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Se muestran los artículos pertenecientes a Septiembre de 2013.

ISABEL GONZÁLEZ: UN DIÁLOGO

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AVENTURAS DE VERANO / 40

Isabel González. Trabaja en infografía en 'El Mundo'. Escritora. 

-“El ser humano es el campo de batalla del caos y el orden”

 

-“Soy una chabacana musical”

Isabel González (Ejea de los Caballeros, Zaragoza, 1972) es autora del libro de cuentos ‘Casi tan salvaje’ (Páginas de Espuma), marcado por las relaciones humanas, la inquietud, el amor y el desamor y los paisajes de las afueras de Ejea, en buena parte. Trabaja en la sección de diseño y maquetación del diario ‘El Mundo’ y reside en Madrid.

-¿Qué te sientes más una escritora que diseña o una diseñadora que escribe?

-En mi casa suelen contar una anécdota. Mi bisabuelo era un hombre humilde, un pastor al que preguntaban: “¿Ambrosio, tú que eres pastor o persona?”. Mi bisabuelo respondía: “Pastor, ¿no lo ves o qué?”. Supongo que intentaban mofarse de él. Pero yo digo lo mismo. Depende de quien me vea.

 

-¿Cómo se ve el planeta desde la sección de maquetación y diseño e infografía de un periódico como ‘El Mundo’, donde trabaja?

-Como un zoo con especies de toda calaña. Lo curioso, ahora que caigo en la cuenta, es que yo también estoy dentro. Así que a lo mejor no soy más que otro bicho, un hipopótamo o un pingüino con pretensiones.

 

-¿Qué suele hacer en verano? ¿Es de playa, ciudad, montaña o pueblo?

-Lo que diferencia al verano del resto del año es que veo más a mis hijos, hago más deporte, leo menos, escribo menos y llevo menos ropa. Me encanta vestirme en un segundo. En verano soy de Menorca.

 

-¿Cuáles han sido el viaje y la ciudad de verano de su vida?

-De niña, mi familia solía veranear en Laredo. El Cantábrico es precioso, pero el tiempo resultaba frustrante. Recuerdo cómo disfrutaba mi padre cuando el parte metereológico anunciaba cuarenta grados en toda España… salvo en Laredo. Mientras, mi madre, mi hermana y yo, perfectamente equipadas para ir a la playa, mirábamos desesperadas la lluvia fina que volvía a caer en el exterior.

 

-El verano está asociado a la infancia y a la adolescencia, al amor, a los ritos de paso ¿Le persigue algún recuerdo especial?

-Me persiguen unas fiestas que pasé en Orés con mis amigas. Tuvimos que volver en la furgoneta del correo. Hasta ahí puedo contar.

 

-¿Qué le debe su imaginario de escritora a Ejea y sus afueras?

-Todo. Ahora está de moda llamar ‘no lugares’ a las afueras de los pueblos y de las ciudades. Eso es una tontería. Es como si los libros inclasificables los colocaran en una estantería de ‘no libros’. No conozco lugares más auténticos, lugares con más fuerza que esos extrarradios donde se mezcla civilización y naturaleza. Los pueblos también son algo así. Este pasado mes de julio sin ir más lejos, estaba en un parque de Ejea cuando el aire se levantó formando remolinos de basura y de polvo. Se acercaba una tormenta. Olía a humedad, y entonces, zas, apareció un corzo ante nuestros ojos. Sus zancadas resultaban extraordinarias fuera del bosque. Superaba sin esfuerzo bancos, columpios y arriates. Cualquier escollo. Parecía aterrorizado. Cruzó el río en un par de brincos y desapareció en el barrio alto. ¿De dónde salió, qué fue de él? Ni idea.

 

-¿Qué es lo que tiene la vida de salvaje? ¿Y el amor?

-Los colmillos y las cadenas; los corzos. Los colmillos y las cadenas; los corzos.

 

-¿Cuáles son sus canciones y sus conciertos del verano? ¿Y los libros que más le han marcado?

-Los corridos mexicanos del coche familiar de la niñez y los conciertos de la Orquesta Mondragón de la adolescencia. Soy una chabacana musical. Aunque para no quedar tan mal voy a decir que este verano estoy escuchando mucho a Mano Solo, un cantautor francés. En cuanto a los libros, me hace gracia esta pregunta. Yo siempre creí que era ‘Trópico de Cáncer’ de Henry Miller, pero el otro día encontré mi viejo y manoseado libro y resulta que era ‘Trópico de Capricornio’. No me extraña. Solo me leía las escenas interesantes.

 

-¿De qué se alimenta una escritora como usted? ¿De dónde surge esa escritura suya, tan próxima a la inquietud, a un misterio que tiene algo de terrible,  casi insoportable a veces? Aludo claro a su libro de cuentos ‘Casi tan salvaje’ (Páginas de Espuma).

-La poca —pero sabia por supuesto— gente que ha leído mi libro suele hablarme de eso, del terror, pero yo nunca he tenido conciencia de hablar de algo terrorífico sino de las cosas de la vida sin más pretensiones. Pienso que el ser humano es el campo de batalla del caos y el orden. Es una lucha fratricida, una guerra civil del alma. En ningún otro ser se da esta lucha.

 

-¿Cuál sería el menú de un día perfecto?

-Un día perfecto de verano es Menorca. He dormido en silencio absoluto, me he levantado muy temprano y me he ido a nadar a la playa desierta. Aún no hay nadie. El agua está en completa calma. Nado a crol. Veo algunas pastinacas en el fondo. El sol que comienza a salir me deslumbra cuando saco la cabeza para respirar. Acabo. Me seco tumbada en la arena, sin toalla. A partir de ahí, cualquier cosa es perfecta.

 

-¿Cuál ha sido el gran personaje, real o de ficción, de sus vacaciones?

-De pequeña mi gran personaje era yo conmigo misma y mi aburrimiento soberano. Me aburría muchísimo, pasaba horas columpiándome o lanzando la pelota contra una pared.

 

-¿Cómo fue su primera vez?

-La primera vez siempre es estupenda. El truco es llamarlo primera vez solo cuando sale bien. Lo demás, como en el fútbol o en el baloncesto. Encuentros preparatorios.

 

-¿Cuál es su vinculación con Aragón, con Zaragoza?

-Soy la primera aragonesa de una familia de origen riojano, una cosmopolita, así que me veo en la obligación de ser constantemente la más terca para demostrarlo. En cuanto a Zaragoza, recuerdo con muchísimo cariño los veranos que pasé haciendo prácticas de maquetación aquí, en HERALDO. Nos quisimos mucho. Creo. Ahora no paso mucho por Zaragoza, la verdad.

 

-¿Cuál es la mejor o la más extraña anécdota veraniega vinculada a su profesión?

-Si admitimos septiembre como verano —y yo lo hago porque aún llevaba manga corta—, el diez de septiembre de 1998 fue uno de los días más absurdos de mi profesión. Yo era una pipiola. Acababa de entrar a trabajar en ‘El Mundo’ cuando me enviaron a cubrir el ingreso de Vera y Barrionuevo en la cárcel de Guadalajara. Mi surrealista misión consistía en dibujar el centro penitenciario para hacer un gráfico. Que el color del ladrillo, la disposición arquitectónica y el recorrido de los susodichos hasta la puerta quedara lo más bello y preciso posible. Yo iba concentrada en eso, pero la gente que se arremolinaba frente a la cárcel estaba furibunda como es lógico. Empujaba, gritaba, me rompieron la camiseta de un tirón. Por eso me acuerdo de que llevaba manga corta. Además saqué fotos y las pegué en mi álbum de modo que ahora, cuando lo abro, aparecen mis padres, mis tíos, mis hermanos y Vera y Barrionuevo.

06/09/2013 00:25 Antón Castro Enlace permanente. Escritores No hay comentarios. Comentar.

MANUEL VILAS: VERANO, AMOR Y VIAJE

AVENTURAS DE VERANO / 11

 

Manuel Vilas. Escritor.

 

 

-“El sexo mueve el mundo y sabemos poco de él”

  

Manuel Vilas (Barbastro, Huesca, 1962) es poeta y narrador. Entre otros títulos, como los poemarios ‘Gran Vilas’ o las novelas ‘Aire nuestro’ y ‘Los inmortales’, es autor de ‘El luminoso regalo’ (Alfaguara, 2013), donde aborda el erotismo y el sexo explícito.

 -1. ¿Qué hace un escritor como usted en verano? 

 

Leer y escribir. Nadar, me encanta nadar. Y escuchar a Sixto Rodríguez y Neil Diamond todos los días, tres o cuatro horas mínimo.

 

-2.¿Es de playa, ciudad, montaña o pueblo?

Me gusta todo. Me gusta mucho el mar, nadar en el mar. Nadar mucho en la playa y luego tomarme una cerveza muy fría y mirar la luz sobre el mar. Suelo ir a la playa. Me encanta que haya tantas variedades de cerveza. Me encanta descubrir nuevas cervezas.

 

-3. ¿Qué hace diferente en verano al resto del año? Leyéndole últimamente me ha dado la impresión de que el verano le produce una sensación no sé si de fatiga o algo así...

En mi literatura siempre ha habido una exaltación del verano, porque en España el verano es la gran estación, la gran fiesta de los sentidos y de la corporalidad. España es calor. Sí que es cierto es que este verano, en concreto, quiero descansar, dormir mucho. También quiero leer un montón de libros que me han quedado pendientes. Un verano tranquilo, eso quiero.

 

-4. ¿Cuál ha sido el viaje de verano de su vida? ¿Y la ciudad a la que has viajado?

Creo que la primera vez que estuve en Nueva York. Mis dos ciudades favoritas (y he estado en muchas) son La Habana y Nueva York. En las dos he sido muy feliz y en las dos he estado en verano. A La Habana he ido más. Me fundo con las ciudades a las que viajo. Y la ciudad de mi alma es Barbastro, donde nací y de donde soy y siempre seré. Barbastro es, en realidad, más hermosa que Nueva York. Creo que me gusta el mundo entero.

