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LUIS ALEGRE: NIÑA MAMÁ. EN EL ADIÓS DE FELICITAS SAZ

Ayer, en el Hospital Nuestra Señora de Gracia, fallecía Felicitas Saz, viuda de Luis Alberto Alegre y madre de Luis Alegre y de sus hermanos Carmen y Salvador. Luis le ha dedicado algunos de sus mejores textos, que es mucho decir, entre varios miles desde sus años de ’Andalán’, hasta ahora con colaboraciones en ’Heraldo’, ’Marca’, antes ’As’, ’The Huffington Post’ o ’El País’, por citar algunos. Este artículo lo publicó en hace cinco años, cuando su madre cumplió 88. Ha fallecido con 93.
[Luis Alegre le dedica hoy su extenso y elaborado artículo de la contraportada a su madre Felicitas Saz. Una mujer de una increíble humanidad, capaz de decirle costas tan atinadas como, en medio de la crisis de Bárcenas, esta: "¿Será verdad tanta mentira?". O, tras leer un libro: "Qué rápido pasa el tiempo aquí dentro". Escribe todos los días una o dos páginas, lee varios periódicos, tiene 88 años y parece que no se haya aburrido jamás. Entenderla a ella es también entender un poco mejor a su hijo: profesor, cineasta, cinéfilo empedernido, conductor de programas de televisión, periodista...]
HASTA LOS 14 AÑOS MI MADRE VIVIÓ LA DICTADURA DE PRIMO DE RIVERA, EL REINADO DE ALFONSO XIII, LA II REPÚBLICA, LA GUERRA CIVIL Y UN POQUITO DE FRANCO Y LA POSGUERRA. MENUDA GENERACIÓN LA SUYA.
NIÑA MAMÁ
Por Luis ALEGRE. De Heraldo.es
Tengo un amigo que, en las biografías y libros de memorias, se salta la parte de la infancia y la adolescencia. Él sostiene que todas las infancias y adolescencias se parecen demasiado y le aburre leer los mismos traumas, complejos, conflictos y amores contrariados. A mí, en cambio, me sucede al revés. En esos años en los que uno se abre al mundo, recibe los primeros estímulos, crece y se empapa de toda clase de vivencias y personas suelen residir las claves más decisivas para conocer a alguien. Y si comparo mi infancia con la que vivieron mis padres o con la que acaban de vivir mis sobrinos, veo tres mundos que no se parecen en casi nada.
La niñez de mi madre Felicitas, por ejemplo, quedó muy lejos de la niñez soñada. Nació en Lechago, nuestro pueblecito de Teruel, en 1925. El 18 de junio de 1939 cumplió 14 años. Hasta ese momento vivió la dictadura de Primo de Rivera, el reinado de Alfonso XIII, la II República, la Guerra Civil y un poquito de Franco y la posguerra. Menuda generación la suya.
Los padres de mi mamá, Pedro y Carmen, tuvieron cinco hijas y dos hijos. Mi mamá era la más joven de las chicas. La mayor, Francisca, murió a los siete años y el pequeño de los hijos, Salvador, murió a los 23. Eso fue algo muy común en la España de mis abuelos: tener muchos hijos y sufrir la pérdida de alguno de ellos. Entonces, la ropa negra que señalaba el luto se llevaba durante años. En las fotos de mi familia de aquel tiempo, siempre hay alguien que viste de negro. Mi madre era una de las niñas más queridas de Lechago. Cada vez que había un funeral, iba a la Iglesia y lideraba el rezo del rosario. Eso lo agradecían mucho las familias de los difuntos.
En Lechago los más pudientes tenían un pastor en exclusiva para sus ovejas. Pero los de medio pelo se tenían que asociar con otros para permitirse un pastor. Mi abuelo Pedro llegó a un acuerdo con otros dos amigos para que un pastor cuidara de las ovejas de los tres. Así hizo mi madre sus dos primeras amigas, María y Josefina, las hijas de esos dos amigos de mi abuelo. Las tres niñas se dijeron que mientras sus ovejas siguieran juntas, ellas serían amigas. Las ovejas se separaron pero María, Josefina y mi madre continuaron su relación toda la vida. Mi madre se distingue por su espectacular facilidad para la amistad. Después de María y Josefina, sus siguientes amigas íntimas fueron Rosario y Agustina. María murió hace unos años pero Josefina y Rosario y Agustina –que son hermanas-, siguen ahí. Todo el rato están pendientes unas de otras. Uno de los grandes momentos del verano en Lechago es cuando ahora se reencuentran esas amigas eternas. Al verlas juntas las visualizo, juntas también, en el Lechago de los primeros años 30 y me sacude una alegría inmediata. Mi madre me ha enseñado que la amistad es un sentimiento capaz de resistir los golpes del paso del tiempo durante 80, 90 o los años que haga falta. Mamá nunca ha dejado de hacer amigas. Paquita, Gonzalina y Pilar son otros de sus imprescindibles apoyos cotidianos. A algunas amigas las encuentra en las iglesias o en las habitaciones de los hospitales. Un día, en el hospital Miguel Servet, me presentó a su compañera de cuarto, otra Paquita. Se habían conocido esa misma mañana pero ya la consideraba su amiga. Han pasado diez años y aún se llaman. Mi madre, si se cruza con alguien por la calle, siempre sonríe, mira a los ojos y saluda, aunque no le conozca.
A mamá le gustaba tanto fregar los platos que, si sus hermanas mayores no le dejaban, se echaba a llorar. También le encantaba ir a la escuela. Los maestros pegaban duro a los chicos y chicas de Lechago pero mi madre asegura que a ella jamás le ha pegado nadie. Otra cosa que le perdía era cantar jotas. Mi abuelo Pedro tocaba la guitarra y ella le acompañaba. Cantaba mientras fregaba o en la era, durante la trilla. Aún hay gente de Lechago que recuerda cómo, al salir a la calle, escuchaban a mi madre cantar.
