la ciudad, las luces de los escaparates parpadeaban con suavidad, pero ni aún así llegaba hasta sus oídos la música especial de la navidad. Un siseo dulzón, cantarín, melodías internas que se encadenaban en sus oídos desde la infancia pero que este año no conseguía escuchar. Otro síntoma del desastre era la cantidad de palabras que se amontonaban en su garganta, amordazadas con el invisible lazo de una simple pregunta, la desnuda y sencilla intención de saber. ¿Por qué..? Pero el definitivo y más terrible de todos ellos era que tampoco había destellos en las fachadas, las farolas, los árboles iluminados que bordeaban las aceras. Ni una sola luz sesgada, una chispa rebelde escapándose de algún cigarro. Ninguna estrella alocada jugando en la noche azul.
Camino de casa saludó a distintas personas, vecinos animados con la inminencia de la cena familiar en Nochebuena. Las tiendas apuraban las ventas, en breve pondrían el cartel de Cerrado y la calle se sumiría pocas horas después en un silencio repleto de ecos. Voces con distintos acentos, risas explosivas, cubiertos sobre platos cayendo al descuido, tapones de corcho rebotando en los techos, aplausos. Sonidos que escaparían por las rendijas de las ventanas, danzando en una espiral festiva sobre el barrio, colándose por las delgadas paredes de los pisos, la fina línea desprotegida en la base de las puertas de algunas casas, las ventanas semiabiertas de las cocinas, todavía aireando el humo de los hornos donde se habían cocinado pescados que tardaban horas en evaporar su olor. Deliciosos asados que provocaban una inspiración profunda en quien percibía el aroma de lejos. Mariscos en planchas que descansaban para su limpieza cerca de las corrientes de un aire juguetón, impertinente, que se unía a los sonidos en su curioseo y descargaba un fuerte soplido sobre el cabello del anciano Morse, aturdido mientras cerraba el ventanuco del baño. Apagaba una y otra vez la vela central del adorno de la hermosa viuda Hughes, quien cada poco llevaba algo nuevo a la mesa y advertía sorprendida, alzando el arco delicado de sus cejas, la sombra de la llama; un ondulante reguero de humo que parecía burlarse de ella cuando la veía echar de nuevo la mano al bolsillo de su mandil de volantes y prender la mecha con un gesto adorable, como quien huele una flor, la expresión limpia, paciente, serena. El mismo viento que le hacía correr en ese instante tras su sombrero, al que veía dando pequeñas volteretas antes de alcanzarlo, incrustado desesperadamente en el contenedor del vidrio.
Fue al colgar la gabardina en el perchero de la entrada, exactamente cuando el cuello se acopló a la madera, como quien deja caer la cabeza, aliviado, en una almohada mullida. La sensación duró unos segundos, lo suficiente para desubicarlo, para dejarlo sin aliento, deslumbrado. En cuanto sus dedos tocaron la percha su cuerpo sintió el mismo efecto, el abrazo inesperado de una prenda sobre sus hombros, un calor reconfortante, el peso exacto de la seguridad, la confianza, pero no estaba allí sino en un lugar diferente aunque vagamente familiar. Cuando el efecto desapareció se sumó al juego de sonidos cacharreando en la cocina, desmoldando un pastel, terminando la salsa en la batidora. Por inercia sacó dos copas que chocaron, abriendo un poco más el abismo de su soledad, al brotar imágenes de tiempos no muy lejanos en los que había motivos para celebrar, manos dispuestas colocando detalles, labios que dejaban fugaces besos en su mejilla al pasar cerca de él. Vivir solo no sería tan demoledor a veces si no hubiese probado antes la dicha de hacerlo con quien había considerado la compañía perfecta, erróneamente. La cena le distrajo, disipó sus reflexiones, mientras veía en la tele un documental sobre la migración de las ballenas. La vida en el mar había formado parte de su pasado también y le agradaban estos programas. El whisky era estupendo, giró el vaso creando una pequeña marejada de licor, intentando buscar una respuesta a la pregunta que le atenazaba la garganta. Y no era que la echase de menos, no, su matrimonio había muerto años atrás, era la autocompasión de una noche perfecta para ello. Por qué él. Por qué no más de otras cosas después, felicidad para variar.
- El desastre, Thornton - se levantó para recoger la mesa, la servilleta al hombro, nombrándose con el mote que le habían puesto en el gimnasio por sus similitudes con el personaje de la película de Ford - es que estás solo. Varado en esta maldita ciudad. Y ahí mismo, frente a tu casa, está otra vez esa mujer que no consigues sacar de tu cabeza, tan inquietante, tan deseable..
La viuda Hughes miraba absorta el escaso tráfico de la calle, abrazada a sí misma con la exquisitez con la que siempre se movía. Cerca de ella brindaban una vez más, la llamaban para que se uniese al grupo. Se giraba sonriendo pero volvía sus ojos soñadores hacia la gran vía, la rotonda, rodeándola mentalmente mientras tenía aquellas locas fantasías con .. El anciano Morse limpiaba su pipa en la palma de la mano, el último golpe lo dio en el bureau, cerca de la ventana. Su vecino, el boxeador, recostaba su largo cuerpo en el ventanal de la sala, apoyado en el brazo, una pierna flexionada, fumando un cigarro. Se le veía relajado pero de una forma lánguida, nostálgico. Qué desperdicio, se dijo al meter una nueva carga de tabaco en la pipa, tanta gente sola en el barrio, tanto silencio, tantos días iguales. En ese instante, en el que el viejo miraba a su vecino, éste a la mujer y ella hacia los dos, abiertamente, se desprendió un adorno pesado de la fachada y en cuanto empezó a caer también ellos fueron engullidos por una grieta del tiempo que los transportó a una estación de tren sesenta años atrás.
Thornton se encontró cerrando las puertas de los vagones con una ira inusitada, sin saber realmente qué buscaba hasta que llegó a uno de ellos y vio a la viuda Hughes, encogida, intentando esconderse de él. Incluso en aquella postura forzada estaba preciosa. Su bolso de mano por delante, una protección extra que ya no tenía sentido. En la estación la gente se impacientaba por presenciar el desenlace pero ellos no habían visto la película. Sean conocía algunos detalles sobre ella por las bromas del gimnasio pero desgraciadamente era un irlandés poco aficionado al cine y no podía ni imaginar que lo que aquellas personas querían era nada menos que ver cómo arrastraba a la mujer que llevaba meses en su mente, tan inalcanzable para él como un faro en medio del mar durante un temporal y la estampaba en el suelo contra su hermano, el tacaño. Tampoco ella sabía qué hacían allí ni por qué le temía, cuando las veces que le había encontrado en el edificio le parecía siempre tan espectacular, tan atrayente y sobre todo tan accesible, como si estuviese esperando una seña suya para complacerla. Aún así se replegó sobre el asiento al ver su mano extendida, esperando que el mismo fenómeno insólito que los había colocado allí se los llevase de vuelta pero el tiempo pasaba y nada sucedía así que se dejó conducir por él hacia el andén y caminó a saltos a su lado, enredándose los pies, porque su paso era mucho más largo que el suyo y no conseguía ponerse a la par.
Lo extraño era que por donde pasaban la gente les seguía, gritándose consignas que ellos no comprendían. La mano de su vecino comenzó a cerrarse sobre la suya de una forma protectora que le infundió valor y también ella se aferró a él, sintiendo un placer especial al ver cómo el contacto les afectaba a ambos. Desconocían la inocencia de todo aquel despliegue por lo que se veían en peligro, perseguidos por una horda de gente enfebrecida, en un mundo anticuado, un día de sol radiante, tan lejos de la noche solitaria y nevada de su barrio. Una noche en la que cada uno soñaba con un cambio, un giro en sus vidas, algo que terminase con la mediocridad de su presente. Horas después, en su carrera ya por una colina empinada, apareció el viejo Morse a caballo, con otro de refresco para ellos que Sean montó de un ágil salto, como si fuera John Wayne, acomodándola de un tirón a su espalda. Aquello era demencial, tras ellos había cientos de lugareños gritando combinaciones numéricas y la palabra ¡Danaher! Poco antes de llegar a la cima, donde les esperaba la otra parte del pueblo, con un hombre fuerte y decidido al frente, algo asustó a los caballos que, encabritados, lanzaron su carga por los aires. Lejos de controlar el cielo y el suelo, esperando que su cuerpo recibiese un buen golpe de un momento a otro y que aquellos hombres llegasen por fin hasta ellos y los hicieran prisioneros, de nuevo les envolvió una nebulosa oscura de la que salieron justo a tiempo de escuchar el boqueo del desprendimiento, un corto jadeo de la piedra al chocar con la tierra del jardín del patio.
Morse agitó la mano tras el cristal, saludando con calidez a Sean, que le respondió desde su ventanal, todavía confuso, levantando el pulgar en una señal de victoria. Se sentía ligero, el nudo de las palabras había desaparecido y hacia donde mirase surgían poco después intermitentes puntos de luz flotando. Por la ventana de la viuda Hughes salió una música pegadiza pero ni rastro de ella. Bajó las escaleras del único piso que los separaba, llamando enérgicamente a todos los timbres, no sabía cuál sería su apartamento pero estaba dispuesto a averiguarlo. Entre disculpas y suaves rechazos a una copa, finalmente llegó a su puerta. Se había soltado el cabello, sus mejillas todavía estaban rosadas, nunca la había visto más bella, ni más dispuesta. Sin tiempo para una escena la sujetó por la muñeca con firmeza y echó a correr con ella, bajo la mirada atónita de sus vecinos. Poco después escucharon el portazo arriba y unos segundos más tarde un sensual gemido, largo y ronco, seguido de unas carcajadas felices. El viejo Morse sacó la basura al contenedor del rellano, mordiendo su pipa de medio lado. Poco antes de entrar en casa sonrió al mirar hacia el techo, movió la cabeza hacia los lados y masculló entre dientes "¡Homérico!", radiante, cerrando el cuento.
DE FÉLIX ROMEO Y GUTIÉRREZ ARAGÓN

Cuentos de domingo / Antón Castro
Vivir, soñar, leer y contarlo
Casi todos hemos elaborado listas en el fin de año. Listas de películas, de discos, de instantes cómicos o patéticos. En las listas de libros ha aparecido de todo, en algunas aparecen dos aragoneses adoptados como Sergio del Molino, con ‘La hora violeta’ (Mondadori), una novela conmovedora, distinguida y elogiada por doquier, a cuyo tema, el duelo, regresa Ricardo Menéndez Salmón en ‘Niños en el tiempo’ (Seix Barral, 2014), donde también habla de la pérdida de un hijo y reescribe la historia de Jesús, y Carlos Castán con ‘La mala luz’ (Destino), una novela intimista que narra una vida, una amistad y un crimen. Más allá de estos títulos, y de otros escogidos –‘Técnicas de iluminación’ de Eloy Tizón, ‘En la habitación oscura’ de Isaac Rosa o ‘En la orilla’ de Rafael Chirbes-, hay dos que me han conmovido: ‘Por qué escribo’ de Félix Romeo, que han preparado con mimo e inteligencia Ismael Grasa y Eva Puyó para Xordica (que cumple veinte años con casi dos centenares de libros en catálogo), el mejor libro de Félix y el mejor Félix también: el que vivía, leía, soñaba y lo contaba como nadie; y una novela envolvente, ‘Cuando el frío llegue al corazón’ (Anagrama) de Manuel Gutiérrez Aragón, un relato de iniciación donde hay un personaje especial como Ludi, hijo de veterinario republicano, y secundarios magníficos como el fraile profesor de griego que fue boxeador, la lánguida y bella tía Eva Rosa, el tío Pelayo, que posee una tienda y es un magnífico vendedor de garbanzos. Y, por supuesto, está ese padre, más bien enigmático, capaz de perder la cabeza por amor y en las calladas rebeldías contra el régimen. La novela plantea el despertar a la pasión y a la vez revela el poder de las trastiendas de familia y el misterio de unas cartas donde a la enamorada la llaman Falena. O mariposa. Tiene el aire de un guion de cine, donde no sobra ni falta nada: un ambiente social represivo, un torbellino de sensualidad, un paisaje cántabro espectacular, los coqueteos y las tardes en la playa con merienda, la idolatría, las vacas, etc. Una de esas novelas donde el silencio es tan elocuente y poderoso como los secretos del corazón y la libertad de los veranos.
*Este texto aparece hoy en mi sección dominical de 'HERALDO DE ARAGÓN'. Este cuadro es de Friedrich.
SERGI BELLVER: TRES CUENTOS

Del libro Agua dura (Ediciones del Viento, 2013), de Sergi Bellver. El escritor presentará el libro este jueves en la librería Antígona de Julia Millán y José Fernández Moreno. Lo acompañarán el escritor y profesor Carlos Castán y la poeta y profesora Sandra Santana.
TRES TEXTOS DE SERGI BELLVER
Banana Dream
La sala de los espejos del palacio Doria-Pamphili amaneció infestada de ratas. Cientos de ellas se amontonaban sobre los muebles o colgaban en racimos de las lámparas. En la cámara contigua, bajo el retrato de Inocencio X de Velázquez, los guardas encontraron un gato aterrorizado, rodeado por las ratas. Por fortuna, ni un rasguño en el cuadro. Se decidió no abrir el museo aquella mañana y el asunto no trascendió a la prensa.
Días más tarde, cuando comenzó a circular por Internet el vídeo de dos encapuchados soltando una jauría de galgos en el Prado, salió a la luz el suceso de la galería romana. Pronto, un caballo apareció en el Orsay de París, un oso fue reducido con dardos anestésicos en el Hermitage de San Petersburgo y, en Oslo, hallaron un alce bramando junto a «El grito» de Munch. Y siempre, a los pocos días, otro vídeo en la red, sin mensaje ni demandas. Simplemente, lo hacían.
La «performance» fue durante meses todo un reto para las autoridades. Nadie entendía cómo aquellos encapuchados podían burlar las medidas de seguridad de los museos más importantes del mundo para no robar jamás un cuadro. En el atrio del MoMA de Nueva York, sobre el obelisco roto, liberaron una pareja de águilas reales. Y delante de la Tate Modern de Londres, entre el puente del Milenio y el teatro de Shakespeare, dejaron varada una orca. Los activistas por los derechos animales, los medios y las redes sociales se dividieron entre quienes denunciaban o admiraban en todo aquello la acción de militantes radicales. Un reputado crítico de arte publicó un ensayo sobre el supuesto mensaje de los encapuchados, de quienes surgieron torpes imitadores con sus mascotas, que no lograron sino poner más nerviosos a los equipos de seguridad. Todo acabó, sin embargo, una madrugada en el Art Center de Des Moines, Iowa, cuando la policía sorprendió en su huída a los intrusos y, entre el revoloteo de cientos de palomas, creyó abatir a tiros a uno de ellos frente al Inocencio X de Francis Bacon. De milagro, ni un excremento de paloma en el cuadro, desde el que el rostro desencajado del Papa parecía gritarle también, como el agente que acababa de dispararle, al chimpancé adulto que se desangraba en el suelo, todavía con una cámara de vídeo entre las manos.
Deseo de ser Dimitri
Rhoda quisiera ahora mismo ser valiente, mezclarse con los demás y atravesar el humo para poder contar después la rabia, para escribir sobre ese silbido en las calles de Grecia. Si pudiera, correría entre la gente por la Plaza Sintagma, detrás del perro anarquista, con la piel hirviendo y las entrañas suspendidas en el miedo, porque tendría miedo, pero montada en él Rhoda podría hablar del otro lado del humo, de ese humo sin fuego, del otro lado de la asfixia y los centinelas hermosos que con sus lágrimas callan lo que Rhoda escribiría, allí, donde el gas no nubla las plazas, ni las calles, ni los sintagmas. Rhoda recuerda esas palabras griegas que se agrupan y la sintaxis que las gobierna y controla. Recuerda la semántica y el riesgo de burlar el significado de las palabras, el riesgo de vivir demasiado tiempo, dicen los que deciden ahora la sintaxis del mundo, el riesgo de no poder pagarse una vida, dicen desde lejos. Y la joven Rhoda está asustada, mientras a su lado, en la fuente, tose un anciano, grita un anciano, derrama en saliva espesa un anciano la vergüenza de los traidores y la dignidad de un pueblo. A Rhoda el gas también le abrasa la garganta y cae, pero el anciano le escupe que no se lave, que el lacrimógeno se agarra al agua y es peor. Sabe resistir, piensa Rhoda, el anciano, como un partisano, que intenta gritar de nuevo, con el crujido de un templo que se raja grita, «Dimitri», el nombre de otro anciano, y con la mano hace el gesto de volarse la cabeza, como ese jubilado que no quería ser perro en la basura, y Rhoda comprende ahora que hay un fuego sin humo contra toda esta sintaxis, y se levanta, monta su miedo y echa ya a correr entre la gente.
