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JAVIER CINCA (VIRIATO) RETRATA AL COLECCIONISTA ROMÁN ESCOLANO

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Por Javier Cinca (Viriato). Librero, editor y poeta.

Cuando Alejandro me convenció para participar en este acto en homenaje a Román le comenté que prepararía un texto sobre ROMÁN Y LA NUEVA OLA ZARAGOZANA. Antes que nada, y aunque parezca una obviedad, quiero hacer una puntualización para evitar susceptibilidades: esto que voy a contar es un relato personal, y por tanto totalmente subjetivo; nada que ver con un trabajo periodístico o de historiador.

Empezaré leyéndoles un fragmento de una entrevista que realicé a Román en la primavera del año 1982. Apareció en el número 1 de un fanzine llamado Particular Motors, junto a otra entrevista al ‘selector’ Cachi.

 

P- ¿Cuántos años llevas interesado en la música?

R- Desde el año 60, un poco antes en realidad.

P- ¿Qué eventos importantes has presenciado?

R- Estuve en el estreno de ¡Qué noche la de aquel día!, que contó con la presencia de Beatles. Eso fue en el Odeon de Londres en el 64. También estuve en los Encuentros de Pamplona, en el verano de 1972,  donde conocí personalmente a John Cage. Luego, en el 73, estuve viendo a Bowie,

P- Debes de tener una colección de discos considerable.

R- De clásica tengo un mínimo selecto. Luego tengo casi todo del free jazz clásico (Coltrane, Shepp, Chicago Art Ensemble...), bastante música contemporánea y ahora me están interesando las cosas que tenéis por aquí: Cabaret Voltaire, John Hassell & Eno, The Red Crayola... Ah, también están las colecciones de las revistas del movimiento underground, tengo casi completas OZ, IT y ACTUEL.

P- ¿Crees que la música es hoy en día el medio de expresión más importante?

R- Sí, pero sin olvidar un instante que es sobre todo una industria. De todas formas yo a lo que le doy más importancia es a las referencias culturales. La música no es un fenómeno aislado sino que la veo íntimamente relacionada con la literatura, la plástica... Hay que decir también que es la primera vez, ahora, que se produce un movimiento musical general en todo el mundo, y esto es importante.

P- ¿Qué piensas del movimiento Punk?

R- Lógico por completo. Me parece una consecuencia del desempleo juvenil y el cambio social. Si las cosas van mal, la respuesta es siempre más dura. También lo veo como una consecuencia de la cultura urbana a tope de hoy.

P- ¿Has realizado alguna actividad creativa?

R- No, quizá debido a mi profesión. Me considero un sujeto recipiendario perfecto.

P- Lo que tiene también su importancia. ¿Y no te entra nunca el gusanillo?

R- No, no... Aparte que no he tenido la más mínima formación ni preparación. Todo lo que he conocido ha sido por mi propia inquietud.

 

 

P.M. fue uno de los primeros fanzines que se hicieron en la llamada movida. Aunque reconozco la originalidad del término movida, prefiero llamarlo nueva ola, término más querido por sus ecos (New Wave, Nouvelle Vague...) y que delimita mejor el terreno. Lo prefiero también a posmodernidad, también muy emparentado.

Si tuviera que datar el nacimiento de la nueva ola como movimiento no dudaría: tal y como cuenta Paco Felipe estaban dando los últimos toques antes de la inauguración del bar ESCAPARATE cuando se enteraron de que unos guardias civiles habían asaltado el Congreso: febrero 1981.

Hay un artista, poeta e industrial (como se decía antes) que publicó hace unos años un libro de más de mil páginas en el que, aparte de contar con detalle sus poco memorables (para los demás) devaneos amorosos, intentaba demostrar que la movida zaragozana surgió y se desarrolló en su local del Casco Viejo. El autor se mete con los de la “zona alta”, y conmigo concretamente, en varias ocasiones (por eso se la devuelvo aquí), tildándonos un poco de ‘modernos’ superficiales, mucha apariencia pero poca sustancia. Sí, allí había un escenario y actuaban grupos de teatro y de música, y tocó Bunbury con 14 ó 15 años y... Pero todos los que vivieron de cerca esa época saben con certeza que el corazón de la nueva ola se encontraba en los aledaños del Paseo de Sagasta. Me ceñiré a dos locales, para mí los más emblemáticos el ya citado ESCAPARATE y el CALIGRAMA, ambos con artistas gráficos entre sus dueños (Jesús Lapuente en el primero; Sergio Abraín y Alberto Ibáñez en el segundo), aunque hubo muchos otros, como el ILIUM, con Pilar Molinero y el divino malvado Teles, luego refundado como INTERFERENCIAS, con Inma y Miguel Goyanes;  o los ya más tardíos MODO, EN BRUTO.... Sí, algunos de los grupos que se hacían no iban más allá de buscarse un nombre y, técnicamente, era todo muy precario. Primaba la actitud sobre la técnica, pero esa energía también se materializó en obras. Y grupos como Más Birras, IV Reich o John Landis Fans (luego JLF), que alcanzaron repercusión y reconocimiento, se formaron allí.

Si tuviera que elegir la característica que mejor defina la explosión de creatividad que acompañó al punk y la nueva ola, sería su heterogeneidad, casi promiscuidad. Con la música como elemento aglutinador, y omnipresente, se produjo una coexistencia, convivencia incluso, entre individuos y corrientes muy diferentes. Individuos de distintas generaciones (de Román con sus 48 años a chavalas y chavales de 15 ó 16). Gente que venía de la contracultura, y gente que venía de nuevas. Todos desideologizados

Rockeros, mods, rockabillis, punks, tecnos y vanguardistas. Músicos, pintores y escultores, dibujantes, diseñadores, culturetas, periodistas y aficionados o espectadores. Los poetas entonces no escribían poemas, sino letras de canciones. Heteros y homos. Fumetas, yonquis y camellos, cubateros, cerveceros y abstemios.

(Permítanme un inciso: A veces pienso que lo raro es que los de mi generación y próximas no estemos todos mal (o peor) de la cabeza. De niños nos educaron en el nacionalcatolicismo, luego fuimos simplemente cristianos, más tarde marxistas, enseguida marxista-freudianos, y luego nos volvimos contraculturales, llegó el hippismo. Libertarios. Y por fin la posmodernidad y con ella la expansión de las drogas. Drogadictos. Y después, por fin, NADA. No la Nada mística, de disolución del yo en el TODO, pero casi).

Bueno, pues en esta galería de personajes Román era uno más, tal y como se recoge en la serie de retratos que el fotógrafo Javier Inés realizó para Caligrama, algunos de los cuales aparecen en el catálogo de Sergio Abraín: “Pata Gallo y Caligrama. Espacios de una década”. Asiduo de ambos locales, y de mi tienda DISCO-SHOP PIRATAS en la misma calle Moncasi, Román, con su aspecto atildado, era un hombre de costumbres tradicionales y políticamente moderado. Él y Carmen de jóvenes eran monárquicos, donjuanistas (creo recordar que me contó que fueron a recibir a Don Juan a su regreso del exilio), aunque luego votarían Suárez. Pero lo que lo hizo identificarse con la nueva ola fue su irresistible afición a la cultura y, muy especialmente, a todo lo que supusiera novedad y vanguardia artística. Él fue uno de los puentes más sólidos que enlazaron la nueva ola con las vanguardias de las décadas anteriores, más allá de las experiencias de arte postal de Abraín o de las de música concreta de Pablo A. Giménez con el Estudio de Música Electrónica (con Fatás, Colomer y Medalón) a mediados de los 70. Pablo recibió con entusiasmo el do-it yourself de la nueva ola y retomó su carrera en solitario grabando media docena de cassettes y cds que hoy despiertan el interés de los expertos.

El concepto de vanguardia ha perdido ya casi todo su sentido, limitándose prácticamente su uso a las vanguardias históricas, ese término tan contradictorio que une lo que va a ser con lo que ya fue.  Hoy TODO es vanguardia. Por eso me gusta jugar con la idea de que la de los 80 fue la última vanguardia zaragozana. El ambiente era propicio, ya que algunas instituciones como la DPZ, con Juanjo Vázquez en la trastienda, y el Ayuntamiento apoyaron durante unos años con decisión Festivales como los de Fotografía y Video y En la Frontera, sobre todo el primero, celebrado en el Antiguo Matadero en crudo, antes de ser reformado: un escenario inmejorable para la cultura llamada industrial que se estaba gestando. Invitando también a artistas multimedia como Françesc Torres o Enzo Minarelli a ejercer su magisterio.