Mi madre tenía once años cuando estalló la Guerra Civil y, desde entonces, ya fue muy poco a la escuela. Lechago fue un lugar de retaguardia. En la casa de mamá se alojaron soldados gallegos y, también, algunos italianos, que le descubrieron el café y los macarrones. Uno de esos chicos, el zapatero, cantaba tonadas italianas y le escribía una carta diaria a su mujer. Mi madre cuenta, orgullosa, cómo su padre, alcalde de Lechago durante la guerra, se negó a delatar a los rojos del pueblo cuando los franquistas le presionaron para que lo hiciera. “En Lechago no hay nadie malo”, dijo mi abuelo. Mi madre recuerda muy bien el frío del invierno de 1938: los burros se caían al resbalar en el hielo que cubría las calles. Y, sobre todo, mi madre recuerda el miedo de cada uno de aquellos días y cómo ella temblaba cuando se oía el ruido de los aviones y alguien gritaba “¡Que vienen los rojos”¡. Un día mi mamá tropezó con una mula mientras corría hacia el campo de su padre para avisar de eso, de que venían los rojos. Su hermano mayor, Cristóbal, estaba en el frente y, hasta que no regresó al final de la guerra, en su casa no respiraron tranquilos. Mamá odia la palabra “guerra”.
Mi abuela Carmen y otras madres con hijos en el frente hicieron una promesa: si al acabar la guerra sus hijos habían salvado el pellejo, ellas caminarían desde Lechago hasta la Basílica del Pilar para darle las gracias a la Virgen. Poco después del uno de abril de 1939 se organizó la expedición. Pero mi abuela se puso enferma y, en su lugar, fue mi madre, con 13 años. El grupo lo formaban unas 20 personas, de Lechago y Navarrete. Tardaron tres días en recorrer los 112 kilómetros, más o menos, que hay entre Lechago y la Plaza del Pilar. La primera noche durmieron en Daroca, la segunda en Longares y la tercera en María de Huerva. La gente salía a recibirles y les ofrecían sus casas para dormir y sus botijos para beber. Mamá evoca esa experiencia –una road movie- como una gran aventura.
A menudo me preguntan cómo es que tengo tantos amigos, cómo es que me gusta tanto cantar, por qué doy tantos besos. Mamá es la que me ha pegado todos esos vicios. Cuando su padre ya había salido de casa para ir al campo, mi madre corría tras él, para darle dos besos más, una costumbre que han heredado mis sobrinos Pablo y María. Ahora, a sus casi 88 años, al despertar, lo primero que hace es besar las fotos de los seres queridos y las estampas de sus santos favoritos que tiene colocadas por toda la casa. Somos besucones hasta más allá del empalago. Si alguien me demostrara que mi madre y yo, de momento, nos hemos dado un millón de besos no me extrañaría nada. Felicidades, mamá.
*Felicitas es la segunda por la izquierda, a su lado está Salvador, hermano de Luis y Carmen. Y con ellos familiares.
DIEZ CÓMICS DE VIDAS DIBUJADAS
Diez cómics de biografías pintadas
Una selección de diez tebeos o novelas gráficas que hablan de Boix, Buñuel, Bowie, Labordeta, Dalí o Céline
Vivimos una época febril de tebeos, historietas y novelas gráficas. Aragón tiene verdaderos expertos en este género –Antonio Altarriba, José María Conget, Juan Royo, Óscar Senar, entre otros- y crea acontecimientos, ferias y festivales. Con el inicio de las vacaciones de verano, sugerimos diez títulos de un subgénero que da mucho que hablar: el biopic gráfico, la biografía en imágenes. He aquí diez títulos posibles.
EL FOTÓGRAFO DE MAUTHAUSEN. Salva Rubio, Pedro J. Colombo y Aintzane Landa. Norma.
Francesc Boix estuvo prisionero en el campo de Mauthausen, con el aragonés Mariano Constante, entre muchos otros. Él reveló al mundo el horror y la barbarie que allí se vio, y sus fotos, clandestinas, fueron un documento impresionante. El libro emociona casi tanto como su destino y su grandeza. Un excelente y oportuno trabajo.
BOWIE. UNA BIOGRAFÍA. María Hesse y Fran Ruiz. Lumen.
María Hesse deslumbró a los lectores con su obra anterior sobre Frida Kahlo. Allí dibujaba y escribía el texto. Ahora, en este cómic, rebosante de color, ingenio y fantasía, cuenta con los textos de Fran Ruiz, que crea un artificio creíble: el propio David Bowie, un músico capital del siglo XX y XXI, el rey del 'glam' y del mestizaje, narra en primera persona su vida y la adorna de hechos que aparentan ser soñados o fantásticos.
LA NOCHE PERDIDA DE LUIS BUÑUEL. Guión: Queco Ágreda. Dibujo: Javier Ortiz. Color: Guillermo Montañés. GP/DGA. Zaragoza, 2018.
Después del gran impacto de ‘Un perro andaluz’, ‘La edad de Oro’ y ‘Las Hurdes. Tierra sin pan’ se exilió en Estados Unidos. Estuvo casi tres lustros sin hacer cine, desde 1933 a 1946. Eso le condujo a la inseguridad y a cuestionarse su vocación, pero finalmente logró salir adelante con ‘Gran Casino’ y sus espléndidas películas mexicanas. Todo ese proceso se narra en este cómic lleno de matices, de documentación y de respeto, donde todos han trabajado a un gran nivel: el guionista Ágreda, el ilustrador Javier Ortiz, en su primer libro, y el colorista Guillermo Montañés.
UN PERRO DE DIOS. Texto de Jean Dufaux. Dibujos de Jacques Terpant. Ponent Mon.
Louis-Ferdinand Céline (1894-1961) es uno de los grandes escritores del siglo XX, con títulos como ‘Viaje al fin de la noche’ o ‘De un castillo a otro’. Su actitud ante el nazismo ha contaminado la apreciación de su genialidad indiscutible. Aquí se cuenta la vida de un hombre paradójico, detestable en algunos extremos, y a la vez apasionado en el amor, capaz del odio, generoso con sus pacientes y sus perros, con aspecto de bohemio piojoso. Irreductible.
EL SUEÑO DE DALÍ. Carlos Hernández. Norma editorial.
Casi resulta difícil pensar que se puedan contar cosas nuevas sobre uno de los grandes surrealistas españoles, y pionero de la publicidad y del márquetin, Salvador Dalí. Aquí, Carlos Hernández, el autor de ‘La huella de Lorca’, recrea su obra con sus desvíos, sus delirios y sus obsesiones, entre ellas el arte y su compañera Gala, su esposa, su compañera, su mejor cómplice y su musa.
IGUANA LADY, LA VIDA DE GRACIELA ITURBIDE. Texto: Isabel Quintero. Dibujos: Zeke Peña. La Fábrica.
Graciela Iturbide es una gran fotógrafa mexicana. Dice que “ve la realidad en blanco y negro”. Esta biografía, con texto de Isabel Quintero e ilustraciones de Zeke Peña, es un viaje a lo largo de medio siglo por su vida, sus obras y algunos hitos dolorosos, como la muerte de su hija, que la empujó hacia la fotografía. Su producción abraza el mundo primitivo y ritual, el paganismo y el cristianismo, y el diálogo con los animales. El cómic integra sus fotos más conocidas.
