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Se muestran los artículos pertenecientes a Abril de 2019.

DOBLE EXPOSICIÓN DE DIEGO IBARRA

 

“Considero que las fronteras entre arte y fotoperiodismo son muy difusas”, dice Diego Ibarra, fotorreportero y artista zaragozano que presenta dos exposiciones bien distintas en estos momentos: ‘Alive and Well’ en la galería Rafaella de Chirico, en Italia, y Iron Kids: militarización de la educación en Ucrania”, en la Bienal de Córdoba.

Explica que ‘Alice and Well’ es una canción de la banda de punk rock, Rise Against, de Chicago, que le acompaña desde hace años. “Me evoca muchos recuerdos, carreteras, buenos amigos, errores, aprendizaje, actitud y rasmia. Me recuerda lo que fui, soy y debo hacer para poder ser. Nosotros somos los que hacemos nuestro camino. Raffaela, la galerista italiana, quería titular la expo con una canción”, revela.

Para definir su oficio, Diego Ibarra acuerda a una frase que ha interiorizado el fotógrafo y teórico Joan Fontcuberta: Imago ergo sum. “Soy un pintor de luz durante y después de la violencia: busco que mis imágenes vayan más allá del dolor y se transformen en un realismo mágico que cuente el mundo contemporáneo, que sean álbumes de sombras y sueños contra el espanto”. Piensa que la fotografía debe ser como una íntima y personal ventana que muestra la crudeza del mundo y que ayude a fomentar la curiosidad y el pensamiento crítico. Y hay que hacerlo sin narcisismo, “defendiendo el papel de mensajeros sangrantes. La fotografía para mí es aire, motor, utopía, cambio, don y maldición…”
En Italia, donde permanecerá hasta el 27 de abril, ha abrazado una fotografía distinta a la habitual: “Sí. Podría definirla como la de la poesía y la textura, la piel y su reflejo, el color, la sombra y la luz que baña y da forma a la materia para crear preguntas y mostrar realidades”.

‘Iron Kids’ se presenta hasta el 19 de mayo en la Bienal de Córdoba y está comisariada por Pilar Irala, fotógrafa y profesora y coordinadora del Archivo Jalón Ángel. Ahí se exhiben fotos sobre la guerra, la injusticia social y la infancia interrumpida por la violencia. “Hay máscaras antigás, trincheras, granadas, repetición de himnos patrióticos y rifles de madera. Cientos de niños se adiestran en disciplinas militares, patriotismo, valores nacionalistas y prácticas de tiro”. Son imágenes del conflicto armado en Ucrania entre las fuerzas de Kiev y los separatistas de Donbass, apoyados por Rusia. El enfrentamiento ha entrado en su quinto año.

Explica Diego Ibarra: “La guerra se anquilosa. La necesidad de reforzar la creencia y la fe ciega a la patria se inyecta en las venas de las nuevas generaciones, desde muy pequeños. El tiempo para jugar ha terminado. El adoctrinamiento está secuestrando una infancia marcada por una guerra muy real. Mientras esto sucede, Europa no parece ver estas tinieblas”.
Todas las fotografías están tomadas en 2018 en Ucrania, en la República Popular de Donbass. ‘Iron Kids’ es la continuación de su proyecto fotográfico ‘Hijacked Education’ (‘Educación secuestrada’), que se inició en el año 2010 en Paquistán y que muestra las consecuencias de la violencia ejercida sobre la educación en zonas de conflicto.
“La guerra no termina con el sonido final de una bala, un casquillo vacío en el suelo, una bandera que se alza. El iceberg de la batalla retumba y se extiende desdibujando el horizonte. Las heridas abiertas de la guerra escriben con sangre el futuro de millones de niños. La violencia se filtra en los países limítrofes que absorben caóticamente una generación destinada a crecer en el exilio y sin posibilidades de formación, de educación y, por tanto, sin un futuro de progreso”, dice el fotógrafo, y recuerda que los países que forman parte de este trabajo, y que ya han sido fotografiados, son: Pakistán, Siria, Irak, Líbano, Colombia, Ucrania, Afganistán y Nigeria.

“Vivir de la fotografía cada día es más difícil. Las tarifas cada vez son más precarias. Los equipos más costosos. Cada vez hay menos ‘feedback’ con los editores, más intrusismo, menos respeto, menos valoración y eso desgasta en todos los niveles”, señala. Vive muy lejos de casa, publica en periódicos de medio mundo y el porvenir es tan incierto y doloroso como el presente. “Llevo más de una década en esto. Sigo mirando hacia delante. No me arrepiento. Es duro pero seguimos en el camino, cayendo, aprendiendo y viviendo. Millones de personas no pueden elegir qué hacer con sus vidas. Imago ergo sum”, concluye el fotógrafo aragonés.

06/04/2019 06:44 Antón Castro Enlace permanente. Fotógrafos No hay comentarios. Comentar.

UN DIÁLOGO CON PATRICIA ESTEBAN EN TORNO A 'FONDO DE ARMARIO'

Patricia Esteban Erlés: “La columna es un micrófono”.

 

[La escritora, autora de 'las madres negras', publica una selección de sus columnas quincenales de 'Heraldo de Aragón', de la sección 'Las naturales', que alterna con Aloma Rodríguez: 'Fondo de armario'. El libro lo ha publicado el sello Contraseña y se presentó en pasado martes en el Teatro Principal de Zaragoza.

 

-¿Qué pensaste cuando Picos Laguna te invitó a colaborar?

Me halagó mucho que quisiera contar conmigo, que hubiera pensado en mí para esa cita quincenal que es Las naturales, una columna que aparece en el periódico los domingos, un día que yo misma reservo para el café infinito y la lectura de la prensa. Me hizo mucha ilusión pensar que muchos aragoneses se encontrarían con mis textos ese domingo en que me toca publicar. Al mismo tiempo pensé en la responsabilidad que entraña opinar, mostrarte al hablar de un tema concreto. Procuro dialogar mucho conmigo misma antes de plasmar esa toma de postura por escrito, darle solvencia desde el punto de vista estético y desde luego procurando huir de obviedades si atendemos al contenido. 

 

¿Como entiendes la columna? ¿Qué exigencias, posibilidad y secretos tiene para ti?

 

La columna es un micrófono. Un espacio que suena, que graba mis pensamientos. Creo que es una suerte disponer de ese lugar, de ese foro en el que puedo ordenarme por escrito, recoger quién soy, cómo afronto la relación con el mundo que me rodea, un mundo complejo, que me fascina y me horroriza. Puedo refugiarme en mi columna y contarlo, sin la necesidad de mantener la objetividad de la noticia, manifestando mi emoción cuando hablo de un gesto noble, mi espanto ante el triunfo frecuente del mal. La columna está ahí, puedo ser yo en ella y consuela saber que en muchas ocasiones hay lectores que se ponen de tu lado, que se emocionan o indignan casi a coro contigo. 