 

-5. El verano está asociado a la infancia y a la adolescencia. ¿Le persigue algún recuerdo especial?

 

Mis vacaciones familiares, cuando era un niño, ocurrían en Cambrils. Mi padre nos llevaba, mientras se pudo económicamente, hasta la crisis del 73, un par de semanas a la playa, a veces casi tres semanas. Me gusta mucho Cambrils. Me persiguen miles de recuerdos de cuando era un adolescente. En Cambrils, a principios de los setenta, veías cómo eran los europeos, y por muy crío que fueses enseguida te dabas cuenta de que España tenía un problema social, político, estético.

 

-6. ¿Cuáles han sido los libros de algunos veranos inolvidables?

Recuerdo una noche de verano en Barbastro, tenía diecisiete años, me quedé hasta las seis de la mañana hasta que acabé ‘Rojo y Negro’ de Sthendal. No podía dejar de leer. Hoy no lo haría ni loco.

 

-7. Habla mucho de rocanrol. ¿Qué le ha dado el rock y cuáles serían las canciones y los discos que más le han marcado?

A los treces años escuché el ‘Rock´n´Roll Animal’ de Lou Reed y mi vida cambió. ‘Sweet Jane’ me fascinó desde el primer minuto. Me quedé atónito, perplejo ante esa canción que abre el disco. Vi una forma de vida diferente en esa canción. Luego vino mi pasión por Lou Reed, por Dylan, por la Velvet, por los Stones, por Bowie, por Joy Division, por Johnny Cash, etc, etc. Y ahora por Sixto Rodríguez.

 

-7. ¿Qué lugar ocupa el sexo en su vida y en nuestras vidas?

Creo que el erotismo es nuestra asignatura pendiente y en él reside lo que somos como especie. “El luminoso regalo” (Alfaguara, 2013), mi última novela, aborda ese tema desde el sexo explícito. El sexo mueve el mundo. Y sabemos poco de él. Freud murió en 1939 y desde Freud no ha habido novedades significativas. Lacan, Bataille, Zizek son hijos de Freud. Hemos llamado civilización a la cauterización del erotismo. Hemos reprimido el sexo a través del culto al trabajo. Luis Cernuda dijo “El Amor, única luz del mundo”.

 

 

-9. ¿Cuál sería el menú de un día perfecto?

Me gusta mucho la comida japonesa. Un buen restaurante japonés con un buen vino blanco, muy frío, del Somontano. Soy de Barbastro, y por muy japonés que me ponga el vino ha de ser de Barbastro.

 

-10. ¿Cuál ha sido el gran personaje, real o de ficción, de sus vacaciones?

He tenido varios. Soy mitómano. Ahora me gusta mucho Jay Gatsby. La novela de Fitzgerald, ‘El gran Gatsby’, ocurre en un verano neoyorquino sofocante.

 

11. ¿Cómo fue tu primera vez?

De mi primera vez recuerdo el deslumbramiento táctil ante la humedad del sexo femenino, ante esa agua almibarada, había alegría y euforia en esa humedad extensa y tibia.

 

-12. ¿Cuál es su relación con las nuevas tecnologías? Es muy activo en Facebook. ¿Es un campo de pruebas, el borrador de un libro futuro?

Utilizo Facebook como un formato literario. Para mi Facebook es literatura y todo lo que escribo allí es literatura. En noviembre sale un libro con mis estados de Facebook. Me hace mucha ilusión ese libro. Fue una idea de la poeta y editora Elena Medel. Creo que ese libro va a ser un bombazo.

 

13. ¿Cuál es la mejor, la más extraña o sorprendente anécdota veraniega vinculada a tu profesión?

Cuando España ganó el mundial de fútbol, me inventé una entrevista ficticia a Sara Carbonero, tras el beso de Iker Casillas. Mucha gente creyó que esa entrevista era real. Se llegó a reproducir en medios de comunicación. No sigo porque aún tiemblo de pánico.

 

 

06/09/2013 00:32 Antón Castro Enlace permanente. Escritores No hay comentarios. Comentar.

MUERE MARÍA ROSARIO DE PARADA

Adiós a María Rosario de Parada

 

La periodista y escritora, autora de ensayos y novelas, ha fallecido a los 92 años.

 

Antón Castro

Ayer por la mañana, hacia las ocho, fallecía en Zaragoza la periodista y escritora María Rosario de Parada, una mujer que se dedicó a la escritura por pura vocación. Por necesidad. Por deseo de comunicar. Nació en Zaragoza en 1921, fue madre de cinco hijos de su unión con su marido y cómplice Hernán Palacio. A principios de los años 50, cuando las cosas en España no eran demasiado esperanzadoras, con dos máquinas tricotosas, ella, su esposo y sus hijos se marcharon a Argentina. Vivieron allí, en Mar de Plata, dos largos años: María Rosario, Maruja para los amigos, hacía jerséis, atendía a su familia, contó con una asistenta de origen italiano y antecedentes españoles como Erminda Borghetti (a que le dedicaría una novela de amor y desesperación: ‘Erminda Borghetti’) y leía cuanto podía.

En 1959 logró uno de sus grandes sueños: empezó a trabajar en la prensa, trabajaría en ‘El Noticiero’, ‘Amanecer’, ‘Hoja del lunes’, fue corresponsal de ‘Diario de Barcelona’. En estos medios firmó de todo: reportajes, textos de opinión, entrevistas, crónicas políticas. Fue, con Gloria Arias, una de las pioneras de la mujer en la prensa. Más tarde, colaboró con el ‘Anuario de Aragón’, y sería reconocida por la Asociación de la Prensa de Aragón y presidiría la Asociación Aragonesa de Amigos del Libro.

Los años 90 fueron especialmente estimulantes para ella: firmó varios libros como ‘Ferrocarril a Francia por Canfranc’, una de sus obsesiones, ‘El pueblo gitano en España y Aragón’ o un libro misceláneo como ‘El manifiesto de un jubilado’, e incluso una pequeña historia de Santa Cruz de la Serós, que era su paraíso en la tierra. Entre sus novelas destacan esencialmente tres: ‘Entre dos fuegos’, donde se cuenta una historia real, de amor, tensión y violencia, que sucedió en su finca de La Mezquita en el entorno de La Sotonera y la Hoya de Huesca, en vísperas de la Guerra Civil, la citada ‘Erminda Borghetti’, que conoció dos ediciones (la segunda, impecable,  a cargo de Gerardo Alquézar), y es un amargo retrato de mujer, vapuleada por el destino en tiempos de Eva Perón, y ‘El testamento de la reina’, su peculiar mirada hacia Isabel la Católica y la difícil relación que tuvo con su marido Fernando de Aragón.

María Rosario de Parada fue una mujer vitalista, que superó pruebas durísimas: la muerte de un hijo, arrollado por un tranvía en el Coso, la pérdida de otro posteriormente, y el adiós de Hernán, su esposo, apasionado de los libros y especialmente de la encuadernación. María Rosario, Maruja, trabajó hasta que perdió la vista hace algo más de dos años: entonces, de una vitalidad arrolladora, soñó las narraciones, las vidas que no había podido escribir. En 2011, Carmen Bandrés le dedicó una biografía: ‘María Rosario de Parada. El arte de vivir’ (Huerga & Fierro). Un elogio, una vindicación y un homenaje a una mujer esencialmente buena que encontró uno de sus mayores placeres intelectuales durante la redacción de su libro ‘Conversaciones con Pedro Laín Entralgo’ (1994). Hoy será enterrada en Santa Cruz de la Serós, adonde solía retirarse todos los veranos con una hermana y con un pelotón de nietos. Allí era inmensamente feliz.

14/09/2013 12:32 Antón Castro Enlace permanente. Escritores No hay comentarios. Comentar.

'LA CULTURA Y LA VIDA': UN NUEVO LIBRO DE SERGIO VILA-SANJUÁN

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“En el invierno de 1933, Eliade se veía de nuevo atrapado entre dos amores. Por un lado, el que le ligaba a la voluptuosa y temperamental Sorana, una actriz de teatro con la que mantenía encuentros sexuales de ¡una decena de ‘performances’ seguidas! (“no me parecía extraño entonces”, afirma Eliade con sorprendente canddor, si es que es sincero). La otra relación la mantenía con Nina Mares, a la que había conocido a través de su amigo, el escritor judío Mihail Sebastian. Nina, divorciada y con una hija, espíritu equilibrado y doméstico que le pasaba a máquina sus manuscritos, fue la elegida, y con ella finalmente marchó a vivir a un apartamento en el que hoy es bulevar Dacia, 141. Este edificio sí se conserva, y en la casa hay otra placa evocadora”.

Fragmento del texto ‘Un paseo por el Bucarest de Mircea Eliade’ del sugerente libro ‘La cultura y la vida. Catorce crónicas de escritores, artistas, cambios de época y aventuras creativas’ que acaba de publicar Librosdevanguardia. En el libro se recogen artículos sobre José Donoso, la cocina de Ferran Adrià, el museo de bibliófilos Bodmer de Ginebra o de los hermanos Josep y Pere Santilari, a los que David Trueba les dedicó una película. Y en la segunda parte, centrada en ‘Barcelona ciudad abierta’ habla de Ferrer Guardia, de la activista cultural Isabel Llorach o de ese sabido de libros y de arte, aragonés, llamado Luis Monreal.