TEBEO LABORDETA. Guión: Daniel Viñuales. Dibujo: Carlos Azagra. Color: Encarna Revuelta. GP/ DGA.
No era fácil hacer un buen cómic de José Antonio Labordeta, el hombre llano que reconocía la dignidad de los desfavorecidos. Lo vemos en su contexto familiar, en sus vínculos con su hermano Miguel, sus años en Teruel, ‘Andalán’, el mundo de la canción, de las amistades (no están todas, desde luego), la escritura, la televisión, la política, la inolvidable despedida que le tributó el pueblo de Aragón en la Aljafería. El libro empieza con humor y algo de fantasía: Labordeta anda por el cielo con San Lamberto, un héroe de sus canciones y de su ciudad, a la que amaba y odiaba.
LA LEVEDAD. Texto y dibujos: Catherine Meurisse. Impedimenta.
La mañana del 7 de enero de 2015 la dibujante francesa Catherine Meurisse no acudió a trabajar, no le sonó la alarma, y esquivó la muerte en el atentado a la revista de humor ‘Charlie Hebdo’, una barbarie de la que se ha redimido gracias a ‘La levedad’. Este cómic, de 2017, tiene algo de curación, de exorcismo, de isla de supervivencia, de nuevo, para una mujer herida por la muerte de doce de sus compañeros y por el golpe del azar. Esa ‘levedad’ del título pesa y duele mucho.
SARTRE. Mathilde Ramadier y Anaïs Depommier. Oberón (Grupo Anaya).
“Para algunos, el filósofo por excelencia del existencialismo, para otros, el eterno provocador, el escritor implicado, el militante incierto, el burgués repentino, el compañero de ruta de Simone de Beauvoir”. Así presenta Oberón a este prócer de la izquierda, autor de libros como ‘Los subterráneos de la libertad’ o ‘A puerta cerrada’. El libro, de línea clara, está montando a partir de una prolija documentación que no excluye los testimonios autobiográficos.
MUJERES. VALEROSAS / 1 y 2. Pénélope Bagieu. Dib-buks.
Dos libros que se suman a la defensa y divulgación de las mujeres científicas de los últimos tiempos. Son retratos de mujeres conocidas (Nelly Bly o Hedy Lamarr, por ejemplo) y no tan conocidas que aparecieron en la edición digital de ‘Le monde’. Por aquí andan Wu Zetian, una emperatriz china que anticipó el actual derecho laboral; Agnodice, ginecóloga griega que se disfrazó de hombre para poder trabajar y ayudó a que las mujeres ejerciesen la medicina. Y así hasta 30 en los dos volúmenes.
RETRATO DE PATRICIA ESTEBAN ERLES

Retrato de Patricia Esteban con sus miedos *
“Los cuentos que escribo nacen de miedos, que me asaltan indiscriminadamente, esté dormida o despierta”, me dijo Patricia Esteban Erlés, tras publicar los microcuentos de Azul ruso (Páginas de Espuma, 2010). En esa infancia que era más larga que la vida, tal como escribió Ana María Matute, Patricia percibió de mil formas el impacto de las sombras, los claroscuros donde se agazapa el pánico. Podía irrumpir en las películas de Narciso Ibáñez Serrador o en las de Alfred Hitchcock, a quien le rindió homenaje en Manderley en venta (suele decir que una de sus películas favoritas es Rebeca), en los tebeos de terror de sus hermanos, en las criaturas perturbadoras como Frankestein o Drácula, pero también a las que poblaban las películas inquietantes que tanto le atraían.
Tampoco fue ajena a esos libros, de aventuras y géneros híbridos, que andaban por casa y que abrían una puerta al más allá, a las zonas oscuras de la mente y del sueño. Leyó mucho y, poco a poco, abrazó un deseo: convertirse en escritora. Poseía un don. Esta mujer habituada a las tinieblas y a lo indecible tenía una gran facilidad para crear imágenes turbulentas, personajes desapacibles, auténticas y angustiosas pesadillas. En todos sus libros las hay, y en abundancia: los citados Manderley en venta (Tropo, 2008), que alude a esos textos sobre casas entre románticas y góticas pobladas de secretos, en los cuentos de Azul ruso (donde había homenajes a Julio Cortázar y a Silvina Campo, a la que define como “una maestra en el arte de relatar el secreto”) y en Casa de muñecas (Páginas de Espuma, 2010), ilustrado por Sara Morante, donde demostraba el absoluto dominio del microcuento y su admiración por Juan José Arreola y por esta obra maestra suya de lo breve: “La mujer que amé se ha convertido en un fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones”; en ese libro desplegaba toda su imaginación y la presencia de la crueldad, el horror y la maldad con una paleta muy variada de registros. Patricia Esteban Erlés pertenece a ese grupo de virtuosos del género breve: José María Merino, Andrés Neuman, Fernando Iwasaki, Juan Jacinto Muñoz Rengel, Francisco Ferrer Uriz y Ángel Olgoso, entre otros.
Patricia Esteban Erlés ganaba a finales de 2017 el premio de novela Dos Passos con su primera narración larga: Las madres negras (Galaxia Gutenberg, 2018), una de esas novelas de género, el terror y el misterio, de atmósfera gótica y ámbito cerrado, más o menos siniestro, uno de esos espacios donde habitan las sombras. Narra la vida en el convento de Santa Vela de un grupo de huérfanas, educadas por monjas, algunas tan indescriptibles, o terribles directamente, como Priscia, que se siente una mensajera de Dios en la tierra. Se lo toma tan a pecho que va más allá de la encomienda para convertirse en una criatura fanática que parece desdoblarse, en una vuelta de tuerca que trabaja muy bien Patricia Esteban, en el mismo demonio.
La novela es una exploración del dolor de crecer, del desamparo, del extrañamiento y de esa lucidez intuitiva, que desarma, de las niñas, capaces de cuestionar los dogmas, las leyes y la autoridad. Ha dicho Patricia Esteban que esta novela, ceñida y bellamente escrita (la autora, con sentido del juego, dice que disfruta del ‘palabreo’), nació del recuerdo de una visita al convento del Carmen, tan cerca del centro de su Zaragoza natal y tan alejado con sus rituales y sus hábitos. “Pensé en escribir una historia que me devorase como autora, que me atrajera cada día y me obligara a sumergirme en ella. Me ha encantado y me ha horrorizado vivir en Santa Vela. Me asusta la maldad que se complace en sí misma, que se retroalimenta y nunca tiene bastante”.