 

 

¿Tienes una poética, una idea de la columna?

Admiro mucho a Capote, que inoculó el lenguaje literario en el periodismo y que, desgraciadamente, encontró la idea de lo que debe ser una columna antes que yo. Cito sus palabras: me gustaría que tuviera la credibilidad de los hechos, la inmediatez del cine, la hondura y libertad de la prosa, y la precisión de la poesía. Casi nada. Defiendo como él que cada autor, cada autora, es su estilo. No renuncio a él, a ese ropaje que me define cuando escribo, ni en mis cuentos, ni en la novela, ni en mis columnas. 



¿Se parece en algo a un microrrelato, del que eres una consumada maestra?

 

Para mí desde luego que sí. Concibo mis textos literarios breves y mis columnas como un desafío, como el reto que supone luchar contra el espacio que ambos pueden ocupar.  No puedo escribir un microcuento de tres páginas ni una columna que exceda los 1750 caracteres. Esa limitación tan prosaica, sin embargo, conlleva un beneficio. He aprendido a entrenarme en la búsqueda de estructuras, en el recorte de lo innecesario. Me esfuerzo por analizar los matices que debe poseer un adjetivo antes de colocarlo. Busco la eficacia lingüística y estética obsesivamente. Quiero golpear al lector y que se acaricie la mejilla dañada pensando en lo bonita que ha quedado esa herida.

Además, el concepto de tensión es fundamental en estas dos tipologías. Yo imagino cada texto como un goma negra muy  tensa, de la que alguien tira a ambos lados. Si se suelta por una de las dos partes el texto pierde interés, ritmo. Hay que lograr  que los recupere. 

 

¿La periodicidad quincenal, te da más tiempo o no para trabajarla?

A veces viene bien, otras lo que ocurre es que una noticia que te interesaba, que hubieras elegido como tema para la columna, queda ya lejos para la memoria del lector y hay otras más recientes llamando a la puerta. Procuro ceñirme a cuestiones de estricta actualidad, de ahí que en ocasiones apure hasta los últimos segundoa antes de mandarle a la sufrida Picos el texto. Cuando nada de lo que ocurre me resulta lo suficientemente interesante pienso en mí, en lo que leo, en las series que veo, en mi trabajo como profesora, en canciones o personajes que encierran un significado especial. Son mis homenajes, textos con nombre propio que disfruto mucho escribiendo.  

 

¿Cuál sería el vínculo de tus textos con la actualidad?

 

En determinados temas muy evidente. Me manifiesto sin ambages ante cuestiones como el feminismo, la defensa de los animales, apuesto  por un gobierno que defienda la educación y la sanidad pública... Suelo ceñirme a ejemplos concretos relacionados con estos  temas, nombro a sus protagonistas para que nadie los confunda con una fría cifra estadística, para que cuando se cite la violencia de género, por ejemplo, pensemos en Nagore, que era una chica joven que estaba cumpliendo su sueño de convertirse en enfermera cuando se cruzó en el camino de su agresor, un médico que ha vuelto a ejercer su profesión al salir de  la cárcel. Quiero traer de vuelta a la víctima, que pensemos en ella como en nuestra hermana, en nuestra hija, para que sea imposible reaccionar tibiamente ante la crudeza del caso. A Nagore la recuerdan los suyos como una herida abierta. El olvido no debería cerrar esa herida. 

 

 

¿Tienes columnistas mujeres de referencia?

Sí. Admiro a Leila Guerriero, a Marta Sanz, a Cristina Grande, a Irene Vallejo, entre otras. Me gusta leerlas porque son ellas en sus columnas y no se esconden ni asumen máscaras. Hablan de lo que quieren como quieren, convirtiendo sus textos en auténticos ejercicios literarios, en textos muy libres de ataduras, originales, llenos de reflexiones sobre la memoria personal. 

 

¿Cómo defines tu ‘fondo de armario’? ¿Cómo es?

 

Es un libro lleno de amor por las palabras. El lenguaje es un arma, como puede serlo la ropa. Elegimos prendas que nos protejan de la desnudez, que abriguen cuando sopla el maldito cierzo, que aligeren el bochorno del verano.  El armario nació como mueble en el que se guardaban las armas y creo que ha mantenido ese papel. Las palabras son también cálidas o refrescantes, podemos mostrarnos ante el mundo con ellas. Yo compro con frecuencia prendas de un verdeconcreto  del mismo modo que retorno a ciertos temas, los transito a menudo, bien porque me preocupan especialmente, bien porque simplemente disfruto hablando de ellos. 

 

¿En qué medida sería un autorretrato: ahí se ve tu feminismo, combativo, tu coraje, tu sentido del desafío?

Lo es, sin duda, pero no es un selfie complaciente, no es la foto en la que me obligo a sonreír para la posteridad. Hay fondos, paisajes contra los que no me sale mostrar alegría. No quiero autorretratarme impasible mientras hablo de mujeres asesinadas por sus parejas, silenciadas por la Historia. No me apetece fingir que todo va bien cuando en nuestro país sigue ahorcándose a los galgos de un árbol cuando termina la temporada de caza como si fuera un gesto rutinario, inocuo, que nos habla de una maldad enquistada, de una violencia admitida. No quiero que mi autorretrato se quede al margen de ese mundo que hacemos detestable tan a menudo. En esas fotos que son mis columnas no escondo las emociones que siento al hablar de la injusticia, de la crueldad, de la indiferencia, que es una forma secreta de sadismo. 

 

¿Eres más rebelde en las columnas que en los libros?

No lo creo. Debo ir más al grano, limitar el alcance metafórico que en textos más largos sí me permito sin trabas. Soy rebelde porque creo que debemos aceptar el mal como componente básico del ser humano, ese lado oscuro está, claro que sí, pero debe combatirse denunciándolo, atajándolo, reduciéndolo a su mínima expresión. Si admitimos que se materialice y extienda su poder, si no se actúa de forma personal y social contra él, estaremos perdidos. 

Y también estás tú, claro: la novelista, cuentista y lectora, la apasionada del cine. ¿De qué modo dirías tú?