Fanzines y cómics, moda, videoarte, instalaciones y performances, eventos, arte postal y música. También música experimental, ruidista, industrial, que retomaba la herencia futurista con una mirada benévola hacia la tecnología, todavía la máquina, con la ilusión de su uso con fines subversivos y liberalizadores, de lucha contra CONTROL y afirmación del individuo. Novelistas como Burroughs o Ballard habían pasado a ser referentes sustituyendo a pensadores, psiquiatras o filósofos.

Antes del final de la década esa vanguardia, efímera como toda buena vanguardia, se extinguió, aquejada de múltiples patologías (como se dice en estos días), entre ellas subvencionitis y cultura del pelotazo en general.

Les diré que intento no perderme los programas culturales de Aragón TV y admiro el altísimo nivel y calidad de nuestros creadores, jóvenes y no tan jóvenes. Pero pienso también que lo que se hizo en esos años fue el rudimento de todo lo que vino después. Me gusta contemplarlo como uno de esos felices momentos en que la alta cultura se une a la cultura popular, no olvidemos que muchos de los músicos de la new wave salían de Escuelas de Arte.  Su iconoclasia, la inmediatez y accesibilidad que daban soportes como el cassette, la fotocopia o el video, el háztelo-tú-mismo, su carácter alegal y desinteresado, la libertad de expresión individual tras años de ideologías y décadas de oscuridad (no olvidemos que veníamos de la gusanera, esa Zaragoza de curas y militares), la transgresión, el afán por nuevas experiencias, todo ello hacen de este periodo algo especial.

Quizás el interés por la vanguardia sea una supervivencia de la mentalidad infantil. Román poseía esa inocencia, esa curiosidad insaciable y ese afán de novedades, modelado todo por ello por una información y una formación en el gusto, fruto de muchos años de experiencia. De una educación exquisita, amable en el trato, bondadoso en grado sumo. Y generoso. A Román le encantaba regalar, y ejercer un poco de micromecenas. Pequeños regalos a los amigos y grandes, enormes regalos como éste que nos reúne hoy aquí: la colección de arte gráfico de más de 700 obras al Gobierno de Aragón.

(Breve inciso: 700 fueron también los discos que regaló a su amigo, vamos a llamarlo Carlos, según me contó hace poco este mismo. Habían trabado amistad tras coincidir varias veces comprando discos en la mítica tienda de fotografía Marín Chivite a finales de los años 60. No me los regalaría a mí porque sabía que yo terminaría vendiéndolos. Esa estantería en la casa de Carlos donde se encuentran es un cofre con algunos de los tesoros discográficos más valiosos de las últimas cuatro décadas del siglo XX. Y si añadimos la colección del propio Carlos, que a sus 70 años, y con un cáncer superado, sigue comprando discos con el mismo entusiasmo, ya tenemos otro museo imposible).

Pero, ¡ojo!, los regalos de Román tenían seguimiento. Y su hipersensibilidad le ocasionaba muchos disgustos con las que consideraba muestras de desconsideración, de aprovechamiento o de poco aprecio. Alguna vez se le llegaban a saltar las lágrimas recordando ingratitudes y agravios. Por eso sería tan importante que, de una vez, la institución recipiendaria (como diría Román) asumiera la tarea de darle la dignidad que merece a esta colección de arte que, según dicen, tiene un nivel internacional de primer orden.

Para terminar, quiero citar aquí un par de respuestas de la excelente entrevista, esta sí, que le hizo Antón Castro en 2002, veinte años después de la que iniciaba este relato:

Para ser coleccionista más que dinero es imprescindible la curiosidad, el espíritu de libertad, la buena fe.

El Arte me ha dado felicidad y amplitud de miras. Me atreví a abrir la ventana y a mirar por ella. Y entraron aires nuevos.

 

*Cortesía de Javier Cinca y Alejandro Ratia.

 

14/03/2020 10:31 Antón Castro Enlace permanente. Artistas No hay comentarios. Comentar.

MAPI RIVERA: EXPLORADORES DEL INFINITO

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EXPLORADORES DEL INFINITO

Las series de imágenes que concibo son enjambres de sentido, colmenas que beben de una misma imagen líquida, dulce e inspirada.

Me gusta trabajar en la abundancia. Las obras que muestro, son solo la punta de un iceberg, hay otro mundo sumergido de ideas, apuntes, bocetos, fotografías descartadas, que sostienen esta otra realidad de imágenes emergidas.

En el proceso creador, lo que permanece oculto tiene tanto o más valor que lo que se muestra, en la medida que ayuda a despuntar y comprender este universo visible. Lo invisible, aquella primera idea o trazo inspirado, bebe precisamente y de forma directa del Misterio, del roce que enciende la visión interior, el fulgor creativo que nos impulsa a tomar un lápiz, dibujar, apuntar.

Para mí siempre es un reto conseguir hacer emerger estas imágenes primeras, con su fuerza inspiradora, conseguir mantener latente la semilla que las hace estallar en mi visión. Las series fotográficas que elaboro, beben de esta Fuente primera, emergen del sustrato de lo que permanece oculto, se evidencian para contar lo que me fue dado.

Transmiten el pulso de lo inefable, son la huella de mi encuentro con lo numinoso.

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http://www.mapirivera.com/dibujar-con-luz-viva/

20/03/2020 19:32 Antón Castro Enlace permanente. Artistas No hay comentarios. Comentar.

RAMÓN ACÍN HABLA DE SUS VIAJES

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Ramón Acín Fanlo (Piedrafita de Jaca, 1952) es escritor, profesor y viajero. Durante años fue el coordinador de los ciclos ‘Invitación a la lectura’, un proyecto inolvidable de difusión de la literatura en el aula. Ahora ha publicado en Fórcola algunos textos de sus viajes: ‘Un andar que no cesa’.

 

-¿Qué importancia tienen los textos de viajes en tu producción general?

 Desde mi primera adolescencia, siempre he reflexionado antes, durante y después de cada uno de mis viajes atendiendo a impresiones, emociones y asombros. Incluso podría decir que los viajes están al fondo de algunos textos narrativos que he publicado. Como ejemplo diáfano puede servir el primer capítulo de mi novela “Cinco mujeres en la vida de un hombre” que, al fondo, traduce un viaje a Huesca en compañía de mi abuelo. La diferencia en el caso de “Un nadar que no cesa” es que en esta ocasión me he lanzado a concretar la experiencia viajera libre de otros arrabios para que sea sólo un libro en esencia de viajes y no telón de fondo de un texto narrativo. El viaje, pues, no me es ajeno, pero sí  ahora cambia su importancia que es la de explorar otra vertiente de escritura hasta el momento no experimentada por mí. Es pues, un reto que, una vez cumplido, puedo decir que me satisface. 

 

-¿Los textos de viajes son formas de autobiografía o, más bien, formas de mirar, de enfrentarse al mundo y de contar?

 Son todo lo que apuntas y a la vez. Autobiografía, sin duda, por cuanto conllevan de experiencia de viaje personal y, por supuesto, de almacén de meditaciones ante todo cuanto me sale al encuentro en cada uno de los viajes que relato en el libro. Lógicamente, autobiografía matizada y pasada por cedazos varios para evitar  la simpleza plana de contar lo visto, traspasando fronteras y buscando alcanzar una buscada cota literaria. Y, para ello, lógicamente, el uso de una mirada especial, atenta al detalle físico del paisaje, del arte y de la gente que puebla ese paisaje y crea  con todo sus bagajes. Una mirada capaz de proporcionar (y, sobre todo, proporcionarme) una comprensión que permita entender lo que antes no conocía o no comprendía. Una mirada que permita también saber del “otro” y aquilatar las diferencias frente al mundo conocido y  asentado en la costumbre del existir cotidiano. El viaje, como la vida, es precisamente enfrentarse a lo desconocido, conocerlo y comprenderlo a la vez que ensanchas tu persona.A la postre, como reza el viejo precepto griego, es conocer y conocerte a ti mismo o comprender y comprenderte, circunstancias que resumen el verdadero existir. Por eso, al menos para mí, los viajes enseñas, curten y te hacen más persona engrandeciendo, en todas la dimensiones, los límites personales amén del análisis y conocimiento subsiguiente.