Además de ese universo, en el que ni respirar resulta fácil, Patricia Esteban Erlés se interna por otros territorios: los de la poesía y la fantasía. En Las madres negras hay espacio para el sueño, para las obsesiones y para lo maravilloso, como sucede con una criatura tan presente como Larah Corven, a la que le regalan un caballo y se queda viuda demasiado pronto. Explica Patricia Esteban: “Larah Corven es un trasunto de Sarah Winchester, víctima de una maldición que me chifla. Todos los indios muertos por culpa del rifle que patentó su esposo persiguieron a su familia y a ella misma, que intentó refugiarse en una mansión que iba ampliando con más y más habitaciones para esconderse de aquellos espectros malhumorados. Estuvo huyendo de puertas para adentro cuarenta años. Lo suyo fue una reforma infernal”.
Esta frase es una poética, una confesión y una de las regiones mentales donde brotan sus historias.
*Este texto se publicó en la revista ’Librújula’, que dirige Toni Iturbe. La foto es de Asís G. Ayerbe.
CUENTOS DE VERANO: 'PRIMOS SEGUNDOS'

‘CUENTOS DE VERANO’: PRIMOS SEGUNDOS
Isabel no sabía de dónde le venía aquella seguridad. Su hermana Paca –que podía ser campesina, panadera, modistilla o administrativa de las Hermandades del Campo, todo a la vez– la protegía con sutileza y evitaba que la mandasen a guardar a la serranía y al monte. Quizá a ella le contase su primer secreto: en las sesiones de teatro, le había tocado en suerte compartir protagonismo con Leoncio. Era lo que más hubiera deseado. Hacían de novios, o de jóvenes que despertaban al amor con las palabras justas, el silencio tímido y la mirada limpia. Él procedía de una masada y era habilidoso, inventor y quizá un soñador. Hacía carbón vegetal con su hermano Vidal, injertos en los cerezos y los ciruelos, trazaba canales de riego, ordenaba las listas de la mina y era ágil con las cuentas. Más que rápido, vertiginoso.
Era un contador de historias. Un romancero. Tenía una facilidad innata para encerrar a los vecinos de un barrio en un poema. Si le hubieran pedido que, en una de esas noches de verano a la fresca, recitase sus versos, lo habría hecho. Los sabía de memoria, pero también llevaba un cuaderno con los poemas, redactado con una letra bonita. Era el más avanzado en caligrafía de Ejulve.
La obra salió muy bien. A los dos se les veía muy felices, aunque ella era pudorosa y no quiso presumir del éxito. Eran tiempos difíciles, por otra parte. Los maquis andaban por los montes y a veces, desesperados por las soledades y el hambre, se convertían en salteadores de caminos. Algún vecino quiso aprovecharse de la situación, y le mandó varios anónimos amenazantes a su padre. Ella y su hermana Paca podrían pasarlo muy mal, en las eras, en la fuente o en el planico de la iglesia, si no atendía a razones. En su casa, se guardó silencio. El drama y la dicha iban de la mano, como una corriente subterránea de sensaciones contradictorias.
Una vecina se prendó de su novio y le dijo: «Está por mí». Meses más tarde, ante la suave indiferencia de Isabel, añadió que era un picaflor, que se entendía en la umbría del cementerio o en los Santanales con Aurorita, Leonor y Josefa, la hija de los cabreros. Isabel no se inmutaba, y al final, sin perder su media sonrisa, exhibió sus certezas: «No pierdas el tiempo, ni hagas mala sangre. Es para mí». Hacía más de una semana que habían pedido dispensa papal a Roma para casarse porque eran primos segundos.
*Ayer, domingo 8 de julio de 2018, mi suegra Isabel Brumós Andrés cumplía 88 años. Le dediqué esta ‘Cuento de verano’, donde se narra una pequeña parte de su historia de amor con Leoncio Gascón Pascual, fallecido hace algunos años. Hace unos días, moría su hermana Paca, citada en el texto. En la foto de hace un año, con José Antonio e Isa, que también celebraban su aniversario de boda.
JEAN DIEUZAIDE: DESNUDO

Estoy trabajando sobre la obra de uno de mis fotógrafos preferidos, Jean Dieuzaide (1921-2003). Y me encuentro con este precioso desnudo que no había visto nunca.
ELENA MARTÍNEZ CANTA A ÁNCHEL CONTE

Elena Martínez pone música y voz
al intimismo lírico de Ánchel Conte
‘Zarré os uellos’, íntegramente en aragonés’, abraza la música popular, la canción de autor y el pop
Elena Martínez vive en Calamocha, donde trabaja de panadera, y en verano lo hace en Luco de Jiloca. Es cantante y guitarrista, y ha pertenecido a grupos de folk como La Birolla, Loba Parda o Venambre, y también fue cantante de Mallacan; en alguno de ellos llegó a ejercer de percusionista con panderos, panderetas y pitos, y también tocó la zanfona. Ahora publica una edición de 500 ejemplares de su primer álbum: ‘Zarré os uellos’ (‘Cerré los ojos’).
“El aragonés pertenece a nuestro patrimonio cultural. No tiene colores ni banderas, y cada vez se habla menos. En Calamocha y Luco no está vivo como lengua, aunque se dicen muchas palabras aragonesas. Tengo amigos del Sobrarbe y de Zaragoza que hablan en esta lengua y me pareció oportuno rendirle un homenaje en mi primer disco en solitario”.
Si durante años, Elena Martínez pensó en centrarse en varios poetas en aragonés, con el paso del tiempo decidió elegir solo a Ánchel Conte. “Su poesía me resulta conmovedora. Me llega muy adentro. Cogí todos sus libros, desde 1972 hasta los últimos. Los leía e iba seleccionando textos. Hace dos años hice la selección definitiva e incorporé ‘Mai’, que había adaptado Gabriel Sopeña”.
Dice la cantante que eligió poemas de una emoción especial, que pudieran ser cantados y que pudieran tener un estribillo. “Con ‘Mai’, son doce canciones. Me he dejado ir libremente, buscando sentimientos, belleza, atmósferas. No tenía una idea de entrada, pero al final creo que queda un disco unitario donde hay de todo”. Quiere decir que hay amor y desamor, erotismo y sensualidad, paisaje, sentimientos, miradas al pasado, denuncia y afición a las palabras.
