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ENTREVISTA CON CARLOS SAURA

titel.jpg“Vivo el cine como una aventura”

-Hace unos días, cuando presentó la novela "Elisa, vida mía", un periódico lo presentaba como un hombre hiperactivo.
-¿Hiperactivo? Bueno, estoy activo, no puedo parar, se me acumulan los proyectos. Pero bueno esta novela quería escribirla, me perseguía. La idea de Círculo de Lectores / Galaxia Gutenberg era publicar todos mis guiones, pero antes les dije que me gustaría hacer la novela de "Elisa, vida mía", que creo que muy diferente al guión. El argumento es el mismo, claro, pero hay otras cosas más desarrolladas.

-Por ejemplo, el personaje de Carmen Alvarado, la mujer asesinada. Al lugar del crimen acude cada 22 de septiembre su asesino en moto...
-Sí, de eso se hablaba en la película, pero el personaje estaba sólo abocetado y aquí se cuentan muchas más cosas. No se sabía muy bien si era real o una invención del protagonista, Luis, interpretado por Fernando Rey, y creo que es un personaje decisivo en la trama.

-Esa obsesión por el crimen, porque hay algunos crímenes y suicidios más, ¿nace de su última película, "El séptimo día", basada en la matanza de Puerto Hurraco?
-En absoluto.

-¿Ni siquiera de su vieja pasión por las novelas policíacas?
-Tampoco. Más bien está relacionado con mi próxima novela, "Ausencias", donde cuento la historia de un coleccionista de cámaras fotográficas, que en eso se parece a mí. La fotografía quizá sea el mundo que mejor conozco. Y también está vinculado a una serie de cuentos que estoy escribiendo sobre fotografías y fotógrafos. La foto tiene esa cosa misteriosa que me intriga: tiene la virtud de convertir el presente en pasado de inmediato.

-Eso exactamente lo dice en el libro.
-Hasta que no aparece la fotografía no teníamos una imagen del pasado, de los hijos, de la familia, de las cosas. La fotografía ha significado una verdadera revolución de la vida. Ha eliminado una serie de posibilidades imaginativas de nuestro pasado porque, de alguna manera, lo fija.

-¿Es cierto que "Elisa, vida mía" parte de una fotografía que le regaló su entonces suegra Oona O'Neill?
-¿De dónde ha sacado eso? Ahora recuerdo, sí, que en la casa de Charles Chaplin, la madre de Geraldine tenía un álbum de su madre, la mujer del dramaturgo Eugene O'Neill. Era una cosa un poco esquizofrénica. Ella había recordado las fotos y las había colocado sobre un fondo negro, y tenía comentarios en letra blanca. La madre de Geraldine aparecía siempre desenfocada, como si se hubiera movido. Me pareció atractivo e inquietante. Los álbumes familiares me fascinan.

-Es una recurrencia de casi todo su cine. He tenido la sensación de que en el libro están condensadas muchas de sus obsesiones. Por ejemplo, su forma de entender la vida y el cine como un ejercicio de representación a la manera calderoniana. En la novela, se representa "El gran teatro del mundo".
-Es uno de mis libros preferidos. Me ha fascinado mucho esa obra, es una cosa maravillosa ver como los personajes se rebelan contra el autor, algo que luego hicieron Pirandello o Brecht, es como si pidieran su propia autonomía, aunque luego lo importante es cómo se hace el papel. Sé que esta es una moral muy discutible. Cada uno debe hacer bien el papel que le toque, aunque sea el de miserable.

-También se decía que "Elisa, vida mía" nace del encuentro de la Égloga I de Garcilaso, citada en el texto, y de un momento en que su padre estaba gravemente enfermo...
-A veces se escriben cosas rarísimas sobre mí, y yo las encuentro estupendas. Es cierto que aparece una dolencia de mi padre, luego superada. En todo lo que hago hay mucho de autobiográfico, cosas que transformo a mi antojo, que fantaseo sobre ellas. Y eso ocurre en "El séptimo", en "Buñuel y la mesa del rey Salomón", en todas partes. Fantaseo sobre conversaciones, recuerdos y sueños.

-En cualquier caso, lo que parece evidente es que cada se siente más cómodo en la escritura.
-Desde luego. Lo que he pretendido en este libro es la reiteración de las cosas. Cuento un mismo episodio de formas distintas cada vez. Mis personajes son obsesivos como yo, y aquí nunca se sabe con certeza lo que es verdad o lo que es mentira. No sabes bien si Elisa cuenta una historia o la imagina, y esa atmósfera, esa mezcla de estados de ánimo, me resultaba muy atractiva.

-Usted mismo dice que hay que ponerle un límite a la imaginación.
-Es cierto, porque si no te pierdes. Y eso vuelve a ocurrirme en "Ausencias", donde dedico un capítulo exclusivamente a hablar de cámaras fotográficas, que es un hobby para mí, una pasión. A mí me gustan las máquinas mecánicas o analógicas, ahora tengo alrededor de 600, pero ahora para trabajar me inclino por las digitales porque me gustan mucho las impresoras, el retocado, el trabajo en fotoshop. Soy un experto en fotoshop.

-Aún está reciente su deslumbrante libro de fotografía, "Flamenco" (Círculo de Lectores / Galaxia Gutenberg, 2003).
-Me he quedado sorprendido yo mismo. Eran fotos ocasionales que había ido haciendo en mis películas, así, un poco tal como venían. Y ahora al verlas reunidas en un libro tan lujoso me ha resultado verdaderamente placentero. Ha sido un regalo.

-Sigamos con las obsesiones de su novela, de su cine y de su vida. Por ejemplo, hablemos de la música. En "Elisa, vida mía", suenan Satie, Rameau...
-Soy un completo amateur, pero me gusta mucho la música francesa, más a la protagonista que a mí, que soy un enamorado de la espléndida música alemana también.

-¿Un amateur? ¿Quién le va a creer tras haber leído su prólogo a "Flamenco"?
-Sí, un amateur, aunque tengo muy buen oído.

-Ha dicho en algún lugar que su padre cantaba a Carlos Gardel y a Imperio Argentina. ¿A quién canta Carlos Saura?
-No canto nada, pero me hubiera gustado tener una voz maravillosa, o sencillamente buena, para entonar canciones. Escucho todo tipo de música, clásica sobre todo, pero también música actual. Soy un poco extraño en mis gustos. Me gusta un poco de todo: la música popular de los distintos países, Bruce Springsteen, Tom Waits, no todo, claro. Me ocurre algo muy curioso: cuando escucho una sinfonía tengo poca paciencia, es como si quisiera ir directamente a lo que me va a gustar. Y eso me ha ocurrido especialmente con un cuartero para violoncello de Brhams, que he utilizado en una de mis películas favoritas: "El sur", basada en el cuento de Borges.

-Insisto un poco más con la fotografía porque en los últimos años hemos visto muchos proyectos suyos: el ya citado libro "Flamenco", pero antes vimos más de 150 obras de fotoperiodismo en Barcelona, en la línea de Eugene Smith o Ramón Massats, o sus fotos para el volumen "El rastro" de Ramón Gómez de la Serna.
-Siempre he fotografiado por puro placer. Al principio, más que seguir a nadie, era un reportero que quería hacer un libro sobre la España de los 50 / 60, una España tremenda, apasionante, hermosa, y ahí sí había coincidencia con algunas cosas de Massats, pero aquello se quedó en agua de borrajas. Y ahora sigo haciendo fotos de familia, de los paisajes de donde vivo, retrato mi entorno, la mudanza de las estaciones, hago cientos de fotos que sólo me sirven a mí y que, en algunos casos, como ocurrió en "El séptimo día" (que sirvieron también para la localización del pueblo donde se rodó), puedo utilizar en mis películas. En todo caso, hago con las fotos un carné de notas y de recuerdos. Es como un diario íntimo.

-Esa película levantó una gran polémica y usted recibió algunos insultos. ¿Qué ocurrió luego, en su estreno en Mérida?
-Es cierto, hicimos una proyección en Mérida para despejar algunas incógnitas y que se viese que obramos de buena fe. No había razón para el malestar. Vino gente de Puerto Hurraco y pueblos próximos, y la acogida fue magnífica. No vino el presidente Ibarra pero sí otras fuerzas locales, y luego no quisimos abusar de lo ocurrido. Dejamos que la película siguiese su camino. Es curioso, tuvo un gran eco en Canadá, en Toulouse, donde acaban de hacerme un homenaje, y en Londres, de donde acabo de volver. Estoy muy contento. Ha sido muy agradable y gratificante.

-¿Sigue siendo su lema, pues, aquello de "Hay que arriesgarse"?
-Lo sigo diciendo. El cine es una aventura, y así lo vivo. Y la literatura, y la fotografía, y la pintura. A mí me gusta siempre ir más allá. Improviso mucho en los rodajes, cambio cosas, no tengo ningún respeto a los guiones, no respeto ni mis guiones, y ahí tiene un ejemplo: se han publicado algunos y les he añadido algunas cosas. No respeto el guión original, lo haya hecho yo u otro.

-¿Ni siquiera respeta a Rafael Azcona?
-Tampoco. Ni tampoco los de Ray Loriga, que escribió para "El séptimo día" unos diálogos frescos y peligrosos, me gustaban mucho, por ejemplo, los de las niñas. Entiéndame, trato de respetar al máximo los guiones, pero es un material de trabajo susceptible de cambios. Yo no conocía a Ray Loriga, ni había visto su película ni había leído sus libros. Un día me llamó el productor Andrés Vicente Gómez y me dijo que Ray Loriga había escrito un guión sobre Puerto Hurraco y que había dicho que debía rodarlo yo. Lo leí y vi que era estupendo. Me daba envidia que no lo hubiera escrito yo, esa es la verdad. Luego, ha sido un rodaje comodísimo entre espléndidos actores.

-¿Sigue pensando que se lo debe todo a los franceses y a los alemanes?
-Sí, les debo muchísimas cosas. España es un país muy raro. Pero la consideración que se tiene de mí también ha oscilado, va por oleadas. Ahora parece que estoy mejor visto. Los jóvenes, tal vez piensen con razón, "Y este pesado, ¿por qué no se va ya?". Pero también veo un respeto que no veía antes, aunque nada tiene que ver con lo que ocurre en Canadá o en Toulouse: ahí la gente se levanta, te aplaude y realmente te quedas conmovido. Tampoco es necesario ese derroche, ni lo pido ni me inquieta que no se produzca. A veces pienso que para entender mi obra había que reorganizarla de nuevo olvidándose de las fechas. Así todo encajaría mejor y se vería que hay una gran coherencia. Al principio, me acusaban de monótono o repetitivo, y ahora de dispersión, yo creo que todo puede deberse a la inconsciencia o a una curiosidad infinita. Hago lo que me gusta, y aún tengo muchas cosas que hacer: películas, novelas o libros de fotos.

-Hablemos de proyectos. Creo que está trabajando en dos musicales.
-Sí, estoy con un musical, desarrollado como "Flamenco", de una serie de números donde no hay argumento, inspirado levemente en "Iberia" de Isaac Albéniz. La película va a titularse así. Ya la hemos terminado de rodar. Y para el 2005 voy a dirigir una película sobre Lorenzo da Ponte...

-¿El libretista de Mozart?
-Efectivamente. El guión es de Austria y lo estoy trabajando con el autor porque no me interesaba demasiado el camino que llevaba. Yo quiero hacer una película acerca de cómo se hace "Don Juan", la relación de da Ponte con Casanova, con Mozart. Todo eso.

-¿Y qué fue de aquel viejo sueño de Felipe II?
-¿Cómo que sueño? Tengo el guión escrito y es uno de esos personajes que me atraen muchísimo. Sería como otro ensayo personal, como Buñuel, San Juan de la Cruz o Lope de Aguirre. Casi me resulta vergonzoso que no exista una película sobre él, un personaje tan fascinante como odiado, centro del huracán, y tal vez pionero de la unión de Europa.

-¿Veremos alguna vez en película su guión "¡Esa luz!", con ciertas semejanzas a la historia de Amparo Barayón y Ramón Sender?
-Lo veo difícil, y además como ya está publicado en forma de novela me parece más complicado. TVE estaba interesada en hacer dos películas. Ha sido curioso la cantidad de coincidencias que ha habido entre mis personajes y la historia de amor y muerte de Amparo Barayón y Sender, que fue novio de mi madre, Fermina Atarés, por algún tiempo.
03/02/2005 21:06 Enlace permanente. sin tema Hay 5 comentarios.

BALANCE DE UN PROYECTO CORAL

gra4.gifHay algo de lo que me siento muy satisfecho de “Artes & Letras”, en estos primeros 100 números. No voy a referirme al carácter plural (que es una ambición permanente, una ambición en marcha) que se le ha intentado dar –han escrito críticos y escritores de La Coruña, Vigo, Barcelona, Madrid, Segovia, Tarragona, Málaga, Francia, etc., además de nuestros críticos habituales, que son un montón, y eran más cuando teníamos doce páginas, paginación que ya corresponde a otra época-, ni a la apuesta clara por la literatura infantil y juvenil, ni a la incorporación de la música clásica o a la arquitectura –tanto en lo que se refiere a temas monográficos como a los edificios modernos- sino a la aportación artística. Hemos publicado cerca de un centenar de portadas, casi siempre inéditas, realizadas por más de 80 artistas aragoneses. Digo 80, o así, porque al principio no hacíamos portadas ex profeso. Los balcones del número 100 creo que son un buen ejemplo: hay artistas jóvenes, consagrados, Premios Aragón-Goya, grabadores, fotógrafos, escultores. No están todos los que son, desde luego, e irán apareciendo más. Esta semana, sin ir más lejos, la portada será del arquitecto y pintor José Manuel Pérez Latorre. La de la semana siguiente, Ángel Pascual Rodrigo. Y la lista, por ahora, aguantará para 100 números más. No estoy tan seguro de que pueda aguantar yo, quizá porque me lo tomo un poco a la tremenda, como si fuera algo más que un trabajo, como si fuera una pasión convulsa en busca de la seducción, la información, el rigor, la apuesta y una ecuanimidad casi imposible, cuya búsqueda me resulta dolorosa.

Esta presencia artística me la han hecho notar algunas personas. Ismael Grasa dijo: “Los balcones con las portadas son lo mejor del suplemento de 16 páginas del número 100”. José Luis Cano, autor de un delicioso retrato de Fernando Savater, fue el primer artista en felicitarnos por el número. Lo que más me gusta de mi modesto trabajo es descubrir gente que hace cosas porque le apetece, porque sueña, porque es su vida. Y en ese descubrimiento es muy importante el azar. Pienso por ejemplo en Ana Lóbez, que hace abanicos de cuentos en cajas de cerillas; la encontré un día en “Heraldo” conversando con la gran Elena Gracia, esa periodista rubia y laboriosa que tiene un aire a lo Jean Seberg, y le encargamos una portada de García Márquez, con su estilo naïf y narrativo. Nunca en mi vida la había visto.(Coloco aquí un dibujo de Luis Grañena, que no apareció en "Artes & Letras", pero Grañena ha sido decisivo por su colaboración gráfica con el suplemento, igual que Alberto Aragón. Ambos trabajan en la redacción de "Heraldo", y son espléndidos).

Los resultados de la encuesta están ahí. Contabilizados con la mayor exactitud posible. El más votado, ampliamente, fue Ignacio Martínez de Pisón, que tiene nuevo libro en la calle. Ni siquiera es mi lista personal, pero es una lista posible, injusta como todas las listas, desdeñosa con los matices y con muchos méritos incuestionables, pero seguramente aunque no estaban todos los que son –y es un auténtico gozo ver la cantidad de gente que debiera estar ahí, con maravillosos libros, con una estupenda carrera de fondo-, sí son todos los que están. Advertía un anónimo comunicante que se decía que iban a ganar mis amigos. Ganaron desde luego un puñado de grandes amigos, y no tan grandes, pero yo también tengo una infinita devoción, una debilidad infinita, por otros que fueron votados en menor medida, o ni siquiera, y los considero grandes amigos y estupendos escritores. Y si no fuesen amigos, pero grandes escritores, o sencillamente lo más votados, me habría dado igual. No es mi lista ni gano yo nada (ni seguramente ellos) con que estén o dejen de estar. En estos años en que he trabajado en el periodismo, he aprendido que al lector hay que darle lo mejor de ti mismo, y eso incluye no sólo la calidad del texto o el compromiso, sino la honestidad. En Zaragoza, felizmente ha crecido mucho la literatura y casi todos somos buenos amigos de veras. Lo que más me sorprendió es la cantidad de libros que tenían los más de 40 miembros del jurado en su cabeza y en su memoria. Y la escrupulosidad de todos: nadie se votó a sí mismo, nadie votó ninguna de las colecciones que puede estar dirigiendo. Recuerdo hace unos años una encuesta en “El País”, creo que Luis Goytisolo votaba tres o cuatro libros suyos y dos o tres de su hermano Juan. Aquí no se ha dado eso.
06/02/2005 12:23 Enlace permanente. sin tema Hay 2 comentarios.