 

-Se insiste en la fragmentariedad de los textos. ¿Se refieren al libro, hecho de artículos y crónicas, o de las piezas en sí mismas, en su estructura interna?

 Lo fragmentario en “Un andar que no cesa” es normal y lógico. No sólo porque el mundo en sí y la vida misma sean un acumulo de espacios y tiempos, de sucesos y momentos vitales, sino porque cada viaje del libro es un fragmento más de los bastantes viajes que he realizado. El conjunto de “Un andar que no cesa” es también un viaje personal en busca de un logro literario. Y es, por supuesto, un conjunto pequeño de fragmentos que resume algo de mis andanzas que no cesan por Europa y África especialmente. Andanzas con impacto desde diferentes perspectivas y búsquedas que se abren al pensarlos y programarlos, primero, y al realizarlos y transcribirlos, después. Son, por tanto, válidos uno  a uno, individualmente, y también en su conjunto porque traducen momentos vitales y formas de entender o de buscar, tanto desde la esfera más íntima de lo personal, como desde la esfera de quien observa y reflexiona sobre lo colectivo y desde lo colectivo.

 

-¿Cuál es el espíritu con que emprendes un viaje, tienes claro lo que vas a contar o te dejas arrastrar por la intuición?

En todos los viajes que conforman el libro, sin importar si hay o no desplazamiento físico (pues, leyendo, se puede viajar desde el sillón) hay fases concretas, todas ellas necesarias. Por supuesto, la intuición juega su partido, pues, para que algo se lleve a cabo, previamente tiene que haber una conmoción, una atracción, una sorpresa...que, al final, accione la mente y la perentoriedad de ejecutar el viaje. Y, cuando sucede, la preparación es obligada. Viajar conlleva perder el suelo firme de lo que se conoce, de la costumbre y, en consecuencia, uno debe armarse como protección mínima  ante las inclemencias venideras. La preparación da confianza antes y durante el viaje. Javier Reverte acertó cuando dijo aquello de que  hay “un buen viaje, si antes hay un buen libro”. Después de la fase preparatoria llega la degustación (paisaje y geografías, paisanaje y su cultura e historia, etc.) y, por supuesto, el impacto  tanto emocional como meditativo, lo que es propio del “durante” del viaje ejercitando la mirada a fondo. Una mirada que cambia y ensancha la percepción como ya dijo Proust: “Viajar no es cambiar de sitio, es cambiar de mirada”. Mirada que acompaña al placer cuando se degusta durante el viaje y, sobre todo, en el “después” al rememorarlo que, a la definitiva, es otro gran viaje por la recuperación meditada de lo visto y sentido. Es decir, la vivencia más glamurosa del viaje de la que habla Paul Theroux.

 

-¿Qué te interesa de los sitios: el paisaje, el espíritu, la cultura, los personajes, el propio azar?

 Me interesa casi todo, pero lo que me pone en funcionamiento “durante” el viaje es el asombro, aspecto que, sin duda, se acompaña del azar. Ese azar que puede estar donde menos se espera, y que, además, manifiesta al viajero atento los detalles que mueven su necesidad de ahondar en lo desconocido. Sitios, personas, sucesos, paisajes, historia...capaces todos ellos  de mostrarte al “otro” y sus circunstancias. Es decir, detalles que chocan ante lo conocido o la costumbre. Por eso, al viajar hay que estar en estado de alerta, asombrado e interesado, además de acompañado (lecturas precedentes). Sólo así, inmerso en ese conglomerado, se paladea y se vive a fondo el trayecto con emoción, sentimiento, placer ...y hasta con dolor como ocurre en los dos recorridos bélicos de “Un andar que no cesa”.

 

-¿Tienes a veces la sensación de que desandas, sobre todo en Venecia, las huellas de otros viajeros?

Sí, en la mayoría de los viajes, al tiempo que los llevo a cabo, “desando” caminos hechos por otros que han recorrido los mismos caminos. Y aciertas en el caso de Venecia, pues las principales fuentes de documentación previa fueron, entre otros, “Los esbozos de Venecia” (1906) y “Los cuentos de Venecia” (1927) de Henri de Régnier.  Son textos que dirigieron mi quimera. Y digo quimera porque Venecia, como otros viajes míos (Niágara, Titicaca, Machu Pichu, Alma Ata, San Petersburgo. La selva mexicana de Lacandona...) vienen de lejos, casi desde la infancia. Por cierto, ese “desandar” los viajes de otros da algunos momentos excelentes, especialmente cuando la memoria del pasado relatada por otros entra en colisión con el presente del viaje que uno lleva a cabo. El contraste de cómo fue un espacio, un paisaje, un pueblo frente a cómo es en la actualidad ofrece un contraste que levanta enormes olas para el análisis, y no digamos para la meditación.  


 -¿Qué te dio un país como Egipto, qué te conmovió?

En cuanto a Egipto, otra de mis fijaciones infantiles, el asombro desencadenante ante las pirámides de Keops, Kefrén y Micerinos casi quedó en nada al lado de la historia y el arte vistos por doquier, tan abundantes y jugosos, ante el desierto a veces de ensueño, ante sus mares transparentes del Índico, ante la mezcla de religión y costumbres, ante el padre Nilo y su grata navegación... pero, sobre todo, ante la estética de lo inacabado y ante la real plasmación  (al tiempo que funcional) del caos y de lo incomprensible. Egipto, lo digo en el texto, es un mundo repleto de otros muchos mundos que, a veces, conmueven y, otras, te dejan noquedado. Viajar por Egipto es como una lucha sin cuartel.

 

-Hay un viaje, o unos viajes, que parecen alimentar tu propia obra de ficción. ¿Fuiste a los lugares de la guerra civil para documentarte, para buscar huellas, rastros del horror, escenarios del espanto?

 Sí, hay viajes en “Un andar que no cesa” que derivan de la necesidad de cuadrar otros textos creativos míos. A ello responde el apartado de “Viajes bélicos”, por ejemplo. Cuando comencé a escribir mi novela “Siempre quedará parís” quise documentarme a conciencia (una documentación que duró 8 años) no sólo en los libros, sino en espacios físicos y reales, acompañado incluso de algunos protagonistas del incivil guerra del 1936 en España. Realicé un viaje lento por la “cicatriz” bélica de Aragón, partido en dos durante la contienda, de norte a sur y desde Biescas, en Huesca, a Sarrión el Teruel. De aquel viaje mana el que se recoge en el libro que comentamos. Un viaje lento y minucioso, a lomos de cambios de tiempo (frío, calor, lluvia, viento) y de estaciones (invierno, verano) para intentar comprender la actuación de los soldados, su obediencia, etc. en tan absurda situación. Y, además, con el calor próximo de algunos protagonistas que, al tiempo, que destilaba dolor, me propiciaba también miradas hacia el entorno y que yo non había previsto. Así me dí cuenta del viaje que no trata ya sólo de entender la historia, sus sucesos, ponerse en la piel de los protagonistas, sino también de “mirar” el entorno que acogió aquellos sucesos y a sus protagonistas. Por eso, es un viaje repleto de matices, perspectivas, documentación anécdotas, meditaciones, supercherías, toponimía...Algo semejante me empujo a realizar otro de los viaje bélicos: Por Normandia, a la caza y captura de aspectos, paisajes, sucesos, estampas, etc., que pudieran aclararme la extrema violencia que se desató en las costas normandas durante el desembarco aliado, principio del fin del nazismo.

Ambos son viajes duros y dolorosos que, sin embargo, con la “mirada” abierta, aunque el corazón supure dolor, permiten abrir horizontes con las instantáneas que proporciona el paisaje y quienes lo pueblan y poblaron.  Viajar así, a lomos de una cruda idea, para calmarla, posibilita la necesidad de endulzar el viaje, de atemperar el dolor dando rienda suelta al asombro, al azar, a la emoción que acalle un tanto el dolorido sentir de la herida inicial que promovió el viaje.. 

