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Se muestran los artículos pertenecientes a Agosto de 2016.

UN AMOR DE VIOLA EN PARÍS: TITA

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Tita, una pasión de Viola en París

 

Edita Hirschová, una artista judía checa que acabó en Auschwitz, fue su novia, barajaron casarse y lo introdujo en la revista surrealista ‘Le Main à Plume’

 

PIES DE FOTO. ANDRÉS FERRER

Un espectacular retrato de la artista Edita Hirschová en bañador. [Esta es la foto que debiera mandar: estamos en verano… y no se ha visto nunca.]

 

 

 

Antón CASTRO

José Viola Gamón (Zaragoza, 1916-San Lorenzo del Escorial, 1987), Manuel Viola para la historia del arte, vivió peligrosamente. Militante del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), de tendencia trotskista, y combatiente en el frente del Ebro, escapó a Francia, y allí participó en numerosas escaramuzas del maquis, de la resistencia contra los nazis que ocuparon París y del surrealismo más activo y revolucionario, en el que militaba, entre otros, el poeta Benjamin Péret, que había combatido en el frente de Teruel. Viola recordaría: “Llego a París, amistad con Péret, Dora Maar, Picasso, empiezo otra vez a creer que es más importante una imagen poética, una línea sobre la tela desnuda, y creo en su interior. Porque el sueño del hombre es muy similar al de todos los hombres. Otra vez la circunstancia, muchas veces matar para no morir (mi ideología ya temblaba)”. Poco después, Picasso lo acoge como ayudante o asistente discontinuo de taller. Dice Viola: “Me hago amigo de Picasso y siento veneración por él. Pienso con Rimbaud que “todo arte auténtico es biografía””.

En París, tuvo una de sus primeras historias de amor conocidas, que ha documentado con minuciosidad el investigador de arte y psiquiatra Javier Lacruz en su libro ‘Manuel Viola. Entre la luz y la tiniebla’ (Editorial Cierzo, 2014). El nombre de su amada era Edita Hirschová, Tita, a la que conoció en septiembre de 1940, tras salir de la casa del artista norteamericano Henri Goetz. Dice Lacruz que se trata de “una judía de origen checo que a comienzos del año siguiente lo acogió en su casa de rue Campagne Première n.º3 y lo indujo a colaborar muy estrechamente la revista ‘La Main à Plume’”, que tenía algo de órgano de provocación y de crítica desde la fe surrealista. Algunos de sus ejemplares pueden verse ahora en la muestra ‘Viola. Obra gráfica’ en Fuendetodos.

Años después, Viola recordaría así a aquella mujer: “Era muy guapa. Tenía planta. Dibujaba y pintaba. Era cojonuda. Y era surrealista. Y es que entonces los surrealistas eran la gente importante en el mundo. (…) Después conviví con ella. Fue detenida en el año 41 y luego volvieron a cogerla”. Viola se movía con la falsa identidad de Manuel Adsuara y había conseguido en el consulado español “una promesa de boda” con Tita. La que años después sería su esposa Laurence Iché, novia entonces del joven poeta Robert Rius, escribió un ‘Dossier Tita’ y dice que le parecía una “antigualla” de 35 años y que “estaba muy sorda y muy miope a la vez, lo que reducía las posibilidades de comunicación y le daba ese mal carácter. Solamente se la oía cuando se quejaba de Manuel Viola, del cual sospechaba posibles infidelidades. No tengo fotos de ella pero puedo describirla muy bien: bastante alta, anchas caderas, gruesa de cintura, largas piernas y unas manos muy bonitas. Sus pequeños ojos con la mirada desconfiada estaban redimidos por una boca bien dibujada, una nariz aguileña y una negra cabellera, corta pero naturalmente rizada”. Estaba casada y separada desde hacía tiempo.

Al poco tiempo de convivir juntos, Tita, que llevaba la cruz amarilla de judía, y Manuel se hicieron novios e intentaron casarse. Ella ilustraba la revista ‘La Main à Plume’, con piezas como ‘Amantes’ (1941), e introdujo a Viola, que aceptó de buen grado porque para él era “una forma de combate”, donde publicó de entrada un poema, un texto sobre Paul Klee y un dibujo sin firma. Y no solo eso: con el norteamericano Henri Goetz, Tita introdujo al aragonés en la pintura.

Vivían en la clandestinidad y para sobrevivir tenían que falsificar obras de arte. Dice Javier Lacruz: “El mercado de cuadros falsos les permitió costear la manutención de varios miembros del grupo, sobre todo de los clandestinos, entre ellos Tita y Manuel. Esta actividad también sirvió para sufragar la edición de la revista y el material de propaganda, entre otras cuestiones”. La Gestapo francesa (“constituida por todos los delincuentes, criminales, policías expulsados del cuerpo y demás ralea”) y la Gestapo alemana perseguían a todos los integrantes y en junio de 1942 algunos fueron detenidos, entre ellos Tita. “A Tita, que la tenían controlada, la detuvieron y la deportaron al campo de concentración de Auschwitz –como a Hans Schoenhoff, por “agente sionista”- y ya no se le volvió a ver más”.

Algún tiempo más tarde Viola fue detenido, como el escritor César González-Ruano, que le dedicó la novela ‘Manuel de Montparnasse’. A los dos los soltaron, casi milagrosamente. Otros como Edita Hirschová murieron en el campo de concentración de Auschwitz o fueron fusilados por los nazis, como Robert Rius, poeta, secretario de Breton y compañero  de Laurence Iché. Ella y Manuel Viola se consolaron sus penas, se enamoraron y en cuanto pudieron vinieron a España a casarse. Lo hicieron en Zaragoza, el 3 de abril de 1949, en la Iglesia de Nuestra Señora de Altabás. Viola, años después, resumió así aquellas andanzas parisinas: dijo que se dedicó a “escribir poemas y pegar tiros”.

 

ROSA MARÍA ARANDA: UN DIÁLOGO

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Rosa María Aranda, allá por los primeros cuarenta, cuando la retrataban Coyne o Aurelio Grasa, tenía un aire a Rita Hayworth con sus rizos al viento. Ahora, con sus 81 años y el desenfado de siempre, anda un tanto insegura por su casa cuajada de recuerdos, de muebles de época, de retratos o dibujos que le hicieron su hermana Pilar Aranda o Menchu Gal. El amor de su vida, Fernando de la Figuera, “fallecido demasiado pronto en 1967”, la mira desde varias fotografías con aquel porte de caballero tocado de bigote. Rosa María Aranda selecciona sus recuerdos al calor de la mesa camilla, junto a sus hijos Alfonso y Carmen.

 

El libro “Paisajes internos. Anecdotario vital” (BArC) brilla al sol, casi tanto como su sonrisa. De golpe, se zambulle en el pasado. Evoca a su abuelo materno Fernando Nicolás, “que tuvo uno de los primeros coches que circularon por Zaragoza”, y Ambrosio Aranda, “que era fantástico, guapísimo, según un óleo que conservamos de él”. Ambos fueron industriales de mérito. Sus padres, Manuel Aranda y María Nicolás, no tardan en aparecer; él, monárquico, era un importante industrial de maderas que iban y venían por barco en medio mundo, y ella era una republicana avanzada, una lectora voraz, que iba a marcar notablemente la cultura de sus seis hijos.

 

         “Gracias a mi madre, todos fuimos grandes lectores. Contábamos con la excelente biblioteca de mi abuelo Ambrosio Aranda, que tenía a Dante con los grabados de Doré, historias del papado, auténticos libros de coleccionista. Y además mi madre nos impulsaba a leer a Marañón, Unamuno y Valle-Inclán”. Rosa María nació en Zaragoza y de inmediato se trasladó a San Sebastián; antes casi de que se echase a andar, la familia fue reclamada en Madrid por “el imperio de maderas de Arturo Nicolás”. Allí, con el domicilio San Agustín 3, frente al Congreso de los Diputados, crecieron los vástagos de los Aranda. Rosa los enumera: Pilar, que se haría pintora de mérito y que se casaría con Francisco San José; Leonor, que atendía el negocio de Casa Aranda de artículos religiosos (casullas, capas pluviales...) de la calle Fuenclara; Virginia, que partiría a Caracas a montar el negocio en ultramar; Fernando, “que fue mi compañero de juego y era un genio: un contador de historias vividas que se atrevió a cruzar el Sahara con camiones llenos de bidés y retretes para las moras”; y Mari Luz, que se dedicó a sus labores y contrajo matrimonio con un excelente operador de cámara de cine. “Yo fui la cuarta chica y pensé a que me iban a tirar a la basura. No fue así y en Madrid fuimos muy felices. Estudié en varios colegios, teníamos muchos amigos y me gustaba ver a mi padre en la partida de tresillo. Además teníamos una finca en Los Molinos y nos íbamos a ella. Allí conocí a un joven delgadito y tuberculoso que iba a curarse, llamado Camilo José Cela, que muchos años después recordaría en la novela ‘Pabellón de reposo’. Y además, en cuanto crecimos algo, me iba con mis hermanas a las tertulias del Casablanca y a la terraza del Ritz”.

 

         Madrid, además, era también la fiesta del teatro porqueManuel Aranda decidió probar suerte como empresario teatral de la compañía Benavente. Y ella y sus hermanas asistían a las lecturas y a los ensayos, y veían de cerca de José Isbert, “una persona maravillosa”, Rafael Rivelles, su mujer María Fernanda Ladrón de Guevara, Milagros Leal o a una jovencita llamada Amparito Rivelles. “A mí y a ella nos tocaban casi siempre las muñecas de la rifa. Pero las cosas no iban bien. A mis padres los arruinó el Banco Urquijo y esa aventura teatral en cierto modo, piense que teníamos un coche Buick con conductor privado, y debimos regresar a Zaragoza. Lo hicimos a principios de 1936 cuando empezaba toda la ‘empanada’ de la Guerra Civil”. Los Aranda Nicolás se instalaron en una casa del Coso, 5 con vistas hacia el Pilar. Una noche, recuerda Rosa María, varios hombres corretearon por los tejados, persiguiéndose y disparando tiros. Y otro día, la joven y secreta escritora, que estaba culminando su bachillerato y veía como las compañeras pasaban sus redacción y cuentos de mano en mano, vio “cómo tres bombas caían en el Pilar. Las vi desde mi casa, asomada a la ventana con mi hermana Virginia, fumándonos las dos un cigarrillo que nos había dado nuestro vecino Balbino Lacosta. Como se lo digo”. Su recuerdo de la contienda y de los años de trifulca nacional puede resultar desconcertante. “Para mí la guerra fue divertida.Me explico: las chicas entonces sólo podíamos salir con señorita de compañía o con doncella. Ni siquiera nos dejaban ir al cine o al teatro. Y de repente, al estallar la guerra, nos dejaban hacer lo que queríamos. Ir al cine, a divertirnos, al teatro. Teníamos libertad. Sabíamos algo de lo que ocurría, claro, entre otras cosas porque nuestra casa acabaría convirtiéndose en parada y fonda de soldados que iban o volvían o huían del frente, de gente más o menos conocida o recomendada que necesitaba ayuda. En nuestra casa llegó a haber 18 camas”. Ya lo hemos dicho: RosaMaría Aranda, que dibujaba patrones para casullas o capas, también le había tomado una gran afición a la literatura. Había publicado un poema amoroso en “Lecturas” en 1936 y perfeccionaba su escritura.

 

         Tras la Guerra Civil, el estudio de pintora de su hermana Pilar, en la calle Fuenclara, se convirtió en un lugar de encuentro. Por allí pasaron en la primera posguerra, entre otros, Federico Torralba, José Camón Aznar, los descendientes de Ramón y Cajal, el pintor Javier Ciria, quizá Pilar Bayona, que tenía mucha relación con su hermana (la retrató en Jaca en 1950), Santiago Lagunas o un joven catalán, músico entonces y futuro crítico de arte y poeta: Juan Eduardo Cirlot. “Le traté muy vagamente, pero sé que era muy amigo de mi hermana Pilar, que era una mujer muy atractiva y despertó grandes pasiones. A los dos les gustaba mucho Egipto”.

 

         Rosa María Aranda ya tenía un rondador, el joven militar Fernando de la Figuera, con el que no tardaría en casarse. De la Figuera era el mejor amigo, el “hermano” del arquitecto y artista Alfonso Buñuel, al cual conoció muy de cerca. “Mi marido lo amortajó con Pepito Bosqued. Se querían como auténticos hermanos. Aunque siempre se le ve serio, pero Alfonso era una persona cultísima, divertidísima, con un increíble sentido del humor que producía numerosas anécdotas. Recuerdo que una vez intentó hipnotizarme sobre un banco de piedra en Peñíscola. Entonces, también frecuentaba a Luis García-Abrines, me dejaba caer por la Tertulia Teatral con Giménez Aznar, etc.”. Y fue en 1942 cuando le ocurrió uno de los grandes acontecimientos de su vida. En aquel trajinar de gentes que iban y venían por su casa, apareció un marino que le contó la historia de español que se enamoró en Odessa y quiso traer a su compañera para España. Y así lo contó en “Boda en el infierno”, novela que publicó Afrodisio Aguado en 1942 y que contrató para el cine el productor Arenaza. La película la filmó Antonio Román y ganó el Premio Nacional de Cinematografía “ex aequo” con “Raza” de Franco. Todo el mundo recibió la dotación económica correspondiente, salvo los dos guionistas: Franco por ser quien era y Rosa “porque no iba a ser más que el caudillo”. Arenaza también le compró la segunda novela, “Cabotaje” (Afrodisio Aguado, 1943), que no llegó a hacerse en película. Y en 1945 apareció Tebib, ya editada en Zaragoza al cuidado de Luciano Gracia.

 

         Rosa María Aranda, con hijos y de lugar en lugar, compaginó literatura y vida familiar. En 1967, le sacudió un trallazo demoledor. Falleció su marido. Y se dijo que tendría que empezar de nuevo: creó una zapatería, “Fernanda”, en PedroMaría Ric, escribió sin descanso y ha sobrevivido bellamente para redactar estas memorias y este diario de escritora.   

 

LA NADADORA, LA DEPORTISTA, LA MODERNA

Rosa María Aranda fue una adelantada a su época. Una deportista constante: lo mismo marchaba a esquiar que nadaba al estilo “crawl” con belleza y rapidez. Sus fotos al borde de la piscina o embutida en un chándal con la gran Z en el pecho no dejan lugar a dudas. Se hizo nadadora en Madrid, en sus tiempos de instituto (estudió en el Cardenal Cisneros, entre otros centros, entre ellos en un colegio de monjas irlandesas donde le pusieron un profesor especial para que hiciese el Bachillerato) y halló en Zaragoza, desde principios de la Guerra Civil, el lugar ideal para practicar la natación en la piscina del Club de Zaragoza de Torrero, que era el lugar de encuentro de muchos amigos. Su profesor fue su propio marido, que había tenido un preceptor de postín: Enrique Granados, hijo del músico Granados, y luego responsable del Canoe de Madrid. “Participé en muchos campeonatos y fui campeona y recordwoman de Aragón durante años. También competí fuera, pero luego me aficioné al esquí, cuando nadie salía apenas a las montañas. Íbamos con Aurelio Grasa, médico radiólogo y excelente fotógrafo. No paraba de hacerme fotos con su maquinita, con Luis Gómez Laguna, etc. Y alguna que otra vez, con mi marido, salíamos de excursión en una de las primeras motos Lambretta que hubo en Zaragoza”. A la vez que hacía deporte, escribía. Tras sus primeros éxitos le contrataron tres novelas de amor por las que le pagaban mil pesetas. “Al final me aburrí. Yo siempre he querido crear lo mío, con libertad, no me apetece escribir al dictado. Para mí la literatura ha sido vocacional, una pasión. Siempre he querido escribir y he querido hacerlo muy bien. Aprender día a día”. En sus cajones, tiene nuevos libros, por ejemplo “Cartas a mis muertos” o una extensa colección de relatos que desearía publicar antes de que la muerte le cierre definitivamente los ojos.  

 

*Algunos meses antes de la muerte, reciente, de Rosa María Aranda conversé con ella acerca de su fascinante vida. Recupero ese texto -hoy estuve con su hijo Gonzalo- y lo pego aquí por si alguien tuviese interés en conocer su apasionante vida.

 

*Esta foto de Rosa María Aranda la publica Bernad Guillén en Fotos Antiguas de Zaragoza.

05/08/2016 10:26 Antón Castro Enlace permanente. Temas aragoneses No hay comentarios. Comentar.

HISTORIA DE LUIS ARAQUE

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Luis Araque, el músico que llegó a todo

 

Historia de este ilustre zaragozano que fue médico, compositor, pianista, director de orquesta y arreglista, y trabajó con Machín, Sepúlveda y Guardiola

 

Antón CASTRO

Para entender la trayectoria de Luis Araque Sancho (Zaragoza, 1914-Madrid, 1971) –“compositor, pianista, director de orquesta, arreglador y poeta”, además de médico, según las definiciones de la época-, casi conviene empezar por su padre, Rufino Araque, toledano, que se instaló en Zaragoza y que realizó mil y un oficios: fue sacristán, militar y barbero de regimiento, practicante, profesor de música y fundador de varias orquestas en Zaragoza, entre otras cosas, según él mismo le contaba a Marcial Buj en una entrevista de HERALDO. De casta le venía al galgo, pues. Luis Araque fue un estudiante modélico e inteligente, que obtuvo en Bachillerato premio extraordinario y matrícula de honor. Ingresó en el Conservatorio y realizó estudios de piano con el maestro Ramón Salvador; cuando estalló la Guerra Civil, en 1936, ya había realizado cinco cursos completos; con solo 18 años, había solicitado la admisión en la Asociación de Profesores Músicos de Zaragoza. 

Se matriculó en la Universidad de Zaragoza en Medicina y de inmediato demostró su versatilidad, su entusiasmo y su capacidad de liderazgo. Se integró en la tuna universitaria, a la que dirigió, y no tardaría en componer una pieza que sigue siendo la más rentable de las suyas en la SGAE: ‘Pasa la tuna’, que llegó a cantar el mismísimo Alfredo Kraus en los años 60 con una leve modificación de la letra. Aquella etapa fue fructífera: eran tiempos de cambio, de jazz y sonidos negros, de foxtrot y music hall, de boleros, tangos y pasodobles, de aprendizaje constante. Luis Araque lo mismo actuaba de solista en pequeñas orquestas que dirigía la tuna o componía. De entonces fue la pieza ‘Ballesteros’, en honor al finísimo e infausto torero Florentino Ballesteros (1893-1917), que había muerto de una cornada. Se dice que tenía tanto éxito con sus piezas, alegres y modernas, que solía cobrar un sueldo medio de 1000 pesetas al mes en liquidaciones de derechos de autor (unos seis euros).

Tras la contienda, culminó su carrera y trabajó de médico militar hasta 1951. Eso sí, jamás había abandonado la música, que era su gran pasión. En 1942, en Madrid, en el Teatro Fontalba había presentado una comedia musical, ‘El capitán Kiriki’, y no había cesado en la composición. El momento clave de su existencia fue en los inicios de los 50 porque creó su propia orquesta. Hizo decenas de temas para otros y se encontró con el cantante cubano Antonio Machín, con quien presentó durante una década el espectáculo ‘Melodías de color’, que fue el escaparate para el gran bolerista, para la Orquesta Internacional Luis Araque y coros y para sus piezas: ‘Mil besos’, ‘Sé que tienes novio’, ‘No sé por qué te quiero’ o ‘Al recordar tu amor’. También firmó un pasodoble taurino como ‘Ópera flamenca’.