“La poesía de Ánchel Conte es de un gran intimismo. Es de esas líricas que conmueven y que llegan al corazón. Decidí abordarla con libertad, poco a poco. Yo creo que hay tres polos claros de inspiración y de trabajo en ‘Zarré os uellos’: el influjo de la música popular aragonesa, pienso en Biella Nuey, en La Orquestina del Fabirol o en O’Carolan, entre otros grupos, pero también me interesan muchos folclores como el vasco; me marcó Oskorri, por ejemplo. Me interesa mucho esa orientación y está en el disco. Y está la canción de autor, pienso en Silvio Rodríguez, en Labordeta, en Mísia, la cantante de fados, en Tracy Chapman, y también en la cantante húngara Márta Sebestyén”. Subraya que también hay otra orientación, vinculada al pop.
Elena Martínez dice que el álbum, que se fue haciendo poco a poco, con intuiciones y ráfagas de inspiración, en ratos perdidos, ha contado con la colaboración de Roberto Montañés, “que tiene estudio en Luco de Jiloca, y lo grabamos allí”. Roberto Montañés es uno de los integrantes del dúo Los Gandules. “Roberto ha sido clave. Sobre todo en los arreglos y en el acompañamiento musical. Cogíamos un tema, le llevaba la línea melódica a la guitarra y de repente me decía que le metiésemos un violín, o cosas así. Es un hombre con talento y muy generoso. Yo había pensado usar solo guitarra o acordeón, y él ha sido decisivo para que tenga otra sonoridad”.
Elena Martínez no quiere teorizar sobre nada, ni sobre política ni sobre la lengua. “El aragonés está condenado a desaparecer. Es una lengua llena de musicalidad. Mucha gente me pregunta por qué canto en aragonés. También es un homenaje a Aragón y a su riqueza”, señala, y confiesa que habló mucho con el poeta Ánchel Conte por teléfono y por ‘mail’. “Con todo, aún no nos conocemos”, revela.
Ánchel Conte, consultado por HERALDO, confiesa: “El disco de Elena me ha gustado porque creo que la música se ajusta perfectamente al poema, sin estridencias. Es como un recitado en el que música y poesía se complementan. Hay momentos en que al oír la canción me viene a la memoria el momento exacto en que escribí el poema, el estado de ánimo en que nacieron los versos. Raramente releo mis poemas; sin embargo sé que el disco lo voy a oír con frecuencia. Es curioso cómo la música ayuda a resucitar el pasado”, dice, y reflexiona sobre el actual momento del aragonés: “En este momento tiene un apoyo institucional y eso ha ayudado mucho a que se reactive: escuelas, editoriales, discos... Ver el sello del Gobierno de Aragón en el disco es estimulante”.
ANDREA PITZER: 'UNA LARGA NOCHE'. LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN
UNA LARGA NOCHE Historia global de los campos de concentración ANDREA PITZER. La Esfera de los libros.
Una historia original, apasionante y profundamente conmovedora sobre una de las grandes tragedias contemporáneas: los campos de concentración Durante más de un siglo, en todo momento, ha habido al menos un campo de concentración en funcionamiento en algún lugar del mundo. Al principio, los campos se utilizaron como parte de la estrategia militar, pero con el paso de los años fueron evolucionando en la dimensión de sus consecuencias y en el salvajismo con que los gobiernos los utilizaron. Ya bien entrado el siglo xxi, mientras seguimos calculando la magnitud y el horror del Holocausto, la Historia nos recuerda que hemos roto la promesa del «nunca más». Con este estremecedor trabajo, basado en documentos, registros, archivos y entrevistas realizadas por todo el mundo, Andrea Pitzer pone de manifiesto por primera vez la historia cronológica y geopolítica de los campos de concentración. Partiendo de la última década del siglo XIX, la autora documenta este tipo de centros en todo el mundo y a lo largo de más de cien años. Desde Filipinas y Sudáfrica, en las primeras décadas del XX, al gulag soviético y los campos de detención en China y Corea del Norte durante la Guerra Fría, los sistemas de campos de concentración se han utilizado como herramientas para la «relocalización» civil y, sobre todo, para la represión política.
A menudo se han justificado como una medida para proteger a una nación, e incluso para salvaguardar la integridad de los internos, pero en realidad siempre han sido emplazamientos brutales e inhumanos que han acabado con la vida de millones de personas. A partir de testimonios de primera mano, con una investigación meticulosa y haciendo gala de una gran erudición histórica, Andrea Pitzer saca a la luz los orígenes de este espantoso fenómeno, escudriñando y revelando finalmente la terrible herencia de los campos: atrocidades impensables, la fortaleza de los supervivientes e incluso los momentos íntimos y privados que también fueron parte de la vida en los campos de concentración durante el siglo pasado.
EL LIBRO
La primera investigación de Pitzer comenzó en la primavera de 2008. Entre 2011 y 2016, la autora visitó diversos archivos y lugares de detención, en funcionamiento o ya cerrados: Tule Lake, en California; Oświęcim y Varsovia, en Polonia; Dachau, Hamburgo y Berlín, en Alemania; San Petersburgo, en Rusia; Praga y Šumperk en la República Checa; Gurs y París en Francia; Ginebra en Suiza; Tallín y Klooga, en Estonia; Santiago, en Chile; Buenos Aires, en Argentina; Yangon y Sittwe, en Birmania; y la base naval de Estados Unidos en la Bahía de Guantánamo. También habló con historiadores, activistas, soldados y abogados, así como con vigilantes en activo y antiguos, y con supervivientes de los campos de detención. Aunque los testimonios de los entrevistados pueden tener errores, también los tienen los registros oficiales. Pero unos y otros son útiles. Y allí donde las presiones políticas han impedido el testimonio de los detenidos, he procurado eliminar las distorsiones o los pasajes que se veían afectados en este sentido. La crítica más detallada de los campos de concentración procede a veces de las naciones enemigas; en estos casos, lo que se dice en ocasiones es cierto, pero no siempre en su totalidad. Algunas fuentes son solo propaganda o informes para legitimar determinados actos.