EL CUENTO DE ANDAR EN BICICLETA

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El cuento de andar en bicicleta

La libertad de la imaginación en bicicleta

 

ANTÓN CASTRO

Horacio Quiroga, uno de los más grandes narradores latinoamericanos, era un apasionado de la bicicleta. En 1897, tras un viaje que realizó entre Salto y Paysandú, explicó las claves de su afición: “El gran atractivo de la bicicleta consiste en transportarse, llevarse uno mismo, devorar distancias, asombrar al cronógrafo, y exclamar al fin de la carrera: mis fuerzas me han traído”. Quiroga fundó, con su amigo Carlos Berruti, el Club Ciclista Salteño y en 1900 se desplazaría en París, la tierra prometida para los creadores, y diría: “Yo fui a París solo por la bicicleta”. Otro de sus discípulos, el gran Julio Cortázar, intentó explicar en qué consistía un cuento y dijo: “Aunque parezca broma, un cuento es como andar en bicicleta”. La historia de la bicicleta es un cuento en sí mismo y está plagada de personajes, de narraciones, de aventuras, de historias increíbles y cotidianas que han dado lugar a numerosos libros.

El origen de la llegada de la bicicleta a España, al menos en una de las conjeturas más utilizadas, está envuelto en una atmósfera de fábula. El polígrafo regeneracionista Joaquín Costa (1846-1911) logró ir, como albañil, a la Exposición Internacional de París de 1867. Consiguió que el cacique oscense Manuel Camo intercediese por él y fue seleccionado entre la docena de “artesanos discípulos observadores” que acudieron en representación de España. En su estancia de tres meses en París aprendió mucho y escribió de casi todo. Un día, en el pabellón de inventos, vio la bicicleta de Ernst Michaux, que había patentado en 1860. Se quedó fascinado: le pareció un descubrimiento más o menos prodigioso. Sacó su papel de fumar y dibujó la máquina con todo lujo de detalles. Mandó sus dibujos a Huesca, a sus amigos ilustrados como Vicente Cajal, ingenieros algunos de ellos, y estos les pasaron los papelillos a tres mecánicos de la ciudad: Mariano, José y Nicomedes Catalán.

Los escritores siempre han tenido una vinculación especial con la bicicleta, como cualquier ciudadano, y la han elevado a categoría de metáfora. Es un medio de transporte, un privilegiado lugar de contemplación del paisaje, tiene algo de aventura íntima que facilita la reflexión y el dominio de los espacios “con esa velocidad arrulladora y despreocupada del paseo”, tal como ha escrito Valeria Luiselli en el libro Papeles falsos (Sexto Piso, 2010). Allí, entre otras cosas, desliza otra observación que tendría bastante que ver con la idea de Cortázar: “El que ha encontrado en el ciclismo una ocupación desinteresada de resultados últimos, sabe que es dueño de una rara libertad sólo equiparable con la de la imaginación”.

Montar en bicicleta también es terapéutico. Arthur Conan Doyle, que solía pasear en tándem con su esposa, escribió: “Cuando el día se vuelva oscuro, cuando el trabajo parezca monótono, cuando resulte difícil conservar la esperanza, simplemente sube a una bicicleta y da un paseo por la carretera sin pensar en nada más”. H. G. Wells aún fue algo más allá: “Siempre que veo a un adulto encima de una bicicleta recupero la esperanza en el futuro de la raza humana”. Albert Einstein, otro enamorado de la bicicleta, insistió por ese camino: “La vida es como montar en bicicleta. Para mantener el equilibrio hay que seguir pedaleando (...) Descubrí la Teoría de la Relatividad mientras iba en bicicleta”. Lev Tólstoi aprendió a montar en bicicleta a los 67 años y convirtió esa pasión tardía en una de sus ocupaciones favoritas para el ocio. Y ya puestos a ser específicos, el periodista y escritor Christopher Morley dijo: “Seguramente la bicicleta será siempre el vehículo de los novelistas y los poetas”. Fue, al menos sentimentalmente, el vehículo de Pablo Neruda, que le dedicó en 1955 una espléndida y breve oda.

La bicicleta también fue a menudo el vehículo de Gabriela Mistral. Y de Alejandra Pizarnik. Y de Sylvia Plath, pongamos por caso. Y de Marie y Pierre Curie: ellos se casaron en una ceremonia modesta, recibieron un poco de dinero, adquirieron dos bicicletas e hicieron su luna de miel por distintos lugares de Francia en 1895. Y, entre nosotros, Juan Carlos Mestre ha publicado La bicicleta del panadero (Calambur, 2012), un poemario casi novelesco cuyo título rinde homenaje a su padre, aunque la bicicleta no aparezca explícitamente.

Hay muchos poemas dedicados a la bicicleta, claro. Pero quizá cabría decir que la bicicleta ha tenido una mayor presencia entre los novelistas y cuentistas. Hace muy poco, Demipage publicaba Diez bicicletas para treinta sonámbulos, un libro realmente imaginativo y plural donde hay multiplicidad de perspectivas y de relatos, algunos del género del microcuento. Isabel Mellado, que también es violinista, escribe  en ‘Un pentagrama’: “Andar en bicicleta es silbar con las piernas. Vueltas y más vueltas, y otra, y todavía una más. Compases que son párpados, que son días. Hacia adelante o hacia atrás. Ritmo, velocidad y trayecto. ¿Solo tengo que buscarte en la esquina correcta de la lengua?”. Elsa Fernández Santos hace un recorrido por la presencia de la bicicleta en la música, en el arte, en el cine y en la televisión (inevitable Verano azul), y Luis Eduardo Aute le dedica este suspiro cinéfilo a El ladrón de bicicletas de Vittorio de Sica: “A 24 imágenes por segundo y en blanco y negro, el ladrón escapó montado en una bicicleta que dibujó sobre el muro de la comisaria”. Entre otros, Ricardo Menéndez Salmón ofrece un desconcertante y kafkiano cuento, ‘Kafka en bicicleta’; José Ovejero fantasea alrededor de un viaje a Australia; Fernando Aramburu propone una pelea pugilística con bicicleta entre Tirolín y Taylor; Juan Gracia Armendáriz escribe: “Llevo diez años montado en esta bicicleta. Sudo tinta, destino palabras”. Marta Sanz evoca las secuencias de su iniciación a los ocho años: “Aprendo a montar en bicicleta con la misma facilidad con la que aprendo a nadar o a deducir el mínimo común múltiplo”.

Luis Landero asocia las bicicletas a la niñez, a la idea de transporte y al trabajo. Diez bicicletas para treinta sonámbulos es un libro muy misceláneo, original e imaginativo, lleno de sorpresas, con un finísimo prólogo de Eloy Tizón. Por poner otro ejemplo, Santiago Auserón y Catherine François escriben a cuatro manos un diálogo entre Gran Rueda y la Rueda Pequeña de un velocípedo. Participan también varios poetas: Jordi Doce, Álvaro Valverde, Andrés Neuman, Felipe Benítez Reyes o el ya citado Juan Carlos Mestre.

Hay otros nombres claves vinculados a la bicicleta. Uno de los libros más conmovedores es Mi vida al aire (1988), una suerte de autobiografía de naturalista y deportista de Miguel Delibes, donde convergen varias de sus pasiones: el fútbol, la bicicleta, la moto, la pesca, la natación y la caza. El texto ‘Mi querida bicicleta’, que se había publicado aparte, es una auténtica maravilla. Quizá el episodio más bonito tiene que ver con el noviazgo con Ángeles Castro. Dice Delibes: “Pero cuando la bicicleta se me reveló como un vehículo eficaz, de amplias posibilidades, cuya autonomía dependía de la energía de mis piernas, fue el día que me enamoré”. Delibes veraneaba en Molledo-Portolín (Santander) y su novia en Sedano (Burgos), a cien kilómetros de distancia, y decidió emprender un viaje que repetiría en muchas ocasiones: “Recuerdo aquel primer viaje que hice a Sedano, como un día feliz. Sol amable, bruma ligera, brisa tibia, la bicicleta rodando sola, sin manos, varga abajo, un grato aroma a heno y boñiga seca estimulándome. Me parece recordar que cantaba a voz en cuello, con mi mal oído proverbial, fragmentos de zarzuela sin temor a ser escuchado por nadie, sintiéndome dueño del mundo”. La historia de amor con Ángeles y con la bici tendrá un suceso entre cómico e inverosímil, cuando ya casados, Delibes confiesa que “intenté incorporar a mi mujer a mis veleidades ciclistas y en la petición de mano, además de la inevitable pulsera, le regalé una bicicleta amarilla de nombre Velox”. Por cierto, este texto fue incluido en una antología muy recomendable: Mi querida bicicleta. Cuentos de ciclismo de Holanda y España (Experimental, 2009).

Miguel Delibes es un clásico. Y con él debemos situar a otros clásicos: Hemingway ha expresado a menudo su pasión por la bicicleta, especialmente en el libro póstumo Fiesta: “Comencé a escribir muchas historias que trataban de las carreras de ciclismo, pero nunca se acercaron a lo magníficas que son las carreras reales, ya sean bajo techo, al aire libre, de pista o de ruta”. Otro enamorado de la bicicleta fue Ray Bradbury. Y Henry Miller, retratado a menudo con su máquina.

En la correspondencia cruzada entre Paul Auster y J. M. Coetzee, Aquí y ahora. Cartas 2008-2011 (Mondadori, 2012) descubríamos que el Nobel sudafricano es un apasionado de la bicicleta y que se traslada por el mundo, con varios amigos, para correr en bicicleta. Aquí le cuenta a su amigo un gozoso viaje por Francia. En distintos momentos de su obra aparece la máquina: por ejemplo en Infancia (Mondadori acaba de publicar en un único tomo Escenas de una vida de provincia que recoge Infancia, Juventud y Verano, revisadas todas ellas para la nueva edición), el hijo y el padre se avergüenzan de que la madre cumpla uno de sus sueños: desplazarse sobre dos ruedas. La presionan tanto que dejará de hacerlo. En Hombre lento, su protagonista Paul Rayment, fotógrafo profesional, perderá una pierna tras un accidente de bicicleta.

El escritor Amos Oz, autor israelí candidato al Premio Nobel año tras año, firmó La bicicleta de Sumji (Siruela, 2005; ilustraciones de Joaquín Peña), que relata la historia de un niño de once años al que su tío Zémaj le regala una bicicleta, para niñas, que es motivo de  burla. El libro es, ante todo, el relato de un soñador, de alguien que inventa territorios y su propio mapa de la imaginación.