Se dice que es autor, con música y muchas veces letra, de 400 temas y que sigue siendo uno de los aragoneses más rentables a la SGAE tras Antón García Abril y Daniel Montorio, entre otros. Hizo discos de casi todo: fue un arreglista de temas gallegos o canarios, creó chachachás y cantaron sus canciones Sara Montiel, Lucho Gatica, las hermanas Fleta, Elia y Paloma, escribió cuatro boleros para José Guardiola, rindió homenaje a Portugal en un disco que grabó la orquesta de Roger Santander (se conserva una carta suya donde le escribe al músico Guillermo Fernández-Shaw, en 1954, para que le traiga dos copias de Buenos Aires)… Y una de las curiosidades de su trayectoria se refiere a otro de sus grandes éxitos: había creado el bolero ‘A escondidas’ para Antonio Machín, pero por distintas razones este no lo quiso cantar, lo hizo Jorge Sepúlveda y fue uno de sus grandes éxitos. Las críticas, y las notas de sus discos, subrayaban esa facilidad para crear “colores orquestales con atrevimiento y modernidad” y a la vez se decía que su obra era de “un hondo romanticismo, donde el sentimiento y la musicalidad adquieren acentos universales”.

La Orquesta Internacional Luis Araque y coros realizó giras por países europeos y, sobre todo, Latinoamérica, donde interpretaba música ligera, variaciones de jazz (Jorge García en el texto ‘El trazo del jazz en España’, con motivo de una exposición en la Biblioteca Nacional, decía que era “uno de los principales personajes del jazz en aquellos años difíciles” de la inmediata posguerra) y algunos de sus temas más personales: ‘La primera estrella negra’, ‘Mardita sea tu estampa’, ‘Ópera flamenca’, ‘Aquí Zaragoza’, etc. Plácido Serrano, estudioso de su obra, explica: “Fue uno de los músicos españoles más completos e interesantes en los 50 y 60. Quizá lo menos conocido sea su influencia del jazz, por ejemplo sus composiciones para el cuarteto de Flavio Bello”.

Tuvo algunos cargos en la SGAE y consta, cuando murió en Madrid el 16 de abril 1971, que era director de los servicios médicos y un activo de su sección musical. El ABC publicó dos esquelas, en la que lo lloraban dos mujeres: su esposa Sara Méndez y su hija Sara. Ha caído en el olvido, sin duda, pero siempre que se habla de amor, de boleros, de pasodobles, ahí reaparece Luis Araque Sancho. Logró la inmortalidad tal como había soñado: con sus melodías y sus ritmos bailables.

 

 

La vida de las paredes

Sara Morante

Sara Morante se había revelado como una espléndida y luminosa ilustradora. En este libro, de Lumen, da el salto: no solo ilustra, con elegancia, narratividad y colorido, sino que cuenta la historia de un edificio, en Argumosa 16, y sus personajes a lo largo de varios días. Un libro subyugante.

 

Diccionario enciclopédico de la vieja escuela

Javier Pérez Andújar

Javier Pérez Andújar publica en Tusquets este diccionario que tiene algo de síntesis de su aprendizaje sentimental. Conviven los tebeos, la democracia, la música (hay una entrada de Camilo Sesto), el cine y muchos de sus personajes y la historia, narrado todo ello con libertad, erudición e ironía.

 

*De la serie de Heraldo, 'Letras estivales'.

 

16 CUENTOS DE 'LETRAS LIBRES'

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16 escritores recuerdan un verano de juventud en el número de agosto de Letras Libres.

 

A diferencia de los veranos de la niñez, los veranos de juventud no suelen ser un paréntesis. Tienen un aire dedespedida que nos recuerda que, como decía Milan Kundera, la nostalgia es más fuerte cuando el volumen de la experiencia es menor. Pero, al igual que los veranos de la infancia, los veranos de juventud conservan la posibilidadde la aventura. Son una exploración: del sexo, del trabajo, de la vocación. A menudo propician el descubrimientode un límite, o el encuentro de una amistad o un amor decisivos.

 

Este número de la revista que dirige Enrique Krauze es una continuación de Veranos de infancia (2011) y Veranos deadolescencia (2014). Como esos números, tiene ilustraciones de Clara León. La serie –a la manera de las películas de Antoine Doinel de Truffaut, o de Boyhood de Richard Linklater– puede verse como un conjunto de catas en la experiencia de un grupo de autores. 

 

En “Delirio de amor en universidad de verano”, Andrés Barba reflexiona acerca del aprendizaje y la búsqueda, más o menos desesperada, de sexo. Jorge Carrión escribe sobre la educación sentimental en “La estación lluviosa”. Le interesan el descubrimiento de un país y un continente y también la construcción de una identidad a través de los viajes y los encuentros amorosos. En “Hubo veranos barrocos”, Mercedes Cebrián describe su experiencia en cursos de verano dedicados a la música antigua. En “Viaje o psicólogo”, el viaje que emprende Borja Cobeaga se convierte en una terapia contra la ansiedad. 

 

En “Cansarse de Londres”, Ricardo Dudda cuenta sus veranos en Londres y su trabajo como becario en Esquire. Daniel Gascón recuerda a Félix Romeo en “La estación de los amores”. Ismael Grasa cuenta su primer verano en Madrid, su trabajo como camarero en una terraza de La Latina y el desarrollo de su vocación de escritor. Enriquede Hériz cuenta cómo perdió una novela entera por un problema informático y Nuria Labari escribe sobre un verano de juventud y el descubrimiento del “sexo en serio” y el “amor en serio”.

 

Miguel Ángel Muñoz cuenta la emoción extraña que supuso terminar su primer libro. Elvira Navarro se despide dela ciudad de su adolescencia en “Una casa fuera de ruta”. En “Antigua”, Eva Puyó combina la crónica de un viaje con la descripción de dos relaciones sentimentales. Llucia Ramis retrata la intensidad incomparable del amor juvenil en “El amigo de las tortugas”.

 

Aloma Rodríguez escribe sobre la amistad en “Mis veranos con Rebeca”. Gonzalo Torné escribe sobre el deporte, la vocación y el cómic, y en “Río turbio” Berta Vias recrea una excavación arqueológica junto al Danubio y su atmósfera inquietante. 

 

Director: Enrique Krauze 

 

Editor responsable en España: Daniel Gascón

05/08/2016 13:05 Antón Castro Enlace permanente. Escritores No hay comentarios. Comentar.

JORGE RODRIGUEZ DIALOGA CON MIGUEL PARDEZA SOBRE 'TORNEO'

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Jorge Rodríguez entrevista a Miguel Pardeza en ’Letras Libres’ con motivo de la publicación de su libro ’Torneo’, en el sello Malpaso.

 

http://www.letraslibres.com/blogs/polifonia/un-pais-donde-se-considera-que-leer-es-una-rareza-padece-una-enfermedad-social-grave?page=full

Por Jorge Rodríguez Gascón.

Estudiante y administrador del blog Gol Olímpico.

Miguel Pardeza Pichardo (La Palma del Condado, Huelva, 1965) es un personaje insólito. Futbolista internacional, campeón de la Recopa de Europa con el Real Zaragoza en 1995 y miembro de La Quinta del Buitre, es un lector culto y apasionado, especialista y editor de la obra de González Ruano. Acaba de publicar Torneo (Malpaso, 2016), un “ensayo autobiográfico” en el que repasa sus inicios como deportista profesional y el descubrimiento de la literatura.

En la nota aclaratoria presenta el libro como una especie de desafío. ¿En qué sentido lo era? ¿Se puede leer Torneocomo un libro de formación?  

Era, o eso creo, un doble desafío. Uno básico, gimnástico, poner a prueba mi resistencia física delante de un ordenador. Escribir no es solo un ejercicio intelectual, cerebral, es también físico. Escribir requiere resistencia fisiológica como mantener un ritmo respiratorio adecuado, e incluso tener un culo a prueba de callos, salvo que seas Dickens, Hemingway o Nabokov que escribían, al parecer, de pie, lo que es, o eso me parece a  mí, mucho peor. De aquí que tantos escritores se hayan ayudado con café, alcohol, drogas, o hayan abusado de la meditación zen o hagan curas depurativas como Vargas Llosa en una clínica famosa de Marbella. Y por otro, quería, o pretendía, conocer hasta dónde era capaz de alcanzar mi memoria, por lo común muy perezosa. Desde estos dos puntos de vista, sí que Torneo encaja en la literatura de formación, o mejor dicho de iniciación, aunque no quiero olvidarme lo que el libro tiene, por supuesto, de autoconocimiento.  

Hay un acontecimiento fundamental en su juventud, que es la apertura de una biblioteca en su pueblo, La Palma del Condado. ¿Cómo se produce el descubrimiento de la literatura y qué importancia ha tenido en su vida?

Mi estancia aquí en la tierra no me la explico sin libros. Como tampoco me la explicaba sin fútbol mientras estaba en activo. A los unos y al otro he dedicado casi toda mi vida hasta el momento. La apertura de la biblioteca de mi pueblo, La Palma del Condado, fue crucial porque me mostró que la abundancia de libros en un mismo espacio era factible. Tuvo el encanto de una revelación aritmética. Un contraste emocionante porque en mi casa solo había una enciclopedia Larousse, Guerra y pazincompleto, libros de higiene corporal, un tocho titulado más o menos Un niño va a nacer y tres o cuatros tomos sobre mecánica. Muy poco más. Es decir, nada. Como era aún casi un niño aquel impacto, como decía, fue solo visual, pues mis intereses del momento no pasaban de Astérix. Pero quiero creer que allí en la sala de lectura, al lado de una ventana que daba a Ronda de los Legionarios, mientras oía los motores de los camiones Pegaso que por allí cruzaban, concebí la ilusión de tener algún día algo parecido a una biblioteca, uno de los lugares más queridos por mí.

Usted hizo la tesis doctoral sobre César González Ruano. ¿Qué es lo que le interesó de él?

Creo que Ruano, como algún otro, resume casi a la perfección las contradicciones y los despropósitos de la primera mitad del siglo xx. En cincuenta años Europa se desangró dos veces, humilló y avergonzó a la raza humana. En un momento de grandes avances científicos, subversiones culturales y alucinaciones políticas, como el fascismo y el comunismo, solo quedaba opción para la militancia o para el cinismo. Ruano prefirió esta segunda opción. Tenía una frase que me gusta repetir: “sobre mi conciencia todo, sobre mi espalda nada”. Vivió con la inconsciencia y el placer con que se fumaba sus cigarros. Su ética cabía en su tintero, que era negro y espeso. Llevaba sangre del Lazarillo, pero le gustaba el refinamiento de Paul Morand. Con un ojo miraba las luces de nuestro Siglo de Oro mientras con el otro vigilaba las tetas de una ninfa de Montmartre. Mi impresión es que tenía el alma vendida al diablo, aunque en la intimidad se sintiera culpable y soñara con la salvación. Indudablemente, perdió esa guerra de anhelos encontrados. Creo que todos al final la terminamos perdiendo. Entre tanto, nos ha dejado algunas páginas inigualables. Respiraba literatura por todos los botones de sus chaquetas oscuras. La época no lo ayudó; de haberlo hecho, hoy sería algo más que una rareza para bibliófilos y para promesas del articulismo literario.

¿Cree que su afición por la literatura le convertía en un personaje atípico en el mundo del fútbol? ¿Fue la lectura un refugio para aliviar la soledad en sus años en la residencia del Madrid?

Un país donde se considera que leer es una rareza padece una enfermedad social grave. Lo raro debería ser no leer. Pero aquí, la cultura, el conocimiento siempre han levantado sospechas y el recelo no solo del poderoso, ojo, sino también del pueblo. El primero ha tenido al lector como un tipo peligroso al que había que tener vigilado o domesticado, el segundo como un cursi y un pedante. La literatura ha sido considerada siempre por el poder y la fácilmente manipulable gente corriente una cosa de señoritas hiperestésicas,  vagos de atar y académicos. El fútbol es un fenómeno en el que la inteligencia se pone al servicio del músculo o al revés. Las actitudes reflexivas son raras en un deporte que premia la testosterona en un contexto de radical fugacidad. Yo, como me ha gustado ir por libre, jamás me he planteado a mí mismo en términos de raro o normal. Jugué y leía como si fuera las dos caras de una misma personalidad. Y por supuesto, a los libros siempre les estaré agradecido, pues me ayudaron y me ayudan a estar en este malparido teatro que es el mundo.

 En el libro le interesa también el relato de aquellos que no lograron llegar e incluso el perfil desgraciado de los personajes que le rodeaban en la residencia, ¿por qué? ¿hay algo de ficción en esas historias?

Sentir compasión por el perdedor y cierta tirria por el triunfador es la peor tentación de un escritor, diría de casi cualquier hombre. Nunca he entendido por qué quien pierde es más digno de nuestra conmiseración que quien gana. Cualquiera de los dos merecería nuestras lágrimas y nuestro perdón. Ganar y perder son nociones confusas y normalmente intercambiables. El éxito según lo entendemos hoy día compone un cuadro con dos colores únicos, que son  el material y el social, o lo que es lo mismo: el dinero y la fama. Dejo al margen el poder, porque en sí mismo es odioso. Como la vida se las arregla a su manera para compensar tanta desigualdad, se reserva la libertad para que el triunfador engendre sus propias derrotas y que el perdedor encuentra en el fracaso su manera de triunfar. Pero como no soy una excepción, es obvio que me dejo atraer por los desterrados de la ruleta de la fortuna. Por una discutible tradición cultural vemos más literatura en un tirado perdedor que en el exitoso hortera que luce yates y tías buenorras, a las que la gente imagina como la quintaesencia del furor erótico. Y sobre si a esos personajes los adorné con los andrajos de la literatura, solo puede decir que sí. A la tristeza le van muy bien los adjetivos.

Usted fue uno de los jugadores más prometedores del país ya en su adolescencia. El famoso Torneo que da título al libro, en el que le nombraron mejor jugador, le llevó a la cantera del equipo más poderoso de España. En el libro parece que tuvo episodios de inseguridad y de dudas, ¿hasta qué punto le pesó esa responsabilidad? ¿Cómo supo canalizarla para convertirse en el jugador que fue y cómo afectó a su educación sentimental?

Mi problema adolescente no fue de responsabilidad, sino de un exceso de responsabilidad. La vida hay que vivirla, y merece la pena de que así sea, asumiendo todos los riesgos inherentes. Me obsesioné tanto con la idea del triunfo o, aún peor, con el temor a fracasar, que me olvidé de mí y de quién era. Sencillamente, me encerré en una pocilga donde se respiraba un aire fétido y donde solo se oían los gritos desesperados y de dolor de mi adolescencia frustrada. Fue un episodio lamentable, por desconocimiento y una exacerbación de los miedos casi diría metafísicos. En fin. Sobre cómo logré canalizarla, diría que no lo logré, salió adelante como pudo, a duras penas, envuelta en complejos y pánicos de todos los matices. Lo recojo en el libro. Pero si algo le tengo que agradecer a aquel cacao mental –contestando a la tercera pregunta– fue el acercarme más a los libros, de los que ya no me he separado nunca.

¿Han mejorado las estructuras de cantera de los equipos? Ahora, los equipos disponen de mayores recursos y, sin embargo, el Madrid no encuentra emblemas como en su época de jugador. ¿A qué se debe?

No tengo ni idea. Trabajar se trabaja mejor que hace años. Las instalaciones son inmejorables, los entrenadores y monitores están más preparados que los de antes, los de mi época, aunque pueden que les falten más intuición y más amor, sí, por más cursi que suene, un amor por ese niño que quería llegar a algo y al que prestaban no solo conocimientos técnicos, sino también apoyos afectivos. Dicho esto, el talento no es manufacturable, de modo que este viene cuando le da la gana.

¿En qué medida la Quinta del Buitre y el Mundial del 82 pueden servir para hacer un retrato sociológico de la España de la transición?

No lo sé, esa es la verdad, me refiero a la medida exacta. Sin embargo, sí sé que las cosas ocurren y que con el tiempo tendemos a darles un significado histórico o social. A la Quinta se le ha dado, sin duda. Yo mismo he perpetrado esa petulancia. Quise verla como un reflejo del cambio político y social de los años ochenta. Algo parecido le sucedió a la movida madrileña, entendida esta como un movimiento de liberación y sintonización cultural, aunque tengo la impresión de que esta ha quedado como una algazara y un desbocamiento hormonal cuyos resultados no superaron lo anecdótico cuando no lo chocante. El fútbol español venía del letargo de la furia, inventada por algunos periodistas del régimen y fomentada por el Estado franquista, tan aficionado a ver símbolos de la raza en cualquier manifestación por irreal que fuera. Una generación tomó el testigo del fracaso del 82 y se postuló con aire fresco. Aquella la formaban chicos a los que la dictadura les pilló en su decadencia. Su mejor legado tal vez haya consistido en que cambió la mirada del aficionado. De allí surgió una sensibilidad algo más refinada, de la que, quiero pensar, surgieron años de una renovación que concluye en los éxitos de la selección española de estos últimos años.

En Zaragoza no solo encontró la estabilidad, sino también el reconocimiento unánime de la hinchada y los éxitos. ¿Qué importancia tuvo la ciudad y el equipo en su vida?

Mucha, casi todo lo que fui se lo debo a Zaragoza y al club en el que milité durante once temporadas. En Zaragoza, encontré un hogar y un temperamento con el que me identifiqué desde el primer día. Allí nacieron mis hijos. Allí logré títulos junto a compañeros que reconfortan mi memoria. En Zaragoza, mi recién adquirido deslumbramiento literario se fomentó gracias a la compañía de amigos que me abrieron los ojos a un mundo que en mis turbios años de Madrid solo era un presentimiento. Me enseñaron una lección impagable: los libros podían ser una diversión, pero también una forma de vida. Futbolísticamente además fui un privilegiado, coincidí con una etapa brillante de un equipo cuya tradición venía de la excelencia.

¿Quiénes son los jugadores que más le han impresionado?

De todos, Maradona.

Ha vivido en primera línea grandes transformaciones en el mundo del fútbol. ¿Cuáles han sido para usted los mayores cambios? ¿Cree que el fútbol es un negocio sobredimensionado que, de alguna forma, vive por encima de sus posibilidades?

El fútbol es un fenómeno sobredimensionarlo porque vivimos una época sobredimensionada. El poder económico de algunos países está sobredimensionado, así como el poder militar. El hambre está sobredimensionada, la desigualdad entre naciones está sobredimensionada, la ceguera ideológica y el extremismo religioso están sobredimensionados. Todo se ha salido de madre y el fútbol no es más que una consecuencia de un momento histórico en el que lo único que importan son las cifras. Hoy día se celebran los traspasos millonarios como si fuera un récord que al año siguiente hay que batir. Es de locos. La calidad del jugador, por lo general, ha cedido ante el valor de la estadística. En alguna medida, el fútbol se ha vulgarizado porque el triunfo se ha hecho la única causa posible. El aficionado traga con todo, porque le hemos dicho que se olvide de la sensibilidad y que se ponga en la cola para aplaudir los puntos conseguidos. Todo está muy bien siempre que los protagonistas así lo quieran; no soy ningún integrista guardián de idealizaciones subjetivas, pero en muchas ocasiones mientras veo un partido de fútbol lo único que recuerdo cuando termina es la última frase del libro que estaba leyendo.

Hay algo especial en la primera parte del libro. Me refiero a la belleza del fútbol de provincias, sin tantos ejemplos de corrupción o excesos de responsabilidad. ¿Siente nostalgia de ese fútbol?