La manada
Domingo, invierno. El sótano parece un congelador y Cervera sale a la portería. Es una finca antigua, no pasa un alma, pero sube por las escaleras para evitar cruzarse con alguien en el ascensor. En sus ratos libres, Cervera suele entrar en los pisos del edificio que sabe vacíos: mientras no le pillen, prefiere no helarse el espinazo en su sótano. Hace semanas que frecuenta el de una anciana medio ciega, convaleciente en el hospital. El piso está lleno de figuritas de tortugas que la anciana colecciona y tiene por costumbre regalar. Una espantosa, de porcelana, luce también en el mostrador de la portería.
Cervera, tumbado en el sofá, ve un documental sobre elefantes. Una manada hambrienta ha invadido las cosechas y los campesinos intentan ahuyentarla con antorchas y estruendo de cacerolas, mientras los elefantes forman un círculo para proteger a sus crías.
Un ruido atropellado de llaves despierta a Cervera, que se seca la mejilla de saliva. La anciana, deduce, que ni siquiera acierta al abrir. Cervera se esconde, no le costará salir sin que se dé cuenta. Oye rumor de bolsas y se escabulle por el pasillo, pero tropieza con un hombre. Junto a él, una mujer de bata blanca, tras la que se refugian dos niñas. La menor abraza una tortuga de peluche. Cervera camina con cuidado hacia la puerta mientras el hombre empuña un destornillador. Se vigilan los pasos, como animales acorralados. Tras el portazo, Cervera ve la cerradura forzada y sabe entonces que todos callarán.
BIOBIBLIOGRAFÍA
Sergi Bellver nació en Barcelona en 1971. Escritor y guionista, ha trabajado como editor, crítico literario, periodista cultural, profesor de narrativa y librero. Ha participado en una decena de antologías de relatos en España y Latinoamérica, es autor de guiones para cortometrajes y ha publicado cuentos y poesía en revistas y diarios. Editó los libros colectivos Chéjov comentado (2010) y Mi madre es un pez (2011; con Juan Soto Ivars), y ha escrito el prólogo a una nueva traducción de El jugador, de Dostoievski (2013). Ha colaborado como crítico literario y articulista en el suplemento Cultura/s de La Vanguardia y en revistas como Qué Leer o Tiempo. Ha sido profesor en Escuela de Escritores de Madrid, entre otros centros, y a día de hoy imparte sus propios talleres de narrativa.
ARTE ORIENTAL EN UTEBO

José Antonio Giménez Mas, médico y coleccionista de arte oriental y buen amigo, me envía esta carta y esta pieza que pertenece a su colección ‘Pájaro Profeta’: “El próximo jueves 16 de enero de 2014, a las 7 de la tarde, en el Centro Mariano Mesonada de Utebo (Zaragoza), se inaugurará una exposición de pintura oriental organizada por el profesor David Almazán de la Universidad de Zaragoza, al que muchos de vosotros conocéis. Adjunto el catálogo en pdf. Si tenéis tiempo, el día de la inauguración, o en otro momento si lo organizamos, él mismo nos explicará estas obras algunas de las cuales proceden de la Colección 'Pájaro Profeta' de la que ya tenéis referencia previa por los Cuadernos de Oriente que tuve el privilegio de compartir con vosotros el años pasado.
Me encantaría compartir con vosotros este momento aunque entiendo la dificultad que puede suponer desplazarse a Utebo. En cualquier caso, disfrutad del catálogo y si surge algún comentario será un placer compartirlo. Aprovecho el momento para desearos un feliz año”.
*La pieza que se reproduce aquí pertenece a la colección 'Pájaro profeta' de José Antonio Giménez Mas.
AUB Y BUÑUEL, EN 'LA BUENA ESTRELLA'
AUB Y BUÑUEL, EN LA BUENA ESTRELLA
[Nota de Luis Alegre y la Universidad de Zaragoza] La Buena Estrella dedica el jueves su sesión número 133 a la presentación de "Luis Buñuel, novela" (Cuadernos del Vigía), el monumental libro de Max Aub sobre el cineasta aragonés
Agustín Sánchez Vidal, Antón Castro, la investigadora Carmen Peire y el editor Miguel Ángel Árcas participarán en el acto, que tendrá lugar a las 20 horas en la Sala Pilar Sinués del Paraninfo. Una hora antes, a las 19 horas, mantendrán un encuentro con los medios de comunicación
(Zaragoza, martes 14 de enero de 2014). El jueves 16 de enero el ciclo de coloquios “La Buena Estrella”, organizado por el Vicerrectorado de Proyección Cultural y Social de la Universidad de Zaragoza dedicará su sesión número 133 a la presentación del libro de Max Aub “Luis Buñuel, novela”. La presentación contará con la intervención de la investigadora Carmen Peire –encargada de la edición-, el editor de Cuadernos del Vigía, Miguel Ángel Arcas, el escritor y periodista Antón Castro y el catedrático de la Universidad de Zaragoza Agustín Sánchez Vidal, el mayor experto en la personalidad y la obra de Luis Buñuel.
El acto se celebrará a las 20 horas en la sala Pilar Sinués del Paraninfo de la Universidad de Zaragoza (Plaza Basilio Paraíso, 4) y será moderado por el coordinador del ciclo, Luis Alegre, escritor, periodista y profesor de la Universidad de Zaragoza. Una hora antes, en el mismo lugar, los participantes en la sesión mantendrán un encuentro con los medios de comunicación.
“Luis Buñuel, novela” es la última gran obra que quedaba inédita de Max Aub, fallecido en México en 1972. El origen del libro fue un encargo que el escritor recibió en 1967 de la editorial Aguilar para que escribiera una biografía de Buñuel. Durante esos cinco años Max Aub acumuló un material que sobrepasaba las cinco mil hojas y que incluía cintas magnetofónicas con las conversaciones de Aub con Buñuel y con personas que le conocieron. Parte de ese material dio lugar a un primer volumen que Aguilar editó en 1985 con el título “Conversaciones con Buñuel”.
“Luis Buñuel, novela”, recién editado, es resultado del trabajo de la investigadora Carmen Peire, que ha empleado cuatro años en ordenar y estructurar esas cinco mil hojas, que se guardaban en la Fundación Max Aub de Segorbe (Castellón). El libro es un volumen mestizo que sobrepasa las 600 páginas y que incluye textos de Maux Aub sobre diferentes aspectos de la vida y personalidad de Buñuel, las conversaciones de Aub con el cineasta – en las que éste habla sobre su vida o sobre política, cine o religión - y un extraordinario ensayo de Max Aub sobre las vanguardias artísticas de la primera mitad del siglo XX El volumen incluye también un tesoro: un DVD que recoge las conversaciones de Luis Buñuel con Max Aub
Según Carmen Peire el libro es un texto “imprescindible para la recuperación de la memoria colectiva de un pueblo, desde los tiempos de la República, pasando por la Guerra Civil y el exilio, vivencias que compartieron Aub y Buñuel”.
Según Agustín Sánchez Vidal “Luis Buñuel, novela” era el único libro sobre su obra que interesaba a Luis Buñuel.
Max Aub fue una personalidad muy singular. Nació en París en 1903. Su padre era alemán y su madre francesa de origen judío alemán. Desde sus 11 años residió en Valencia, lugar en el que se encontraba su padre –representante comercial- al estallar la Primera Guerra Mundial. Desde 1916 Max Aub y su familia tuvieron la nacionalidad española. Desde 1922 vivió en Barcelona. En 1928 se afilió al PSOE. En los años 20 comenzó a escribir sus primeras obras, adscritas al teatro de vanguardia. Al poco de estallar la Guerra Civil fue enviado por el gobierno de la República a París y ejerció labores diplomáticas, entre las que destacaron el encargo y la compra del Guernica de Picasso.
Durante la guerra colaboró con André Malraux en la película “Sierra de Teruel”. En enero de 1939 se exilió en París pero, denunciado por comunista, fue detenido, recluido en campos de concentración y luego desterrado a Marsella, y después de una nueva detención, deportado a Argelia. En 1942 se exilió en México, lugar donde murió en 1972. Dejó una obra literaria espléndida, que incluyen obras maestras como la serie “El laberinto mágico” –seis novelas ambientadas en la Guerra Civil-, “Las buenas intenciones”, “La gallina ciega” o “Diarios”. Con Luis Buñuel colaboró en “Los olvidados”.
SAM LEVINGER EN ARAGÓN

[Hoy miércoles, a las 20 horas, en la Biblioteca de Aragón se rendirá homenaje a San Levinger, un brigadista norteamericano que combatió con la II República y que pereció en La Puebla de Híjar. Viaja a Zaragoza su hermana Laurie. Aquí se cuenta su historia: este texto apareció en las páginas centrales de 'Artes & Letras' hace algunos meses.]
Un idealista poeta de Ohio
SAM LEVINGER
Antón Castro
El idealismo es uno de los instrumentos más revolucionarios: puede ser la llama, el camino, la tentativa o la espiral inicial para transformar el mundo. Algo así le ocurrió a Sam Levinger , un joven de Ohio, hijo de un rabino y de una escritora. La historia de su breve vida tiene mucho que ver con el arranque de la historia de 'Tierra y libertad' (1995), la película que Ken Loach rodó en las tierras del Maestrazgo, entre Mirambel y Morella. Un día, el padre de la escritora Laurie E. Levinger, hermano de Sam (1917-1937), le habló de una caja que yacía en el sótano y que contenía «cartas de mi hermano, Sam, cuando estaba en España, me parece. No les he prestado mucha atención. Creo que hay una novela, o puede que dos, que mi madre escribió sobre la vida de Sam».
Esas novelas, por razones políticas tal vez, no se publicaron. La anécdota ocurría en la primavera de 2001. Pasaron muchas cosas en la vida de Laurie, se jubiló, publicó su primer libro, y de repente descubrió que «me encontraba a la deriva», sin inspiración. Y se acordó del cajón. «Leyendo su contenido descubrí la historia (muchas historias, en realidad) de un joven lleno de fervor idealista que abandonó su hogar para unirse a un ejército voluntario y luchar contra el fascismo en un país extranjero». En esa narración será determinante Elma, la madre de Sam , que se lamentaba de que abandonase sus estudios universitarios y que interrumpiese una prometedora carrera como periodista y poeta, que abandonase a la familia y a su novia Clara. Elma será su interlocutora desde la distancia.
Además, Elma le dedicó dos libros a su hijo, que se encontraban con las cartas, los poemas y las crónicas de Sam en el interior de la caja. Laurie E. Levinger publicaría algunos años más tarde la historia de una obsesión, de una pesquisa, de una sombra: 'Amor y saludos revolucionarios. Un chico de Ohio en la guerra civil española' (Asociación de Amigos de las Brigadas Internacionales, AABI, 2013. Traducción de Agustín Lozano de la Cruz).
Sam, se dice, «era un observador cuidadoso y astuto, también era un poco manipulador, cambiaba su relato en función de su la audiencia que tenía en su hogar». En los primeros capítulos, se narra cómo era Sam antes de volverse un «revolucionario». Hiperactivo, podía irse detrás de un organillero ambulante, se interesó mucho por la I Guerra Mundial, luego por el paficismo, le encantaba desviarse por el camino más largo del bosque y oír historias. Un médico reveló a sus padres: «El chico necesita aventura, en cantidad». Y no tardaría en tenerla. Por ejemplo, en 1931, su madre ganó un premio de mil dólares con su libro 'Grapes of Canaam' y la familia decidió hacer un viaje por Egipto, Siria, Palestina y varios países de Europa.
Recuerda su madre que «en Múnich, Samuel se puso un uniforme de 'boy scout' y fue a la Brown House, donde pidió ver a Hitler, pero no se lo permitieron». Con 17 años sería arrestado y casi a la vez le confesaría a su madre que deseaba ser escritor. No tardaría en colaborar en 'The Columbus Citizen' con una crónica, incorporada al libro.
«A finales de diciembre de 1936, un pequeño grupo de voluntarios norteamericanos partieron hacia Francia, planeaban infiltrarse en España para unirse a las Brigadas Internacionales. Muchos de los voluntarios eran miembros del Partido Comunista americano. Sam no lo era, pertenecía a la Liga Socialista Juvenil y tenía su carnet de miembro, aunque estaba en minoría. Otros se unirían pronto a estos voluntarios. Más adelante llegarían a ser dos mil ochocientos. Se autodenominaron la Brigada Abraham Lincoln», cuenta Laurie. Se explica cómo Sam se trasladó a Francia -se embarcó el 16 de enero de 1937 en el 'SS Paris'- y finalmente llegó a España.
No tardaría en mandar cartas a casa, especialmente a su madre, con la firma de R.P., para despistar. Cuenta cómo era el saludo del Frente Popular, cruza los Pirineos en ferrocarril y luego en autobús. Más adelante anota diversas anécdotas, recuerda la muerte de Durruti y finalmente recorre Valencia, el frente de Albacete, más tarde pasará a El Jarama. Con el paso de los días, tras recibir sus primeras heridas, llegará a una batalla crucial: la de Belchite. Eso sí, antes de esa empresa terrible, en todos los sentidos, escribirá a su familia, a su amada Clara, firmará crónicas en 'The Nation' y hablará de sus compañeros, del miedo, de la desesperación y de un fusil llamado Mary que llevaba su camarada Jim. En uno de sus conmovedores relatos desde la trinchera, confiesa: «No había luna, solo un atisbo de la luz de las estrellas. Busqué entre las viñas, no encontré nada. Jim solía decir que yo era el mejor guardián del frente, porque siempre estaba muerto de miedo». De vez en cuenta miente: «Querido padre: todo va bien, de maravilla».
Lírica de la contienda, cartas
Tras ser herido en la batalla de Brunete escribió el poema 'La guerra es larga', que empieza así: «Camaradas, la batalla es cruenta, la guerra es larga, / Grises columnas adelante se escucha el grito de las armas; /Sobre nosotros planean aviones blancos preñados de dolor, / Mirad los tanques sombríos y salvajes, odian la carne; / Y escuchad: los fusiles muestran a los hombres el camino del olvido».
Entre el 24 de agosto y el 5 de septiembre participó en la batalla de Belchite. Un compañero brigadista describió así sus últimos instantes: «Rodeando la catedral por todos lados, los americanos, apoyados por batallón español, intentaron cruzar la plaza hacia el edificio, pero fueron rechazados por un fuego enemigo fulminante. Se reagruparon en edificios cercanos y entonces intentaron un segundo asalto que también fracasó. Eran maniobras gravosas, entre los hombres que cayeron muertos estaban Henry Eaton y Samuel Levinger ».
Sam fue alcanzado, pero no murió en Belchite: falleció el 5 de septiembre de 1937 en el hospital de campaña de La Puebla de Híjar (Zaragoza). Redactó una carta para sus padres que solo se les debía entregar si fallecía. Les decía: «Ciertamente, no me entusiasma la idea de morir (…) Si volviera a vivir creo que me uniría de nuevo a esta lucha (…) Escribí una vez un pésimo poema: 'Si lo que aguarda es oscuridad dormiré, si es luz despertaré'. Así que, si volvemos a encontrarnos, será genial; si no, hemos disfrutado de muchas alegrías juntos mientras duraron». A su novia le dijo: «Habría sido genial estar a tu lado. (…) Amor, salud, alegría».
Laurie E. Levinger llegó en 2010 a La Puebla de Híjar siguiendo el rastro de su tío, que fue objeto de transfusión de sangre y que oyó la melodiosa voz de Miss Silverstine antes del fin. Laurie recompuso la historia, visitó la fosa común del cementerio donde reposan sus restos y compuso este libro conmovedor.
Gracias a la iniciativa del escritor y periodista Luis Granell, de Susanna Anglés y Javier Díaz, activos y concienciados libreros en Mas de las Matas, más de una treintena de personas rindieron homenaje a Sam Levinger: leyeron sus poemas y sus cartas. El periodista y escritor Luis Granell describe así el acto para HERALDO: «El clima del acto fue íntimo; yo diría que íntimo, romántico y emocionante; así lo queríamos los amigos que lo pensamos. Asistieron algunos vecinos del pueblo, miembros de la Asamblea local de IU, que lo respetaron. Volví a conmoverme escuchando al fotógrafo Pedro Avellaned leer la carta que Sam había preparado para que la enviasen a su familia si moría. Cuando la leí en el libro lloré».