Hay sin duda otros libros y otros autores interesados por la bicicleta: Miguel Mena firmó Paisaje del ciclista (Mira editores, 1991), que es un diario y un libro de viajes, y Cambio de marcha (Alba, 2002), una novela de intriga que sucede durante un viaje por el Camino de Santiago y pone a prueba la relación y la amistad de los protagonistas que viajan en bicicleta. Sergi Pàmies publicó una espléndida colección de relatos, La bicicleta estática (Anagrama, 2010), de  inspiración autobiográfica y familiar que constituye una mirada a la madurez. En catalán Llucia Ramis publicó Tot allò que una tarda morí amb les bicicletes (Ed. Columna, 2012. Existe edición castellana en Libros del asteroide de 2013), que es un viaje a los secretos de familia y a su propio pasado casi a tumba abierta, como cuando intentas consumar una escapada.   Javier Sebastián es autor de El ciclista de Chernóbil (DVD, 2011) que es una visión, un cuarto de siglo después, de la catástrofe de la central nuclear. Ramón Bodegas publicó El ciclista solitario (Siruela, 2004), donde cuenta la historia de Cosmés que recorre poblaciones, calzadas, valles, montes y praderas como quien huye de sí mismo. Ese personaje se parece un poco al músico David Byrne, autor de Diarios de motocicleta (Mondadori, 2011), la crónica de treinta años de travesía en bicicleta portátil a lo largo y ancho del mundo que está llena de instantáneas, de historias, de edificios, de calles, de países y ciudades, de sueños. Un libro atractivo en el que se puede entrar y salir por cualquier sitio. Lord Charles Beresford (1846-1919) dijo: “Aquel que inventase la bicicleta merece el agradecimiento de la humanidad”. Parece fácil estar de acuerdo con él.

 

AUTOBIOGRAFÍA SOBRE DOS RUEDAS

 

Antón CASTRO

Mis dos primeros recuerdos están vinculados a la bicicleta. Mi padre, que iba en bicicleta al trabajo a las canteras de A Grela, A Coruña, me sentó en el transportín y me llevó a la casa en A Maceira donde había servido desde los ocho años hasta su servicio militar en Melilla. Fue un viaje increíble: de vez en cuando giraba la cabeza y me preguntaba si todo iba bien, si me gustaba que me diese el viento en la cara y si no tenía miedo. Claro que lo tenía pero creo que no se lo dije. Cuando llegamos todo me pareció extraordinario: me presentó a aquella gente, que eran sus segundos padres, y entramos en una especie de cobertizo donde había una mujer loca que se alegró mucho de verlo. Mi padre, que era más bien lacónico, me dijo: “Esta es la hermana enferma que me dio la vida en una casa ajena”. No sé si la frase es un recuerdo inventado, pero sí percibí cómo mi padre la trataba con inmensa dulzura, cómo se dejaba arrullar por una voz que parecía un llanto sordo o una acumulación caótica de sonidos intraducibles como ayes de cristal. Aquella joven, nunca supe su nombre, vivía recluida en una suerte de establo que tenía un camastro. Después, mi padre me enseñó la huerta, los campos de siembra y algo que siempre me ha gustado mucho: el hogar, con sus cadieras y una chimenea inmensa, donde se colgaban los jamones.

Pocos días después volvió a subirme a su bicicleta y me llevó a casa de mis abuelos maternos. Conservo recuerdos borrosos, vi el precioso hórreo con vistas sobre el valle de Larín. Se torció todo muy pronto: mi padre y mi abuelo se pusieron a discutir. Y yo me eché a llorar, agarrado a la falda de mi abuela Pilar. En un determinado momento, cuando las voces se habían vuelto airadas, como si fueran a pegarse, creo que dije: “Papá, vamos a casa”. Me sentó de nuevo en el transportín y se puso a pedalear. El trayecto de vuelta era más difícil, con cuestas, y empezaba a caer la noche. A lo lejos, cuando salíamos a un claro del bosque, se veía el mar. El mar de Barrañán, desdibujado en la lejanía bajo las últimas luces del crepúsculo. Con el miedo en el cuerpo, me agarraba a mi padre. Ninguno de los dos decía nada. Jamás me volvió a llevar en su bicicleta. Si le pedía que lo hiciera, su respuesta siempre era la misma: “La bicicleta no es para jugar. Es como la pota de la comida: un instrumento de trabajo. Recuérdalo bien”.

Desde luego. Pronto, un domingo por la tarde, tuve una visión que entonces, y aún hoy, me parece insólita. El C. F. Peñarol, de Lañas, que así se llamaba mi pueblo que contaba con una pequeña estación de autobuses y varios molinos de agua, recibía al Penouqueira, de Arteixo, la localidad de Arsenio Iglesias y de Inditex. Y de repente, media hora de antes se iniciase el choque, empezaron a llegar ciclistas  y ciclistas, chicos jóvenes un poco mayores que yo del pueblo vecino: todos venían envueltos en impermeables de colores, verdes y amarillos, sobre todo; no tardaría en saber que se los habían hecho ellos mismos o sus madres. Tuve la sensación de que eran extraterrestres o astronautas o aparecidos de una tarde de llovizna. Esa imagen no se me ha borrado de la cabeza. Me di cuenta de que para ellos la bicicleta no era exactamente un instrumento de trabajo. O quizá sí: era una máquina para pasear, para llegar a los sitios, para divertirse, y podía disfrutarse así, con un protector contra la tormenta o el orballo.

No tuve bicicleta en la adolescencia. Mi padre, que era temeroso, siempre tenía la misma respuesta: “¿Para qué la quieres? ¿Para matarte?”. Sin embargo, aprendí a montar pronto y los gemelos Dubra, que tenía una roja y una azul, me dejaban una de las suyas. Era extraordinariamente feliz. Por entonces ya amaba el ciclismo e iba siempre, a través de la radio y la televisión, con Eddy Merckx, pero también con algunos ciclistas más modestos: José Luis Abilleira, en la montaña, o José Pesarrodona, buen contrarrelojista. Lo que hacía, montado en la bici, era radiar etapas del Tour o de la Vuelta. Pedaleaba, por el llano o por la montaña, y hablaba y hablaba sin parar: Merckx corona en Mont Ventoux, Ocaña lo pierde todo en una caída, Joop Zoetemelk y Raymond Poulidor rivalizan en la subida a Val Louron. Aquellas carreras en solitario se parecían mucho a la alegría. Luego, apostado en un rincón del campo de fútbol, Barral, el sabio de ciclismo, explicaba el secreto de las escapadas, de la contrarreloj por equipos o la importancia de puntuar en las metas volantes. Era su modo elíptico de realizar un análisis de la clasificación general del Tour.

He vivido en distintos pueblos de Teruel: Cantavieja, “la bienamada de Cabrera”, Urrea de Gaén, el pueblo natal de Pedro Laín Entralgo, o La Iglesuela del Cid, donde Manuel Vicent pasó temporadas en su adolescencia. Ahí empecé a tener mi primera bicicleta. Rozaba ya los cuarenta años. Al trasladarme a Garrapinillos, un barrio de Zaragoza que está situado cerca del Canal Imperial y del aeropuerto, me reencontré con la bicicleta de otro modo. Un verano hice casi mil kilómetros. Y al siguiente, cerca de dos mil, siempre por mi entorno: Pinseque, Utebo, el Canal Imperial o Casetas, el barrio donde nació el escritor y periodista Antonio G. Iturbe.

A lomos de la bicicleta el motor eres tú mismo, la fuerza son tus piernas, la lucidez y la tranquilidad son tu estado de ánimo: el deseo de disfrutar sin aspavientos. Cuando inicié esta segunda salida, por decirlo así, al modo cervantino, me di cuenta de que quería escribir un libro sobre el paseo en bicicleta. Quería contar las sensaciones, hablar de ese dominio de los espacios y del paisaje, de los olores que te invaden, de lo que ves (las piscinas, los jardines, las fincas de maíz, los senderos que van y vienen, las higueras del camino que te ofrecen sus frutos y una promesa de sombra), quería hablar de esa impresión de esa sensación de gozo absoluto, de dominio. Con o sin cansancio, se agudizan la sensibilidad y el instinto de observación. Sobre el sillín el mundo uno se ve de otro modo: el paseo es la metáfora del movimiento, de la vida. Tiene algo de conquista del aire y de uno mismo. El esfuerzo es gozoso y estimulante: te llevas a ti mismo. Y todos tus sentidos se abren y se disparan en mil direcciones: te conviertes, de entrada, en un coleccionista de paisajes, en un fotógrafo que compone un sinfín de instantáneas imaginarias, experimentas un sentido de la libertad casi inefable. La libertad, pura y primitiva, también es eso: pedalear, recorrer kilómetros, adueñarte de los relieves de la calzada, pugnar contra uno mismo, querer ir más allá casi siempre. Querer ir. En la bicicleta se ensancha la imaginación y se piensa, se redactan aforismos mentalmente, se escriben los primeros poemas.

Como tenía en la cabeza la idea de escribir un poemario, en verso y prosa, surgió casi con espontaneidad. Un día, a orillas del Canal Imperial, pescaban un padre, escritor y pedagogo, Víctor Juan Borroy, y su hijo Guillermo. Me paré a saludarlos, sin saber que de ese encuentro iba a nacer el primer poema, el arranque de todo. Víctor me habló de Ramón Acín, el pintor y escultor anarquista que expuso en Barcelona en los años 30, y conté su historia: la relación con sus hijas, con su mujer Conchita, pianista y tenista en Huesca, y con el perro Toby.