  

-¿Qué tiene de peculiar Fuendetodos? ¿Crees que el fantasma de Goya se reanima por allí y que es lo que buscan autores como Berger, Grass y algunos otros?

No sé si el fantasma de don Francisco de Goya está presente  en los posibles recorridos que relato en el libro, pero sí que creo que lo está su “mirada” sobre el paisaje en bastantes de sus creaciones pictóricas. Su mirada se cuela al fondo de los cuadros y en los temas. Pienso en la sequedad del paisaje, en las líneas de horizonte, en la vegetación sedienta... Al menos así lo pensé al recorrer  a pie y en coche los espacios por los que  Goya transitó para ver familia o para  cumplir encargos en determinadas geografías de Aragón. De John Berger y Gunter Grass, a los que invité a Zaragoza, no me atrevp a poner mi voz, a suplantar sus opiniones, pero supongo que sí, que buscaban el alma de Goya en el territorio. Ambos, admiradores confesos del pintor lo llevaban en el corazón. Berger escribió una obra de teatro con Goya como elemento central (por cierto, estrenada en Zaragoza por el teatro de la Estación cuando lo invitamos a visitar Fuendetodos) y disfrutó de lo lindo con aquel recorrido aragonés. Lo mismo que G. Grass también visitante de Fuendetodos y, por supuesto, del espacio aledaño de Belchite, preocupado como estaba por temas de la guerra civil española. De ellos aprendí y con ellos disfrute, incluyendo la temática de Goya y la visión que ellos tenían de sus pinturas.

 

-¿Sería Julio Llamazares el escritor de viajes que más te ha marcado?

 De Llamazares puedo decir que es como un hermano. Y los hermanos marcan a fuego cuabndo fluye el cariño de verad. Además de Llamazares citaría otros hermanos como Jesús Moncada, Alfons Cervera, Luis Mateo Diez, José Giménez Corbatón...con quienes tengo hilos en común: una infancia rural, un transtierro urbano y el crecimiento en ese espacio como persona, la melancolía de un espacio infantil perdido que, entre otros aspectos más, nos lleva a todos, creo, a explicar mediante la literatura cuanto dejamos atrás. Es decir, a explicar la vida en espacios dormidos, “amortados”(por citar la palabra aragonesa justa y que se decía en el Altoaragón) o deshabitados (tan lejos de los términos “vacío”y “vaciado” de moda) a los que escribiendo sobre ellos y convirtiendo en protagonistas se les da nueva vida o, cuando menos, se deja constancia de lo que fueron y cuanto fueron.

 

-Si escribir es llorar, como decía Larra, ¿qué es viajar? ¿Una forma de curar el alma, la cerrazón, los nacionalismos, como decía Baroja?

Lo habitual es viajar por placer y olvidar el agobio diario del faenar, para romper con la costumbre que nos ata y buscar una panacea momentánea y falsamente liberadora. No lo dudo: es bueno y aconsejable, pero viajar de verdad va mucho más allá. Viajar es entrar en relación con lo que se descubre, se ve, se observa, se analiza, se comprende, se asume. Viajar es dialogar con uno mismo ante espacios, personas, paisajes, sucesos o historia, por ejemplo. Y como dices, a la vez, es curar tu alma y conocerse uno mismo, superando barreras que van desde lo personal a lo social, y que curan del chauvinismo, de la costumbre, del nacionalismo... porque, viajando,  se ahonda en la observación de los demás y en lo desconocido. Es, en suma, el viaje hace cierto el adagio clásico de que “nada de lo humano nos es ajeno”.

 

-¿De qué siente melancolía un peregrino como tú en Bruselas, en Sicilia, etc.?

Ante Bruselas o Sicilia como me sucedió (y sucede) en otros territorios, más que melancolía, que si la puede haber, abundan otros sentimientos que creo son importantes. Al menos, para mi. Sentimientos que mueven el corazón y el pensamiento. No obstante, confieso que sí hay melancolía porque, en lontananza, por sus paisajes, costumbres e historia aflora el pasado español (Países bajos) bueno y malo. Y con el viaje a Sicilia también al aflorar el pasado de la Corona Aragonesa desovando a lo largo de todo el Mediterráneo.

Melancolía y mucho más al recorrer huellas muy visibles que hablan de arte e historia, de relaciones y convivencia, de guerras y paz, de costumbres... Melancolía que, sin duda, resume vida, la vida y el viaje mudable de la vida.

 

-¿Cómo quieres que sea el lenguaje de tus textos viajeros, cómo crees que debe ser?

Intento buscar el vocablo ajustado o preciso a cada emoción sentida. La retrospectiva del viaje permite, junto a la degustación, meditar con lentitud y desechar aquello que es o se piensa innecesario. Viajar no sólo es holganza, observación, mirada, comprensión, reflexión...es, también, como ya he dicho, emoción. Una emoción múltiple y de amplia gama  que exige cuidar el lenguaje y sus formas (metáforas, figuras literarias...) a lo largo de cuanto se relata para que, como disparos directos al corazón y al pensamiento den en la diana. Intento buscar un lenguaje que resuma la documentación, la emoción, la meditación, el placer, la sorpresa, el azar, el conocimiento...Difícil, pero lo intento siempre. Es el gran reto.

 

*Ramón Acín rodeado de amigos. Arrodillado, a la derecha del todo, con traje gris.

21/03/2020 00:02 Antón Castro Enlace permanente. Escritores No hay comentarios. Comentar.

ELEGÍA Y RECUERDO DE CARLOS MONCÍN

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https://www.heraldo.es/noticias/comunicacion/2020/03/22/carlos-moncin-el-ojo-que-sabia-mirar-1365216.html

 

CARLOS MONCÍN, EL OJO QUE SABÍA MIRAR

 

Antón CASTRO

Acabo de enterarme de la muerte –a través de un texto de Mariano García– de Carlos Moncín, el fotógrafo durante muchos años de ‘Heraldo’. Un fotógrafo de todo y para todo, aunque su especialidad, su gran pasión eran los toros. Ahí, en el ruedo, en Zaragoza o en Calatayud, se transformaba. Se volvía otro: un artista, un poseído, un científico que fija para siempre la verónica o la sangre derramada.

Carlos Moncín ha sido importante en mi vida. Lo conocí en julio de 1987 en Calatayud durante el rodaje de ‘El aire de un crimen’ de Antonio Isasi Isasmendi. Ya sabía quién era, me habían avisado en ‘El día de Aragón’, donde trabajaba entonces, que él y José Verón Gormaz eran los fotógrafos oficiales de Calatayud, a los que luego se sumarían Manuel Micheto, Agustín Sanmiguel, Jesús Macipe, etc. Uno tenía tienda y era un profesional en crecimiento, un gran cronista social y político que había trabajado en varios diarios y agencias; el otro era el poeta que había ganado cientos de premios en medio mundo con sus imágenes con atmósfera y con un color personalísimo. Dos amigos y dos formas de entender la vida y la fotografía.

Los dos retrataban a los actores de la película y no recuerdo quien me pasó fotos para un reportaje de domingo a doble página, aunque llevaba mi cámara Yashica-FX3, y lo capté casi todo, incluso a una jovencísima Maribel Verdú sentada sola en un rincón del mesón, con la que hablaba de cuando en cuando Germán Cobos. Creo que fue Carlos, aunque era colaborador de ‘Heraldo’, quien también nos pasaba fotos a nosotros, sobre todo a través de Javier Valero, cronista de toros.

Algún tiempo después, juraría que fue en 1988 o en 1989, durante las fiestas del Pilar, un toro cogió a un torero, o quizá fuese a un novillero. Yo entonces era jefe de la sección de Cultura de ‘El día de Aragón’, y Javier Valero, con el que siempre he trabajado muy a gusto, me llamó y me dijo que teníamos la secuencia entera de la cogida y que era algo espectacular. Entre 12 y 16 fotos, y que si yo quería las publicábamos. A Plácido Díez Bella y a Lola Ester, director y redactora jefe, les pareció muy bien. No sé si publicamos 6 u 8, a página entera, con un texto literario, con ecos lorquianos, como no podía ser de otra manera, y las imágenes las firmaba Carlos Moncín.