Sinceramente, no. No siento nostalgia. El fútbol nunca es inocente, ni siquiera en el idealizado fútbol base o aficionado. Puedo decirlo porque he pasado por todas las etapas posibles. Fui canterano, fui profesional y, una vez retirado, fui jugador dominguero en un campeonato laboral. Recuerdo que durante un partido de este último en un campo de la Federación de Fútbol en Zaragoza, tuve que parar el juego y quedarme mirando a un rival para recordarle que lo que estábamos haciendo era únicamente un entretenimiento, no una competición de la que dependiera el pan de nuestros hijos. A la jugada siguiente ese mismo rival volvió a darme una patada. ¡Y qué decir del fútbol infantil y juvenil! ¡Esos padres que se ponen en la banda para dirigir a sus hijos! ¡Esos padres que no dudan en arremeter contra rivales de 12 o 15 años por cualquier nadería, o que discuten con otros padres o insultan a los árbitros! Una calamidad. La única nostalgia que siento verdaderamente de aquel fútbol es la que surge de los cándidos sueños de entonces que a uno le hacían vivir en un estado de excitación y vitalidad permanentes. Lo demás son solo miserias de la condición humana. 

 

 

*Cromo de un jovencísimo Miguel Pardeza. La foto de Miguel Pardeza es de Maite Santonja de Heraldo.

08/08/2016 12:40 Antón Castro Enlace permanente. Escritores No hay comentarios. Comentar.

EL FABULADOR JESÚS MONCADA

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Jesús Moncada, el fabulador

universal del río Ebro

 

El escritor  de Mequinenza, nacido en 1941 y fallecido en 2005, fue un modelo de convivencia entre Aragón y Cataluña y fue distinguido en las dos comunidades

 

 

Antón CASTRO

Uno de los grandes escritores aragoneses y catalanes del último medio siglo ha sido, y sigue siéndolo, Jesús Moncada (Mequinenza, 1941-Barcelona, 2005), hijo de tendero y niño curioso, hambriento de historias y sortilegios, que creció en el pueblo viejo de Mequinenza, anterior a la inundación y al pantano. Fue un joven marcado por la huella del campo, la minería y las navegaciones por el Ebro y el Segre, ríos que solían desbordarse a menudo y fundirse y mezclar sus aguas, prácticamente ante la casa del muchacho. Jesús encarnó como pocos la convivencia natural entre catalanes y aragoneses: fue un escritor aragonés que escribió en catalán, y a su modo creó una lengua enraizada en los registros de su pueblo, y fue un escritor catalán que nació en Aragón y que jamás renunció ni a su memoria, ni a la huella de sus antepasados ni al vínculo, interiorizado, con un paisaje de fondo y con su historia. En 2004 recibió en Teruel el Premio de las Letras Aragonesas, que tanto le enorgulleció.

Jesús Moncada se formó, y casi se forjó, en el colegio Santo Tomás, en el entorno de la plaza de San Cayetano, como alumno interno. Allí descubrió la misteriosa figura del poeta Miguel Labordeta y tuvo de profesor a Rosendo Tello. El autor recordaba en 1998: “Rosendo Tello me decía: “Escríbeme para mañana una octava real. O un soneto, estrofas de pie quebrado, lo que quiera”. Escribí una leyenda mequinenzana, Miguel Labordeta la premió y la publicó en la revista escolar ‘Sampasarana’. Y me regaló los ‘Recuerdos de infancia y juventud’ de Ramón y Cajal de la colección Austral, libro que todavía conservo”.

Aprovechó su estancia en Zaragoza para conocerla bien y para transformarla, muchos años después, en la imaginaria Torrelloba de ‘La galería de las estatuas’, una novela que es un poco su propia historia y una cartografía sentimental de sus paseos y quizá de su melancolía esencial de Mequinenza. Más tarde, tras estudiar Magisterio, dio clases un tiempo en su pueblo y se aficionó a la pintura, algo que desarrollaría entre finales de los años 60 y principios de los 70 en Barcelona, aunque en realidad desde niño solía dibujar en un papel de estraza que le preparaba su padre; logró tal destreza que con nueve años ilustró su primera tentativa literaria: una imitación de ‘Cinco semanas en globo’ de Julio Verne. Se trasladó a Barcelona y realizó varias exposiciones con una obra expresionista, surrealista y un tanto metafísica, que rescató el sello Prames, en una edición de Pedro Pablo Azpeitia: hacía figuras inquietantes, campesinos, sueños. Si poco a poco abandonó la pintura, jamás dejó de dibujar y de colorear: fue un maestro de las dedicatorias y las caricaturas (que editó Mercé Biosca), y solía utilizar hombres con gorra que se le parecían, y algunos animales, pájaros y especialmente cocodrilos, que él, en sueños o en sus fabulaciones, veía surcar el Ebro.

El Ebro fue el auténtico hontanar de sus fabulaciones a través de los cafés de sus orillas, donde se reunían los marinos. Veía ir y venir los ‘llauts’ y oía narraciones de contrabando y aventuras de amor, y a veces de prostíbulo, de cabareteras francesas o de fútbol (fue el escribiente de un cronista ciego) que poblarían, elaboradas a su manera, muchas de las páginas de sus cuentos y de su obra capital: ‘Cami de sirga’ (1988), un friso narrativo ambicioso poblado por navegantes como Honorato del Rom y Arquímedes Quintana o aquella delicada Carlota. Para llegar ahí, a una obra tan madura, había publicado dos libros: ‘El cafè de la Granota’ (1981; ‘El café de la rana’, en la edición de Xordica) e ‘Històries de la má esquerra’ (1985; ‘Historias de la mano izquierda’ en castellano), relatos muy trabajados que reflejan la asimilación del magisterio de Manuel Berdún Torres y su ‘Destierro 6’, “el primer escritor que yo conocí”, de Edmón Vallès y de Pere Calders, el gran cuentista de ‘Crónicas de la verdad oculta’, con quien coincidió en la editorial Montaner y Simón.

A ‘Cami de sirga’, le siguieron la citada ‘La galería de les estatuas’ (1992) y luego ‘Estremida memòria’ (1997) -los tres títulos aparecieron en Anagrama con el título de ‘Camino de sirga’, ‘La galería de las estatuas’ y ‘Estremecida memoria’- y son los libros de un gran escritor, perfeccionista hasta la exasperación, capaz de hacer hasta ocho o diez versiones, que admiraba a Balzac, Lampedusa, Álvaro Cunqueiro o Alejo Carpentier, y que convirtió a Mequinenza en una región universal de la ficción. Él asumió la cita más célebre de Miguel Torga, “lo universal es lo local sin paredes” y estaba feliz porque había sido vertido a una veintena de lenguas, “entre ellas el coreano”, decía. Amaba tanto su idioma que se dedicaba a traducir –con nombres como Maximus Minimus, Cornelius Pi y otros seudónimos- para sobrevivir, claro, y porque estaba seguro de que eso le permitía, día a día, construir una lengua más rica, matizada y sonora, idónea para su escritura llena de humor, sensualidad y una fantasía que invade lo cotidiano y se hace mito.

 

*Autorretrato de Moncada. Este texto ha aparecido en 'Letras estivales' de Heraldo.

 

08/08/2016 19:34 Antón Castro Enlace permanente. Escritores No hay comentarios. Comentar.

LOS 99 AÑOS DE KIRK DOUGLAS

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Kirk Douglas, una turbulenta

vida de película de 99 años

 

El actor y productor participó en proyectos como  ‘Senderos de gloria’ o ‘Espartaco’, y desafió al macartismo

 

PIES DE FOTO MGM

Kirk Douglas en el papel protagonista de ‘El ídolo de barro’ de Mark Robson

 

 

Antón CASTRO

Kirk Douglas siempre fue un tipo duro. Un hijo de la ira que intentaba huir de la miseria de su infancia luchando a brazo partido con la vida. Descendiente de emigrantes rusos que llegaron a Ámsterdam, Nueva York, Issur Danielovitz Demsky, ‘Izzy’ para su familia, nació en 1916 y padeció numerosas dificultades. Su padre era trapero (en 1988 publicaría el primer tomo de su autobiografía con el título ‘El hijo del trapero’) y vendía comida y refrescos por las calles; se fue de casa cuando Izzy tenía cinco o seis años, y fue su madre Bryna la que hizo lo indecible para sacar adelante a los seis hijos. Izzy era voluntarioso y decidido. Tenía pasión por la poesía, por los debates escolares y por el teatro. Fue precoz en el amor. Se enamoró de su profesora Louise Livingstone, madre soltera, que le enseñó muchas cosas y lo inició en el sexo a los catorce años.

Algún tiempo más tarde, solicitó entrar en la Universidad de St. Lawrence: le facilitaron la matrícula a cambio de que ejerciese de jardinero y, más tarde, de bedel. En esos años, realizó diversos empleos: trabajó de botones de hotel, fue repartidor de prensa y se convirtió en luchador de libre universitario. Ganó a todo el mundo. Solía decir que mientras para los demás era un deporte, para él la lucha libre era la vida, un estímulo para su ascenso social. Se apuntó en la Academia Americana Dramática de las Artes y poco después ingresó en el ejército durante la II Guerra Mundial.

De vuelta a casa, un día vio en una revista a la actriz Diana Hill, que acabaría siendo su primera esposa. Se casarían en 1943 y se separarían en 1951; Kirk le fue infiel casi todo el tiempo. Empezó a trabajar en Broadway; más tarde, gracias a la intercesión de su amiga Lauren Bacall, logró su primer papel importante en ‘El extraño amor de Martha Ivers’ (1946) de Lewis Milestone, con una gran actriz como Barbara Stanwyck. Al año siguiente participó en un película de culto: ‘Retorno al pasado’ (1947) de Jacques Tourneur. A partir de entonces, los directores y productores se fijaron en aquel actor rubio y con hoyuelo que era todo un carácter. Un actor vitalista y enérgico.

En 1949 será el protagonista de ‘El ídolo de barro’ de Mark Robson, la historia de un campeón de boxeo turbulento que no acepta su declive. El papel le venía a medida, fue candidato al Oscar y ofreció algunas claves de sus rasgos: le iban bien los personajes fuertes, rabiosos, oscuros, con un pasado tempestuoso, malquistados con el mundo. Lo demostraba película a película: ‘El trompetista’ (1950) de Michael Curtiz, ‘El gran carnaval’ (1951) de Billy Wilder, sobre los excesos de la prensa amarilla, ‘Cautivos del mal’ (1952) de Vincent Minnelli, con quien trabajaría en varias ocasiones; esa historia de cine y de un productor autoritario, enamorado de Lana Turner, le trajo otra candidatura al Oscar, honor que le recayó otra vez con uno de sus mejores trabajos: ‘El loco del pelo rojo’ (1956), de Minnelli, la historia del pintor Van Gogh. Tampoco ganó, pero en ese período Kirk Douglas era uno de los grandes de Hollywood. Como actor y como profesional capaz de desafiar al mismísimo Joseph McCarthy, algo que haría con dos de sus mejores películas: ‘Senderos de gloria’ (1957) y ‘Espartaco’ (1960), dirigidas ambas por Stanley Kubrick. ‘Espartaco’ fue un canto épico a la libertad y una defensa de su guionista Dalton Trumbo, que había conocido el ostracismo y la cárcel.

Por otra parte, Douglas se había revelado como un gran seductor: a su relación especial con Lauren Bacall, se sumaron diversas aventuras con Marlene Dietrich, con quien vivió una relación de maternidad, sexo y gastronomía, Joan Crawford, Gene Tierney, Lana Turner (casada con un celoso Fernando Lamas), Rita Hayworth o Pier Angeli, con quien quiso casarse. Tuvieron un romance en ‘Tres amores’ (1953) y ella lo abandonó por James Dean. Pier Angeli, depresiva, moriría a los 39 años de sobredosis, en 1971. Douglas  conoció a Anne Buydens y se casaron 1954. Si Diana le dio dos hijos, Michel y Joel, ella otros dos: Peter y Eric. “Me gusta la mujer y no la trato como a un objeto sexual (…) La mujer, como ser humano, es fascinante”, dijo.

Kirk Douglas ha hecho 85 películas –entre ellas, ‘Los vikingos’ (1958), ‘Duelo de titanes’ (1957), con su gran amigo Burt Lancaster, ‘Dos semanas en otra ciudad’ (1962) o ‘El día de los tramposos’ (1970)-, fundó una productora Bryna Productions, recibió un Oscar honorífico en 1996, ha escrito diez libros, uno de ellos sobre ‘Espartaco’, con prólogo de George Clooney. Siempre ha estado ahí, obstinado, tenaz, padre del actor Michael Douglas, abuelo de nietos difíciles a los que nunca les volvió la cara. Ha sido un contestatario, y ahora espera que llegue el 9 de diciembre para cumplir su primer siglo y celebrar una asombrosa vida de película.

 

 

10/08/2016 14:28 Antón Castro Enlace permanente. Artistas No hay comentarios. Comentar.

JESÚS JIMÉNEZ: UN DIÁLOGO

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Jesús Jiménez Domínguez (Zaragoza, 1970) es una de las voces más personales de la lírica española de los últimos años. Con la llegada de l a primavera publicaba en La Bella Varsovia su libro ’Contras las cosas redondas’, que pronto llegó a su segunda edición. Aquí el autor explica algunas de las claves del libro, su poética y recomienda algunos libros para leer en verano. O en cualquier momento del año. Ayer sábado se publicaba un amplio fragmento; hoy aparece al completo.

 

¿Cuál es el ánimo esencial de ‘Contra las cosas redondas’? 

Una exaltación -siquiera indirecta, siquiera digresiva- de la vida mediante la observación de personas y cosas que la acompañan y un día la dejan. Sigo preguntándome por los asuntos de siempre: quién soy yo y cómo es este mundo. En qué consiste esto de vivir cuando la vida nos viene dada sin garantía ni manual de instrucciones. Hay muchas preguntas en este libro y pocas certezas. 

 

Dice en el primer poema: “Los días, llegando de uno en uno, / rebosan las orillas del corazón y lo desbordan”. ¿Eso qué es: aceptación gozosa del presente u otra cosa?  

 Beneplácito, aceptación dichosa del presente; pero también asombro y fascinación ante ese caudal salvaje y desordenado que es la suma de instantes: la vida.

 

En el poema que da título al libro, dice que prefiere las cosas informes, las imperfectas, con taras. ¿A qué tipo de imperfección se refiere?

 Hay una cierta rebeldía ante la tiranía de lo bello, perfecto y armónico a favor de lo imperfecto, raro y aparentemente vulgar. Un “camino de imperfección”, como sugiere el poeta, ensayista y crítico Antonio Rivero Taravillo. Una versiónlight de aquellos versos de Rimbaud: “Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas. Y la encontré amarga. Y la injurié”. Y también una invitación a dudar de los dogmas de fe, de las verdades supuestamente inalterables.

 

¿Cómo se fue armando y organizando el libro, cómo surgieron los poemas?  

 Suelo decir que no escribo libros de poesía, sino poemas sueltos a lo largo de varios, bastantes años. Solo cuando dispongo de un buen puñado de ellos (alrededor de treinta y cinco o cuarenta poemas) intento armar un libro, ordenándolos de una manera estratégica, buscando afinidades entre ellos. En realidad, pienso que los poemas nacen con vocación de singles, pero el mercado editorial de la poesía (si es que tal existe) requiere elepés y hasta dobles elepés, así que les envío un montón de poemas dentro ese engañoso formato.

 

 

¿Hay que leer sus partes en una clave especial, como una sinfonía con sus partes o es un orden un poco azaroso?  

El orden de los poemas es bastante fortuito. Cada poema tiene su propio status independiente: puede leerse por separado y en un orden no prefijado. En principio, por eso mismo de ir contra un libro “redondo”, no concebí una estructura cerrada para el libro, pero luego se me ocurrió el juego tonto de las preposiciones: “Ante” (que se abre con el poema “Credenciales” y que es la parte más metapoética del poemario), “Bajo”, “Cabe”, “Con” y “Contra” (que arranca con el poema que da título al libro). 

 

  

Uno de los poemas más emocionantes del libro es ‘La luz’. ¿Podríamos decir que es un pequeño manifiesto o la clave del conjunto? ¿Una apuesta por la felicidad?  

 No soy muy amigo de manifiestos y panfletos ni siento la necesidad de pontificar o teorizar. Para mí, la poesía tiene más de pregunta e indagación que de respuesta y aseveración. Por supuesto, cada poema es una manifestación. Y me gusta pensar que la poesía es el periódico de lo invisible y lo fugaz, de esas pequeñas cosas cotidianas en las que apenas reparamos porque hemos hecho de nuestra vida un río vertiginoso. Los poemas que me interesan son aquellos que dan noticia íntima de cada uno de nosotros, aunque sea a mi manera, de forma alegórica.

 

  

¿Por qué es la poesía la alumna aventajada de la luz?  

 Allí donde la objetividad de la ciencia no llega, lo hace la subjetividad de la poesía. Esta pone bajo su foco aspectos del mundo y de nosotros mismos que no conocíamos o que habíamos olvidado. La poesía nos muestra la cara oculta de las cosas, las ilumina. Es un gran caer en la cuenta, como decía Valente.

 

  

Este también es el libro de las pequeñas cosas, de los actos inadvertidos, ¿qué te da la observación de lo cotidiano, en qué radica su poesía?  

Con las cosas más cotidianas y a primera vista insignificantes puedes armar un gran poema que hable del mundo. No necesitas palabras ostentosas, ni palacios marmóreos, ni grandes verdades universales. Dame al azar dos o tres objetos muy humildes y, con tiempo, te descubriré unas rencillas o unos amores recónditos entre ellos. Y lo que es mejor: hallarás en sus asuntos privados tus mismos asuntos. Así funcionan gran parte de mis poemas. 

 

  

¿Qué supone para ti alcanzar una segunda edición de poesía?  

Supone la existencia de una confianza firme por parte de la editora, Elena Medel, al apostar por una vida prolongada del libro cuando la misma dinámica del mercado editorial parece señalar lo contrario. Dupone la sospecha, aunque suene muy inmodesto por mi parte, de que en muchos rincones del país hay un puñado nada desdeñable de lectores, muy fieles y exigentes, que esperan durante años la publicación de un libro mío y que compran a ciegas, como si Jiménez Domínguez fuera una marca de confianza.

 

  

Llevas casi dos décadas en la poesía. ¿Cuál ha sido tu evolución, cómo ves tu camino?  

Aunque empecé a escribir poemas a los 9 años, solo publiqué mi primer libro (a los 30 años) cuando pensé que era una edad apropiada. Ahora que nadie nos oye, me confesaré: ojalá hubiera esperado algunos años más para hacerlo. He estado aprendiendo todo el tiempo y sigo haciéndolo, por eso siempre tengo la impresión de estar empezando. Comencé muy imbuido por las vanguardias y todos los ismos de principios del siglo XX. Con el tiempo he sabido, creo, subrayar lo esencial del hecho poético sin preocuparme de retóricas retorcidas ni de parecer moderno. ¿Quién querría ser moderno pudiendo elegir ser eterno? Esa sería una noble, aunque utópica, aspiración.

 

  

¿Cómo se construye un lenguaje poético personal?  

No tengo ni idea. Todos andamos tras la piedra filosofal del “estilo propio”, pero no existe una fórmula mágica. Supongo que no queda otra solución que leer mucho y diverso, intentar ser permeable y no temer a las influencias. Todo ese maremágnum de influencias adquiridas a lo largo del tiempo y un prolongado, incansable trabajo de indagación personal, ayuda a la construcción de un estilo, de un lenguaje poético personal. Ah, y correr algunos riesgos, buscar tu propio camino sin pensar si va en una dirección contraria al de los demás. 

 

  

¿Ha vuelto la poesía a nuestras vidas y a nuestras noches de una manera natural o es un espejismo?  

 ¿Se fue alguna vez? Esencialmente no. Si la pregunta va en la dirección de cuál es el momento actual de la poesía en España, tengo que señalar que esta sigue demostrando su mala salud de hierro frente a cualquier crisis.  hay una actividad frenética todas las semanas: publicaciones de libros, presentaciones, recitales, blogs, festivales… empieza a haber tantos festivales de poesía como de música.