Todos los días, como si estuviera iluminado por dentro, regresaba a casa con un poema en potencia: con un poema en verso o prosa, con una historia (que a veces nacía de la contemplación de una casa abandonada o de una amazona que intentar dominar una hermosa yegua en un picadero), con una intuición, con una inquietud. Así, a medida que redondeaba la autobiografía del ciclista de verano, también descubría vínculos de otras criaturas con la bicicleta: la cantante Nico, que murió a consecuencia de una caída; Pierre y Marie Curie, que hicieron su luna de miel en bicicleta por los caminos y las carreteras secundarias de Francia; el escritor Horacio Quiroga; el ciclista rebelde Laurent Fignon, el realizador Jacques Tati, que hizo una película inolvidable como Día de fiesta, protagonizada por un cartero en bicicleta. Así nació uno de los libros de mi vida: El paseo en bicicleta (Olifante, 2011). Contiene, también, mi declaración de amor a Zaragoza, la ciudad que me acogió en 1978.

La bicicleta le ha dado alas a mi imaginación. Le ha dado alas a mi fantasía. Y a la vez es algo muy cotidiano: encarna el movimiento, una velocidad más o menos sensata, y la medida de mis posibilidades. Es un lapso de intimidad muy particular: vas contigo y con tus pensamientos, y estás en el mundo. Te buscas y te encuentras. Pareces decirte: “Allá voy con la certeza de que la meta / está cerca o muy lejos: / sobre mi piel o enterrada / en un misterioso cuarto de mi sangre. / Allá voy y a mí mismo me persigo”.  A lo lejos, en los días de nitidez, ves la cumbre del Moncayo que inspiró a Antonio Machado y a Gustavo Adolfo Bécquer. Piensas y recuerdas. Escarbas en tu propia memoria. Sueñas con los ojos muy abiertos. Me gustan más las pequeñas subidas que los descensos. Ahí, con sacrificio y dolor, el ritmo depende de tus fuerzas. Te mides. En los descensos, todo es más ingobernable y a la vez ese descontrol resulta fascinante: se saborea más cuando no tienes miedo y te dejas ir, a tumba abierta, seguro, confiado, con una peligrosa y temeraria felicidad dibujada en el rostro. Descender bien es un arte.    

 

DOS POEMAS

PEDALEAR PARA VER                                       

 

 

No sé si tengo rumbo fijo cuando salgo a la carretera.

No sé muy bien qué busco ni por qué pedaleo: me dejo

ir por aquí y por allá por calzadas de firme irregular

que se extienden y se curvan a la orilla del campo.

Avanzo y retrocedo a la vez: recorro kilómetros,

transito por llanos y hondonadas, me atrevo con las cuestas,

y aspiro los diversos olores del heno y de la huerta,

de los cereales y de los matorrales florecidos.

Y a la vez regreso a los lugares de la memoria, a una edad

incierta en que yo me sentía un niño de aldea,

un pescador en el río y un investigador de las estaciones,

temeroso de la lluvia, de las sendas y de los maizales,

aquellos maizales que afilaban sus puñales en el temblor del aire.

Ahora mi casa está lejos, casi retirada, entre las acequias

y el silencio. De ella parto y a ella vuelvo, empapado de sudor

y de un cansancio que podría llamarse felicidad y lasitud.

En mi deambular tengo la sensación de que, más que

un campeón doliente o un esforzado del ciclismo,

soy un peregrino y un fotógrafo que busca la mejor posición.

Esas encrucijadas desde donde todo es más nítido:

la lámina ocre de las fincas, los muros de fronda,

las torres diseminadas a la sombra de las higueras,

las diversas luces que se elevan más allá del horizonte…

Vaya donde vaya siempre diviso esa iglesia de Ricardo Magdalena

que es un faro, un puerto seguro: ese lugar donde

el viento se sienta a conversar con la música de la fuente.

 

BARRAL

 

A Diego y Jorge Rodríguez.

Para todos era Barral. Barral el solitario,

que no iba a la escuela ni trabajó nunca,

el loco de atar, el joven extraño que conocía

el misterio de las mareas y el corazón de los pistilos.

El extraño Barral que, de repente, impartía una lección

sobre los caballos extraviados en el monte

o sobre el penúltimo plan urbanístico municipal.

Barral, el que se enfadaba con las lluvias de agosto.

Barral, el profeta: siempre sabía quién iba a ganar

en el fútbol, en el baloncesto o en el ciclismo.

Eran los años de Merckx, de Van Impe, de Poulidor.

Eran los años en que Fuente y Ocaña se odiaban

y pugnaban sin descanso en todas las montañas.

Nadie sabía más de ciclismo que Barral, que tenía

una hermana anchurosa de caderas como una odalisca,

la mejor promesa de felicidad y de tentación

para pecar cuando solo se tienen quince años.                  

En el bar o en las noches de tertulia en el campo

Barral imponía sus conocimientos: de bicicletas,

de estrategias, de holandeses y belgas, de escaladores

franceses y españoles, de contrarrelojistas como Anquetil.

Cuando se le agotaban las historias –y era capaz

de recordar los equipos, Molteni, Peugeot, Kas o Bic,

y el estado civil de todos los corredores: Coppi, casado,

 había perdido la cabeza por Giulia Occhini, la ‘Dama blanca’-

se alzaba una voz: “Y de tu hermana ¿qué nos vas a decir?”.

No decía nada. Cuando se lo preguntaban por tercera vez

sabía que era el momento de irse. Se subía a su bicicleta

de carreras y cruzaba el pueblo en dirección a su barrio.

Su débil dinamo temblaba a lo lejos como si tuviera miedo.

Un día, tras explicar la derrota de Merckx ante Thevenet,

oyó: “¿Qué nos cuentas de tu hermana, Barral?”

Dio un paso al frente y encaró a Vituco y a Lista,

que no le hacían sombra ni en las cuestas ni en el llano.

“Mi hermana se casa con el cabo de la Guardia Civil,

que es de Toledo y sobrino de Bahamontes,

el que ganó el Tour cuando vosotros nacisteis”.

Casi nadie pensó que era una invención.

Barral, el sabio, el cuerdo Barral no sabía mentir.

Dos meses después nos mostró una fotografía

con su cuñado, con el ciclista y con su hermana,

que nos pareció a todos más explosiva que nunca.

A veces me pregunto cuál de los dos, Barral o ella,

era el auténtico ídolo de nuestra adolescencia.

 

RAMÓN ACÍN, 1906

 

Aparta, sol, déjame ir

al aire de mi capricho.

No eres águila ni lanza.

Apártate, no me abrases,

no me deslumbres, mitiga

tus ardores. El camino

es muy largo, no agigantes

tu rostro de oro, ilumina

mi destino y déjame ir.

Qué bonito es el sendero.

Cómo se encabrita el agua

del Flumen y del Isuela,

los ríos de mi ciudad.

Cómo se alzan los árboles,

almendros y olivares,

olmos, sauces y abedules.

Qué olor llega del huerto.

Mira qué seguro voy,

qué feliz sobre la máquina,

tan de mañana, alegre,

antes de que empiecen mis

clases de geometría

y de dibujo en el aula.

Escóndete, sol de fuego.

Aparta. No finjas más.

No eres águila ni lanza.

También a ti te fascina

este cormorán de plata.

 

 

 

El heroísmo de los modestos

 

  1. C.

El Tour es la gran carrera profesional del ciclismo. La de Louison Bobet, Jacques Anquetil, Charly Gaul, “el ángel de la lluvia”, Federico Martín Bahamontes, “el águila de Toledo”, “el caníbal” Eddy Merckx, Bernard Hinault o Miguel Induráin, entre muchos otros. Por eso ha inspirado algunos libros muy recomendables. Javier García Sánchez es todo un especialista en ciclismo: durante algunas de las grandes rondas publica artículos, especialmente en El mundo. Con su novela El Alpe d’Huez (Planeta, 1993) rinde homenaje al espíritu del Tour: cuenta la historia del modesto ciclista Jabato, de 36 años, que se siente decepcionado con su suerte y decide emprender una aventura tan dura como increíble. García Sánchez desvela numerosas claves de este deporte y describe la gesta casi sobrehumana del intento de vencer en esa cumbre donde se forjan las leyendas; él mismo comprobó sobre el terreno la dureza de la escalada.

Eugenio Fuentes publicó Contrarreloj (Tusquets, 2009), una novela policíaca que transcurre durante la carrera: el líder provisional de la prueba es asesinado y el detective Ricardo Cupido, protagonista de otras novelas, entra en acción. En cierto modo, Fuentes ofrece un viaje a las interioridades de la prueba. Tim Krabbé es un personaje fascinante: fue ajedrecista en su juventud (ganó algunas pruebas de mérito en Holanda), ciclista amateur a partir de los 29 y escaló en varias ocasiones el Mont Ventoux, y es escritor. Ha publicado El ciclista (Libros del lince, 2010; la edición en holandés es de 1978). En esta novela de autoficción narra las dificultades y los sueños del ciclista modesto y la cantidad de sensaciones –fervor, dolor, agonía, coraje...- en el duelo con los rivales y la aspereza de una prueba aparentemente menor como el Tour del Mont Aigaoual, que se celebró el 26 de junio de 1977. En el fondo, esta novela es un homenaje a los modestos de la ruta; Krabbé (Ámsterdam, 1943) llevaba entonces más de 300 etapas en sus piernas. Este incansable batallar por Francia está recogido en un libro muy recomendable: Locos por el Tour. Gloria, miserias y andanzas de los ciclistas (RBA, 2010) de Gabriel Penau, Carlos Arribas y Sergi López, que repasa la aventura de numerosos ciclistas españoles en la carrera centenaria.