Todo lo que soy aparece en las columnas porque el arte me ha enseñado que la belleza está en el mundo y disfrutarle  es una buena razón para seguir viva. La literatura y el cine, también la fotografía, aparecen en muchos de mis textos como sustancia vital. No son aficiones: son argumentos irrefutables. Mientras un párrafo de una novela se quede con nosotros, mientras la escena de una película nos cuente quiénes somos, mientras necesitemos escuchar una canción para sentirnos a salvo, habrá esperanza. 

 

-¿Qué cosas especiales te han pasado con tus columnas, te escriben mucho, te aplauden, se quejan?

Muchas agradables. Personas que no conozco me saludan en una tienda, me dicen que hace años que me siguen. Compañeros docentes han convertido mis textos en objeto de comentario de temas candentes en sus aulas.  Una anciana dama me dijo el otro día, al final de una presentación, que aplaude a veces y se ríe mucho con mis ocurrencias, que soy muy tremenda. 

 

¿Cuál es tu columna favorita o tus favoritas?

 

Me gusta mucho la que dediqué a Marilyn Monroe, una breve semblanza biográfica donde intenté contar la ternura que siempre me ha producido una mujer tan despampanante y frágil como ella, la protagonista de una novela muy triste, en realidad. 

 

 

10/04/2019 19:42 Antón Castro Enlace permanente. Escritores No hay comentarios. Comentar.

JESÚS RUBIO ABORDA VERUELA A LA MANERA DE MARCEL SCHWOB

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Jesús Rubio, catedrático de Literatura de la Universidad de Zaragoza, es muchas cosas: especialista en epistolarios, en Valle-Inclán, Gómez de la Serna, Ricardo Baroja, Antonio Machado y, sobre todo, Gustavo Adolfo Bécquer y sufamilia. Es juguetón, con cara de pocos amigos, burlador e irónico, y lo practica casi todo: el ensayo, el cuento, el poema, los géneros periféricos (el aforismo o el microcuento). Ahora acaba de publicar 'Vidas reales e imaginarias en el Monasterio de Veruela' (Los Libros del Gato Negro), que acaba de presentar en Zaragoza.

En esta entrevista en Heraldo.es avanza sus claves. 

 

https://www.heraldo.es/noticias/ocio-y-cultura/2019/04/10/jesjus-rubio-al-monje-jeronimo-tris-lo-mataron-a-palos-en-el-moncayo-1308402.html?utm_source=facebook.com&utm_medium=socialshare&utm_campaign=desktop&fbclid=IwAR1SvbFoaJFvrtWDdTvcoI8wezHJJc7Bm31Cv2JW365D-tTBVeOm8Ae5h9Q

11/04/2019 18:37 Antón Castro Enlace permanente. Escritores No hay comentarios. Comentar.

ANTONIO ITURBE ESCRIBE DE 'MUJERES SOÑADAS' EN 'LIBRÚJULA'

http://www.librujula.com/actualidad/2396-del-amor-nunca-se-sabe-nada

Antonio Iturbe escribe en 'Librújula' de nuestro libro 'Mujeres soñadas' (Aladrada), 28 fotos de Rafael Navarro y 28 textos de Antón Castro.

Texto: Antonio Iturbe

Se reúnen en este libro de edición magnífica y elegante las fotografías de Rafael Navarro acompañadas de textos de Antón Castro inspirados por las imágenes. Castro es sobre todo poeta, también periodista cultural de larguísimo recorrido, escritor de lo que haga falta, ciclista de fin de semana y admirador de todas las bellas artes. Un Antón Castro que en estas páginas entra en estado de trance al contemplar las mujeres esquivas y sensuales que capta la mirada de Navarro. Dice en el prólogo Fernando Sanmartín que Castro “sin sus pasiones renunciaría a la vida”. Y las mujeres le gustan más que el jamón. Y habla de ellas con la admiración, el respeto y la entrega con que los mortales miran a las diosas.

En Mujeres soñadas se habla mucho de amor: “del amor nunca se sabe nada aunque creamos saberlo todo”. Y, sobre todo, del enamoramiento, de ese estado de trastorno que se puede producir de un instante a otro, de un incendio descomunal que arranca con la chispa de una sola mirada.
Las mujeres de este libro de relatos, tanto en las fotos en blanco y negro de Navarro como en los fogonazos de Antón castro, tienen la volubilidad de los fantasmas pero su suave carnalidad empapa las páginas, como esa Irene que paseaba bajo la lluvia de la alameda. En más de una ocasión siente uno la irrefrenable pulsión de ir a Google a comprobar si son reales o imaginarias porque todas ellas, incluso en su textura escurridiza de amores que se escurren entre los dedos, resultan vivamente veraces, como esa pianista Olimpia Olvés que tiene ademán de bailarina y que lo hipnotiza en el patio de butacas en cada concierto. O Clara, la librera de El Relato Perpetuo. Tal vez sean mujeres verdaderas con los nombres cambiados, o personajes inspirados en personas reales o simplemente sean ficciones verdaderas surgidas de la sensibilidad de Antón castro, que sueña con los ojos abiertos. No importa. Estos relatos tienen su propia verdad interna, su propio contagio de emociones que se nos cuela dentro.

portada mujeres soñadas 1Viajamos en busca de Gloria Petriz, ese eterno amor de adolescencia cuyo rescoldo nunca se apaga. Son mujeres soñadas como esa legendaria Clara Setién que recoge conchas, agua de mar y arena en la playa del Sardinero de la que le había hablado un periodista santanderino con la cabeza llena de corcheas y que creyó entrever una mañana mientras nadaba. Viajamos al pequeño pueblo aragonés de La Muela para una sesión de fotos que resulta más ardiente de lo esperado, a pequeñas localidades alrededor de Zaragoza como la Almunia de doña Godina o Mezalocha, pero también a Oropesa, el Matarraña, La Coruña… Es un libro de lugares mentales y de enamoramientos que se evaporaron. Un libro sobre mujeres pero donde también hay hombres hermosos que admira, como el fotógrafo Alberto García-Alix, Rafael Navarro que presidió la Real Sociedad Fotográfica de Zaragoza, el campeón de motociclismos que murió demasiado pronto Víctor Palomo, el pintor Ignacio Mayayo, el actor Cherma Mazo, el artista Pedro Avellaned o el imprevisible Fernando Arrabal. Y junto al licor de la poesía también está esa sorna galaico-aragonés de Castro, que se filtra en las páginas, como ese canalla seductor llamado Sandro Laporta que igualo ve uno ya visiones pero es un nombre compuesto por dos ex presidentes del Barça que no acabaron bien. Seduce y engaña este Sandro Laporta a Selva Langa, que tiene nombre de heroína de cómic y recita poemas eróticos de Gioconda Belli. Un libro para mirar, para leer y para dejarse llevar.