Hay una página web: www.levinger.net
CIERRA EL PEQUEÑO TEATRO DE LOS LIBROS EN LAS FUENTES

Ha cerrado El Pequeño Teatro de los Libros. Por un tiempo imaginamos hasta que Ciro Soriano y Carolina Peláez, Carolina y Ciro, encuentren otro lugar, otro empeño, otro campo de sueños. Allí hemos grabado muchas veces (con Ana Catalá, con Yolanda Liesa, con Teresa Lázaro, con Carlota Muñoz) para ‘Borradores’, en ese escenario teatral que hacía pensar en la librería Ateneo de Buenos Aires, y hemos grabado allí desde hacía dos años los libro para la sección de ‘Por amor al arte’, el programa de Montse Alcañiz, Adriana Oliveros y Laura Oliva, entre otros, de Aragón Televisión. He notado día a día la pasión por el oficio de ambos: Carolina, siempre atenta a libros, autores, a proyectos, a revistas; a menudo pendiente de tal o cual presentación o de un libro que aún no les había llegado. Ciro, más concentrado en sus cosas (pedidos y búsquedas), en sus estudios, en sus charlas que daría en CMA Armas, en el Observatorio de Literatura Infantil y Juvenil de Jorge Gonzalvo y otros. Siempre querían saber, siempre quieren contar qué habían descubierto, qué libro les había impresionado. A Carolina, recuerdo ahora, le impactó mucho ‘Stoner’ de John Williams. Allí han organizado conciertos, cuentacuentos, cursillos, charlas, conferencias, audiciones de ópera para niños y el Pequeño Teatro de los Libros también ha querido ser un espacio cálido para exposiciones (Lou Lou, Javier Hernández, Agnes Daroca, la lista es muy extensa...) con una apuesta por la literatura infantil y juvenil.
Allí han tenido su espacio Ignacio Escuín y Javier López Clemente, Agnes Daroca y Jessica Aliaga y Víctor Gomollón, Roberto Malo, Patricia Esteban Erlés, y muchos, muchos otros. El Pequeño Teatro de Los Libros ha querido ser una librería de barrio, en Las Fuentes, y una pequeña fantasía que ensanchaba la imaginación y el imaginario cultural y creativo del barrio. Son muchos los que lamentan el cierre. Somos muchos los que perdemos ahí un espacio de acogida. Desde aquí, mi gratitud, los mejores deseos, todo el afecto y el reconocimiento.
Los Portadores de Sueños ganaron el premio a la mejor librería cultural de 2012 y el Pequeño Teatro quedó finalista con una librería cántabra. Era un primer reconocimiento nacional a su trayectoria; su trabajo calaba en la ciudad y había empezado a ser reconocido fuera. Jot Down, revista que recomendaba, las había saludado como una librería con encanto. Ciro y Carolina, Carolina y Ciro estaban ahí y ahí siguen en nuestra cabeza, en el menú de los buenos recuerdos, de los maravillosos instantes entre libros.
*Esta foto es de la revista Jot Down.
ADIÓS A JOSÉ ANTONIO NOAIN

María Ruiz-Calvente, gran amiga y antigua alumna de José Antonio Noain, hermano de La Salle que tradujo las memorias de Rubinstein, al que le publiqué una entrevista en HERALDO: http://www.heraldo.es/noticias/suplementos/artes_letras/rubinstein_fue_musico_integral.html me escribe y comunica que acaba de fallecer. Dice María: “Fue mi profesor de Latín durante el Bachillerato en el colegio La Salle Franciscanas Gran Vía (ubicado en la Plaza San Francisco). Ayer recibí una triste llamada de otro hermano de La Salle, exprofesor mío, diciéndome que se lo encontraron ayer por la mañana en su cuarto... Llevaba un tiempo más delgado y débil y creen que tendría cancer pero como era muy reservado se lo callaba...
El funeral se celebrará esta tarde en San Asensio (La Rioja) a las 16.00h. Y el domingo a las 12.00h habrá una misa en el colegio La Salle Gran Vía (plaza San Francisco)”.
Reproduzco aquí la entrevista de nuevo.
¿Qué es lo que le atrajo de Arthur Rubinstein? ¿Era uno de tus pianistas favoritos o algo así?
Le ‘conocí’ en Salamanca en 1958 oyendo su vinilo del concierto ‘Emperador’ de Beethoven. En Eibar, tres años después, volví a escucharle en otros vinilos con los conciertos de Grieg en la menor y el número 2 en do menor de Rachmaninov. Pero le descubrí verdaderamente cuando tuve en mis manos el disco con los ‘Scherzos’ y ‘Baladas’ de Chopin. Entonces casi sólo se oía hablar de él y de Wladimir Horowitz. Éste era arrebatador; Rubinstein sin serlo menos, añadía un touché aterciopelado y conseguía hacer cantar al piano como nadie. Era totalmente contrario a considerarlo un simple instrumento de percusión, según Stravinski.
La música clásica está llena de grandes maestros. ¿Cómo definiría al pianista polaco?
Ante todo es un músico integral. Él mismo se considera así. No tocó exclusivamente obras escritas para piano solo sino que dominó de memoria grandes óperas, transcripciones de sinfonías, de obras para órgano, de operetas, algunas de ellas realizadas por él mismo. Wagner estuvo en su punto de mira desde que era jovencísimo estudiante en Berlín a sus diez años. Padecía de ‘wagneritis’. ‘Tristán e Isolda’ fue la obra que le produjo la mayor satisfacción en aquella temprana edad. Rubinstein era absolutamente contrario a clasificaciones en el mundo de la interpretación, y se enfadaba cuando en alguna entrevista le consideraban el mejor pianista de la historia. Es muy interesante la entrevista que le hizo en inglés Robert McNeil, titulada ‘Rubinstein at 90’.
Rubinstein tiene una pequeña leyenda zaragozana: dicen que fue determinante en la carrera de Luis Galve, tocó varias veces en Zaragoza, en el Teatro Principal.
Llegué a Zaragoza el 31 de julio de 1964. Llevaba ya seis años siguiéndole la pista, pues. Tocó en el Teatro Principal en 1973 pero me fue imposible escucharle en directo; no conseguí entrada, ya que entonces yo no era socio de la Filarmónica. En la Sala Rono hay (o, al menos, había) una fotografía del gran pianista dedicada a Mariano García. En Zaragoza he adquirido, sin duda, el 95% de las interpretaciones de Rubinstein grabadas en diversos soportes, más de 200 obras diferentes.
¿Cómo llegan a tus manos sus memorias?
Iba yo detrás de ellas desde que me enteré de su existencia a través de una emisión de 50 programas en RNE de 45 minutos de duración cada uno. Hay que remontarse a 1980-1981. En esas emisiones se intercalaban textos de las ‘Memorias’ con interpretaciones de Arthur. No creo que sobrepasaran las cinco páginas de texto cada vez. A partir de ahí fui tras la totalidad de las mismas. Enseguida supe que no estaban traducidas al español, pues el propio Rubinstein lo dice en el segundo de los tomos de la edición inglesa, ‘My many years’, y en una entrevista posterior; sin embargo, indica: «Pero ya saldrán». Y mira por dónde tuve finalmente la suerte de hacerme con los tres tomos de la edición por medio de una profesora de francés del Instituto de idiomas de nuestra Universidad, que conocía a personas francesas poseedoras de esos volúmenes. Nunca agradeceré suficientemente su gestión. La autobiografía completa estaba en mis manos en enero de 2010.
¿Qué ocurrió cuando vio la edición francesa?
Lógicamente, leí con avidez los tres libros, casi 1.400 páginas muy densas, unas 2.000 en una edición actual al uso. Mientras lo hacía, me rondaba insistentemente la idea de traducir. Fue en abril cuando comencé la versión al español, y a principios de octubre, tras cuatro relecturas, la traducción completa era un hecho. Siempre tuve presente que Rubinstein fue quien de verdad dio a conocer por el mundo entero la música clásica española, con algunas obras emblemáticas que prácticamente llevaba siempre en el zurrón de sus programas.
¿Qué tipo de memorias son, qué destaca de ellas? ¿La pasión, la memoria, la minuciosidad, el hecho de que Rubinstein conociese a casi todo el mundo, su inmensa curiosidad?
Todo eso y algo fundamental: la vitalidad. Él lo decía y lo repetía de sí mismo: «Soy el hombre más feliz que he tenido la suerte de encontrar». Ya en su vejez muy avanzada, dos periodistas franceses hicieron una película sobre él, totalmente espontánea, pues se dedicaron a seguir simplemente sus pasos fuera donde fuera; el filme se tituló ‘L’amour de la vie’. Estuvo varias semanas en los cines comerciales de muchas ciudades, con gran éxito de público. También en Zaragoza. Eran otros tiempos.
Recuérdenos las tres partes y háganos una pequeña síntesis...
La primera corresponde íntegramente al primer volumen en inglés, ‘My young years’, que en francés han titulado ‘Les jours de ma jeunesse’, ‘Los días de mi juventd’. Termina en 1917, a sus treinta años, a punto de acabar la Primera Guerra Mundial. Habla de su infancia en Polonia, de cómo creció en Berlín, de un largo periodo en que estuvo prácticamente solo en la vida entre París, Londres, Polonia, Estados Unidos, Italia, España, aunque, paradójicamente, muy rodeado de gente, buena en general, pero no siempre.
¿La segunda?
La segunda parte de la edición inglesa es ‘My many years’, que en francés la han dividido en dos volúmenes: ‘Grande est la vie’, (‘La vida es grande’) y ‘Ma jeune vielleisse’ (‘Mi joven vejez’). En el primero se describen los años locos de la posguerra, la disipación del virtuoso para quien todo se le presenta demasiado fácil, tanto la existencia como el arte. Río de Janeiro, Buenos Aires, Montevideo, México, New York, París, Londres, España de nuevo ... En el torbellino de fiestas, mujeres e innumerables conciertos, Rubinstein descubre la disciplina en la soledad, lo que hizo de él el gran artista que hemos conocido. Llega hasta el comienzo de los años 30.
Vayamos con el tercer volumen...
En el último libro, se casa con Nela, asienta definitivamente la cabeza. Hay en él medio siglo de vida. Estamos ante un músico que vive la guerra. Como judío, le afecta en gran medida la persecución nazi, pues muchos de sus familiares (hermanos, cuñados, sobrinos) perecieron en los campos de concentración. El suyo es un testimonio contra el holocausto judío. A pesar de todo, ‘Mi joven vejez’ es una magnífica lección de optimismo, de fe en la música, que abre los oídos de los hombres y los lleva a entenderse. Y aún mejor que el amor de la vida, la fidelidad a la vida.
Una de las cosas que más me ha sorprendido de Rubinstein era que siempre ha tenido una vocación asombrosa, desde que se va a Berlín con su madre.
Fue un músico innato, que confió enteramente en sus condiciones naturales. Él dice que no le gustaba trabajar, sobre todo porque las obras que le obligaba a preparar su profesor berlinés Heinrich Barth le parecían muy poco interesantes, rutinarias, una pérdida de tiempo. Tuvo una vocación asombrosa hacia la cultura en general, no exclusivamente la música. Le encantaba y le enseñaron de muy niño a leer obras importantes clásicas, frecuentaba los teatros, visitaba las exposiciones pictóricas o escultóricas, todas las pinacotecas importantes, hablaba con normalidad ocho lenguas, le encantaba el latín, entendía el serbio y el croata por su parecido con el ruso y el polaco respectivamente... Aunque se le atragantaban las matemáticas.
Rubinstein y España. Hay un libro que se titula así de 1990. ¿No se ha llevado una decepción al ver qué poco habla de España?
No creo que hable poco de nuestra nación. Hay que tener en cuenta que visitó los cinco continentes y que siempre tenía algo que decir sobre los países y ciudades donde se encontraba, lo que hacía con gran generosidad y detalle. No sólo existe España. Sobre ella, su música e identidad “hablaba” suficientemente a través de las obras de Albéniz, Falla, Granados, Mompou, que constantemente tenía en dedos y en programas.
Rubinstein tenía fama de ser muy mujeriego...
Lo de mujeriego se sustancia sobre todo en el primer volumen. Arthur tuvo la “desgracia” de contarlo. Hay un artículo periodístico de 1980 del gran musicólogo padre Federico Sopeña titulado ‘Las cochinadas de Rubinstein’ referidas al asunto. Acababan de publicarse las ‘Memorias’ ya completas en ocho idiomas. Resumir los centenares y centenares de páginas de las mismas con ese título no sólo no las reflejan adecuadamente sino que es coger, como se dice vulgarmente, el rábano por las hojas. Se casa en 1932 y, sí, Nela, su esposa, pone orden en su vida, tienen cuatro maravillosos hijos, y ella le inspira y acompaña con mucha frecuencia.
Ha traducido del francés. ¿Cómo fue la experiencia, qué dificultades ha tenido?
De haber conseguido las ‘Memorias’ en inglés, las habría traducido una persona de mi confianza con mi constante apoyo por el conocimiento que tengo del personaje y de la música en general. Cuando las leía yo en francés me parecía muy problemática la versión española. Al ponerme a ello, no es que todo fuera un camino de rosas pero sí mucho más sencillo de lo que pensaba. He sido profesor de francés y, sobre todo, muchos años de latín, por lo que estoy acostumbrado a traducciones de libros originales. No me parece ninguna hazaña lo que he hecho. Si algo hay que valorar es el empeño en la labor.
¿Y ahora qué? ¿Cuál es su sueño: publicarlas, colgarlas en la red? ¿Qué se aprende de una tarea titánica como esta?
Pretendo publicarlas con motivo del 30 aniversario de su muerte. Habrá que hacer previamente el trabajo de campo necesario: permiso de quien tiene los derechos de explotación, con lo que eso supone, editor que se anime a hacerlo, etc. ¿Colgarlas en la red? El tiempo lo dirá. He aprendido que no hay nada imposible y que con constancia y adecuada preparación se puede conseguir todo.
LUIS PASTOR Y OCTAVIO PAZ

[El pasado jueves conocí a Carmen Peire, que fue representante de cantautores, entre ellos de Labordeta, y compañera durante varios años de Luis Pastor. Hablamos de una de mis canciones preferidas de Luis, ‘Voy por tu cuerpo’, tomada de ‘Piedra de sol’ de Octavio Paz. Encuentro esta versión más moderna (con Lourdes Guerra) que la que yo conocía, que pertenece a sus primeros discos, en concreto a uno estupendo como ‘Fidelidad’. En spotify puede oírse la primera versión, más lenta, con un especial sonido de flautas. Carmen Peire ha trabajado durante casi cuatro años en la edición de ‘Luis Buñuel, novela’ (Cuadernos del Vigía) y ha editado otros trabajos de Max Aub.]
http://www.youtube.com/watch?v=mDfrv953bsI
POR TU CUERPO
Voy por tu cuerpo como por el mundo,
tu vientre es una plaza soleada,
tus pechos dos iglesias donde oficia
la sangre sus misterios paralelos,
mis miradas te cubren como yedra,
eres una ciudad que el mar asedia,
una muralla que la luz divide
en dos mitades de color durazno,
un paraje de sal, rocas y pájaros
bajo la ley del mediodía absorto,
vestida del color de mis deseos
como mi pensamiento vas desnuda,
voy por tus ojos como por el agua,
los tigres beben sueño de esos ojos,
el colibrí se quema en esas llamas,
voy por tu frente como por la luna,
como la nube por tu pensamiento,
voy por tu vientre como por tus sueños,
tu falda de maíz ondula y canta,
tu falda de cristal, tu falda de agua,
tus labios, tus cabellos, tus miradas,
toda la noche llueves, todo el día
abres mi pecho con tus dedos de agua,
cierras mis ojos con tu boca de agua,
sobre mis huesos llueves, en mi pecho
hunde raíces de agua un árbol líquido,
voy por tu talle como por un río,
voy por tu cuerpo como por un bosque,
como por un sendero en la montaña
que en un abismo brusco se termina
voy por tus pensamientos afilados
y a la salida de tu blanca frente
mi sombra despeñada se destroza,
recojo mis fragmentos uno a uno
y prosigo sin cuerpo, busco a tientas...
Octavio Paz
MARIANO CARIÑENA, UN HOMENAJE

Arbolé Editorial presenta la publicación de cuatro obras
del autor y director teatral aragonés Mariano Cariñena
- El martes a las 19 horas, en un acto en el que se reconocerá al dramaturgo, recientemente fallecido, y se colocará una placa con su nombre en el hall del Teatro Principal
- En el mismo acto, Mariano Cariñena recibirá a título póstumo la Medalla de Honor de la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE)
El Teatro Arbolé y el Ayuntamiento de Zaragoza han organizado un homenaje al autor y director teatral Mariano Cariñena, recientemente fallecido, en el que se presentará la publicación de cuatro obras del dramaturgo aragonés, y se colocará una placa con su nombre en el hall del Teatro Principal. A este reconocimiento se ha sumado la Sociedad General de Autores y Editores con la entrega, a título póstumo, de la Medalla de Honor de la SGAE. El acto se celebrará mañana martes, a partir de las 19 horas, en el Teatro Principal de Zaragoza.
Mariano Cariñena Castell (Zaragoza, 1932-2013) es figura clave de la escena aragonesa contemporánea y fundamental para el teatro independiente de España. Titulado en Dramaturgia y Dirección Escénica por el Instituto de Teatro de Barcelona, en los años 60 fue fundador y director del Teatro de Cámara de Zaragoza y del TEU. Ya en la década de los 70, al frente del Teatro Estable, ejerció un papel esencial en el desarrollo del teatro independiente. Fue, asimismo, uno de los impulsores de la creación de la Escuela Municipal de Teatro de Zaragoza, centro que dirigió desde 1984 hasta su jubilación, en 2002.