 

DOS MUERTAS ILUSTRES E INDEPENDIENTES:

NICO Y ANNEMARIE SCHWARZENBACH

 

La bicicleta ahora ya está en todas partes y encarna otra forma de vida. Otra forma de desplazamiento y de disfrute de la ciudad, de celebración del verano y de la luz. Pero a veces se producen accidentes, y algunos verdaderamente dramáticos. Entre otros, hay dos mujeres que murieron a consecuencia de una caída de la bicicleta: Annemarie Schwarzenbach (Zúrich, 1908-Segl, 1942),  publicada en los últimos años por Minúscula, el sello de Valeria Bergalli, y la cantante, actriz y modelo Christa Päffgen, Nico (Colonia o Budapest, 1938 (1943?)- Ibiza, 1988), vinculada a la Velvet Underground y a la Factory de Andy Warhol.

Annemarie nació en fue una mujer compleja, a la que los médicos diagnosticaron esquizofrenia. Amó a hombres (se casó con el diplomático francés Claude Carac en Irán) y mujeres, y fue muchas cosas: viajera, arqueóloga, fotorreportera, escritora de novelas y libros de viajes. Estuvo en España en 1933 con la fotógrafa Marianne Breslauer. Encarnaba a la mujer moderna e independiente, que probó las drogas, fue adicta a la morfina, y otras menos radicales formas de libertad. Tuvo una relación muy cercana con la familia de Thomas Mann, el Nobel la llamó “el ángel devastado”. Destrozó el corazón de Carson McCullers, que le dedicó Reflejos en un ojo dorado. En 1942, se trasladó a Suiza. Un día pidió una bicicleta, ella que acudía a todas partes en coche, se encontró con una piedra y se desplomó. Y se dio un terrible golpe en la cabeza. La llevaron al hospital, recuperó la conciencia algunos días después y falleció el quince de diciembre en los brazos de su madre, probablemente sin haberla reconocido.

Nico se recluyó en Ibiza. Acababa de ser madre del niño Christian Aaron, al parecer fruto de una relación con Alain Delon. Allí intentó librarse de sus fantasmas, entre ellos el de la droga. Un día, mientras paseaba en bici con su hijo, se cayó y se golpeó la cabeza con el bordillo de la acera. Pensaron que eran los excesos de una noche de parranda. Se murió poco después de una hemorragia interna. Atrás dejaba una obra valiosa en la música, su último disco había sido Camera obscura, y en el cine, actuó en La dolce vita de Federico Fellini.

 

*Los dos primeros textos, con el primer poema, aparecían ayer, en cuatro páginas, en el suplemento 'Culturas' de 'La Vanguardia'. Los otros dos también habían sido concebidos para desarrollar este tema. Eso solo un acercamiento... Sé que siempre se quedan libros fuera. La foto es de Pepo Saz.

LLUCIA RAMIS: UNA ENTREVISTA

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ENTREVISTA. LLUCIA RAMIS. Escritora

 

 

“Nunca he sido nacionalista,

independentista o lo contrario”

  

“A muchos no les queda más remedio

que volver a casa de los padres”

 

 Llucia Ramis, escritora y periodista mallorquina afincada en Barcelona, acaba de publicar su novela ‘Todo lo que una tarde murió con las bicicletas’ (Libros del Asteroide). Se presentaba el pasado miércoles en diálogo con Daniel Gascón y su editor Luis Solano en Los Portadores de Sueños.

 

-¿Qué le debe este libro al poeta Pere Gimferrer?

-Sobre todo, el verso que le da el título. ‘Todo lo que una tarde murió con las bicicletas’ pertenece al poema ‘Sistemas’, en el que Gimferrer compara la poesía con un sistema de espejos giratorios. Creo que las familias también son sistemas de espejos giratorios en los que unos nos vemos reflejados en los otros, no siempre en quienes más nos gustan.

 

-¿Y al desengaño, a la crisis?

-Es el motor y el motivo de la novela. Soy freelance. Hace dos años me encontré sin apenas colaboraciones, sin dinero, y me di cuenta de que me había centrado tanto en el trabajo que tampoco tenía pareja ni hijos. Pese a todos los esfuerzos que había hecho, no tenía nada. Entonces pensé que tendría que volver a casa de mis padres. Finalmente no lo hice, pero me pregunté qué habría pasado en tal caso. El resultado es este libro.

 

-¿Son estos los tiempos de volver a casa?

-Por desgracia, a muchos nos les queda más remedio. Otros buscan salidas en el extranjero. En cualquier caso, nos educaron para que fuéramos libres e independientes. Y en estos momentos de precariedad y provisionalidad es muy difícil conseguirlo. Los padres de mi generación se ilusionaron mucho con nuestro futuro, creyeron que viviríamos mejor que ellos, puesto que ellos habían vivido mejor que sus propios padres. Aunque la culpa no sea suya, se toman esta crisis como un fracaso.

 

-En los años 70 y 80 los jóvenes se iban de casa... ¿Es factible eso ahora?

-Es difícil. Antes podías trabajar mientras estudiabas y con el sueldo te pagabas la carrera y una habitación en un piso compartido. Con el aumento de las tasas universitarias, la disminución de las becas, y sobre todo la falta de trabajo tanto para los padres como los hijos, se ha vuelto muy complicado. Además intentan convencernos de que estudiar no sirve para nada porque no es productivo a corto plazo. Los alquileres son muy caros, poco acordes al recorte de los sueldos. Los jóvenes están desencantados, tienen la impresión de que nada cambiará y de que, por mucho que se esfuercen, carecen de futuro. Por eso muchos se protegen en casa de sus padres mientras pueden.

 

-¿Podríamos definir el libro como un diario sobre la decepción o un canto a la rebeldía cuando todo se pone en contra?

-Más bien es un repaso a todo lo que sí tenemos. En el caso de la narradora, una educación, unos valores, una familia bien avenida, mucho amor. Saber quiénes fueron sus antepasados no le desvelará qué será de ella, pero por lo menos podrá situarse, entender cómo ha llegado hasta aquí. La decadencia de la burguesía de sus abuelos belgas, propietarios de una compañía minera en Asturias, es similar a la que luego sufriría el progresismo de sus propios padres. A ellos se les rompieron los esquemas; la narradora intenta recomponer las piezas para entender qué ha fallado. Por eso es un libro fragmentario, en el que unos recuerdos llevan a otros y construyen la memoria familiar.

 

 

-Dice que este libro no es autobiográfico ni confesional. ¿Por qué, entonces, se insiste tanto en ello, en que detrás está la Llucia Ramis que conocemos?

Por una parte, digo que no es autobiográfico para protegerme y que no se convierta en un libro de cotilleos. Por otra, reconstruyo la historia de mi familia a partir de las anécdotas que suelen contarse en casa y rellenando los huecos con invenciones. Detrás está mi voz. El lenguaje, los códigos que utilizamos en casa, la mezcla de catalán, castellano y francés, la manera de dirigirnos unos a otros, son la base de esta reconstrucción.

 

-¿En qué medida diría que es también un libro sobre el aprendizaje sentimental?

-Podría considerarse como unas memorias de preadolescencia. La narradora discute mucho con su padre, pero entiende que se trata de una manera de expresarse. En cambio, aunque sea una relación aparentemente más afable, la relación que tiene con su madre es más fría. Con respecto al amor, intenta ser práctica, pero es demasiado romántica para conseguirlo. Lejos de creer en príncipes azules, a los siete años le envía una carta al príncipe Felipe para decirle que es muy guapo, y él nunca contesta. Es su primer desengaño. Luego cree que su primer beso será maravilloso, y en cambio se encuentra con catorce años en la habitación de un cerdo que le pide que le masturbe.

 

-El amor, el sexo, la pasiones inmediatas, ¿qué le aportan a la protagonista?

-Son pequeñas cicatrices, poco graves, pero que le han ido demostrando que no todo es tan idílico como imaginaba. No ha sufrido un gran desamor ni ha sido víctima de inconsolables tragedias sentimentales, tal vez porque empezó a protegerse desde muy pronto. Sin embargo, esos pequeños golpes han ido erosionándola.

 

-En los últimos días le he oído de David Forster Wallace, Thomas Pynchon, quizá a Natalia Ginzburg. ¿quién son los escritores que lees, de los que aprendes?

-De todos ellos, pero también de Coetzee, Saul Bellow, Cormac McCarthy, Italo Calvino, Alice Munro, Houellebecq, Bolaño, Peter Cameron… ¡De tantos!

  

-¿Cómo vives su condición de escritora en catalán y en mallorquín?

-Con normalidad. Tanta, que no sé contestar a esta pregunta. 

 

 

-Es mallorquina pero vives en Cataluña. ¿Cómo se enfrenta al nacionalismo y a la idea de la independencia?

-He pasado la mitad de mi vida en Barcelona, pero no me siento ni catalana ni española; tampoco belga, de donde es mi familia materna. Nunca he sido nacionalista, independentista ni tampoco antiindependentista. Ahora bien, al margen de estrategias políticas y el taladro aburridísimo de los generadores de opinión pública, creo que los catalanes han encontrado un motivo para ilusionarse. Y eso, en tiempos de parálisis y desidia como el de ahora, me parece muy bonito, incluso emocionante. La paradoja es que, cuanto menos se les escuche, más fuerte gritarán. El Gobierno se equivoca haciendo oídos sordos: si hubieran aceptado el referéndum el año pasado, habrían salido menos independistas que este año. Y cada vez irá a más.

 -¿Está a favor?

-Estoy a favor de la consulta y no entiendo que se pueda estar en contra. Al fin y al cabo, es una sociedad expresando lo que quiere y lo que pide es hacerlo en las urnas.

 *Llucia Ramis en los jardines del Hotel Barceló Formentor en Pollença este fin de semana. La foto es de Carles Domènec.

27/09/2013 08:48 Antón Castro Enlace permanente. Escritores No hay comentarios. Comentar.