Aquello escoció un poco en mi actual periódico, lo supe por Javier, lo supe por el propio Carlos, que no tardaría en recordármelo poco más tarde y muchos años después cuando en 2001 entré en ‘Heraldo’. A raíz de aquello, lo llamaron para dirigir la sección en la que estaban, entre otros, Arturo Burgos, Vicente Jorcano, Eduardo Bayona y Ángel de Castro. Y ahí trabajó durante más de dos décadas, en alianza directa con José Miguel Marco, Oliver Duch y Guillermo Mestre –y con otros profesionales por la casa: Aránzazu Peyrotau, Luis Correas, Esther Casas, Asier Alcorta, María Torres-Solanot, Aranzazu Navarro, entre otros- hasta que fue reclamado por Luisa Fernanda Rudí para formar parte de su gabinete. Su amistad, entre otras cosas, derivaba de su pasión por la fiesta.

Carlos Moncín había retratado a todos los toreros. De aquí y de allá. Admiraba al fotógrafo taurino Canito, y tenía criterio propio: “Ese torero es miedoso”, “los toros hoy no valen nada”, “ha habido un momento de oro entre tanto fango”, podía decir metido a crítico taurino. Siempre volvía a la redacción con algún tesoro. Si ahora se revisasen sus positivos y negativos se hallarían auténticas joyas. Su producción es inmensa e intensa…

En los primeros tiempos trabajó sin descanso; luego, sin dejar de hacer fotos, coordinó más, pero aún así hizo de todo. Con maestría. Con arrebato. Cuando se implicaba, aparecía el gran profesional, el hombre versátil y curtido, el sabio del oficio, el hombre que sabía mirar y desnudar en un rostro, actitudes, psicologías. A veces parecía levantisco, dado al enojo y a la distancia, con esa sensación que se tiene a veces en los oficios de que el tiempo de uno ya ha pasado o está pasando ante el vértigo de las novedades, pero en cuanto vencía eso, y lo hacía constantemente, se entregaba y lograba grandes retratos (artistas, escritores, políticos, deportistas…), masas, reportajes, pura y descarnada información. Como ha recordado la periodista Ana Esteban -reportero de formación clásica, alejado de lo conceptual o lo poético, aunque sabía captarlo-, Carlos Moncín solía decir: “Mis placas hablan por mí”.

José Miguel Marco, un gran profesional y actual jefe de fotografía de ‘Heraldo’, ha escrito en su Facebook: “En 1997 Carlos me fichó como colaborador de ‘Heraldo’. El primer reportaje, o de los primeros, fue sobre los patos del Canal Imperial. Le enseño los contactos y me dice: ‘bien chavalín, copia esta y esta’, señalando dos miniaturas. No se prodigaba en halagos, era duro, como las redacciones de entonces. Trabajamos juntos durante casi veinte años, con jornadas largas, con días buenos y malos, con encontronazos y abrazos. Aprendí de él que lo primero es la información. ‘No hacemos catálogos, hacemos periódicos’, decía. Todo en él era intenso”. Creo que el retrato es preciso. Carlos Moncín era exigente, olía las fotos, olía la noticia, y se atrevía a cortarle la cabeza, artísticamente, a un personaje si le parecía expresivo. Era clásico, sin duda, pero audaz. Dominaba el arte del primer plano y tenía personalidad en la composición, energía, sabía en qué consistía la vivacidad de esa toma que, sí, a veces vale más que mil palabras o tanto como ellas. Por eso aborrecía lo que en el oficio se llama “un cromico”. No se conformaba.

De algún modo, el fotógrafo fue suplantado, despaciosamente pero jamás definitivamente, por el editor, por el coordinador de la sección, por la vehemencia de los tiempos y por una nueva pasión: el golf. Ahí encontró aire nuevo, la relajación, la vitalidad y la expansión que siempre andaba buscando, aunque claro está llevaba la fotografía en vena. En su obituario, Mariano García resume muy bien su forma de entender el oficio y también cierto desengaño ante la llegada de la fotografía digital, que restó “calidad y sensibilidad” a la foto de prensa. Escribe: “Sus fotografías, en las que confluían tres dones, la elocuencia, la oportunidad y la precisión, eran siempre una lección de periodismo”. Roberto Pérez escribe en ‘ABC’: “Deja tras de sí una sobresaliente producción gráfica que lo convirtió en nombre propio del fotoperiodismo aragonés y del arte de la fotografía”.

Tras abandonar el gabinete de  Luis Fernanda Rudi, aquel fotógrafo ya embrujado por los campos de verdín, no volvió a la redacción. Y pronto se asomó a su existencia el huésped más terrible e indeseable: el cáncer. Aún hizo más cosas: ordenó archivos, hizo exposiciones, publicó un libro (‘La Transición democrática en Calatayud: cambios y esperanzas’, el libro de una pasión por Calatayud y la candente actualidad) y resistió con dignidad.

Hace algo más de un año viví en Calatayud una de esas emociones inesperadas y maravillosa cuando fui a dar una charla sobre literatura aragonesa contemporánea a la Universidad de la Experiencia. Me habían dicho que Carlos Moncín estaba seriamente enfermo, con diversos picos de hospitalización y postración. Cuando lo vi entre el público me llevé una gran alegría. Me pareció un hermoso gesto: como otros compañeros de ‘Heraldo’ habíamos hecho entrevistas, reportajes, noticias, muchas cosas juntos, y habíamos hablado de mil asuntos, casi siempre con la fotografía de fondo. Me conmovió verlo allí, con su mujer. Aguantó con una sonrisa la hora y media en la UNED y pudimos despedirnos con un abrazo. Volvimos a hablar por teléfono cuando le dije cómo podía hacerme con un libro suyo. Era socio de honor de la Asociación de Fotoperiodistas de Aragón, y sus impresionantes fotos lucieron en la colectiva que significó la puesta de largo del colectivo en el Cuarto Espacio.

Ahora, a los 64 años, Carlos Moncín Duce (había nacido en Calatayud en 1955) se fue con discreción en esta primavera tan implacable como irreal.

*LA Foto de Carlos Moncín la tomo de ’ABC’.

Links: https://www.heraldo.es/noticias/ocio-y-cultura/2020/03/20/carlos-moncin-fotografia-heraldo-1365046.html

https://www.abc.es/espana/aragon/abci-fallece-fotografo-y-periodista-bilbilitano-carlos-moncin-202003202042_noticia.html

https://www.aplausos.es/noticia/53050/noticias/fallece-el-fotografo-carlos-moncin-companero-de-aplausos.html

https://www.elperiodicodearagon.com/noticias/aragon/fallece-fotografo-aragones-carlos-moncin_1414762.html

21/03/2020 20:39 Antón Castro Enlace permanente. Fotógrafos No hay comentarios. Comentar.

PISÓN HABLA DEL ESTAFADOR FILEK

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[La televisión, en este caso por omisión, ha puesto de actualidad una novela-reportaje de Ignacio Martínez de Pisón: 'Filek' (Seix Barral).]

Ignacio Martínez de Pisón “Filek pasó tantos años

entre rejas como en libertad. Fue un perdedor”

 

Publica en Seix Barral la impresionante historia del estafador austriaco que quiso vender gasolina sintética a Franco

 

PIE DE FOTO:

Pisón regresa a un registro que había usado, con brillantez, en ‘Enterrar a los muertos’.

 

Antón CASTRO

¿Nació ‘Filek’ del azar o de la intuición de un novelista fascinado por un libro como ‘Dora Bruder’ de Patrick Modiano?

Es verdad que el azar te acerca muchas historias, pero hay que estar atento para cazarlas. Las primeras noticias sobre Filek las encontré en la magna biografía de Franco escrita por Paul Preston. Eran unas pocas líneas y decidí seguir esa pista un poco al modo en que lo hizo Patrick Modiano cuando en un periódico parisino de la época de la Ocupación encontró una nota sobre la desaparición de una niña llamada Dora Bruder.

¿Sospechó en algún momento que se podía encontrar con un personaje así, más inverosímil que un personaje soñado?

Su vida está llena de peripecias por su propia condición de estafador pero también porque le tocó vivir un periodo particularmente convulso, que va desde la Primera Guerra Mundial hasta la derrota del nazismo pasando por la Segunda República española, la Guerra Civil y el primer franquismo.