LA COLUMNA LABRADA CON DOS DEDOS

Alfonso Zapater aparece a mediatarde por la redacción de “Heraldo”. Trajeado y silencioso, como si no quisiera llamar la atención en la que ha sido y es su casa desde hace más de treinta años. Se sienta, recoge los sobres que siempre le envían, abre el ordenador y jamás protesta por el espacio que le asignan. Da lo mismo que sean dos columnas que media columna. Con una aplicación milimétrica, cuadra su texto. Trae libros, maneja enciclopedias, hojea libros de referencia (en ocasiones son suyos), y escribe sólo con dos dedos. De lo que sea: de una exposición, de un libro, de una asociación, de política. Lo hace sin darse importancia, como si fuera un periodista invisible y sin historia. Y le gusta hacerlo todos los días. Prefiere escribir él a que comenten uno de sus libros. Esta tarde me ha recordado que ha publicado 35, que ha ganado casi todos los premios y que acepta deportivamente los resultados de la encuesta del jueves. “Esas cosas son para jóvenes”, dice, y lo hace sin resentimiento alguno, con esa dulzura imperceptible y serena que le han ido afirmando los años. Siempre me fijo en él, en este periodista de fondo, que nunca padece crisis –aunque la vida le ha sometido a severos marcajes, como la muerte de su mujer, Pilar Delgado, o la de un hijo-, que jamás se atraganta con los asuntos, que aporrea el ordenador sólo con dedos y que parece mirar siempre la pantalla por encima de las gafas.

Es uno de esos hombres sencillos, curtidos en el oficio, que no desfallecen. Y cuando tiene tiempo, es capaz de escribir la biografía del pintor Juan José Gárate, recordar a su abuelo el “Tuerto Catachán”, hacer un inventario del siglo XX en Zaragoza, insistir en su pasión por Joaquín Costa o incluso culminar un libro sobre Cervantes y Aragón que aparecerá en breve. Hoy, que avanza ya su artículo del suplemento “Hoy domingo”, que dirige Carmen Puyó, está más rato en la redacción. De vez en cuando levanto la vista y veo su afán, su intensidad, atisbo incluso la felicidad que le suministra el hecho de ver a su hijo Pedro apasionado por el cine y la literatura, en particular la narrativa breve. Atisbo su gusto contumaz por escribir. Y él lo hace como quien respira, con pasmosa naturalidad, como si no supiese hacer otra cosa, como si no llevase cientos y miles de reportajes a la espalda. De repente, coge la americana y dice:
-Bueno, pues, os dejo… Pero sólo hasta mañana.
06/02/2005 09:52 Enlace permanente. sin tema Hay 3 comentarios.

FERNANDO LALANA: ARGUMENTO, ESTILO, RITMO

lalana1.jpgFernando Lalana (Zaragoza, 1958) ha publicado en poco más de veinte años unos 70 libros y ha vendido alrededor de dos millones de ejemplares. Inventar tantos argumentos, tantos personajes y tantas intrigas resulta casi un milagro, si además se tiene en cuenta que el autor de “Morirás en Chafarinas” y Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil imparte charlas durante un promedio de 85 días lectivos al año, a razón de cuatro, cinco o hasta seis diarias. “Ahora, ya me conozco todas las ciudades españolas. Las visitas a colegios e institutos me alimentan, me costaría vivir sin ellas”, dice, y explica de inmediato cómo nacen sus argumentos. “Hay dos vías. Si trabajo en solitario, me inspiro en lo que leo, en el cine, en el teatro, en las vivencias. En colaboración es distinto. He publicado dos libros con Luis Antonio Puente, ‘Érase una vez una guerra’ y ‘Almogávar sin querer’, donde las relaciones fueron tensas y complicadas, si puede decirse eso entre dos grandes amigos que no han dejado de serlo. Y colaboro con José María Almárcegui, que me lo pone muy fácil. Es un hombre muy flexible, apasionado por los años 60 y oyente casi obsesivo de la radio francesa, donde suele arrancar muchas peripecias. Primero me dice que tiene un argumento y unos personajes. Nos reunimos, discutimos, desarrollamos verbalmente las situaciones, y yo al final le digo: ‘Ahora ya te puedes ir a casa. Lo que falta lo hago yo’. Y es en ese momento cuando empiezo a escribir, a mi manera, intentando que la historia sea entretenida y tenga humor. También he colaborado con Pedro Olea en la redacción del guión de ‘Morirás en Chafarinas”.

Fernando Lalana, que sigue sorprendiéndose con las interpretaciones que los lectores, en particular las chicas, hacen de su obra, revela algunas claves de su escritura: “Los jóvenes aborrecen las descripciones largas, prefieren los diálogos atractivos, y lo que más les atrae, más que la intriga, es la fuerza de los personajes y que los hechos estén bien contados. Mi método es sencillo. De partida, intento darle un empujón a la narración, luego la relajo, y finalmente intento administrarle sorpresas y otro acelerón del ritmo, pero sin atropellos. Hay que cuidar al máximo el ritmo del relato”.

Fernando Lalana tiene en el mercado cinco títulos nuevos. Dos de ellos son “Los hijos del trueno”, escrito al alimón con José María Almárcegui, y “La muerte del cisne”, ambos en Alfaguara. El primer libro aborda la historia de un grupo de estudiantes rezagados por distintos motivos, rezagados y en ocasiones rechazados por el sistema, “por ser activos, bordes, ansiosos o sencillamente por saber más que los profesores”. El tema es una mirada diferente, acaso visionaria, del fracaso escolar. Se crea un “Instinto Remanente” del que emerge un grupo poderoso que emprende algo que el autor denomina “la revolución de los humildes. El libro encanta a los alumnos y a los profesores, porque también hay chistes, humor, mucha ironía. Transcurre en un ambiente intemporal: no hay ordenadores ni móviles ni internet, y he tenido en la cabeza ‘Un mundo feliz’ de Huxley o ‘1984’ de Orwell”. “La muerte del cisne” es un libro muy diferente: se centra en el mundo del ballet; de entrada aparenta ser una cosa, el relato de la relación entre dos amigas, y luego despliega una peculiar intriga en torno a la muerte de una bailarina, en un ambiente más sofisticado, con menos humor. Fernando también acaba de publicar “Amnesia” (Bruño), que iba a ser inicialmente una novela de trenes y, tras el atentado del 11-M (estaba escrita mucho antes), es otra cosa, se lee con otra clave. “Planifiqué la historia, la situé en un momento en que ya estaría funcionando el ‘Canfranc’ y narro la historia de un hombre que está en el hospital, que ha perdido la memoria y que sólo conserva un billete de tren. Se pone a investigar y descubre pertenece a un grupo terrorista que quería volar un tren, también hay otras historias de espionaje internacional. El libro acaba de publicarse: estoy expectante, aunque no se vuela el tren ni hay muertos”.

Fernando Lalana también ha publicado un cuento infantil, “Crok” (Bruño), una pieza de teatro, “Se suspende la función” (Anaya) y acaba de ser traducido al coreano. Y además termina otra novela: “La maldición del César”, que investiga la historia del robo de un bronce como el de Botorrita y de una falsificación de la pieza original. Este escritor, que se pasa semanas enteras lejos de casa, es un arsenal de palabras, de argumentos, de personajes.
06/02/2005 20:45 Enlace permanente. sin tema Hay 9 comentarios.

MEMORIA DE UN LUNES. LLANTO POR UN AMIGO

1. Fue un día demasiado extraño e intenso ayer. Por la mañana, tenía en la cabeza y en los intersticios del insomnio la tragedia de Todolella y Els Ports. Ha pasado una y mil veces por Aguaviva durante cinco años, he parado en el hostal Altabella para hacer un pequeño receso en el viaje de Zaragoza a La Iglesuela y he conversado varias veces con el joven que perdió la vida junto a 17 personas más. Nuestra amiga Ana Nager Monfort también perdió a algunos amigos de Vilafranca, y Morella es una de mis lugares predilectos. Els Ports y el Maestrat, o el Maestrazgo, en ocasiones confunden su nombre, o lo mezclan.

2. Félix Romeo me llama desde Barcelona, adonde ha ido para asistir a la entrega del Premio Biblioteca Breve que ganó Elvira Lindo, y me dice que ya tiene entre las manos el libro último de Ignacio Martínez de Pisón, “Enterrar a los muertos” (ver la página de Mariano Gistaín). Iba a reseñarlo para “Artes & Letras” (y habría sido muy oportuno porque ha sido el escritor más votado. Pisón me advirtió de un error en la clasificación de autores más votados y de paso recordó que se sentía muy orgulloso de que sus paisanos le quisieran tanto), pero figura en el capítulo de agradecimientos. Tendremos que esperar algo más, pero se promete uno de los libros de la temporada.

3. Acudo a la presentación de “Leyendario. Monstruos de agua” (March) de Óscar Sipán y Óscar Sanmartín Vargas. Me ha encantado el libro, está muy próximo a mi mundo. Es, a través de la invención de esas siete figuras, sirenas, demonios del río, ancianos prodigiosos que emergen del fondo de las aguas y saben escuchar, buzos, etc., un gran homenaje a la literatura, animado por el espíritu vital del agua, que tiene una presencia casi absoluta en la historia de las letras. Del libro me ha gustado su variedad, la imaginación tan libre, los guiños a lo aragonés –esa historia de improbable amor entre Lucien Briet y Chonín, un suicidio en masa en el pozo de San Lázato en 1940-, el clima de erudición y de búsqueda constante, la adjetivación e incluso el uso de la arbitrariedad. Las ilustraciones de Óscar Sanmartín son espléndidas, con esa manera tan peculiar que tiene él de trabajar: parece una combinación alquímica de Brueghel, El Bosco, Archimboldo, José Hernández y los mundos mecánicos y decrépitos que mezclan símbolo y alegoría…

4. Para entonces ya llevaba en la cabeza la muerte por accidente de coche del escritor y comerciante Rafael Montal, un hombre extraordinario, cálido, entusiasta, torrencial. Parecía vivir en el corazón invisible de la velocidad de la luz y a la vez en la calma palaciega de su paraíso de la plaza de San Felipe. Su pasión por la Torre Nueva le había llevado a fundar un museo, a encargar obras, a buscar documentos, grabados, a escribir dos libros y a mantener viva la llama de un sueño: la reconstrucción de aquella torre que despertaba a la ciudad y seducía a los visitantes. Rafael Montal –padre de nuestro compañero Rafael Montal: desde aquí le enviamos todo nuestro cariño, nuestro consuelo, el llanto que compartimos con él con toda la sinceridad del mundo- había escrito sobre el pan, sobre el chocolate, había hecho muchas recetas, y su última entrega era un libro casi voluptuoso sobre el membrillo. Halló la muerte en la carretera, en un coche frontal con siete trabajadores portugueses que también murieron. Lamento hondamente el suceso y me ha llevado a pensar en nuestra fragilidad de nuevo, en nuestra condición de criaturas fugaces que no sabemos donde nos va a sorprender la guadaña del destino. O también un fogonazo de felicidad. Con Rafael Montal y Alberto Serrano y Miguel Lobera hice en “El Paseo” un programa sobre la Torre Nueva, donde Rafael Montal estuvo espléndido, entusiasta, cálido, con aquella vida desbordada que llevaba entre las cejas.

5. Conmoción en el mundo del ballet. Transformación en el Ballet de Zaragoza, como avanzan hoy Rebeca Cartagena, esa periodista que posee el don de hacerlo todo bien sin reclamar demasiados focos, y mis compañeros Mariano García, Esperanza Pamplona y Santiago Paniagua. Gran trabajo en equipo. Ceno con Miguel Ángel Berna y Manuela, su mujer, una italiana de película realmente por su carácter, por su belleza, por su vivacidad, por la compenetración con el bailarín, que es un artista espléndido y próximo, un explorador constante de los senderos de la perfección. Hablamos de proyectos, con la mirada en el espectáculo que piensan preparar para la Expo 2008, hablamos de otro proyecto que tienen sobre el universo de los tambores. Nos despedimos a la una y media. Cojo el coche y pongo “Hablar por hablar”. Me enamora la voz de Mara Torres. Me enamora su forma de escuchar, y me embriago –carretera adelante- de historias ajenas que tienen sabor a verdad.

6. Esta noche, por si le interesase a alguien, “El Paseo” de RTVA ofrece un monográfico sobre la Historia del Derecho Aragonés. Participarán José Ignacio López Susín, Jesús Morales, Pilar Palazón y el Justicia de Aragón, Fernando García Vicente. Se pasan muchas imágenes de libros, Fueros, Compilaciones, Observancias, el Vidal Mayor y los grandes juristas de Aragón. Es a las 22 horas. Yo no sabía nada de Derecho e intento saber.
08/02/2005 11:21 Enlace permanente. sin tema Hay 5 comentarios.

UN SECRETO DE ANTONIO IBÁÑEZ

Me escribe Antonio Ibáñez, biógrafo de Miguel Labordeta y me cuenta esta anécdota. "Le debo mucho a Fernando Lalana. Si no hubiera sido por 'El secreto de la Arboleda', quizá nunca habría sido lector ni hubiera creído que Zaragoza es una ciudad mágica y secreta. Ese libro de El barco de Vapor me fascinó cuando debía tener seis o siete años y me descubrió el maravilloso mundo de la lectura. Por eso le tengo una gratitud infinita a Fernando Lalana y a mi madre, a la que siempre vi con un libro en las manos y me enseñó a quererlos casi tanto como a las personas. Me acuerdo mucho de ella y la echo cada vez más de menos".
09/02/2005 01:04 Enlace permanente. sin tema Hay 1 comentario.

LA SOMBRA DEL CARIÑO

Vuelvo a la explanada. La iglesia de Ricardo Magdalena está apagada y el cielo, umbrío en el corazón del silencio, tiene una extraña luz como de planeta remoto. Al fondo, al otro lado de la explanada, está ese edificio con dos o tres habitaciones iluminadas. Un día le pregunté a Jorge, el centinela de las sombras, qué hacía esa bombilla mortecina encendida a cualquier hora. “Imagínate que entre alguien a la casa y que yo tenga que salir. Necesito ver, necesito que haya alguna luz. Me hace compañía, es como si me sintiese menos solo”. Me siento en el banco de madera y miro la oscuridad, las casas entrevistas, las pocas luces que hay tras las ventanas. Me subo las solapas, me ajusto el gorro y paso las páginas de un libro de niños trabajadores de México, preparado por Sandra Arenal y dibujado por Mariana Chiesa. La revista “Matador” publica un número extraordinario de México. Me ha hecho viajar a esa ciudad soñada, precipicio y tumba de todas las paradojas.

El viento me golpea en la cara. El glacial viento de la noche. No sé en qué pienso, pero un montón de imágenes me pasan por la cabeza. Acabo de hablar con el pintor Zvonimir Matich (Zaragoza, 1959), que prepara una nueva exposición: le ha sorprendido un gripazo terrible cuando estaba a punto de entrar en Arco, y conversábamos yo en la redacción, él en la habitación de un hotel. También me llama Alfredo Castellón, que representa el viernes en la CAI (Paseo de las Damas) su obra “Joaquín Costa. El sueño del agua”. Salí un momento al Levante –había estado por la mañana con Mariano Gistaín, en un desayuno memorable, en un viaje en el tiempo en busca de nuestros mejores momentos-, porque se me habían olvidado las pruebas de “El sembrador de prodigios”. Tomé un café con Javier Aguirre, y allí nos encontramos con Carmelo Romero, Ramón Acín, Luis Beltrán y Antonio Soler, que ha venido a participar en el ciclo “Ficciones en el Paraninfo”. Estuve una vez con Soler en Bilmore, en Málaga, y volvimos a vernos cuando ganó el Nadal con “El camino de los ingleses”. La novela la va a llevar al cine Antonio Banderas, y Soler ya le ha entregado el guión. Se ha quedado pasmado el actor, y Antonio está encantado.

Ha dejado de ir a Bilmore, tras la muerte de Rafael Pérez Estrada, un imán de fantasía, una extraordinaria persona, un poeta en cada gesto y en todas las palabras.

Sigo en la explanada vuelto hacia la oscuridad y el frío. Y pienso. Y sueño. Y recuerdo uno de mis cuentos preferidos: aquel "Continuidad de los parques" donde el chicotazo del viento golpea el cerebro y la cabeza de alguien que avanza, que lee un libro y que está a punto de cometer un crimen en un caserón...
10/02/2005 08:53 Enlace permanente. sin tema Hay 1 comentario.