UN REGALO DE JOSÉ GARRIDO LAPEÑA

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ANTÓN CASTRO. Por José Garrido Lapeña 

Ayer puse una serie de fotos como expresión de alegría por el Premio Nacional de periodismo Cultural de Antón Castro. hoy pongo los píes de foto.

http://josegarridolapenna.blogspot.com.es/


Aunque lo hago después, aparece antes porque así es como funcionan los blogs estos

1.-Es acogedor, familiar, solidario, generoso, agradecido
2.-Cuando habla, lo hace de sentimientos y usa mucho las manos.
3.-Le gustan las sirenas.
4.-Escribe unos libros muy bonitos y tengo esta preciosa dedicatoria.
5.-Dirige el suplemento del Heraldo Artes y Letras, esta foto fue portada.
6.-Dirigió un programa que a mí me gustaba mucho en la tele nombrado borradores. (me acostumbré a planchar los martes por la noche para llegar despierto)
7.-Le gusta el fútbol y en general el deporte y todo lo que significa esfuerzo y superación, pero especialmente
8.-las bicicletas con las que vuela por el canal y por el limbo literario.
9.-Vive en Garrapinillos y supongo que conoce las tejas de Julian.
10 y 11.- Encuentra belleza y grandeza en cosas pequeñas.
12.- Dedica mucho tiempo a buscar y trabajar en un mundo muy acelerado y desordenado.
13.- Reconoce las frutas pochas aunque sabe que tienen un sentido.
14.-Le gusta la fotografía y le gustamos los fotógrafos, literariamente ha creado por lo menos dos y uno de ellos se parece mucho a mí

JUAN JACINTO MUÑOZ RENGEL HABLA DE SU NUEVO LIBRO DE MICROCUENTOS

Juan Jacinto Muñoz Rengel (Málaga, 1974) publica en Páginas de Espuma el libro de microrrelatos ’El libro de los pequeños milagros’, que presentó el pasado miércoles en Cálamo. Así explica el espíritu del texto. 

 

 

“El microrrelato es ideal para la radio,

el blog, el Facebook o un tuit”

 

“Cuestionar los límites de la realidad

puede ser estimulante y divertido”

 

¿Qué, es para ti, un microcuento, cómo quieres que sean los tuyos?

El microrrelato es una historia mínima, una historia contada con el menor número de recursos pero tratando de conservar su máxima capacidad de expresión. Si no contara una historia, si no narrara, si no relatara, no sería un microrrelato; probablemente se encuadraría en algún género afín, sería un aforismo, un texto en prosa poética, pero no minificción. A mí me gusta concebir mis microrrelatos como semillas programadas para florecer en la mente del lector y retorcer con sus raíces sus entrañas. Como pequeños artilugios detonantes. Intento que mis relatos conmocionen de alguna manera, mediante una imagen, mediante un juego, una tragedia, un giro o una propuesta intelectual. Su objetivo es infligir alguna marca.

 

¿Qué diferencias habría entre un microrrelato y un cuento normal, a la manera de Chejov o Maupassant?

 

En un microrrelato no debería haber ningún elemento sobrante. Eso también se podría decir de un cuento respecto a una novela. Pero en los minicuentos aún hay menos cabos sueltos: el pensamiento ocioso de un personaje, una descripción que no sea estrictamente necesaria, una línea que podría haberse omitido, haría que un texto una misma página de extensión pasara a convertirse de un microrrelato largo a un cuento muy corto.

 

-¿Como son los personajes de un microcuento?

 

En el microrrelato no se construyen grandes escenas, apenas hay diálogos y, en el mismo sentido, los personajes no tienen desarrollo. Los personajes no crecen ni hay evolución. Ni falta que les hace. Son personajes funcionales que están al servicio de la idea central sobre la que se pone la lupa y alrededor de la cual se da forma a la historia.

 

-¿Cuál es la porción de acción, de suceso, que debe tener un microrrelato?

 

En realidad, hay un gran abanico de posibilidades, porque precisamente el microrrelato es un género muy versátil, cambiante, adaptativo y todoterreno. Pero se podría decir que la mayoría de las veces casi todo el microrrelato es idea, acción o suceso; todo lo demás son elementos accesorios, que están ahí al servicio de esa intuición que el autor ha pretendido atrapar, preservar y hacer llegar al lector.

 

Vayamos con tu libro. ¿Por qué ’El libro de los pequeños milagros’? ¿Ese título es una advertencia, un anuncio, una emboscada, un reclamo? ¿Cuáles serían los milagros?

 

Lo cierto es que el verdadero título no nos cabía completo en la cubierta, y aparece después, en una de las portadillas interiores. Es un título más largo que muchos de los microrrelatos del volumen y, por otro lado, habría dado bastantes quebraderos de cabeza a los libreros. Así que nos quedamos con la primera frase, que contenía esa palabra fundamental, ’milagros’. Me parecía que un milagro engloba todo lo que aparece en los textos de este libro, los sucesos fantásticos, los hechos sobrenaturales, los que transgreden las leyes de la naturaleza, aquellos otros que tienen una inclinación más surrealista, los de fondo metafísico e incluso, y más aún, los de inspiración teológica. No obstante, para reducir la connotación religiosa del término, ahí estaba el adjetivo ’pequeños’. Los pequeños milagros, con los que arranca la primera parte de este libro, son los milagros domésticos, esos milagros de andar por casa que nos rodean, y también esos acontecimientos microscópicos, celulares, víricos, cuánticos, que tanta importancia tienen en nuestras vidas sin que ni siquiera lleguemos a verlos.

 

Una de las cosas que más me ha llamado la atención es que, dentro de su diversidad, es un libro muy unitario dividido en tres partes con algún eco científico e incluso cosmogónico. ¿Cómo armas tú un libro de microrrelato?

 

En efecto, como hice en su día con mis libros de relatos, quería que este nuevo libro de cuentos hiperbreves también tuviera unidad. Y el proceso para lograr esa coherencia interna es complejo: en primer lugar imaginé esas tres partes -’Urbi’, ’Orbe’, ’Extramundi’- que van, como muchos de los propios microrrelatos, de lo pequeño a lo grande, de lo micro a lo macro, de nuestros hogares y nuestras ciudades a las galaxias lejanas; después, una vez que eres consciente de esa estructura, diriges tu mente a cubrir posibles lagunas, lo que da lugar a un buen número de nuevas historias con temáticas concretas; la tercera parte del proceso es cribar y descartar aquellos textos que no encajan en la nueva forma del libro; y por último, el momento más difícil de todos es dar orden a los textos. El orden de lectura de los distintos microrrelatos puede cambiar sustancialmente, no solo las sensaciones del lector, sino incluso su significado.

 

¿Cómo se conjuga el binomio fantasía y escrupulosa realidad?

 

Es que esa combinación es para mí el aspecto más interesante de la literatura. Al menos, en esa frontera entre lo real y lo fantástico es donde se mueve casi todo lo que hago. Me parece que cuestionar los límites de la realidad puede ser algo a la vez estimulante y divertido. La fórmula, por otro lado, es muy sencilla. Se trata de recrear el contexto de nuestro mundo e inocularle el virus de la distorsión. Pero en este libro, cuando en la tercera parte viajamos a otros planetas, incluso en esos mundos lejanos se está hablando de nosotros, a través de las metáforas o por contraposición.

 

¿Qué importancia tiene para ti la paradoja? Todo el libro tiene mucho de paradójico, de efecto de los contrarios...

 

Este libro no puede entenderse sin las paradojas y las contradicciones. La contradicción está ya en la propia portada, con esa criatura mitad perro y mitad loro; en el título, al enfrentar lo milagroso con lo minúsculo; en la advertencia preliminar que te dice ’Esto no es un texto’ y mediante un primer microrrelato te introduce en un bucle infinito. Quizás ese sea el eje principal de ’El libro de los pequeños milagros’. Incluso en el orden del que antes hablaba está siempre presente esa alternancia de los contrarios, he tratado de barajar la historia de humor con la trágica, la denuncia social con la ficción especulativa, el juego lógico con el suceso violento. He evitado agrupar iguales para no saturar al lector, para que no esté alerta y en guardia, para refrescar su paladar una y otra vez.

 

¿Qué te ofrecen los bestiarios? ¿Qué buscas y qué quieres explorar con estos animales más o menos imaginarios?

 

Siempre me han fascinado los bestiarios. Aquellos bestiarios medievales, en los que se inventaban animales inexistentes en los inexplorados confines del mundo, y el moderno bestiario como género literario, el Monstruari fantàstic de Joan Perucho, por ejemplo, o el recopilado por Borges en El libro de los seres imaginarios. Me parecen capaces de contener enormes dosis de imaginación en muy poco espacio. Y a la vez, como hacen los dos autores mencionados, a lo puramente imaginativo también se le puede dar a veces un toque casi metafísico. No obstante, como el mundo se nos ha quedado muy pequeño, parte de mi bestiario he tenido que imaginarlo en otros mundos, y un tercio de mis criaturas posibles son alienígenas.

 

¿En qué medidas es, también, un libro de ’extraños seres’, título de un cuento?

 

En gran medida. Por eso, cuando me di cuenta de que tenía entre manos esa considerable cantidad de criaturas extrañas, estando ya el libro estructurado en tres partes, no quise desaprovecharlas y añadí un ’Índice para la confección de un bestiario’. Pensé, por otra parte, que era algo muy en consonancia con el planteamiento de todo el volumen como juego.

 

¿Qué relación existe entre tu obra narrativa y sus personajes con un libro como este?

 

Dadas las normas del género, que no permite construir ni desarrollar los personajes, hay poco de mis otros protagonistas en este libro. En cambio, creo que están todos mis temas. Un libro como este me ha permitido reunir todo mi imaginario, hasta el punto de que creo haber rellenado ciertos huecos, y que ahora se puede entender mejor la aparente distancia que había entre algunos de mis títulos publicados. Siento que ahora me he dibujado mejor en el conjunto.

 

¿Por qué están tan de moda ahora los microrrelatos? ¿Cuál es su singularidad en estos nuevos tiempos de ansiedad y vértigo tecnológicos?