Parece que en él todo fue fraude desde el inicio. ¿Cómo fue la indagación en su infancia y adolescencia? 

Ésa es la etapa menos conocida de su vida, sobre todo porque muchos de los archivos del antiguo Imperio Austrohúngaro se dispersaron y se perdieron en las dos guerras mundiales. A pesar de todo he podido reconstruir algunos episodios de esa etapa, incluidas sus primeras estafas, incluida también su afición a la buena vida: le encantaban los hoteles de lujo pero luego se largaba sin pagar...

El estafador llegó a España con la II República. ¿Qué pasó, en qué círculos aristocráticos se movió?

Se hacía pasar por excapitán de artillería del ejército austrohúngaro, lo que le facilitó el acceso al núcleo de militares más reaccionarios, que se organizan en torno a la clandestina Unión Militar Española. Gracias a esos contactos consiguió en 1935 ponerse en contacto con el entonces subsecretario del Ministerio de la Guerra, Fanjul, al que intentó en vano vender sus inventos.

Hay un caso conmovedor de estafa que es la del matrimonio Fresnel.

Las cosas no le iban muy bien en esa época. Si anteriormente se había ido sin pagar de los hoteles de lujo, ahora hacía lo mismo pero de modestas casas de huéspedes. Y no solo eso sino que a la casera le pedía prestado dinero que jamás pensaba devolver... Los estafadores de la vieja escuela, como el propio Filek, tenían una excepcional capacidad de persuasión.

Empieza a visitar la cárcel pero no se amilanaba. ¿Cómo fue ese peregrinaje?

Estuvo en la Modelo de Madrid en los peores momentos, cuando se llevaban a cientos de presos para llevarlos a fusilar en Paracuellos. Pero en la cárcel hizo amistades que luego le vendrían muy bien, entre ellos, casi con toda seguridad, Ramón Serrano Suñer, el Cuñadísimo de Franco.

Filek se hará famoso por su patente de la gasolina sintética. ¿En qué consistía?

Un mejunje de restos de remolachas, hierbas, agua del río Jarama... Filek se hacía pasar por químico pero sabía tanto de química como yo de astrofísica.

En ese ‘invento’ le precedió un aragonés: Suñén Beneded. Dice que a lo mejor se conocieron…

Circulaban muchos individuos que decían tener fórmulas mágicas para la fabricación de combustibles milagrosos. La mayoría de ellos eran simples estafadores, como el propio Filek. Con Rafael Suñén Beneded lo más curioso es que coincidieron los dos en la cárcel Modelo, de donde el aragonés salió a los pocos días para ser fusilado. Contó su historia Mariano García en HERALDO. No puedo demostrar que llegaran a hablar, pero parece verosímil, y en todo caso no puedo resistirme a imaginar ese encuentro en esas circunstancias.

Uno de los momentos más impresionantes del libro es cuando le intenta vender su gasolina a Largo Caballero.

Filek no se arredraba ante nada. Primero ofreció sus inventos al ministerio de Gil Robles, luego (ya durante la guerra) al de Largo Caballero... En ninguno de esos casos consiguió engañar a nadie. Por eso llama más la atención que poco después consiguiera engañar tan fácilmente a Franco y su gente de confianza.

 

¿Cómo lo hizo?

Hay que pensar que para entonces ya no era el estafador Filek sino el excautivo Filek, un hombre que ha sufrido casi tres años de prisión en cárceles republicanas. Por si eso fuera poco, en prisión había hecho amistad con gente que enseguida sería muy influyente en el nuevo régimen y su propia condición de supuesto científico de origen germánico le favorecía mucho en un momento en el que parecía que Hitler iba a dominar el mundo. Además, el ministro de Industria, Alarcón de la Lastra, era un completo incompetente, y Filek supo aprovecharlo.

¿Jugó a su favor el aislamiento de España?

Sin duda. Lo más decisivo es que, con la ensoñación franquista de la autarquía en materia económica, lo que más necesitaba aquella España devastada era precisamente asegurarse una fuente de energía nacional. Entre eso y que Franco se sentía ungido por Dios, la aparición de Filek se interpretó como un regalo de la providencia.

Estremecen sus tres años en los campos de concentración. ¿Ha querido  recordar y denunciar esa parte tan sórdida del franquismo?

Filek fue víctima durante la guerra de la debilidad de las instituciones republicanas y luego lo fue de la represión institucionalizada del franquismo. Recordemos que era el momento más sanguinario del régimen, con decenas de miles de españoles encerrados en centros penitenciarios o fusilados ante los paredones de los cementerios. Con Filek me he sentido un historiador y también un detective.

¿Le ha quedado la duda de si no era tan patética aquella España como el personaje?

Solo en una España tan zarrapastrosa como aquélla puede imaginarse que un pícaro como Filek llegara a triunfar como lo hizo. También es verdad que su época de prosperidad le duró poco, y en España pasó tantos años entre rejas como en libertad. En el fondo, su historia es la de un perdedor.

 

 

29/03/2020 08:20 Antón Castro Enlace permanente. sin tema No hay comentarios. Comentar.

UN DIÁLOGO CON JOSÉ 'PEPÍN' PELLO

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[He entrevistado tres veces a Pepín Bello (1904-2008), una en su casa, y puede leerse el diálogo en ’Vidas de cine’, otra en Huesca y una más por teléfono poco antes de su muerte. . La conservaba El Sueño Igualitario.]

 

 

José Bello Lasierra entrevistado por Antón Castro

 

 http://www.cazarabet.com/esi/numeros/5/index.htm#bello

 

Fuente: Heraldo de Aragón

 

- ¿Qué sintió cuando le anunciaron el Premio Aragón 2004?
- Gratitud, agradecimiento de corazón. He dado las gracias al Gobierno de Aragón. Es la máxima distinción, ¿no? Jamás había soñado con ella. Hablé con Marcelino Iglesias, al que apenas conozco. Nos hablamos de usted y me dio la enhorabuena. Me ha sorprendido el galardón, me ha halagado y estoy confuso.

- ¿Ya ha escrito el discurso?
- Ni lo voy a escribir, lo diré de viva voz. He pensado algo, pero no se lo voy a decir a usted.

- De acuerdo. Vayámonos a Huesca, a su niñez...
- Mi padre, Severino Bello, era ingeniero, un auténtico sabio, hizo obras muy importantes como el pantano de la Peña o los Riegos del Alto Aragón, la obra hidráulica más importante de Europa. Yo me he criado en el pantano de la Peña. Era un hombre muy completo, inteligente y muy culto. A su lado se aprendía mucho. Y además dibujaba extraordinariamente, quiso ser pintor.

- ¿Y su madre?
- Se llamaba Adelaida Lasierra. Era encantadora, la admiraban mucho, era el eje de las conversaciones por lo graciosa que era, por su buen hablar. Era inteligente, guapa, natural, pero no tenía la formación de mi padre.

- ¿Por qué lo llamaban Pepín?
- Me puso ese nombre mi hermano Severino, pero ya no me gusta que me llamen así. ¿Seguimos? De niño no había cines, pero sí había una carpa, la de Enrique Farrús "El Farrusini". En las sesiones había un pianista, Daniel Montorio, que tenía mi edad, luego triunfó mucho. Fue un niño prodigio, me acuerdo de él ya desde que teníamos diez años. También había una cupletista que cantaba y bailaba. El cine era un divertimento más, como el circo, que llegaba de higos a brevas. Me llevaban mis padres o las criadas.

- ¿Cómo recuerda su ambiente familiar?
- Era extraordinario. De verdad. Los hermanos nos queríamos mucho. Teníamos muchos amigos. El sitio de reunión casi siempre era mi casa, íbamos poco a las casas de los amigos, salvo a la de Salvador María de Ayerbe. Recuerdo que nos íbamos a bañar a la Santera, en la carretera de Huesca, al río Flumen, íbamos en bicicleta, y también al barranco de Alfóndiga, y allí veíamos los carnuzos y aquella columna de buitres que venía a comer los despojos. Por supuesto que también íbamos a pie o en bicicleta a Loarre y a Montearagón, dos castillos muy emocionantes para mí. Siempre me ha gustado el arte.