 

  

¿Podrías decirnos por qué debemos leer poesía?  

Hace unos años la Universidad inglesa de Liverpool llegó a la conclusión de que la poesía estimula la mente y resulta más beneficiosa terapéuticamente que los libros de autoayuda. No hacían falta tantos estudios para llegar a esa conclusión. Yo podría dar otras muchas razones, todas ellas muy personales, pero me quedo con esta, muy poderosa y primordial: no olvidar quiénes somos. 

 

  

Recomiéndanos tres o cuatro libros de poesía para leer en verano.  

  Estuve el verano pasado en un festival de poesía en Rumanía y me traje de allí dos nombres ineludibles: Ion Mureşan e Ioan Es.Pop. En verano, tiempo de amores desordenados, suelo serle infiel a la poesía para arrimarme más a la novela. Para los que deseen recorrer el camino inverso recomiendo en esta época del año la poesía llena de viajes (geográficos e interiores) de Adam Zagajewski (Mano invisible) o de Martín López-Vega (Adulto Extranjero). Y, sobretodo, la poesía de Wislawa Szymborska, que es amena, luminosa y siempre fresca. He veraneado más veces en los poemas de Wisława que en el Mediterráneo.

 

*La foto es de Joaquín Puga.

 

CUATRO POEMAS DEL LIBRO

 

CUATRO POEMAS DE “CONTRA LAS COSAS REDONDAS”

(ED. LA BELLA VARSOVIA, 2016)

 

JESÚS JIMÉNEZ DOMÍNGUEZ

 

 

 

 

LA LUZ

 

Ranas, quietos budas pequeños

sobre los troncos, sobre las rocas,

bajo las cenefas rojas y naranjas del atardecer,

¿cuál es el objeto de vuestras meditaciones?

¿Qué guarda vuestra pupila que a la deriva flota

en el ojo como una gota de aceite sobre la leche,

como una nube vacilante sobre la fe?

 

Acaso veis brincar en el aire demorado del instante

la raspa de un pez, sus galas de carne y lentejuelas

bajo el biombo del agua donde vivimos y morimos juntos,

donde las piedras del fondo —pequeñas y redondas—

son cuentas huidas de un rosario o blancas tacitas de té.

 

Cantáis y cantáis sin descanso, hasta que el sol

con el perfil gastado del emperador deja de rodar.

Y la Poesía, la alumna aventajada de la luz,

¿adónde se retira cuando cae la noche?

La buscamos a tientas en la oscuridad

frotando una palabra contra otra, torpemente,

como esas cerillas húmedas o descabezadas

que, en mitad de un largo velatorio,

tratamos en vano de encender.

 

PARQUE DE ATRACCIONES

 

Un día nos perdemos en el Laberinto de los Espejos

y, al recobrar la salida, se ha hecho tarde y estás solo.

¿Dónde quedaron aquellos que te acompañaban?

 

El fuego azul de la lluvia desmanteló la noria.

El sol se largó con los colores rojos del tiovivo.

La indolencia y los días, mano a mano, puño a puño,

hicieron otro tanto y se encargaron del resto.

 

Aquí el viento empuja el ojo caído de una muñeca

y lo invita a recorrer la cara oscura de la vida,

esa que nunca se ríe porque —de hacerlo—

te asustaría su feo agujero con solo dos dientes o tres.

 

Un vencido chicle de junio del noventa y siete,

antes emblema de una juventud dulce y perdurable,

ahora sujeta en la puerta del urinario este cartel:

Hallados manojo de llaves y zapato ortopédico

en la Casa Magnética. Preguntar en Mantenimiento.

 

En el viejo puesto de algodón de azúcar solo queda,

abierto como una flor carnívora, un paraguas negro.

Debajo está la mancha cenicienta del hombre

al que un gran anhelo —o la falta de él— consumió.

 

Los volcados contenedores de la basura

son vagones descarrilados del trenecito chu-chú.

En lo alto de un pino, en la cabeza decapitada

de Mickey Mouse, anidan los cuervos de Poe.

 

Cuarenta y tantos años, cincuenta: pasaron veloces.

Un día nos perdemos en el Laberinto de los Espejos

y, al recobrar la salida, estás ya en la Casa del Terror.

 

CUERPO

 

En esta bolsa de viaje, madre, guardaste

lo necesario: una mente, un estómago y un sexo.

Nervios y bronquios. Riñones: dos por si acaso.

Con unas pinzas de cocina, del más grande

al más pequeño, fuiste introduciendo los huesos.

Para que no se soltaran y golpearan en las vueltas

del camino los anudaste con tendones y venas,

los envolviste primorosamente de tejidos y músculos.

Terminada la tarea, dejaste un corazón

al cuidado de todo: esta es mi herencia, hijo,

no la derroches; aunque escasa, habrá de bastarte.

 

Madre, nunca pensé que fuera tan caro este viaje.

Todo en este mundo cuesta un ojo de la cara

y el otro no me alcanza para ver los precios.

Tratando de ganarle la mano al tiempo, pierdo la cabeza.

En cada caricia que extendí me voy dejando la piel.

Pago con los cinco sentidos por la cuarta hoja del trébol.

En busca de las peras del olmo caigo despechado,

me desgañito, me descorazono, me deslomo.

 

Madre, para desvivirme por esta vida y estos deseos

en cada aduana tengo que echar mano del cuerpo.

Cuando llegue —¿a dónde? ¿cuándo?— ignoro

qué quedará de cuanto me diste, en qué estado.

¿Sabrá el destino, apostado en un oscuro callejón

sin salida, que soy yo cuanto largo tiempo esperó?

¿Montará en cólera al comprobar, albarán en mano,

que nada llega completo, intacto ni nuevo?

¿Tendré que desembolsarle algo más, madre,

por cada desperfecto, por cada mengua, por cada desfalco?

 

El viento hace danzar el envoltorio viejo de un caramelo.

El halcón lleva consigo la urgencia del vuelo y nada más.

La pera que cae de la rama deja su sitio a la pera futura

sin mediar notario alguno, herencia ni aflicción.

Al menos he de guardar dentro de mí algo de todos ellos,

hallar un sentido que haga frente a cuanto voy dejando.

En esta lucha sin cuartel todo me sirve y poco me alcanza.

En este cuerpo a cuerpo nada tiene el alma que perder.

 

CONTRA LAS COSAS REDONDAS

 

Amamos las cosas redondas pensando

que han de ser eternas y amables y perfectas:

el pomelo bajo el rotundo sol de agosto,

la pulsera que orbita alrededor del pulso,

la moneda con dos caras y ninguna cruz,

el balón de playa en cuyo interior aún se respira

un paciente aire de mil novecientos ochenta y dos.

 

Hay días redondos en los que todo cuadra

y la vida parece marchar sobre ruedas:

alguien, lija en mano, se encargó

de sustraerle al mundo todas las esquinas,

todas las aristas, todos los bordes.

 

Pero basta que atravieses por un declive

o que todo se vuelva cuesta arriba de repente,

para comprobar que son las cosas redondas

las primeras en abandonar y en echar a correr:

el pomelo, la pulsera, la moneda y el balón.

 

Me niego en redondo a aceptar tales desplantes.

Ante las formas esféricas opongo las cosas informes.

Elijo las imperfectas, las imprecisas, las irregulares.

Aquellas llenas de taras, de abolladuras o de dobleces.

Hermosas y singulares, sin plegarse a ningún centro,

solo ellas permanecen y nos acompañan siempre.


14/08/2016 00:58 Antón Castro Enlace permanente. Escritores No hay comentarios. Comentar.

ENRIQUE VILLAGRASA: LOS POETAS ARAGONESES Y NUEVA YORK

[El poeta y crítico literario Enrique Villagrasa, dentro del proyecto Parnaso 2.0, que promueve el Gobierno de Aragón, publica un amplio texto sobre la presencia de Nueva York en la poesía aragonesa.]
#400Cervantes #Parnaso2punto0

La poesía en Aragón – Textos comunicaciones y ponencias –

Enrique VillagrasaNueva York en la poesía aragonesa actual (siglo XXI)

 

Diríase que la ciudad de “Nueva York, el marimacho de las uñas sucias, despierta.”; o sea, que existe para nosotros desde que el poeta Juan Ramón Jiménez la nombra en su reconocido Diario de un poeta recién casado (1917), poemario angular que da inicio a la poesía moderna escrita en lengua española. Antes, otros poetas como es bien sabido ya habían hablado de Nueva York, como el cubano José Martí; el nicaragüense Rubén Darío; o el malagueño José Moreno Villa. Después apareció la tragedia lírica que es Poeta en Nueva York (1940) de Federico García Lorca y por último el diálogo urbano poético que es Cuaderno de Nueva York (1998) de José Hierro; entre otros muchos, claro: pero, muchos son los libros escritos pero pocos los necesarios. Hierro demostró que no era necesario estar en Nueva York para escribir un buen poema sobre esa ciudad: Canción del ensimismado en el puente de Brooklyn incluido en su poemario Libro de las alucinaciones (1964), sin ir más lejos.

Pero, para nosotros fue el poeta Ildefonso Manuel Gil (Paniza, 1912-Zaragoza, 2003) quien nos explicó que sí, que Nueva York estaba allende los mares y le esperaba en esa otra orilla. Él se marchó para allá a principio de los años 60 y permaneció allí hasta 1983. En esa ciudad escribió Los días del hombre (1968); Elegía total (1976);  De persona a persona (1971); Poemas del tiempo y del poema (1973); y la antología Hombre en su tierra (1978). Pues bien, me fijo en Elegía total porque es un poemario con tintes surrealistas y de denuncia histórica, que me llama la atención por estos versos, entre otros muchísimos: “El caballo creció dentro de Troya:/ lo hicisteis entre todos, tabla a tabla”, que me resultan cercanos por sus ecos greco lorquianos; puesto que si leyendo el citado poemario de Lorca realizamos un viaje a los mismos cimientos de nuestra civilización occidental, a un mundo que el poeta entendió como nadie y lo padeció en sus carnes, como sabemos, en esos dos acertados versos de Gil está todo sintetizado: ese otro lirismo trágico griego, esa mitología, que tanto nos ha enriquecido culturalmente hablando, y la más atroz de las tragedias como es el capitalismo que nos atenaza aún hoy, con su neoliberalismo.

Después de Ildefonso Manuel Gil vendrán otros muchos escritores y poetas aragoneses a quienes la ciudad de Nueva York les ha fascinado y les fascina y, por eso, han dejado testimonio escrito y lo seguirán haciendo, espero. Así lo ha hecho en su obra José María Conget (Zaragoza, 1948), premio de las Letras aragonesas en 2007, entre otros; y en los otros, en los poetas es en los que quiero fijarme: en algunos de ellos son en los que quiero ver ese interés; y este es el motivo de este artículo: descubrir esa influencia que la ciudad de Nueva York o alguno de los aspectos relacionados con ella: urbanos o culturales han tenido o/y tienen en alguno de los poetas más significativos de la poesía aragonesa actual (s. XXI): tanto en los que han vivido allí, en los que todavía viven, en los que van y vuelven por profesión o por turismo, y en los que no han estado allí pero nos han dejado señales claras de la presencia, de la gran urbe, de ese centro del mundo, en sus versos; y más tras el atentado del 11 de septiembre de 2001, contra las Torres Gemelas.

Tengo que recordar que tanto Ildefonso-Manuel Gil, como Ignacio Escuín, Ángel Petisme, Carmen Ruíz Fleta y Manuel Vilas están recogidos por Julio Neira en su exhaustivo y cuidadoso trabajo Historia poética de Nueva York en la España contemporánea (Cátedra, 2012) y en Geometría y angustia. Poetas españoles en Nueva York (Fundación José Manuel Lara, 2012), donde Nacho Escuín y Manuel Vilas figuran también y con los mismos poemas en ambos libros.

Un grande de las letras aragonesas, que por decano inicia este breve recorrido, es Ángel Guinda (Zaragoza, 1948), poeta que ha vivido en Nueva York, que yo sepa al menos un mes, más o menos. Poeta que ha sido reconocido con el premio de las Letras aragonesas (2010) y quien en su libro Espectral (Olifante, 2011) escribe con la rabia visceral que le caracteriza este grito, donde habla de la ciudad del color y del volumen, haciéndose eco de esos otros dos elementos que el viajero capta en la gran ciudad: “arquitectura extrahumana y ritmo furioso. Geometría y angustia”, como  explicó García Lorca al llegar a la mega metrópoli. Y Guinda escribe:

¿HASTA CUÁNDO esta danza macabra? Cordilleras y cementerios se dislocan. Nado, labro las aguas con los dientes, siembro espuma de histeria, araño el aire, mastico las tinieblas. ¡Nada! Como paso las páginas de un río pasé las avenidas de New York  -la ciudad del color  y  del  volumen-.  Desata el  delta trenzas de vapor, gordos mosquitos sobre el arrozal. Veo abrirse las flores del hibisco, los poros de las piedras, las espinas del cactus, del erizo, tan resistentes a la adversidad.

Luisa Miñana (Barcelona, 1959, vive en Zaragoza desde siempre), quien en su libro Ciudades inteligentes (Olifante, 2014) tiene un poema en prosa preciso y precioso. Ella que no ha estado en Nueva York realiza una fantástica, necesaria, crítica y justa comparación entre el Actur (Actuación Urbanística Urgente…) que es el nombre con el que se conoce popularmente al barrio donde habita en Zaragoza, ganado al antiguo cauce del río Ebro, y lleno de calles bautizadas con los nombres de poetas, escritores, cineastas y de Pablo Picasso, el genio.

Realidad aumentada

A pesar de todo, lo confieso, soy justamente feliz por las mañanas. A pesar de mí misma, lo soy. No es difícil: soy feliz por el sol y por los árboles que cubren a mi paso las ventanas más altas del World Trade Center.

Muy temprano, a sus puertas, la gente fuma ya y bebe café, y habla. La gente recompone su mundo cada día, como se recomponen los poemas: a trozos y sin miedo. Por las mañanas cada tránsito tiene pautado un orden natural de ser y estar. La vida debería volverse así de fácil todo el tiempo. Pienso para mí misma. No quiero pensar más.

(…)

En el Actur, igual que en Nueva York, necesitamos centros de negocios para proporcionar trabajo temporal a los cientos de miles de poetas y fantasmas poéticos que en oleadas llegan desde las azoteas, desde las discotecas y los bares de moda, empachados de versos, desde los suplementos culturales, regurgitando arcilla y masticando miasmas que rebosan por las alcantarillas en forma de ordenada realidad. Poetas de la condenación del universo entero se citan en el Actur.  Poesía y cadáveres son el genoma oculto de la vida en el barrio. Es la arcilla podrida de los siglos la que causa la palidez famosa y la bohemia endémica en los poetas que eternamente vagan por las calles del Actur. La arcilla enriquecida por batallas inútiles libradas al pie de la ciudad y por cadáveres. El barro putrefacto de la vida perdida y de la eternidad. Cuanto es y no es:

Poesía. Eternidad. Cadáveres.

(…)

El periodista, narrador y poeta Antón Castro (Arteijo, A Coruña, 1959, aunque residente en Zaragoza también desde siempre), quien en su próximo libro El bosque iluminado incluye este poema dedicado al poeta José Hierro, autor del aclamado y citado Cuaderno de Nueva York. En él está presente la ciudad de Nueva York como no podía ser de otra forma. Antón Castro nunca ha estado en Nueva York pero eso no quita que conozca la atracción que ejerce la misma, en claro homenaje a Hierro y a su poesía:

TRES CITAS CON JOSÉ HIERRO

(…)

3

Tú también sucumbiste a Nueva York.

Como Lorca y José Moreno Villa.

Y sucumbiste, sobre todo, a la música.

A la melodía oculta del soneto. A Bach y a Beethoven.

Al latigazo del viento en la luna y en el más allá.

Te faltaba el aire y paseabas con el oxígeno incorporado.

Estabas seriamente enfermo y parecías un leñador,

un luchador de sumo o un turco errante que espera a los barcos.

Con todo, eras feliz. Pensabas que Cuaderno de Nueva York

era un libro para siempre. Un grito y una afirmación.

La obra que culmina la travesía.

Me dijiste: “Me he vuelto metafísico, como Sancho.

Pronto emprenderé el camino hacia la nada.

Sé que no hay regreso. Mi testamento son los versos”.

David Liquen (David Giménez, Remolinos, Zaragoza, 1960), quien sí tiene un par de poemas sobre la mega ciudad, uno donde cita el distrito de Brooklyn, que aparecerá en su próximo libro Los hijos de la mujer del Zebedeo y otro con el mismo título que el de esa ciudad publicado en el libro Playa Ramírez (Montevideo, Yaugurú, 2015), toda una curiosa e irónica estampa urbana y social:

NUEVA YORK

si atraviesas el puente de Brooklyn a media mañana

verás cerca de la calle ocho maricas apostados

en las aceras

venden en capazos especias americanas

venden chile, venden kétchup, venden venden.

un poco más allá, siempre están los hombres judíos

orando

a un dios que no es el mío ni el tuyo

es otro dios, tampoco es tan complicada la cosa

hay varios dioses y cada uno le reza al que le va

mejor, ¿vale?

es como las especias

tú compras la especia que necesitas

para que la sopa esté más sabrosa

si dejas el cementerio judío llegas a Central Park

y puedes correr hacia delante

escapando de los dioses y de las especias.

Ángel Petisme (Calatayud, 1961) también vivió en Nueva York un par de meses, allá por el 2002, cumpliendo con sus recitales y conciertos contratados, como cantautor que es y ejerce. Luego ha vuelto a la metrópoli un par de veces más, pero con menor estancia. En su producción poética aparecen poemas que hablan de Nueva York en la antología Teoría del color (Sial, 2006); también, en su poemario Cinta transportadora (Hiperión, 2009) está incluido el conocido poema Walking Manhattan. Este libro recibió el VII Premio Claudio Rodríguez. No obstante, en Demolición del Arcos Iris (Baile del Sol, 2008) es donde tiene varios poemas que hablan de Nueva York como Bin Laden acariciaba mis encías, Sexo en Nueva York, Eva Mendes, Antorchas humanas, Sermón del World Trade Center o Atardecer desde el ferry de Staten Island, que tanto me gusta, por la variada tipología temática del mismo:

¿Quién dormía en aquella habitación de Chinatown

mientras los extractores de la calefacción

bajaban a los infiernos del corazón del ángel?

¿Quién estuvo a punto de llorar de arrepentimiento

mientras nevaba en Nueva York

y el humo de las alcantarillas

dibujaba los muslos de Norma Jean?          

Igual me lo he inventado todo

o todo me ha inventado porque faltaba un personaje en esta historia,

o ha sido una dulce, magnética ensoñación.

Dicen que baile en NYC y que gusté,

¿pero qué es el éxito a estas alturas de tu vida

sino recortes y eco de aplausos amarillos

y cómo volver a una ciudad donde jamás estuve?

Esta foto con el Lower Manhattan a la izquierda

y Brooklyn a la derecha tampoco demuestra nada.

Puede ser mi clon de NYC quien me la envía

(todos tenemos esparcidos por el planeta

seres con nuestro mismo rostro que se expresan en otro idioma,

cambian la rueda pinchada de su bicicleta

y hacen el amor los sábados con una gordita pecosa).

Está cayendo la noche sobre Madrid

y allá donde el Hudson se quita los zapatos,

en la higuera de las vanidades, la capital del mundo,

un hombre anónimo, sin pasado y quizás sin raíces

toma el ferry para Staten Island. Comienza a nevar.