ARBOLÉ EDITA SUS OBRAS COMPLETAS. Qué mejor reconocimiento para un dramaturgo que publicar las obras de teatro a las que dedicó su vida. Arbolé Editorial presentará mañana en este homenaje la publicación de cuatro de las obras que escribió Mariano Cariñena, reunidas en dos volúmenes de la colección Titirilibros Serie Roja: los libros 16 (“La ensalada” y “La fuente y la raposa”), con prólogos de Iñaqui Juárez y Joaquín Melguizo, foto de portada de una de las representaciones de “La ensalada” y diseños del autor de las escenografías de ambas obras; y 17 (“Dúo a cuatro voces” y “La reunión”), con prólogos de Rafael Campos y Francisco Ortega, e ilustraciones de Mariano Cariñena.
La editorial del Teatro Arbolé inició en 2009 la edición de las obras completas de Mariano Cariñena con la publicación de los dos primeros volúmenes: “Seis piezas teatrales”, número 10 de Titirilibros Serie Roja, con prólogo de Mariano Lasheras y Jesús Pescador e ilustraciones del propio Cariñena, y "Tiranía y derrota del rey Don Barrigota", nº21 de Titirilibros Serie Verde, con prólogo de Francisco Ortega e ilustraciones de Vicente Villarrocha.
SU NOMBRE, EN EL HALL DEL TEATRO PRINCIPAL. A continuación, se colocará una placa en la entrada del Teatro Principal, que dará “nombre al hall del que fue siempre su teatro”, en un acto que contará con la presencia del consejero de Cultura del Ayuntamiento de Zaragoza, Jerónimo Blasco, de la viuda de Mariano Cariñena, Marisol Albiac; y del gerente del Teatro Principal Rafael Campos.
MEDALLA DE HONOR DE LA SGAE. Finalmente, Mariano Cariñena recibirá a título póstumo la Medalla de Honor de la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE). Entregará la medalla a su viuda, Marisol Albiac, el vicepresidente del Colegio de Gran Derecho de la SGAE, Fermín Cabal.
Mariano Cariñena desarrolló a lo largo de más de 40 años una intensa y decisiva labor en la escena aragonesa como autor, director, traductor, adaptador, profesor o actor. Era socio de la SGAE desde 1971 y en su haber consta un total de 23 obras propias y 40 adaptaciones. Puso en escena más de 60 montajes, con obras propias como “El cuento al revés”, “Tesorina” y ’”De brujas, moras y diablos”; o adaptaciones de autores como Pirandello (“Enrique IV”), Sanchis Sinisterra (“Los figurantes”), Bernard Shaw (“Amores, prejuicios e intereses”), Jardiel Poncela (“Cuatro corazones con freno y marcha atrás” o Miguel Labordeta (“Oficina de horizonte”).
“LA ENSALADA” Y “LA FUENTE Y LA RAPOSA”. Libro 16 de la colección Titirilibros Serie Roja con prólogos de Iñaqui Juárez y Joaquín Melguizo, foto de portada de una de las representaciones de “La ensalada” y diseños del autor de las escenografías de ambas obras. Fueron escritas entre 1976 y 1978, en plena transición política y son un ejemplo de teatro de urgencia, un teatro pegado a la tierra y a su gente, que quiere intervenir en la vida social y política del momento.
“Mariano Cariñena, que tenía una idea bastante definida del compromiso y la función social del teatro -escribe Joaquín Melguizo-, tras la prohibición del Teatro de Cámara, reaparece al frente del Teatro Estable en 1971. Cinco años después, momento en el que escribe La ensalada, había consolidado dos líneas de trabajo: una centrada en grandes producciones y otra dedicada a obras de pequeño formato con reparto más limitado. Para la segunda escribió estas dos obras, textos que buscan el acercamiento a un público popular y rural, muy pegados a la realidad aragonesa… Se trataba de salir a recorrer los pueblos, de llevar a sus gentes un teatro que les hablase de sus problemas y que, de alguna manera, les incitase a la participación”.
“La ensalada, Historias de antaño para gente de hogaño” (1976) es un divertido entremés, ambientado en el siglo XVI. Sus protagonistas son gente de campo que trabajan mucho y cavilan más. “Escrito con un muy buen lenguaje de la época que, a juicio de Iñaqui Juárez, posee una temática simple, directa y tremendamente eficaz que busca el juego y la comicidad y pretende, sobre todo, divertir; pero no está exento de mensajes comprometidos. Lo que en el siglo XVI podían ser sentencias y moralejas, en el XX se convierte en ideología y ansias por cambiar el mundo. ¿Qué pasará en el XXI?”
“La fuente y la raposa” (1978) es una obra más extensa y con una estructura algo más compleja. No abandona el carácetr popular, pero tiene un aire más de fábula. “De forma clara y directa, es un alegato en defensa de la tierra, de los pueblos y de sus gentes”, expresa Joaquín Melguizo. “Esta obra trasmuta la vieja fábula para adaptarla a los tiempos, actualiza su moraleja para unirla al clamor popular”, sotiene Iñaqui Juárez.
“DÚO A CUATRO VOCES” Y “LA REUNIÓN”. Libro 17 de la colección Titirilibros Serie Roja con prólogos de Rafael Campos y Francisco Ortega, e ilustraciones del propio Mariano Cariñena. “En este volumen mostramos sus escritos realizados para trabajar con los alumnos de la Escuela Municipal de Teatro, su escuela –escribe Esteban Villarrocha en la contraportada del libro-. Mariano Cariñena sabía que es responsabilidad de todos como grupo la construcción en el aula de un clima de respeto mutuo, confianza y cooperación; los tres elementos imprescindibles para consolidar una comunidad capaz de indagar, pensar y dialogar en vistas de imaginar y construir nuevas y mejores formas de convivencia, que unido al humor inteligente, lúcido y comprometido que le caracterizaba, ha dejado huella en varias generaciones de actores y actrices que tuvieron la suerte de recibir sus enseñanzas”.
Dúo a cuatro voces. Rafael Campos define este texto como “un ejercicio de generosidad y de entrega de Mariano Cariñena a su labor de profesor. Una obra para padres e hijos que empieza como un juego ingenuo de descubrimientos infantiles y termina en un final abrupto, bastante inesperado y radical. Y añadiría que muy del gusto de su autor, que parece señalar en la obra una especie de resumen, en el que una vez más, la ignorancia y la mentira desencadenan la tragedia de una comedia aparente, en la que no hay inocentes sino ignorantes…”. Pero esta obra habla de “cómo su pasión por el teatro, vivida como una verdadera y absoluta vocación le llevaba a añadir a su enseñanza toda su capacidad de teatro en todas las dimensiones, autor, director, escenógrafo; y cómo esa misma pasión contribuyó a hacer de Mariano Cariñena un maestro cada vez mejor”.
La reunión (1996). En la ya larga vida de la Escuela Municipal de Teatro de Zaragoza, este texto fue el taller número 41 que representaban los alumnos de tercero, concretamente en 1998 en el Teatro del Mercado. “Aquel año le tocó dirigir el taller a Mariano y eligió su propio texto, relata Francisco Ortega. Mariano no sólo adaptaba magistralmente textos de otros –de autores como su querido Arrabal, Shaw o Fassbinder, sino que escribía… de todo… Y todo lo hacía con un estilo propio, meticuloso, perfeccionista, producto de su sabiduría, su intuición y su conocimiento de las leyes internas de la dramaturgia. Y, además, con persistente tendencia a proyectar en lo que hacía, un desbordante sentido del humor….”.
“La reunión es… una reunión de personas citadas de un modo absurdo, que están en un lugar absurdo por una razón absurda con el objetivo de hablar de algo que desconocen. Situación teatral sencilla y, a la vez, compleja, que obliga al actor y a la actriz a crear un personaje desde las desnudas palabras que le tocó decir. En este texto descubrimos “el aroma del mejor teatro del absurdo, de Ionesco en particular, de Beckett, o del propio Fernando Arrabal, a quien Mariano ya había estudiado en profundidad”.
*Nota de prensa de Tìteres Arbolé y de Ana Rioja. La foto es de José Miguel Marco, fotógrafo de Heraldo de Aragón. La revista 'Rolde' le hace un homenaje en su último número.
EDUARDO LABORDA: UN DIÁLOGO
[En el catálogo de la exposición de Eduardo Laborda, que se presentó en la Lonja de Zaragoza, entre octubre y noviembre, publicaba este extenso diálogo con él. La traigo aquí por si alguno de sus seguidores, que son muchos, tuvieran interés en poder leerla.]
“Soy un pintor contemporáneo e intemporal”
Antón CASTRO
Eduardo Laborda Gil (Zaragoza, 1952) es un manojo de nervios. La vida para él es pasión, inquietud y desvelo constante. Creación. Por eso hace tantas cosas: pinta y pinta con la lentitud del cartujo que encierra el tiempo y la belleza en cada pincela; colecciona cuadros, juguetes y fotografías; rastrea los pasos perdidos de artistas condenados al olvido; busca revistas; patrocina exposiciones de gentes casi inadvertidas como Pedro García Aznar, Luis Germán, Antonio Ruiz, entre otros; escribe libros sobre sí y sobre los otros, como es el caso de Manuel Bayo Marín o Zaragoza. La ciudad sumergida, y hace cine: casi una docena de películas de distinta índole. Igual se preocupa de José Bueno y Félix Burriel, del citado Bayo, una de sus criaturas más amadas, que del bar Bonanza o del músico Alfonso Isasi. Iris Lázaro, su compañera desde hace cuarenta años, es una cómplice silente y laboriosa: trabajan en cuartos contiguos, y la música –la del tocadiscos, la de la ciudad- suena para ambos. A menudo comparten los maniquíes, algunos rostros y un retrato fetiche: el de Francisco Marín Bagüés, que parece tutelar sus trazos, sus emociones y dar, desde el más allá, el aprobado final a piezas como ‘Iris del Coso Alto’, ‘La ciudad blanca’, ‘Mediterráneo’ o ‘Belchite’. La vida para Eduardo es memoria e imaginación, sedimento y sueño. Y a la vez tiene algo de artista apuntalado con fantasmas: teme al viento, a los maizales y a las serpientes. Y de cuando en cuando, como un sortilegio, recibe mensajes del azar, embajadas del misterio. Quizá por ello, porque tiene intuiciones y habla con el envés de la realidad, le dedica esta exposición a su madre, Victorina Gil. Victorina de Trasobares, aquella mujer que tuvo un sueño: quería que su hijo menor fuese artista. Y lo es, claro: Eduardo Laborda Gil es un artista de los monstruos, de las máquinas, de las ciudades y sus tejados, un pintor de mitologías y de desnudos.
-Nací en la calle Cortes de Aragón y con unos meses mis padres me llevaron a la Ciudad Jardín –dice Eduardo-. De ahí tengo muchísimos recuerdos. Uno de los primeros es una instantánea pictórica e imprecisa: habían traído un bebé, una niña recién nacida, y me hizo mucha gracia porque la trajeron en una banasta de fruta. Nunca volví a Cortes de Aragón porque aquella atmósfera de campos y fábricas me parecía más bien peligrosa y triste. Tenía pánico a los sifones de agua y a las acequias.
¿Cómo era la Ciudad Jardín?
Era un espacio muy bonito. Tenía algo romántico. Estabas en la calles todo el día, controlado por los vecinos. Era fantástico. Muchas parcelas tenían en el jardincillo unos emparrados de moscatel y a mí me encantaba ver su evolución. En nuestro jardín, mi madre tenía sobre todo un gran rosal blanco en la verja, que lo cubría todo, tenía azucenas, que me encantaban porque olían muy bien, y había margaritas grandes y campanillas de un azul intenso. Y teníamos un albergero: me encantaba y me subía a él y me comía la fruta. Era mi refugio: allí me sentía como los monos y a menudo me disfrazaba de indio.
-¿Cómo era su niñez allí?
-Yo era el pequeño de seis hermanos. Estabas como en el campo. Me llamaron la atención detalles: cuando inauguraron la plaza de Santo Dominguito de Val pusieron fluorescentes verdes en los jardines, que duraron poco porque los rompieron pronto. Me acuerdo mucho de los regatos. Soltaban el agua e íbamos los críos locos perdidos con las maderas, con las que hacíamos barcos y seguíamos su curso. Estábamos esperando a que regaran al atardecer...
-¡Qué juguete tan sencillo!
Yo tenía un saxofón, el juguete más fascinante que he tenido nunca. Estaba obsesionado con todo lo que brillara. Sobre todo, el saxofón, que era de plástico duro. Se lo había traído a mi hermana María un compañero que adquiría juguetes de la Base Americana en navidades, a precios muy baratos. Aquel era un regalo excepcional, insólito, como un sueño. A mí siempre me regalaban lápices de colores, cuentos infantiles y cuadernos para pintar. A mi vecina Asunción le regalaron una caja de pasteles Goya: la vi y me pareció una maravilla. En su casa tenía una piscina, que a mí me parecía fantástica pero que en realidad era una poza. Echábamos un palo a modo de barco y en una ocasión jugamos con un barco de plástico.
-¿Desde cuándo le gustaban tanto los barcos?
-Los barcos me encantaban no sé por qué. No sabría decírselo. Igual que las naves espaciales. [Eduardo se levanta y regresa con fotografías, papeles y un cuaderno]. Este era un librico, ‘Elementos de Aritmética y Geometría’, en el que están mis primeros dibujos, los más antiguos que tengo. Garabatos. Y curiosamente aquí ya se ven mis obsesiones. En primer lugar, el albergero. Otro asunto: las explosiones. Me llevaban al cine para no dejarme en casa y me chocaba que cuando explotaban las montañas, ponía siempre un cartel que decía ‘Dangerous’ o ‘Peligro’, y yo que no sabía leer ni escribir imitaban frases que no existían. Por ejemplo escribía ‘Danilo’. Se supone que era peligro de muerte o explosión. Más obsesiones: este era el robot famoso que yo debí ver en la Feria de Muestras, con una espada y los planetas. Aquel robot, que fue famoso, era un monstruo de hojalata, se le encendían unas luces y te quedabas petrificado de miedo. Este es un tren. Me han gustado las máquinas de viajar: el barco, el avión, el tren, un camión, artilugios... Qué bonitos. También están las ferias y los helicópteros. Alucinaba.
-¿Cree que ahí ya estaban sus temas, con cuatro o cinco o seis años?
-Desde luego. Parece extraño, pero lo miras con serenidad y es así. Y luego está la culebra, que es el animal al que más miedo le he tenido siempre. Les tenía terror: era una fobia heredada de mi madre, que a su vez la heredaba de la suya. Miedos ancestrales. El miedo a la serpiente. Me contaban leyendas... Y además estaba obsesionado con escribir; como veía a mi hermana María escribiendo siempre. No tardó en entrar en la Base Americana, y tomaba clases de taquigrafía.
Hablemos un poco de sus padres.
-Mi padre, Rosalío, era un personaje totalmente desconocido para mí, era un fantasma que aparecía y desaparecía. Era un misterio. Y cuando aparecía provocaba mucha angustia. Montaba broncas y era imprevisible. Era persona que no hablaba con nadie, era un solitario, no se comunicaba, aunque a veces estábamos con él en la torre del Abejar en Garrapinillos. Mi madre solía decir que antes de la Guerra Civil era diferente. Fue mi madre quien me inculcó la pasión por la pintura...
-¿Cómo lo hizo?
-Mi madre es la estrella de la exposición, porque con esta muestra, de alguna manera, se materializa el sueño de mi madre de tener un hijo pintor. Para ella, si viviera, sería lo máximo. Había nacido en 1912 y murió en 1994. Me vio una vez en la televisión y me dijo: “Ya me puedo morir tranquila. Ya sé que eres famosete”. Venía de Trasobares, era hija de labrador. Pero era una soñadora, de las pocas personas que estaban suscritas a Lecturas, al Hogar y Moda, a Heraldo de Aragón, también. Ella siempre me dijo que no se había casado enamorada, aunque mi padre sí, le echaba los tejos continuamente. Se casaron en 1936, y al poco tiempo se llevaron a mi padre a la guerra. Estuvo en Barcelona, en Galicia, y de ahí se trajo un libro del siglo XIX, el único libro que debió tener mi padre. Y estuvo en la zona del Ebro. Combatió en primera línea de fuego. Mi madre se quedó en el pueblo con mi hermano Higinio que ya había nacido...
-¿Qué hizo su madre estos tres años en casa?