TEMAS DEL LIBRO
1. Nacido entre generales 2. Muerte y genocidio en Sudáfrica 3. La Primera Guerra Mundial y la guerra contra los civiles 4. El nacimiento del gulag 5. La arquitectura de Auschwitz 6. El mal sin límites 7. Hijastros del gulag 8. Ecos del imperio 9. Hijos bastardos de los campos de concentración 10. Guantánamo y el mundo
HAN DICHO DEL LIBRO… «Una larga noche es un relato riguroso y objetivo de la historia de los campos de concentración, una narración valiente y sólida sobre la crueldad, pero también sobre el valor humano. Y está contada con una inquebrantable claridad ética tan firme que esta historia servirá para recordarnos que nunca es tarde para defender lo que es justo. Deborah Blum, novelista (The Poisoner’s Handbook), periodista y Premio Pulitzer
«Andrea Pitzer tiene la elegancia de un poeta y el rigor de una periodista curtida en su oficio. En esta obra también demuestra su increíble habilidad para traducir un siglo de espantosos sufrimientos en un innovador relato que resulta fluido, lúcido y comprensivo con el dolor humano. Conseguirá que el lector vea el pasado —y el presente— con otros ojos». Beth Macy, periodista y escritora, autora de Truevine y Factory Man
«Un relato poderoso y agudo sobre los horrores de los campos de concentración, y no solo de los que conocemos, sino también de aquellos que pasamos por alto o preferimos ignorar. Los esfuerzos de Andrea Pitzer en su investigación y en su composición sin duda han dado resultados muy reveladores». Annie Jacobsen, periodista autora de Phenomena y finalista del Pulitzer con The Pentagon’s Brain
«Una larga noche, el perspicaz trabajo de Andrea Pitzer, funciona realmente como un poema épico aderezado con el horror de los campos de concentración que ha habido a lo largo de la historia en todo el mundo. Es un relato lleno de profundidad y violencia, que por desgracia resulta muy reveladoro y significativo. “Los viejos campos vuelven a abrirse, otros nuevos se crean”: Pitzer nos cuenta con una prosa limpia y clara una historia objetiva, apasionante, intensa y profundamente perturbadora». Peter Davis, ganador de un Oscar por Hearts and Minds y autor de la novela Girl of My Dreams
DE LA INTRODUCCIÓN…
Un ferry de dos pisos transporta a los visitantes hasta la parte de barlovento de la Base Naval de la Bahía de Guantánamo y los deja a los pies de una colina, a escasa distancia del llamado Camp Justice. Hay unas cuantas instalaciones destinadas a albergar detenidos; son actuales y antiguas, con nombres como Camp Echo o Camp Delta, y se agrupan cerca del extremo suroriental de la base, resguardadas tras unas verjas de tela metálica coronadas con rizos de alambre de espino. Esas instalaciones aún están operativas, y acogen a un pequeño número de detenidos que esperan la resolución de sus casos, aparte de otros que jamás verán evaluados sus casos en Camp Justice. El ferry atraca junto a un pequeño aparcamiento en Fisherman’s Point, pero el pavimento puro y duro del lugar no refleja su azarosa historia: en 1898, los soldados de Estados Unidos desembarcaron en este mismo lugar durante la guerra hispano-americana; pusieron pie a tierra en la mañana del 10 de junio, abriendo fuego contra una población costera y apoderándose antes del mediodía de la guarnición que la custodiaba. La colina se convirtió en un campamento militar, luego en una base permanente y las fuerzas estadounidenses ya nunca lo abandonaron. Una placa de bronce encastrada en un hito de piedras blancas junto a la orilla conmemora una invasión bastante anterior. Durante el segundo viaje de Cristóbal Colón a las Indias, en 1494, el almirante visitó Fisherman’s Point también, después de reclamar la isla de Cuba para el Reino de España. La placa dice que Colón y sus hombres llegaron allí buscando oro, pero «no encontrando lo que pretendían, se fueron al día siguiente». Durante más de cuatrocientos años tras la expedición de Colón, Cuba siguió siendo colonia española. Pero en la última década del siglo XIX, España creó los primeros campos de concentración del mundo en esa isla. Semejante decisión desató masacres sin cuento que, al final, acabaron con la pérdida de la colonia y con los soldados americanos desembarcando en el mismo punto en el que Colón había estado buscando oro siglos atrás. Hasta hace solo unos años, jamás se me había pasado por la imaginación viajar a Guantánamo. Mi interés se reducía a escribir una historia de los campos de concentración. El campo de detención de Guantánamo, típico del siglo XXI, podría resultar perturbador, pero no se me había ocurrido pensar en esas instalaciones como en un campo de concentración. Sin embargo, cuanto más tiempo pasaba investigando las detenciones masivas y los arrestos indiscriminados a lo largo de la historia, más se revelaba la espantosa identidad y realidad de Guantánamo. No se me pasó por la cabeza pensar que pudiera escribir sobre ese lugar sin haber estado allí. Y por eso, en 2015 hice dos visitas a Guantánamo. La primera me proporcionó la posibilidad de asistir a vistas preliminares contra cinco acusados por los acontecimientos del 11 de septiembre.
Dado que yo no tenía la obligación de entregar mi trabajo en una fecha concreta, como otros periodistas que viajaban conmigo, opté por ocupar el lugar del artista invisible que dibuja bocetos del juicio y absorber —tanto como me fuera posible— lo que ocurría en aquella especie de tribunal que iba a los casos de los prisioneros en la «guerra contra el terror». Había llegado a aquel lugar quince años después de los atentados del 11-S, y tenía que ponerme al día. Mi segundo viaje me permitió acceder a los campos de detención, o, al menos, a las instalaciones que me dejaron ver. En ambos casos, poner el pie en Guantánamo era como entrar en otro mundo. Resultaba abrumador comprobar que había miles de personas empleadas y decenas de edificios destinados a mantener en marcha la maquinaria de la detención: en aquel momento, el centro ya solo albergaba a un pequeño grupo de prisioneros, poco más de un centenar. Lo que más me perturbaba a mí —la legitimidad o no de mantener a sospechosos sin juicio durante más de una década— no era en absoluto ninguna preocupación acuciante para los soldados y marinos que estaban allí, ocupados, haciendo su trabajo. Las grandes cuestiones se habían decidido ya en otra parte. Los detenidos estaban allí y allí se quedarían hasta nueva orden.