El premio de las Letras Aragonesas 2015 Manuel Vilas (Barbastro, Huesca, 1962) tiene un admirable poema largo: toda una sección, sobre Nueva York, de más 350 versos dividido en nueve partes, que está incluido en Resurrección (XV Premio Jaime Gil de Biedma, Visor, 2005) con el título de la ciudad donde está la vida; poema que también está recogido en la antología Amor. Poesía reunida, 1988-2010 (Visor, 2010) y recientemente en Poesía completa (1980-2015) (Visor, 2016). Vilas vive en la actualidad entre Estados Unidos y España, según me comenta. En estos versos realiza un recorrido urbano con acertado análisis social. Vilas es un poeta ciudadano que para nada está fuera del mundo: está muy comprometido con la realidad: integrado en el presente:

Nueva York

2

(…)

Entré en un bar del Greenwich y me tomé un vino blanco,

y me atendió, oh, dios mío, una camarera blanca anglosajona,

y me quedé mirándola un rato;

todos estamos trabajando, yo ya odio escribir,

porque escribir es trabajar.

Trabaja Terry, trabaja Diana,

y trabaja X, la anglosajona cuyo nombre no supe

porque no llevaba una chapa en la solapa,

y me fui al Puente de Brooklyn,

y pensé en la gente que trabajó aquí hace cien años,

y los que murieron aquí, gente aplastada,

amaron el progreso

y este los ejecutó,

y me reí un rato, una risa de Dios: demonio y fortaleza,

y cogí un taxi y era

otra vez un negro quien me servía,

un negro grande,

y le dije five avenue, please.

(…)

El profesor, traductor y poeta Juan Antonio Tello (La Almunia, 1965), que en estos momentos anda impartiendo clases de francés en el instituto de enseñanza secundaria español de Tánger tiene un poema que escribió en 2008, cuando él peregrino de la vida y las aulas vivía con su mujer en Burdeos (Francia) y pensaban en ir precisamente a trabajar a Nueva York, que no dudo que lo haga algún día. Nueva York es en el poema el Atlántico que se cita. Este poema está incluido en su poemario Cae Noviembre (4 de Agosto, 2013):

Quai de la Monnaie

El paseo hacia el muelle

sosiega el pálpito de las horas,

la brisa mueve nuestro pelo

mientras sujetamos la barandilla gris

para inclinarnos sobre los plásticos

que flotan en el Garona.

Los vemos pasar,

testigos de los días,

y tú desvías la mirada hacia el Atlántico

que nunca atravesamos.

El poeta y profesor David Mayor (Zaragoza, 1972) es autor de un par de poemas que hacen referencia a Nueva York, de una forma más o menos directa, y ambos están recogidos en su extraordinario poemario 31 poemas (Pre-Textos, 2013), del que mostramos este que expresa la necesidad que tenemos al pensar en la gran ciudad como el sueño soñado, de esa poesía urbana que ha olvidado la necesaria naturaleza para la vida:

NACIONALIDAD

Ya no hay furia ni mugre ni vespas a la entrada. No hay chicas como Blondie ni yonquis ni han roto el futuro. No hay Londres ni Berlín ni siquiera sombra del pasado. No hay tiempo ni empujones. No hay güisqui dyc ni imperdibles ni una chaqueta demasiado entallada. No hay sudor ni rickenbaker ni un asesino dentro de mí ni han asesinado a los dioses. No estamos en el setenta y siete ni Pisa está a punto de ser incendiada ni hay tanta porquería. No hay nada en el camino de la nostalgia. Ni siquiera Nueva York es un sueño. Nunca beberá Poe en el Bowery. Seguramente no haya ocurrido. Ya no tenemos ni media hora para actuar. Sólo hay páramo en el que pinchar discos a pedradas.

El poeta, escritor, pintor y editor Raúl Herrero (Zaragoza, 1973) no ha estado en Nueva York pero sí ama la música americana y a sus intérpretes y publica en el número inaugural de “El eco de los libres”, la revista cultural del Ateneo Jaqués, el extenso poema que aparece como colofón de un artículo sobre el centenario de Frank Sinatra, dentro de la sección “Música” y que está dedicado al mejor intérprete de la canción New York, New York. Pues estoy convencido que después de escuchar a Sinatra cantando New York, New York nada vuelve a ser igual:

A Frank Sinatra

(…)

Con esa voz, que a pesar de los años persistía

en pelearse con las canciones y

en participar de un ritmo que solo tú hallaste;

con esa voz, bailé en paños menores,

para la multitud de una mujer solitaria,

la noche en que bebí por primera vez tu engrudo predilecto.

Cuando te ocultaste algunos me dieron el pésame,

y acometí el papel de viuda entonando un brindis por tu memoria al tiempo

que te escuchaba cantando, de nuevo, en el concierto

que conmemoró tus setenta y cinco años.

Y has seguido cortejando a esas bandas

de swing feroces como el incienso quemado por arrobas

en las catedrales pudientes

y acorralando a los instrumentos de cuerda

en discos cálidos como una noche de renuncia.

Te quedarás  para que algunos niños del futuro

puedan vestirse con tu libertad

y aprendan que el amor participa de la pérdida,

y que late música más allá de las esferas y las fieras.

¡Reclamemos ser lo que siempre debimos ser!

¡Reclamemos el derecho a imitar el fraseo de tus canciones

al despedirnos de un trabajo cretino

o al decirle adiós a esa pareja-perra que nos persigue con la escoba!

Otro de los poetas que conoce Nueva York, por sus viajes que realiza en solitario huyendo de su vida o escapando hacia la libertad de lo desconocido, es el profesor Jesús Soria (Zaragoza, 1977), como nos deja plasmado en este poema publicado en la revista Eclipse, número 9 (2005). El poema es un homenaje a Nueva York, a Tiffany´s, que como casi todos sabemos es un joyería que existe en la ciudad y que aparece en la película Breakfast at Tiffany’s, dirigida por Blake Edwards y rodada en 1961. También aparece en la novela del mismo título de Truman Capote, que publicó en 1958. Este poema es, no cabe ninguna duda, un canto de amor a la actriz inolvidable Audrey Hepburn, cuyo personaje sueña una realidad diferente cuando acude a los escaparates de la mencionada tienda. Al final del poema se alude al título de la canción de la banda sonora de la película, compuesta por Mancini. Una acertada y bella metáfora nada irracional.

Desayunar en Tiffany´s

 

Desayunar con diamantes era

encontrar en Tiffany´s un

escaparate de los sueños,

saborear en tu piel

el alimento del deseo.

Exprimir el zumo de tus

ojos cansados por la velocidad

de la noche.

Desayunar en Tiffany´s será

siempre el tren de la vida

alejándose de las estaciones

del silencio.

Viajar a la embriaguez

de tu cuello escuchando las

palabras del río de la luna.

El poeta y profesor universitario que ha hecho algún viaje a la gran ciudad de Nueva York es Enrique Cebrián Zazurca (Zaragoza, 1978), quien tiene un poema con ecos juanramonianos de su Diario…, que hace referencia a Nueva York, titulado Greyhound, y que aparece en su último libro de poemas La chica del verano (Publicaciones Universidad de Zaragoza, 2015). No es directamente sobre Nueva York, sino que la ciudad aparece citada como referencia del camino hacia el reino de este mundo y del otro, el de la vida vivida:

GREYHOUND

Una lluvia de agosto, una lluvia

de perros allá afuera. Nos subimos

calados.

Y el aire acondicionado a mil.

Tapados y abrazados, dormías

junto a mí,

de Boston a New York,

en aquel autobús de peli americana,

protagonista con lágrimas y mochila

dejando atrás

un pueblucho de mierda y algún novio

paleto,

para alcanzar el reino de este mundo.

Tú y yo, tapados

y abrazados, congelados,

apoyada tu cabeza en mi hombro.

En el iPhone

escuchaba a Pereza,

que me gustó más que nunca,

y miraba de noche esa autopista

y me sentí feliz.

Carmen Ruiz Fleta (Zaragoza, 1978) plantea en el poema XX de Cinco días de agosto (Eclipsados, 2008) un paseo en pareja donde anota las acciones tópicas del imaginario turístico del viajero a la ciudad, Neira dixit.

XX

Dentro de dos días,

tomados de la mano,

pasearemos por las calles de Nueva York.

Nos fotografiaremos sonrientes en Times Square,

nos tumbaremos sobre el césped de Central Park,

montaremos en la noria de Coney Island,

y nos besaremos al son del jazz sin admitir

que los dos estamos actuando,

que con el viaje se acabará el cuento,

y que todas las cosas son ya la última cosa.

 

Ignacio Escuín (Teruel, 1981), quien es sobradamente conocido como poeta, crítico, editor, profesor, narrador y ahora porque lleva las riendas de la cultura aragonesa como director general de Cultura del gobierno de Aragón, sí ha estado en Nueva York y escribió sobre la zona cero su conocido poema y varias veces antologado, no falto de sarcasmo, que se inicia así: “Todo poeta que se precie escribirá un poema largo sobre la devastación de New York City tras el 11-S, quizá también sobre el metro, Central Station o los hoteles de lujo de Park Avenue.” Pero a mí me gusta más este otro que es más significativo y socarrón de cómo influye tal ciudad sobre los poetas:

VI

Marta y Lorena caminan las calles de Manhattan y ya no les

soprende nada.

Hace ya unos cuantos años que Lorena partió en busca del

sueño americano y al tocarlo con las manos y comprobar

que en Manhattan no anochece llamó a Marta y ésta partió

siguiendo las huellas de Lorena.

Ahora caminan las dos con firmeza por la Quinta y tienen

novios extranjeros que las quieren y las dejan con mucho

amor y mucha rabia, porque en Manhattan todo se hace a lo

grande.

Marta y Lorena vienen a España

intermitentemente

y nos quieren y nos hablan con el deber cumplido

han rendido al pueblo americano

a ellas sí las miran en la Quinta y en cualquier lugar.

Rendidos a los encantos de las dos les regalan noches con

luz a mis americanas.

Quien está viviendo allí en la actualidad, en Manhattan, Nueva York, es la poeta, profesora e investigadora Almudena Vidorreta (Zaragoza, 1986), quien anda impartiendo clases e investigando en un par de universidades y prepara su segunda tesis doctoral sobre la recepción de la poesía española del Siglo de Oro en poetas latinoamericanas del siglo XX. De Vidorreta destaco esta catarsis lírica: su viaje, escrita y publicada en una revista de allí: Los bárbaros, cuya razón de ser radica en los autores que escriben en español en y/o sobre Nueva York (http://losbarbarosny.com/lea-en-pdf/):

Lectura en llamas

                  Todo parecía estar como en espera de algo.

                                                                       Juan Rulfo

Vine a Manhattan porque me dijeron

que allí estaba el centro del mundo.

Yo misma me lo dije

y me prometí que iría a verlo

en cuanto ella muriera.

Me dejé abrazar en señal de que lo haría,

pues estaba por morirse

y yo en plan de prometerlo todo.

Pero no pensé cumplir mi promesa

hasta que comencé a llenarme de sueños,

a darles vuelo a las ilusiones

y, de este modo, se me fue formando

un mundo alrededor de la esperanza.

Por eso vine a Manhattan.

Y subida en el avión, allá en el cielo,

miraba un agosto desvanecido,

y aquello que veía a lo lejos

era España, y estaba triste.

Son los tiempos, señora.

¿Está seguro de que es España?

Deshecha en vapores,

colmada de hombres como demonios,

mi casa sobre las brasas de la tierra,

mis muertos, llenos de sangre

y un rencor vivo.

Yo era el retrato viejo de mí misma

y el paisaje, solo un reflejo

de la desolación.

Aquí no vive nadie.

Queda claro en este trabajo que los poetas incluidos tratan la gran urbe que es Nueva York desde el versolibrismo y con todos los tópicos habituales, desde los negros a los judíos y los lugares más típicos y calles emblemáticas de la misma, por todos conocidos por las imágenes que repetidamente aparecen en la pequeña pantalla de casa o en la gran pantalla del cine. Parece ser que Nueva York es conocida antes de pasear por ella, por lo que nos dicen. Y como se puede leer, en los autores aragoneses seleccionados para este recorrido, la variedad tipológica poemática es diversa como distintos son los poetas. Así, están en franca complicidad con ella o en ferviente enfrentamiento. Pero a la cual todos admiran desde una óptica más o menos crítica.

Este es pues el sendero marcado sobre la presencia de Nueva York en la poesía aragonesa de nuestros días: una poesía en la que se ve a las claras que los poetas son ciudadanos; o sea, no están fuera de nuestro mundo, y con su poesía nos abren un camino beneficioso para los lectores, pues nos hace mejor entender este complejo mundo. Creo que todos los poetas citados están muy comprometidos con la realidad, algunos con una obra más distendida, pero muy integrados en nuestro presente: en nuestra cotidianeidad. Son poetas que utilizan el verso como bisturí de la sociedad actual.

Debo explicar, por último, que no sé si esperaba mayor y mejor respuesta por parte de los llamados, algunos prestos y otros despistados, pues aún espero noticias de alguna poeta y de algún poeta. Otros, sin embrago, no habían escrito sobre Nueva York, pero querían hacerlo: no han tenido cabida, y otros me mandaron a petición mía poemas que habían escrito sobre otras ciudades, como los poetas Fernando Sarría (Ciudades en los labios ) y Nacho Tajahuerce (El rostro del mundo, en Baile del Sol, 2014), a quienes no puedo incluir en este trabajo, sí en próximos. Desconozco si me he dejado a algún otro poeta, pero no tenía más contactos; aunque quería trabajar sobre estos pocos, no todos. Y, todo esto con un guiño y parafraseando a don Miguel de Unamuno: lo que natura non da, Nueva York non presta.

14/08/2016 10:34 Antón Castro Enlace permanente. Temas aragoneses No hay comentarios. Comentar.

GARCÍA LORCA: 80 AÑOS DESPUÉS

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GARCÍA LORCA: ASÍ QUE PASEN 80 AÑOS*

El verano de 1976, creo que fue por entonces, me trajo toda una revelación: la figura de Federico García Lorca y la generación del 27. Un día en una revista, ‘Semana’ o ‘As color’, vi una oferta del Círculo de Lectores con sus ‘Obras’. Me llegó por correo aquel volumen ahuesado de más de 300 páginas con ‘Impresiones y paisajes’, ‘Libro de poemas’, ‘Romancero gitano’, ‘Llanto por Ignacio Sánchez Mejías’ y algunas obras de teatro, entre ellas ‘Yerma’ y ‘La casa de Bernarda Alba’. También iba en el lote ‘Diván del Tamarit’. Pensé que no había que saltarse nada, aunque el deslumbramiento se produjo con ‘Romancero gitano’, por el universo dramático y misterioso, aquellos seres marcados por la fatalidad, la presencia de la luna, las pasiones imposibles, tan sexuales, tan absorbentes, la atmósfera de cine (“El día se vas despacio, / la tarde colgada a un hombro, / dando una larga torera / sobre el mar y los arroyos”), la profusión de metáforas que procedían de la tradición popular, de los cantares andaluces, de la modernización de la mirada poética y de un sentido musical impresionante. El ‘Romancero gitano’ tenía algo de novela fragmentada: el lector la tejía poco a poco en su cabeza. Me impresionaron su lenguaje, la elección de palabras, su latido y su melodía, la belleza sonora, la épica intemporal. Leí el libro una y otra vez, lo llené de notas del diccionario, de subrayados. Me cautivó especialmente el ‘Llanto por Ignacio Sánchez Mejías’, esa elegía tan espectacular y sentida con su fraseo taurino y la percepción de la muerte en la tarde insondable. Lorca fue una escuela de castellano, un laboratorio de imaginación y de quimeras, era la fluidez, la inspiración, la facilidad increíble del armador de metáforas y símbolos. Con el paso del tiempo, ‘Diván del Tamarit’ se convertiría en mi libro preferido: el amor hecho embrujo y plenitud, plasticidad árabe y dolor, nube de oro y vapor de sueño. Poco a poco, como otros compañeros, descubrí más cosas de Lorca: su pasión por el flamenco, su compromiso con la II República, su tarea en las Misiones Pedagógicas, su encanto personal, sus amores tempestuosos, su candor, su surrealismo, su concepto de la amistad, el libro del espanto que fue ‘Poeta en Nueva York’, y su muerte incivil, aciaga, que nació de la sangre turbia que se encona aún más y se envenena de odio. Han pasado 80 años.
*Este texto se publicó el domingo en 'Cuentos de domingo' en Heraldo de Aragón.

50 AÑOS DE FIESTA DE LA VENDIMIA DEL CAMPO DE CARIÑENA

LA D.O.P. CARIÑENA CELEBRARÁ SU 50ª FIESTA DE LA VENDIMIA CON ELVIRA LINDO DE INVITADA DE HONOR

[Nota de prensa de la DOP Cariñena]- La 50ª edición de la Fiesta de la Vendimia de la Denominación de Origen Protegida Cariñena, que tendrá lugar los días 24 y 25 del próximo mes de septiembre,  contará con la escritora y periodista Elvira Lindo como invitada de honor. En esta edición especial se amplía la celebración a todo el fin de semana, con numerosas actividades dirigidas a todo tipo de público. En la Plaza del Vino, centro neurálgico de la fiesta, y en el Museo del Vino habrá actuaciones musicales de grupos aragoneses como la Big Band de Muel, Bufacalibos de Biella Nuei, el grupo de jotas “Carallana”, el cantautor Celino Gracia o Los Tres Norteamericanos. Además, se recupera la tradición del Tren del Vino desde Zaragoza a Cariñena y se continúa otra de más reciente creación, la del Paseo de las Estrellas de Cariñena. Varios programas de radio de ámbito regional y nacional emitirán en directo desde el Museo. La Denominación ha creado una imagen especial para conmemorar el medio centenar de ediciones de la Fiesta.  

 

Los actos se concentrarán en la jornada del domingo 25, pero comenzarán ya el viernes 23 con el programa de Radio Marca "Intermedio", de 16 a 19 horas, que se emitirá desde Cariñena para toda España. El sábado por la mañana (de 12 a 14 h) será el turno del programa dirigido por Miguel Mena "A vivir Aragón", de la Cadena SER. La fiesta tendrá a las 19,00 horas del sábado otro momento destacado con la apertura de la Plaza del Vino -donde se pueden degustar los Vinos de las Piedras y tapas y raciones- y la actuación del cantante Toño Julve y su grupo “Emociones a la Carta”, además del espectáculo de animación infantil a cargo de la compañía “La Percuta” que recorrerá también otros puntos de la ciudad desde las 20 horas. 

 

El domingo a las 10,45 horas de la mañana el Tren Azul del Vino, que habrá partido de Zaragoza a las 10 h, llegará a la estación de Cariñena, donde será recibido por la Banda de Música de Muel. La Denominación recupera así esta tradición, que se realizará además con material histórico, de la Asociación Zaragozana de Amigos del Ferrocarril y Tranvías (AZAFT). La restaurada composición podrá ser visitada durante la jornada del domingo en la estación de Renfe.

 

A las 11,30 horas tendrá lugar el Acto de Exaltación del Vino y la ofrenda del primer mosto del año al Santo Cristo de Santiago. El momento culminante se producirá cuando la invitada de honor active el interruptor que enciende la Fuente de la Mora y de sus caños comiencen a manar miles de litros de vino. La escritora y periodista Elvira Lindo, conocida por su serie juvenil “Manolito Gafotas” o novelas como “Lugares que no quiero compartir con nadie” o la más reciente “Noches sin dormir”, será  la encargada de hacerlo este año. Una función que en ediciones anteriores han protagonizado otros destacados personajes de diferentes ámbitos como los entonces Reyes de España, Don Juan Carlos y Doña Sofía -coincidiendo con el 75 aniversario de la Denominación-; el entrenador de la selección española de fútbol, Vicente del Bosque; el cocinero Juan Manuel Sánchez, primer ganador de MasterChef; el actor y gastrónomo Juan Echanove; la exministra Carmen Chacón, el cineasta David Trueba o el actor Gabino Diego, invitado de honor de la pasada edición.