 

11/04/2019 19:32 Antón Castro Enlace permanente. Escritores No hay comentarios. Comentar.

DOMINGO VILLAR EXPLICA LAS CLAVES DE 'EL ÚLTIMO BARCO'

Domingo Villar: “Explico mejor Galicia gracias a un aragonés”

 

Tras diez años de silencio, el escritor de novela negra vuelve con sus policías Caldas y el zaragozano Estévez en ‘El último barco’

 

 

Domingo Villar (Vigo, 1971) está más feliz que asustado ante la aparición de su tercera novela: ‘El último barco’ (Siruela, 2019. 707 páginas), que vuelve a transcurrir en las costas de Vigo, en Tirán, como sus dos primeras apariciones: ‘Ojos de agua’ y ‘La playa de ahogados’, que llevó al cine Gerardo Herrero en el papel de Leo Caldas, su detective y locutor radiofónico en ‘Patrulla en las ondas’, y Antonio Garrido, como Rafael Estévez, un policía zaragozano que intenta entender la sinuosidades de pensamiento y de mentalidad de los gallegos.

“Es muy estimulante saber que había tanta gente que te estaba esperando y la recepción que está teniendo el libro. Piense en el Real Zaragoza: ¿no es mejor que esté el campo lleno y que intente dar ahí, con todo a favor, lo mejor de sí mismo? Me sucede un poco igual”, dice el escritor.

Domingo Villar ha usado el símil de La Romareda con toda la intención del mundo. Sus vínculos con Aragón son inequívocos: está casado con la turolense Beatriz Lozano, Bea, con quien tiene tres hijos, y por eso Rafa Estévez “me viene muy bien. Me permite explicarle a un forastero cómo somos en Galicia, cómo sentimos y cómo lo celebramos todos con la comida: la alegría y la tristeza, aunque entonces ya no se cante. Explico mejor Galicia gracias a un aragonés que es más frontal y directo y a veces no nos entiende”.

Quizá, en la nueva novela, que presentaba en la librería Cálamo el 21 de marzo, Estévez esté algo más apagado en humor e ironía. “Yo no diría eso -tercia el escritor-. Suceden dos cosas: está un poco asustado porque va a ser padre con su novia y, además, le duele mucho la espalda, y en esas condiciones no es fácil ser gracioso o irónico. Pero yo creo que es un tipo especial, un grandullón compasivo e inteligente. De una gran humanidad. En el fondo, es como un protector de Leo Caldas que ahora necesita ser protegido”.

‘El último barco’ se ha dilatado en el tiempo. Diez años.  “Lo sé. Creo que en 2013 arrojé a la basura, literalmente, la novela. Tenía 400 páginas. Sufrí una doble crisis: por una parte, me parecía que le faltaba emoción, y no quería entregar algo que me conmoviese a mí en primer lugar, y se había muerto mi padre. Todo aquello me trastornó. Volví a empezar, me quedé con algunas páginas, apuntes y detalles, y creo que ahora he hecho el libro que quería”, explica el escritor gallego, que reside en Madrid. El padre del protagonista Leo Caldas, bodeguero, anda siempre por ahí, y el inspector siempre está preocupado por él.

Más que una novela policiaca o negra al uso, Domingo Villar dice que ha “escrito una novela costumbrista de personajes”. Añade: “Yo me reconozco en Manuel Vázquez Montalbán, que da una visión maravillosa de la Transición; en Andrea Camilleri, que cuenta la vida y los secretos de Sicilia. Galicia lo es todo para mí, aunque vivo en Madrid desde 1989. Ahí tengo un lugar ideal para situar mis ficciones, en Vigo, Cangas, Moaña, Tirán: hay puerto de mar, que es el lugar por donde entran y salen tantas mercancías y se dan tantas aventuras, tengo un mar misterioso a veces, encrespado otros, playas multitudinarias y playas solitarias, casi secretas, pero también hay montañas, un paisaje de gran belleza. En ese sentido, me siento privilegiado”. Quizá en esta novela, además de Vázquez Montalbán y Camilleri, se perciben los métodos deductivos de Georges Simenon, esa caligrafía despaciosa de la investigación.

“La novela funciona como a oleadas: hay olas tranquilas y hay olas más furiosas. El ritmo es importante. Escribo simultáneamente en gallego y castellano, sin que haya propiamente una lengua de fondo. En ‘El último barco’ se perciben como dos partes, entrelazadas: una de capítulos más descriptivos, vinculados al paisaje, a la belleza de Galicia, a la evocación del mar, sin olvidarme jamás de la acción; y otra parte donde fluyen los diálogos de la investigación, las preguntas. Esta parte la suelo escribir en castellano, llevo años fuera de Galicia y me sale mejor. Es fundamental oír la lengua cada día. Y la parte más afectiva e íntima la redacto en gallego. Sigo con el libro en función de donde haya dejado la acción el día anterior”. Otra estética: dice que no quiere abrumar al lector, que le deja que piense y que penetre los sueños poco a poco en la cabeza del lector.

‘El último barco’ cuenta el tumulto que se crea cuando el doctor Andrade, padre de Mónica Andrade, la ceramista y profesora de cerámica, pide ayuda porque ella no fue a comer el domingo y no ha dejado mensaje ni coge el teléfono. A partir de ahí entran en acción Leo Caldas y Rafa Estévez, y con ellos otros muchos personajes: sus compañeros de investigación o vinculados con la Escuela de Artes y Oficios de Vigo, donde conviven la cerámica y la fabricación de instrumentos musicales.

Revela Domingo Villar: “Entre los personajes de ficción he usado a dos verdaderos: Rasal y Miguel Vázquez. “Les advertí que, en la ficción, podían estar implicados en un crimen. No les ha importado. Al contrario. Uno de ellos, durante muchos tramos de la novela, es el principal sospechoso de un crimen. Son los primeros en mandarme todos los recortes, opiniones y entrevistas. Están muy felices de ser criaturas de ficción”. Dice que el libro también defiende la necesidad del sosiego, de la placidez. “La lentitud es necesaria para todo en esta vida enloquecida: para soñar, para hacer violas, para investigar o para que un escritor escriba su novela”.

Domingo Villar desliza una última confesión: “Mónica Andrade tarda en aparecer, en caso de que aparezca, claro. Y me gusta que durante muchas páginas, tantos personajes, con sus recuerdos e impresiones, con sus retratos, acaben creando un personaje singular, inquietante, complejo. Creo que, de algún modo, tenía en la cabeza a la Rebeca de Daphne du Maurier”.