UNA CASA PARA SIEMPRE EN MILÁN

Estos días me está pasando algo muy curioso. Recibo numerosas felicitaciones, por correo, de viva voz o en mensajes de móvil por mi nombramiento como director del Instituto Cervantes en Milán. “Qué callado te lo tenías”, es una de las frases más repetidas. En realidad, me habría encantado ese nombramiento. Siempre he tenido dos sueños: un trabajo así, en el extranjero, o una corresponsalía. En Milán, en Lisboa, adonde irá mi admirado Ramiro Fonte, con quien estuve este verano y le debo unos retratos en su bella casa con vistas al puerto de Vigo, o en cualquier lugar de Europa, en Brasil. Pero no soy yo sino uno de mis dobles, Antón Castro, profesor y crítico de arte de Muxía, autor de numerosos libros, uno magistral sobre Laxeiro, un pintor gallego al que admiro mucho (primero fue barbero. En “Inventario de Otoño” de Manuel Vicent hay un retrato suyo magistral), y otro titulado “As mazás de Yoko Ono”. Antón Castro antes llevaba barba y guardamos cierta semejanza, me parece que yo soy más gordo (mi hijita Sara, que ya se viste sola, me lo ha recordado esta mañana: “Papá, qué teticas tienes”) pero ni siquiera nos conocemos. Estoy seguro que a él también le pasarán algunas cosas simpáticas en relación conmigo, porque los dos tenemos libros en gallego, hemos escrito catálogos de arte –yo calculo que más de 200-, somos de la Costa de la Muerte, yo del umbral mismo de esa costa del mito y las desgracias, y tenemos unos cuantos amigos comunes, entre ellos el paisano César Antonio Molina. No nos conocemos, digo, pero me ha encantado este equívoco, aunque por una vez sinceramente hubiera deseado ser él. Algunos amigos entrañables me llamaron para decirme: “Ya tenemos casa en Milán”. También me habría gustado tenerla a mí.

Tengo, como escribí en otra ocasión, un segundo doble al menos llamado Antón Castro. Es un profesor de Lugo, músico durante años en Fuxan os Ventos y es un formidable cuentacuentos o narrador oral. Un fistor de aldea, un “storry teller” de aquellos que aparecían en “Hijos de la medianoche” de Salman Rushdie. El primer equívoco sin importancia con él se produjo hace unos años en Huesca, donde vino a presentar uno de sus espectáculos. A la misma hora que él contaba historias, de aquellas historias inolvidables al calor de la lumbre, yo daba una charla. Y todo el mundo me preguntó si me había vuelto loco o ubicuo. Cuando terminó mi compromiso fui a verlo, apenas pude oírlo un par de minutos porque llegué demasiado tarde; también fue gracioso aquel encuentro en el Casino porque el año anterior yo, yo mismo, el Antón Castro de Santa Mariña de Lañas (Arteixo), participé en ese festival. Esta multiplicación de seres extraños, denominados genéricamente Antón, volverá a darse en Segovia. Me ha invitado mi amigo Ignacio Sanz -que me ha convertido en personaje de su próxima novela- para que haga un espectáculo de 45 minutos o una hora de cuentos orales. Seguramente, él también será invitado. ¿Cómo sabrá el público quién es quién? Hay algo que nos distingue: Antón Castro de Lugo tiene un intenso acento gallego que yo he perdido. Y creo que él ha compuesto canciones, pero no ha inventado un fotógrafo llamado Patricio Julve…
11/02/2005 10:20 Enlace permanente. sin tema Hay 2 comentarios.

ZVONIMIR MATICH: LOS CUADERNOS DE COLOR DEL VIAJERO

Zvonimir Matich (Zaragoza, 1959) tiene algo de artista peregrino. De explorador de paisajes lejanos, de viajero apasionado que interioriza estampas, matices, rostros y sensaciones durante algunos meses; y luego, con sus notas, con los recuerdos de la luz, se encierra en su taller. Y allí comienza a destilar en estuco y pigmentos los puertos de su travesía, un aire de sueño, el color del mundo. Es un artista intuitivo y metódico: se deja arrastrar por arrebatos, por la huella de las cosas en su cerebro y en su piel, y todo ello –en transmutación y arte, en artesanía y memoria poética- va pasando a sus cuadros con el gesto tranquilo de un Ulises seguro, con un vaciado de vida que vuelve a vivirse, desde lejos y desde muy adentro.
La obra Zvonimir Matich tiene una carga pictórica esencial. Espiritual, reconcentrada e íntima. Matich no es un pintor de excesos ni de descalabros. Es un artista escrupuloso, casi un calígrafo que esparce reminiscencias grecolatinas o rupestres, restos arqueológicos, texturas prehistóricas o sedimentos acuáticos en su obra. Compone el cuadro con diversas gamas, más o menos apagadas, encendidas de lumbre allá donde salta la pasión, desde una apetencia de equilibro, con esa vibración armoniosa de quien administra sabiamente el estremecimiento de la poesía. Matich ha dado unas cuantas vueltas al universo porque el viaje es un alimento de creación y una travesía hacia la raíz presentida: el origen de las cosas y el principio restallante de uno mismo. Y cuando retorna, se sabe pletórico, inflamado de color. Le gusta contar que en unos de sus últimos viajes, a Asia (Vietnam, Camboya, Birmania…), se dejó subyugar por las ondulaciones de los campos de arroz, por la fuerza cromática de la claridad desmayada en la naturaleza. Y luego esas visiones, esas percepciones despojadas de anécdota, pasaron a sus bocetos en cartón y, finalmente, al cuadro, a la madera, al lienzo. Es ahí, en esas metáforas de recreación oblicua del universo, donde late un manantial de sensaciones y sugerencias, un torbellino concentrado de seres invisibles, de ponientes, de vientos que aletean con las aves en el paisaje al ritmo del Universo. Matich es un investigador. Un artesano de gestos y superficies, un albañil que sueña y derrama texturas. Un creador que desprecia la pereza y se desnuda en evocación de personas, animales milenarios e incluso en un simbólico corazón que alienta como un signo cósmico.
La obra que presenta en la galería de Carlos Gil de la Parra nace de un nuevo viaje a Sudamérica. Estuvo en la Patagonia, Perú, Chile, en las islas Galápagos, entre otros muchos lugares, y en esa odisea de tres meses captó accidentes, montañas, estados de ánimo, ríos arteriales, colinas, algunos territorios del olvido. Dejó que esos colores casi intactos atravesasen su retina, y se quedasen en un fondo secreto, como en un sagrado almacén de formas alquímicas destiladas. Ya en Barcelona, donde reside desde hace años, emprendió otra navegación: la navegación esencial del artista que tiene un puerto definitivo, un obrador, un paraíso donde brotan otros paraísos en cada movimiento de la mano. Y ahí empezó su segunda vida de pintor de sensaciones intensas y de continuas experimentaciones. Como en Sudamérica la naturaleza era exuberante, y a menudo solitaria, radicalmente nueva y a la vez legendaria, ha aplicado nuevos matices cromáticos para sus realizaciones matéricas. Matich trabaja en cuatro o cinco cuadros a la vez: los coloca en el caballete, o en suelo, o sobre una mesa, y ve cómo van creciendo durante una o dos semanas, cómo se llenan de estuco, de pigmentos, de polvos, ahora se reblandecen, ahora se consolidan, en un trabajo constante e imparable del tiempo, del esgrafiado y de la esponja. Matich es un artista en el tiempo que domina una técnica laboriosa, muy física, cautivadora, al servicio de una iconografía particular, un tanto metafísica, siempre sensual.
Aquí vuelve a estar el peregrino, el viajero, el pintor pintor que condensa en un arte abstracto la vida tal como fue, la vida tal como la recuerda, la vida que merece ser contada de nuevo. El título de los cuadros nunca es elegido al azar: cada frase es un complemento, una definición, la poesía que compendia el tránsito. Por eso, puede decirse también que su obra es un estado mental, la escritura sin palabras del retornado, esa escritura que remite al pasado, al mosaico, al fresco, esa escritura del alma que atrapa el centelleo de las sensaciones y la hermosura del color.
No es fácil, en estos tiempos de ruptura fácil y de vertiginosa búsqueda del escaparate, encontrar a un artista como Zvonimir Matich. Estamos ante un creador sin concesiones, sincero y parsimonioso, que hace lo que siente, que recrea lo que ha vivido. Su pintura no es sólo la parábola del viaje: es una meditación y un hallazgo expresivo que aspira a completar un nuevo fragmento de la totalidad. Ya sabemos que el viaje no acaba aquí, ni en Sudamérica, ni en Asia, ni en esta colección que a menudo presenta rasgos orientalistas, próximos al Miquel Barceló que pintó en Mali, cercanos a algunos hallazgos de José Manuel Broto, del cual admira su gestualidad, el trazo, la potencia cromática. Pronto se va a marchar a Nueva York para un periodo de seis meses. Volverá para expresar, como ahora, que las cosas esenciales están también dentro de uno y que la obligación del artista es hacer visible lo invisible: el temblor irresistible de la emoción.

*El galerista y anticuario Carlos Gil de la Parra me ha pedido un texto para la exposición que va a inaugurar a primeros de marzo sobre este artista zaragozano,residente desde hace años en Barcelona. Ofrezco aquí el texto por si a alguno le interesa y no llega a ver el catálogo ni la muestra.
11/02/2005 10:26 Enlace permanente. sin tema No hay comentarios. Comentar.

EL PINTOR Y LA CORRIENTE DE LA VIDA

CUENTOS DE MARTÍN MORMENEO /8

Siempre me he preguntado por qué pinto el agua. Al principio, antes que la pintura, antes que la certeza de mi vocación de pintor, era el agua. A ver cómo lo explico: salía de casa con mi blog de notas, con mis primeros lápices de colores, sin rumbo. No había pensado nada, y entonces me entregaba a un moroso vagabundeo, seguía el melodioso curso del aire. Hacía un boceto aquí, me fijaba en los edificios, en un tendedor en el que temblaba la lencería fina; me fijaba en los absortos seres que pasaban y pretendía fijar un gesto, un talle que desordenaba el deseo, un mechón de pelo que se contagiaba de la luz de la mañana. Pero siempre acababa en el río: me acodaba en la baranda un instante y llenaba mis ojos asombrados de agua tersa en movimiento. Aquella agua de río era un espejo y un pozo, un lienzo de espesura, el tapiz donde yo mitigaba mi angustia, mi ansiedad o una añoranza inefable a la que sólo sabía ponerle color, un barniz de espejismo y calma. Desandaba las calles poseído por una revelación: en el curso del río, entre juncos, avanzaba la vida y atrapa, inadvertidamente, el aleteo de las aves celestes. Igual que había hecho yo en mis páginas, con mis lápices, con el color no usado de la emoción que se expande y encharca.

Ya en el estudio, en mi obrador de obrero de la untuosidad y la mancha, arrancaba –arranco: ese sigue siendo uno de mis métodos de creación- las hojas y las esparcía por el suelo. Las miraba, revivía cada instante, cada impresión, y colocaba el lienzo en el caballete. Edificaba las formas y las emociones: la mansedumbre del agua, el invisible movimiento, el terciopelo exacto de la superficie, el peso delicado de las sombras que se espejean. Manchaba aquí y allá, pensaba en Monet, en Gericault, en Juan Bautista el Mazo, en Marín Bagüés, en tantos otros que pintaron antes los ríos. Lentamente, acotaba un brillo, los juncos, los pájaros fugaces, la culebra del surco que huye hacia el horizonte, la ciudad con sus casas y su topografía minuciosa, colocaba a los paseantes. Y así, entre brochazo que va y viene, entre los gestos de la espátula que acaricia la tela, reinventaba un paisaje y me reinventaba a mí mismo ante el paisaje. Yo estaba allí, sin ser visto. Pasaban los días, casi una semana, y veía vibrar la materia, las texturas, el remanso del vado. Al final, ponía punto final. Me decía “hasta aquí he llegado y aquí me quedo”, en este lienzo que es sólo un apunte más de mi manera de mirar, de mi modo de entender el tiempo de la pintura y el murmullo casi inaudible de las aguas. Cuando cae la noche, me desnudo y me arrojo a esa atmósfera del sueño, y me siento nadador, navegante o Narciso. Y eso lo hago todos los días y me extravío, carne de óleo, en el bosque de lirios que se desliza en la corriente.
12/02/2005 14:15 Enlace permanente. sin tema Hay 1 comentario.

DOS JUGADORES JÓVENES, DOS DESTINOS

El sábado jugaron de nuevo Jorge y Diego. Jorge se enfrentaba al Amistad, segundo tras el Zaragoza en División de Honor de infantiles, en los campos de la Federación. Jugó de salida de extremo izquierdo. El partido fue intenso, trabado en la primera mitad, dominado por la imprecisión general y un viento loco. La primera parte acabó sin goles, con mayor dominio pero escaso peligro del Amistad, y en la segunda los filiales del Real Zaragoza vencieron sin demasiado esfuerzo. Acabaron marcando cuatro goles. Jorge dejó su sitio a Nano alrededor del minuto diez, y nunca le he visto un partido donde tocase tan pocos balones. El juego en bloque del San Gregorio fue muy pobre. No hubo conexión entre líneas, ni pases, ni sensación de peligro. El Amistad, que nunca me pareció un equipo invencible, ganó con lo justo. Marcó al principio, y maquilló el resultado al final. Siguen ahí, a dos puntos de la cabeza.

Diego, que juega en cadetes, tuvo más suerte. Y siguen los quintos, a nueve puntos del cuarto. Para mi escaso entender este año tenían equipo para luchar por el título: se han dormido un poco, han cedido dos partidos en el último minuto, uno de ellos ante el líder Huracán, y han cambiado demasiado de puestos algunos jugadores, que viven a veces una sensación de desconcierto. El Garrapinillos venció 5-1 en casa al Escalerillas con un pletórico Mario Martín, que esta vez sí logró marcar de nuevo, además cuatro goles, nada menos. El quinto fue de Alex Velilla. Diego jugó prácticamente todo el choque de medio centro con proyección al ataque. Sostiene que estuvo mejor en la segunda parte que en la primera, y he de creerle. No suele mentir. Es tan modesto que la primera crítica, antes que se la haga nadie, se la hecho él mismo. Esta mañana, bajo un precioso sol y un aire ventoso de febrero, nos fuimos a jugar: hacemos rondos, triangulamos, jugamos que no se nos caiga el balón, ensayamos controles y además les hago que disparen desde lejos. Me encantan esas sesiones, aunque reconozco que ya apenas puedo correr como antes. Me pesa la gordura, la inmovilidad y mi afición a seis o siete cigarrillos diarios. Además, les hice competir en cuatro sesiones de 50 metros lisos. Jorge ganó en una de ellas, quizá porque arrancó unas décimas de segundo antes, Diego venció en dos con mucha justeza y en la última fue necesaria la foto finish; como no teníamos allí las cámaras ni la televisión, optamos por declararla carrera sin vencedor. Continuaremos practicando.
13/02/2005 18:17 Enlace permanente. sin tema Hay 2 comentarios.

NESQUENS, CASTELLÓN, CALVO PEDRÓS

Daniel Nesquens.jpg1. El pasado sábado, cuando me dirigía al homenaje que le hacía el club Rotary a Antonio Jiménez, director gerente de la Fundación Santa María de Albarracín, me encontré con Daniel Nesquens, ese gran escritor –heredero de Arniches, de Mihura, dueño de un surrealismo cotidiano- de libros como “Diecisiete cuentos y dos pingüinos”, “Hasta (casi) cien bichos” o “Días de clase”, entre otros. Daniel trabaja como delineante y en sus horas libres sueña historias. Está fascinado con el apogeo real de la literatura infantil y juvenil en Aragón. Hablamos de ilustraciones, de nuestra admirada Elisa Arguilé, de su participación en el proyecto Palabraflexia, de su viaje inmediato a la Feria de Bolonia. Cuando nos íbamos, Daniel me dijo que frecuentaba nuestros blogs, pero que había uno que le gustaba por encima de todos: el de Pepe Cerdá. Lo resumió de forma magistral: “Qué cabeza, qué prosa. Ha sido todo un descubrimiento”.