 

Una vez terminado el acto central de la Fiesta de la Vendimia, a las 12,15 horas está previsto que la escritora y periodista Elvira Lindo plasme sus manos en una placa de granito natural con  una silueta de hoja de vid de cemento, en el Paseo de las Estrellas de Cariñena. Este paseo, a modo del famoso bulevar hollywoodiense, alberga desde hace dos años las manos de las personalidades que visitan la Denominación de Origen Protegida. Sus huellas se sumarán así a las de David Trueba, que inauguró la iniciativa, a las de los directores de cine aragoneses Miguel Ángel Lamata y Paula Ortiz y a la del actor Gabino Diego.

 

La Fiesta de la Vendimia continuará también como ya es tradicional en la Plaza del Vino. Desde las doce del mediodía, los visitantes podrán degustar los mejores caldos de las bodegas que componen la Denominación de Origen Protegida y exquisitas tapas elaboradas con productos aragoneses. También a partir de las 12 y hasta las 13 h se desarrollará la ronda callejera de San Martín.

 

A las 12,30 horas en el Quiosco de la Música de la Plaza, la Banda de Muel pondrá otra nota musical y a las 13 horas la comparsa de Gigantes y Cabezudos iniciará su recorrido por las calles de la ciudad. Por la tarde, de 17,30 a 19,00 horas la animación infantil estará presente en varias calles de la ciudad, a las 18,30 h el Tren Azul del Vino efectuará su salida de vuelta a Zaragoza. El domingo por la tarde se concentran la mayoría de actuaciones musicales. A las 18,30 h, en el Quiosco de la Música el cuarteto Bufacalibos de Biella Nuei interpretará algunos de sus temas. También el Grupo de Jotas Carallana a las 20 horas en la Plaza de España, el cantautor Celino Gracia en el Museo del Vino a esa misma hora y “Los tres Norteamericanos” a las 20,30 horas en el Quiosco de la Música.

 

El colofón de esta 50º edición de la Fiesta de la Vendimia llegará a las 22 horas en las inmediaciones del campo de fútbol donde tendrá lugar un espectáculo de Fuegos Artificiales.

 

Coincidiendo con el año de celebración de su medio centenar de ediciones, el Ayuntamiento de Cariñena ha solicitado al Gobierno de Aragón la declaración de este tradicional acto como fiesta de interés turístico regional.

 

LA VENDIMIA DISMINUYE UN 25% DEBIDO A LA CLIMATOLOGÍA, PERO SE MANTIENE EN LA MEDIA DE LOS ÚLTIMOS AÑOS

 

Un año más, las viñas cargadas de uvas esperan a ser recogidas en las más de 14.459 hectáreas que componen la Denominación de Origen Cariñena. El Consejo Regulador prevé este año una cifra de cosecha en torno a un 25% menos que en 2015 -excepcional por las condiciones especiales que reunió-, pero dentro de la media de los últimos diez años. “La climatología desde hace tres meses ha sido muy seca, con un calor bastante agobiante, pero pese a ello estaremos en torno a los 83 millones de kilos", explica el presidente de la Denominación, Antonio Ubide. No obstante, la cifra final dependerá de cómo evolucione el tiempo en las próximas semanas.

 

En cualquier caso, las previsiones para esta cosecha continúan así el buen balance de los ejercicios anteriores. La calidad de la uva ha sido en este tiempo muy buena o excelente, como pone de manifiesto la calificación oficial de las añadas:

 

2010

Excelente

2011

Excelente

2012

Muy Buena

2013

Muy Buena

2014

Muy Buena

2015

Muy Buena

 

La uva también presenta este año unas características muy buenas. Las primeras variedades (Chardonnay o Merlot) empezarán a recogerse a comienzos de septiembre aunque el grueso de la vendimia arrancará en la segunda quincena de ese mes. En un 80 % de la superficie de la Denominación se hace ya con máquinas vendimiadoras.

 

ELVIRA LINDO, UNA POLIFACÉTICA AUTORA EN CINE, TEATRO Y LITERATURA ESPAÑOLA

 

         La gaditana Elvira Lindo, cosecha de 1962, es una de las escritoras más consagradas de la literaturaespañola. Comenzó la carrera de Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid alternando su trabajo como locutora para Radio Nacional de España, donde interpretaba al niño madrileño Manolito Gafotas, que más tarde se convertiría en protagonista de su primera novela y en un clásico de la literatura infantil en España. Las aventuras de Manolito han sido traducidas a más de 20 idiomas, entre ellos, el chino, el japonés, el turco y, actualmente, su versión inglesa. Merecedora del Premio Nacional de literatura Infantil y Juvenil en 1996, a lo largo de los años su actividad ha abordado el periodismo, la novela y el guión televisivo y cinematográfico.

 

Ha escrito novelas para adultos como “Algo más inesperado que la muerte”, “Una palabra tuya”-XIX Premio Biblioteca Breve-, “Lo que me queda por vivir” y “Lugares que no quiero compartir con nadie” y “Noches sin dormir”, un diario muy personal de su último invierno en Nueva York. También es autora de teatro y de los guiones para las películas “La primera noche de mi vida” junto al director Miguel Albaladejo, “Manolito Gafotas”, su popular personaje llevado a la gran pantalla, “Plenilunio”, adaptación de la novela de su marido, el escritor y académico Antonio Muñoz Molina, y “La vida inesperada” dirigida por Jorge Torregrosa y protagonizada por Javier Cámara y Raúl Arévalo.  

 

         Su prolífera carrera como escritora le sirve para colaborar asiduamente en medios como El País con la columna veraniega “Tintos de verano”, en la que caracterizó su vida de “intelectual progre” y que más tarde ha sido publicada en forma de libros. Actualmente publica dos columnas a la semana, en El País, “Don de gentes” los domingos y la de la última página los miércoles. También escribe un artículo semanal en la revista Elle y colabora en la Cadena SER en el programa “La Ventana” dirigido por Carles Francino. 

18/08/2016 09:03 Antón Castro Enlace permanente. Escritores No hay comentarios. Comentar.

HISTORIA DE PEGGY GUGGENHEIM

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La mujer que amaba a los artistas

 

Historia de una galerista que se casó con Max Ernst, descubrió a Jackson Pollock y construyó su santuario del arte en Venecia: Peggy Guggenheim (1898-1979)

 

Antón CASTRO

“Sentí que toda la luz de mi vida se apagaba”, dijo Margueritte Guggenheim (Nueva York, 1898 –Padua, Italia, 1979) en un momento en que se le encadenaban  varias circunstancias adversas en el seno de su familia de locos y extraños, como dice Francine Prose en su libro: ‘Peggy Guggenheim. El escándalo de la modernidad’ (Turner. Traducción de Julio Fajardo): su padre, Benjamin, hombre de negocios, murió en el Titanic, su madre estaba un tanto trastornada y repetía hasta tres veces cada frase, su hermana murió en el parto y tenía un tío excéntrico que mascaba hielo y carbón y acabaría suicidándose. Se probó en la consulta de un dentista y también en una librería de vanguardia. Aprovechó para formarse, para interesarse por algunos aspectos del arte y la cultura; al fin y al cabo era sobrina de Solomon R. Guggenheim. Hacia 1920 recibió una herencia de 2.5 millones de dólares y pensó que era el momento de emprender su primera aventura. Era una mujer más resultona que bella y un tanto acomplejada por dos razones: la nariz ganchuda de su familia y su procedencia judía. Tenía una personalidad ambivalente: era tímida y descarada, rebelde y caprichosa. No tardaría en descubrir otra facultad o impulso: la voracidad amorosa. Peggy Guggenheim –ella misma lo reveló en sus ‘Confesiones de una adicta al arte’- tuvo alrededor de 400 amantes, y la mayoría fueron artistas.

París era una fiesta, sin duda, de creación, de bohemia, de sueños y de alcohol. Ahí empezó a fraguar su leyenda: se instaló en la ciudad, se divertía, acudía a algunos estudios y a la par viajaba y frecuentaba a jóvenes artistas y creadores: Tristan Tzara y los dadaístas, Man Ray y James Joyce, a los que visitó en Normandía, Ezra Pound, con quien estuvo en Rapallo, o la mismísima Isadora Duncan, que albergó el sueño de que le financiase algunos espectáculos; no lo hizo pero le presentó a mucha gente famosa. No podemos dejar al margen a quien fue quizá su mejor consejero y tal vez amante, Marcel Duchamp; la educó, le dio consejos, fue el responsable de “mi incursión en el mundo del arte moderno”.

Casi antes de descubrir que el arte iba a ser su mejor plataforma entró en contacto con Laurence Vial, con quien se casó y con quien tuvo dos hijos: Sindbad y Pegeen; perturbada y alcohólica moriría joven. La vida con Vial no fue fácil: la maltrató a menudo, le pegaba y la empujaba por la calle. En 1929, tras seis años de convivencia tormentosa, se separaron. Entró en su vida el escritor inglés John Holms, que también tenía sus rarezas y sus arrebatos de cólera, pero cumplió el papel de amante, de amigo y de preceptor. Francine Prose dice: “Soportaba el daño físico y psicológico, humillando a los hombres, controlándolos con su dependencia económica”. Holms murió joven de un infarto. Sucesivamente ocuparon su corazón el escritor Samuel Beckett, con quien vivió 13 meses con una pasión esencialmente sexual y etílica, o los pintores Yves Tanguy y Max Ernst, que le despertó la locura del deseo y los celos, porque el atractivo Ernst, de ojos azules, estaba con ella por dinero y había perdido la cabeza por la pintora y escritora Leonora Carrington.

 

En esta incesante peripecia de arte, alcohol y amor, Peggy creó la Guggenheim Jeune en Londres en 1938, y duró algo más de un año. Aprovechó para presentar a los británicos el arte moderno y, sobre todo el surrealismo: Brancusi, Arp, Léger, Man Ray, Braque, Matisse, Picasso, Tanguy; más tarde, se trasladó a París y allí desarrolló su idea genial. Tras el estallido de la II Guerra Mundial adquirió, a bajos precios, cuadros a los artistas en sus talleres, como si cultivase el lema: “Un cuadro cada día”. Cuando se aproximaban los nazis a París, por sugerencia del pintor Fernande Léger, ofreció su espléndida colección para que se la guardasen en el Louvre; no aceptaron y ocultó los cuadros en un granero en Vichy. Fue entonces, en 1940, cuando conoció a Max Ernst, su segundo esposo. Al final, los embarcó en dirección a Estados Unidos y sería allí donde crearía la galería The Art of This Century, cuyo gran descubrimiento fue Jackson Pollock. Al principio no lo interesó su pintura caótica ni confiaba en él, aunque quizá le hiciese sospechar que un artista tan distinto como Piet Mondrian, de rigurosa geometría, dijese que le resultaba emocionante. Se convirtió en toda una figura, en su amante y le encargó el mural de su casa de Manhattan. En 1947 decidió trasladarse a Venecia y en 1951 abrió a la gente el Palazzo Vernier dei Leoni, que era su santuario, su galería viva y casi un centro de peregrinación. Confesó que cuando la dejó el sexo –aún tuvo otro romance con el joven poeta ‘beat’ Gregory Corso- lo que más emoción le producía era deslizarse en góndola por la laguna. Bueno, eso, y acaso repetir una y otra vez su frase más célebre: “Yo no soy una coleccionista de arte, soy un museo”.

*Peggy Guggenheim, retratada por Man Ray en 1930.

Este texto ha aparecido en Heraldo, en la sección LETRAS ESTIVALES.

21/08/2016 19:50 Antón Castro Enlace permanente. Artistas No hay comentarios. Comentar.

UN SIGLO DE GREGORY PECK

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Gregory Peck, casi perfecto

en la vida y en el cine

 

Se cumple un siglo del nacimiento del hombre que encarnó a Atticus Finch, al capitán Ahab o al malvado Joseph Mengele

 

Antón CASTRO

El cine está lleno de maravillosas historias delante y detrás de la pantalla. Mary Badham, la niña Scout de ‘Matar a un ruiseñor’ (1962) de Robert Mulligan, jamás pudo desembarazarse de su personaje y mucho menos de la figura de Gregory Peck (La Jolla, California, 1916-Los Angeles, California, 2003), que encarnaba al abogado Atticus Finch. Ella ha recordado “el amor, la calidez y la comprensión, y la sonrisa profunda y maravillosa del actor” que dio vida al protagonista  de Harper Lee. Quizá sea el mejor padre de la historia del cine y uno de los más positivos y comprometidos: leía a sus hijos y se tomaba tiempo para escucharlos. Peck era “accesible y natural” tanto en el set como en los descansos: los chicos lo sentían casi como un padre de verdad y se sentaban con él en su regazo, le pedían historias o bromas mientras se balanceaba en su hamaca.

Harper Lee, que jamás había estado en un rodaje, se quedó fascinada cuando lo vio actuar; unas lágrimas de emoción le abrillantaron la mejilla. Luego le dijo al actor: “Me ha recordado la barriguita de mi padre”. Peck, con su habitual sentido del humor, le respondió: “Ese es un recurso de actor”. El intérprete de La Jolla era tan profesional y metódico que ensayaba en secreto algunas de las escenas y quizá fue el primero en saber que aquella iba a ser una película para siempre, que se rodó como en un estado de gracia. Lee tuvo un detalle maravilloso: le regaló el reloj de bolsillo de su padre y Peck acudió con él a recibir el Oscar al  mejor actor de manos de Sofía Loren en 1963.

Quizá sea una manera blanda de empezar un texto sobre Gregory Peck, de cuyo nacimiento se cumple un siglo, pero este actor no solo es uno de los más grandes y de “los más apuestos”, según muchas actrices, de Hollywood, sino un ser humano entrañable, comprometido con la libertad, con los derechos humanos y escasamente frívolo en un universo de frivolidades. Quiso ser bastantes cosas, militar, médico, y fue algún tiempo camionero, pero en cuanto decidió ser actor, se aplicó a ello con determinación. Estudió el método de Constantin Stanislavski, se matriculó en Literatura y Lengua en Berkeley y estudió de lleno arte dramático. Y decidió jugárselo todo a una carta: con 130 dólares en el bolsillo se marchó a Nueva York. Allí empezaría todo, incluido el amor: en 1942 vio a la maquilladora y diseñadora Greta Konen Rice, se enamoraron, se casaron y vivieron juntos hasta 1954; tuvieron tres hijos. Al año siguiente, se prendó de la periodista francesa Veronique Passini, tras una entrevista. Peck llamó a su diario para volver a verla y ahí empezó una relación que se prolongó hasta la muerte del actor.

Tras diversos escarceos, puede decirse que la carrera cinematográfica de Gregory Peck –hijo de padres separados, se crió con una abuela loca por el cine- empezó con dos películas como ‘Días de gloria’ de Jacques Tourneur, el director de ‘Retorno al pasado’, y ‘Las llaves del reino’, de John Stahl, ambas de 1944. A partir de ahí se convirtió en una presencia constante, en un galán de 1.90, en un rostro versátil en muchas películas importantes: ‘Recuerda’ (1945) y ‘El proceso Paradine’ (1947), ambas de Alfred Hitchcock, donde da la medida de su complejidad, encanto y fotogenia, al lado de dos grandes y bellas actrices como Ingrid Bergman y Alida Valli.

En 1946 había intervenido en otra película fantástica, un western distinto, ‘Duelo al sol’, de King Vidor, donde era al hermano malo de Joseph Cotten; rivalizaba por la belleza morena y pasional de Jennifer Jones, con quien vive una escena de desgarrada sensualidad. En 1953 participó en ‘Vacaciones en Roma’ de William Wyler, una exaltación del viaje y del verano, de las vacaciones, de los amores improvisados, que puso de moda la Vespa. Audrey Hepburn se enamoró locamente de él, pero Peck no aceptó. En cambio, establecieron un pacto de cariño y amistad para siempre. La carrera de Peck contempla otros títulos espléndidos, más de 50: ‘Moby Dick’ (1956) de John Huston, donde encarnó al torturado, obsesivo y rencoroso capitán Ahab, la película se rodó en parte en Canarias… Otros títulos suyos fueron ‘Mi desconfiada esposa’ (1957) de Vincent Minnelli, ‘El cabo del terror’ (1962) de Lee J. Thompson, ‘Los niños del Brasil’(1978) de Franklin Schaffner o ‘Gringo viejo’ (1989) de Luis Puenzo. Y, por supuesto, ese oasis de talento y compromiso, ya glosado, que fue ‘Matar a un ruiseñor’.

Peck declaró ante Joseph McCarthy, se manifestó contra la guerra del Vietnam, promovió y apoyó centros para actores, produjo películas antibélicas y puso voz a los derechos de un colectivo de homosexuales. La periodista Pauline Kael lo definió como “un actor competente pero siempre un poco aburrido”. Nadie es perfecto, ni falta que hace. Tras recibir la novela ‘Matar a un ruiseñor’ le dijo a Robert Mulligan y a su productor: “Si me queréis, soy vuestro”. Quizá sea su mejor epitafio. 

 

 

21/08/2016 19:53 Antón Castro Enlace permanente. sin tema No hay comentarios. Comentar.

EN EL ADIÓS A VÍCTOR MORA

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Víctor Mora, aventura, intriga

medieval y héroes positivos

 

El guionista, traductor y novelista creó grandes personajes como el Capitán Trueno, el Jabato, el sheriff King o el corsario de hierro

 

Antón CASTRO

Víctor Mora (Barcelona, 1931-2016) parecía un señor lacónico, de respuestas breves y secas, sin paja, pero la verdad es que era todo lo contrario: se daba la importancia justa y manejaba un manantial inagotable de anécdotas que contaba con mucha gracia. Fu un luchador que creyó en un puñado de ideales: la libertad, la República, la aventura, la imaginación mezclada con fantasía, el sueño de los héroes, casi siempre con compañía, y también los derechos de autor del guionista. Los tebeos marcaron su vida, casi tanto como su condición de exiliado de España a los cinco años debido a la militancia de su padre. Fue generoso con los otros, admiró a los grandes –Milton Caniff, Harold Foster, Alex Raymond, Frank Robbins, Freixas, Jesús Blanco o Paco Roca; se sabía un personaje de ‘El invierno del dibujante’- y trabajó a gusto con muchos dibujantes (y no solo Ambrós o Ángel Pardo, ilustradores de ‘El Capitán Trueno’). Su poética, o su modo de estar en el mundo y en la creación, podría resumirse así, tal como dijo en un chat: “Trabajar, trabajar y trabajar y, sobre todo, leer muchos libros de todo tipo y no solo de cómic. Ser muy curioso y fijarse y aprender de lo que también hacen los demás”.