Entre los personajes secundarios, con sus enigmas a cuestas, hay un mendigo, “o esmoleiro”, que se llama Napoleón y habla en latín; un fotógrafo enamorado que retrata aves y animales del mar y un dibujante, naturalista, que retrató a Mónica Andrade y firma sus obras con una espiral.

 

12/04/2019 10:04 Antón Castro Enlace permanente. Escritores No hay comentarios. Comentar.

GUILLERMO BUSUTIL ESCRIBE DEL LIBRO

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Publicado en 'La Opinión de Málaga' por el escritor y periodista cultural Guillermo Busutil, quedirigió durante doce años y más de 200 números la revista 'Mercurio', que se acaba de cerrar con un espléndido número centrado en Ita Vitale.

https://www.laopiniondemalaga.es/opinion/2013/04/21/hombre-libro/582455.html?fbclid=IwAR2iNNIa6MPBVe4Y0tnyw5MNtojxGb3HZacLlvvodjDRlCMwTjVZoC6BWZg

UN HOMBRE, UN LIBRO

Guillermo Busutil  21.04.2013 | 05:00 

Leer en presente es un indicativo de cultura. Yo leo, tú lees, él lee, nosotros leemos, vosotros leéis, ellos leen. En los autobuses, los metros, los trenes, los aviones, los barcos, las bibliotecas, los parques, las salas de espera, las cafeterías, en las casas de este día que celebraremos libro adentro. Y también libro afuera, porque cada calle es una página de la ciudad por la que transitamos como personajes, como la huella impresa de una forma de sentir y de pensar. Lo mismo que las que nos dejaron las lecturas con las que aprendimos a emanciparnos de la realidad, a tener más amplitud de miras y a soñarnos héroes a la vuelta de la esquina, donde siempre empieza la imaginación. Todos somos el producto de nuestros juguetes, nuestros viajes y nuestras lecturas. Incluso, cada amor que igualmente me hizo, además de su marea en la memoria de mi piel, tiene también sus libros, su poema en mi escritura. Sé de gente que todo lo ha vivido en ellos, que su error fue abrir uno un día o que su retrato es una biblioteca. Y proceso afecto admirativo a Caballero Bonald, Cervantes de Argónida, por su manera de marinar el lenguaje, por enseñarnos sobre el imposible oficio de leer y recordarnos que siempre habrá un libro esperando.

 

El próximo martes es el día perfecto para buscarlo. Puede ser un título de moda o premiado; alguno de Defoe, Salgari, Kipling o Verne para recuperar la infancia y defender la memoria de lo leído; el Ensayo sobre la ceguera de Saramago, En la Orilla de Chirbes o el de Bonilla acerca de Maiakovski, el mejor subversivo colocando bombas para hacer estallar el poema. Libros adecuados, peligrosos o inoportunos, según quién los lea, en este tiempo de crisis en el que alguien del PP puede llamar a la puerta para comprobar nuestro ayuno, la ducha fría, el cinturón apretado y nuestra austeridad también en la lectura- el ideal orden doméstico del gobierno-. También hay cuentos, poemarios, diarios, ensayos o Las aventuras de un libro vagabundo de Paul Desalmand. La narración autobiográfica y picaresca de un libro que nació el 7 de junio de 1983 con 224 páginas, 230 gramos de peso, unas medidas de 16,5x 12,5 cm, tipografía Garamond y cuerpo 12. Toda una declaración de buena salud y de libro de clase media, cuya voz nos desvela sus peripecias, otras historias, como la de un taxista que convierte su coche en una biblioteca ambulante o la de una chica que lo utiliza para cubrirse el sexo cuando hace nudismo en la playa, y que los libros hablan de noche sobre su miedo a la guillotina. El futuro condenado de una gran parte de los títulos que el martes estarán en las calles de Barcelona, llena de rosas y de escritores, en las de Madrid con interminables lecturas de noche, en las de otras capitales con un 10% de descuento, deseando ser escogidos. Pero como en el cuento de los Grimm, a las doce y una campanada o un par de copas más tarde, el libro se volverá Cenicienta y sin príncipe que lo salve poniendo en la puerta el cartel: No molesten, estoy leyendo.

 

La burbuja editorial estalló hace tiempo pero empezamos a darnos cuenta el pasado año, cuando la venta cayó un 40%. Y éste, sigue pendiente abajo, llevándose por delante librerías, algunos sellos independientes, otros pequeños, títulos que no pasaron la ITV y los anticipos de más de cuatro cifras para los autores. También amenaza a los escritores más literarios, cuyos lectores fieles los mantienen vivos en el mercado. Ya se sabe, en este país, la literatura vende poco. Aunque el cine diga lo contrario, nadie busca a Nemo. Menos aún la maravillosa biblioteca del Nautilius. A las editoriales le interesan más los mega sellers y, mientras los encuentran, las intrigas, dramas, batallas épicas, amores, enigmas esotéricos, fábulas sexuales y aventuras con fondo histórico que se vendan bien en las grandes superficies. Poco espacio queda para la literatura como un golpe al estómago, armada con un lenguaje de atmósfera y orfebre, que explore otra manera de contarnos historias. Conseguir que un libro, como dijo Kafka, sea como el hacha que rompe el mar de hielo de nuestro corazón. Hace lustros que la sociedad demostró que, en España, la lectura no goza de un apoyo mayoritario. Baja es la cifra de personas que la entienden como una forma de progreso, un espacio íntimo, el tiempo en el que uno está menos solo. Si se mantiene el hábito en el alambre es porque existen mujeres, clubs femeninos donde se lee mensualmente y bibliotecas rurales en las que se han esforzado en hacer de la lectura una forma de superación, de libertad y de placer. Pero en la enseñanza es, desde hace décadas, la asignatura pendiente de alumnos y profesores poco dados a valorar que con los libros se aprende a leer el mundo, la vida, el misterio de las personas. Sin olvidar a muchos jóvenes autores convencidos del éxito del escritor buen salvaje, ignorantes de que escribir es una lectura eterna. A estos síntomas graves, hay que añadir el poder de sugestión de la televisión y de la red. Artífices de la inmediatez, del impacto, de la brevedad, de la estética de la aparición que paradójicamente también es la estética de la desaparición, y de la primacía de la imagen como una representación del mundo que no conlleva la necesidad de razonar un argumento. La nueva cultura líquida de la imagen, representación poderosa del mundo cada vez más victoriosa sobre la comunicación a través de la palabra.