Después de los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001, la decisión estadounidense de utilizar Guantánamo como un emplazamiento perfecto para las detenciones extrajudiciales se había saludado en los círculos internacionales con la misma consternación que suscitó el proceso español de «reconcentración» (detención masiva de civiles) en 1896. En términos generales, los campos de detención americanos del siglo XXI en Guantánamo son hijos de los campos españoles del siglo XIX. Pero han transcurrido muchas décadas entre unos y otros, y cada nueva instalación de barracones y celdas de castigo arrastra elementos clásicos de los viejos campos al tiempo que evoluciona con características nuevas. La historia de los campos de concentración parte de Cuba, se disemina como ondas concéntricas por el mundo y regresa luego a la isla: sus ecos alcanzan a los seis continentes y casi a todos los países del mundo. Los campos de concentración han estado presentes continuamente en uno u otro lugar del globo durante más de un siglo. Los barracones y el alambre de espino siguen siendo sus símbolos más conocidos, pero un campo de concentración se define más ajustadamente por sus detenidos que por cualquier otra característica física. Un campo de concentración existe allí donde un gobierno quiere mantener a ciertos grupos de civiles fuera de los procesos legales normalizados, a veces para segregar a personas que se consideran extranjeras o marginales y en otras ocasiones para castigarlos. Si las prisiones están concebidas para albergar a sospechosos acusados de crímenes tras un juicio, un campo de concentración alberga a aquellos que, en la mayoría de los caso, no se han sometido a un juicio justo en absoluto.
La palabra «detenido» es el término más específico que se puede aplicar a la persona retenida de este modo, pero para lo que nos interesa en este libro, también pueden ser considerados prisioneros, presos o cautivos. A veces, como ocurre en Guantánamo, la definición de las categorías de los detenidos se vincula a determinadas consideraciones legales. Llamarlos «prisioneros» podría implicar la necesidad de garantizarles los derechos obligados a los prisioneros de guerra según la Convención de Ginebra, así que los mandos del campo suelen llamarlos simplemente «detenidos». Los campos de concentración albergan a civiles más que a combatientes, aunque en bastantes casos, desde la Primera Guerra Mundial a Guantánamo, los administradores de los campos no siempre han hecho el esfuerzo de distinguir entre unos y otros. Los detenidos se han visto en esos lugares esencialmente por razones raciales, culturales, religiosas o políticas, y no tanto por delitos tradicionalmente perseguidos por la ley, aunque algunos estados han remediado este defecto legislando de tal manera que la mera existencia de la disidencia fuera prácticamente imposible. Esto no significa que todos los detenidos sean inocentes de acciones criminales contra un gobierno en un sistema dado; más bien, significa que tanto los inocentes como los culpables son encerrados sin ninguna distinción ni consideración. Los campos de concentración se instauran por decisiones políticas estatales, o menos frecuentemente, los organizan gobiernos provisionales durante un conflicto o guerra civil. Representan el ejercicio del poder estatal contra los ciudadanos, individuos particulares u otros sobre los cuales el gobierno tiene algún grado de responsabilidad. Al contrario que en las prisiones, los campos de concentración a menudo albergan a prisioneros sin una fecha de liberación prevista. Y cuando se ofrece esa fecha, se ha decidido arbitrariamente y se puede modificar sin previo aviso. En algunos —pocos— sistemas de campos, la detención se ha establecido como una medida protectora, supuestamente para proteger a un grupo de la ira popular, y en alguna ocasión realmente han sido lugares en los que los detenidos han estado protegidos. Pero lo más habitual es que la detención se considere como una medida preventiva, para mantener a un grupo sospechoso a buen recaudo con el fin de evitar que cometa posibles «crímenes.» Muy rara vez los gobiernos han admitido públicamente que han utilizado los campos de concentración como castigo; sobre todo, los han presentado como parte de una misión civilizadora para mejorar el nivel de ideologías, culturas y razas supuestamente inferiores.
Andrea Pitzer
*Dossier del libro. Remite Mercedes Pacheco.
LA GRAN NOCHE DEL FOLK ARAGONÉS EN PIRINEOS SUR
El folk aragonés revalida en Pirineos Sur su vigencia, 40 años después de Chicotén
· Colectivo Chicotén presentó su disco "Ver para creer", un recorrido sonoro por las 33 comarcas aragonesas en homenaje a Chicotén, en el 40 aniversario de su lanzamiento
· El final de la actuación en el Anfiteatro de Lanuza con el “Canto a la libertad” de José Antonio Labordeta fue uno de los momentos más emotivos del festival
· Carmen París, La Ronda de Boltaña y músicos de Ixo Rai! o Hato de Foces se unieron en un concierto cargado de emoción para hacer un repaso a los grandes éxitos de la música folk aragonesa
· El contrapunto más vanguardista lo puso la banda Maut, que volvieron a demostrar su pericia para mezclar electrónica y tradición
Sallent de Gállego. 28 de julio de 2018. Pirineos Sur es el festival de música de raíz por excelencia en España y tras haber realizado un recorrido sonoro y rítmico por casi los cinco continentes, finalizar con una noche dedicada al folk aragonés, en casa, servía el broche perfecto. El apoteósico “Canto a la libertad” de Labordeta interpretado por el Colectivo Chicotén y buena parte de las figuras más importantes del género solo fue la guinda de una noche en la que se reivindicó la relevancia del patrimonio cultural de Aragón. Su pasado, presente y futuro.
La música folk aragonesa es rica, variada y está muy viva. Una inquieta y valiente escena musical la lleva manteniendo vigente con el paso de los años. Pero si existe un año cero en el género, es la publicación del primer disco de Chicotén en el 77. Su legado fue tan importante que ahora el Colectivo Chicotén le ha rendido homenaje con un disco, “Ver para creer” (a su vez, con título homenaje a Hato de Foces), que vinieron a presentar con sus mejores galas a Pirineos Sur.
El Colectico Chicotén ya puede presumir de un imponente plantel de músicos (Joaquín Pardinilla y Ernesto Cossio, a la guitarra, Alberto Artigas al laúd, Fletes a la batería, Toto Sobieski al bajo, Juan Luis Royo al clarinete, Miguel Ángel Fraile con las gaitas y flautas y Carmen París a las voces), pero es que al escenario flotante se subieron unos invitados de lujo, en una de esas estampas que son difíciles repetir.
"Pasapeanas” y “Albada de Beceite”sirvieron casi como una dulce introducción. Sin grandes aspavientos, la banda encabezada por Pardinilla desplegó su buen hacer y su gran conocimiento de la música tradicional. Con "Santa Agueda”hizo acto de presencia la siempre querida Carmen París y dejó su inconfundible sello jotero y potentes cuerdas vocales en“Fandango de mora” y “Venimos de las olivas. Fue en este momento cuando también aparecieron Olga Orús y Salvador Cored para revivir por un momento a la importante banda oscense de folk de los 80- Hato de Foces-, con“Villancico y aguilando.
Una vez finalizaron la presentación de "Ver para creer”encararon una segunda parte en la que resonaron algunos de los éxitos del folk aragonés más importantes de los últimos 30 años. Si existe una formación que ha triunfado en cada plaza de pueblo y ha sonado en todas las fiestas patronales es Ixo Rai!. Por supuesto, la banda de Zaragoza regaló a un ansioso público las infalibles“Carta de amor”y "15 de agosto", con algunos de sus miembros originales (Jota Lanuza, Alfonso Urbén y Flip).