 

Desde luego, el consumo frenético de información, la lectura rápida y los sintéticos formatos tecnológicos parecen apuntar hacia el consumo de textos mínimos. Pero no es oro todo lo que reluce y habría que matizar varias cuestiones. Por un lado, no creo que el microrrelato esté tan de moda, es conocido por vosotros los periodistas, por los autores, por los aficionados a la escritura y por un buen número de los lectores activos. Pero si preguntas en la calle nadie lo conoce. La novela sigue siendo la reina y soberana en las librerías y haría falta todavía mucho esfuerzo conjunto para que el lector de a pie descubriera el género. Por otro lado, me da mucho miedo la lectura ligera y superficial que están imponiendo las redes y el uso de las pequeñas pantallas.

 

¿Qué novedad ofrecen, qué conexión directa tienen con las nuevas tecnologías?

 

El microrrelato es una píldora multivitamínica, es un comprimido de literatura concentrada, y, en principio, ese es el tipo rendimiento rápido que busca hoy la gente. Desde luego, el microrrelato es ideal, por ejemplo, para el medio radiofónico, una pieza de minuto y medio puede ser escuchada con agrado y sin problemas por el oyente, y enriquece cualquier programa. También tiene la extensión perfecta para el post de un blog, para un comentario de Facebook, e incluso algunos, aunque pocos, caben en un tuit. Pero, insisto, el microrrelato en cuanto texto literario contiene varios niveles de lectura, necesita de un estado mental y también ser digerido durante un tiempo. Nada de eso lo están fomentado hoy las nuevas tecnologías. La calidad de la lectura también es importante.

 

De todos los prodigios, reales e imaginarios, ¿con cuál te quedas, cuál te conmueve?

 

Es difícil elegir porque son muchos, un centenar. Pero hay uno titulado ’Ganado’ que creo que dice mucho de nuestra actualidad.

GANADO

 

En las regiones del norte de la comarca, inesperadamente, una vaca había comenzado a hablar; dominaba todas las lenguas romances, tres lenguas caucásicas, cuatro lenguas muertas, el sánscrito, el japonés y el persa. En la zona más árida de la llanura, no tardó en aparecer otra vaca que había sido capaz de desarrollar la demostración de la conjetura de la distribución de los ceros de la hipótesis de Riemann. Más tarde, llegaron noticias de una tercera, en los valles de la aldea de Ivy, que tenía intención de publicar una teoría revisada y perfeccionada del materialismo dialéctico de Marx y Engels. En cuanto llegó a oídos del Gobernador que, desde que comenzaron a manifestarse estos fenómenos, las vacas habían dejado de dar leche, ordenó su inmediato sacrificio.

 

De los microrrelatos ajenos, ¿cuál es tu favorito?

 

También son muchísimos los que podría citar, empezando por ’Instrucciones para subir una escalera’ de Cortázar. Pero si nos ceñimos a los cultivadores actuales del género, por su capacidad de convertir en literatura lo más nimio y hacerlo de forma entrañable, diría ’Parásitos de los paraguas’, de Ana María Shua.

 

PARÁSITOS DE LOS PARAGUAS

 

Lo peor no son los pequeños, los que son casi invisibles, los que se arrastran en fila por el mango, anidan en la contera, desovan en el varillaje y terminan a veces por perforar el paraguas con sus minúsculas deyecciones ácidas, allí donde la tela se ha desgastado por el uso. Entre los parásitos de los paraguas, lo peor son los grandes, aquellos que los fuerzan a dejar sus hogares cálidos y secos, los abren brutalmente a la intemperie, los exponen sin piedad a las peores lluvias.

 

SELECCIÓN DE TEXTOS DEL LIBRO

 

EXTRAÑOS SERES

Había un planeta en el que cuanto más negro y descarnado era un corazón, más finos ropajes, más preciosos tejidos y más suntuosas joyas se utilizaban para ocultarlo.

 

HAMELÍN

Y cuando todas las ratas estuvieron dentro de la caja, Hamelín apagó el televisor.

 

LA ELIPSIS

Fue a morder el pezón, pero en sus encías no había dientes.

 

HISTORIAS CRUZADAS  III / A

Las tripulaciones de la Pinta, la Niña y la Santa María se encuentran bajo cubierta, bailando y bebiendo, en el momento en que los casos de las tres naves impactan contra el enorme iceberg.

 

BACKEARDF VI

Entonces, toda la energía se concentró en un solo punto. Y el tiempo, como si de un calcetín se tratara, se puso al revés.

 

 

 

27/09/2013 22:55 Antón Castro Enlace permanente. Escritores No hay comentarios. Comentar.

POEMAS DE FRANCISCO JAVIER IRAZOKI

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[Ayer me escribí con Francisco Javier Irazoki, que vive en París desde hace veinte años. Le pedí algunos de sus textos y aquí están hoy algunos maravillosos regalos, una pequeña selección de su obra. Irazoki, que escribe en diversos medios (entre ellos ’El cultural’, nació en Lesaka, Navarra, en 1954. Es esencialmente poeta, aunque también ha publicado una colección de semblanzas de artistas de la música, una de sus pasiones. Su último poemario es ‘Retrato de un hilo’ en Hiperión, su editorial de los últimos años.]

  

 FRANCISCO JAVIER IRAZOKI

 

 Tres poemas en prosa y uno en verso

 

 

 

                                          PALABRA DE ÁRBOL

 

        No conocí al que murió en el vientre de mi madre. La abuela lo recogió, dijo que era grande como un guía y lo puso en el hoyo que el padre había cavado entre las raíces de mi higuera preferida.

      Yo pasaba tardes enteras bajo el gris áspero de las hojas del árbol, esperando que naciesen los higos. Cogía al fin el fruto blando y tocaba su piel negra que después deshacía en tiras. Cada hilo era una puerta para adentrarme en mi hermano muerto y lo paladeaba al ritmo lento de un viajero antiguo. Luego rompía con los dientes las semillas menudas del interior. Ellas contenían palabras, voces que subieron por la savia de la higuera.

         Los otros niños crecieron descubriendo aventuras. Para mí, crecer fue sentir el paso del tiempo al escuchar los mensajes que un muerto me enviaba desde sus frutos.

        Alguien quiso una ceremonia devota en aquel lugar. De la cartera de mi ojo derecho saqué una lágrima inmóvil. Una lágrima petrificada que se transformó en blasfemia de fuego cuando la deposité en la escudilla situada a los pies de los ídolos.

                     (Del libro Los hombres intermitentes; editorial Hiperión) 

 

 

                        INAUGURACIÓN DEL EXTRANJERO

       Vinieron con brío que era la prisa de su pobreza, y tuvimos que acogerlos en pensiones improvisadas. A otros más rebeldes o pendencieros los alojaron en un barracón de hojalatas al que se accedía por un puente de piedra. Allí vislumbré de noche sus cuerpos apenas iluminados.

    Casi todos trabajaron en oficios de vértigo para los que no teníamos coraje. Subidos al techo de una fábrica o sujetos a un poste, soldaban viguetas y tendían cables de electricidad, y su indiferencia ante el peligro aumentó la distancia desde la que los admirábamos.

     De dónde llegan, nos decíamos los niños, mientras los dedos índices iban de Ecuador a los círculos polares del mapamundi escolar, sin que tropezaran con unos nombres, Asturias o Extremadura, inventados para nuestro extravío. Aún creció la cautela con que los adultos los observaban en las calles, siempre desde una lejanía que les evitase su saludo y el roce de su acento.

      Yo los espié en las cercanías de una taberna y vi que algunos quemaban con alcohol el trecho que les impusimos. Solamente unas cuantas chicas se atrevieron enseguida a tratarlos, y nacieron amores que disgustaron a los nativos.

       Por fin, la muerte fue el imán que nos atrajo hacia los inmigrantes. Tres o cuatro de ellos cayeron de una altura para pájaros exóticos y se estrellaron contra el suelo de piedra. Ocurrió al atardecer, o quizá a mediodía con un cielo sucio, como si también las luces desdeñaran a esas víctimas, y recuerdo carreras de mujeres y la claridad rápida de sus velas sobre los rostros de los caídos. No hubo ceremonias ni banderas humillantes, ninguna lágrima, pero los muertos se incorporaron un poco, envolvieron en una sábana sus miembros heridos por el golpe y ensayaron la postura al arrellanarse en mi mente.  

       Les adeudo el favor de haber manchado la pureza dañina de mi infancia.

  

                              (Del libro Los hombres intermitentes; editorial Hiperión)

  

                           CARTA A LEONARD COHEN

 

    Ahí están las calles de compás negro, donde los cortejadores de la aguja calientan su porción de olvido. Suena un concierto de ambulancias sinfónicas.

    Es invierno en París y, bajo los soportales, canta una mujer muy bella. Las miradas de los viandantes acarician su vestido de aguaturma. Ella sonríe desde la pobreza elegante, apoyada en una pared que parece un signo de interrogación, y a veces me habla con esa leve dejadez de quien habita en casas en las que nadie barre la tristeza. Al final canta tus canciones. Entorna los ojos y los versos se posan sobre un diminuto cadáver embozado en escarcha.

     Sé que envejeces, Leonard, que oyes cómo en la habitación contigua gozan contra ti las mujeres amadas y que te alivias describiendo el peso de la melancolía cifrada en lluvia. Te convendría ver tu emoción hecha vaho que despiden los labios más peligrosos de mi urbe. Aunque nunca conquistarás a esta mujer que ya se ha comprometido en amor con tu palabra.

 

 

                    (Del libro Los hombres intermitentes; editorial Hiperión)

 

 

 

                               ELOGIO DE LA PLANICIE

 

 

                               Retén estas horas anodinas

                               con falta de tesoro:

                               días de azul esquivo

                               y severidad de llanura.      

 

                               Todo lo que ahora te inflige tedio

                               e indolencia para convidarte a la vida

                               erigirá con los años la añoranza

                               de dicha que descuidaste             

                               o se posó delicada en tu desdén.

 

 

                    (Del libro Retrato de un hilo; editorial Hiperión)

 

*La foto es de Barbara Loyer.

 

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