2. Alfredo Castellón Molina es para mí uno de los aragoneses buenos. Su trayectoria es increíble: cineasta, dramaturgo, guionista, escritor de aforismos y cuentos, articulista, y realizador de TVE española durante de 40 años. Fue uno de los fundadores en aquellos tiempos en que Pilar Miró recortaba y distribuía teletipos. Siempre ha tenido aspecto de rubio galán del este, y en su vida oculta –de la que nada quiere contar- hay algunas pasiones intensas, incluso vivió un doble amor en Nueva York. Fue muy enamoradizo. Los viajes han sido una de sus obsesiones. El viernes –mientras Paco Bono, Genoveva Crespo, Mariano Gistaín, Luis Alegre y yo viajábamos a Teruel en una maravillosa tarde de tertulia y carretera- se representó en el Centro Cultural de la CAI (Paseo de las Damas) su obra “Joaquín Costa: el grito del agua”, una obra resuelta mediante dos largos monólogos donde aborda la vida de Costa, “un aragonés importantísimo”. Recuerda Alfredo Castellón, a través de los actores José María Lacoma (Costa viejo) y César Diéguez (Costa joven) la rica aventura de este hombre que anticipó el regeneracionismo y que fue el ideólogo de la Generación del 98. Alfredo Castellón leyó la biografía de Georges Cheyne, discutió y aquilató su visión con Eloy Fernández Clemente, otro experto costista, y se adentró en la vida íntima de Costa: su estancia en París como paleta y observador del mundo, su pasión por Pilar, el amor de su vida, al que se opuso “un padre tramontano”, el episodio erótico con Concepción, algo mayor que él, que le dio una hija Pilar, a la que siempre quiso con locura y a la que recordó en su testamento, pero tampoco descuidó la visión más social, pedagógica y política del “León de Graus”… La sala estuvo prácticamente llena. La música corresponde a Luis Cosme González y hubo un trío de cuerda en directo, Camerata Cecilia de Zaragoza. La producción correspondió al Centro Cultural Conde de Aranda de Madrid, que dirige Feliciano Llanas. A mí me gustaría que a Alfredo Castellón alguna vez le dieran uno de esos galardones que reparte la ciudad: o el premio Isabel de Portugal o el de medalla de oro o hijo predilecto de su Zaragoza. Este texto ha sido publicado en la revista de la Fundación Costa y en el libro “Monólogos y diálogos” (La Avispa, 2003).

Alfredo Castellón también me contó que participa en el próximo número de “Turia”, que publica un monográfico dedicado al Quijote. En él, recuerda algunos de sus trabajos cervantinos: la realización en 1959, el año en que nací yo (y Miguel Mena, Fernando García Mongay, Fernando Sanmartín y Antonio Pérez Lasheras…), de la ópera “Retablo de Maese Pedro”, en el ciclo de ópera de cámara de TVE, con dirección musical de Odón Alonso; la dirección de la película “Las gallinas de Cervantes” (1988), inspirada en el cuento de Ramón J. Sender donde se hablaba de la conversión de su mujer Catalina en gallina, una película con Miguel Rellán y Marta Fernández Muro que mereció el premio Europa; y sus tres piezas adaptadas: “El mono adivino”, “Retablo de Maese Pedro” y “Retablo de las maravillas”, recogidas en un volumen de la editorial CCS.

3. Mañana, en la sala de Multicaja, en la puerta del Carmen, presentamos la exposición “Antonio Calvo Pedrós. El temblor de la realidad” a las siete de la tarde. Son 42 fotos desde principios de los 60 hasta el 2003, donde hay un poco de todo: fotos del Real Zaragoza (hay una formidable foto del equipo en el Pilar, con Paco Ortiz y su magnetófono que es excepcional, que justifica casi la exposición), de Perico Fernández y su universo, del mundo de las variedades y del periodismo, de toros, de sucesos, recuerdo que en Huesca le gustó mucho a Víctor Pardo la de la casa de Trasmoz donde ETA secuestró al doctor Iglesias y a Luis Suñer. La inauguración será a las siete de la tarde.
13/02/2005 19:11 Enlace permanente. sin tema Hay 2 comentarios.

UNOS NOVIOS DE CINE EN EL CIELO DE NUEVA YORK

Quería anotar brevemente algo maravilloso que me pasó el sábado en el Gran Hotel. Estaba con Genoveva Crespo y otros amigos. Al final, ella y yo no nos quedamos a cenar. Había comido fuera de casa el viernes: primero en la Posada del Almudí en Daroca, y luego cenamos en Utrillas. Yo me notaba muy cansado, la noche anterior había dormido sólo tres horas. Decidimos irnos y en la salida nos encontramos con Rafael Artal (hijo de Ángel, cardiólogo y amigo íntimo del fotógrafo Patricio Julve, y Maite, acuarelista y orgullosa madre de tres hijos varones imponentes) y su novia Carmen, que acababan de casarse. Bueno, en realidad se había casado a las doce en la iglesia mudéjar de San Pablo, en el corazón de El Gancho. Marcharán de luna de miel a Nueva York y México. Estaban los dos radiantes, felices, con esa alegría inefable de un instante irrepetible que se contagia a todos. Rafael, zaragocista acérrimo, llevaba uno de esos chaqués que casi no se acierta a saber cuando debes ponértelo, y Carmen estaba realmente primorosa, con un vestido de reminiscencias orientales, que esculpía su cuerpo en una belleza perfecta. Una flor roja realzaba su elegancia, su hermosura morena, su arrolladora simpatía, y también en eso rivaliza con el novio. Se lo dije a Maite esta misma mañana: “Es la novia más guapa que he visto nunca. Una novia de cine”. Se lo digo a Rafael ahora, desde aquí, cuando empieza a asaltar los cielos de Nueva York con una certeza de felicidad en los labios y en la piel. Enhorabuena a ambos, muy de veras.
13/02/2005 20:00 Enlace permanente. sin tema Hay 13 comentarios.

"LA GALERÍA LEGÍTIMA" DE ISIDRO FERRER

Hablar en Huesca de Isidro Ferrer casi resulta impúdico. Es uno de los artistas esenciales de la ciudad, forma parte del paisaje, encarna la creación ambulante, el artista inagotable, ese amigo imprevisible y conversador que puede recorrer las calles y los parques en bicicleta. Hace muchos años, cuando nos veíamos más y era mucho menos famoso, apareció un día en el café Emir de Zaragoza y me dijo: “Me voy a vivir a Huesca”. De entrada, viendo ya su evolución y su proyección constantes, me sorprendió. Fue una sensación de unos segundos; pronto me di cuenta de que ahí iba a encontrar un clima de trabajo, iba a moverse a sus anchas, iba a sentirse un ciudadano que mira las montañas y que acaricia el olor salvaje del Pirineo. Desde entonces, hace una década o así, Isidro Ferrer no ha dejado de crecer, no ha dejado de inventar y de jugar, porque hay algo en él admirable: parece decirnos que la vida puede tomarse completamente en serio y además es un divertimento gozoso al que no hay que renunciar. Y él no lo hace ni en sus notas, en sus bosquejos, en el embrión de sus proyectos, ni siquiera cuando imparte una conferencia.

Ayer salió a la venta el libro de sus diarios de diseñador, pintor, dibujante, cartelista y pensador constante: “La galería legítima”, que publica Xordica en su libro más lujoso y ambicioso, acompañado incluso, en una tirada de 50 ejemplares, de una serigrafía firmada por Ferrer. ¿Qué hay en este libro? Todo: dibujos, rayujos, números de teléfono, notas, apuntes de un diario literario redactado a lápiz, aforismos, notas (nos ha gustado esta de Zola: “La belleza es un estado de ánimo”), direcciones (como la de su inseparable amigo Carlos Grassa Toro en Bogotá), fotografías, recuerdos de congresos, cualquier nimiedad, que se torna valiosa. Pero lo que hay por encima de todo es un mundo propio, íntimo e insistente, un mundo propio que participa de muchas cosas: de los pensamientos artísticos de Isidro Ferrer, de su gusto por la estética del cine animado de los países del Este de antaño, de su pasión por De Chirico (el De Chirico surrealista y metafísico), por los suprematistas y en particular por Malevich, por René Magritte y por una gran porción de diseñadores nuevos como Mariscal, Peret, Alberto Corazón o Ivá, entre otros muchos, pero también clásicos como Sert o Renau.

Isidro Ferrer posee una mano de mago: hace un dibujo y funda un reino de sugerencias. Crea bestiarios, un laberinto de objetos, una masa de color, figuras graciosas, sugiere constantemente y nos invita a soñar. Respira no aire, sino aire y un talento especial, irreductible, que ya tiene muchos seguidores. Estamos, claro está, ante un libro de artista, ante una obra en marcha, en la que se entra y se sale con total libertad, pero absolutamente fascinados. “La galería legítima” es la casa del artista, el obrador, el taller que se abre para nosotros. El volumen se cierra con un texto de Félix Romeo que compila varios diarios de escritores. Nos conmueve esta frase de Julio Ramón Ribeyro: “He invertido toda mi salud, mi tiempo y mis fuerza en negocios espirituales completamente ruinosos”. Nos parece que esa frase no la habría escrito nunca Isidro Ferrer. O quizá sí. Él ha sabido hacer de la vida y de la creación, sin renunciar a la protesta o a la ira, una senda hacia la felicidad.
14/02/2005 22:18 Enlace permanente. sin tema Hay 2 comentarios.

UN INOLVIDABLE GOL DE CANARIO

Canario.jpgEl pasado martes, durante la presentación de “El temblor de la realidad”, la exposición de 40 años de fotos de Antonio Calvo Pedrós (calle Canfranc. Sala Multicaja), vino un legendario jugador del Real Zaragoza: Canario. Aquel extremo que alternó su puesto con Garrincha en la selección de Brasil, que reemplazó a Kopa en el Real Madrid y que vivió sus mejores días en el Real Zaragoza, formando la mítica delantera de “Los cinco Magníficos” con Santos, Marcelino, Villa y Lapetra. Y en ocasiones con su paisano Duca y con el peruano Sigi, conocido como “La octava maravilla”. Canario, ya retirado del fútbol, ejerció diversas profesiones, casi siempre vinculado a la hostelería. Es un tipo entrañable, humilde y dulce, como tuvo ocasión de comprobar su admirador Pepe Melero.

A mediados de los años 80 era camarero en el bingo Zapata de la Avenida de Madrid y yo trabajaba en los bingos de Ajusa, en Reina Fabiola, en Ávila y en Santa Inés indistintamente, era cajero y a veces tenía que ejercer de jefe de sala, que era para mí un auténtico suplicio. Teníamos un estupendo equipo de fútbol sala: en la portería jugaba el hijo de Santamaría, central del Real Zaragoza de la época de “Los Magníficos”; en la retaguardia un chico de cuyo nombre no me acuerdo (y ya lo lamento, porque era encantador) y yo por la izquierda; arriba, Carlos Cucalón, que tenía un hermano gemelo al que yo siempre confundía con él, y Juan Carlos Vera, que se había hecho un famoso goleador en el fútbol modesto en las filas del Juventud. Jugábamos todos los jueves en el Polideportivo Saldaba, y a veces en Utebo. Éramos prácticamente invencibles.

Siempre recordaré un partido contra el bingo Zapata. De repente, con 50 años a su espalda, vi que Canario jugaba con ellos. Era como un colibrí o una ardilla escurridiza. En un lance del juego, con ligera ventaja para mí, me percaté de que Canario penetraba hasta la portería; salí a cortar, iba a darle al balón –hubiera llegado porque entonces corría todos los días de diez a doce kilómetros en el parque del Tío Jorge y hacía cada tanda de 1.500 más rápida que la anterior; hacía el kilómetro a una media de 3.40 y estaba delgadísimo. Sé que esto parece una batallita, pero no lo es-, Canario realizó un amago maravilloso de cintura, insistió en el culebreo muy cerca de la línea de fondo, pero aguanté sobre el parqué como quien espera que el rival adelante un poco el balón, en este caso, sinceramente, para no dañarle en un corte expeditivo. No me atreví a despejar por miedo a lastimarlo, sostuvo un momento la finta, la apuró con su viejo y prodigioso sentido del malabarismo, y acabó marcando un gol, que mereció el aplauso de sus muchos compañeros.

Uno de los míos, tal vez Juan Carlos Vera, el rubio, gritó: “Antonio, que no es tu padre. Que es tu enemigo”. Ganó el bingo Zapata por 7-6 y esa noche, es la pura verdad, puse 5.000 de más en un premio. Aquel mes hube de quedarme sin libros; Pepito de Muriel podría contarlo. El martes le conté esto a Canario, que ya no recordaba nada. “Bueno, ésos eran los tiempos de María Castaña. Han pasado más de veinte años. ¿Cómo voy a acordarme de un amistoso entre bingos?”, me dijo. Yo todavía no puedo quitármelo de la cabeza. Me consuela pensar que a veces es bonito perder ante uno de tus ídolos.
16/02/2005 00:33 Enlace permanente. sin tema Hay 2 comentarios.

CUANDO LA RAZÓN DE AMAR ES EL AMOR

Doisneau.jpgLa memoria del mundo está llena de grandes historias de amor. El amor, tanto como la política, la ambición o el espíritu de supervivencia, estimula la vida cotidiana de todos los seres: es un afán irreductible, una necesidad imperiosa, un deseo de ser con otro o con otros. Uno de los libros más hermosos y totalizadores que se han publicado sobre el tema, y hay miles, es “Amar. Un siglo de amor y pasión” (Svergreen, Barcelona, 1998) de Florence Montreynaud, que se abre con una cita de Soren Kierkegaard: “Si no se es capaz de hacer del amor un absoluto… entonces mejor renunciar a él”. El volumen propone un recorrido por distintas historias de amantes, década a década del siglo XX; en cada capítulo se cuenta una relación de pareja célebre y se completa con una sociología de la pasión, donde podemos encontrar apuntes sobre el tango, el divorcio, el tercer sexo, la fotonovela, la mujer fatal o la fiesta de San Valentín que se celebró el pasado lunes, instaurada plenamente a partir de los años 50 en el mundo occidental, aunque posee connotaciones lejanas al mártir cristiano Valentín, que murió en el año 270, a una fiesta romana del amor y la fecundidad, a los pájaros, y también a la palabra inglesa “valentine”, que designa la postal y a quien va dirigida.

Ese libro, lujoso y bello, impecablemente editado y lleno de fotos, carteles y dibujos, además de innumerables curiosidades y citas, es como una resumen de relaciones llenas de glamour y un inventario constante de aforismos sobre este sentimiento que ha hecho correr ríos de tinta, de imágenes, de emociones. El lector puede encontrarse sentencias como ésta de Saint-Exupéry: “No diré las razones que tienes para amarme, pues no tienes ninguna. La razón de amar es el amor”, o ésta de Erich Fromm: “El amor es un arte que exige creatividad y esfuerzo. No se puede reducir a una sensación agradable cuya experiencia está en manos del azar”. Y al lado del amor, casi siempre está el sexo. Así lo formula, con su sabia ironía, Mae West: “El sexo con amor es una de las mejores cosas que hay en la vida. Pero el sexo sin amor tampoco está tan mal. Es muy bueno para la piel y para la circulación, pone todos los músculos en movimiento”. Este libro lo podemos leer, y hojear incansablemente, con el volumen “Grandes pasiones” (Aguilar) de Rosa Montero.

El amor siempre está de actualidad. En realidad, el amor es la actualidad permanente: la vida con su envés. Es eterno y cotidiano, va y viene como el aire a su libre albedrío. En el cine, en el arte, en la literatura, en la fotografía. Hace muy poco aparecía en las librerías el libro “París mon amour” (Taschen, 1996 y 2004), preparado por Jean–Claude Gautrand, una selección de las algunas de las mejores fotos que se han tomado en París a lo largo del tiempo, y se han incorporado impresionantes instantáneas de enamorados, fotos de besos: en las Tullerías, en los bancos del parque, en plena calle de repente se alzan dos amantes con cascos de moto y se besan, el famoso ósculo de Robert Doisneau del Hotel de la Ville, otro beso captado por Cartier-Bresson (dos amantes se besan sobre una mesa de una terraza ante la atenta y perpleja mirada de su perro atado), los enamorados que cierran los bares ante la mirada cansina del camarero. Y estos días, en medio del torrente de novedades para celebrar esta fiesta, se han reeditado en nuevo formato dos libros magníficos: “La voz a ti debida” (Alianza Editorial, 2005) de Pedro Salinas, uno de los poemarios eróticos más hermosos de la lengua castellana, y “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” (Alianza Editorial, 2005) de Pablo Neruda. Son siempre regalos que deben figurar en cualquier buena biblioteca. Para aquellos seducidos por el mito de Isabel Segura y Diego Marcilla pueden adquirir “Los Amantes de Teruel. La tradición y la historia” (Delsan, 2005) de José Luis Sotoca, donde incluye, además de un sinfín de textos clásicos, la última aportación de Santiago Gascón para la gran fiesta del amor en Teruel.

Las cartas de amor son todo un género, que ahora ha dado un nuevo giro con la consolidación de Internet, cuyos portales son visitados por miles y miles de personas. De esta disciplina clásica, y tan inmortal como el mismo amor, sugerimos un libro reciente: “Las cartas de nuestra vida. Correspondencia privada, 1949-1975” (Belacqua) de Asunción Balaguer y Paco Rabal, llena de todos los tópicos al uso, y también de los sentimientos verdaderos. Desde París, precisamente, escribe Paco Rabal en 1967 a su mujer: “Hoy recibí tu carga urgente. Muy bien, secretaria, mujer, hermana, madre, etc., etc. AMIGA”.