Se le sumó a la fiesta otro de las formaciones imprescindibles: La Ronda de Boltaña. La banda, formada en los 90, lleva recorriendo toda la geografía aragonesa y española portando con orgullo la tradición del cancionero popular y son todo un referente institucional. Con ellos llegaron dos preciosos momentos no exentos de cierta épica“O viento rondador”y“Maziello".
Llegó el momento de los bises. Nadie se quiso perder esa foto: todos los músicos que habían intervenido en esta noche irrepetible se unieron para cantar “Ver para creer” y “El canto a la libertad”, ese himno que nos dejó para la posteridad José Antonio Labordeta y que las cerca de mil personas que se acercaron a Lanuza abrazaron y cantaron con todo su alma.
Maut, el folk electrónico aragonés para arrancar la noche
Pero la noche comenzó por el final, por el futuro del folk aragonés, el que no tiene inconvenientes en mezclarse con la electrónica más vanguardista. Maut es el máximo referente en este género y volvió a subirse al escenario flotante de Lanuza por segunda vez (lo hicieron ya en 2013). Aunque la electrónica y las bases programadas marcaron los ritmos, no faltaron ni los instrumentos tradicionales (el chicotén y el acordeón) ni las guitarras y bajos para otorgar matices y riqueza sonora.
Comenzaron con ritmos más calmados, cercanos al house, casi lounge, para ir calentando el anfiteatro (“Degallau”, “Jer jes”, “Leciñena”). Fueron subiendo las revoluciones, pero sin prisa, dejando respirar las composiciones, cada una reivindicando pueblos y estilos musicales de Aragón. Las enigmáticas imágenes que acompañaron su actuación resultaron un contrapunto perfecto para ese viaje sonoro aragonés.
Pisaron el acelerador y subieron volumen para dejar constancia de su fuerza escénica (“Muxonet”, “El grito”) y no perdieron la oportunidad de versionar brevemente a sus queridos Asian Dub Foundation (a quienes telonearon en las últimas fiestas del Pilar y que parten de premisas muy similares). Y en una noche tan especial, de mucha hermandad, no quisieron despedirse del público de Pirineos Sur sin acordarse de todos los miembros que han pasado por su formación.
PREVIA DE HOY, DOMINGO 29 DE JULIO
El festival llegará mañana a su fin y lo hará precisamente con el espectáculo de uno de los Premios Pirineos Sur de este año: Josan Rodríguez, en la categoría de Integración por “su valentía y superación”, según explicó Miguel Gracia, presidente de la Diputación Provincia de Huesca el día de la entrega del reconocimiento. Mañana a las 20 horas en el Patio de las Escuelas se podrá disfrutar de su proyecto de danza integrada Canela Fina y también de la actuación de Chocolat Circo Music. Ambas propuestas tienen en común que se expresan a través de la música, la danza y las artes circenses y buscan nuevas formas de expresión.
Además, Josan Rodríguez- que sufrió un accidente que le provocó graves secuelas- es uno de los grandes seguidores de Pirineos Sur, asiduo años tras año, y es todo un ejemplo del carácter diverso e integrador del festival oscense. El presidente de la DPH también quiso dedicar el premio “para ese público entregado, ese que ha crecido con nosotros”.
Josan Rodríguez, que se mostró muy emocionado en la entrega del Premio, lo compartió con “toda la gente que me acompaña cada día para que tenga ganas de levantarme al día siguiente”. Reconoció que “como en Pirineos Sur, ha habido días de sol, días de lluvia y hasta de granizo” pero invitó “a gozar hasta el final del Festival”, que en esta ocasión, llegará de su mano.
Josan Rodríguez ha publicado recientemente su libro “El equilibrista. Otra forma de caminar”, en el que narra su historia personal de superación desde un punto de vista diferente. El autor pretende que sirva de ayuda a otros y que a la vez acerque la realidad de la diversidad funcional a la sociedad.
Tras una larga hospitalización, rehabilitación y aprendizaje, Josan es un apasionado de la vida, los viajes, la música y la cultura. También colabora con un programa de radio, ha publicado varios relatos, participa en tareas de voluntariado e imparte charlas motivacionales en centro educativos.
Música para sanar
Después de 16 días intensos, llenos de emociones, ¿qué mejor para relajarse que un concierto para sanar la mente? Carlos Barona ofrecerá una sesión con cuencos tibetanos y de cuarzo, tambores, cajas de armónicos, campanas, flautas nativas y cantos guturales para llevar la mente de los asistentes a una desconexión total.
Será entonces cuando se conectarán los sonidos de las plantas. Gracias al sistema Music of the Plants se captan los biorritmos de las plantas traducidos en una gama de sonidos naturales que varían con cada espécimen e interactúan con el entorno.
“Yo con mi música lo que logro es la desconexión y es entonces cuando sale la sanación”, explica el propio Carlos Barona, que es el segundo año que imparte talleres y realiza conciertos en Pirineos Sur. “Estoy muy contento con la respuesta, en total habrán más pasado unas 60 personas y todas han finalizado sabiendo realizar cantos armónicos”. La cita será a las 17 horas en el Polideportivo de Sallent, con entrada libre hasta agotar aforo.
Casi 200 personas pasarán por los talleres de Vuelta con el cuaderno
Hace casi diez años nació “De vuelta con el cuaderno” y desde hace tres no es raro encontrarse en las primeras filas de los conciertos de Pirineos Sur a muchas personas con unas extrañas luces en la cabeza y dibujando. Ahora, forman parte del festival y este año ya se han celebrado tres talleres y mañana será el último, impartido por Sara Lugo y Julio Casado. En total, se estima que habrán pasado por sus clases casi 200 personas.
“No es nada fácil hacer este tipo de dibujos porque la gracia está en captarlo en el momento, hacerlos rápido. Normalmente, los colores y los detalles los finalizamos al día siguiente”, explica Sara Lugo. “Normalmente espero un rato para fijarme en los gestos y movimientos de los artistas y cuando los tengo, los intento plasmar. Luego hay elementos, como los instrumentos, que ya los conoces y sabes dibujarlos de otras ocasiones”. El que quiera aprender más sobre este divertido arte, puede acudir al taller que se celebrará a las 18 horas en los Mercados del Mundo. “La música me hace dibujar mejor”, concluye Lugo.
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