- ¿Fue amigo, en Huesca, de Ramón Acín?
- Hombre, claro que sí. Lo conocí muy pronto y éramos muy amigos. Iba a su casa o venía él a la nuestra, aunque era mayor que yo. También conocí a su mujer Conchita Monrás, nos queríamos mucho. Ramón Acín tenía una mano exquisita para el arte y era muy buena gente.

- Con once años, partió usted a la Residencia de Estudiantes.
- Sí, claro. Fui a hacer el Bachillerato a la Residencia de Estudiantes ya. Mi padre había sido nombrado director del Canal de Isabel II. Mis asignaturas favoritas eran la geografía, el arte y la historia. Por entonces, lo recuerdo perfectamente, yo iba mucho al Museo del Prado con mi padre. Soy el visitante más antiguo y el más constante del Prado. Me gustaban mucho Velázquez, Goya, Zurbarán o El Greco. Es el mejor museo del mundo. He ido cientos, miles de veces.

- En 1918, llegó a la Residencia de Estudiantes Luis Buñuel...
- Establecimos relación de inmediato. Recuerdo que no destacaba en nada. Quería ser escritor y escribió algo. Estudió Ciencias Naturales, Filosofía y Letras. No tenía una vocación específica.

- ¿Ya lo conocían como "El león de Calanda"?
- Luis Buñuel mentía como un bellaco. Era un gran fabulador. Sólo hizo un combate y yo fui su manager. Hizo tres o cuatro o cinco asaltos, pero le aseguro que ni él ni su contrincante se intercambiaron golpes. Pronto se convirtió en el novio de la poetisa Concha Méndez, tengo un libro de ella dedicado por entonces.

- Y algo más tarde, apareció Dalí.
- ¿Le digo una cosa? Fui yo quien lo descubrió. Llegó en 1922, acompañado de su padre el notario Salvador Dalí Cusí y de su hermana Ana María. Estuvieron allí tres o cuatro días. Era estrafalario, vestía de artista, con un traje de terciopelo negro, con cinturón, llevaba melena. Era raro. No tanto como Juan Ramón Jiménez, que venía a menudo a ver a García Lorca. Sabíamos que pintaba, pero un día vi su puerta entreabierta y empujé. Vi unos dibujos maravillosos, excelentes. Le pregunté: "¿Son tuyos?". "Claro", dijo. Me faltó tiempo para decírselo a los demás: Lorca, Vicéns, Buñuel. "Este tío catalán pinta muy bien", les dije. Así empezó todo. Muchos años después, hace más de 20 ó 30 años, ya no recuerdo la fecha, fui a verlo al hotel Palace. Entonces, conocí a Gala. Traté a Salvador Dalí hasta su muerte.

- Ahora que citamos a Buñuel y Dalí, ¿cuál fue su responsabilidad real en la película de ambos, "Un perro andaluz", y también en "La edad de oro"?
- Yo creo que en algunas cosas. Por ejemplo, el ojo rasgado con la navaja barbera, el carnuzo sobre el piano, los curas marianistas cogidos a una pata del piano... Eran imágenes mías. Pero yo no intervine propiamente en las películas, no figuro para nada en "Un perro andaluz", eran cosas que nos decíamos en las charlas...

- ¿Y Federico García Lorca?
- Estaba fascinado con él como todos. Era realmente extraordinario, simpático, hablador, alegre, ingenioso, mentiroso. Era el hombre espectáculo. Recuerdo que Jorge Guillén decía: "Federico es irresistible". Y realmente lo era: tocando el piano, contando cosas, cantando, dibujando, hacía caricaturas musicales extraordinarias, perfectas, de Mozart, de Stravinski. Y tenía un talento poético inmenso.

- ¿Es cierto que usted llegó a dedicar algunos de sus libros?
- Algunos no, el "Libro de poemas". Como no le cabían todos los ejemplares en su cuarto, pasó unos cuantos al mío. Y a veces venía gente que me decía: "Bello, le hemos escrito a Lorca, no nos ha contestado, ya va a terminar el curso, ¿podría decirle que nos dedique su libro?". Y yo, con el consentimiento de Federico, acababa haciéndolo: dedicaba el libro.

- Entonces, ¿cuál era exactamente su papel en el grupo, el de incitador o azuzador de otros intelectuales?

No, no. Yo daba ideas, sugería temas, hablábamos, bromeaba. Supongo que cogerían algo de mí, pero yo no he pretendido pasar a la posteridad. Soy una persona muy modesta. No figuro en ninguna parte.

- Dijo usted alguna vez que hasta entonces sólo había leído a un autor, Bécquer, y que se lo sabía casi de memoria...
- Alguna cosa sabría de memoria. Lo había leído y releído desde los diez años. Más que su poesía, a mí me gustaban sus "Leyendas" y las "Cartas desde mi celda"...

- Escritas, por cierto, en Veruela.
- Me encanta Veruela. Es de una belleza verdaderamente evocadora y en la época de Bécquer debió serlo más aún, de un gran romanticismo. Es uno de mis lugares favoritos de Aragón, aunque yo conozco toda España.

- Sigamos. En 1927 se fue usted a Sevilla.
- ¿Y sabe por qué? Porque en 1929 iba a celebrarse la Exposición Iberoamericana, por eso había mucho trabajo y muchas iniciativas. Y yo me fui inicialmente con una compañía constructora de Zaragoza, Vías y Riegos, era un alto empleado de la empresa y trabajaba también en Relaciones Públicas. Me quedé hasta 1935 y me fue muy bien.

- ¿No fue allí donde conoció a la pianista Pilar Bayona?
- Sí, me la presentó Concha de la Torre Bayona, pero yo la vi en Sevilla, en Madrid, aquí en Zaragoza, en su casa. Conocí a su padre, a su hermano Julio, conozco a su sobrino Antonio. Físicamente no era gran cosa, pero obtuvo éxitos enormes y los Buñuel, tanto Luis como Alfonso, estaban locamente enamorados de ella.

- ¿Y usted?
- No, yo no. Yo la quería como amiga, la admiraba como pianista. Yo había estado enamorado de Araceli Durán y un día le pedí a Rafael Alberti que me escribiera algo para ella. Me escribió un soneto, que figura en "Cal y canto", y no desdice para nada de uno de Lope de Vega. Es magnífico.

- En 1935, regresó a Madrid...
- Sí, claro, con mi familia. Pero poco después empezó la Guerra Civil y ya no pudimos escapar. Bueno, mis padres se fueron a Francia desde Irún, y de ahí a Burgos, a Sevilla más tarde... En medio de la contienda mataron a mi hermano Manuel, había tenido un accidente de coche y se quedó como un niño. Salió a por tabaco y no lo volvimos a ver. Muchos años después apareció en la lista de los fusilados en Paracuellos.

- ¿No pensó en irse de España?
- La verdad es que no. Estábamos en Madrid, no se podía salir. No combatí pero pasar pasé hambre, frío y miedo. Estuve detenido por los republicanos cuatro días, y mi hermano Antonio nueve meses.

- ¿No le impresionó la muerte de García Lorca?
- Desde luego, pero piense en aquel contexto terrible, estábamos rodeados de muerte, y acababan de matar a mi hermano. Desaparecían muchos amigos.

- Y ¿qué paso luego?
- Tras la Guerra Civil, montamos en Burgos una empresa de peletería fina que nos fue muy bien durante unos años. Había en España 33 empresas, pero con la II Guerra Mundial empezó a ir mal. Y la dejamos. Trabajábamos mucho para Alemania y Estados Unidos. Y en 1954, montamos un autocine. Sólo había dos en Europa, uno en Roma, que fuimos a ver, y el nuestro. En Estados Unidos había 400. Funcionaba bien, pero cogimos un gerente norteamericano que nos llevó a la ruina. Luego, como era mayor, lo dejé todo y me recluí en casa, recuperé a muchos amigos, me entregué a leer. Yo he leído la intemerata.

- Y jamás se olvidó de Huesca.
- He ido siempre que he podido. Me gusta la ciudad en su conjunto, iba al parque. Huesca, ahora, esta bonita y cuidada, no es un pueblo, es una pequeña ciudad. Además, en casa de mi hermano, tenía una habitación con baño siempre dispuesta para mí.