-Mi padre aparecía unos días, tuvo algún permiso sí, y se volvía al frente. Después de Higinio, vinieron María, Carmen, Teresa, y luego Lola, la cantante de Los Napoli, que nació en Trasobares, como los demás, en 1944 y se murió, a golpes, en 1981, a los 37 años recién cumplidos. Mi madre escribía muy bien, tenía una letra preciosa, leía mucho, le gustaba la música, en la radio, y era una gran aficionada al cine. La volvía loca. En mi casa, aunque no tuviéramos un duro se las apañaba siempre para ir al cine, para que fuéramos mis hermanas y yo al cine. La primera película que vi fue ‘Luces de la ciudad’, sí que conservo el recuerdo, me llevaron al Cine Iris, lo supe después, un barracón de madera, me acuerdo sobre todo por la música. Y la segunda película que me impactó fue ‘Vacaciones en Roma’ de William Wyler, con Audrey Hepburn y Gregory Peck... Luego empecé a ir al cine Salamanca. Me gustaban las de romanos: ‘Maciste, el coloso’, ‘Los últimos días de Pompeya’. Las corazas de los soldados pasarían a mis cuadros. Mi madre y mis hermanas cosían, hacían trajes y vestidos para fuera y así forjaban una pequeña economía sumergida.
-¿Por qué le regalaba siempre lápices Alpino?
-Era un regalo general para la mayoría de los niños: era una forma de tenerlos quietos y yo era muy inquieto. Y a la vez era temeroso. Mi madre me contaba cuentos de brujas: era como su forma de hacerse querer también y sospecho que yo le pedía esas narraciones. Siempre me ha interesado lo fantástico, el terror, el romanticismo. Edgar Allan Poe es uno de mis escritores favoritos. Ella no me presionaba. Te dejaba hacer cosas. Te facilitaba el juguete y tú desarrollabas la habilidad, pero no te obligaba a dibujar. Te daba el instrumento. Creo que ese es un buen sistema educativo: no presionar al hijo.
-¿Fue ella quién lo matriculó en la Escuelas de Artes y Oficios?
-En el curso 1963-1964. Mi padre desapareció casi, se diluyó, se quedó en la torre y murió en 1978. Vivíamos más tranquilos en casa. Yo realmente no tuve la sensación de pasar apuros. Mi madre jugó la baza del hijo artista y conmigo ya quemaba el último cartucho. Yo iba con mucha pasión a clase. Me gustaba muchísimo. ¡Madre mía! Aquellas escayolas en el salón grande, todo de madera, impresionaba, el caballete, el tablero, el difumino. Yo salía de Escolapios, más tarde del Instituto Goya, e iba allí, me pegaba desde las seis hasta las nueve y media.
-¿Quiénes fueron sus profesores?
-El primero que fue Luis Esteban y luego don Manuel Navarro López, que fue una especie de profesor protector. Me cogió aprecio y me dedicaba mucho tiempo. Había una sala enorme de gente, sobre todo porque no existía el plan antiguo y había gente que trabajaba en joyería, eran artes aplicadas y oficios artísticos. Era la forma de iniciarte en los oficios artísticos. Las artes plásticas estaban muy vivas. Entre los profesores estaban Luis Pellejero, Virgilio Albiac, Manuel Navarro López, Luis Esteban, que creo que luego se fue a Galicia, y en modelado tenía a Luis Martínez Lafuente. Fui a su estudio y me quedé asombrado. Hacía tebeos, y los hacía en un mes. Decía que tan importante es cuando dibujas el objeto como el vacío que generas a su alrededor. Tenía un mural grande, que iba avanzando muy lentamente, con unos desnudos de mujeres y hombres, nunca lo llegó acabar, y había cuadritos pequeños del Pirineo. Yo no había pintado nunca a óleo, el primer cuadro al óleo lo pinté allí. El primer pintor que yo conocí fue Murillo. Me acuerdo de que un maestro organizó un concurso, lo gané y dijo: “Aquí tenemos un futuro Murillo”. Es el primer nombre que oí. Estaba de moda, más que Velázquez. Y entre los artistas contemporáneos también le debo algo especial a mi madre: me llevó mi madre a la Fosa Común y allí conocí el trabajo de José Bueno.
-¡Qué cosa más extraña!
-Curiosamente, yo la llevaría al Museo de Bellas Artes de Zaragoza y le enseñé el vaciado en escayola de esa escultura... Yo iba al museo por mi cuenta, y llevé a mi madre para que lo viera y ella me llevó al cementerio para ver escultura contemporánea.
-¿El primer pintor, de su edad, que conoció?
-José Luis Madrazo. Era compañero mío del Instituto Goya. Compartía estudio con Antonio Cásedas, en la calle Santiago, y entonces visité el segundo estudio que conocí. Luego Madrazo se fue a Barcelona. Hacía algo que estaba de moda entonces: la nueva figuración. Un representante de esa nueva figuración sería Juan Barjola. Era una abstracción reconocible, como una especie de Francis Bacon español. Me dije: hay otras cosas que los bodegones, el cubismo de Vázquez Díaz, lo que conocía de Berdejo y Marín Bagüés. Marín Bagüés y Berdejo, que había sido profesor en la Escuela de Artes y Oficios, eran los pintores que más me gustaban del Museo de Zaragoza. Vi una exposición de Barjola en Libros, y ya me gustaba Bacon, que lo había visto sin saber quién era en una revista americana. Empezabas a empaparte de muchas cosas, tenías un cierto oficio y todo eso había que canalizarlo hacia algo que era un poco la clave de ser artista: tener un estilo propio.
-¿Cuánto tiempo estuvo en la Escuela de Artes?
-Desde 1963-1964 hasta 1971. Muchos años. Por libre. No me saqué nunca ningún título. Y tuve estudio propio en la calle Santa Cruz, en el Prior Hortal, con Carlos Roldán. Y luego con Iris Lázaro. Carlos se pasó con Valtueña a uno que había al lado.
-¿Cuándo practicó atletismo?
-Entre 69 y 71. Hacía 400 metros y luego pasé a 800. En 400 tenía una marca de 51.2. Y en 800 1.56. Fui campeón de Aragón junior varias veces. Tuve dos récords: uno de 1.000 metros junios, que era una carrera que se hacía pocas veces, y luego fui campeón de Aragón de 400 metros. No había ningún mérito: estábamos pocos. El atletismo fue algo muy importante: significó disciplina para superarme, luchar, mejorar, el atletismo es un deporte muy sano. Es un deporte muy especial, porque es un deporte solitario, y los deportes solitarios te ayudan a encontrarte contigo mismo. La superación no consiste en competir y vencer a los demás, sino en vencerte a ti mismo. Un día si haces 1.58, al día siguiente tienes que hacer 1.58, ganes o no ganes, tienes que ir superándote. No solo valen las cualidades, hay que entrenar, hay que esforzarse. La vida es eso. Y el arte también es así: si dedicas diez horas, con plenitud y conciencia, es mejor que si dedicas dos.
-Sigamos. ¿Cómo iba el joven artista?
-Ya quería ser artista. Empecé a vender cuadros desde 1969. Cuadros comerciales, paisajes. Se los vendía a amigos de mi hermano Higinio que querían un paisaje, a una americana de la Base, casada con un militar, que me dio un cheque de 5.000 pesetas, 30 euros, todo un dineral....
-¿Cómo conoció a Iris Lázaro?
-Lo conocí en el curso 1971-1972, en la Escuela de Artes y Oficios, en la clase de modelado. Y en la clase de dibujo. Ella nació en 1952 como yo. Nos llevamos medio año. La conocí en la clase de modelado... Era mi primer amor correspondido. Cada vez que empezaba un nuevo curso, te fijabas en las chicas. Me fijé en su carácter: tímido, introvertido, y vi que tenía mucha habilidad. Me fijaba no solo en la belleza de las mujeres, no solo me enamoraba, sino que me fijaba en sus cualidades. Iris era la que mejor asimilaba todo. Me acerqué. Y sintonizamos. Ella vivía en casa de unos tíos en Vía Pignatelli y yo con mi madre y mis hermanos en la calle Tarragona... Compartimos estudio a partir de del año 1973 o 1974, cuando se fue Carlos Roldán... Yo le dije que se olvidara de la decoración: empezó a pintar en su pueblo, Trébago. Estaba muy marcada por la huella de su padre, del paisaje y de las nieves, e improvisó allí su primer estudio. Nos casamos en 1977...
-¿Qué pintaban entonces?
-Los famosos paisajes cubistas. ¿Por qué? Porque estaban de moda, sí, estaba la Escuela de Madrid. Exponía Agustín Redondela, en la sala Libros, era cubista. Y todo ese tipo de pintura: paisaje cubista, estructurado en planos, como el de Redondela... Y en Zaragoza teníamos a Virgilio Albiac, que me gustaba mucho, tenía un escaparate en su tienda de marcos de la calle de Fuenclara con sus cuadros y los iba cambiando continuamente. Empecé por un cierto cubismo, empecé a considerarlo como algo mío, era algo que estaba muy presente en la pintura española...
-Yo no he visto esta tipo de pintura por ahí. Era muy zaragozana...
-Eso es algo que no se ha estudiado y algún día alguien tendrá que hacerlo... Si ha existido una escuela zaragozana de pintura en general. Yo creo que sí... Si existe esa escuela estaría formada partiendo un poco de Marín Bagüés, Berdejo, Martín Durbán, del Estudio Goya, todos estos pintores que usaban colores terrosos y esa pincelada suelta, plana, como de espátula. Decía don Manuel Navarro que “la pincelada plana nos hundió a los pintores. Hizo mucho daño”. Nos salía una pintura muy fría...
-¿Por qué le apasiona tanto Francisco Marín Bagüés?
-Ese cubismo paisajista -en esa presumible escuela de artistas aragoneses- tiene su origen en esa admiración que siempre se ha sentido hacia Marín Bagüés, sobre todo... Al final de su vida, le montaron una salita en el Museo de Zaragoza y era nuestra referencia. Todos los pintores pasábamos por allí. O pasábamos muchos. Yo iba al museo a ver para aprender. Yo iba directamente a los pintores del siglo XIX. Me encantaban ‘El príncipe de Viana’, de Moreno Carbonero y ‘La copla alusiva’ de Gárate, entre otros. De los cuadros de historia me impresionaban muchísimo el tamaño, me parecía desbordante. No pensaba yo que eso se pudiera pintar. El ritual consistía en bajar las escaleritas, meterte en una salita abajo, en la planta calle, que no estaba nada organizada, llena de cuadros por todas partes, y era de Marín Bagüés. Podía haber 60, 80, 100 cuadros, todo amontonado. Tenía todo allí... Hablo de 1967, 1968 y 1969. No sabía nada de su vida... Antes había ido a ver a Berdejo, sus cuadros de las bañistas, que eran mis favoritos, hermosísimos. En una ocasión, el bedel me dijo: “Hace un momentico ha estado el pintor viendo los cuadros”. Yo siempre he respetado mucho a mis antepasados. En Marín Bagués captabas una energía especial, lo veías todo con autenticidad. Pasan los años y me sigue gustando igual. Y curiosamente tengo, tenemos, su mejor autorretrato en casa. Es el premio a nuestra admiración por él.
-A la par iba usted a Barcelona... ¿Le marcó de alguna manera?
-Me marcó mucho. Aprovechaba para ver museos, el Museo de Arte de Cataluña, ahí descubrí a Pablo Gargallo. No sabía si era o no era aragonés, y me encantaban sobre todo las figuras, los desnudos académicos. Esa estética mediterránea de mujeres macizas, que también es lo que yo he intentado hacer en la pintura... Y luego me atraían Joaquín Sunyer, Isidre Nonell, que era un pintor de drama, de las gitanas, de cuadros oscuros, bohemio... Creía que el arte auténtico era el sufrimiento. Lo que transmitiera cierto dolor. Vi el museo de Picasso recién inaugurado, y me decepcionó... Picasso no me interesa nada como pintor y, en cambio, me parece un extraordinario grabador. Y me pasa un poco parecido con Goya: lo que más me gusta de él son los grabados, bueno, y las Pinturas Negras. Creo que si no hubiera hecho los grabados no tendría la dimensión universal que tiene en la actualidad. Ni mucho menos. Los grabados de Goya son algo fantástico.
-¿No le gusta el Goya retratista de mujeres y de niños?
-Reconozco que hay retratos de Goya que son extraordinarios, me gusta ‘La maja desnuda’. Goya hacía maravillas cuando quería, era un pintor irregular, pero tenía rasgos geniales. Mis dos pintores del siglo XX son Anglada Camarasa y Zuloaga. Y por supuesto Francisco Pradilla, que es mi ídolo: soy más de Pradilla que de Goya. Si miramos en la historia del arte, tengo que citar a dos genios: Rembrandt y Vermeer. Son insuperables.
-Sigamos: se une con Iris Lázaro y hace cubismo matérico, estructurado, delicado y lírico, con toda esa poética de las rocas... ¿Cómo evoluciona?
-Siempre he querido transmitir algo poético. El paisaje abstracto de rocas fue mi primera exposición, en la CAI. Fue en la sala Barbasán y en el Pilar. La gente no iba a la exposición... Paisajes rocosos, casas, nocturnos; un día le di la vuelta al lienzo, y al poner el horizonte al revés ya lo titulé ‘Abstracción’. Este es el origen de la etapa de los relieves a la manera de Salvador Victoria o de Amadeo Gabino. Lo que se llamaba Escultopintura, lo que hacía también Lucio Muñoz, y como era joven la moda te influía. Quería estar a la moda como todos los jóvenes, y ya me pasé a la abstracción cuyo origen eran estos paisajes cubistas invertidos.
-En 1978 siempre habla de un viaje con Iris a Londres...
-Sí, con Iris. Le daban la beca del Bartolomé Esteban Murillo y nos vamos los dos. Hemos viajado muy poco. Entonces: descubrimos otro mundo, la pintura simbolista, de los prerrafaelitas, nos gustaba mucho, a todos los pintores, y al escultor Henry Moore; me gustaron la potencia, la fuerza y la monumentalidad de su obra, esos bronces tan fantásticos. De repente, descubrí una cosa que me ha influido, el Museo de Ciencias Naturales, los fósiles en vitrinas fue un poco lo que me inspiró hacer esos monstruos que yo hago, aunque tuviera influencia de otros pintores concretos como José Hernández. En su obra todo es muy carnoso, muy cálido y humano, y yo había optado por la frialdad, por los tonos azules, por las cabezas de gato… José Hernández era una referencia fundamental para mí: era el pintor que más me gustaba esos años. Y Luis Sáez también.
-Esa etapa de los monstruos se prolongó casi una década.
-Sin casi. La etapa de los monstruos dura desde 1977 a 1987. Una década. Que es mucho. Me llevé los premios de casi toda España. La Bienal de Zamora, Burgos, Pontevedra, gané un montón de premios en Pego, Andújar, Sevilla, etc. Nos pasábamos a lo mejor tres meses danzando de un sitio para otro. En el aspecto económico, las ciudades y premios que más me apuntalaron el poder ser pintor y dedicarme a la pintura fue Pontevedra y Logroño. La ciencia ficción siempre me ha encantado. La historia de las naves espaciales, las catástrofes, los fósiles, todo eso. Las momias me impresionan. Y también he querido hacer una reflexión sobre el paso del tiempo y nuestra condición efímera. Las momias es la vanitas barroca llevada ya al extremo. El miedo a la muerte siempre me ha impresionado. Soy un poco paranoico, un poco neurótico, un poco paranoico crítico como Dalí. ja, ja, ja, que me interesa mucho como personaje. Hay algún cuadro de sus primeras etapas que es maravilloso. Me interesa mucho más que Picasso. Dalí y Buñuel me han parecido los más brillantes de esa generación, sin duda. Los dos genios intelectualmente. Dalí supo crear el prototipo popular de artista. Él se creó su personaje, lo diseñó, lo desarrolló, se le apoderó y popularmente la gente piensa que un artista tiene que ser un poco como Dalí: un pirado. Eso ha quedado ahí. Esta fase del monstruo estaba basada también en el cine fantástico y de terror. La obra clave de esta serie, ‘La muerte en el aire’, es Androide (1984).
-A partir entra en crisis. ¿O no?
-En cierto modo. A raíz de la compra de unos libros de elementos clásicos y decorativos, empecé a mezclar los monstruos, los elementos fósiles, con los motivos clásicos. Fundí lo clásico y lo futurista, y fueron naciendo obras como ‘La dama de Fuentes’, que es una de las piezas claves de la serie ‘Alegorías en piedra y bronce’. La fecha es algo tardaría, está realizada en 1996. Al final de esta etapa, por un lado, quedé saturado, quemado, fue una etapa prolífica de casi diez años. Pinté muchos cuadros. Por otro lado veía que era un camino agotado: en el creativo y en el económico, hablando claro. Me encontré en una encrucijada. O renovarse o morir. Y aprovechando esos libros que me salieron, aprovechando esos elementos decorativos, clásicos, me dije: vuelvo a los orígenes. A la escultura. Era como un volver a empezar. Vi que en la mitología tenía mucha salida. Y era original, por primera vez no me parecía a nadie. Me dejó de interesar la moda y me dediqué a pintar lo que me apetecía. Fue una cuestión de búsqueda y de estrategia. Estoy cómodo, disfruto, me planteo retos, me planteo conseguir calidades de piel, abordo el desnudo. Y ahí sigo.