Nació en Barcelona, donde vivió hasta los cinco años. Luego su familia se instaló en Francia y él creció rodeado de cómics. Le atrajeron de inmediato los héroes americanos y cuando regresó a Barcelona, tras la muerte de su padre en Limoges, a los once años, estaba envenenado de tebeos, de trazos, de personajes, de tintas. Tuvo que ayudar a su madre y realizó diversas faenas, pero la vocación era más grande y debutó, casi de puntillas, en 1948, a los 17 años cuando empezó a colaborar en ‘Doctor Niebla’, que dibujaba Francisco Hidalgo, e incluso hizo sus pinitos como ilustrador de ‘Capitán Kerr’ para la revista ‘Historieta’, pero la experiencia no le satisfizo. En cambio, se sintió más cómo con un nuevo proyecto con Hidalgo, ‘Al Dany’ (1953) en un tiempo en que el cómic suponía una vía de escape y a una adicción constante. Por aquellos años, Iranzo triunfaba en Bruguera con ‘El Cachorro’ y en la editorial le buscaron un contrapunto y un acompañamiento. Apasionado de la aventura, del universo medieval y del ciclo artúrico en particular –el Rey Arturo, Ginebra, Merlín y sus caballeros: Lanzarote del Lago, Galván, Tristán de Leonís, etc.-, el joven Víctor Mora concibió ‘El Capitán Trueno’, al que llevó a las Cruzadas, lo situó cerca de Ricardo Corazón de León, y le inventó tres compañeros: el joven Crispín, el gigante Goliath y la bella y escurridiza Sidgrid, aquella enamorada rubia y carnal que esperaba regresar su reino algún día. Víctor Mora firmó sus guiones, de partida, con el seudónimo de Víctor Alcázar y contó con un colaborador de lujo: Miguel Ambrosio Zaragoza, Ambrós, que hacía unos dibujos muy eficaces. Ambos cuidaban la planificación, los detalles, la puesta en escena, y eran partidarios de la aventura por la aventura. Dentro de un tono ligero de comedia, había suspense, viaje, peripecias, fantasía. De aquellos cuadernos apaisados semanales se llegaron a vender más de 300.000. ‘El Capitán Trueno’ alimentaba de fábulas y de sueños las infancias y adolescencias españolas. Aquel héroe encarnaba un ideal de justicia. era el bueno por excelencia y siempre estaba dispuesto a reparar males y fechorías y a escarmentar a los villanos.

Para Víctor Mora, pese al éxito, no todo eran días de vino y rosas. Cercano al PSUC, en proceso de reorganización en la clandestinidad, colaboraba con el partido. Lo detuvieron con su compañera Armonía Rodríguez por comunista y masón y los mandaron un tiempo a la cárcel Modelo de Barcelona. Al salir, decidieron exiliarse un tiempo en Francia, hacia 1963. Víctor Mora no había parado de trabajar y de imaginar argumentos: ‘El Capitán Trueno’ duraría entre 1956 y 1968. En el país vecino siguió creando historias y colaboró en diversas publicaciones como ‘Pif’, ‘Vaillant’ y ‘Pilote’. Más tarde extendería sus tentáculos hacia Bélgica y, ante todo, fortaleció su condición de escritor en catalán con novelas como ‘El plátens de París’ y ‘El café del homs tristos’, ambas de 1966. Volvió a España y no paró de crear personajes y de colaborar en diversos frentes: en la traducción, en los artículos de prensa, en la ficción narrativa y en los guiones de historieta. Ahí están personajes suyos como ‘El cosaco verde’, ‘El corsario de hierro’, ‘El sheriff King’ o ‘Las crónicas del Sin Nombre’, que ilustró Luis García. Al especialista Ramón Pérez Rodríguez le dijo: “Todo relato de aventuras contiene acción, suspense, intriga y humor”. Y le contó que la censura era incorregible: a sus héroes medievales les quitaron las armas y los dejaron con el puño en alto. Paradojas del sistema. En 2006 presentó ‘El gran libro del Capitán Trueno’ en su 50 aniversario, escrito en colaboración con su compañera Armonía Rodríguez. Y dijo a modo de resumen definitivo: “La calidad no envejece y el Capitan Trueno tampoco”. Fallecía en Barcelona el pasado miércoles: antes de partir, enfermo de cáncer, seguro que se encomendó a su héroe más romántico y positivo.

 

*La foto de Víctor Mora se publicó en varios periódicos y es de Efe. El artículo apareció en la sección LETRAS ESTIVALES de Heraldo.

21/08/2016 19:57 Antón Castro Enlace permanente. Artistas No hay comentarios. Comentar.

BARBASTRO: 'DE GUTENBERG A TWITTER'

[La exposición 'De Gutenberg a Twitter', que concibió y coordina Rafael Bardají llega a la UNED de Barbastro. Coloco aquí un fragmento del texto y dejo el link del catálogo en pdf. Muy interesante.]

 

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Para quienes se han hecho mayores en este siglo es imposible concebir un mundo sin ordenadores, tablets o móviles conectados a Internet. Para quienes venimos de 1960, nos resulta difícil prescindir de muchas de las ventajas que proporciona, pero tenemos alguna idea de lo que supone vivir en un mundo desconectado en el que la vida y milagros de cada uno de nosotros no esté casi permanentemente expuesta. Disponemos de más información de la que nunca podremos asimilar, pero, también, somos víctimas de la desinformación. Somos la enésima generación de la letra impresa, de las bibliotecas creadas y alimentadas con mimo a lo largo de siglos. La letra impresa tuvo un antes. La inmensa mayoría de la gente no podía contar más que con la transmisión oral para completar la imagen de su mundo sin horizontes. Hombres extraordinarios inventaron la imprenta. El poder tuvo que competir con materiales impresos que se difundían rápidamente y que discutían, matizaban y atacaban el orden establecido. La censura, la quema de libros y de sus autores fueron barreras impuestas por el poder a la difusión libre de las ideas. Gracias a los materiales recogidos por Rafael Bardají y Joaquín Sebastián, a la Diputación de Huesca y al Ayuntamiento de Zaragoza que han producido la muestra, tenemos ocasión de contemplar en la UNED de Barbastro, algunas de las viejas máquinas que hicieron posible la difusión del saber y el conocimiento y la evolución del periodismo desde Gutenberg hasta hoy. Que la disfruten (la exposición) Fundación Ramón J. Sender UNED Barbastro

24/08/2016 08:43 Antón Castro Enlace permanente. Temas aragoneses No hay comentarios. Comentar.

BROTO EN MONTEVIDEO

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BROTO: MUNDOS

El  artista plástico zaragozano inaugura muestra individual a Montevideo. La exposición se presenta en el Centro Cultural de España en Montevideo, dirigido por el oscense Ricardo Ramón Jarne. 

 

Uno de los más prestigiosos pintores mundiales, el zaragozano José Manuel Broto expone simultáneamente en el Centro Cultural de España en Montevideo y la Galería Xippas. MUNDOS está compuesta por obras creadas en la residencia del artista en Montevideo durante marzo y abril de 2016 especialmente para estas exposiciones. 

 

Premio Nacional en España en 1995, ha expuesto en los Museos y Fundaciones más importantes, como el Reina Sofía de Madrid, ha sido artista de míticas galerías como Maeght en París, Soledad Lorenzo en Madrid, Carles Tache en Barcelona y Xippas en Atenas, París, Montevideo. Su obra está presente en las mejores colecciones de arte contemporáneo del mundo, desde el MOMA y el MET de Nueva York, The Dove collection en Zurich, The Kampo Colletion en Tokio o La Colección Preussag de Hanover.

 

La exposición BROTO: MUNDOS, está integrada por una selección de pinturas que se presentan en la galería Xippas de Montevideo y una serie de 17 dibujos en gran formato, realizados especialmente para el espacio del Centro Cultural. Durante su residencia en el Centro Cultural de España, a principios de este año, Broto dictó un taller cuyo resultado presentamos en el espacio HUB_ Broto: Abstracción colectiva. Una obra que realizaron conjuntamente quienes fueron seleccionados para disfrutar del taller:  Marcelo Martiarena, Verónica Sosa, Viviana Guiridi, Linda Krudo, Luis Peña, Carlos Malvar y Bernardo Thompson. Broto inventa un espacio infinito dentro de la superficie definida de un cuadro, dejando ver el antagonismo y la celebración de su paisaje mental. 

 

Una apuesta de la Agencia Española de la Cooperación Española por la promoción de la cultura en el exterior. 


Recorrido Broto  

A comienzos de los años setenta, Broto fue protagonista en la fundación del grupo Trama en Barcelona, colectivo de artistas que reivindica el arte abstracto. El grupo centra sus experiencias en problemas estrictamente formales, sobre todo en la relación entre el soporte sobre el que se desarrolla la obra y su superficie, basándose en los presupuestos del movimiento Supportsurface.

Su fundamentación teórica se nutría del Marxismo-leninismo, el pensamiento psicoanalítico, la doctrina de Mao Zedong y otras influencias provenientes de la revista francesa de teoría y crítica literaria Tel Quel, en la que escribían pensadores como Jacques Derrida, Michel Foucault, Julia Kristeva, Roland Barthes, Umberto Eco, Georges Bataille.

 

El grupo edita la revista Trama presentada por Antoni Tàpies en 1976, artista que inspira y abre el camino para la siguiente generación de pintura. En esta época, Broto se presenta como un pintor informalista basado en estructuras geométricas elementales, utilizando colores neutros y descartando el uso de sombras. Desarrolla una abstracción con una intensa carga de lirismo que combina las formas abstractas con objetos geométricos o signos tomados de otros lenguajes (matemáticas, música, escritura). Sus composiciones exhiben un lenguaje abstracto que trasciende lo gestual. Desde esta época, las grandes manchas de color tienen un lugar central en sus composiciones.

En 1985 se traslada a París donde coincide con otros artistas españoles como José María Sicilia, Miquel Barceló o Miguel Ángel Campano. El resultado de este cambio geográfico se ve reflejado en su obra que deviene más abstracta. Broto abandona por completo la figuración y los rígidos parámetros constructivos para investigar el expresionismo abstracto y dedicarse de lleno a la pintura gestual.

Con el paso del tiempo, el artista incorpora nuevos elementos a su trabajo tales como transparencias, formas atmosféricas y figuras espaciales. Su obra se vuelca cada vez más hacia una abstracción de fuerte contenido cromático. Surge del contraste, mezclando el rigor y la libertad, la transparencia del gesto manual y la opacidad de una impresión digital. El artista trabaja las contradicciones de la materia, el color y la forma con el fin de unirlos a la posibilidad de nuevas dimensiones. Las formas geométricas del fondo se ven desafiadas por la organicidad de las siluetas, mientras que la mezcla de colores, en su estado más crudo, cobra vida sobre un plano preestablecido. Broto inventa un espacio infinito dentro de la superficie definida de un cuadro, dejando ver el antagonismo y la celebración de su paisaje mental. En su obra, la contradicción se transforma en armonía.

 

24/08/2016 08:47 Antón Castro Enlace permanente. Artistas No hay comentarios. Comentar.

VIDAS Y ÉXODOS DE ARANA

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Las vidas y los éxodos de José Ramón Arana

 

[El escritor y sindicalista fue librero ambulante en México, creó varias revistas, escribió poesía y novela, y jamás se pudo olvidar de Aragón]

 

Antón CASTRO

La vida no le dio tregua a José Ruiz Borau (Garrapinillos, 1905- Zaragoza, 1973), José Ramón Arana para la literatura, y él vivió con pasión, con peligro y audacia, a salto de mata, entre el amor, la mala conciencia y el afán de sobrevivir. Siempre sintió la huella de una doble ausencia: Aragón, la tierra, el paisaje inicial de campos, serranías, desiertos y ríos como el Ebro lodoso, y su madre Petra Borau, esposa del maestro Ventura Ruiz, que falleció de tuberculosis en 1913 cuando José tenía ocho años. Petra murió en 1956 y su hijo soñó con volver a casa para acompañarla en su último viaje: lo haría algunos años después, en 1972, enfermo ya de un tumor cerebral. Logró que sus restos pasasen al cementerio de Monegrillo y ahora comparten tumba y lápida.

José Ruiz Borau nació en la escuela de chicos de Garrapinillos, cuya biblioteca ahora lleva su nombre. Pronto empezó a trabajar de aprendiz en una imprenta, en un almacén, quiso ser maletilla, y lo era, de capea en capea, hasta que una vaca, Chorreada, le produjo una gran herida. Quizá la afición derivase de uno de los empleos de su madre: era modista y solía coser capotes. El joven, tras el desengaño y el disgusto que ocasionó en casa, se marchó a Barcelona a trabajar en una fundición, de lo que habla en profusión en su libro ‘Can Girona. El desván de los recuerdos’ (1973), que era su proyecto de memorias. Aquel fue un período interesante: frecuentó bibliotecas y ateneos, descubrió el anarquismo, se afilió a la CNT y se casó, en 1925, con Mercedes Gracia Argensó, con quien tendría cinco hijos (o quizá seis porque el primero habría muerto muy pronto): Augusto, Alberto (que es escritor y narra la historia familiar en ‘La piel de la serpiente’, 2001), Marisol, Rafael y Mercedes. Por aquellos días, tal como documentó uno de sus mejores estudiosos, Javier Barreiro -Arana ha sido estudiado, entre otros, por José Luis Melero, Javier Quiñones, Luis Esteve, Eloy Fernández Clemente y Alejandro Díez Torre- publicó sus primeros poemas en la revista ‘Pluma aragonesa’. En 1931, la familia regresó a Zaragoza porque José consiguió un modesto empleo en el Banco Hispano Americano, y eso le condujo al sindicalismo: representó a UGT en la Federación de Banca y Bolsa y llegaría a ser uno de sus principales líderes.

La Guerra Civil le cogió en Zaragoza y decidió llevar a su familia a Monegrillo, donde no tardaría en volver y ejercería, nombrado por los anarquistas, de maestro de pueblo. Poco después se trasladó a Lérida y, en medio de tantas convulsiones, sería nombrado Consejero de Obras Públicas y luego de Hacienda del Consejo de Aragón, con sede en Caspe. Su familia intentó seguirle pero solo encontró acomodo en Mequinenza, Javier Barreiro, en la edición de sus más que interesantes ‘Poesías’ (Rolde, 2005), dice que en este cargo “proyecta la creación de un órgano regional de cajas de ahorros y ejerce una labor febril”. A finales de abril se desplazó a Rusia, viaje que dio lugar al libro ‘Apuntes de un viaje a la URSS’ (1938). Tras dejar embarazada a su esposa de la niña Mercedes, a la que no llegaría a conocer y a la que dedicaría una sincera elegía, se marchó a Bayona y finalmente al exilio. Estuvo en el campo de concentración de Gurs, que le inspiró muchos poemas. Para entonces ya había conocido a la que iba a ser su segunda compañera: la poeta María Dolores Arana, con quien se reunirá primero en Francia y luego, definitivamente, en Mèxico. A ella le debe el seudónimo que le ha dado fama: José Ramón Arana.

Con María Dolores vivirá hasta 1959. Casi una década antes había conocido a la profesora de música y republicana Elvira Godás, con la que se casaría en 1960. La primera cita, el día de Reyes de 1950, la contó así Javier Quiñones para ‘Artes & Letras’ de HERALDO: “Arana, vestido toscamente, se presentó con un paquetito de bombones en un cucuruchito humilde de papel y fueron a sentarse a un banco de la alameda y allí conversaron hasta las tres de la mañana”. En México, Arana fue librero ambulante que cargaba sus volúmenes e iba de lugar en lugar, de café en café, y a veces de pueblito en pueblito. Fueron años de estrecheces; con María Dolores tuvo dos hijos más: Juan Ramón y Federico. Simón Otaola abordó la ingente labor cultural del zaragozano en un libro muy recomendable, que recuperó para Ediciones el Imán su primo José Luis Borau: ‘La librería de Arana’. Allí puede leerse este retrato: “[José Ramón Arana] es fuerte y cuadrado. Tiene porte exterior de capataz. Tiene cara de palabrotas, de hombre feroz, de sargento Malacara. Le rascas, de corazón a corazón, y se observa que las apariencias se ceban en él porque es, lo que se dice, un niño, un niño gigantón y admirable. Vendiendo libros, hablando y escribiendo de España, sufriendo y soñando se le va la vida.” Vivía por España, ebrio de melancolía, y se acordaba una y otra vez de Aragón. Alentó tres revistas literarias: ‘Aragón’, que realizó cinco entregas, entre 1943 y 1945; ‘Ruedo Ibérico’, con un único número en 1944, y ‘Las Españas’, 25 números a lo largo de ocho años, entre 1946 y 1953.

En 1950 publicó la que muchos consideran su obra maestra: ‘El cura de Almuniaced’, que narra la historia de un sacerdote, hondamente humanista, que se enfrenta al poder, a la tiranía fascista y al descontrol de los milicianos en el contexto de la Guerra Civil. Publicó otros textos, tuvo un hijo con Elvira Godás, Veturián, título también de su única obra teatral. En 1968 se le descubrió un tumor cerebral y empezó a barajar el regreso a España, algo que hizo en 1972. Se afincó en Casteldefells y murió en la clínica Quirón, donde se sometió a un famoso tratamiento del doctor Blanco Cordero, que no tuvo éxito. Su hijo Alberto lo vio poco antes del adiós, en el lecho, y entrevió la humedad de unas lágrimas en su último rostro.  

 

*La Ilustración es de José Luis Cano para el libro 'Zaragoza' de Media Vaca.

FRANCIS BACON, UN PERFIL

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Francis Bacon, el hombre

a solas o la baba del caracol

 

Historia de uno de los grandes pintores del siglo XX, atormentado y figurativo, que llega en septiembre al Museo Guggenheim de Bilbao.

 

Antón CASTRO

El pintor Lucian Freud y el escritor y viajero Paul Bowles coincidían en un juicio sobre Francis Bacon (Dublín, 1909-Madrid, 1992): “Es la persona más sabia y salvaje que conozco”. El gran pintor, que haría el grueso de su carrera en Londres, fue casi siempre extremado y ambivalente, violento y tierno, partidario de los abismos de la noche y del sexo más turbulento y a la vez desesperadamente romántico y tierno. Admiró a Picasso por encima de todo, y fue su guía, la llama airada que marcó su vocación, a Rembrandt y a Velázquez, con quien dialogó una y otra vez: a su manera torva, sensible, estremecida de lucidez y búsqueda, hizo hasta 40 variaciones de su cuadro ‘Inocencio X’, la cifra de una obsesión capital en el arte contemporáneo. En su última visita al Museo del Prado, según contó en ‘ABC’ la periodista de arte Natividad Pulido, quiso ver especialmente dos cuadros: ‘La Venus del espejo’ del sevillano y ‘La familia de Carlos IV’ de Francisco de Goya.

Francis Bacon tuvo una niñez y una adolescencia desdichadas. Sufría asma crónica y fue maltratado por su burlón padre: entrenador de caballos de carrera y apasionado de la caza, era insensible a la enfermedad de su hijo, que, según sus biógrafos, estaba enamorado de él. Un día lo sorprendió poniéndose la ropa interior de su madre y el joven le confesó su homosexualidad. El padre lo expulsó de casa y buscó a un buen amigo suyo para que le ayudase a cambiar en un viaje por el mundo: el joven Bacon, de mirada frágil y honda, brillantísima y melancólica, lo sedujo igual que había hecho con algunos mozos de las caballerías. El viaje lo llevó a Berlín, donde vio la obra de Otto Dix y George Grosz, y luego a París, donde descubrió  a Picasso. De vuelta a Londres, decidió hacer dibujo y acuarela. En 1937 formó parte de la muestra de ‘Jóvenes Pintores Británicos’ y en 1944, tras algunos años de autodidactismo feroz y una existencia en algunos márgenes, pintó un cuadro emblemático: ‘Tríptico con tres figuras al pie de la crucifixión’, que se expondrá al año siguiente en el Museo de Nueva York en ‘Maestros de la Pintura Británica’.

Ese lienzo era una revelación: la poética del pintor atormentado y figurativo, que ha asimilado elementos del surrealismo y del expresionismo, y que propone la deformación grotesca de los rostros, la convulsión y el desgarro, y la presencia del monstruo. La suya es la pintura de la soledad existencial, del dolor físico, de la carne apaleada o desfigurada, del grito. Algunos años más tarde, cuando pocos le negaban la supremacía del arte con Lucian Freud, Margaret Thatcher dijo que pintaba “asquerosos trozos de carne”. Es una forma de ver esa acumulación de matices, próximos a la repelencia en ocasiones, que hablan del deseo, de la obsesión, del miedo, de la frustración, del vacío de existir. Pintó sus series sobre ‘Inocencio X’ de Velázquez, desde 1949, constantes retratos y autorretratos, y numerosos trípticos. Contaba que había elegido esta forma porque tenía algo de secuencia cinematográfica y el cine era una de sus aficiones. Solía inspirarse en las imágenes en movimiento del fotógrafo Edward Muybridge y en fotogramas de películas de S. M. Eisenstein y de Luis Buñuel.“Quisiera que mis pinturas se vieran como si un ser humano hubiera pasado por ellas, como un caracol, dejando un rastro de la presencia humana y un trazo de eventos pasados, como el caracol que deja su baba”.