P.D. Carmen, mi mujer desde hace 25 años exactamente, la madre de mis cinco hijos, me regaló ese día unas gafas y un gorro de nadador, y un boleto de veinte baños en la piscina de Utebo. Recuerdo aquí, ya de paso, que mi canción favorita de Ángel Petisme es "Los nadadores".
16/02/2005 00:29 Enlace permanente. sin tema Hay 12 comentarios.

CARTA A CIDE HAMETE, GLOSADOR CONTEMPORÁNEO DEL QUIJOTE

Una vida es como una novela o como un periódico. Está llena de episodios, de personajes, de anécdotas, de vidas que quisimos vivir. Empecé a engordar exactamente el día que entré en “El día de Aragón” el uno de julio de 1987. Tengo una foto de Rogelio Allepuz en mi libro “Los pasajeros del estío” (Olifante, 1990; 1991) en que no me reconocerías. Esa foto es de 1990. Pero si vieras las de los años 80, que voy a colgar aquí un día, muchísimo menos. Era un auténtico fanático del atletismo (y del tenis, y del boxeo, deporte cruel y muy literario, y del fútbol sala, también jugaba muchísimo en la Hípica y llegué a fichar por un equipo federado, ahora que me acuerdo). Seguía todos los mítines, adoraba a Sebastian Coe, Steve Cram, José Manuel Abascal, Said Aouita, y llevaba al día mis entrenamientos en un diario que daba todos los años la revista “Corricolari”. Recuerdo que entonces tenía una cuñada que trabajaba en la piscina de La Cartuja: bajo un sol de justicia corría hacia El Burgo, era prácticamente vegetariano y escribía, más que escribir aporreaba, en una olivetti de carro ancho y con muchos más años que yo desde luego. Sé que parece una batallita, o un recuerdo muy mejorado de lo que yo fui, pero te prometo que es cierto. O casi cierto. Era un loco de las carreras y de las zapatillas de atletismo.

¿Luis Alegre? Hace algunos años me dejó una foto de su equipo de fútbol de la niñez. Ocupaba la demarcación del ocho, y era sutil, inventor, estiloso. Y esto sí es imaginación y ganas de adjetivar, que diría Juan Marsé, pero así me lo han contado no sólo él sino otros amigos de Calamocha. Luego he jugado con él muchas veces. Es un pelín perezoso, o un pelín desfondado (las noches de tertulia con Inés Sastre, hablando de Marguerite Duras, deben ser demoledoras), o un vivales que intenta sorprenderte y robarte el cuero cuando menos te lo esperas, pero luego posee buenas maneras, buen disparo, capacidad de golear, y le gusta mandar desde atrás, con aquella afectación en el uso del tiralíneas impecable de Guardiola. Su viejo amigo, su héroe, hasta que descubrió a Figo.

Nota final: ¿Cómo puede ser mediocre el hombre que dio lugar al Quijote y que incluso se atrevió a bosquejarlo, el enigmático e invisible caballero Cide Hamete? Un abrazo. Gracias por el poema de Salinas. Hace algunos años tuve una amiga que siempre recitaba este poema. AC.
16/02/2005 09:14 Enlace permanente. sin tema Hay 1 comentario.

LUIS ALEGRE GLOSA UN GOL PERFECTO*

Un centro del campo conmovedor


No hay nada más soso que ver en vídeo un partido del que ya sabes el resultado. Yo estoy tan zumbao que ciertos partidos los veo una y otra vez. Uno de ellos es la final de Copa que el Barça ganó por 2-1 al Real Madrid en 1983. Se jugó en la Romareda y yo lo viví en la grada, con mi hermano Salvador. El gran Antón Castro sostiene que el primer gol del Barça merecería estudiarse en las escuelas de fútbol. Lo fabricaron los tres integrantes de un centro del campo conmovedor: Schuster, Maradona y Víctor. Ahí estaba todo: la fantasía, la potencia, la resistencia, el duende, la garra, el genio, el coraje, la clase y la magia.

Sucedió así: desde la defensa, Schuster ejecutó un majestuoso pase de más de 40 metros. Cerca de la línea de fondo, Dios controló el balón y, con el cogote, vio cómo Víctor venía embalado. El pase de la muerte fue impecable y el rotundo disparo de Víctor dejó helado al portero. Ese gol simbolizó lo mejor que estos hombres fueron capaces de hacer juntos. Hoy, 22 años después, los médicos aconsejan a Maradona que no se reduzca el estómago si no quiere ver peligrar su vida. Y, mañana, Víctor y Schuster, en bandos enfrentados, suspirarán porque sus jugadores transmitan la emoción que ellos lograron en sus grandes tardes. Aunque sólo sea un ratillo.

*LUIS ALEGRE,el hombre en cuya yema de los dedos querríamos reencarnos, publica hoy en "As" este artículo.
19/02/2005 15:02 Enlace permanente. sin tema Hay 1 comentario.

CRONICA AGRIDULCE DE FÚTBOL BASE O LA MAÑANA DE TIRILLAS "GARRINCHA"

A las seis y media de la mañana sonó el reloj. Aún no me había pasado uno de esos dolores de cabeza que me sacuden a diario. Mi combate con la migraña es permanente y rara vez gano yo. Jorge y Diego jugaban demasiado temprano y casi a la misma hora. Diego empezaba su choque con el Colegio El Salvador a las nueve. Lo llevé a la concentración de las ocho, y luego dejé a Jorge en el estadio del Ebro Deportivo, cerca de la casa de Mariano Gistaín, cerca de ese campo que tanto nos gusta, a la orilla del río, donde jugamos de vez en cuando con la pandilla local contra los integrantes, un tanto desaforados, del continente africano, quiero decir los nuevos zaragozanos que tanta alegría y promesas de futuro contagian. Cuando llevaban cinco minutos, llegué al campo de los jesuitas. Pronto se vio que los locales no parecían rival para los muchachos del barrio. Garrapinillos vestía de rojo; El Salvador de azul; ambos llevaban los calzones blancos. El entrenador Manuel hizo un cambio estratégico: le dio a Adrián Serna –qué maravillosa planta de jugador, qué pugnacidad, qué zancada la suya- galones de delantero centro puro, y lo rodeó de Mario Martín, en la mediapunta, con toda la libertad de movimientos, colocó a Tirillas “Garrincha” –José Ángel en casa- pegado a la banda derecha, donde es letal y vertiginoso como el rayo, a Alex Velilla de extremo izquierdo, y a Diego de mediocentro de ataque con capacidad para desdoblarse, como si fuera el quinto delantero, el invitado especial en los ataques. En el marco, Miguel Ángel Ganoso, que a veces sale un poco precipitado y abusando de su imponente complexión, como si fuese a una cita a ciegas, pero siempre está espléndido, y una línea de cuatro con Alfredo, Víctor Luna, nuestro búlgaro Laser y Langarita; el lanzallamas David ejercía de medio centro defensivo y de bombardero. No iba a ser su jornada.

Pronto se vio que este equipo con ínfulas de campeón –el otro día, el entrenador del Monzalbarba le lanzó este elogio: “Sois el equipo de la Liga que mejor juega al fútbol”. Lo dijo, eso sí, tras vencer apuradamente por 3-2- iba a adueñarse de la situación. Serna, más cómodo en los territorios del segundo punta, avanzaba como un corcel; Mario Martín desplegaba su carrocería de lujo, su esfuerzo vehemente, por todos los rincones, y Tirillas “Garrincha”, con ese aspecto de tigre dormido que se despereza de cuando en cuando, quebraba a quien hiciese falta, y así, rápido y templado, magistrales el culebreo, marcó dos golazos, fueron la seca culminación de su estética. Diego robaba y llegaba al área, hizo dos excelentes jugadas y de una de ellas llegó el tercer gol. Así acabó la primera parte, 0-3 para el Garrapinillos. En la segunda mitad, los visitantes parecían algo sondormidos en los primeros minutos, redujo distancias El Salvador con un penalti que sonó demasiado claro si tenemos en cuenta el estrépito de las botas y del patadón a destiempo; pero luego aumentó su ventaja el Garrapinillos de nuevo penalti, mediante un disparo de Pirri, y el equipo inició otra mañana de fútbol desmelenado. Tirillas se empeñó una y otra vez en corroborar el parentesco que le he puesto en este blog: realizó internadas soberbias, regates hacia fuera y hacia dentro de maestro, y corrió con la velocidad de un campeón de 100 metros lisos. En la banda, me dijo un padre: “Dile a los tuyos que no le manden más balones a ése, al siete”. Pero el siete embriagaba la mañana ventosa y soleada con su gambeteo, con su ambición, con un inventario constante de zigzagueos y carreras. Diego debió marcar en un trallazo casi a bocajarro que el portero detuvo en extremis, Mario se hartó de atacar sin fortuna final y Adrián Serna se hallaba un tanto incómodo al atacar desde la misma zona de peligro. Fue un partido perfecto del Garrapinillos, que, incluso, se permitió el lujo de despilfarrar ocasiones absolutamente clarísimas, por indecisión, por mala suerte o quizá porque no acuciaba el temor a la derrota. Felicité a Diego por el 1-4 y porque me impresionó su derroche de esfuerzo, su sentido coral del juego, su entrega, incluso su vehemencia defensiva. Para burlarlo hay que burlarlo hasta el fondo, dejarlo inerme, sino reacciona como el hurón. No sólo es mi hijo, y ahí uno está desarmado por el cariño, sino como mi proyección del fútbol sobre el campo. Yo me coloco en la esquina contraria al entrenador y me paso la hora y media dando indicaciones a mis chicos, a todos mis chicos, que lo son, con absoluto entusiasmo. Sólo a ellos, ni me interesa el rival (me interesa como a la masa al que hay superar en estrategia, buen juego y ambición) ni el árbitro. Le reprocho siempre a Diego que no mejore en el golpe seco del balón, pero está en ello. Eso me ha prometido.

Al final, mientras esperábamos a los chicos, hablamos del partido con los padres y conté una anécdota de Garrincha, “la estrella solitaria”, que también le conté a Mariano Gistaín ante unas cervezas. Un entrenador le decía siempre a su lateral izquierdo. “Oye, Negro, Garrincha siempre hace lo mismo: amaga hacia la izquierda y sale como una bala hacia la derecha. Es fácil pararlo. Ya sabes lo que va a hacer: finge el engaño hacia la izquierda y corre por la derecha”. El jugador, durante la primera mitad, adivinaba lo que iba a hacer Garrincha pero siempre lo desbordaba. En el descanso, el entrenador, exasperado, se lo volvió a recordar. Y al final, el lateral le hizo una pregunta sensata: “De acuerdo, míster, ya sé lo que va a hacer. Pero, ¿sabe en qué momento?”. El entrenador se quedó sin palabras.

A Jorge volvieron a irle las cosas mal. Primero, tras seis jornadas ininterrumpidas de titular, volvió al banquillo y jugó sólo la segunda parte. No llegué a verlo más que corretear un poco por su zona de extremo izquierdo. Me dijeron que el San Gregorio había jugado bien, especialmente en la reanudación, pero no logró marcar. Sí marcó el Ebro dos goles, el último en los dos o tres últimos minutos. Le pregunté a Jorge cómo había ido todo: “Mucho mejor que el pasado sábado en lo personal, incluso tiré al larguero, pero mal en conjunto”. El San Gregorio, que cambió de entrenador por estas en la primera vuelta, se ha hundido y ya coquetea con el descenso. Falta lo mejor y lo peor: lo peor es el peligro constante, la ubicación en el abismo; lo mejor, es que los rivales son un poco más asequibles y algunos de ellos se les ha podido ganar antes y ojalá que también ahora porque es verdaderamente imprescindible. Es decir, la mañana del sábado me dejó una sensación agridulce, pero manda la victoria de Diego. El Garrapinillos sigue mirando hacia el cuarto puesto. Y de Jorge –al cual le he visto hacer cosas extraordinarias todos estos años. Y no hay desmesura en ello, ni pasión paternal tan sólo. Un padre, el mecánico del barrio, el padre de Mario Martín, Eduardo, siempre me dice: “Ese chico tiene un don”- siento una gran melancolía porque no acaba de aparecer. Parece instalado en un rubicón futbolístico particular. Me despido aquí porque la crónica se ha quedado un poco larga. Adiós.
19/02/2005 17:08 Enlace permanente. sin tema Hay 2 comentarios.

UN VIAJE A VALLADOLID

Cuevas.jpgQuerría contar mi viaje a Valladolid, invitado por la Fundación Siglo y la profesora aragonesa Pilar Celma, compañera del cervantista Javier Blasco Pascual. Hacía 25 años que no estaba en Valladolid. Siempre recordaré que fue en un viaje a Galicia, cuando acababa de marchar de mi casa en Arteixo y ya vivía en Zaragoza. No recuerdo cómo pero alguien me dijo que tenía un amigo, comerciante de calzado, que estaba en Zaragoza y que regresaba a Santiago. Podía llevarme si aceptaba las condiciones de su desplazamiento con paradas aquí y allá, con noche en Soria, etc. Acepté complacido y agradecido; si voy solo me siento perdido, como un vagabundo fantasma; si voy con alguien, me siento arropado. Me persigue el temor a perder los trenes, los autobuses, ese nerviosismo contiguo al pánico. Fui: paramos en Soria, dormimos en el parador de Machado y Leonor, en el Burgo de Osma y en Valladolid. Mi taxista accidental tenía que hacer cosas, y yo me perdí por las librerías, aunque entonces no tenía dinero, y por el parque Zorrilla. Recuerdo una mañana de patos y cisnes, de cipreses y pinos emboscados, y de relectura de “Don Juan Tenorio”. Entonces, quería ser poeta y aún no sabía que estaba a punto de ser padre. Esa noche llegamos a Santiago. El viajante tenía una novia en Santiago, gallega, en una casa arcaica con flores en el alféizar, vigas de madera y varias compañeras de piso. De noche, mientras pensaba no sé si en las chicas o en mi chica, llovía a mares y me aferré al calor de las sábanas como si me despidiese del mundo tiritando. Al volver la vista hacia atrás pienso en la novela “Anatol y dos más” de Blanca Riestra, una de mis novelas jóvenes favoritas. Me fascinó: la leí en La Iglesuela del Cid en unos días de nieve y viajé a mi niñez, a la piedra encantada de Santiago, a la añoranza: cuando llevaba dos meses en Zaragoza me llamaron para decirme que me habían dado una beca para que estudiase Filosofía y Letras en Santiago, pero entonces la rechacé. Y Santiago es uno de esos lugares donde siempre quiero volver, y es el lugar donde empecé a amar con locura, ahora que se cumplen 25 años de mi vida con Carmen Gascón.

Hice el viaje a Valladolid en el autobús Linecar. Paramos en Soria (conversé, qué bonito gesto del azar, con el historiador numantino Carmelo Romero, conversé hasta que me mareé y me dormí), en Aranda de Duero y en Valladolid, claro. Salí a dar un paseo hacia la una y media, visité la librería Oletvm y compré algunos libros: “Cuentos imprescindibles” de mi pariente remoto Anton Chejov, “La puerta del bosque”, las notas alrededor del “Paisaje sentimental” de Sergio Charchoune de Gustavo Martín Garzo, “El amigo de las mujeres”, también de Martín Garzo, y un libro de pintura y literatura infantil sobre Picasso para Jorge y Diego, que aún no les he entregado. A lo largo del día irían llegándome otros libros, muchos otros: Javier Blasco, Ramón González, Ignacio Aldecoa, Fernando Valls, Miguel Delibes (en una pulcra edición de Pilar Celma)… Y al volver al hotel reconocí a Juan Antonio Masoliver Ródenas, hundido en el sofá. Lo reconocí con su perfil de pájaro y, aunque no nos conocíamos, decidí saludarlo. Había buscado en Zaragoza infructuosamente su libro “Voces contemporáneas” (El Acantilado). Lo leo todos los miércoles en “La Vanguardia” y tengo algunos de sus libros en casa como “La sombra del triángulo”. Pronto se unió a nosotros Fernando Valls, profesor, crítico y director de “Quimera”. Recuerdo que meses atrás coincidí con Fernando y Pedro Sorela en Madrid y pasamos una velada preciosa, una velada justita de alcohol que se prolongó hasta deshoras. Fernando siempre es muy cariñoso conmigo: le tiene un gran aprecio al suplemento “Artes & Letras”, valora mucho nuestro trabajo, lo compra en Barcelona siempre que puede. Es un buen tipo, seguro de sí mismo y de sus juicios literarios, con él me río mucho, hablamos de todo, discutimos un poco, hacemos teatro nocturno, como ha podido comprobar el escritor Alejandro Cuevas (en la foto), con excelentes libros en Destino y Losada. Por cierto, ya de pasada, Cuevas es un absoluto admirador de Félix Romeo. Me dijo: “No conozco a nadie que sepa tanto de literatura ni que tenga esa memoria prodigiosa”.
Fuimos a comer a un restaurante típico. Era el día del cocido, que todos consideraron excepcional y sabroso, pero quizá algo excesivo por su larga combinatoria de platos. Y conocí a Pilar Celma. Unos días atrás había estado en Valladolid José Luis Calvo Carilla, y la noche anterior Félix Romeo, que había ido al Patio Herreriano a saludar a su gran amiga Teresa Velázquez. Comimos estupendamente, y yo también fui al Patio Herreriano. Mientras iba, me llamó Concha Lomba que prepara una exposición de Antonio Fernández Molina en el Paraninfo; Antonio aparecería varias veces en la conversación, Menos Cuarto de Palencia, dirigida por Juan Carlos Zapatero, prepara una antología de sus cuentos breves, que coordinará Calvo Carilla. Valls, director de la colección, y Zapatero están entusiasmados con el proyecto. Valoran, con mucha sinceridad, el talento de Antonio, a quien el Gobierno de Aragón le ha publicado en bilingüe “El cuello cercenado”. Recomiendo el libro “Grandes minicuentos fantásticos” (Alfaguara, 2004), seleccionados por Benito Arias García, donde figura Antonio Fernández Molina , con varias piezas, Javier Tomeo con “El unicornio” y Mariano Gistaín con la pieza “¡Qué domingo!”.