-Algunos le reprochan que realiza una obra muerta, arqueológica. ¿Cómo se defiende de eso?
-No me tengo que defender. En primer lugar cada obra tiene un lector, un intérprete, un punto de vista, una crítica... Con los desnudos no creo que sea arqueológico precisamente. No dejan de ser vanitas barrocas, donde está esa muerte esencial que es lo que yo persigo. Es la moralidad, la constante barroca... Los monstruos son vanitas.
-Perdone la insolencia o la provocación. ¿Tiene la sensación de que es un pintor contemporáneo?
-Totalmente. Un pintor de mi tiempo. Soy contemporáneo intemporal. El pintor no debe tener complejos. El artista –y no me gusta esta palabra– debe hacer lo que le produzca placer, lo que sienta, lo que mejor le defina. Si además ese trabajo, esa obra le da de comer, mejor todavía. Yo me considero realizado en el sentido de que llevo años viviendo de lo que me gusta y haciendo lo que me gusta, con los condicionamientos que todos tenemos. Nadie es absolutamente libre.
-Llegamos a ‘La ciudad herida’: en esa serie están sus visiones y alegorías de Zaragoza.
-Empecé pintando desde la zona de la Estación del Norte. Y ahí jugué con el simbolismo y con lo arqueológico: la ciudad como una ruina, y luego me pasé a los tejados... Me subí a las terrazas más bonitas del centro. Primero fue una visión industrial de las fábricas y luego una visión casi aérea desde las terrazas del centro... Y ahí, se alzaban los tejados y las torres. Siempre es así: arriba y abajo, nunca al nivel de calle. Está así a nivel medio es ‘Iris del Coso Alto’. Desde abajo, desde la Estación del Norte, la arqueología, el tiempo, porque ya me había interesado. Ya había metido en ‘Lluvia ácida’ las ciudades... La contaminación, la fábrica, la industrialización frente a lo bucólico y al mito clásico, y había metido ese sentido arqueológico...
-¿Hay como un intento de darle a la ciudad una dimensión más noble, más grandiosa?
-Sí, hay unos guiños a la pintura orientalista del siglo XIX. A Eugene Delacroix, a Jean-León Gerome, a los pintores que captaron las ruinas de la Guerra de la Independencia, el mundo de Piranesi, el mundo de los esqueletos. La ciudad como vanitas, como un bodegón o un cuerpo que se descompone...
-En los últimos tiempos se ha obsesionado mucho con los desnudos que conforman ‘El mito humanizado’. ¿Por qué?
-Es un género difícil. Muy difícil. Pienso que hay poca gente que haga buenos desnudos. Y me puse a hacer desnudos mitológicos. ¿Por qué? Por lo mismo, por esa identificación con el Barroco español, que utiliza mucho la mitología.
-En esta exposición habrá bastante obras que no se han visto: ‘Iris del Coso Alto’, ‘Mediterráneo’...
-‘Iris del Coso Alto’ refleja uno de los lugares más emblemáticos y simbólicos de Zaragoza. Es un cuadro muy cinematográfico. Hay muchas películas dentro y homenajes explícitos. A Iris Lázaro, claro, y a Francisco Pradilla, que fue rechazado para pintar en el Palacio de Sástago. Zaragoza está herida con escorchones que hablan de su degradación y de un cierto aire de catástrofe. Con ‘Mediterráneo’ por primera vez meto tres figuras femeninas juntas. Dos de carne y hueso y la esfinge, otro de mis personajes. Ese contraste de la carne con el bronce visualmente choca mucho, inquieta...
-Hablemos de ‘Belchite’. ¿Qué ha querido hacer ahí?
-‘Belchite’ es el argumento del documental. El cine es una de las pasiones de mi vida. Como protagonista de mi propia obra, ha sido muy agradable, está siendo un proyecto muy gratificante. José Antonio Fandos y Javier Estella, los Nanuk, son amigos y grandes profesionales. Nadie me había visto pintar un cuadro desde el principio, todo el proceso. Empezaron desde el encargo; luego me fui a hacer fotos a Belchite con el artista Oscar Sanmartín. Lo van captando todo: el boceto, el collage, el fotomontaje, la cuadrícula, ese proceso intelectual y mecánico... Empiezo a dibujar como los antiguos: encuadrando con lápiz blanco en el lienzo y luego empiezo a dibujarlo. Y a colorearlo. Y paralelamente viene Óscar a casa, y me reprocha que no utilice el photoshop, las nuevas tecnologías... Hace una portada con el ordenador, y es muy chulo ese contraste, es la clave de la película... Yo estoy en otro mundo, todavía, y él en el actual. Eso me define. Al final de la película yo destruyo el collage. ‘Belchite’ es otra vanitas. Es un homenaje al cielo de Pradilla sacado del cuadro de Juana la Loca y a los pintores que hacían ruinas. Ha sido muy agradable y a la vez intenso y laborioso: han sido por lo menos 40 días de grabación.
-¿Qué es lo que más le emociona ante la muestra? ¿Qué balance hace de 40 años de trabajo?
-La gente me da la enhorabuena. Hay expectación. No he notado ningún síntoma de recelo o de envidia... Tengo la sensación de que los pintores desde que escribó ‘Zaragoza. La ciudad sumergida’ (Onagro, 2008) me miran de otra forma: con mi libro he reivindicado a esos pintores que hemos estado ahí, en la trastienda, en los años 70, que no se nos ha hecho mucho caso, y ha reforzado a una “generación perdida” y su autoestima. Y no solo eso: creo que es un viaje hacia una porción de la historia del arte de Zaragoza y Aragón.
-Ha dicho en alguna ocasión que esta muestra sería la última en Zaragoza...
-Quiero que sea mi última: no tanto una despedida como una llegada a la meta. Una metáfora de los 400 metros o de los 40 años de trabajo. Está dedicada a Victorina de Trasobares. Victorina Gil, mi madre. Recuerdo que, mientras se recuperaba de un infarto cerebral, me dijo: “Chico: ¿sabes lo que te digo? Zaragoza me ha decepcionado. A mí lo que me gusta es mi pueblo”. Me quedé helado. Me impresionó. Siempre me había dicho lo contrario. Tengo sueños con ella. Hace pocos días fui a verla a la casa del pueblo. Y ella estaba allí, feliz, como si no se hubiera muerto en 1994. Me pareció un sueño muy bonito. Por eso a veces le digo que me llegan mensajes desde los oscuros confines.
*La primera foto es de Apudepa; la tercera de Trébago. La segunda, con Eduardo tumbado en el suelo, es de Vicente Almazán.
SANTIAGO LAGUNAS: UN DICCIONARIO

SANTIAGO LAGUNAS POR SÍ MISMO:
APUNTES PARA UN DICCIONARIO
Antón CASTRO
Santiago Lagunas Mayandía nació en Zaragoza en 1912 y falleció en 1995. Es, sin duda, uno de los grandes personajes de la cultura aragonesa del siglo XX; por su condición de miembro y líder del Grupo Pórtico también ha ocupado muchas páginas en los manuales de Historia del Arte, entre ellos, por poner un ejemplo incontestable, el Summa Artis. Tuve la fortuna de conversar con él, en su casa de la calle Verónica, al menos en cuatro ocasiones y luego realicé varios reportajes sobre distintos aspectos, entre ellos su pasión por la fotografía, siempre con la colaboración de sus hijas María Pilar y Ana María Lagunas Alberdi. Estos Apuntes para un diccionario del artista están basados en sus declaraciones, en sus escritos y en textos de algunos especialistas de su obra como Manuel Val Lerín, Manuel García Guatas, estudioso del proceso de remodelación del cine Dorado, Juan Manuel Bonet, Dolores Durán, Concha Lomba, Ángel Azpeitia, Federico Torralba Soriano (que definía a Lagunas como “un hombre apasionado y apasionante”), etc. El grueso del texto se fundamenta en tres entrevistas que se hicieron en 1989, en 1991 y en 1994, con Manuel García Guatas, Manuel Val, Úrsula Heredia, sus hijas y el fotógrafo Rogelio Allepuz como testigos, y que aparecieron en El día de Aragón y en El Periódico de Aragón, y en otra realizada a sus hijas que apareció en Heraldo de Aragón en 2004. También hay testimonios de otras conversaciones con Ángel González Pieras, Genoveva Crespo y de su necrológica, publicadas en el diario decano de la prensa aragonesa. Estos apuntes no quieren ser un estudio exhaustivo sino una invitación a ingresar en un universo complejo, rico y fascinante.
ABSTRACCIÓN
Sin duda es la palabra clave en su credo artístico. Fue una revelación para él apoyada en algunos artistas pero también en un proceso íntimo de destilación de experiencias y de actitudes. Decía Lagunas: “La abstracción es la capacidad de trascender la realidad. Es un proceso complejo y misterioso. La realidad se puede percibir, como el esplendor y la gloria, como la huella del ángel, y nos puede llegar en forma de palabras, de sonidos y de formas que nos permiten hacer algo analógico. Esto es el arte: una realidad interior, una luz que se enciende, algo que está fuera de lo humano. San Juan de la Cruz lo percibe con claridad y su Cántico espiritual, el poema que me ha acompañado durante 20 años, es el fruto de esa adivinación, de un diálogo del inconsciente. El arte requiere una abstracción total y nosotros llegamos a ella por necesidad. Queríamos realizar una pintura que se refiriese al inconsciente y que no fuese figurativa, y de ahí que nuestra obra sea abstracta y expresionista”.
AMOR
Santiago Lagunas vivió una gran historia de amor. Durante sus estudios de Arquitectura en Madrid, en la inmediata posguerra, un día vio por la ventana a una mujer, en otra ventana, a unos 50 o 60 metros de distancia. Entonces él vivía en la casa de una familia cuyo responsable era conductor. Se obsesionó con la muchacha a la que observaba a diario en una escena que hace recordar La ventana indiscreta de Alfred Hitchcock: rubia, airosa, de una incesante sonrisa. Era Ambrosia Alberdi, vasca, y tenía una compleja biografía detrás. Todos la conocían por Marichu. “Al cabo de unas semanas nos hicimos novios. El amor ha sido fundamental en mi vida y también en mi pintura”, recordaría Lagunas en 1994. A partir de entonces, iría a verla a San Sebastián. Solía llevar acuarelas que le vendían en la Sala Hernández. Cuando le vendían una cantidad considerable de originales, pernoctaba más tiempo en San Sebastián. Lagunas recordaba con entusiasmo aquellos días de pasión y felicidad, de paseos por la playa de la Concha con su amada, que le revelaría que “había estado en un campo de prisioneros en París con su madre y algunos de sus hermanos; otros se habían diseminado en el frente de guerra”. Santiago Lagunas, para poder casarse con ella en 1941, tuvo que arreglar algún papeleo vinculado a ese proceso de cautividad de su novia.
ARAGÓN
“Como pintor he desarrollado en Aragón, prácticamente, toda mi actividad artística. Aragonesas son las vivencias que afloran en mi pintura. Mi rotundidad de expresión, la racionalidad y la pasión de mis planteamientos. Soy zaragozano, aragonés por nacimiento y raíz, nacido de padre turolense y madre zaragozana. El ser aragonés me ha proporcionado la visión universal de la pintura, el arte y la vida”. Así lo escribió en el libro Pintores de Aragón (DGA, 1990).
BELLEZA
A Ángel González Pieras le decía, en Heraldo, el 21 de abril de 1991, tras su exposición en la Lonja, comisariada por Manuel Val: “En la vida hay que enseñarlo todo. La propia vida es un camino de aprendizaje. En eso nos diferenciamos de los animales. Pero la belleza procede de las revoluciones que se producen en el corazón humano. Dios es tan generoso que ha concedido a algunos hombres la posibilidad de expresar lo que les acontece interiormente con juegos sencillos, analógicos, a la medida del propio ser. El corazón del hombre necesita el arte para vivir. Sólo hay que bucear en el interior de la persona y descubrir el misterio del cuadro”.
CARICATURAS
Lagunas era un virtuoso. En el dibujo, en la pintura figurativa o abstracta, en la fotografía y, por supuesto, en la Arquitectura. Uno de sus grandes especialistas, Manuel Val Lerín, ha recordado en su biografía en el catálogo La puerta abierta: el inicio de la abstracción. Grupo Pórtico y Grupo Zaragoza que antes de la Guerra Civil “aparece en escena la faceta de humorista con la presentación en el Centro Mercantil de una serie de caricaturas de personajes conocido de su entorno. Este exposición le ocasionó problemas con algunas de las personas caricaturizadas”.
CÓMPLICES
Fermín Aguayo y Eloy Giménez Laguardia eran delineantes, trabajaron juntos y fue Aguayo quien llevó a Laguardia a la casa de Lagunas. Y fueron sus cómplices: sus discípulos inicialmente, sus compañeros de viajes, sus amigos, artistas con un talento indiscutible. Curiosamente, luego Eloy y Santiago serían cuñados: Laguardia se casaría con Pilar Lagunas. Lagunas los retrató así: “Creo que eran gente como yo. Vibraban por el color y la forma. Eloy era muy triste, tenía los reflejos de su vida triste, pero era quizá el más hondo de los tres porque había sufrido mucho. Y Fermín Aguayo era un atormentado. Claro, teníamos muchos más enemigos que amigos. ¿Qué como era yo, cómo era mi carácter? Yo era una suma de todo eso. También era un atormentado. Fermín Aguayo se marchó a París. Fue un shock tremendo: había perdido la fe en el arte abstracto. No lograba dar con su ritmo y se fue escurriendo hacia una figuración muy personal”. Con todo, así como Eloy G. Laguardia fue dejando poco a poco la pintura, Fermín Aguayo no la abandonó jamás: recobró el impulso de la figuración de sus inicios y desarrolló una obra personal, próxima en algún instante a Nicolás de Stäel, sólida, equilibrada, muy lejos de aquella percepción inicial que había tenido de la abstracción: “La primera reproducción que vi de un cuadro cubista me pareció más natural, más lógica que un cuadro clásico”. José Orús, amigo de Lagunas y de Aguayo, recordó así al pintor burgalés: “Aguayo tuvo suerte en París. Lo contrató muy pronto la galería Jeanne Bucher de París, que le daba un sueldo mensual. Tuvo dificultades pero vivió de la pintura. Se casó en ‘artículo mortis’ con su compañera Marguerite, y yo creo que vivió casi toda su vida sin papeles. Le gustaba Velázquez. Era un excepcional artista que evolucionó hacia un mundo intimista y poético”. Aguayo ha sido objeto de antológicas en el Palacio de Sástago y la Lonja en Zaragoza y en el Museo Reina Sofía de Madrid.
DESDÉN
“A la crítica solo le interesaba lo que cabía en una mente convencional. A Aguayo, a Laguardia y a mí solían llamarnos el ‘tercio extranjero’”.
DORADO
Santiago Lagunas fue no solo el maestro de la abstracción, el líder del grupo Pórtico más definitivo, sino un importante arquitecto de su ciudad. Fue decano del Colegio de Arquitectos de Aragón y Rioja entre 1975 y 1978, y a él se deben entre otros edificios como el Seminario, 1943, que hizo con Martínez de Ubago y Lanaja, la Clínica de San Juan de Dios, 1946, la casa de la Quinta Julieta, 1960, el colegio del Carmelo, etc. En el verano de 1949 haría el proyecto más osado de su vida, el proyecto “más moderno de decoración arquitectónica de Europa” que fue la remodelación del cine Dorado y desarrollaría una pintura pionera, incomprendida y criticada en Zaragoza, una pintura de inspiración mediterránea, con muchas semejanzas con el mundo de Joan Miró. “Nos perdíamos en la mancha, en el trazo, en los signos, en la geometría. Queríamos hacer un arte que se refiriese al inconsciente, pero a la vez yo siempre me he considerado un artista muy reflexivo, intelectual, como podía serlo Picasso. Teníamos derecho a decir lo que pensábamos, teníamos derecho a pintar lo que pintábamos”. Trabajaron durante 109 días del verano de 1949. Fue una de las grandes experiencias estéticas de Lagunas, de la que no salió bien parado. Nunca llegó a cobrar las 8.000 pesetas que había contratado. Los tres trabajaban en una pequeña estancia que se llamó, en la intimidad, claro, “el cuarto del crimen”, donde desayunaban, comían y cenaban hasta que les vencía el sueño. Y se marchaban a seguir trabajando en el Dorado a cualquier hora, incluso de madrugada.