Francis Bacon tuvo una agitada vida amorosa. Era un cazador nocturno en puertos, clubs nocturnos, un hombre que vivía peligrosamente, de exceso en exceso, embrujado por los cuerpos y por la pasión. Algunos de sus amantes fueron sus mejores modelos. Al principio, tuvo una relación extensa con Eric Hall, banquero y padre de familia, que fue su amante y mecenas durante quince años. Luego apareció Peter Lacy, piloto de vuelo. Vivieron una pasión destructora durante una década: hubo broncas, puñetazos, celos, cuadros acuchillados. Bacon le diría a su fotógrafo Michael Peppiatt: “Estar enamorado de esta forma tan extrema es como tener una enfermedad espantosa”. Lacy murió poco antes de que inaugurase en la Tate Gallery. Después vivió otra tortuosa relación con George Dyer; se pelearon, se amaron, Dyer lo denunció por consumo de estupefacientes, y finalmente, en 1971, cuando Bacon inauguraba en el Grand Palais de París, se suicidó. Bacon aún tuvo otras dos pasiones: John Edwards, su heredero, y el ingeniero español José Capelo, dedicado a las finanzas. Se conocieron en 1988 en Londres y vivieron tres intensos años con diversos viajes alrededor del mundo. Bacon murió de un ataque al corazón en Madrid, en la clínica Rúber, cuando vino a verlo. Fue su último gesto romántico. Antes le había hecho y regalado algunos cuadros. Cinco de ellos, de pequeño formato, los robaron en Madrid a febrero de 2016 y se buscan en medio mundo. Capelo no ha dicho nada. Él fue la última pasión española de un hombre que amaba a los toreros, a los boxeadores, el vino, Madrid, y la belleza caliente y luminosa de Andalucía, por donde anduvo en 1972. Dentro de poco, a partir del 30 de septiembre, su obra se instalará en el Museo Guggenheim.

 

 

30/08/2016 09:24 Antón Castro Enlace permanente. Artistas No hay comentarios. Comentar.

MILES DAVIS: REBELDÍA DE JAZZ

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Miles Davis, la revolución del jazz

Don Cheadle le dedica una película al trompetista que experimentó nuevos registros sonoros en bebop, cool, jazzrock y fusión

 

Antón CASTRO

"Sólo soy un trompetista. Sólo sé hacer una cosa: tocar mi instrumento y esa es la base de toda la confusión. No soy un hombre de espectáculo y no quiero serlo. Soy un músico", dijo Miles Davis en 1963, cuando ya era uno de los más grandes del jazz. Algunos lo han considerado el Picasso o el Stravinski de la disciplina, y quizá no sea exagerado. Fue un hombre complicado, posiblemente bipolar, hiperactivo y prolífico, y a la vez estaba lleno de demonios. Tenía en su interior, en parejos porcentajes, la semilla de la autodestrucción y la del talento. Fue un renovador absoluto, alguien a quien le gustaba experimentar, buscar nuevos sonidos, emocionarse. Aunque podía ser irascible, para muchos fue el trompetista del silencio, el jazzmen de las suavidades, de la pausa, de esos sonidos casi inefables –líricos, melancólicos, poseídos por la ambivalencia del drama y la serenidad- que marcaron una época. O  varias épocas. Porque si hay una cosa muy clara con Miles Davis –recuperado ahora por Don Cheadle en ‘Miles Ahead’, a los 25 años de su muerte- es que en él hay muchas tentativas, una personalidad torrencial que persiguió una y otra vez, en las grabaciones y en directo, apresar “el espíritu de la música”.

Miles Davis es un tipo muy contemporáneo. Insatisfecho, radical y cambiante. Enamoradizo e hipercrítico. Nació en 1926, tuvo una vida más o menos fácil en su infancia,  era hijo de un odóntologo y de una profesora de música. Aprendió a tocar desde muy joven, quizá desde los nueve años gracias a Elmood Buchanan. Aunque fue un hombre enrabietado con casi todo, escéptico ante el mundo (sí creyó en Desmond Tutu y en Mandela, a quienes les dedicó su disco ‘Tutu’), vivió plácidamente, sin estrecheces ni grandes amarguras.

No tardaría en hacer sus primeros pinitos y tocar en clubs locales de St. Louis. Cuando dejó atrás de la adolescencia, convenció a su padre para que lo matriculase en Juilliard School of Nueva York. Tenía una obsesión: quería conocer a su admirado Charlie Parker, ‘Bird’, e invirtió casi un mes en dar con él; hasta que lo hizo se bañó en la música y la fantasía de los clubs de jazz, vio tocar a muchos de los grandes y aprendió por observación e inquietud de saber. En esos días, y más tarde, se haría asiduo de las bibliotecas: estudió a Stravinsky y a Rachamninoff, a quienes les destinaría palabras de cariño, o Alban Berg. Parker le dio la oportunidad en su grupo, aunque tenía a otro músico increíble: Dizzy Gillespie. Y allí, a su arrimo, en aquel clima posbélico, Miles Davis asimilaría el sonido de los maestros y un estilo que más adelante trabajaría: el bebop, al que sucedería el cool…

Algún tiempo después, con grupo propio ya, grabó uno de sus primeros grandes discos: ‘Birth of the cool’, la primera obra maestra de Miles Davis, que nació de su colaboración con uno de los grandes arreglistas de jazz: Gil Evans. Será su apoyo permanente, un cómplice, alguien que asimila su deseo de experimentar y de arriesgarse; ayudó a Miles a crear algo que anhelaba: que “el sonido flotase como una nube”.

En 1949, Miles David vino con su banda a Europa. Y se desplazó a París, donde viviría una de los mejores momentos de su vida: su historia de amor con la mujer de negro, la musa del surrealismo, Juliette Grèco. En su ‘Autobiografía’ de 1989, Davis lo explicó así: "La música era toda mi vida hasta que conocí a Juliette Gréco. Me enseñó lo que significaba querer algo distinto a la música. Probablemente, Juliette fue la primera mujer a la que amé como un ser humano, en un pie de igualdad. Era hermosa. Teníamos que comunicarnos mediante expresiones, con el lenguaje corporal. Ella no hablaba inglés y yo no hablaba francés. Nos hablábamos con los ojos, los dedos. Con este tipo de comunicación, uno sabe que el otro no le cuenta mentiras. Tienes que moverte por los sentimientos. Era abril en París. Sí, y estaba enamorado." La cita es larga, pero es oportuna, porque ninguno de los dos perdieron oportunidad de recordar aquel amor que se volvió imposible. Fue Sartre quien le preguntó a Davis por qué no se casaba con ella. Su respuesta fue: “La amo demasiado para hacerla infeliz”.

La carrera de Miles Davis fue formidable, sin duda. Grabó discos excepcionales y fue decisivo para abrirle ventanas al jazz y mezclarlo con otros sones. Él, que odiaba a Los Beatles y a Elvis Presley, descubrió a Jimi Hendrix y eso le ayudó a crear un estilo de jazz rock y también se acercó a la fusión. Fue un inconformista: tocó con todos (Herbie Hancock, John Coltrane, Bill Evans…), aprendió, buscó nuevos sonidos, y no dejaron a aparecer grandes álbumes: ‘Bitches Brew’, ‘Miles in Antibes’, ‘Kind of blue’, anterior a su gran crisis.

En 1975, con 50 años, después de haberse convertido en un mito, atravesó una gran crisis: estuvo seriamente enfermo, aumentó su dependencia de las droga, no hallaba su camino. Fue un lustro de rabia, desesperación y silencio, en el que se ha centrado Don Cheadle. Volvería más tarde con ‘We Want Miles’ y ‘You’re under arrest’, donde colaboró con algunos roqueros. Poco antes de morir cumplió un sueño: grabó algunos temas de Prince. Murió demasiado joven. Con 65 años.

 

*Fotografía de Michel Comte.

30/08/2016 09:26 Antón Castro Enlace permanente. Músicos No hay comentarios. Comentar.

RENÉE PERLE: LA MUSA DE LARTIGUE

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Renée Perle, la musa moderna de Lartigue

 

Historia de un misteriosa, elegante y fotogénica mujer a la que Lartigue le hizo 340 fotos

 

Antón CASTRO

Jacques-Henri Lartigue (1894-1986) fue fotógrafo, pintor, cineasta y escritor. Solía escribir muchas notas en sus 130 álbumes de imágenes y firmó unas memorias: ‘Instantes de mi vida’. Fue un hombre de frases sencillas y a la vez hondas: “La vida es algo maravilloso que baila, salta, vuela, ríe y pasa”. He aquí una perfecta síntesis de su universo. Fue el fotógrafo del mar, del vuelo, del movimiento, de la moda, de los deportes, del paseo, de la belleza femenina y de esos instantes que se vuelven inolvidables al ser fijados por su cámara. En 2011 llegó a la Lonja su exposición ‘Un mundo flotante’, más de 200 fotos de un archivo impresionante, al margen de modas y escuelas, compuesto por más de 100.000 instantáneas. El título aludía a algunas de sus características: la levedad, la ausencia de conflicto, la exaltación de la alegría y del placer. Allí se veía muy claro que Lartigue, de suaves maneras, un rostro angelical y mirada de pícaro, era el fotógrafo de la felicidad. En uno de sus álbumes escribió otro autorretrato: “Ser fotógrafo es atrapar el propio asombro”.

Lartigue se casó tres veces: en los años 20 con Bibi Messager, con la que vivió hasta 1929; con Mancella Paolucci, ‘Coco’, en 1932, convivieron durante casi una década, y con Florette Ormesa, se conocieron en 1942 y se casaron en 1945. Las tres aparecen continuamente en sus fotos. Quizá sea Florette, de una belleza delicada, quien le inspirase algunos de sus mejores retratos, mientras Bibi le sugirió algunas tomas más orientales.

Jacques-Henri Lartigue fue un enamorado del amor y de las mujeres. Tiene algo de criatura de François Truffaut. En marzo de 1930, tras la ruptura con Bibi, se cruzó con Renée Perle (1904-1977), modelo de la casa Doeuillet. La vio en la calle de la Pompe, con otra amiga, y ya no le pudo quitar el ojo de encima. Llevaba guantes. Escribió en sus notas: “Me gustaría ver sus manos. ¡Son tan importantes las manos!”. Concertaron una cita para el día siguiente a las cinco. El fotógrafo, de unos 35 años, espera impaciente: “Cinco treinta y cinco. ¡Ahí está ella! ¿Puede ser realmente ella? Deslumbrante, alta, delgada, de boca pequeña, labios gruesos y ojos oscuros, de porcelana. Deja a un lado su abrigo de pieles en una ráfaga de perfume cálido. Vamos a bailar. ¿Mexicano? ¿Cubano?”. Lartigue observa como su pequeña cabeza se alza sobre un cuello muy largo. Anota: “Cuando bailamos mi boca no está lejos de su boca. Su cabello roza  mi boca. “Soy rumana. Mi nombre es Renée Perle. He sido modelo de Doeuillet”, dice. Delicioso. Se quita los guantes. Manos largas, de niña. Algo en mi mente empieza a bailar ante la idea de que un día tal vez ella quiera que yo le pinte las uñas de esas manos...” Vivieron su amor, con sus vaivenes, sus viajes y sus lujos, durante casi dos años. Gozaron a sus anchas, de lugar en lugar: Cannes, San Juan-les-Pins, Antibes, Biarritz, Annecy, Villerville, etc. Eran una pareja ociosa, un tanto teatral en ocasiones, que parecían disfrutar de la belleza, de los paisajes y del erotismo. Y de la atracción recíproca. Lartigue no dejó de hacerle fotos todo el tiempo que vivieron juntos, hasta 1932.

Esos álbumes son realmente excepcionales. Renée Perle encarna a la mujer moderna, atractiva y segura. Usa pamela o sombrero, vestido largo o corto, de corte o de esport, con joyas o sin joyas. Da igual que lleve pantalones amplios o ajustados, posa en cualquier sitio como si fuera una actriz excepcional. Soporta todos los planos, y conserva siempre ese espíritu independiente y misterioso. Parece la musa y la modelo de los mil rostros, y es también la amante, la compañera, la rebelde, esa criatura que le exige al fotógrafo atención una y otra vez y lo mejor de sí mismo, lo mejor de su arte. Como mínimo, Lartigue elaboró una impresionante colección de 340 fotos, que fueron las que años después exhibió la familia y probablemente subastó en los años 2000 y 2001. En esos lotes también iban algunos retratos al óleo que le hizo el artista.

La fascinación de Lartigue fue absoluta. Sus fotos tienen algo de tratado de seducción y quizá de idolatría, al nivel de las Harry Callahan a su esposa Eleanor, las de Alfred Stieglitz a Georgia O’Keefe o las de Edward Weston a Tina Modotti. Algunos años después, su tercera esposa, Florette, dijo que esas fotos tenían elegancia, fotogenia y sofisticación. Han sido varios los diseñadores y fotógrafos que han dicho: “El estilo de Renée Perle es la perfección”. Ella hacía escenas teatrales encaminadas a provocar celos en el fotógrafo porque las reconciliaciones eran otro ritual. Lartigue escribió: “Renée quiere jugar conmigo”. Y tras el adiós, se preguntó: “¿Con quién podré hablar de amor después de que Renée se haya ido?”.

De Renée Perle, judía, apenas se supo nada más. Al parecer tuvo un hijastro, se dedicó a la pintura y se centró sobre todo en el autorretrato. Cayó en el olvido, hasta que Jacques-Henri Lartigue fue recuperado en 1963 en el MOMA de Nueva York y luego en toda Europa. Y entonces, en su mundo flotante y amoroso, se descubrió su fulgor, su hermosura y su modernidad. 

 

30/08/2016 09:33 Antón Castro Enlace permanente. Fotógrafos No hay comentarios. Comentar.

1916-1956: JUAN RAMÓN Y ZENOBIA

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El amor inagotable de Zenobia

y el poeta Juan Ramón Jiménez

 

‘Diario de un poeta recién pasado’ cumple un siglo y a la vez hace 60 años que el escritor recibió el Nobel, tres días antes de la muerte de su esposa

 

Antón Castro

Juan Ramón Jiménez (Moguer, 1881-Puerto Rico, 1958) fue un poeta depresivo y neurasténico con una inmensa capacidad de trabajo. Aquel “muchacho despatriado”, como lo llamó Ignacio Prat, tenía la cabeza en las nubes y en las más hermosas regiones de la poesía, pero los pies y el cuerpo en el suelo. Fue enamoradizo y vivió grandes historias de amor, algunas tan literarias como la de Georgina Hübner, la mujer inventada por unos poetas peruanos, o de sexo sencillamente como se ve en su poemario ‘Libro de amor’: no tenía reparos en seducir a monjas (algunas aragonesas: Pilar Ruberte, de Zaragoza; Amalia Murillo, de Sariñena, y la madre superiora, Susana López, de Mallén) o la esposa del director del hospital. Luego en la soledad de su estancia les dedicada hermosos poemas de trasfondo erótico. En 1913, casi por casualidad, conoció a Zenobia Camprubí Aymar (1887-1956) y decidió que iba a ser la mujer de su vida. Ella era todo un carácter: había vivido en Mallorca, Barcelona y Estados Unidos, hablaba inglés, era traductora y escritora y se manejaba en diversos negocios, sobre todo de artesanía popular y de inmobiliaria. Era una mujer moderna e independiente, que escribía cuentos, poemas y diarios en inglés y castellano, y que había tenido algunos novios. Uno de ellos, norteamericano, aún andaba por ahí al acecho; deseaba casarse con ella. Exhalaba vitalidad y energía. Ya de joven había escrito: “Estoy tan encantada y tan entusiasmada con todo, que no creo que haya ni una persona que disfrute de la vida más que yo”,

Al principio a Zenobia el poeta Juan Ramón Jiménez no le hacía mucha gracia. Tenía fama de raro, pero él se armó de paciencia y de poesía, y logró sus sueños: seducirla y convencerla para que se casasen, pese a la oposición materna. Ella lo llevó en secreto, consultó con algunas amigas y con su hermano, siempre cauteloso, pero al final accedió y fijaron la fecha de la boca el 3 de marzo en Nueva York. A la madre de Zenobia le costó aceptar la noticia: a ella el novio le gustaba nada.

En febrero de 1916, hace ahora un siglo, Juan Ramón Jiménez decidió viajar a Estados Unidos y empezó un libro: ‘Diario de un poeta recién casado’, que se inicia con su salida de Madrid hacia Cádiz, continúa con el viaje en barco, sigue en Nueva York, contempla una nueva travesía, ahora en el buque Montevideo, el retorno a Madrid y el recuerdo de muchos instantes. Ese libro se publicó a principios de 1917, pero la primera edición de Calleja lleva en portada la fecha de 1916. Es uno de los grandes textos de Juan Ramón, de gran unidad: un libro de viaje, un volumen de confesiones y emociones, la crónica de una luna miel donde se explora una nueva poesía, más desnuda, con ecos simbolistas en ocasiones, que se alza sobre tres elementos: el amor, el cielo y el mar.

La Universidad de Huelva publicó un precioso estuche de ‘Diario de dos recién casados’, donde la editora Emilia Cortés Ibáñez recoge el texto de Juan Ramón y las distintas notas del diario de Zenobia. Por ejemplo, escribe: “Juan Ramón y yo tenemos un gran disgusto y luego mayor comprensión y mucho más cariño verdadero”. Y un domingo anota: “Voy a misa, luego me encuentro mal y me meto en la cama. Por la tarde mamá viene a hacerme compañía y me lee cuentos”. Zenobia y Juan Ramón colaboraron en varias traducciones: la más famosa fue la de Rabindranath Tagore. Juan Ramón, perfeccionista hasta la exasperación, fue nombrado director de publicaciones de la Residencia de Estudiantes.

En 1936 se fueron de España. Juan Ramón firmó un documento de adhesión a la II República. Al poeta le concedieron un puesto de agregado cultural en la Embajada de España en Estados Unidos. Vivieron allí, luego en Cuba, más tarde en Marylanda y en Nueva York, de nuevo, y en 1951 llegaron a San Juan de Puerto Rico. Ambos daban clases y el poeta afinaba sus grandes libros: ‘Romance de Coral Gables’, ‘Animal de fondo’, ‘Dios deseante y deseado’ o el famoso poema en prosa ‘Espacio’. Zenobia no le dejaba ni un instante: a su modo, con ese código secreto que tienen todas las parejas, se amaron con locura. A Zenobia se le descubre un cáncer. Y un 25 de octubre de 1956 le dan la gran noticia de su vida: la concesión del Premio Nobel de Literatura por “por su poesía lírica, que constituye un ejemplo de elevado espíritu y pureza artística en lengua española”. Como su esposa está muy enferma, JRJ se plantea no decírselo. Al final se lo dijeron y quizá fue el mejor regalo en el momento del adiós. Ella había escrito: “A Juan Ramón no se le puede dejar solo en absoluto. Él es queridísimo aunque me vuelva loca”. Apenas dos años después falleció el poeta. No se acostumbraba a estar sin su amor, su mujer, su cómplice, su enfermera. Al fin y al cabo aquella mujer le impulsó a escribir: “Yo solo vivo dentro / de la primavera”.

 

31/08/2016 08:36 Antón Castro Enlace permanente. Escritores No hay comentarios. Comentar.

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