No pude ver a Teresa Velázquez, ni tampoco a Aguayo, Sinaga, Lagunas o Broto, que figuran en la colección permanente del museo pero no están expuestos; sí una delicada escultura de Honorio García Condoy y un Saura. La colección no me volvió loco, aunque no está mal. Sí me gustó el edificio, la vocación pedagógica que tiene, su apuesta por el arte contemporáneo, la muestra de Jordi Colomer… Y de allí nos fuimos a la reunión en torno a la narrativa española en los suplementos literarios, que se hacía en el Aula Triste del Palacio de Santa Cruz. El marco era extraño, todo rodeado de decanos y rectores en pintura, claro, y con un imponente coro o sala de reuniones con cadieras de madera labrada. Habría alrededor de 50 o 60 personas entre el público. Hablábamos Fernando Valls, Juan Antonio “Tono” Masoliver, Blanca Berasátegui (responsable del “El Cultural” de “El Mundo”), Mercedes Monmany (estudiosa de literatura extranjera, especialmente de italiana, y crítica del “Cultural” de la ABC), José María Guelbenzu (escritor, editor de Alfaguara y Taurus durante años, y crítico de “El País”) y yo, que había llevado algunos suplementos de “Artes & Letras”, que entregamos a la gente. Fue una tertulia divertida, con el humor de Masoliver, con el rigor de Guelbenzu, la solidez de Monmany, la larga aventura en los suplementos de Blanca Berasátegui (que, siendo a la persona que menos conocía, me pareció muy afectuosa), el conocimiento de casi todo de Valls. Se habló de cómo se hacen los suplementos, si se vende más o no el día que salen, de la obsesión por hacer visible lo invisible, de si la peor crítica es el silencio, del conflicto “El País” y Echevarría, de si una reseña debe ser o no ser educativa, etc. Yo, según nos han dicho en “Heraldo” nuestros especialistas en ventas y marketing, recordé que los jueves no vendemos más periódicos. Al final, Germán Delibes se acercó a saludarnos. Y también el historiador de Chantada, Almuiñas, amigo de Eloy Fernández Clemente, Carlos Forcadell o Carmelo Romero, y hablamos un rato en gallego. ¿Quién me iba a decir a mí que acabaría la tarde hablando en galego en Valladolid?

Ya de noche, prosiguió la tertulia. Aparecieron muchos nombres: Juan Manuel de Prada, Lucía Etxebarria, Julio Llamazares, Félix Romeo, que había sido el arrollador dueño de la noche anterior vallisoletana, Javier Cercas, que está a punto de publicar una nueva novela, Ignacio Martínez de Pisón y su libro de ensayo narrativo “Enterrar a los muertos”. Hubo contagio de risas, escasas maledicencias, algunas discrepancias en torno a una novela -Fernando Valls dijo que “La ruina del mundo” de Luis Mateo Díez era uno de los grandes libros en España de los últimos años, y yo recordé que me recordaba el mundo de “Os escuros soños de Clío”, y que era un gran libro, sin duda, heredero de Juan Rulfo, pero que no estaba nada seguro que fuese el mejor de Mateo Díez- y buen rollo. A mí lado se sentó Alejandro Cuevas, que sería el cicerone de una noche sin copas. Valladolid cerró demasiado pronto sus tabernas. Creo que Alejandro se marchó desconcertado, pero a mí me cayó espléndidamente y además es un magnífico escritor con el que he compartido catálogo en Destino. El delirio nocturno fue breve, pero delicioso: nos reímos un poco por las calles, estuvimos de entrar en un garito de señoras, más bien por error, recordamos no sé a santo de qué a Vázquez Montalbán y nos despedimos. Llevábamos ya “Las venas con poca sangre, los ojos con mucha noche”.

La mañana del viernes, a las ocho, quedé a conversar con Javier Blasco, un hombre encantador, zaragozano de Luesma, gran estudioso cervantino. Acaba de publicar en la Universidad de Valladolid una biografía de Cervantes, está a punto de reeditar su libro “Cervantes, raro inventor”, que se publicó hace algún tiempo en México, y me obsequió con esa pequeña y curiosa monografía acerca de sus investigaciones en torno a Fray Baltasar Navarrete, autor de “La pícara Justina” (libro muy barroco que inventa un discurso femenino) y, según él, del Quijote apócrifo. Javier Blasco me dijo: “Hay una cosa de la que estoy completamente seguro: Jerónimo de Pasamonte no pudo escribir el ‘Quijote’ apócrifo. No tenía vida, ni conocimientos ni esa complejidad estilística y narrativa que aparece en el libro. Estoy, por decirlo de algún modo, más seguro de que Avellaneda no es Jerónimo de Pasamonte que lo sea el propio Fray Baltasar Navarrete. He encontrado alrededor de 600 correspondencias entre ‘La pícara Justina’ y el ‘Quijote’ apócrifo”. Está realizando una auténtica investigación detectivesca. Le comenté que José Luis Madrigal había dicho que podía ser Tirso de Molina, y también le pareció más probable que lo sea Pasamonte, teoría que sustenta Martín de Riquer desde 1968, Alfonso Martín Jiménez y ahora Juan Antonio Frago en un nuevo libro de Gredos que no he leído ni visto. Lo que no sabía Javier Blasco, eso me dijo en el garaje, es que Tirso de Molina pasó un año como mercedario en el monasterio del Oliver, donde escribió “La Dama del Olivar”. A ver si por ahí se abre otro flanco de investigación por aquello de los vocablos aragoneses del Quijote apócrifo…

Y después, el viaje de nuevo, en medio del mareo. Valladolid, Aranda, San Esteban de Gormaz, Soria… todos esos lugares que vislumbras, medio dormido, desde el coche. De vez en cuando veía en la televisión “Ejecutivo agresivo” con Adam Sandler, Jack Nicholson y Marisa Tomei, una de mis numerosas actrices favoritas, sobre todo por su forma de sonreír. Y más tarde, pusieron “Master y comander”, pero no era capaz de seguirla. Había demasiada luz. El viaje duró casi seis horas. Vi nieve, y el conductor nos anunció que se cernían días de mucho frío sobre el mundo. Pensé: qué trabajo más duro el de los conductores, y qué aburrido.
20/02/2005 10:32 Enlace permanente. sin tema Hay 1 comentario.

PISÓN: EL DETECTIVE Y LA MUERTE

Pison.jpgExisten tipos estupendos que nunca necesitan fijar en ellos el foco gratuitamente. Trabajan lo justo o un poco más, se contentan con su suerte, no conjuran nunca y disfrutan de las pequeñas cosas de la vida: la tertulia, la cerveza, un puñado de cigarrillos, el fútbol, el compromiso cívico sin estridencias… Se afanan en ser felices de modo inadvertido. Existen escritores que no cultivan ningún ritual, que escriben con limpidez, casi inadvertidamente, con un estilo invisible, con una pulcritud que parece tan espontánea y natural como si no exigiese esfuerzo. Publican sus libros y los envían al turbión de novedades con calma. Saben que el lector es libre, que tiene criterio y que elige luego. Uno de ellos es Javier Sebastián (Zaragoza, 1962), que presenta esta semana su nueva novela, “Veinte semanas”, la historia de una mujer que hurga en los secretos de familia para saber quién es y de donde viene. Otro es Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960), que ya está en todos los diarios con motivo de su ensayo literario “Enterrar a los muertos” (Seix Barral), una historia con transparencia de río de la memoria colectiva que le ha exigido ser un detective que anhela esclarecer una muerte: la del republicano leal José Robles Pazos, gallego, experto en los refranes del "Persiles", escritor y traductor del norteamericano John Dos Passos. Pisón, sin llamar la atención, es un hombre de gestos: hace poco renunció a ser crítico del prestigioso suplemente “Babelia” porque no podía soportar que en él, o en el diario “El País”, se maltratase a Bernardo Atxaga, no al escritor en sí mismo, sino al ciudadano y a su vida privada. Y ahora, a riesgo de ser malinterpretado o tergiversado, acaba de indagar en las contradicciones de los comunistas durante la guerra civil española, eso que sólo parece que pueden contar los historiadores y escritores de derechas. Pisón ni es oportunista ni calculador. El azar le puso en las manos una conmovedora historia y la ha contado, con los términos exactos, con las palabras medidas, sin énfasis y sin ira alguna. Aunque es consciente que de ese viaje a la tiniebla se llevaría a algunos por delante; más que llevarse a alguno, pondría el dedo en la llaga de silencios prolongados, de medias verdades, de la infamia. Y ahí está un libro nacido del sigilo, del oficio, de la convicción inquebrantable. Un libro que nos retrata a todos, pero a él mejor que nadie. Pisón es el calígrafo de emociones hondas, el caballero tranquilo que hace de su profesión práctica de honradez, espejo de verdad y desdén de egolatría.
20/02/2005 01:37 Enlace permanente. sin tema Hay 3 comentarios.

PASEO CON JAVIER TORRES SOBRE LA NIEVE

A veces suceden cosas maravillosas e inesperadas. Te despiertas a las siete y de repente alguien grita: “Anda: está nevando”. Y lo primero que piensas es: qué peligro va a correr Carmen ahora por esas carreteras nevadas hacia Madrid y Brea e Illueca. Cuando sales a la calle, en medio de la nieve, Sara, seis años de mujer fatal (Cano dixit), pregunta: “¿Crees que iremos al Museo Pablo Serrano hoy?”. No sé qué responderle, pero ella vuelve a la carga: “¿Hay que andar mucho?”. Acaba de estar en el Louvre, en el Pompidou y en el Museo de Orsay y anduvo lo suyo. Pienso que se está refiriendo a la distancia entre el autobús y el museo, no sé por qué pienso eso, y le digo: “Muy poquito. El autobús te deja en la puerta”. Insiste. “No, tonto, no, ¿cómo es por dentro, cómo nuestra casa?”. Le digo que un poco más grande. Y apostilla: “Bueno, como desde aquí al jardín. No me cansaré”.
Así empieza la mañana. Compro el periódico, compro el pan y en la panadería me asustan: que si un coche se ha quedado en la calzada atravesado, que si se multiplican los accidentes. Y decido ir a Zaragoza en autobús. Escribo un texto sobre Ángel Petisme y su canción “Los nadadores”, y salgo a la calle. De repente, mientras avanzo sobre la nieve, me llama Javier Torres. Me cuenta mil cosas como siempre: que quiere hacer un folleto sobre Alcalá de Ebro y el Quijote (querría que escribiésemos Antonio Pérez y yo), que si ha recogido en dos diskettes todo mi diario del 2005 (no le digo que tengo editor y que voy a corregir el proyecto. Me olvido de hacerlo o de decirlo que estoy dudando). Y de repente le cuento que voy hacia el autobús y viene a buscarme porque anda cerca, para seguir hablando, para hacerme un favor, para estrechar con las palabras el cariño. Me cuenta, durante el trayecto, los Quijotes que se ha comprado, lo feliz que es en Alcalá de Ebro, cómo pasea a su perro a las seis de la mañana, cómo sus vecinos ya se han dado cuenta de su presencia y, más tarde o más temprano, lo harán hijo adoptivo de Alcalá de Ebro.
Hacia las doce y cuarto, me deja ante el Heraldo. Miro por un instante sus teléfonos móviles. Mis compañeros los conserjes me felicitan. Y me dicen: “Qué afortunado eres. Nunca habías venido al periódico en un cochazo como ese camión que parece una nevera”.
22/02/2005 13:01 Enlace permanente. sin tema Hay 4 comentarios.

ZARAGOZA CON NIEVE, HACIA 1978

Llegué a Zaragoza en el otoño de 1978. Vine al amanecer, hacia las seis de la mañana, y me llevaron de paseo hacia Las Fuentes. Allí, en la casa de una amiga, escuché un disco que me fascinó: “Al final de este viaje” de Silvio Rodríguez. Lo oí en la cocina mientras desayunaba: aquella amiga lo había grabado y le había puesto un adorno rosa y unas flores a la cubierta. Oímos hasta tres veces “Ojalá” y me pareció una hermosa canción de amor y bienvenida. Poco después mi vida cambió demasiado deprisa: no tenía donde caerme muerto, no sabía qué hacer o por donde empezar, no sabía cómo iba a sobrevivir y lo cierto es que tampoco sabía hacer nada. Trabajé en la vendimia en Alfamén, en la naranja en varios sitios de Valencia, aprendí a hacer macramé, algo de cuero, vendí en el Paseo de la Independencia, ayudé en la construcción de un bar llamado “Lumpen”, y tenía la sensación de que a mis 19 años era un hombre sin futuro.

Hacía cosas extravagantes: salía por la noche de expedición a las basuras, oía en un aparato vetusto cintas con las grabaciones de Los Beatles que regaló un amigo alemán de Heidelberg, debía compartir a mi proyecto de novia con un poeta que escribía versos a las estatuas, y salí perdiendo, e incluso iba a casa de una amiga enigmática a ver las carreras de galgos en el canódromo. En realidad, iba a verla a ella, que era pintora, que se había marchado de casa como yo, y que rompía corazones sin saberlo. Y un día, llegó la nieve: me veo como entonces, con mis botas de invierno, pintadas de verde (prometo que no es una licencia poética ni exageración de gallego), sepultado por una gran nevada en la plaza del Portillo. Me veo como era entonces, apocado y flaco, vegetariano absoluto, con mi amigo Gregorio Maestro, que iba en bicicleta junto a su perra. Hay un momento en que Goyo, que ya entonces era un magnífico guitarrista y recorría el mundo con El Silbo Vulnerado, sacó una cámara de fotos y decidió inmortalizar el instante. Conservo la foto en algún lugar, levemente sepia, completamente irreconocible y pasmado ante la nieve. Creo que era la segunda vez en toda mi vida que veía nevar. Años atrás, en mi aldea de Castelo, en Santa Mariña de Lañas, vi todo anegado de nieve: tenía siete años, esperaba que mi padre volviese de Suiza y mi hermano del baile, y recuerdo perfectamente la casa y las eras de Albino y Lola, nuestros ricos vecinos. Años después me dirían algo casi inconcebible tratándose de una aldea de poco más de una decena de casas: aquellos vecinos, cuyas habitaciones conocía como la mía, cuyas fincas conocía como las nuestras, hacían una deliciosa siesta en el pajar siempre que podían: se amaban, mejor dicho, follaban a sus anchas hasta que llegaban los criados (aquella estirpe rústica de muchachos denegridos: los Mangolo), los sobrinos, los nietos, y aquél era un secreto a voces que lo sabía todo el pueblo menos nosotros, menos los muchachos perplejos que acababan de descubrir un rastro de pisadas en la nieve, en Castelo, año 1996, casi cuarenta años atrás. Albino y Lola, sin imaginárselo, eran unos modernos. Pienso en la nieve, vuelvo de la apacible y helada noche de diáfano y azulenco cielo en la explanada, y me pregunto: ¿Dónde se amaron entonces, en aquella semana maravillosa de nevisca, en aquella semana inolvidable en que no hubo escuela?
23/02/2005 01:35 Enlace permanente. sin tema Hay 9 comentarios.