 

La salud del libro tiene un pronóstico reservado. Un mal desenlace conlleva la desaparición del discurso, de la crítica, de la opinión fundada en el pensamiento, en el lenguaje y en la escritura. La creencia en el libro como tierra firme en épocas de naufragio e incertidumbres. En la lectura como una forma de felicidad y un acto de resistencia en los tiempos del miedo a pensar, del farenheit 451 que siempre acecha un viento favorable. No podemos dejar que nos desahucien de leer. Hay que contraatacar. Este 23 de abril, con 103 años de antigüedad, hagamos que en la paz -al igual que en la guerra- se repita la consigna: un hombre, un libro; un clavel en el fusil.

Leámonos!!

*Guillermo Busutil es escritor y periodista
www.guillermobusutil.com

 

*Retrato del joven escritor, en 1982.

24/04/2019 05:24 Antón Castro Enlace permanente. Escritores No hay comentarios. Comentar.

MIGUEL MENA HABLA DE SU NUEVA NOVELA: 'CANCIONES LIGERAS' (PREGUNTA)

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[Miguel Mena (Madrid, 1959) acaba de publicar su novela más extensa y más ambiciosa: la historia de Irene Abós, una joven secretaria que acabará dedicándose al mundo de la música en el trío Los 3 del Mediterráneo’. Fue uno de los libros más demandados ayer en el Día del Libro en Zaragoza. Miguel cuenta aquí las claves de la novela. Una parte de la entrevista se publicó en ’Heraldo’ de Aragón’ el pasado lunes. La foto es de Oliver Duch.]

https://www.heraldo.es/noticias/ocio-y-cultura/2019/04/22/miguel-mena-las-buenas-canciones-son-eternas-siempre-suenan-igual-de-bien-1310552.html

-¿Cuál era el objetivo de ‘Canciones ligeras’: contar una aventura musical o una vida de mujer en la música?

Mi primera intención fue escribir una novela de aventuras con el trasfondo de la música y los cambios sociales de los años 60, luego la personalidad de su protagonista, Irene Abós, fue adueñándose de relato y ambas cosas se mezclaron. La vida de Irene, su crecimiento, su transformación, van avanzando en paralelo a esa aventura social y musical.

-¿En qué momento decidiste contar esta historia en primera persona?

Comencé esta narración hace dieciséis años como la historia de un trío musical y en tercera persona, pero me atasqué cuando llevaba unos cuarenta folios y abandoné el proyecto. Diez años después, al revisarlo, me di cuenta de que debía ser la historia de ella, de la cantante, y que ella misma debía contarla, que todo girase a su alrededor. Entonces retomé el proyecto y lo llevé hasta el final.

--¿Cómo definirías a Irene Abós: una mujer romántica, soñadora, una joven estudiante que de repente, casi antes de saber qué quiere, ya es madre, con determinación, pero sobre todo cantante, de variados registros?

Irene es tan soñadora como somos todos a los veinte años, pero su temprana maternidad, las zancadillas de la vida y el mundo real al que deberá enfrentarse la transformarán poco a poco, sin perder su determinación ni su pasión por la música, pero cambiando de criterio y de objetivos, sin perder la ilusión, encontrando alicientes más realistas.

 -¿En qué medida quiere ser ‘Canciones ligeras’ una novela sobre la condición humana, la importancia de la amistad (pienso en Susana, en Encarni…) y una crónica de los encuentros y desencuentros amorosos de la protagonista?

Es obvio que la novela habla de la vida, de los vaivenes a los que nos somete, y en esa vida, como en cualquiera, tienen mucha importancia la familia, los amigos y los amores; también el trabajo, que en este caso lleva a la protagonista a viajar de un lado a otro, a conocer gentes diversas y a experimentar la pasión y el deseo pero también el desconcierto y la duda. Quizá la única certeza de Irene es avanzar siempre, nunca quedarse quieta.  

-Luis, Nick, Roberto, Jorge Jánovas o Yorgos… ¿Los amores del pasado siempre reaparecen?

No todos y no siempre con la misma fuerza. Irene se interroga muchas veces sobre la naturaleza del amor, sobre las diferentes maneras de amar; compara sus amores con los de su entorno: su madre, su amiga Susana, su compañera Encarni. En el amor no hay modelos a imitar; cada cual encuentra su camino, o  no lo halla jamás. 

-¿Cuál ha sido la importancia de las bases americanas en la vida española, y en particular en la música?

En mi caso particular, ninguna. Yo me eduqué musicalmente por otros caminos, pero recuerdo a figuras como Rocky Khan, que se forjó musicalmente en la base americana de Zaragoza, o alguien más joven como Santiago Auserón que también ha contado lo mucho que le influyó escuchar la emisora de los americanos. 

-La narración empieza en 1959 y duraría una década, más o menos, concluye poco después de la llegada del hombre a la luna. ¿Qué significó ese período en la historia de la música en España?

La novela comienza cuando está a punto de iniciarse la década de los 60 y concluye poco después de que haya finalizado. Es el tránsito de la música melódica, orquestal, un tanto pastelosa y remilgada, al dominio del pop y del rock. Supone un gran cambio porque en esa década los hijos comenzarán a escuchar una música que los diferencia claramente de sus padres y que además lleva aparejada una moda y una estética que rompen con los modelos anteriores. Cambia la música como anticipo de un cambio social que también está empezando a producirse en un país que aún vive bajo una férrea dictadura. 

-¿Y qué importancia tuvieron las salas de fiestas y la televisión?

Las salas de fiestas todavía vivían aferradas a un modelo muy tradicional, pero curiosamente en la televisión empiezan a colarse programas de una estética más juvenil o más colorista, aunque fuera en blanco y negro, como Escala en Hi-Fi o los distintos proyectos dirigidos por Chicho Ibáñez Serrador. 

-¿Cómo era y qué buscaban Los 3 del Mediterráneo y que le deben a Los 3 Carino y a un reportaje que publicaste sobred ellos hace años en Heraldo?

Descubrí a Los 3 Carino cuando hacía el programa El Desván en la programación nacional de Cadena Dial. Años después rastreé su pista hasta localizar a uno de ellos, Joaquín Solanes, y en 2002 escribí un largo reportaje en Heraldo sobre sus andanzas por Oriente Medio. El grupo de mi novela, Los 3 del Mediterráneo, está inspirado en ellos y toma prestadas muchas de las anécdotas que les sucedieron y que me contó Joaquín, pero también bebe de otras fuentes como una persona de mi familia, Mercedes Bóveda, que también formó parte de un conjunto que actúo por todos esos países. 

-¿Eran frecuentes estas aventuras musicales en el extranjero? ¿Por qué el Medio Oriente (Teherán, Bagdad, Beirut, luego Ammán) qué vínculos tenían hacia la música española?