FE
Santiago Lagunas tuvo una gran crisis que le cambió la vida. Se juntaron muchas cosas: la polémica por el trabajo en el cine Dorado, la marcha de Fermín Aguayo a París, la sensación de incomprensión y vulnerabilidad, la ausencia de encargos en su vertiente más profesional. Un cura dominico, Miguel, lo aconsejó. “Me dijo que tenía dos caminos: el arte y la literatura o la arquitectura. Me dijo: ‘Ante Dios no puedes echar a rodar el porvenir y el pan de tus hijas. No abandones la nave que te proporciona el bien y el dinero para los tuyos’. Yo me encontraba en una encrucijada y, además, tenía y tengo la convicción de que la pintura abstracta es un acto de dolor. Desde entonces, y durante veinte años, mi vida se resume en una sola palabra. Cristo. Cristo. Tras mi jubilación, volví a pintar, pero creo que he sido un pintor de mi época, fiel por completo a mi conciencia de artista”. En esos más de veinte años de silencio, de desarrollo profesional en la arquitectura, Santiago Lagunas leía constantemente a San Juan de la Cruz, redactó algunos sonetos, que se han perdido, y a menudo rezaba el rosario. La crisis fue evidente: el pintor le confesó a la profesora Concha Lomba que había llegado a estar bastante “desquiciado”.
FOTOGRAFÍA
Una de las grandes pasiones de Santiago Lagunas, de las menos conocidas, fue la fotografía. En vida apenas hablaba de ello, pero un día, gracias a sus hijas Pilar y Ana María, pude ver mucho de sus positivos: paisajes, fotos de la reforma del cine Dorado y motivos más o menos sombríos que hacía para portadas de novelas policíacas. Decían Ana María y Pilar que Santiago y su hermano Manuel habían instalado el en el baño rectangular de su casa del Coso 92. “Pintaron los muebles de negro, colocaron bombillas rojas y amarillas, e instalaban las cubetas en la bañera. Habían comprado los equipos en Maturana, en la calle del Buen Pastor de San Sebastián, que era una tienda muy buena de fotografía cuyo instrumental procedía de Francia. Allí adquirió mi padre la ampliadora y su primera Leica. Recuerdo que a nosotros, que éramos unas niñas, no nos dejaban entrar. Olía que apestaba a vinagre y ácido acético. No podíamos ni siquiera ir al wáter, aunque los oíamos hablar desde un pasillo ancho en el que jugábamos”. A Lagunas, que estaba bien informado, le interesaba mucho la obra de Ortiz-Echagüe y a menudo participaba en tertulias con José Luis Pomarón, Jalón Ángel, Jarke, Guillermo Fatás Ojuel o Manuel Coyne, a quienes les encomendaba sus trabajos de artista o de arquitecto. María Pilar contó hace algunos años: “recuerdo fotos concretas que hicieron, como la de los bueyes, o ese bodegón para ilustrar una portada de un libro policíaco con un quinqué, los dólares, algunas novelas de Edgar Wallace, el cuchillo del asesino y una pistola, que era de mi tío Luis Alberdi Gaztañaga, hermano de mi madre, que había estado en la División Azul. La enviaron luego a un concurso, pero no ganaron. De las del País Vasco, hay muchas que me gustan: de Orio, Guetaria, Deva, San Sebastián, Ondárroa o Alzola”. Tuvo varias cámaras: una Leica, una Minolta, una Rolleiflex... Al final de su vida, donó ese material y parte de su biblioteca a los Salesianos de La Almunia de Doña Godina.
GUERRA CIVIL
Cuando estalló la Guerra Civil el 18 de julio de 1936, Santiago Lagunas iba a encarar el último curso de su carrera. Estaba en Zaragoza. Fue llamado por el Ejército Nacional y destinado a Aviación. Empezó en Pontoneros, luego lo mandaron a Calamocha y “tuve que hacer croquis para campos de fortuna de aviación. Un día, tras haber levantado el plano de un campo que los nacionales habían arrebatado a los republicanos, el ejército a los republicanos, el ejército enemigo nos sorprendió y ametralló la tienda donde dormíamos. ¿La guerra? Era una tremenda injusticia”. Cuando volvió a casa, se encontró con un panorama desolador. Sus padres habían quedado sin nada. La casa se convirtió en el refugio de las víctimas. Lagunas contaba que en su casa se cobijaron los hijos de un militar que había sido asesinado junto a su esposa.
INFANCIA Y ADOLESCENCIA
Santiago Lagunas tuvo una infancia muy bella. Una infancia casi teatral, de paseos, de disfraces y de juegos. Nació en el barrio de La Magdalena, en la calle Añón. Su padre solía llevarlo a los distintos teatros de la ciudad y en casa se vestía de clown. Asistió a un parvulario, que él llamaba “la escuela de los cagones”. En el colegio le elogiaban su cuidada caligrafía y le afeaban su desgajada sintaxis. Hizo el Bachillerato en el Colegio de Nuestra Señor del Pilar de los Maristas. Una de sus pasiones era ayudar en la carnicería familiar y de vez en cuando, a medida que creciendo, le dejaban ser el joven tendero que vendía los garbanzos a remojo. Cuando empezaba a ser un adolescente aplicado, asistió a la academia del profesor Boví. Y de ahí pasó al estudio de los bajos del Museo Provincial de Bellas que tenían los escultores Carlos Palao (al que siempre consideró un maestro del dibujo) y Pascual Salaverri y el pintor Joaquín Pallarés. Esa época de aprendizaje del desnudo, el bodegón, el retrato y el paisaje serían determinantes en su formación con vistas al ingreso en la Escuela de Arquitectura de Madrid en 1930.
JARABA
Hay muchos topónimos que ayudarían a explicar la vida de Santiago Lagunas: Zaragoza, los Pirineos, Madrid, San Sebastián, París, pero quizá el más modesto y no el menos insignificante sea Jaraba. En los años 40 Lagunas había acudido a los baños con su familia. Entonces, casi como un neorromántico o un pintor melancólico, pintaba paisajes con lluvia, atardeceres envolventes, las hojas que se caían, ponientes que tenía algo de cenicientos, la luz de plata. Una belleza distinta y serena matizada por las gotas de la lluvia, por el cántico del río, por el vértigo de la corriente. “Aquello para mí era muy emocionante, pero hubo un instante en que creí que el paisaje ya estaba muy manido, muy trillado. De repente, se me abrió la luz del cubismo y ahí empezó todo”.
JUGUETES
Contaba el pintor con emoción: “Mi padre era republicano republicano, a carta cabal, amante de la libertad. Perdió su tienda (una carnicería con obrador), se fue a la ruina, y nosotros, mis hermanos Manolo y Pilar y yo, la convertimos en un taller de dibujo. Se llamaba Caperochipi: dibujábamos muñecos de madera y los pintábamos. Era una industria familiar que nos permitía vivir y a mí terminar el último curso de Arquitectura”.
MADRID
La capital de España fue determinante para Lagunas. Allí se fue en 1930 a estudiar Arquitectura. Por muchas razones: allí vio, en la Carrera de San Jerónimo, una exposición de Pablo Picasso, que es uno de los artistas de su vida. Una docena de piezas inolvidables. Allí estaba el Museo del Prado, que se convirtió en el escenario ideal para sus visitas. Estaba deslumbrado por Goya, “cumbre del arte”, por Brueghel, por Rembrandt. Diría en una ocasión que en el fondo toda la pintura es abstracta, Leonardo, Miguel ángel, el citado Rembrandt: el artista tiene que hacer un ejercicio de abstracción máximo, de depuración de lo que ve o lo que sueña, para ejecutar un cuadro. Madrid también significó el contacto con escritores, arquitectos y pintores. Confesaba Lagunas: “En Madrid me hice amigo de muchos pintores. Allí estaba mi gran amigo Manuel Martínez de Ubago, que dibujaba maravillosamente; haría, muchos años después, el Seminario de Zaragoza con su padre. Una de las anécdotas más curiosas que me pasaron en Madrid fue con Pío Baroja. Yo le había comprado un cuadro a su hermano Ricardo Baroja por dos mil pesetas. Por entonces yo era un gran lector de Pío Baroja; un día que venía de la Feria del Libro de la Gran Vía hablamos de una trilogía que había escrito sobre Madrid. Era tal como lo ha pintado la historia: muy huraño”.
MAESTROS
Decía Lagunas: “Yo siempre me he sentido un pintor reflexivo. Queríamos ser un modelo de pintores. De ahí que Pablo Picasso haya sido nuestro gran maestro, el artista inimitable a emular, aunque jamás despreciamos a Joan Miró ni a Georges Braque. Picasso era un pintor de rasmia e imaginativo, pero Picasso era más intelectual. También nos fascinaba Paul Klee por sus signos y sus misterios. Toda la obra de Klee es un absoluto misterio. Como lo es la de Miguel Ángel. ¿Vasili Kandinsky? Yo no cito nunca a Kandinsky, que también supone un cambio importante, pero un cambio en frío. Creo que no es sincero. Su obra no emana de una vida auténtica y dolorida. ¿Salvador Dalí? No voy a decirle nada. Es el pintor petardo. Carece de vida”. En sus críticas a Dalí insistió en varias ocasiones: Lagunas no tenía química ni con su obra ni con su actitud vital ni con su condición de adelantado de su época. Precisaba: “Pórtico no se levantó exactamente contra nadie ni contra nada. No nos gustaba Daniel Vázquez Díaz, pero nos parecía un gran artista. Todo lo que contrario que Salvador Dalí o Benjamín Palencia. El arte necesita un mínimo de inteligencia para ser entendido”.
NIKÉ
El grupo pictórico Pórtico nació de las tertulias de los años 40 en el Café Ambos Mundos, que estaba enfrente del quiosco de José Alcrudo, y se consolidó del todo en el legendario Café Niké, que estaba en la calle Requeté Aragonés, hoy Cinco de Marzo. El café era una cosa de día y otra cosa, completamente distinta, de noche. Se transformaba. Por la tarde era un apacible local, de aroma burgués, para merendar y tomar chocolate con churros o café con nata. Y de noche era un hervidero de agitaciones, de propuestas, de bromas, de burlas, de deseos de transformación. De ahí saldrían, a partir de los años 50, un grupo heterogéneo de poetas, narradores, cineastas, rapsodas, editores, artistas, etc., encabezado por Miguel Labordeta y Manuel Pinillos. Pero antes, en los 40 ya, empezaron a fraguarse muchas cosas. Santiago Lagunas diría: “Por el Café Niké iban José Manuel Blecua (que defendería, frente a las posiciones del crítico literario Luis Horno Liria, la importancia del arte nuevo, Ildefonso-Manuel Gil, Manuel Derqui, José María Aguirre y Manuel Berdún Torres. Nosotros entonces hacíamos una pintura figurativa y digna, pero ya empezábamos a pensar que el arte es una cosa de la mente. Tampoco podíamos negar las razones literarias e inteligentes que apoyaban nuestros proyectos”. Cuando en abril de 1947 se inauguró en el Centro Mercantil de Zaragoza la exposición Pórtico presenta nueve pintores –compuesta por Fermín Aguayo, José Baqué Ximénez, Alberto Duce, Vicente García, Manuel Lagunas, Santiago Lagunas, Vicente López de Cuevas, Manuel Pérez Losada y Alberto Pérez Piqueras, que formarían el grupo ‘Pórtico’ original que se reduciría luego a Lagunas, Aguayo y Eloy Laguardia- se organizó un ciclo de conferencias. Pascual Martín Triep, periodista de Heraldo de Aragón, habló de ‘Cuadros para una exposición’, el crítico literario Dámaso Santos abordó ‘Lo nuevo como fenómeno y como necesidad en el arte’, José Manuel Blecua, profesor entonces en el Instituto Goya, disertó sobre ‘Dos ismos en pintura y literatura’, e Ildefonso-Manuel Gil, escritor, profesor y ex administrador de Heraldo habló de ‘Historias de una afición a la pintura’. Lagunas tuvo palabras de gratitud para todos ellos, pero especialmente para Martín Triep, que prologó ese primer catálogo y subrayó que “un fuerte eslabón, de noble metal, los relaciona y justifica el que se haya reunido su obra en este conjunto tan interesante: la honestidad de su arte, la emoción de su pintura, la sinceridad de su propósito”. Dijo del periodista: “Tuvimos muchos problemas y enemigos, pero él defendió nuestra estética. Era un individuo muy ácrata. Nosotros también éramos muy ácratas”.
PINTURA
“La pintura (la más hermética de todas las artes) brinda, con la abstracción pura, un abanico de posibilidades, sin sujeción alguna a formas externas y aparentes de las cosas. Sin embargo, refleja lo más característico de la creatividad del pintor que ejercita bien su inconsciente. Digamos que es una mina que el pintor lleva dentro de sí. En el fondo, amor. Amor por las formas y amor por la pintura, expresados en el trabajo humano, de lo que parece realmente inaprensible. Y no es así... El pintor abstracto refleja unan riqueza de formas expresadas por el dibujo, y que guardan una estrecha relación, como ya se ha dicho, con el propio inconsciente. Esta es la teoría y la práctica que mueven desde hace ya tiempo mi pintura”. Por completar esta voz, decía Lagunas en 1991: “Los pintores, como las estrellas, somos astros que lanzan sus destellos. El pintor es un ser humano que obedece a su propia intuición y a su inconsciente”.
PÓRTICO
Esta entrada también se podría llamar José o Pepe Alcrudo, librero. Con apenas 18 años mataron “por masones” a su padre y a su tío, José Miguel y Moisés, ambos médicos de filiación anarquista. Él se salvó “por los pelos, quizá porque no me vieron cuando los vinieron a buscar”. Luego trabajaría en el Gran Hotel y también se marcharía a hacer las Américas. Regresó, adquirió el quiosco de la Plaza de Aragón y montó allí la librería Pórtico, que tenía una especie de sótano lleno de pequeñas maravillas: libros extranjeros o prohibidos de poesía, de narrativa o de arte. Allí se formarían aquellos jóvenes hambrientos de otras realidades. Era un lugar de citas, de tertulias, de intercambio de inquietudes. Entre los contertulios o asiduos del quiosco, figuraba Santiago Lagunas, algo mayor que Alcrudo. “La librería Pórtico fue esencial en nuestra formación: allí conocimos las cosas francesas, la gran literatura, las novedades de última hora y, por supuesto, a Picasso, Matisse, Klee o la gran obra de Rafael de Urbino. Todo era clandestino en aquella época. Con Pepe Alcrudo hablábamos de los libros importantes que él nos reservaba”. Y no solo eso: Alcrudo fue su primer mecenas: les patrocinó la primera exposición en el Casino Mercantil de Zaragoza, en abril de 1947. Al año siguiente, en enero, la galería Buchholz y Pórtico presentaron en el mismo espacio la muestra ‘4 pintores de hoy’, que era Palazuelo, Lara, Lago y Valdivielso. Santiago Lagunas pronunció una conferencia; el catálogo que había escrito Lagunas de manera anónima, la muestra y la charla desataron una polémica en la prensa zaragozana que culminó con una multa a Lagunas y con una querella contra José Alcrudo. “La Asociación de la Prensa ser querelló contra Pórtico bajo la acusación de injuriar a los críticos de arte locales. Hubo un acto de conciliación y se resolvió el caso. De aquel suceso recuerdo una noche memorable con Lagunas y otros preparando el escrito de descargo. Era una ironía completa pero, tal y como nos propusimos, coló”, recordaría en diciembre de 1993. Con todo, de ahí derivó ya su distanciamiento prudencial del grupo, aunque colaboraría con la colectiva Pintores de Aragón que se inauguró al mes siguiente en la galería Buchholz de Madrid. En la galería Stvdio de Bilbao, en abril de 1948, los artistas de Pórtico ya eran solo cinco –Manuel Lagunas, Santiago Lagunas, Fermín Aguayo, Alberto Pérez Piqueras y Eloy Giménez Laguardia, que se integró al proyecto-, y en junio regresan a la Buchholz solo tres, el núcleo definitivo del denominado Grupo Pórtico, que ha sido la formación pionera de la abstracción en España: Fermín Aguayo (Sotillo de la Ribera, 1926- París, 1977) y Eloy G. Laguardia (Zaragoza, 1927). Los dos, Aguayo y Laguardia, coincidirían como delineantes en la escuela técnica de Maquinaria y Fundiciones del Ebro. Más tarde, con el veneno de la pintura en el cuerpo, se incorporarán al estudio de arquitectura de Lagunas en el Coso 92. En 1995, cuando falleció Lagunas, Eloy G. Laguardia, que no se prodigó nunca demasiado, recordó a su amigo y cuñado, y resumió así la importancia de Pórtico: “Con Pórtico a finales de los 40 quisimos romper con el ambiente que existía; una pintura manejada por las fuerzas políticas o por una cultura retrógrada que se refugiaba en el mercantilismo o en la fácil”.