- Usted ha escrito piezas teatrales con Alberti, Buñuel y con Benet, recogidas en "Teatro civil".
- He escrito poco, muy poco, ahora acaban de mandarme un drama recuperado que escribí yo con Luis Buñuel. Y también trabajé algo con Juan Benet, con Fernando Checa, pero no me he dedicado a eso, he hecho, sí, alguna cosa humorística de poca importancia.

- ¿Se arrepiente de algo?
- No he hecho mal a nadie, no he hecho nada punitivo. Quizá cuando mejor lo pasé fue cuando coincidí con tantos genios. Pero le digo una cosa: no siento nostalgia de la II República, la conocí muy bien, Azaña fue muy amigo mío, pero fue tan desastrosa como la primera de 1873. He tenido muchos amores. Eso es lo superior de la vida, lo más elevado: el amor es lo que te acerca al cielo.

- ¿Se enamoró de Ava Gardner?
- No, no. La conocí. Me quedé pasmado ante ella y se lo dije: "Te miro a ti". Era una criatura perfecta.

- ¿Cuál es el secreto de su longevidad?
- Hombre, mi padre tenía buena salud. Se murió a los 74 años; eran otros tiempos. No me he cuidado especialmente ni me he descuidado tampoco. No he sido nada aprensivo, he viajado lo justo y he sido curioso. He tenido una actividad grande.

 

 

 

29/03/2020 11:12 Antón Castro Enlace permanente. Temas aragoneses No hay comentarios. Comentar.

HISTORIA DE MANUEL MARÍN SANCHO

Fuente: Heraldo de Aragón  (http://antoncastro.blogia.com/2006/032701-historia-tragica-de-manuel-marin-sanc-ho-1899-1936-.php )

 

Manuel Marín Sancho (Zaragoza, 1899-1936) fue uno de los intelectuales más activos de su tiempo: periodista, profesor, archivero, documentalista, paleógrafo, dinamizador cultural de la Zaragoza de preguerra. Fue ejecutado en Torrero por su militancia masónica.

 

La historia de Manuel Marín Sancho (1899-1936) resulta conmovedora. Su primogénita María Luisa, nacida en 1927, dice: “Su muerte fue una canallada. Sigo queriendo a mi padre con locura. Nos llevaba a todas partes: al boxeo al Monumental, al teatro, yo conocí muy bien el mundo de las tablas entre bastidores. A veces nos contaba cuentos, y nos traía juguetes, incluso pupitres plegables”. Su hijo Basilio (Zaragoza, 1929), que conserva muchos de los cuadros y esculturas que le regalaron los más importantes artistas aragoneses de la preguerra a su progenitor, revela: “Yo tengo recuerdos más bien difusos. En 1933, nos trasladamos a Barcelona porque mi padre empezó a dar clases en el Instituto Salmerón. Recuerdo que era un apasionado de la música clásica: tocaba la viola y solíamos ir con mi madre a los conciertos que daba con la orquesta sinfónica. Vivimos allí hasta el inicio del verano de 1936. Nosotros, mi madre, mi tía Vicenta, mis hermanas María Luisa y Teresa y yo regresamos a Zaragoza a principios de julio, y mi padre lo hizo en vísperas de la Guerra Civil”. Tras el estallido de la contienda, Manuel Marín Sancho, que pertenecía a la logia Constancia 16, no tardó en ser detenido.

 

Lo soltaron poco después, aunque debía pasar prácticamente a diario “por las dos checas que había en el Coso, una era de requetés y otra de la Falange. A finales de septiembre, lo encerraron en Torrero y, finalmente, la noche del uno de diciembre fue ejecutado por su condición de masón. Mi padre era republicano, creía que la forma ideal de gobierno era la República, pero tampoco era un hombre que se hubiera significado de manera radical”. José Antonio Ferrer Benimelli en su libro “La masonería en Aragón” narra la detención y la ejecución de Manuel Marín Sancho, que era periodista, dramaturgo, crítico de arte y de literatura, archivero, paleógrafo, y exhuma algunas de sus últimas y emotivas cartas. Las razones de la muerte eran tan lacónicas como falsas: “Fractura de cráneo y hemorragia interna”. Con él, en aquellos meses, fueron abatidos, entre otros muchos, Moisés y José Miguel Alcrudo, Andrés Cobo San Emeterio, Francisco Albiñana, Venancio Sarría...  

 

Archivero, periodista, poeta

 

Los dos hermanos aseguran que se “enteraron de todo”. María Luisa recuerda que le escribían y le mandaban dibujos de casitas a la cárcel, “algunas eran copiadas. El dibujo se me daba muy bien”. La familia entonces no tenía casa propia; vivía en un gran caserón de la plaza de Sas que era de la tía María, hermana del periodista, y del tío Gregorio, un agricultor con muchas tierras. “Ambos fueron nuestros padrinos. Mi madre se quedó con una exigua pensión por la condición de mi padre de archivero del Ayuntamiento de Zaragoza, donde trabajó con Manuel Abizanda Broto. Y nada fue fácil. La casa tenía más de veinte habitaciones. Salimos adelante gracias a mis padrinos”.

 

Basilio inicia un auténtico viaje en el tiempo. Su padre nació en Zaragoza en 1899, en el seno de una familia de clase media que se dedicaba a la construcción de instrumentos musicales: guitarras, laúdes, bandurrias; su abuelo le regaló una guitarra a Alfonso XIII, que lo recibió en palacio, y además presentó magníficas piezas en uno de los pabellones de la Exposición Hispano-Francesa.

 

Manuel Marín Sancho era el menor de cinco hermanos. Siempre sintió inquietudes intelectuales y con el paso de los años, tras licenciarse en Filosofía y Letras y haber estado episódicamente en la guerra de África, “mi padre    veía fatal, y en cuanto se dieron cuenta lo devolvieron a España”, entró a trabajar en “El Noticiero”, que dirigía José Mª Sánchez Ventura, se vincularía con el Centro Naturista Helios, llegó a ser su segundo presidente, y desplegó una actividad increíble: fue director de revistas como “Aragón” del SIPA, en 1929 coordinó un número donde publicó a los más importantes artistas plásticos, de todos los números de “Amanecer” y varios de “Relieves”, e incluso llegó a fundar el efímero diario “Independencia”.

 

Una carta a destiempo

 

Uno de sus amigos de entonces era el periodista y escritor Andrés Ruiz Castillo, que lo definió como “una auténtica revolución que llegó a fundar Prensa Ebro, una agencia de publicidad”. “Mi padre poseía un gran sentido del humor, siempre sonreía. Era alegre y confiado”, señala Basilio. Redactó algunas piezas teatrales, entre ellas “El tapiz” (1928), basado en las pinturas de Goya, y sobre todo escribió el libreto de la ópera “Igual que hermanicos. Estampas aragonesas. Zarzuela en tres actos”, que se estrenó el cuatro de enero de 1934 en el Teatro Principal con música de Luis Aula, que también dirigió la Orquesta Sinfónica de Zaragoza.

 

El crítico Pablo Cistué de Castro dijo que “Manuel Sancho Marín ha hecho un libro de zarzuela tan documentado y de tal honradez que se aleja del tipo a que la generalidad de los libretistas nos han acostumbrado”. Decía que la obra aborda “los amores de dos mozos a una misma moza”, y elogiaba al tenor Faustino Arregui, a la actriz y cantante Sélica Pérez Carpio y al “formidable actor cómico” Eduardo Marcén. 

 

En casa de Basilio Marín Ferrer hay obras de Honorio García Condoy, de Ansuátegui, de Bayo Marín, grandes amigos del periodista y escritor fusilado. Hace poco, el profesor madrileño Francisco Galera le mandó el expediente de su padre, y en medio había una copia que ha activado la memoria, el dolor y la impotencia: el Jefe Superior de Policía  mandó una carta a la cárcel de Torrero para que soltasen al meteorólogo Odón San Emeterio y a Manuel Marín Sancho. La carta estaba fechada el 30 de noviembre, pero no llegó a su destino. Esa misma noche ambos, con otros muchos, fueron ejecutados.

 

29/03/2020 11:29 Antón Castro Enlace permanente. Temas aragoneses No hay comentarios. Comentar.

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