UNA MUJER DESNUDA EN LA NIEVE

Anoche perdí el autobús, llegué demasiado tarde, y me encontré a Jorge con fiebre y un inmenso dolor de cabeza. Siempre le ocurre eso cuando tiene un examen, pero además por la tarde jugó con sus hermanos Diego y Sara arrastrando el trineo rojo que compramos en La Iglesuela del Cid. Allí sí que nevaba. Tiene dolor de cabeza o un punzante nerviosismo, aunque sepa el examen y acabe sacando un nueve alto. Lo mandé a dormir a mi cama. Era ya medianoche en el mundo albino; mientras recorría las resbaladizas calles de Garrapinillos, solitarias y esmaltadas de una vaporosa nube de nieve que esparcían los árboles, pensé en la película “Fargo”. Quizá me contagió su intranquilidad y hacia las seis de la mañana me desvelé. Tenía sobre la mesa camilla el libro “Selección de prosa lírica” (Espasa, 1990) de Juan Ramón Jiménez, que preparó el profesor de Luesma Francisco Javier Blasco Pascual. Lo abrí por la página del poema “Balada del amor oscuro”, y me fui directamente a esta línea: “¿Hay algo que se acerque tanto al ideal como una mujer desnuda en la sombra?”.

Me he olvidado de hacer fotos. Me invade la pereza y el temor, como con casi todo, a hacerlas mal. Y de repente, cuando entraba en la panadería, donde atiende una mujer morena, vi que el panadero, al que casi nunca se le ve porque siempre anda en su obrador como un alquimista de los sabores, cogía su cámara Nikon y se ponía a tirar fotos de la afrancesada plaza de Garrapinillos. Me acordé del verso de Juan Ramón y lo modifiqué levemente: “¿Hay algo que se acerque tanto al ideal como una mujer desnuda en la nieve?”.
23/02/2005 11:56 Enlace permanente. sin tema Hay 2 comentarios.

¿POR QUÉ NO ESCRIBO DE CABRERA INFANTE?

¿Por qué no escribes de Guillermo Cabrera Infante?, me pregunto. Si lo has leído tanto, si tienes sus libros siempre a mano, si te apasiona el cine y sus críticas, si eres casi tan mitómano como él, si guardas aquella entrevista que le hizo a Kathryn Bigelow, si has estado en Cuba viendo el elegante vuelo del aura tiñosa y no se te ocurrió otra cosa que llevar la primera edición de “Mea Cuba”, si disfrutaste con “Arcadia todas las noches”, “Cine o sardina” o “Con puro humo”, me sigo diciendo a mí mismo. No sé bien por qué no escribo de Cabrera Infante. La única vez que lo vi me fatigó mucho su discurso anticastrista –no porque no esté de acuerdo, sustancialmente con él, sino porque parecía un anticastrista profesional, pero sé que esa impresión nacía del dolor de perder Cuba año tras año-, su facilidad para hablar mal de los otros (dicen sus hagiógrafos que también hablaba muy bien de todo el mundo) y no sé por qué no escribo de él. Esta mañana, sin ir más lejos, he leído todos los artículos que aparecen en “El País” y “La Vanguardia”.Quizá después, dentro de unos días. En el fondo, sospecho, creo que es porque nunca me llegó su narrativa, a pesar de que me gusta mucho de todo lo que habla: de literatura, de personajes, de boleros, de cantantes extraordinarios, del embrujo de La Habana. ¿No será porque estuve en la casa de Alejo Carpentier hablando con su viuda, y Cabrera Infante insistía tanto que no había nacido en Cuba, que no había escrito nunca de música…? Y claro, a mí quien me gusta como narrador es Alejo Carpentier, y más, mucho más, después de haber estado en aquel caserón que se remonta al siglo XVIII, al siglo de las luces en Cuba.
23/02/2005 14:36 Enlace permanente. sin tema Hay 4 comentarios.

EL SOSPECHOSO

Un hombre de trenka marrón, con una bufanda de colores, pasea por el descampado. No pasea; ha dejado de hacerlo. Se sienta en un banco, abre un libro, “Primavera sombría” de Unica Zürn (Berlín, 1916-París, 1970), y lee el prólogo de Menchu Gutiérrez, que finaliza así: “El beso simboliza para Unica un sello, una conclusión de su deseo, y ella no quiere que termine jamás. Unica Zürn vivió y escribió siempre en el límite de los acontecimientos, alargándolos, dotándolos de múltiples significados, contagiándolos de eternidad. Resucitar el deseo una y otra vez fue su forma de vivir”. En ese instante, pasa un coche de la policía, se detiene, un segundo, dos, quince, veinte. La pareja lo mira y el hombre de la trenka se levanta y avanza hacia su perra, casi sepultada en la nieve. Entonces, los guardias dejan de sospechar y se van. La mujer policía, que no conduce, dice: “Vámonos. Es el chalado de todas las noches”.
24/02/2005 10:24 Enlace permanente. sin tema Hay 1 comentario.

NATALIO BAYO AL GALOPE EN EL CORCEL DEL MITO

bayo.jpgAl principio fueron los caballos. O los gigantes y los caballos, aquellas bestias apacibles que enloquecían a Gericault. Y al principio también apareció la luz en el primer estudio del joven artista Natalio Bayo. Y con la luz, el color. Y con el color, la imaginación, la sugerencia y la evocación. Épila, ese lugar abierto a todos los ponientes, le suministraba las primeras imágenes. Miraba los campos, las colinas, miraba a la gente sitiada en el centro metafísico del mundo y trasladaba al lienzo o al papel aquellas formas, aquellos seres que tenían un parte majestuoso de bondad, una apariencia rústica de candor. Ese universo se iba cobijando en el pincel, en los lápices o en el grafito. Día tras día, Natalio Bayo crecía, o más bien aún: se agigantaba, como el pintor soñador. Y al galope, a lomos del corcel interior de su cerebro, pasaba de los équidos a los gigantes, y luego transitaba por series de atmósfera cotidiana que adquirían carácter simbólico de denuncia: las latas, las ataduras, los paquetes, las palomas.

A primera vista, aquella figuración de lo inmediato no parecía un grito ni un ejercicio persistente de ironía o de rebelión. Pero luego, en cuanto se miraban esas series con detenimiento o con su envés, se veía su poder de detonación. Allí, en cuadros y dibujos, Natalio Bayo asumía que no vivíamos en el mejor de los planetas. Asumía que la noche oscura del desgarro se prolongaba y aherrojaba las pulsiones imprescindibles de libertad, y ahí estaba su grito, su apacible metáfora a favor de la libertad. ¿Qué pensamientos indomables recorrerían las venas del “Pensador cansado”, ese andariego metafísico, desdibujado por las luces del campo, que se cruza de brazos como quien parece vencido o vapuleado por la melancolía y el silencio? ¿No es ese gigante el mismo tal vez que el que reaparece, algo más tarde, en forma de “Astronauta”? ¿Y esas cajas informes, y esos paquetes que lloran una sangre interior y desesperada de años, de todos los años de posguerra, tal vez, y esa metamorfosis de hombre y paloma, que constituyen un nuevo acercamiento a un bestiario alegórico, a qué aluden, qué mensaje encierran, qué les duele, qué bomba a punto de estallar y de arrasar la tierra se oculta en su convulsa poética de los objetos? El artista elaboraba su código de signos, su abecedario de asuntos e intenciones, y de vez en cuando iba soltando al viento sus quimeras: una mujer podía compararse con un cometa que se extravía en el aire entre vencejos, un hombre aspiraba a ser astronauta o paloma que surca los celajes. La paloma, que encarna una idea de paz, posee en todas las religiones un aroma de espiritualidad y de poder de sublimación; por ejemplo, los eslavos consideran que el alma toma forma de paloma, después de la muerte. En cierto modo, para un pintor fantástico como Natalio Bayo, su porfía con las palomas era como la expresión de un deseo definitivo de vuelo.

Él también estaba dispuesto a volar como artista. Ya había descubierto algunos de sus dones: poseía un gran sentido del dibujo, encontraba la precisión, la línea exacta de expresividad con una naturalidad laboriosa, y se había ido forjando una pasión por la pintura y el mito. El mito, también en su oficio, es un intento de contar las cosas de una vez para siempre. O de pintarlas y de repintarlas a diario con nuevos gestos, con una pintura empastada y a espátula sobre tabla, o en los reinos extenuantes del grabado. El color lo llevaba en el fondo de los ojos; sólo tenía que despertarlo y avivarlo aún más. Lo hizo observando no sólo el agro en lontananza, esa naturaleza amada que le había dado el fulgor y la sombra; lo hizo alargando sus temas y sus estudios pictóricos hacia Italia. Quiso beber en todas las fuentes y en todas las iconografías: intuyó ya entonces, próximos a finalizar los años 70, que él se sentía un pintor de argumentos, un pintor narrativo desde el uso apasionado de la materia, un pintor histórico y un pintor de historias dispuesto a crear su propio mundo en connivencia con otras estéticas. Ahí estaban Arcimboldo o El Bosco, pero también los artistas del Renacimiento, y decidió abrazar una orientación neorrenacentista, o manierista, a la manera de Natalio Bayo. De ese viaje interior -que era el fin de partida de sucesivos viajes a Florencia, Roma o Venecia- surgió otra vibración de la claridad, un desorden incontenible de la creación y una vasta colección de paisajes fantasmagóricos, sí, fantasmagóricos, porque fluctuaban entre la decrepitud, la exuberancia, la alusión al vacuo y circunspecto poder, las narraciones góticas y una serie de personajes de epoca envuelta en una tormenta de rojos. Curiosamente, junto a un parentesco inequívoco con el Renacimiento, había huellas visibles del romanticismo y de un surrealismo que, incluso, creemos recordar, se permitió jugar con lo conceptual a la manera de René Magritte. ¿Recuerdan aquel caballero que se miraba al espejo y el azogue le devolvía desde el fondo a un monstruo?

Ese período fue determinante. El pintor Natalio Bayo afirmaba otros pilares de su mundo, la material visual de su pintura y de su filosofía. Y lo fue ampliando afirmándose en la tierra del origen: Aragón, claro, y con Aragón sus vinculaciones con la legendaria Corona de Aragón, con la mitología de San Jorge, el dragón y la mujer (Natalio es un inagotable pintor de mujeres), la nobleza, los inquisidores, otros personajes como Aznar y Galindo o el Papa Luna, por citar ejemplos concretos. Pero como Aragón posee un vasto universo de tradiciones y leyendas, Natalio Bayo también ensanchó su campo de experimentación hacia el espacio legendario, el fértil territorio de la memoria mítica, siempre impregnado de un aire italianizante y, por supuesto, de una carga lírica incuestionable. Realmente, esa manera de recrear la realidad y los sueños nunca desaparecerá de su paleta, ni de sus grabados, ni de sus dibujos, ni de sus libros de artista, que los tiene de todo tipo y en multitud. Hacemos aquí una pequeña parada para recordar que quizá se trate del pintor que ha realizado el mayor volumen de trabajo de este tipo. Ahí están proyectos como “Vida de Pedro Saputo” (Oroel, 1989) con texto de Braulio Foz; “San Jorge, la doncella y el dragón” (Oroel, 1989) con fragmentos de Ana María Navales; “Aragón monumental y artístico” (Oroel, 1990), en el que colaboró con Gonzalo Borrás; “Chrysaor”(Oroel, 1995), donde ilustró un cuento sobre gladiadores en la antigua Cesaraugusta de Guillermo Fatás, que suponía una puerta de luminoso acceso al mundo grecolatino tan admirado por el artista, o “Canciones de amor” (Ehón, 1997), inspirado en los textos amatorios del cantautor José Antonio Labordeta. No citamos aquí todos los proyectos para no fatigar al lector.

Más tarde, a mediados de los años 80 también abrazó el universo pop, especialmente con un sesgo íntimo de abundantes guiños familiares. En los 90 volvió a los caballos, glosó a Monet, Gericault, De Chirico, Sánchez Cotán, a Goya probablemente y a Picasso, podríamos decir que invirtió al menos cinco años en esa nueva serie, fijó algunos asuntos clásicos que siempre le habían interesado, y continuó ahondando en sus bestiarios con dama, en sus caballeros, en sus retratos y autorretratos, en una producción muy extensa y coherente que avanza y se redondea, que se dilata en sugerencias e interpretaciones donde sigue restallando el cromatismo, las formas, los paisajes oníricos, las recreaciones y las continuas lecciones de historia.

Natalio Bayo es un pintor de obsesiones o, si se prefiere, de temas. Hemos hablado de su pasión por la mujer. En el fondo, y a la larga, es la gran protagonista de su trabajo de muchos años: pinta a las mujeres de todas las maneras y en todas las posiciones, en cualquier ambiente. Desnudas, provocativas, como diosas (veamos la obra “Granada” de 1991, ¿no nos sugiere a una diosa antigua y carnal que se alza desde la Alhambra ante un paisaje ideal del paraíso?), como compañeras cotidianas o como mujeres fatales, entre bestias, ya sea el elegante dálmata, el potro albino, el gato enigmático y solitario, una cigüeña o acaso un cisne que nos lleva a pensar en Leda. Esa presencia de las damas sigue presente con toda su potencia de sensualidad, de idolatría y de lascivia, como ocurre en “Viento indiscreto”, donde presumimos un viento que acaricia y descubre la porosa piel de la mujer que nos ofrece su cuerpo confiado, tendido sobre nieve y sueño.

Natalio Bayo también es un pintor de cabezas. Las pinta con esos sombreros que parecen árboles o banderas al viento, con turbantes de flores decrépitas o de plumas; las pinta con máscaras de toda índole que nos proponen siempre un sinuoso juego de identidades, en medio del opulento campo de batalla del color, esa tentación que no cesa. Esta muestra es un inventario y una síntesis de la labor del artista, una antología de la luz, la imaginación y el delirio de pintar. Nada menos que todo un mundo: el de la pasión por la pintura. Así, "Natalio Bayo o la pasión por la pintura" se titula la monografía que publicó sobre el artista la Caja Rural de Aragón.

*Me acaban de pedir un texto sobre la obra de Natalio Bayo, y lo incorporo aquí como parte de esa obra en marcha que es este blog. Ya que no escribo novelas, como me pide M.Amén, aquí van fragmentos mínimos de novelas, pequeños argumentos de vidas en la pintura.
24/02/2005 10:32 Enlace permanente. sin tema Hay 2 comentarios.

EL CRONISTA JOVEN DEL GARRAPINILLOS

OTRA MAÑANA DE FÚTBOL EN GARRAPINILLOS*

Llegó el sábado y con él el fútbol. Por suerte, esta vez el partido no empezaba a las 9, sino a las 12 y cuarto. Día de sol, un campo en buenas condiciones y nada de viento. Era un buen día para el fútbol.
El Garrapinillos jugaba contra el Condes de Aragón, el equipo contra el que, pese a ser último, les perdonó fallando un penalti en el último minuto en la ida, cuando empataron a uno. En poco se parecerían esas dos mañanas. El Garrapinillos salió con Gayoso, Alfredo, Víctor, Marcos y Langarita atrás. Por delante, en la media, Tirillas, David, Diego y Pirri. Como mediapunta, Mario Martín y delante, Melchor. La típica alineación de los locales, pero sin Adrián Serna, castigado en el banquillo por faltar a los entrenamientos.
El partido comenzó nervioso, con lances de uno y otro equipo destinados al fracaso. Pero los nervios acabaron a los cinco minutos, cuando Pirri, tras una combinación entre Diego y Mario y un pase de este, marcó el primer gol. Tras él, Melchor y Tirillas pusieron el 3 a 0. Los nervios volvieron cuando el Condes marcó, aprovechando un riguroso penalti, fruto de un desentendimiento entre Gayoso y David, que recibió además una amarilla. Pero con 3-1, el Garrapinillos empezó a jugar bien, con pases rápidos, regates e incursiones por la banda. Diego, Mario, Tirillas, Melchor y Pirri fallaron goles cantados, pero Mario, a pase de Tirillas, colocó el 4 a 1, con el que se llegó al descanso, pitado con dos minutos de adelanto por un árbitro que estuvo flojo. Manolo, el entrenador sacó a David, que estaba enfadado y podía dejar al equipo con nueve en cualquier momento, y a Melchor. En su lugar salieron Serna y Mario Calvera. En la primera jugada del segundo tiempo, Serna se queda sólo, pero un bote malo mandó su tiro tan flojo y desviado, que llegó Mario por detrás para marcar. Y después del gol de Mario se fueron sucediendo las mejores jugadas del partido, con un Tirillas inspiradísimo al que nadie podía parar. La velocidad de Serna también hacia estragos en la defensa del Condes de Aragón.
Mario ayudaba abajo, y con Diego subía los balones. El Condes de Aragón no salía de su campo. Por la izquierda, Langarita y Pirri dejaron su puesto a Jaime y Velilla. Pero aparte de las carreras de Mario, Tirillas, Diego, Serna, etcétera hacia el marco del Condes de Aragón, el Garrapinillos trabajaba en defensa con un Marcos espléndido, recordando otros tiempos y un Víctor, que tardó en entrar en el partido, seguro y atento. En el lateral derecho, cubriendo las internadas de Tirillas estaba Alfredo, que marcaba a la estrella del Condes de Aragón, desplazado a la banda por no encontrar sitio en el centro. Jugando el Garrapinillos de un modo bonito y fácil marcó un gol tras otro. Pero en uno de los pocos contraataques del Condes, la defensa falló y Gayoso cometió un penalti muy discutido. El Condes se puso 9 a 2.
Aun quedaban diez minutos, cuando Adrián se revolvió entre tres rivales y provocó una falta al borde del área. Mario tomó carrerilla y la colocó en la misma escuadra, y el árbitro pitó entonces el final, tal vez por pereza.
Los jugadores se retiraron del campo, dándose la mano, a pesar de que en el terreno de juego, no sólo había habido goles y pases.