No he descubierto nada nuevo porque Manuel Iborra lo contó muy bien en Orquesta Club Virginia, una película de 1992 con Antonio Resines, Jorge Sanz y Emma Suárez, basada en las memorias del percusionista Santi Arisa. Aunque ahora nos parezca insólito, desde los años 50 hasta mediados de los 60, las orquestas, ballets y conjuntos españoles tenían mucho éxito en el circuito de casinos, salas de fiestas y  hoteles de lujo de aquellos países. Grupos que aquí no le suenan a nadie hacían largas giras por todos aquellos países y ganaban muchísimo más de lo que podían obtener en el nuestro. Beirut era el centro de todo, la gran ciudad cosmopolita de la zona. Aquello se quebró a partir de 1967, conflicto tras conflicto, y ya no se recuperó jamás.

-Da la sensación, no sé si es querencia de la cantante o del propio autor, que la música italiana entonces era tan importante como la norteamericana…

Creo que es una percepción objetiva, después de manejar muchas revistas y libros de la época: antes de la penetración avasalladora de la música norteamericana, los músicos italianos tenían muchísima presencia en nuestro país e influyeron poderosamente en los artistas nacionales. También los franceses, aunque un escalón por debajo. Ahora es un poco triste que apenas escuchemos música procedente de esos países que son tan cercanos a nosotros. 

-¿Te ha llevado mucho preparar la documentación?

Nunca doy por finalizada la documentación. Siempre incorporo lo último que encuentro. Para esta novela dispuse de cientos de discos de la época, también me fueron de utilidad muchos libros como las memorias de Jesús Franco, Alfonso Santiesteban o Miguel Ríos y un magnífica colección de la revista Fonorama que me facilitó mi suegra, y por supuesto los periódicos de aquellos años. 

-Sin avanzar nada, ¿has querido recordar también que muchos músicos españoles han sucumbido a la fatalidad de la carretera?

La carretera ha sido una auténtica plaga para los músicos. Siempre recuerdo a Leandro, Cecilia, Nino Bravo, Poncho y José Luis de Los Ángeles, Jesús de la Rosa de Triana, Bruno Lomas, Tino Casal o Eduardo Benavente, que se mató viniendo a Zaragoza.  

-¿Qué podríamos avanzar del joven fenómeno Tony Castán?

Es un personaje inspirado en algunos prototipos de la aquella época; gente que tenía un trabajo normal y grandes cualidades para la música, pero no todos se atrevían a jugársela en un terreno tan resbaladizo como es el artístico. 

-Un detalle: ¿por qué siendo Los 3 Carino, citados por cierto en el libro, de origen aragonés has convertido tu trío en madrileña y  dos murcianos (Benjamín y Ramón Vera), y has situado la acción de partida en Madrid?

Aunque Los 3 Carino fueron el primer impulso y la principal fuente de inspiración, la novela no es su historia, es una ficción, y necesitaba crear unos personajes con su propia personalidad. Madrid en aquel momento era el epicentro musical del país y tenía cierta lógica que la novela partiera de allí y no de un lugar más pequeño. Ahora mismo no recuerdo por qué decidí que los hermanos Vera fueran murcianos, sería algo casual. A Irene la hice hija de un aragonés y se apellida Abós porque estaba con los primeros capítulos cuando falleció el entrador del CAI, José Luis Abós, y quise rendirle ese pequeño homenaje.

-Leyendo el libro, un retrato musical de la época, con el sello Zafiro por ahí rondando, uno se siente llamado a preguntar: ¿En qué ha cambiado la música?

Sobre todo ha cambiado la forma de consumir música, el acceso masivo a ella, y también se ha perdido una cierta ingenuidad que había en la forma de componer, de actuar y de promocionarse en los años 60. Por lo demás, las buenas canciones son eternas y suenan igual de bien ahora como hace cincuenta años.  

-¿Qué hay de ti, de tus gustos y pasiones, de tus investigaciones, en este novela?

Me interesan mucho los músicos como personajes, quizá porque los veo desde fuera, porque  he conocido a muchos a través de mi trabajo y el suyo me parece un mundo tan apasionante como difícil. No es la primera vez que los uso como protagonistas porque ya lo hice en Foto movida, entonces con los 80 y la Transición como trasfondo.

24/04/2019 05:35 Antón Castro Enlace permanente. Escritores No hay comentarios. Comentar.

JUAN JOSÉ VERA: ARTE, SUEÑO Y CREACIÓN

*Acaba de fallecer Juan José Vera (1926-2019).

 

JUAN JOSÉ VERA: EL PINTOR INCONFORMISTA

 

Antón CASTRO

“A mí me gusta gozar la pintura con lentitud: me despierta la pasión enseguida”, dijo en una ocasión en su estudio Juan José Vera (Guadalajara, 1926). Él es un hombre de frases, de intuiciones que se transforman en aforismos, y de emociones. Siempre ha sido hiperactivo, ya era rebelde e inconformista de niño, y a la vez vitalista. Uno de sus cuadros se titula ‘La alegría de vivir’ (1987) y quizá sea esa frase su mejor retrato. Vivir en el arte, en la creación, en el silencio, en el taller. Vivir en el puro desbordamiento de la materia y los materiales. Hay otro cuadro que también da claves de su inclinación sombría: ‘Rasgos de dolor’ (1974), que acaso sea un intento de ordenar el caos de la memoria, el tormento que viene de lejos con su lluvia de espanto.

Juan José Vera, el octavo de nueve hermanos, tuvo que aprender a vivir con el desgarro: su hermana Carmen murió a los cinco años; el mejor profesor de su infancia, Félix, fue ejecutado por republicano; también mataron a su tío Manuel, que era pintor, y a su propio padre -al que admiraba tanto como quería porque era cálido y había creado un paraíso de educación, convivencia y cultura en su casa-, lo denunciaron varias veces y finalmente lo fusilaron un de agosto en Torrero en 1936. “Anhelaré hasta la muerte el amor inseparable por mi padre”, le diría el artista a uno de sus mejores estudiosos y amigos, Manuel Val Lerín. Él fue niño en la retaguardia de Robres, en un período marcado por el hambre, el pánico y la incertidumbre. El círculo de muertes, o de ausencias notables, registra otro nombre clave: su cuñado Juan Valdivia, médico. Me dijo Juan José Vera en su taller: “Él me descubrió la poesía: me recitaba de memoria todo Bécquer, la poesía clásica española. Tenía la memoria más prodigiosa que yo he conocido nunca, y era un humanista integral. Cuando se murió, hacia 1948, le dediqué un cuadro: ‘Arlequín muerto’, realizado tras ver su cadáver”. Ese cuadro es importante en la trayectoria de Vera, y está en la exposición: para entonces ya había conocido a Fermín Aguayo, en el Servicio Militar en la Brigada de Topógrafos, que formaría con Santiago Lagunas y Eloy Giménez Laguardia el trío más famoso del Grupo Pórtico. Se hicieron amigos y sería el propio Aguayo, un admirable pintor abstracto, quien le pondría el nombre al cuadro, algo que también hizo con otro buen lienzo: ‘Bodegón azteca’.