REVISTAS
Santiago Lagunas fue un agitador cultural. Enérgico, combativo y desafiante en ocasiones. Estuvo muy vinculado con algunas revistas que anticiparon la modernidad en Zaragoza. El caso más claro es Ansí (1952-1955) para la que hizo varias portadas e ilustraciones, e incluso fue redactor, coordinador y escritor en sus tres últimos números, 6, 7 y 8. Realizó algunos dibujos para un poemario de José María Aguirre, en el que el escritor y traductor de T. S. Eliot trabajó durante años: Variaciones sobre una desconocida (1972-1991). Y también colaboró con Despacho literario de Miguel Labordeta y en Almenara. En 1978, firmó algunos textos en el periódico quincenal Andalán.
SEVILLA
Al pintor y arquitecto le gustaba mucho contar algunos mitos personales. Por ejemplo, le encantaba hablar del Teatro Principal y de su primo Salvador Martínez Blasco, que era escenógrafo del Teatro Principal y además pintor. Con él acudió, con apenas 17 años, a la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929, para la que trabajo José Bello Lasierra, Pepín Bello. Recordaba el artista que había descubierto la pintura y la arquitectura gracias a él. “Yo creo que me tenía admiración porque yo era capaz de hacer apuntes de personas, de vivos. Con él fui a la Exposición Iberoamericana de Sevilla. Fue una experiencia memorable. Participaba en el Pabellón de Aragón y hacía unos papeles pintados que pegaba en el suelo. Pintaba la perspectiva de los paisajes urbanos y para mí era una cosa muy emocionante. Pintaba con cola de conejo que yo le hacía”.
RETRATOS
El día siguiente a su fallecimiento, un 28 de mayo de 1995, aparecieron algunos homenajes y retratos de gente que estuvo muy cerca de él. Dijo el historiador del arte Manuel García Guatas: “Fue por encima de todo un gran pintor, al que su formación como arquitecto le influyó mucho. Supo insuflar la pasión que sentía por la pintura en Aguayo y Laguardia. Esta es una de las características de su arte: la pasión, unida a un sentido místico y religioso”. Y el librero José Alcrudo dijo: “Santiago Lagunas era un gran pintor, pero eso es secundario respecto a su humanidad y grandeza. Era un hombre genial, bueno e inteligente, y dueño de un humor increíble”. El historiador Gonzalo Borrás lo despidió así: “Es la figura capital del Grupo Pórtico, sin él no hubiera existido. Fue el alma de la primera abstracción española y en España hoy nadie discute que este grupo fue anterior al Dau-al-set. Él tuvo un importantísimo papel cultural en nuestra ciudad y su muerte es una gran pérdida. Perdemos a la persona, pero Aragón posee un patrimonio extraordinario: su obra”. Y, entre otros, el crítico y profesor Ángel Azpeitia dijo: “Es el pintor representativo de la vanguardia de posguerra. Su obra es una síntesis de la construcción y la expresión”.
TORRALBA SORIANO, FEDERICO
Fue un personaje sumamente complejo y curioso, apasionado por el arte. Igual le interesaban el arte oriental o griego que Francisco de Goya, Antonio Saura o el Grupo Pórtico, al que apoyó y presentó en la Lonja. Con el paso del tiempo se desencantó del arte contemporáneo. Decía: “Mientras antes con los surrealistas o con los grupos de vanguardia funcionaban la intuición, la sabiduría, el trabajo o la inteligencia, ahora no. Todo es gratuito”. En 1994 contó que a mediados los años 40 recibió una beca en Francia para estudiar arte. En Francia el preguntaron a quién quería como director de su proyecto; contestó sin dudar: a Jean Cassou. Decía: “Algún tiempo después, tras organizar en la Lonja el I Salón Aragonés de Pintura Moderna, donde se mostró por primera vez la pintura no figurativa, lo que iba a conocerse como arte abstracto, fuimos con Santiago Lagunas y su mujer Maruchi a ver a Cassou a París. Le llevamos fotos de su obra y de la de Fermín Aguayo y Eloy G. Laguardia. Eran fotos de La Lonja y de la decoración del cine Dorado. Entonces fue cuando él nos dijo que debíamos llamar a aquel empeño Escuela de Zaragoza, denominación que luego asumió Ricardo Santamaría. Aquí, en este asunto de Pórtico, ha habido mucho embrollo, demasiadas imprecisiones. El grupo Pórtico no es el creador de la abstracción, sino que son dos miembros que se escinden del grupo, Lagunas y Aguayo, y otro que no estaba, Eloy Laguardia, los que comienzan con esta ruptura. Los documentos lo prueban”. Aquella muestra se abrió el 11 de octubre de 1949. Torralba conservaba varias fotos de París con Maruchi Alberdi en el invierno de 1950, realizadas por Santiago Lagunas.
VIDA
“He querido ser un buen chico al que se le ha presentado la vida con sus caracteres verdaderos: uno de ellos es el dolor y otro es la fe”, decía Lagunas el 12 de junio de 1994. La frase también podía ser su epitafio.
JAVIER TOMEO: MICROS PÓSTUMOS

Los cuentos del humorista lírico Tomeo
Páginas de Espuma publicará los textos breves de ‘El fin de los dinosaurios’ del autor altoaragonés
Javier Tomeo (Quicena, 1932-Barcelona, 2013), como uno de sus personajes, entró en el hospital de paso, para aliviar lo que parecía una leve dolencia, y ya no salió con vida. Como si barruntase el adiós, había entregado tres libros a sus editores: la novela breve, ‘El hombre bicolor’, a Jorge Herralde de Anagrama; una colección de cuentos de ‘Vampiros y alienígenas’ a Enric Cucurella de Alpha Decay, y una serie de microrrelatos o textos hiperbreves al editor aragonés Juan Casamayor: alrededor de 160 piezas. Le mandó una primera versión y, poco antes del fin, aún le envió una segunda con correcciones. Y esa es la que publica el editor de Páginas de Espuma con un título de uno de sus cuentos: ‘El fin de los dinosaurios’.
Juan Casamayor recuerda que una vez Javier Tomeo le prometió “un libro especial, diferente los que publicas” de microcuentos. Ese es el volumen que sale próximamente con una portada que incorpora, entre otras cosas, el castillo de Montearagón: Javier Tomeo le tenía un cariño especial a esa fortaleza; desde su tumba en Quicena puede verse con su majestuosidad decrépita. Formaba parte de sus sueños, de sus recuerdos, igual que el paisaje escarpado de La Cobertera.
El volumen, de apenas 200 páginas, lleva un prólogo de Casamayor, que explica cómo se fraguó el volumen y las sucesivas reescrituras de Tomeo, e incluso el título; el conjunto tenía un epígrafe general de “literatura de precisión. Mini y microrrelatos”, tal como señala Juan Casamayor en su nota de editor. Lleva dos textos de dos de sus mejores amigos y estudiosos: Ismael Grasa, que era su chófer accidental, su colega y su escudero, y Daniel Gascón, que fue el responsable de la edición de las casi mil páginas de sus ‘Cuentos completos’ (Páginas de Espuma, 2013). El libro, además, se acompaña de casi una veintena de páginas de un ‘Diccionario Tomeo’, elaborado a partir de sus propias palabras en libros y entrevistas.
Ismael Grasa dice que el libro “es una síntesis íntima y final de su literatura”, “un resumen de sus motivos habituales al que le ha dado un tono crepuscular”, y señala que en los últimos libros, como ‘Constructores de monstruos’ (Alpha Decay 2013), ya estaba más cerca de “lo entrañable y lo simpático que de lo inquietante o perverso”. Recuerda, con Félix Romeo y otros, que no era un escritor intelectual, “quizá tuviera algo de niño grande” y de “humorista lírico” que se sirvió de “la monstruosidad, física o mental, para cantar a la belleza del mundo”.
Daniel Gascón lo define como un visionario y un humorista y recuerda que los textos son cuentos en un sentido estricto, diálogos o aforismos, y que suelen presentarse como un conjunto de variaciones, en algunos casos. Señala que están próximos al primer Rafael Azcona y ‘La Codorniz’. Afirma que “estos minicuentos, que ganan con la relectura, forman parte de un autorretrato” de alguien que cuya la literatura “es aparentemente absurda y está alejada del realismo”.
En ‘El fin de los dinosaurios’ están, de nuevo, los mitos, los animales y los peces, la plantas, los seres amputados, Drácula (al menos en dos ocasiones), los monstruos, el misterio de la noche, los amores imposibles, las muñecas, la confrontación con los clásicos, Caperucita, los relojes que hablan o esas vacas o lobos que, a veces, responden a una entrevista. Un lobo, por cierto, dice: “Lo siento, pero tampoco yo estoy vivo. También a mí me mató hace años la soledad”. Como se ve, Javier Tomeo en estado puro.
*Javier Tomeo por Aloma Rodríguez.
HOMENAJE A JAVIER TOMEO CON ENRIC CUCURELLA Y ANTÓN CASTRO

HOY, EN BARCELONA, CITA CON JAVIER TOMEO Y SUS MONSTRUOS
Hoy lunes 27 de enero a las 19.00 horas en la Biblioteca de Sant Antoni-Joan Oliver (C/ Comte Borrel, 44-46, Barcelona) tendrá lugar una conferencia-charla sobre nuestro querido Javier Tomeo (1932-2013), en la que participarán el editor de Alpha Decay, Enric Cucurella, y el escritor y periodista Antón Castro, moderados por Carmen Danés.
Hablarán de toda la obra del autor aragonés, con especial énfasis en dos libros publicados por Alpha Decay: ’Constructores de monstruos’ y ’Los enemigos’.
*Esta estupenda ilustración es de Luis Grañena.
'DECIR ADIÓS' DE J. EMILIO PACHECO
[Se ha ido para siempre José Emilio Pacheco, el gran poeta mexicano que recibió el Premio Cervantes y el Premio Reina Sofía en 2009. Este poema, quizá premonitorio, tiene algo de elegía y de epitafio. Pertenece a un libro realmente hermoso, ‘Ciudad de la memoria’ (1986-1989), dedicado a la memoria de Fayad Jamís y Enrique Lihn. Lo tomo de la colección de poemas ‘Tarde o temprano’ (1958-2009), que publicó la colección Nuevos Textos Sagrados de Tusquets. Es un poema realmente intenso. Lo traigo aquí para los amigos de la palabra y de este poeta de la claridad y de la belleza y del tiempo; él solía decir que el tiempo es el tema fundamental de su lírica y quizá de su vida.]
DECIR ADIÓS
Acércate al oído y te diré adiós.
Gracias porque te conocí, porque acompañaste
un inmenso minuto de la existencia.
Todo se me olvidaré en poco tiempo.
Nunca hubo nada y lo que fue nada
tiene por tumba
el espacio infinito de la nada.
Pero no todo es nada,
siempre queda algo.
Quedarán unas horas, una ciudad,
el brillo cada vez más lejano de este maltiempo.
Acércate y al oído te diré adiós. Me voy
pero me llevo estas horas.
Tomo la foto de aquí
https://antoncastro.blogia.com/upload/externo-5e7549e930c2bcd4e83dd5db627d0ff8.jpg
ANA PÉREZ CAÑAMARES: POEMAS

[Ana Pérez Cañamares acaba de publicar en Devenir el poemario 'Las sumas y los restos', que recibió el premio Blas de Otero. Tiene la gentileza de enviarme una selección de poemas.]
Despierta cada día con orgullo
por haberte traído hasta aquí.
Pero para viajar más allá del espejo
arrepiéntete. Arrepiéntete.
Antes de salir al mundo, levanta
un memorial a los ahogados.
Sus cuerpos son los escalones
que te llevan hasta la calle.
*
Para Vicente y las Pandoras
Primeramente quise ser cada hombre
cada mujer.
Creí que el mundo
-conmovido por mi afán-
se dejaría descifrar
como un jeroglífico.
Pero ni la vida es una sopa de letras
ni yo he llegado a aprender
el abecedario.
Y aunque primeramente quise encontrar
la palabra exacta
para cada cosa
ahora soy por fin una niña que balbucea
fascinada por la belleza
de su fracaso.
*
Ahora lo entiendo. Por mucho
que haga garabatos en la agenda
la vida tiene sus propios planes.
Yo propongo bocetos.
La vida pinta cuadros.
Sólo ella tiene todos los colores.
*
Para Varsovia
Estoy tomando una cerveza
frente a lo que fue tu casa.
Ahora tu casa es un símbolo
y los símbolos no son habitables.
Para ti debió de ser
lo que nunca tendrían
que dejar de ser las casas:
entrechocar de platos
risas que estallan
sábanas estiradas para proyectar
la película velada del sol:
una película que habla de felicidad
o cuanto menos
de la seguridad de un refugio.
Refugio del trasiego y los ruidos de la calle.
Nunca del horror.
A través de los visillos
el horror no se presupone.
Me cuentan historias. Soldados
lanzando niños a través de las ventanas.
Soldados cortando barbas y patillas
a navaja, en la calle, carnavales de humillación.
Me cuentan historias, pero tu casa
no parece propiedad del infierno.
Está vieja, sí, y hay algún agujero de bala
bajo un alféizar, como marcas de los dedos de dios
al hundirse en arcilla. Distinguiendo
a los elegidos de los condenados.
A pesar de todo, como todas las casas,
sigue teniendo algo
de tierno y de inexpugnable.
Estoy bebiendo una cerveza.
No a mi salud, ni a la tuya.
¿Qué podría decir de ti?
De ti no tengo recuerdos
y siento pudor de imaginarte.
Tengo memoria de la humanidad.
Aún la tengo. Y tengo también una casa.
La recuerdo ahora: los platos
las sábanas, las cortinas, la puerta:
el foso que ningún ejército
ha puesto a prueba. Los tesoros
que me delatan como ilusa propietaria.
Pero más allá o más acá de las casas
hay un lugar. Un lugar que
aunque queramos compartir
aunque quieran invadir
no es un territorio ni una ruina.
Es el lugar al que escapaste
un segundo antes de que la puerta
fuera derribada. O un segundo después.
Cuando comprendiste que las casas
pueden parecernos un universo
pero ni siquiera son un país.
Y un grito en otro idioma
las derrumba como cabañas de paja.
No soportan la violencia de los extraños.
Tiene que haber un lugar.
El lugar que no me revela tu foto.
El lugar que otros no destruyen
con palabras o con bombas.
Rata allí no significa nada.
El dolor puede nublarlo
pero no lo tapia.
Es el gueto que levantamos
dentro de nosotros.
La tumba que elegimos ocupar.
No la que nos señalan.
El búnker dentro de ti.
*
para Gsús Bonilla
Lanzamos mensajes de texto
correos electrónicos
entradas en bitácoras
igual que los náufragos
lanzaban al mar sus botellas.
Pedimos que nos rescaten
de nuestras islas sin playas.
Como siempre, hay mareas
turistas y mirones numerosos
y sólo de vez en cuando
uno entre la multitud
entiende nuestra letra.
ENRIQUE VILA-MATAS: UNA CITA
[Pedro Bosqued es farmacéutico y escritor. Casi todos los días selecciona fragmentos de libros: hoy le ha tocado a Enrique Vila-Matas y su Fuera de aquí. Conversaciones con Andre Gabastou. Me envía el texto que ha seleccionado. Hoy, Isabel Verdú le dedica una página completa en 'Artes & Letras' a este libro delicioso, lleno de datos, de confesiones, de fotografías, de textos de la obra de Enrique.]
“Hasta llegué a hacer una breve encuesta en mi barrio. Paraba a los vecinos por la calle y les preguntaba por qué no escribían. Un día, el quiosquero al que le compro los periódicos todos los días desde hace treinta años –si voy a salir de Barcelona los reservo y los recojo a la vuelta-, me presentó a una señora del barrio, a la que – según me dijo el quiosquero- “le habría gustado escribir”. De inmediato, le pregunté a aquella señora por qué había preferido no hacerlo. Su respuesta fue decepcionante. Me dijo simplemente: “Porque no tengo tiempo”. ¿No tenía tiempo? No tenía aquella mujer ni la menor vocación de escritura, porque es obvio que si uno desea escribir encuentra tiempo en todas partes. Ese día caí en la cuenta de que la humanidad, en más de un noventa y nueve por ciento, vive completamente ajena a la cuestión del bartlebysmo, también a las diferencias de ser y no ser. Más del noventa y nueve por ciento de la humanidad no se plantea la dicotomía entre ser y no ser. La gente vive y muere y sabe que morirá, pero no es consciente de que en lo opuesto de la muerte está la vida, no la vida corriente (que esa la vive todo el mundo), sino la vida verdadera. En cuanto a la literatura, ha desaparecido. Creo que también el noventa y nueve por ciento de la humanidad no sabe lo que es”.
Fuera de aquí, conversaciones con André Gabastou, de Enrique Vila-Matas. Editorial Galaxia Gutenberg-Círculo de lectores, 2013.
*He tomado la foto de aquí:
https://antoncastro.blogia.com/upload/externo-8858d9542262b07314afa1e2a957806e.jpg