*Como no he estado este fin de semana en los partidos, le he pedido a Diego que me escribiera la crónica para elblog.Así que esta crónica es un texto de Diego Rodríguez Gascón. El San Gregrorio ganó 4-1 al Balsas, y Jorge me dice que jugó muy bien. Había estado con fiebre hasta ayer mismo.
26/02/2005 23:54 Enlace permanente. sin tema Hay 3 comentarios.

TOLEDO: NOSTALGIA DEL GRECO

orgaz.jpgHace muchos años, más de 21, cuando iba a nacer nuestra hija Aloma, hicimos un viaje por Toledo en Renault ocho verde, con matrícula de Barcelona, comprado en Valderrobres o La Fresneda. Era el coche familiar de los hermanos Gascón Brumós, y se lo había vendido Juan Bautista Billoro, ya finado, al que yo convertí en bandolero de “El testamento de amor de Patricio Julve” (Destino, 1995; 2000). Recuerdo que dormimos, mi nueva familia, incluyendo a Daniel, y mis cuñadosy yo en un hostal que tenía una habitación inmensa y muchas camas desportilladas, como de cuartel. Volví el viernes, en compañía de Ángeles de Irisarri y Manuel Soria, su marido, publicista y pintor secreto. Toledo tiene algo especial: el sabor de la piedra y el arte, la caligrafía de la monumentalidad, el aroma de los siglos. Pasear por Toledo me devolvió de golpe un montón de recuerdos. Entonces, visité la casa-museo de El Greco, la iglesia de San Tomé, donde estaba el cuadro del Conde de Orgaz del artista cretense, la sinagoga, y sobre todo recuerdo que di vueltas arriba y abajo por las pinas callejas, y al final bajé al río Tajo, que pasaba como un cristal hinchado de reflejos y de celajes entre los puentes. Esta vez no pude ver el Greco, ni el museo de Victorio Macho, casi nada, en realidad, porque esta ciudad de Toledo cierra el mundo del arte a las seis de la tarde. Cuando empieza la vida, para Toledo se acaba el arte y la leyenda. Sólo traje un pequeño consuelo –además de ese consuelo mayúsculo que fue el triunfo de “Romance de ciego” de Ángeles de Irisarri-: vi la estatua de uno de mis poetas favoritos de siempre: Garcilaso de la Vega, aquel que escribió las églogas, aquel que evocó a Elisa, vida mía, aquel que habló así de amor: “Yo no nací sino para quereros…”
27/02/2005 01:17 Enlace permanente. sin tema No hay comentarios. Comentar.

ENTREVISTA CON ÁNGELES DE IRISARRI

IRISARRI GANA EL PREMIO DE NOVELA HISTÓRICA "ALFONSO X EL SABIO"

Ángeles de Irisarri (Zaragoza, 1947) era un manojo de nervios. Se sabía una de las seis finalistas del V Premio de Novela Histórica “Alfonso X el Sabio”, que convoca Martínez Roca, pero no las tenía todas consigo. Nadie le había asegurado que iba a ganar. Intentaba apaciguar sus nervios con sus cigarrillos rubios, Coronas, casi interminables, y conversando con su marido, el dibujante y publicista Manuel Soria. Casi a la medianoche del pasado viernes, en Toledo, se despejó la incógnita: su novela “Romance de ciego” era la ganadora del primer premio, dotado con 42.000 euros. (Julio Murillo, con “Las lágrimas de Karseb”, era el finalista). Se trata de una narración que transcurre en Zaragoza, entre 1886 y 1907, un texto que participa del folletín y del costumbrismo –en el sentido de que narra las “costumbres de la sociedad zaragozana de entresiglos, lejos del baturrismo; aquí sólo se dice Mamaíca, era como yo le decía a mi tía, no Mamica como es lo habitual”- que nació del insomnio. Una decena de personajes la visitaban a diario y al final exigieron un espacio de ficción.
-Al final, los acomodé entre finales del siglo XIX –dice Ángeles de Irisarri- y principios del XX, entre otras cosas porque conocía mal ese momento y para mí cada novela es como una aventura de acción, de personajes y de conocimiento. El siglo XIX fue bastante feliz, de guerras muy localizadas y cortas. Ese período, y en particular en Zaragoza, fue el de los grandes inventos: el tranvía a mula y el tranvía eléctrico, el telégrafo, el teléfono urbano e interurbano, el del cine, el automóvil, incluso hablo de personajes que piden que se instale en la ciudad el alcantarillado.

-¿Y qué cuenta en su libro?
-Se trata de una novela coral, con muchos personajes, que transcurre en la plaza de la Constitución 3 (ahora plaza de España), el lugar donde vivieron mis abuelos y mi madre, que murió cuando yo nací. Salen mis abuelos maternos, los Pascual, procedentes de Ejulve. Mi abuelo era dueño de los cafés Ambos Mundos y Gambrinus, y de otros establecimientos. Y también salen los abuelos paternos, los Irisarri, que tenían una fábrica de camas en el inicio del paseo Sagasta. Y con ellos, se citan a Basilio Paraíso, Marcelino Isábal o los Izuzquiza. O a Clarín, que fue catedrático de Derecho en la Universidad de Zaragoza.

-¿Debemos entender que es la historia de su propia familia?
-En absoluto. Sale citada, están ahí, pero la historia es otra. Cuenta la vida de una familia de banqueros, los Arriazu. Es una familia rica, muy rica. La esposa, Olimpia de Castresana, es la mujer más elegante de Zaragoza. Se inspira en los modelos de “La Ilustración Española y Americana” o en “Blanco y negro”. Es una auténtica dama.

-¿Cuál es el conflicto?
-Que no puede o no tiene hijos. Y todos los días, a las seis de la mañana, acude a misa de Infantes del Pilar con el sueño de que uno de esos niños que se les daban a los canónigos sea para ella. Un día, el ciego Antonio, que narra en la plaza del Pilar crímenes y relatos truculentos, le entrega una niña en un cesto, y Olimpia se la queda, entusiasmada. Como aquel era el día de Cosme y Damián, la llamarán Cósima.

-¿Puede avanzar algo más del argumento?
-Hay un detalle curioso e importante. En realidad, Antonio le iba a dar dos niñas gemelas en un capazo, pero una se encana. La madre, Flora, que estaba al acecho y que era cómplice del “regalo”, la coge, la oculta, y justo en ese momento es cuando Olimpia aparece. La historia que se bifurca de las dos hermanas, Cósima y Rebeca, también es esencial. Esa mujer que se esconde detrás de un árbol es, en realidad, la amante o entretenida del marido de Olimpia de Castresana. Y bien pudiera suceder que esas dos niñas fueran las hijas del banquero Arriazu.

-Ya ha presentado a muchos personajes…
-Bueno, hay más. Es una novela de más de 700 páginas en cuya redacción he invertido dos años. Creo que es la mejor de las mías. También están las criadas, que son de pueblos distintos y resultan muy divertidas. No se atrevían a coger el teléfono porque pensaba que el demonio entraría por él. Un personaje, capitán de los húsares de Pavía, se va a la guerra de Cuba, y se casará con Rebeca. ¿Sabe cuál es uno de los regalos de boda? Pues, 6.000 euros (100.000 pesetas de las de antes) en acciones en Bolsa de Altos Hornos.

-¿Qué tipo de novela ha querido hacer?
-Como las mías: entretenida, fluida, llena de historias, con humor e ironía. Siempre me dicen que tengo sentido del humor, y no sé de dónde lo saco con esta cara, ja, ja, ja. Intento mantener el interés de manera permanente. Es una novela de sentimientos y emociones de una época fascinante para Zaragoza, mi ciudad, a la que aún no le había dedicado un libro. El río de la acción corre paralelo a la vida de Alfonso XIII, y el final se produce poco antes de la Exposición Hispano Francesa. Quizá siga trabajando por este camino y acabe contando la historia de mi madre, que murió cuando nací yo, y de otros familiares.
27/02/2005 22:16 Enlace permanente. sin tema Hay 5 comentarios.

ENTREVISTA CON IGNACIO MARTÍNEZ DE PISÓN

1.-¿Cómo ha llegado a ti esta historia y que te atrajo tanto de ella?
A finales de los setenta se publicó un libro de un argentino, Héctor Baggio, sobre John Dos Passos y la guerra civil. Fue ahí donde por primera vez supe de la existencia de Robles. Pero Baggio no desarrollaba el episodio de la muerte de Robles. Luego, casi siempre por casualidad, fui encontrando alusiones a Dos Passos y a Robles, y la historia iba tomando cuerpo en mi cabeza. Tomaba notas, pensaba en escribir algo pero todavía no sabía si un artículo o un libro... Más tarde descubrí que Miggie, la hija de Robles, vivía en Sevilla, donde se había instalado después de un largo exilio. La llamé, fui a hablar con ella, y entonces supe que el libro saldría adelante.

2--¿Quién fue José Robles Pazos, que es el gran protagonista del libro?
Robles era un hombre culto y progresista, amante de la buena literatura y escritor aficionado él mismo, buen dibujante, amigo de las tertulias de café... Un gallego nacido en Santiago. Robles era también un ferviente republicano, y eso acabó costándole la vida.

3.-Explícanos la trayectoria de Dos Passos, brevemente, y su vinculación española.
John Dos Passos llega por primera vez a España a finales de 1916, y su enamoramiento de nuestro país es inmediato. Le entusiasman las tradiciones y costumbres españolas, la pintura del Greco y de Velázquez, la literatura de la generación del 98. Sus viajes a España serán frecuentes a lo largo de las dos décadas siguientes, y en ellos encontrará inspiración para varios libros de tema español. Escribió por ejemplo un interesante reportaje sobre la II República. Tras la sublevación militar del 36 montó una productora cinematográfica que debía realizar películas de propaganda republicana. Sólo tras el viaje que realiza en abril de 1937 decae su interés por España y lo español, y de hecho pasarán veintitantos años antes de que vuelva a poner los pies en nuestro país.

4.-El libro es, sobre todo, la historia de una gran amistad. ¿Cómo fue esa relación, sostenida desde 1916 de manera definitiva en correspondencia, encuentros…? ¿Qué le sedujo tanto a Robles de Dos Passos y viceversa?
Tenían ambos muchas cosas en común, pero por encima de todo eran buenos amigos de sus amigos. Por eso el asesinato de Robles tuvo tantas consecuencias en la vida de Dos Passos: le enfrentó con el comunismo, provocó la ruptura de su amistad con Hemingway... A pesar de todo, Dos Passos siempre echaría de menos la antigua camaradería que le había unido a Hemingway.

5.-Es muy importante en tu trabajo y en esta historia el libro “Manhattan Transfer” de Dos Passos, cuyo traductor fue Robles Pazos.
“Manhattan Transfer” es probablemente el más importante de los libros de Dos Passos, al menos el más influyente. Incluso en España: “La colmena” de Camilo José Cela debe mucho a la novela de Dos Passos.

6.-De repente Robles, profesor en Estados Unidos, decide regresar a España durante la Guerra Civil y es nombrado traductor del Ministerio de la Guerra en Valencia.
En realidad, Robles estaba ya en España cuando se sublevan los militares, porque la familia tenía la costumbre de pasar en Madrid las largas vacaciones universitarias. Robles no dudó en ponerse al servicio de la República y su conocimiento de idiomas hizo que lo nombraran intérprete de uno de los principales consejeros militares soviéticos...

7.-Ahí aparece un personaje fascinante como Vladimir Gorev, que también será víctima de sus propios compañeros.
Gorev pasa por ser uno de los héroes de la defensa de Madrid. Su prestigio como militar ha sido reconocido por los principales militares republicanos. Pero mientras él y otros como él luchaban por defender la república española, en Moscú se estaba gestando una sangrienta purga dentro del ejército. Muchos, muchísimos de los militares destinados en España fueron poco después llamados a Moscú, condecorados por Stalin e inmediatamente ejecutados. Gorev fue uno de ellos.

8.-Robles Pazos desaparece en diciembre de 1936 y poco después es fusilado. ¿Por qué exactamente?
Las causas concretas son difíciles de precisar. En mi libro propongo varias hipótesis. Su asesinato es, en todo caso, una especie de prólogo a esa purga de los militares soviéticos.

9-Se llegó a decir que era un espía fascista y también que se le fusiló para que no hablara. ¿Qué cosas tan graves o tan inconvenientes para el poder comunista de la II República sabía?
Su condición de intérprete de Gorev le facilitaba el acceso a importantes informaciones secretas. Entre estas informaciones estaba por ejemplo el propósito de Stalin de acabar con los anarquistas españoles. Finalmente no conseguirían eliminar al sindicato anarquista, la CNT, pero sí al POUM, el partido de los comunistas disidentes. En cuanto a lo de que Robles era un espía, no es más que una calumnia con la que se quiso justificar su asesinato.

10. -¿Quiénes mataron en realidad a Robles Pazos? Ese es otro tema fundamental en la obra.
En mi libro doy algún nombre. Pero la cuestión de quién apretó finalmente el gatillo puede resultar secundaria. Lo fundamental es que la orden la dio la NKVD, la policía política soviética.

11. -El autor, tú, no interviene en la obra. Cuenta hechos, lee libros, extrae una reflexión tranquila y nada maniquea, pero es una feroz crítica de algunos comportamientos contra la moral totalitaria de la izquierda.
No quería ser yo quien contara la historia. Quería que la historia se contara a sí misma. Y la historia es por sí misma un alegato contra los totalitarismos: contra el totalitarismo estalinista, que asesinó a Robles, y contra el totalitarismo franquista, que condenó a muerte al hijo de Robles sólo porque se había alistado como soldado raso al ejército republicano.

12.Resulta conmovedora la obsesión de Dos Passos por esclarecer el asesinato de su amigo, cueste lo que le cueste.
Curiosamente, cuando Dos Passos llega a España no tiene ni idea de lo que le ha ocurrido a su amigo Robles. Y quien le informa no es otro que Coco, el hijo de éste, que entonces trabaja en la Oficina de Prensa Extranjera, el despacho por el que todos los periodistas y escritores extranjeros tienen que pasar para acreditarse. La consternación que le provocó la noticia es fácil de imaginar. No sólo luchó entonces por esclarecer lo ocurrido y defender la memoria de su amigo muerto, sino que acabó convirtiéndose en una especie de protector de la viuda y los huérfanos. Un ejemplo: Robles tenía contratado un seguro de vida en los Estados Unidos pero, como su cadáver nunca apareció, la casa de seguros se negaba a pagar, y fue Dos Passos quien pagó las cuotas del seguro para que la viuda, que seguía en España, no perdiera sus derechos.

13. ¿Cuál sería la conclusión general del trabajo? Parece inevitable concluir que este es un libro sobre las víctimas republicanas del comunismo, de la visión stalinista del mundo.
A estas alturas no creo que nadie se sorprenda de los extremos criminales que Stalin llegó a alcanzar. Lo que algunos todavía se resisten a aceptar es que Stalin trató de exportar a la España republicana algo del terror que por esas mismas fechas imperaba en Moscú. Robles fue la primera víctima española de esa barbarie, y Andreu Nin la más conocida. Lo curioso es que, en el exilio mexicano y debido a los matrimonios de las hijas de ambos, Robles y Nin acabarían emparentando póstumamente.

*Mañana, a las 22 horas, el programa "El Paseo" de RTVA dedica un monográfico de 55 minutos al libro "Enterrar a los muertos" de Ignacio Martínez de Pisón, que acaba de publicar Seix Barral. Se habla de Robles Pazos, de John Dos Passos, de Ernest Hemingway, de Rafael Alberti o de George Orwell, entre otros. El programa lo redifunden el miércoles por la mañana y el sábado a las 21 horas.
28/02/2005 22:43 Enlace permanente. sin tema Hay 5 comentarios.

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