Aquel Juan José Vera, que se balanceará durante toda su carrera entre la angustia y la exaltación de la vida, entre la tristeza y la búsqueda constante de la felicidad, había quemado etapas con celeridad, entusiasmo y una imaginación frondosa y voraz. Descubrió su inclinación al dibujo a los trece años, hizo sus primeros juguetes con una completa carpintería infantil que le regalaron, realizó sus pinitos con los materiales que le cedía su hermano Fernando, futuro arquitecto, con quien trabajaría de delineante, y un cuñado suyo, Miguel Goyeneche, le haría un obsequio con toda la intención del mundo: le dio los instrumentos y los óleos de pintor de un hermano aviador, que acababa de fallecer en un accidente. Y no solo eso, en 1942, se había matriculado en la Escuela de Artes y Oficios. Por si le faltaran elementos al leyendario del artista: en 1945, cayó en sus manos un catálogo de Picasso de una exposición en 1936 y queda fascinado. El pintor autodidacto y ya torrencial encontró un maestro, un referente, el fogonazo que le dará alas a esa invención suya tan turbulenta y vivaz, a esa imaginación que siente, que sueña y que reflexiona.

En 1948 conoció a Santiago Lagunas, clave en su prehistoria, como toda la estética del Grupo Pórtico. En 1975 le dedicaría un estupendo cuadro. ‘Homenaje a Santiago Lagunas’. Vera no tardará en lanzarse a campo abierto, con arrojo y muchas cosas que pintar. Desembocó en la abstracción con esa energía y esa vehemencia que siempre ha tenido. Se atrevió a trabajar en el desorden del lienzo, a arañar en el bosque de las incitaciones, a buscar entre las manchas de color y las líneas negras, más o menos anchas, un calambre de luz, un vano a la esperanza. Trabajó sin descanso, en todos los formatos y técnicas: óleos, dibujos, collages, en una producción intensa y extensa que tiene su sello y que tampoco renunciará ni al expresionismo ni a rasgos cubistas, con ecos de Pórtico en ocasiones. Juan Manuel Bonet diría que “continuó de modo más fiel por el sendero abierto por sus predecesores”.

En 1958 conoció a Ricardo Santamaría, que también era un agitador y elaboraría proclamas y teorías, entre ellos el Manifiesto de Riglos. Y en 1962 a Daniel Sahún, que sería algo así como un hermano, un camarada, un cómplice y casi un álter ego; juntos realizaron muchas exposiciones conjuntas, y destaca su Antológica de la Lonja de Zaragoza en 1987. Con ellos Santamaría formaría el colectivo Escuela de Zaragoza, que recogía el testigo de Pórtico. Y a él se sumarían dos artistas más: Hanton González, que acabaría marchándose a París y realizaría allí el grueso de su obra, y Julia Dorado, que entró por la puerta grande y por ahí sigue, con sus colores y luces de espejismo. Cabe decir que la Escuela de Zaragoza duró más o menos hasta 1967.

Los 60 fueron años capitales para Vera: pintó mucho y creó sus famosas escultopinturas, de las que aquí hay una buena muestra. Vera ha recordado que esa obra, tan impresionante y variada, ese ejercicio de libertad incansable, surgió de la búsqueda de residuos, materiales de derribos, objetos industriales, ruinas o escombros de las afueras. Y luego, en un acto de ensamblaje y pintura, hacía unas piezas personalísimas donde se gobierna todo con armonía, fuerza, ingenio, plasticidad y quizá brutalidad, la desenvoltura del collage y, por supuesto, con belleza; figuran entre lo más feliz y acertado de su obra. Juan José Vera no ha parado nunca. Una de sus frases, tan sencillas como elocuentes, es: “¡Qué misterio tan grande es el arte!”. Y matizaba: “Yo siempre pinto lo que vivo: soy un gran paseante, me encanta la ciudad, descubrir rincones, andar por los bosques, coger determinadas luces cuando llega la noche: algunas luces misteriosas y blancas”, me confesó Juan José Vera en su taller.

Él se ha sentido poseído por la creación y ha continuando pintando, esculpiendo y avanzando por diversos vericuestos: ha experimentado todo el tiempo, ha ensayado colores y formas informes, ha realizado dibujos deslumbrantes (aquí hay varias tintas) y ha sabido ser fiel a un estilo, a una luz, a coordenadas de inspiración y arrebato: es capaz de ser tenebroso y a la vez de un lirismo que casi hace pensar en Cy Twombly: vean, por ejemplo, ‘La demora del silencio’ (1995). El pintor ha tenido momentos maravillosos, ha expuesto en Aragón, España y en diversos lugares del extranjero. En 2001 vio coronada su trayectoria con una inolvidable exposición en el Palacio de Sástago: La Abstracción como presencia. Juan José Vera. Retrospectiva 1950-2001, cuyo comisario fue Manuel Val Lerín. En 2011 se hizo acreedor al Premio Aragón-Goya. Fue en ese año cuando realizó la última obra de esta muestra: ‘Enjambre’, que acaso pudiera resumirse así: el artista en estado puro, con sus símbolos, sus manchas, la fragmentación del lienzo y sus gamas de color con un claro en la selva de amarillo.

No hemos hecho aquí hincapié en otro aspecto decisivo en la personalidad de Juan José Vera: la música. Estudió piano y solfeo y llegó a tocar con un gran amigo, el tenor Adolfo Barbacil, entre otros. Dijo en una ocasión: “Yo no le pido a nadie que entienda mi pintura: la pintura hay que sentirla, hay que verla en silencio. El silencio es la atmósfera del arte y no existe silencio más elocuente que el de la música”. También suele decir: “No aspiro a la posteridad”. Eso ya no depende de él, de Juanjo Vera, el enamorado de la belleza y de la inspiración: los cuadros están ahí y caminan por las comisuras del tiempo a su libre albedrío.

 

 

 

 

 

29/04/2019 23:29 Antón Castro Enlace permanente. Escritores No hay comentarios. Comentar.

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